domingo, 25 de diciembre de 2011

LA REINA TUY, ESPOSA DE SETI I Y MADRE DE RAMSÉS II




LA REINA TUY, ESPOSA DE SETI I Y MADRE DE RAMSÉS II

 

ESPOSA Y MADRE EN LA CIMA DEL PODER

 


 

A la muerte de Horemheb, un consejo de sabios escogió a un viejo visir, al que arrancaron de su apacible retiro, para gobernar Egipto. El visir tomó un nombre que se haría célebre: Ramsés. El primer monarca de un extenso linaje que comprendió once Ramsés solamente reinó durante un par de años (1293—1291 a. J.C.). Le sucedió un faraón de una talla extraordinaria, Seti I.
Sus trece años de reinado fueron una auténtica edad de oro. Contuvo la amenaza hitita, obligando a los temibles guerreros de las altas llanuras de Anatolia a plantarse en sus posiciones, e impuso la calma en el turbulento protectorado sirio—palestino. En cuanto a su obra arquitectónica, nos deja estupefactos de admiración: el gran templo de Osiris en Abydos, cuyos bajorrelieves se mantienen en un maravilloso estado de conservación; la mayor tumba del Valle de los Reyes, donde están grabados los «libros» principales referidos al alma real; el «templo de los millones de años» de Gurnah, en la orilla occidental de Tebas, y una gran parte de la gigantesca sala hipóstila de Karnak son sus creaciones más destacables.
Seti I estaba animado por la energía del dios Set, una fuerza comparable a la del relámpago y la tormenta. Su momia, bien conservada, impone respeto; autoridad y gravedad son las características dominantes de un rostro cuya grandeza no han conseguido alterar ni la muerte ni los siglos.
Para vivir junto a un faraón de su talla era necesaria una gran esposa real dotada de fuerte personalidad; éste fue el caso de Tuy, también llamada Mut—Tuy para subrayar, como en el caso de Mutneyemet, su papel de «gran madre». Mutneyemet había forjado un nuevo Horus, su marido Horemheb; Tuy engendró un «hijo de la luz», Ramsés II, que reinó durante sesenta y siete años.[1]
Tuy, la guardiana del espíritu de la monarquía egipcia, vivió el último apogeo del poderío egipcio. A la muerte de Ramsés II siguió una larga decadencia que los faraones, salvo algunos brillantes paréntesis, sólo pudieron retrasar.
Tuy sobrevivió al menos veintidós años a su marido y, durante los veinte primeros años del reinado de su hijo, Ramsés II, ejerció una influencia considerable en la corte. Una estatua de cerca de tres metros de alto, conservada actualmente en el Vaticano, la representa con el aspecto de una mujer colosal y altiva. La estatuaria de enormes dimensiones no estaba reservada a los hombres, y se conocen varios ejemplos de gigantes de piedra femeninos, como Nefertari en Abu Simbel o Merit—Amón, hija de Ramsés II, de la que recientemente se ha descubierto en Ajmin una efigie de ocho metros y un peso de unas cuarenta toneladas.
Ramsés II sentía auténtica adoración por su madre; numerosas estatuas y bajorrelieves celebran su memoria. Tuy aparece frecuentemente asociada al faraón, a su esposa y a sus hijos. En Tebas, en el lado norte de su «templo de los millones de años», el Ramesseum, Ramsés II hizo construir un pequeño santuario de gres cuyos pilares se veían coronados por capiteles que representaban el rostro de la diosa Hator; el edificio magnificaba a la reina madre y su función teológica.
En este templo femenino, al que estaba asociada Nefertari, la gran esposa real de Ramsés II, se habían grabado una serie de escenas a las que el rey atribuía especial importancia. Sentada sobre una cama, se veía a la madre real Tuy y al dios Amón—Ra, fascinado por la bella mujer de bonita figura y rostro elegante. «Cuan gozoso es mi rocío —dice el dios—, mi perfume es el de la tierra del dios, mi olor el del país de Punt. De mi hijo voy a hacer un faraón”. Podemos reconocer aquí el tema del nacimiento divino del faraón, ya utilizado por otros soberanos, como Hatsepsut o Tutmosis III.
Venerada en todo el país, Tuy simboliza plenamente a la reina madre, discreta al tiempo que activa, manteniendo en su persona la tradición de las mujeres de Estado ligada a la grandeza de Egipto. Una estatua conservada en el Museo de El Cairo,[2] de una altura de un metro y medio, merece un comentario. Fue descubierta en la zona de Tanis, en el Delta, y procede con toda probabilidad del palacio de la ciudad de Pi—Ramsés, también en el Delta, una de las más bellas obras arquitectónicas del reinado de Ramsés II. No es una obra «original», sino una estatua del Imperio medio que los escultores de Ramsés «reutilizaron» y remodelaron; así como el volumen del cuerpo, el cabello y otros detalles fueron modificados, el rostro de la lejana reina de la XII dinastía no sufrió ningún cambio, aunque la inscripción atribuye a la estatua el nombre de Tuy.
No se trata, como se ha escrito a menudo sin comprender la simbología egipcia, de una «usurpación», sino de una incorporación simbólica del pasado, que revive y se reactualiza. Tuy es a la vez ella misma y todas las reinas que la precedieron. De este modo personifica la continuidad de la función de gran esposa real a través de los tiempos y de las dinastías.


UNA REINA PARA LA PAZ

 


 

Uno de los momentos clave del reinado de Ramsés II fue el de la guerra contra los hititas. Este pueblo guerrero de Anatolia quería apoderarse de los protectorados egipcios, destruir la línea de defensa levantada por los faraones del Imperio nuevo y conquistar las Dos Tierras, tan pródigas en tentadoras riquezas. El conflicto era inevitable y su punto culminante fue la batalla de Qades, en el año 5 del reinado. El joven rey estuvo a punto de perder la vida pero, gracias a la intervención sobrenatural de su padre Amón, que respondió a su llamada en medio de la refriega y no abandonó a su hijo, Ramsés logró expulsar a los hititas y a las fuerzas del mal.
¿Una victoria? Mejor será que hablemos de un «combate nulo». Los ejércitos egipcio e hitita, de potencia similar, se plantaron en sus posiciones mientras los respectivos servicios de espionaje ponían en práctica diversas maniobras de desestabilización.
Por inverosímil que pudiera parecer, se imponía como única solución buscar la paz. Dentro de esta perspectiva, la influencia de Tuy fue probablemente decisiva. En el año 21 del reinado de su hijo tuvo la alegría de asistir a la proclamación del tratado de no—beligerancia y de asistencia mutua entre egipcios e hititas, bajo la mirada de las divinidades de ambos países. La fuerza de la palabra dada era tal que el tratado nunca se rompió. Más de treinta años de conflictos más o menos abiertos dieron paso a una era de paz en el Próximo Oriente.
De su puño y letra, Tuy escribió una carta de felicitación a la reina hitita quien, por su lado, había militado en favor del fin de las hostilidades. Hubo, por supuesto, un intercambio de regalos.

UNA MORADA PARA LA ETERNIDAD EN EL VALLE DE LAS REINAS

 


 

Es probable que Tuy muriese, rebasada ya la sesentena, poco tiempo después de haber saboreado la dicha de esta paz, tan difícil de alcanzar. Recibió sepultura en una tumba del Valle de las Reinas (núm. 80), que debió de estar fabulosamente decorada y contener un abundante y lujoso mobiliario fúnebre. Desgraciadamente, esta morada para la eternidad sufrió el pillaje y quedó devastada. Una de las tapas de los vasos canopes, que contenían las vísceras de la reina, se ha conservado milagrosamente; representa la cara de Tuy tocada con una pesada peluca. Su fina sonrisa cautiva el alma. De esta modesta escultura emana una extraordinaria juventud que, atravesando las sombras de la muerte, ha conservado el recuerdo de una gran reina del Imperio nuevo.

 EL VALLE DE LAS REINAS

 


 

UNA NECRÓPOLIS OLVIDADA

 


 

Si el Valle de los Reyes goza de un merecido renombre, el Valle de las Reinas, por el contrario, atrae a un menor número de visitantes. Situado a 1.500 km al sudoeste del Valle de los Reyes, en el pequeño valle más meridional de la montaña de Tebas—oeste, este «valle» constituye también una zona desértica a la que los árabes dieron el nombre de Biban al—Harim, «las puertas de las mujeres».[3]
Champollion visitó algunas tumbas, pero hubo que esperar a 1903 para que la primera excavación de conjunto, dirigida por el italiano Ernesto Schiaparelli, registrase la existencia de 79 tumbas. Un conjunto impresionante pero, desgraciadamente, muy deteriorado. Los pillajes habían empezado a finales de la época ramésida, cuando las bandas de ladrones lograron introducirse en algunas tumbas; durante la XXI dinastía, y hasta la época saíta, las sepulturas de las reinas fueron reutilizadas y, en la época romana, allí se acumularon muchas momias, a menudo mal preparadas.
Cuando los cristianos se instalaron en las tumbas destruyeron las figuras de las reinas y de las princesas por considerarlas temibles tentadoras, o las cubrieron con una capa de pintura para no verlas. En cuanto a los ocupantes árabes, éstos quemaron las momias, el mobiliario fúnebre y la decoración de las paredes, lo que explica el color negro de algunas paredes.
Desde hace unos años se han reanudado las excavaciones con la intención de rescatar todo lo que se pueda. Del conjunto ha sobrevivido una obra maestra: la tumba de Nefertari, la gran esposa real de Ramsés II, recientemente restaurada.

SAT—RA INAUGURA EL VALLE DE LAS REINAS

 


 

Durante la XVIII dinastía, príncipes, princesas y sus instructores eran enterrados en un sitio que no era todavía el Valle de las Reinas; tradicionalmente se enterraba allí, en simples pozos funerarios, a los personajes de la corte.
Al inicio de la era ramésida tuvo lugar una innovación fundamental: la reina Sat—Ra, «la hija de la luz divina», gran esposa real de Ramsés I, madre de Seti I y abuela de Ramsés II, decidió que se cavase su morada para la eternidad en aquel lugar, al que se dio el nombre de «lugar de la regeneración espiritual».[4]
La tumba de Sat—Ra es pequeña, pero sus paredes están cubiertas de una decoración simbólica que la convierte en un equivalente de una morada para la eternidad del Valle de los Reyes. Las figuras de los genios y las divinidades están dibujadas con trazo elegante y aunque la pintura sólo es un esbozo, la intención resulta clara: la reina se encuentra con las criaturas del más allá, cuyos nombres debe conocer a fin de dominarlas. Sigue un auténtico camino iniciático que la conduce a una perpetua resurrección. Gracias a los textos del Libro para salir a la luz, que componen su viático, la reina conseguirá vencer a la muerte.

REINAS Y PRÍNCIPES

 

 

En este valle se cavaron las tumbas de las reinas de la XIX y XX dinastías; el lugar, desafortunadamente, tenía un defecto: era roca desmenuzable, una piedra calcárea escasamente apropiada para el arte del relieve. Los artesanos pudieron, con todo, soslayar la dificultad cubriendo las paredes de una capa de arcilla, pero la decoración continuó siendo frágil. Pese a los daños irremediables infligidos a la mayoría de las tumbas, algunas, como la de la reina Titi, todavía conservan hermosas escenas: la vemos reuniéndose con Hator, la divina protectora del valle, que le ofrece el agua de la regeneración. En 1984 se dio fin al desescombro de la tumba, ya visitada por Champollion, de Henut—Tauy, «hija» de Nefertari; se ve a la princesa venerando a la divinidad del silencio, la del amor y del océano primordial, de donde procede la energía de la creación. En la capilla de la princesa Henut—Tauy, la «soberana de las Dos Tierras», hay un relieve que llama nuestra atención. Nos muestra a la joven, tocada con una corona formada por un sol entre dos grandes plumas, realizando el gesto de extender los brazos por encima de un altar cargado de ofrendas. El cetro que sostiene en su mano le permite consagrar las ofrendas, purificarlas y hacer real su esencia inmaterial, que se elevará hacia los dioses y satisfará a los señores de la tierra del silencio, es decir, de la necrópolis. Este acto ritual solía ejecutarlo el faraón.
Durante el reinado de Ramsés III se recuperó la tradición de la XVIII dinastía; cinco príncipes, uno de los cuales era sacerdote de Ptah, recibieron la eterna hospitalidad del valle. Reunidos en el norte de aquel paraje, sus tumbas todavía conservan colores muy vivos y se hallan en un magnífico estado de conservación. No nos esforcemos en buscar información de carácter histórico en el soberbio decorado pintado: los príncipes, adolescentes ya para siempre, cruzan las puertas del más allá guardadas por peligrosos demonios, escuchan las voces de las divinidades y entran en el paraíso.
El Valle de las Reinas aún no ha entregado todos sus secretos. El estudio de la documentación prueba que todavía quedan algunas tumbas por descubrir; sabemos que fueron cavadas en ese lugar, por ejemplo, la de Iset—Nofret, esposa de Ramsés II, o las seis sepulturas construidas allí por orden de Ramsés VI. Y podemos suponer que las momias de algunas reinas yacen ocultas en algún lugar, donde fueron puestas a salvo después de los pillajes de la era ramésida.
Los tesoros del Valle de las Reinas... Sí, todavía es posible soñar.


[1] Acerca de Tuy véase L. Habachi, RdE, 21, 1969, pp. 27—47.
[2] Diario de entrada, 37 484.
[3] Sobre el Valle de las Reinas véase C. Leblanc, Ta Set Neferou. Une nécropole de Thébes—ouest et son histoire, I, El Cairo, 1989; La Vallée de les Reines, Dossiers de l'Archéologie, Dijon, 1992.
[4] En egipcio, ta set neferu. Otras traducciones: «lugar de la perfección», «lugar de la belleza», «lugar de los hijos reales». No son acepciones excluyentes.

  Fuente: Jacq Christian