El Egipto de Napoleón Bonaparte
Nadie ignora que los trabajos de Champollion partieron de las inscripciones talladas en dicha losa de basalto negro, que registra un único texto en tres escrituras diferentes: dos egipcias – jeroglífico y demótico -, y otra griega. El objeto recibió su nombre del hecho de haber sido descubierta por casualidad por el oficial francés Pierre Bouchard, en agosto de 1799, cuando se encontraba laborando en unas faenas de remodelación de la fortaleza “Julien”, en una zona aledaña a la villa de Rosetta, cercana a Alejandría, en el Delta occidental egipcio. El monumento vio la luz al demolerse un muro, ante lo cual, el avispado oficial, notificó su descubrimiento a su oficial superior, el general Menu, quien, de inmediato, lo hizo llevar a Alejandría para dárselo a los sabios que acompañaban a la expedición. Porque Bouchard era parte de las tropas del ejército que Napoleón Bonaparte usaba para conquistar el Egipto de los musulmanes, y que había invadido sus territorios hacía menos de un año.
De esta manera, nos encontramos con que el monumento que brindó la clave para recobrar la escritura y la lengua de los faraones, como herramienta fundamental e imprescindible para recobrar a la civilización que la produjo, fue obtenido en el transcurso de una expedición de corte netamente militar, y no de una misión científica propiamente dicha. Pero pese a la naturaleza bélica de dicha expedición, el contingente armado estaba acompañado por un nutrido grupo de científicos y artistas, que representaban a la crema de la intelectualidad francesa de sus tiempos. ¿Puede concebirse una misión más extravagante? Y si la misma no nació de un trasnochado sueño del Gran Corso, ¿qué motivó su realización? Las consecuencias de la “Expedición a Egipto” fueron enormes, no sólo para el destino del general Bonaparte, sino para la historia de la Arqueología y de Egipto mismo.
La extravagancia de su consumación se hace evidente en el hecho de embarcar al más preparado ejército de la República sin revelarle el destino final de su viaje, en momentos en que la flota británica es la dueña absoluta del Mar Mediterráneo. Por otra parte, en Europa se estaba armando una alianza de países hostiles al proyecto francés de la República, amenazando invadir su territorio de manera inminente. Además, la invasión se efectuó contra un país al que no se le declaró la guerra en ningún momento, ni por motivo aparente alguno. Mas la justificación más delirante fue la de la necesidad de fundar una colonia, en un momento en que Francia declamaba a los gritos la autodeterminación de los pueblos.
Batalla entre navíos ingleses y franceses
El día 3 de julio de 1797, Talleyrand leyó, en una sesión pública del Instituto de Francia, un ensayo sobre las ventajas de crear nuevas colonias debido a la particular situación en que se encontraba la República, retomando la vieja propuesta hecha por Choiseul de que Egipto fuera cedido a Francia. Egipto era un país musulmán, casi inaccesible en esa época, y los europeos que allí habían estado no se habían aventurado más allá de El Cairo, excepto algunos pocos, por lo que, prácticamente, se desconocía el mismo casi en su totalidad. Pero, en París, estaba a la mode la misteriosa tierra del Nilo: en 1785, Savary imprimió sus “Cartas sobre Egipto”, en las cuales describía su estadía allí entre 1776 y 1779; y, en 1787, Volney editó sy “Viaje por Egipto y Siria”, obra en la que, pese a haber estado sólo siete meses en 1782 en la tierra de los faraones, y no describirlo en lo más mínimo, sí hizo unos vivaces y admirativos comentarios sobre sus antigüedades, que resultaron una fuerte motivación para Napoleón y los savants de su expedición, a tal punto que éste fue el único libro que llevo consigo en su aventura militar. De hecho, poco y nada se conocía sobre Egipto en Francia o en Europa en general, apenas que era una provincia otomana, y mucho menos se sabía de su pasado histórico, salvo lo que los clásicos griegos y romanos, o los viajeros de la Baja Edad Media y el Renacimiento habían escrito sobre ella. Para muchos de ellos, Egipto era la “Ruta del Sur” que los Cruzados habían elegido como alternativa para llegar al Santo Sepulcro de Jerusalén, en donde habían hallado los “Graneros de José” bajo la forma de las Pirámides de Guiza. Y, entre los franceses que se habían dignado referirse a tan exótica y legendaria tierra, sólo el sacerdote dominicano Vansleb, en 1672, fue enviado por Colbert para “adquirir manuscritos y medallas antiguas”, quien había llegado a las costas del Mar Rojo y visitado el convento copto de San Antonio, y al Egipto Medio, siendo el primer explorador que describió las ruinas de Antinóopolis (Antinoë), la ciudad romana erigida por el emperador Adriano en memoria de su favorito Antinóo, quien murió ahogado en ese sitio durante un paseo en el barco del césar.
Por su lado, el viajero parisino Jean de Thévenot descubrió el Medio Oriente para sus pares a través de los grabados de su obra “Viaje por el Levante”, que fuera impresa en 1644. Entre los precursores del interés por Egipto no puede dejar de mencionarse al cónsul general de Francia en ese país, Benoit de Mallet, quien ostenta el dudoso honor de iniciar la serie de diplomáticos que, durante el siglo XIX, se encargaron de despojar al país de sus tesoros artísticos y arqueológicos. Maillet proveyó las colecciones de los condes de Pontehartrain y de Caylus. El grueso de la última, hoy en día, constituye parte del Gabinete de Medallas de la Biblioteca Nacional de París. Adelantándose a muchos de los depredadores europeos, Maillet pensó en trasladar a su país la “Columna de Pompeyo” que se eleva en Alejandría, y únicamente las dificultades presentadas por su traslado evitaron tamaño despropósito. Su libro, publicado en 1735, tenía un título premonitorio para la campaña que encararía Napoleón y su ejército por las dunas del desierto egipcio: “Description de l’Ëgypte”, exactamente el mismo que Bonaparte impondría a los editores de la monumental publicación de sus sabios acompañantes. Esta obra, y la que Claude Sicard, superior de la misión jesuítica en El Cairo, publicó en 1726 con el título de “Paralelo geográfico del Egipto antiguo y el Egipto moderno”, facilitaron grandemente los viajes por la región. En 1722, Sicard ya había enviado al rey Felipe el primer mapa de Egipto en el que situaba con exactitud a las ciudades de Menfis y Tebas, los grandes templos de Edfú, Elefantina, Esna, Dendera y Kom Ombos, entre otra miríada de villas y lugares históricos antiguos y modernos.
Fueron estos antecedentes los que le permitieron a Talleyrand, en su ominosa declaración, decir que el fin del imperio otomano en Medio Oriente y Europa – en especial en los Balcanes – estaba por producirse en lo inmediato, y que era el momento de que Francia se preparase para recoger los despojos del mismo, a fin de preservar el comercio con el Levante. También anunció que, una vez que Egipto fuera anexado a la República, debía mandarse una misión desde Suez con destino a la India, que debía unir fuerzas con Tipoo-Sahib, el sultán de Misore que expulsó a los ingleses en 1784, amenazando a los británicos en uno de sus lugares más importantes. Finalmente, subrayó que como Austria, Prusia y Rusia estaban muy ocupados fagocitándose a Polonia, nadie protestaría por tal movida política. Pese a las primeras objeciones del Directorio, tan desquiciada propuesta fue aceptada, aunque se le exigió a Talleyrand que, previamente a efectuarse la conquista de Egipto, debía viajar a la Sublime Puerta para explicarle al sultán turco que dicha ocupación no debía verse como un “acto de guerra” en su contra, sino que la provincia otomana serviría de base para agredir a Inglaterra en la India; debía ganarse el favor del gobernante musulmán aduciendo que, de paso, le resolverían el problema de los Mamelucos, quienes gobernaban allí en su nombre, pero, en realidad, no le tomaban en consideración. Esta misión preliminar nunca se realizó, aunque el Directorio no dudó en seguir adelante con el proyecto, y. aunque se dijo que el plan entusiasmó al propio Napoleón, su hermano Joseph, en “Memorias de Fouché” comenta que el general dudó mucho antes de aceptar la idea, considerándola una trampa del Directorio para desembarazarse de él. Y no se equivocaba tanto; era obvio el interés que tenía el Directorio por enviar al general más popular de Francia a “una vaga y misteriosa región poblada de salvajes, demonios, serpientes mágicas, pigmeos y bestias monstruosas”, de la que, sin duda, no retornaría vivo.
La Batalla de las Pirámides
Todos sabemos que el ejército napoleónico fue acompañado por un nutrido grupo de savants que incluía, entre otros, a veintiún matemáticos, diecisiete ingenieros civiles, tres astrónomos, trece naturalistas, ocho dibujantes, diez literatos,… pintores, poetas, la lista es interminable. Si, como se dice, fueron Napoleón y su esposa, Josefina de Beauhharnais, quienes propusieron los nombres, sin duda alguna, no hubo uno que fuera dejado fuera de la lista. De entre la enumeración de personalidades, destaca la de Vivant Denon, quien fue sugerido por Josefina. Denon era un excelso artista y un consumado dibujante y grabador. Desde su desembarco en Alejandría, el 1° de agosto de 1798, fue con el cuerpo expedicionario del general Desaix en su misión de perseguir por el Alto Egipto al bey mameluco Murad. En el interín, e incluso mientras las balas silbaban a su alrededor, Vivant registraba y dibujaba cuanto monumento se le pusiera a tiro. Sus croquis se volvieron, proceso del grabado mediante, las láminas que acompañarían su libro “Voyage dans la Basse et la Haute Égypte”, editado en París en 1802 – el mismo año en que se leía el texto griego de la Piedra de Rosetta -, el cual conoció un inmenso e instantáneo éxito sin parangones.
Se contaron cuarenta ediciones sucesivas y se tradujo al alemán y al inglés casi al instante. En Francia misma, fue un auténtico “best seller” entre los intelectuales y la élite gobernante. A su vuelta de Egipto, Napoleón reconoció las excepcionales dotes de Vivant, y le nombró Director General de Museos y lo puso al frente del recientemente fundado Museo Napoleón Bonaparte, el actual Museo del Louvre. Fue gracias a su obra que Europa conoció en toda su dimensión la antigüedad, la riqueza y la belleza de las construcciones egipcias, y fue también la que dio origen a la Egiptomanía en el Viejo Continente, como una epidemia que invadió, en cuerpo y espíritu, a estudiosos y cazadores de tesoros por igual. El libro de Denon se vio ampliado por la casi inmediata edición de “Description de l’Égypte”, o “Recopilación de las observaciones hechas en Egipto durante la Expedición del ejército francés, publicadas por orden de S. M., el emperador Napoleón”, aparecida en nueve tomos de texto y once de láminas, en tamaño “folio imperial”, entre 1809 y 1822, y cuya realización estuvo a cargo de la “Comisión de Ciencias y Artes del Ejército de Oriente”.
Napoleón visitando Guiza. Maurice Orange (1867-1916)
Pero así como mucha gente culta se había interesado por los logros inusitados de la expedición napoleónica a Egipto, también había despertado un sentimiento indeseable; la avidez por hacerse con su pasado material, de apropiarse de la antigüedad egipcia, representada por su legado material. Algo que sólo podía lograrse por el saqueo y el pillaje indiscriminado de la antigua cultura faraónica, actividades que fueron toleradas, y hasta diríamos que alentadas, por los propios egipcios modernos durante el gobierno de Mohamed Alí, entre 1805 y 1849, quien, en aras de la modernización de su país, poco se preocupó de preservar su pasado. Para él, las antigüedades fueron una herramienta para granjearse la buena voluntad y los favores de las potencias europeas, y, en dicho tráfico, los cónsules establecidos en Egipto jugaron un papel fundamental. Debido a su envidiable posición para conseguir la autorización de Alí para emplear mano de obra y remover la tierra egipcia en la búsqueda de “obras de arte”, ya que tanto el suelo como la gente eran propiedad única y absoluta del Virrey. A cambio, los cónsules intercedían ante sus respectivos gobiernos para que se adquiriera la maquinaria destinada a la naciente “industria egipcia”, con el consiguiente doble negocio en su favor.
Mohamed Alí (1805 -1849)
El templo de Karnak, según David Roberts
Todas las colecciones de los grandes museos europeos tuvieron idéntico o similar origen: el pintor inglés Henri Salt, luego de su recorrida por el Medio Oriente haciendo las ilustraciones para los libros de los turistas ingleses, fue nombrado cónsul general de su país, en 1816, y, tomando nota de la actividad de Drovetti, decidió imitarlo. Como él, juntó tres “colecciones”: la primera fue comprada por el Museo Británico de Londres, en 1818; la segunda, por Carlos X de Francia, en 1824; y la tercera fue de nuevo al museo inglés, en 1827, luego de su deceso. La cantidad de objetos que integraban sus dos últimas colecciones dan una idea de la depredación sufrida por el país del Nilo: 44.014 y 1.083 piezas, respectivamente. Y recordemos que, por otro lado, una recorrida por estos grupos de objetos enseña que los cónsules preferían los de gran porte, como obeliscos, sarcófagos de piedra, estatuas de todo tipo, etc. No existía ningún proyecto, por más delirante que fuera, que no se considerase en todo detalle, ni se estuviera dispuesto a llevar a cabo, con tal de echarle el guante a las maravillas del Egipto milenario.
No debemos creer que el exacerbado “patriotismo” de los cónsules europeos por dotar a los museos de sus naciones – y, a sus bolsillos, de abultadas sumas de dinero -, fue algo exclusivo de ellos; bien por el contrario, los “egiptólogos ilustres” de esos tiempos no les fueron a la zaga, haciendo gala del mismo sentimiento. El prusiano Karl R. Lepsius, director de la campaña organizada por el rey de Prusia, entre 1842 y 1845, para estudiar los monumentos de Egipto, proveyó al Museo Egipcio de Berlín con no menos de dos sepulcros enteros, entre una innumerable cantidad de objetos menos voluminosos. Una anécdota que le involucra dará una idea de la competitividad entre “especialistas del saqueo” – aunque se disfrazaran de “científicos” -: el arquitecto e ingeniero francés Prisse d’Avennes, que ya entre 1829 y 1836 había trabajado para el gobierno egipcio, se había instalado, a partir de 1833, en Luxor, para dedicarse enteramente a la “arqueología”. En un momento dado, se enteró que Lepsius tenía la intención de desmantelar la Sala de los Ancestros o Cámara de los Reyes del Gran Templo de Amón en Karnak para llevarla a Berlín. Prisse se apresuró a desmantelarla por su cuenta, encajonó los bloques y los puso a bordo de un navío sobre el Nilo, rumbo a El Cairo, para enviarlos al Louvre. En el interín del trámite, se cruzó con la flotilla naval de su competidor, y Lepsius le hizo una visita de cortesía a bordo, en la cual le confió cuáles eran sus propósitos. El francés se cuidó muy bien en no decirle que las cajas sobre las que estaban tomando un café, ya contenían el ambicionado tesoro, y que su destino sería París y no Berlín.
En este sentido, la Egiptología tiene el deber y la obligación de rescatar el pasado de Egipto para comprender mejor su presente. En una palabra, que Occidente entienda que existieron y existen otras formas de ver el Mundo, otras filosofías que lo hacen comprensible por otros caminos. Y que será tal aceptación y entendimiento el que ayudará a lograr la convivencia, la paz y la cooperación mutua entre los habitantes de la Tierra.
Bibliografía
ADAM, H. Ch. Reiseerinnerungen von damals. Bilder von der Grand Tour des 19.Jahrhunderts. Haarenberg, 1985.ASSMAN, J.-B. GUNTER-V. DAVIES, Problems and Priorities in Egyptian Archaeology. Londres, 1987.
AULANIER, Ch. Le musée Charles X et le départment des antiquités égyptiennes. París, 1961.
BAINES, J.-J. MÁLEK, Atlas del antiguo Egipto. Barcelona, 1988.
BALTRUSHAITIS, J. La quete d’Isis. Les perspectives dépravées. Malesherbes, 1985.
BERCHET, J.-C. Le voyage en Orient. Anthologie des voyageurs francais dans le Levant au XIXeme siécle. París, 1985.
BERT. A. Description du désert de Siout a la Mer Rouge, d’aprés un manuscrite de la Bibliotheque Royale de Tourin… El Cairo [1910].
BUHL, M.-L. et alii, The Danish Officer Frederik Ludwig Norden. His Travel in Egypt, 1737-1738, 2 vols. Copenhaguen, reed. 1986.
CARRE, J. M. Vaoyageurs et écrivans francais en Égypte, 2 vols. El Cairo, 1956.
CHARLES-ROUX, F. Bonaparte governeur d’Égypte. París, 1936.
CLAYTON, P. A. Redescubrimiento del antiguo Egipto. Barcelona, 1985.
CLÉMENT, R.Les francais d’Égypte aux XVIIe et XVIIIe siecles. El Cairo, 1960.
CURTO, S. Storia del Museo Egizio de Torino. Turín, 1976.
DANIELS, G. Historia de la arqueología. Madrid, 1974.
DEWATCHER, M. “L’Expedition franco-toscane en Égypte: clés et notes pour le tableau commémoratif d’Angelelli”: Cahiers du Musée Champollion 1, pp. 50-4. Figeac, 1988.
Id., “Nouveaux documents relatifs a l’Expedition franco-toscane en Égypte et en Nubie (1828-1829)”: BSFÉ 111, pp. 31-73. París, 1988.
DROVETTI, B. Epistolario (1800-1851). Milán, 1985.
FAGAN, B. H. The Rape of the Nile. Tomb Robbers, Tourists and Archaeologists in Egypt. Nueva York, 1976.
FATHY, H. Construire avec le peuple. París, 1976.
FREIER, E.-W- F- REINEKE, Karl Richard Lepsius (1819-1844). Akten der Tagung anlässilich seines 100. Todestages 10-12.7.1984. Berlín, 1988.
GHALI, L. A. Vivant Denon ou la conquete du bonheur. El Cairo, 1986.
F. J. GÓMEZ ESPELOSÍN-A. PÉREZ LARGACHA, Egiptomanía. El mito de Egipto de los griegos a nosotros. Madrid, 1997.
GOYON, G. La découverte des trésors de Tanis. Aventures archéologiques en Égypte. Baume-les-Dames, 1987.
GUALTIEROTTI, P. Il console Giuseppe Acervie ed il viaggio nell’Alto Egitto. Mantova, 1984.
HUMBERT, J. Légyptomanie dans l’art occidental. París, 1989.
IVERSEN, E. Obelisks in Exile, 2 vols. S.l., 1968-72.
LEDRAIN, E. Les monuments égyptiens de la Bibliotheque Nationale. París, 1980.
MECHIN, B. Bonaparte en Égypte ou le reve inassouri. París, 1958.
OGDON, J. R. “Napoleón en Egipto y el origen colonialista de la ciencia egiptológica”: NAO. Revista de la cultura del Mediterráneo 48 (1988), pp. 27-39.
Id., “Hitos fundamentales de la Egiptología: Napoleón Bonaparte en Egipto”: Revista de Egiptología-Isis 1 (2002), pp. 38-46.
PAEZ, Jerónimo, especial de EL EGIPTO DE NAPOLEÓN, en: GEO n° 215 (2004), pp. 60-87".
PERETTI, G. Belzoni. I pioniere dell’Egittologia. Este, 1985.
PERNIGOTTI, S. “Una vita di Ippolito Rosellini”: DE 11, pp. 41-9. Oxford, 1988.
SAUNERON, S. La egiptología. Bilbao, 1969.
THOMAS, A. P. “Some Memories of Eastern Travel”: DE 19, pp. 69-74. Oxford, 1991.
TRAUNECKER, C.-J. C. GOLVIN, Histoire et archéologie. París, 1978.
TULARD, J. “La campagne en Égypte”: L´Histoire (vol. para noviembre). París, 1983.
VANDIER, J. Musée du Louvre. Le département des Antiquités Égyptiennes. Guide sommaire. París, 1952.
VERCOUTTER, J. Egipto: Tras las huellas de los faraones. Madrid, 1989.
Fuente: AE