domingo, 25 de diciembre de 2011

NEFERTITI


NEFERTITI, LA ESPOSA DEL SOL

 

UN ROSTRO SUBLIME

 


 

¿Quién no ha tenido la ocasión de contemplar, en un libro o en una revista, el maravilloso rostro de Nefertiti,[1] y quién no ha quedado maravillado por tanta gracia, belleza y majestad? Nos faltan las palabras para describir a esta mujer de resplandeciente nobleza, cuya sonrisa parece animada por una luz interior que ha conseguido atravesar miles de años y conmovernos. «De rostro claro —dice de ella el texto de una estela—frontera de la ciudad de Atón—, felizmente adornada con la doble pluma, soberana de dicha, dotada de todas las virtudes, su voz nos alegra, dama de gracia, grande de amor, aquella cuyos sentimientos alegran al señor de los dos países». Se han conservado dos retratos de Nefertiti. El primero, exhibido en el Museo de El Cairo, fue descubierto por el inglés Pendlebury durante la campaña de excavaciones de 1932—1933 en la zona de Amarna; es una cabeza esculpida, de ojos no incrustados, que debía de estar colocada sobre una estatua. La intensidad espiritual de la obra es admirable. Podemos adivinar que nos hallamos ante una persona fiel a la luz que contempla la divinidad, más allá del mundo aparente. Ninguna inscripción nos permite identificar formalmente a Nefertiti, aunque los historiadores de arte están de acuerdo en reconocerla como la esposa de Ajnatón.
El célebre busto conservado en el Museo de Berlín es una pequeña escultura de unos cincuenta centímetros de altura. Fue encontrada en Amarna, el 6 de diciembre de 1912, por un equipo alemán que dirigía Ludwig Borchardt. El lugar donde se produjo el descubrimiento es digno de mención: el taller del escultor Tutmosis. Esta obra maestra no es, en realidad, más que un modelo que quedó inacabado, abandonado en el taller cuando el artesano tuvo que trasladarse a Tebas. La corona, muy especial, que lleva Nefertiti en los bajorrelieves amarnianos permite identificarla con seguridad. La delicadeza del cuello, la pureza del rostro, la dulzura de su expresión, sumadas a la serenidad del gesto, ponen de manifiesto el genio del escultor y la belleza de la reina.


LOS ORÍGENES DE NEFERTITI

 


 

El nombre de Nefertiti significa «la hermosa ha llegado». Algunos egiptólogos imaginaron que la reina era de origen extranjero, pero esto no es cierto. Su nombre es típicamente egipcio y se refiere, como veremos, a su función divina.
¿Era Nefertiti hija de Amenhotep III y de Tiy? No hay nada que permita confirmar esta hipótesis. Ningún texto nos proporciona el nombre de los padres de la gran esposa real de Ajnatón, por lo que resulta más sensato convenir que era una dama de la corte, quizá la hija de un gran dignatario como Ay, el que se convertiría en faraón a la muerte de Tutankamón. Y nada nos impide pensar que Ajnatón decidió desposar a una joven muy hermosa pero carente de fortuna.
Entre el conjunto de estas informaciones sólo tenemos una certeza: el ama nodriza de Nefertiti se llamaba Tiy, como la gran esposa real de Amenhotep III. Esta Tiy se casó con Ay.


LA DIOSA NEFERTITI

 


 

La palabra «Nefertiti» se lee, de manera técnica, Neferet—ity, «la hermosa ha llegado». Esta «hermosa» es la diosa lejana que, después de abandonar el sol creador, se dirige hacia el desierto de Nubia. Sin ella, las Dos Tierras están condenadas a la esterilidad y a la desolación. Gracias a la intervención de las divinidades, sobre todo de Thot y de Shu, la diosa lejana regresará a Egipto y la naturaleza y todos los seres vivos volverán a ser dichosos.
Nefertiti es la encarnación de esta diosa que llega o, mejor dicho, que regresa para prodigar su amor al faraón, para que resplandezca como un sol. Ella es, a la vez, Hator, amor celeste, y Maat, la regla eterna, por eso recrea la luz y protege al rey encargado de hacerla brillar sobre la tierra.[2] Éste era, por otra parte, el papel principal de todas las reinas de Egipto. Dado que el culto del momento se hallaba centrado en Atón, Nefertiti recibía también el nombre de «perfecta es la perfección de Atón», y para ella se levantaba el disco solar. En el crepúsculo crecía su amor por ella. En el gran templo de Atón había varias estatuas de la diosa Nefertiti a las que se dirigían oraciones para que continuase fertilizando las Dos Tierras.
Con la intención de afirmar la potencia de la luz de Atón, Ajnatón ocultó los misterios osirios. Sin embargo era necesario cumplir con los ritos de resurrección y, sobre todo, que las cuatro diosas colocadas en los cuatro ángulos del sarcófago real (entre ellas Isis y Neftis) recitasen las letanías mágicas. Fue Nefertiti quien las sustituyó.
La escena de adoración de la tumba de Ipy reúne, conforme al ritual amarniano, al rey, a la reina y a su hija venerando al sol divino cuyos rayos terminan en unas manos que transmiten la vida. Un detalle nos sorprende: Nefertiti eleva hasta Atón un platillo donde aparecen grabados en un cartucho los nombres del dios, y una estatuilla que representa a una reina sentada elevando una oración a esos nombres divinos, esa reina no es otra que... la propia Nefertiti. Está claro que la Nefertiti así representada es una Nefertiti divinizada. Ella es el sol femenino que da la vida.


NEFERTITI, ¿REINA—FARAÓN?

 


 

En algunas inscripciones, el nombre del rey no va seguido de su nombre propio sino del de la reina, como si ambos formasen un solo nombre, una sola entidad real cuyos dos elementos fuesen indisociables.
Ninguna actividad sagrada podía llevarse a cabo sin la presencia de Nefertiti. La pareja real la formaban dos personalidades de igual importancia ante el dios Atón; el rey y la reina le dirigían las mismas oraciones, le consagraban las mismas ofrendas, hacían que se elevase hasta él el mismo humo de incienso. Este tipo de escenas de adoración, muy repetitivas, que adornaban profusamente las paredes de los templos y las tumbas constituían el «programa» simbólico del reino.
Habitualmente, el faraón aparecía solo en su carro. En su nueva capital de Amarna vemos cómo Ajnatón, a la vista de todos, abraza tiernamente a su bella esposa, iluminados ambos por los rayos del sol. En el carro hay otra ocupante: una de las hijas de la pareja solar que, mientras sus padres se besan, sólo tiene ojos para los caballos, cuya cabeza se ve adornada con grandes plumas multicolores.
Con motivo de la investidura del visir Ramose, cuando la pareja real todavía vivía en Tebas, Nefertiti participó en la ceremonia y se dejó ver en la «ventana de las apariciones» para felicitar al gran dignatario. En la ciudad de Atón, Nefertiti recibió en compañía del monarca a los embajadores de Asia y de Nubia, llegados para presentar sus tributos al faraón.
¿Es posible afirmar que Nefertiti fue más que una reina y que llegó a reinar en solitario? La singular corona que ella luce, bastante parecida a la corona roja del Bajo Egipto, parece apoyar esta idea. Como gran sacerdotisa del culto de Atón, Nefertiti disponía de un espacio sagrado específico, «la sombra de Ra». Es probable que el rey dirigiese el culto de la mañana y la reina el de la noche. Nefertiti tenía la facultad de dirigir los rituales y presentar ofrendas a Atón en solitario.
Otro privilegio destacable, la reina podía desplazarse sobre su propio carro, equipado, al igual que el del rey, con un arco y flechas. Un bloque, conservado actualmente en el Museum of Fine Arts de Boston, registra un detalle todavía más sorprendente: a bordo de una barca real vemos a Nefertiti, coronada, sujetando a un adversario por el pelo y golpeándolo con una maza. De este modo se ha pretendido simbolizar la victoria del orden sobre el caos. Generalmente sólo el faraón reinante ejecutaba este gesto ritual, que volvemos a encontrar en un bloque de Karnak.
Según algunos egiptólogos, este conjunto de indicios autoriza a concluir que Nefertiti, igual que Hatsepsut, fue una reina—faraón. La hipótesis se convertiría en certeza de demostrarse que la reina sobrevivió a Ajnatón y que cambió de nombre para reinar en solitario con el nombre de Semenjara; pero la documentación es escasa y demasiado confusa para formular, en el día de hoy, una conclusión definitiva.


CUANDO NEFERTITI CONDECORABA A UNA MUJER

 


 

A la pareja real le complacía recompensar a sus fieles. Los personajes así distinguidos debían acudir ante el palacio real, a una de cuyas ventanas se asomaban, coronados, Nefertiti y Ajnatón. Nefertiti podía celebrar en solitario esta festividad y, lo que es más, tenía la facultad de hacerlo en favor de una mujer. Éste fue el caso de Meretre, que acudió sin la compañía de su marido. Para la circunstancia, la dama Meretre, «la amada de la luz divina», cuidó con esmero su apariencia: destacaba la gran peluca larga, con un cono de perfume en su extremo superior, el cuidado maquillaje y el largo vestido transparente que dejaba adivinar sus encantadoras formas. La asistían varias sirvientas y servidores que llevaban vasos, flores e instrumentos musicales. El lugar donde se desarrolló la escena estaba lleno de encanto, pues el palacio de la reina se encontraba en el corazón de un jardín plantado de árboles y viñas. Mientras sus compañeras se prosternaban ante Nefertiti, vemos a una de las sirvientas aprovechando la pantalla que aquéllas forman para beber a escondidas de una copa de vino. Unos niños, a los que un guardián amonesta con un bastón, han conseguido introducirse en esta ceremonia que, pese a su carácter protocolario, no es en absoluto fría. Después de recibir la distinción, consistente en un collar de oro, Meretre regresó a su casa seguida por sus amigas y acompañada por un allegado que sostenía su mano. En su casa se celebraría un alegre banquete para festejar el acontecimiento.


LAS HIJAS DE NEFERTITI Y AJNATÓN

 


 

El punto culminante del culto a Atón era la celebración de la luz por la familia real. En el inmenso patio del gran templo de Atón, el rey y la reina consagraban en su honor ofrendas de alimentos sobre un gran altar al que se accedía por una rampa. Ajnatón y Nefertiti estaban sobre una especie de estrado, rodeados por sus hijas, altos dignatarios, expertos en rituales y damas de la corte. Todos muestran expresión de recogimiento, recibiendo en su corazón la iluminación del sol.
Constituyen un hecho infrecuente en el arte egipcio las escenas que nos permiten introducirnos en la intimidad de la familia real. Así vemos a Nefertiti dando el pecho a una de sus hijas, dejándose acariciar la barbilla por otra, sostener en su regazo a las niñas e, incluso, a ella misma sentada sobre las rodillas de Ajnatón. Asistimos también a una comida de la familia real, que no se deja estorbar por un exceso de ropa.
Ajnatón y Nefertiti quieren hacer patente que forman una familia feliz, alegre y radiante gracias a la energía que les proporciona cada día el dios Atón. Ellos proponen un modelo ideal, fundado en esta veneración de la luz; ésta es también la razón por la cual las niñas aparecen asociadas a actos de culto.
La pareja tuvo seis hijas: tres antes del año 6 del reinado, y las tres últimas entre los años 6 y 9. Se insiste en precisar que todas son hijas de la gran esposa real, Nefertiti. Poco después del año 12 del reinado, la pareja real sufrió un duro golpe: la muerte de Meketatón, la segunda de sus hijas. El hecho produjo una honda herida en esta familia que fundaba en su cohesión el ejemplo de los favores otorgados por Atón. Se celebraron los ritos fúnebres y la inhumación en la tumba familiar; una escena nos muestra a Ajnatón y a Nefertiti llorando ante el lecho fúnebre de la pequeña.
La muerte de Meketatón resquebrajó de manera irremediable el hermoso edificio que la pareja solar había construido; Nefertiti quedó profundamente afectada por la desaparición de la pequeña. Ignoramos si murió poco después.
Al interpretar de manera realista las representaciones de las niñas, algunos egiptólogos creyeron que su cráneo alargado era la traducción estética de una enfermedad. «Estética» es la palabra clave: en algunas escenas, todos los personajes están representados con esa misma deformación. Otras esculturas, descubiertas en Amarna, muestran, por el contrario, los rostros «clásicos». Resulta del todo vano, en consecuencia, pensar en algún tipo de patología.
Seis hijas... ¿y ningún hijo? A algunos eruditos les gustaría convertir a Tutankamón, de padres desconocidos, en el hijo de Ajnatón y de Nefertiti. Pero no existe ningún indicio decisivo que corrobore esta hipótesis.


LA DESAPARICIÓN DE NEFERTITI

 


 

Sobre la muerte de Nefertiti se han escrito auténticas novelas, en ocasiones so capa de una supuesta seriedad egiptológica. Se ha hablado, por ejemplo, de desavenencias entre Ajnatón y Nefertiti, del aislamiento de esta última en un palacio de la ciudad del sol, de su liderazgo en un partido de oposición, etcétera. Ignoramos la fecha de la muerte de Nefertiti y sus circunstancias. Como mucho, podemos admitir que murió antes que Ajnatón.
Una de las hijas de la pareja solar, Meritatón, se casó simbólicamente con su padre, pero ¿basta este hecho para demostrar que Nefertiti había muerto? Es verdad que, en vida de su madre, Meritatón, «la amada de Atón», era considerada como el tercer término de la trinidad sagrada formada por el padre, la madre y el hijo. Meritatón está presente en muchas ceremonias, caminando por detrás de su madre mientras toca un sistro con el que repele las influencias nocivas. Ocupando una morada personal en la ciudad del sol, Meritatón parecía destinada a las más altas funciones y ostentó el título de «gran esposa real». Sin embargo, desapareció muy pronto de la escena pública sin que sepamos si murió joven o si decidió retirarse de la vida política.
Otro enigma: volvemos a encontrar el nombre de Nefertiti en la composición del de Semenjara, la efímera monarca que Ajnatón asoció al trono poco antes de su muerte. ¿Se trata de Nefertiti convertida en faraón con otro nombre, o se trata de Ajnatón, en un desdoblamiento simbólico, o bien se trata de un dignatario de la ciudad del sol elegido como sucesor?
¿Dónde fue inhumada Nefertiti? Probablemente en la gran tumba reservada a la familia real, en una zona desértica bastante lejos de la capital, que los arqueólogos encontraron devastada luego de haber sido objeto de pillajes.
¿La momia que yace en la tumba 55 del Valle de los Reyes es la de Nefertiti? Los nombres han sido destruidos y el rostro borrado a martillazos. No sabemos si se trata de Ajnatón, de Semenjara, de la reina Tiy o de Nefertiti. Son éstas otras tantas preguntas todavía carentes de respuesta.
Nefertiti, la esposa del sol, continúa fascinándonos. Al admirar sus retratos, ¿cómo no pensar en su voz melodiosa cantando la omnipotencia de la luz?[3]




[1] Sobre Nefertiti y su papel histórico véase C. Jacq, Nefertiti et Akhenaton, le couple solaire, 1990.
[2] Véase C. Traunecker, BSFE, 107, 1986, pp. 17—44.
[3] Ajnatón tuvo, al parecer, una esposa «secundaria», llamada Kiya, para la cual el rey mandó construir unas capillas en el dominio sagrado de Atón. Su nombre no fue grabado en ningún cartucho ni llevó corona alguna. Después del año 12, el reinado de Ajnatón queda sumido en la oscuridad. Quizá el rey escogió como su sucesora una mujer faraón cuyo nombre era Anj—Jeperu—Ra Neferneferu—Atón, que habría reinado durante más de dos años. Este faraón (si se trata de una mujer) no pudo ser Meritatón, la hija de Ajnatón.

  Fuente: Jacq Christian