Sarcófago de la reina Tiy
TIY, REINA LUMINOSA
UNA PROVINCIANA EN EL TRONO EGIPCIO
El reinado de Tutmosis III duró 54 años, desde 1504 hasta 1450 a. J.C. Le sucedieron el segundo de los Amenhotep (1453—1419), el cuarto y último representante del linaje de los Tutmosis (1419—1386) y Amenhotep III, quien durante 37 años, de 1386 a 1349, gobernó sobre un Egipto rico, luminoso y feliz. Junto al monarca hallamos un hombre sabio, Amenhotep, hijo de Hapu, de tan alta reputación que el faraón mandó construir un templo donde se veneraría su ka: hasta los últimos días de la civilización egipcia, la memoria de Amenhotep, hijo de Hapu, fue venerada en el santuario de Dayr al—Bahari, donde tiene su sitio al lado de Imhotep.
Entre las numerosas obras maestras de la época de Amenhotep III el templo de Luxor es, sin duda, el más representativo: por la delicadeza de los bajorrelieves, la pureza de las columnas y la milagrosa síntesis de fuerza y gracia. La luz del reino resplandece en cada una de sus piedras.
El faraón, conviene repetirlo, se encarna en una pareja real. Amenhotep III supo elegir una esposa excepcional, Tiy.
La joven no pertenecía a la familia real. Probablemente nació en Jammin (la Panópolis de los griegos actual Ajmin), en el Egipto Medio; la ciudad se hallaba bajo la protección del dios Min, garante de la fecundidad y de la regeneración perpetua de la naturaleza. Su padre, Yuya, era sacerdote de Min, estaba al mando de los carros de guerra y era intendente de las caballerizas. Se ocupaba con esmero de los caballos, reservados al cuerpo de élite del ejército egipcio. Tal vez fue Yuya quien enseñó al rey a montar a caballo. Según su momia, admirablemente conservada, el padre de la futura reina era un hombre muy alto, de una fuerza física evidente, que debió de parecerse al actor americano Charlton Heston, el inolvidable Ben—Hur. Su esposa, Tuya, era la superiora del harén de Min; dirigía, por tanto, una institución que era al mismo tiempo religiosa y económica.[1] El muy antiguo título de «adorno real» le daba acceso a la corte, y participaba en las fiestas y rituales en los que también intervenían el faraón y su sucesor.
¿Cuándo conoció el futuro Amenhotep III a la joven Tiy? Lo ignoramos. Su matrimonio con una mujer ajena al círculo de las altas personalidades de la corte no supuso, de cualquier modo, ningún problema. Con motivo de la boda se fabricaron escarabajos de cerámica, de unos diez centímetros de largo, en los que se grabó el siguiente texto: «¡Faraón y la gran esposa real Tiy, larga sea su vida! Su padre se llama Yuya y su madre Tuya. Tiy es la esposa de un poderoso soberano cuya frontera sur llega a Karoy (en Sudán) y la frontera norte hasta Naharina (Asia)”.
Se enviaron escarabajos a todas las provincias de Egipto, e incluso al extranjero, anunciando el reinado de la nueva pareja real. Gracias al buen funcionamiento del correo egipcio, la noticia no tardó en propagarse.
Tiy no olvidó mencionar a sus padres, por quienes sentía un gran afecto. Pasaron el resto de sus días junto a la reina, que no olvidó tampoco a su hermano Anen. Éste llegó a desempeñar altos cargos en el clero de Amón y de Ra—Atum, y se convirtió en uno de los allegados del faraón.
DOS RETRATOS DE TIY
Siempre resulta delicado utilizar el término «retrato» en referencia al arte egipcio, ya que los escultores, «los que dan la vida», se interesaban en representar el ka de un ser, su energía física imperecedera, y no su individualidad física. En algunos casos, sin embargo, cuando se trata de estudios preliminares, esbozos u obras desprovistas de carácter oficial, nos es posible adivinar los rasgos de tal o cual gran personaje.
En el caso de la reina Tiy existen dos cabezas minúsculas que posiblemente tienen valor de retrato. La más célebre fue descubierta en un santuario de Serabit al—Jadim, en el Sinaí; mide siete centímetros de alto por cinco de ancho y está tallada en esteatita, una piedra pizarrosa verde.[2] Digámoslo de entrada: Tiy no tenía una cara fácil: los ojos son estrechos, los pómulos pronunciados, el dibujo de los labios es severo y su barbilla pequeña y puntiaguda. Todo deja adivinar una voluntad afirmada y un carácter altivo y dominador.
El segundo «retrato» fue descubierto en el paraje de Madinat al—Gurob, en el Fayum; se trata de una pequeña cabeza de madera de tejo, de once centímetros, actualmente conservada en el Museo de Berlín.[3] Nos encontramos ante la misma intensidad, la misma determinación, la misma fuerza interior que observábamos en la otra pieza. Tiy fue, no cabe duda, una mujer poderosa.
EL GOBIERNO DE TIY: LA CASA DE LA REINA
En la morada para la eternidad de Jeruef (tumba tebana núm. 192), cuyos relieves se cuentan entre las obras maestras más depuradas del arte egipcio, la reina Tiy desempeña el papel de diosa de oro, Hator, y participa en la regeneración ritual del rey. Ella le ofrece su protección mágica y le asegura millones de años de reinado, mientras unas sacerdotisas celebran los festejos con danzas y cantos. La vemos en compañía de su hijo Amenhotep IV, que todavía no se había convertido en Aj—natón, realizando ofrendas a las divinidades, especialmente a Atum, el creador. El futuro faraón venera además a Ra, el dios de Heliópolis, y a sus propios padres, Amenhotep III y Tiy, no sólo como personas sino también como pareja inmortal.
Durante el ritual de regeneración del faraón, Tiy actúa como gran sacerdotisa iniciada en los misterios de Hator; lleva el collar de la resurrección, luce una corona de uraeus rematada por dos plumas y un disco solar. Tiy está presente durante el punto culminante del ritual, la erección del pilar «estabilidad (djed)», símbolo de la resurrección de Osiris.
La reina Tiy estuvo asociada a todos los acontecimientos destacables del reinado y «presidió el Alto y Bajo Egipto». Muchos actos oficiales llevan una mención explícita: «bajo la majestad del rey Amenhotep III y de la gran esposa real Tiy». Un texto de la tumba de Jeruef hace una precisión fundamental: «Ella es semejante a Maat (la regla universal) que sigue a Ra (la luz divina) y se encuentra de este modo en el séquito de tu majestad (el faraón)”. Al encarnar a Maat en la tierra, la reina es a la vez la armonía indestructible del cosmos y el cimiento intangible sobre el cual se construye la sociedad egipcia. En el lejano Sudán, la pareja real hizo edificar dos templos, uno en Soleb para la regeneración permanente del ka real, y otro en Sedeinga, donde la magia de la reina perpetúa el ser del faraón. Los dos santuarios, indisociables, componen la imagen de la pareja real, prefigurando el dispositivo simbólico de Abu Simbel para Ramsés y Nefertari.
Se ha escrito mucho sobre el carácter lascivo de Amenhotep III, sobre sus innumerables mujeres, su pereza de déspota oriental, proyectando sobre Egipto fantasmas y crueldades sin ninguna relación con la realidad egipcia. Tomemos un ejemplo concreto: en el año 10 de su reinado, Amenhotep III toma por esposa a Gilukhipa, hija del rey de Mitanni, región de Asia con la que Egipto había tenido problemas. Ese «matrimonio» diplomático tenía por objetivo sellar la paz y evitar cualquier conflicto. Se fabricaron escarabajos con los nombres de Amenhotep III y de Tiy, quienes de este modo proclamaban la necesidad de este acto político. Tiy no tuvo que luchar contra una extranjera, pues Gilukhipa, a semejanza de las otras «esposas diplomáticas» del Imperio nuevo, adoptó un nombre egipcio y se instaló en la corte.
Tiy tenía su residencia habitual en la maravillosa ciudad de Tebas, la ciudad victoriosa simbolizada por una mujer sosteniendo un arco, flechas y una maza blanca. La Tebas de los verdes jardines, los incontables estanques y lagunas, la de las grandes villas rodeadas de árboles y templos magníficos donde residían las divinidades. Tebas, la reina de las ciudades y la matriz del mundo. Tebas, donde las invitadas a los banquetes rivalizaban en elegancia y donde los días transcurrían felices.
Tiy disponía de una administración eficaz, la «casa de la reina», integrada en la «casa del faraón». Lo que nosotros llamamos hoy día «palacio» se presentaba como un conjunto sagrado y profano a la vez, donde convivían sacerdotes y funcionarios. En la «casa de la reina» había talleres poblados de artesanos, panaderos, cerveceros, carpinteros y orfebres; contaba con almacenes, un erario, servicios médicos y laboratorios. La soberana reunía a sus mayordomos y jefes de equipo, velaba por la buena gestión de sus bienes y actuaba como una auténtica directora de empresa.
EL LAGO DE TIY
En el año 11 del reinado, el primer día del tercer mes de la primera estación, es decir, hacia finales de setiembre, el rey ordenó construir un lago en honor de la gran esposa real Tiy. El emplazamiento escogido fue Yaruja, al norte de la ciudad de Jammin, de donde eran originarios los padres de la reina.
Las dimensiones del lago eran bastante impresionantes: 3.700 codos de largo por 700 de ancho, es decir, cerca de dos kilómetros por 365 metros. Una vez más, la «emisión de escarabajos» nos pone al corriente del acontecimiento. Los ingenieros egipcios y su personal fueron tan hábiles que la fiesta de inauguración del lago tuvo lugar... quince días después, lo que parece imposible.
En esta ocasión, la barca real, sin duda chapada en oro, navegó por el lago brillando con mil luces. El nombre de la barca era de lo más significativo: «Atón resplandece”. Atón, el nombre egipcio del disco solar. Atón, el dios que el faraón Ajnatón incluiría en su nombre unos años después y en honor del cual erigiría una nueva capital.
¿Se trataba realmente de un lago de placer sólo para la distracción de la reina? De ninguna manera. Como ha demostrado Jean Yoyotte, el rey quería construir un depósito de irrigación para mejorar los cultivos. Al cerrar los canales que cruzaban los diques, los técnicos habían creado un «lago» artificial cuya masa de agua bastaría para empapar el suelo y facilitar su fertilización. La verdadera apertura del depósito consistió en abrir canales para permitir que el agua fluyese. Previamente, la navegación ritual de la barca «Atón resplandece» había consagrado el estanque y hecho fecunda la tierra. La reina, una vez más, había desempeñado su función divina.
LA REINA VIUDA
Al cabo de muchos años de felicidad, una terrible prueba se le presentó a Tiy: la muerte de Amenhotep III. La reina hizo grabar en un escarabajo conmemorativo esta conmovedora inscripción: «La gran esposa real, Tiy, ha redactado este documento, que es suyo, para su hermano bienamado, el faraón”. El hermano bienamado, junto al que había reinado sabiamente, había partido hacia el Hermoso Occidente dejándola sola a la cabeza del Estado.
Tenían dos herederos aptos para reinar: una hija, Satamón, la «hija de Amón», y un hijo, llamado a convertirse en el cuarto del linaje de los Amenhotep. Pero eran jóvenes y, tanto uno como el otro, carecían de experiencia.
Tiy tuvo que sobrellevar la prueba y reinar. En una carta, el rey de Mitanni, Tusratta, escribía a la reina lo que sigue: «Conoces todo lo que he hablado con tu marido, el faraón. Sólo tú conoces esas palabras”. Tiy, efectivamente, era la única que conocía todos los secretos de Estado y podía conducir la nave de Egipto, una ciencia que transmitió a sus hijos. El joven Amenhotep IV y su esposa, Nefertiti, fueron sus atentos discípulos.
TIY Y LA «REVOLUCIÓN» DE AJNATÓN
Satamón, la hija de la reina, no llegó a tener ningún protagonismo. Por supuesto, dispuso de importantes propiedades y disfrutó de una posición preeminente en la corte; pero desapareció de los documentos oficiales, ya fuera debido a una muerte prematura, ya porque renunciara al peso del poder.
Una nueva pareja real, formada por Amenhotep IV y por Nefertiti, pasó a ocupar entonces el primer plano de la escena, no sin realizar antes un llamativo gesto. Después de un inicio de reinado «tradicional», Amenhotep IV cambió de nombre, es decir, de programa espiritual y político, y se convirtió en Ajnatón, «el que es útil a Atón»; el nombre de aj, que significa a la vez «ser útil» y «ser luminoso» incluye un juego de sentido. Como Atón era una forma divina sin punto de anclaje particular en el territorio egipcio, Ajnatón creó para él una ciudad, Ajtatón, «el lugar de luz de Atón», en la zona de Tell al—Amarna, en el Egipto Medio. La corte se trasladó hasta allí y Tebas se vio reducida al rango de una ciudad de segundo orden. No sólo no hubo una guerra civil, sino que además el propio Ajnatón fijó los límites de su experiencia en el espacio y en el tiempo. En el espacio, sus hitos, en forma de estelas, delimitaron el territorio del dios Atón; en el tiempo, la supremacía de Atón llegaría a su fin con la muerte del rey. ¿Qué papel jugó exactamente Tiy en esta mal llamada «revolución»? Considerarla su inspiradora es, sin duda, excesivo, pero ella no se opuso. ¿Cómo habría podido ella, viuda del faraón, contestar la voluntad del rey? Tiy, según parece, se mantuvo al lado de su hijo y actuó de vínculo entre Tebas y la capital del dios Atón, donde habitaba en un palacio que su hijo había hecho construir para ella. Tebas no había muerto como ciudad, y Tiy tuvo que realizar un buen número de viajes para mantener los lazos entre las ciudades de Amón y de Atón. Durante la estancia de Tiy en la nueva capital se organizaron banquetes en su honor. Nefertiti le hizo el honor de un cálido recibimiento y Ajnatón la llevó al templo de Atón. En el gran patio, bañado por los vivificantes rayos del sol, el rey sostuvo la mano de su madre; ambos se recogieron con expresión de dignidad y serenidad. Más allá de la ternura y del respeto mutuo, este gesto prueba que Ajnatón se situaba en una continuidad dinástica avalada por la reina madre y que no era su intención introducir ningún cambio en la institución faraónica.
Muy buena conocedora de la política internacional, tal vez Tiy alertara a Ajnatón cuando llegó el día en que el prestigio de Egipto empezó a decaer. Más preocupado por la puesta en práctica de su mística solar, el rey desdeñó los informes inquietantes procedentes del extranjero. Cuando su madre murió, en el año 8 de su reinado, nadie colmó el vacío que ella dejó.
¿TIY EN EL VALLE DE LOS REYES?
¿Dónde fue enterrada Tiy? Existen importantes indicios que nos orientan hacia la tumba número 55 del Valle de los Reyes, una modesta sepultura carente de decoración esculpida, como era regla común para las personas que no eran faraones pero que disfrutaron del insigne privilegio de reposar en este excepcional lugar.
La tumba 55 contenía objetos con el nombre de Amenhotep III y de Tiy. Según uno de los arqueólogos, contenía un trineo para la momia, un féretro, amuletos, frascos de perfumes y varias piezas raras... que desgraciadamente resultaron destruidas al sacarlas del panteón. Notas no publicadas e informes de excavación poco fiables nos han condenado a permanecer en la ignorancia. La tumba 55 tal vez tenía como función albergar la momia de Tiy y luego sirvió de escondrijo a Ajnatón, antes de cambiar de destino en la época ramésida. Son hipótesis plausibles, pero nada más que hipótesis.
La reina dejó un recuerdo duradero; varias fundaciones funerarias, en Tebas y en el Egipto Medio, celebran su memoria y fue objeto de culto. Tiy, gran esposa real de un monarca sabio y benefactor, una reina de transición entre la época luminosa de Amenhotep III y la experiencia religiosa de Ajnatón, marcó su tiempo con una huella indeleble.
[3] Véase D. Wildung, BSFE, 125, 1992, pp. 15—28. La radiografía ha demostrado que bajo el tocado, una especie de gorro de perlas azules, se ocultaban un uraeus y unos pendientes. Al principio, la reina lucía una corona con dos plumas, enmarcando un sol y unos cuernos de vaca, detalles que la señalaban como la encarnación de Hator.
Fuente: Jacq Christian