sábado, 24 de diciembre de 2011

HATSEPSUT - FARAÓN






LA REINA HATSEPSUT

 

LOS INCONVENIENTES DEL PROTAGONISMO


 

Hatsepsut es una de las estrellas de primera magnitud de la historia egipcia. Aunque su nombre suena extraño a nuestros oídos, su historia se consideró tan extraordinaria que la imaginación novelesca (y a veces... egiptológica) se apoderó de ella para convertirla en una intrigante corroída por la ambición, una devoradora de hombres, una Maquiavelo semidesnuda que andaba persiguiendo al débil Tutmosis III antes de verse ella misma perseguida por el vengativo faraón; de ella se dice que ordenó acabar con la vida de algunos cortesanos para, de ese modo, imponer con mayor comodidad su dominio sobre el reino. En resumen, una sarta de horrores dentro del mejor estilo de una Catalina de Medicis. Egipto, sin embargo, vivía conforme a otros valores y es un error lamentable proyectar en él nuestras bajezas.
El «expediente Hatsepsut» contiene una cierta cantidad de documentos[1] que permiten seguir algunos de los episodios de la aventura de la que fuera la gran esposa real, regente y luego faraón. Contrariamente a la idea establecida, Hatsepsut no fue ni la primera ni la única mujer faraón; su figura se inscribe en un linaje de mujeres que ocuparon el poder, cuya estatura política no sorprendía en absoluto a sus coetáneos egipcios. Si la fama de Hatsepsut ha eclipsado la de las regentes y reinas faraones que la precedieron, ello es debido a la larga duración de su reinado y a la relativa abundancia de documentación arqueológica sobre ella.

Si estudiamos atentamente el rostro de Hatsepsut, advertiremos que es en todo conforme al ideal faraónico, bastante alejado, debemos confesarlo, de una visión romántica o picara.


EL LINAJE DE LOS TUTMOSIS


 

La gran reina Ahmés—Nefertari murió, como ya hemos señalado, al principio del reinado del primero de los Tutmosis (1524—1518 a. J.C.). Se pasaba de esta manera del dios—luna combatiente, Iah, al dios—luna Thot, considerado como intérprete del sol, Ra. Thot entraba en la composición del nombre de los cuatro Tutmosis, «los nacidos de Thot».

Se da por hecho que Tutmosis I fue el padre de Hatsepsut; dirigió una campaña militar en Asia, sin duda para disuadir a los agitadores de tomar el Delta. Ésa fue, por otra parte, una de las obsesiones de los soberanos del Imperio nuevo: fortificar la frontera nordeste, controlar la zona sirio—palestina, mantener una barrera de protección entre los márgenes septentrionales de Egipto y los potenciales invasores.

Con todo, fue una época pacífica. Gracias al genio de un maestro de obras excepcional, Ineni, Tutmosis I favoreció el desarrollo de Karnak, un templo todavía modesto, que iría convirtiéndose paulatinamente en una inmensa ciudad santa donde Amón, el principio escondido, acogería los santuarios de otras divinidades. Era un proyecto de envergadura pues se trataba de dar a Tebas, la ciudad victoriosa sobre los bárbaros hicsos y responsable de la reunificación de las Dos Tierras, una dimensión digna de la antigua Menfis.
Cuando Tutmosis I abandonó el mundo de los hombres para reunirse con sus hermanos los dioses, Hatsepsut era una joven de quince años según unos, de veinte según otros. Se convirtió en la gran esposa real de Tutmosis II, cuyo reinado todavía hoy es un enigma: la duración de dicho reinado varía, según los historiadores, entre tres[2] y catorce años.

Entra entonces en escena un muchacho, Tutmosis III, continuador del linaje de los «hijos de Thot». No tenemos certeza alguna sobre sus orígenes. Se pretende que era hijo de Tutmosis II y de una «concubina», lo que no es sino una proyección de nuestros fantasmas occidentales, fruto de la fascinación ante los harenes otomanos y que suele aplicarse, con frecuencia de manera equivocada, al antiguo Egipto. A la muerte de Tutmosis II, el joven Tutmosis III, designado faraón, debía de contar entre cinco y diez años, edad que le incapacitaba para hacerse cargo del gobierno.


HATSEPSUT, REGENTE DEL REINO


 

¿Qué ocurrió durante este período: intrigas de palacio, sórdidos complots, conspiraciones soterradas? Nada de todo eso. Conforme a la tradición, la esposa real, Hatsepsut, recibió el encargo de ejercer la regencia. «Su hijo,[3] que ocupaba el lugar del rey difunto como faraón de las Dos Tierras, reinó en el trono del que le había engendrado —dice un texto— mientras su hermana, la esposa del dios Hatsepsut, se ocupaba de los asuntos del país, con las Dos Tierras bajo su gobierno. Se aceptó su autoridad, el valle se le sometió”.[4]

El maestro de obras Ineni precisa que «Hatsepsut conducía los asuntos de Egipto según sus propios planes. El país inclinó la cabeza ante ella, la perfecta expresión divina nacida de Dios. Ella era el cable que sirve para jalar el norte, y el poste al que se amarra el sur; ella era el guardín perfecto del timón, la soberana que da las órdenes, aquella cuyos excelentes puntos de vista pacifican las Dos Tierras cuando habla».

No olvidemos las funciones rituales de Hatsepsut: era esposa de dios, divina adoradora de Amón, «mano de dios»,[5] y «la que ve a Horus y a Set».


LA TUMBA DE LA REINA HATSEPSUT


 

La regente hizo cavar su morada para la eternidad en un sitio original: un uadi de difícil acceso y un acantilado donde se acondicionó un estrecho pasillo cuya entrada, una vez taponada, sería imposible distinguir. Hatsepsut no podía imaginar el encarnizamiento de los modernos saqueadores que, a base de contorsiones y escaladas, terminaron por descubrir su sepultura.

En la tumba de la regente se descubrió un sarcófago con el nombre de Hatsepsut, «soberana de todos los países, hija de rey, hermana de rey, esposa del dios, gran esposa real, señora de las Dos Tierras». La reina le pedía a Nut, la diosa del cielo, que comulgara con ella y le concediera un lugar entre las estrellas imperecederas.

El destino de la viuda de Tutmosis II parecía completamente definido: asumir la regencia para luego eclipsarse detrás de Tutmosis III tan pronto éste adquiriera las competencias necesarias para reinar como faraón.


EL ROSTRO DE HATSEPSUT


 

Por naturaleza, un faraón de Egipto es eternamente joven y, en general, resulta vano estudiar los retratos de la estatuaria sagrada y, todavía más, deducir a continuación características de tipo psicológico en función de nuestros propios criterios. Como era costumbre, los escultores crearon la imagen simbólica de una Hatsepsut divinamente hermosa y eternamente joven. Un retrato tipo de la reina presentaba estas características:[6] ojos almendrados, nariz larga, recta y fina, mejillas casi lisas, boca pequeña, labios delgados, barbilla menuda. Una mujer muy bonita, felina, de fina sonrisa. Ahora bien, una Hatsepsut ideal cuya feminidad no se ve oscurecida por su alto rango. Por otro lado, no es la Hatsepsut humana la figura encarnada en la piedra, sino su ka, el aspecto inmortal del ser que ha derrotado al envejecimiento y la muerte.


CUANDO UN ORÁCULO CONVIERTE A UNA REINA EN FARAÓN


 

El vigésimo noveno día del segundo mes de la estación invernal, en el año segundo del reinado de Tutmosis III, tuvo lugar un acontecimiento extraordinario: el oráculo del dios Amón, en el gran patio del templo de Luxor, prometió a Hatsepsut que en el futuro sería reina, sin señalar las fechas precisas.[7] Es probable que la estatua del dios, llevada en procesión, se inclinara ante la reina y que un sacerdote pronunciara las palabras que expresaran la voluntad del señor divino.

¿A qué obedeció esta decisión? Lo ignoramos. Resulta tanto más sorprendente cuanto que Hatsepsut no empezó a reinar en esas fechas sino que fue coronada cinco años después, en el séptimo año de Tutmosis III. Aunque su nombre no figura en las listas de los faraones descubiertas hasta la fecha, Hatsepsut es conocida por otras fuentes, y su condición de faraón reinante no ofrece ninguna duda.

¿Qué ocurrió? ¿Acaso la terrible Hatsepsut redujo al silencio al desdichado Tutmosis III, lo encerró en un calabozo? Desde luego que no. Por una parte era contemporánea del reinado de Tutmosis III, sin decretar un «año 1» propio, motivo por el cual la tradición le atribuye veintiún años y nueve meses de reinado, cuando, al parecer, sólo gobernó durante quince años (1498—1483 a. J.C.); por otra parte, Hatsepsut asoció a Tutmosis III a varios actos oficiales, como la explotación de canteras o la inauguración de los santuarios. En los años 12, 16 y 20, Hatsepsut y Tutmosis III aparecen juntos, presentándose uno y otro como faraón. Forman, por lo tanto, una pareja, compuesta no por un marido y su mujer sino por dos soberanos; veremos que Hatsepsut, la mujer faraón, reunía en sí misma las polaridades femenina y masculina.

Resulta claro que se superpusieron dos reinados, el de Tutmosis III y el de Hatsepsut; situación que se repetiría en varias ocasiones a lo largo de la historia de Egipto. Pero esta vez el período de reinado en común fue especialmente largo. No cabe duda que debemos renunciar a la teoría de un conflicto entre Hatsepsut y Tutmosis III.

Desde el año 2 hasta el año 7 no se produjo ningún hecho sobresaliente. Y después, en el año 7 de Tutmosis III, lo que había anunciado el oráculo de Amón se cumplió: la reina Hatsepsut se convirtió en faraón.


 HATSEPSUT, FARAÓN

 

EL NUEVO NACIMIENTO DEL REY HATSEPSUT


 

Un faraón no es un oportunista ni un banal personaje político; no lo eligen los hombres sino que son los dioses quienes lo forman y esto, según la expresión egipcia, «desde el huevo». En el ser de un rey de Egipto se superponen un individuo humano, perecedero, acerca del cual nada dicen los textos, y una persona simbólica, inmortal, de la que se nos habla profusamente.

Por esa razón, al convertirse en faraón en el año 7 del reinado de Tutmosis III, se proclama el nuevo nacimiento de Hatsepsut como monarca, un nacimiento relatado en el escenario del templo; el relato va destinado a las divinidades y no a los hombres, para que aquéllas reconozcan al nuevo faraón digno de reinar.

Para describir este episodio, tan desconcertante a nuestros ojos, los eruditos inventaron la expresión «teogamia», es decir, el matrimonio con un dios. Esto es lo que nos revelan los bajorrelieves del templo de Dayr al—Bahari, la gran obra de Hatsepsut.

Ahmose, la gran esposa real de Tutmosis I, se hallaba en su palacio; al verla, el dios Thot se llenó de gozo. El maestro de las ciencias sagradas se dirigió a Amón para anunciarle que acababa de descubrir a la que estaba buscando. Amón, el dios oculto, es también Ra, la luz revelada; el nombre de Amón—Ra sintetiza la potencia divina que expresa a la vez el secreto de la vida y su manifestación más deslumbrante. Después de haber consultado a su consejo, formado por doce divinidades, Amón—Ra decidió el nacimiento de un nuevo faraón. El dios adoptó la apariencia física de Tutmosis I y se introdujo en la cámara donde la reina se encontraba descansando. Ésta despertó al percibir el maravilloso perfume que su real y divino esposo esparció a su alrededor. En el palacio quedó el aroma del país de Puní, la lejana comarca donde crecen los árboles de incienso.

Abrasado de amor por la visión de la reina, Amón—Ra se dirigió a ella haciéndole ofrenda de su amor y su deseo. Ella se sintió feliz al contemplar su belleza; el amor divino recorría sus miembros, extendiéndose por todo su cuerpo. El dios y la reina se unen en un abrazo.

Amón—Ra declara: «La que está unida a Amón, Hatsepsut, ése será el nombre de la hija que he depositado en tu cuerpo... Ella ejercerá la función de faraón, resplandeciente y bienhechora en todo el país”. El dios concedió a su hija las cualidades necesarias para gobernar, la fuerza creadora, la facultad de juzgar con ecuanimidad y la de conducir a su pueblo hacia la plenitud.

Cuando llega el momento del nacimiento, el dios rey está presente al lado de la gran esposa real; le presenta la llave de la vida y ordena al alfarero divino, el dios Jnum con cabeza de carnero, que modele en su torno a Hatsepsut «junto a su ka» o, dicho de otro modo, que una en el mismo ser lo mortal y lo inmortal, la energía indestructible y la individualidad encargada de encarnarla. El alfarero utilizó la carne de Amón—Ra, un material abstracto y luminoso, para modelar dos niños, el rey humano y su ka; al nuevo ser se le concedieron vida, fuerza, estabilidad y alegría. Hatsepsut esparcirá la prosperidad en torno a ella, reinará sobre Egipto y sobre los países extranjeros, no le faltarán ofrendas, hará gala de un pensamiento justo, se verá elevada por encima de todas las divinidades y aparecerá como Horus en el trono de luz.

Asistido por las divinidades, las fuerzas universales y los genios protectores del nacimiento, Jnum llevó su obra a buen término. Thot pudo entonces anunciarle a la reina la dicha de Amón—Ra, y que había llegado el momento del parto. Asistido por Heket, la diosa de la cabeza de rana, fiadora de las mutaciones y transformaciones, Jnum condujo a la reina a una sala especial donde se había instalado un gran lecho.

Se tomaron todas las disposiciones mágicas para que la llegada al mundo de Hatsepsut se produjera sin incidentes. Mesjenet, que encarna a la vez el «lugar de nacimiento» y el destino del niño, pronunció un hechizo destinado a alejar penas y desgracias del recién nacido.

Cuando Amón—Ra vio a su hija se dirigió hasta ella con el corazón henchido de felicidad. La diosa Hator le presenta a Hatsepsut, nacida de la luz divina. Amón—Ra la estrecha entre sus brazos y la besa. Es la vaca celeste la que amamantará al bebé, transmitiéndole la energía que mantendrá su juventud inalterable. Las divinidades, como hadas buenas, hacen sus votos de felicidad, colmando a la futura reina de las cualidades necesarias.

¿Y quién sino Hator podría ser la nodriza de Hatsepsut? Su olor es más suave que el de las otras divinidades, ella será una madre celeste que hará renacer cada día a la reina—faraón como a un nuevo sol. Purificada por Amón y por Ra, la reina—faraón conocerá innumerables fiestas de regeneración.

Amón presenta su hija a las divinidades del Alto y Bajo Egipto, que admiran su belleza; «Amadla —les dijo—, confiad en ella», pues ella es el símbolo viviente de Amón, su representante en la tierra, nacida de la carne del mismo dios.


CORONACIÓN DEL FARAÓN HATSEPSUT


 

Según los bajorrelieves del templo de Dayr al—Bahari, al nacimiento de la reina—faraón le siguió inmediatamente su coronación. El oráculo de Amón, formulado en el año 2 del reinado de Tutmosis III, se hizo realidad en el año 7.

El ritual, probablemente, tuvo lugar en la ciudad santa más antigua del país, Heliópolis, donde Hatsepsut fue reconocida como faraón legítimo por Atum, el creador que engloba en su persona todas las formas del ser. Amón fue el garante de la coronación, celebrada mágicamente en todos los templos para que ninguna fuerza divina le faltara a Hatsepsut. Horus y Set impusieron la corona al nuevo rey del Alto y Bajo Egipto; Thot y Sechat registraron su nombre en los anales y en el árbol de la vida.

Provista de un remo y de un timón, Hatsepsut realizó el recorrido ritual que señalaba su toma de posesión de la totalidad del territorio egipcio y, más allá de él, del espacio delimitado por el circuito del sol. A continuación recibió «los símbolos de la luz divina», es decir, sus cetros, sus coronas y el vestuario de su función.

Luego Hatsepsut inició una verdadera gira por Egipto, que la llevó a cada una de sus ciudades, donde debía ser reconocida por la divinidad propia de cada lugar, comulgar con ella y convertirse de ese modo en vínculo de unión entre las múltiples expresiones de lo sagrado.

Todavía le quedaba comparecer ante la corte que, según era costumbre, aprobó por aclamación el ascenso al «trono de los vivos» de una mujer faraón.


LOS NOMBRES DE HATSEPSUT


 

Nunca se insistirá bastante en los nombres asignados a un faraón al inicio de su reinado: éstos definían a la vez su ser y su particular manera de enfrentarse a su función.
Ya hemos visto que desde la V dinastía el faraón llevaba cinco nombres.
En su condición de Horus femenino, Hatsepsut es «la rica en potencia creadora (useret kau)»; en tanto que rey protegido por «las dos señoras» (el buitre y la cobra) es «la que reverdece los años (uadjet renpuf)»; en tanto que Horus de oro, «la de las apariciones divinas (neteret khau)»; en tanto que rey del Alto y Bajo Egipto, «la regla es la potencia de la luz divina (Maat—ka—Ra)»; en tanto que hija de la luz divina (Ra), «la que se unió a Amón (jenemet Imen), la primera de las venerables (hat sepsut)».

Este último nombre, Hatsepsut, es el más conocido; también se traduce como «la más noble de las damas». La palabra sepsut, «venerable, noble», sirve para formar el nombre de una diosa que encarna el destino, concebido como un buen genio femenino, protector, que ahuyenta el mal.


LA PAZ REINA EN EGIPTO


 

Algunos analistas se refieren al inicio del reinado de Hatsepsut como una especie de revolución provocada por «la usurpadora», e imaginan sombrías conspiraciones que dieron como resultado la usurpación a Tutmosis III. La documentación prueba que estas fantasías, enteramente románticas, carecen de fundamento.

Nunca hubo una revolución ni purga ni guerra civil ni usurpación... Sólo una mujer reconocida como faraón y capaz, según el voto de Amón, de «ejercer la beneficiosa función real en todo el país». Tutmosis III estuvo asociado a algunos ritos y a ciertos actos oficiales; a la sombra de Hatsepsut aprendió su oficio de rey.


[1] Véase principalmente S. Ratié, La Reine Hatchepsout. Sources et problémes, Leiden, 1979; «Hatchepsout, Femme—Pharaon», en Les Dossiers d'Archéologie, núm. 187, noviembre de 1993.
[2] C. Vandersleyen afirma que la documentación existente no permite atribuirle un reinado de más de tres años.
[3] Es decir, el hijo de la potencia divina que le ha hecho rey, y no obligatoriamente el hijo carnal del monarca difunto.
[4] Urkunden, IV, 59, 16—60, 4.
[5] En una de las versiones egipcias de la creación, Atum engendra a la primera pareja divina masturbándose; dicho de otro modo, dando forma al universo con su propia sustancia, de forma que la unidad habite todo tipo de manifestaciones. La «mano de dios», Atum, que da a luz, fue considerada su esposa. Al atribuirles este título, se asociaba a las reinas al proceso de autogénesis en su aspecto primordial.
[6] Sobre todo a partir de la estatua conservada en el Metropolitan Museum of Art de Nueva York, Inventario, núm. 29.3.2.
[7] Véase J. Yoyotte, Kêmi, XVIIII, 1968, pp. 85—91.

   Fuente: Jacq Christian