miércoles, 29 de febrero de 2012

SIGNIFICADO PRECISO DE LA PALABRA "HINDÚ"








Todo lo que se ha dicho hasta aquí podría servir de introducción, de manera absolutamente general, al estudio de todas las doctrinas orientales; lo que ahora diremos se referirá más particularmente a las doctrinas hindúes, adaptadas especialmente a un modo de pensamiento que, conservando los caracteres comunes al pensamiento oriental en su conjunto, presentan además ciertos rasgos distintivos a los cuales corresponden diferencias en la forma, aun allí donde el fondo es rigurosamente idéntico al de las otras tradiciones, lo que es siempre el caso, por las razones que hemos indicado, cuando se trata de metafísica pura. En esta parte de nuestra exposición importa precisar, antes que nada, el significado exacto de la palabra "hindú", cuyo empleo más o menos vago da lugar en Occidente a frecuentes equivocaciones.

Para determinar con precisión lo que es hindú y lo que no lo es, no podemos dispensarnos de recordar brevemente algunas de las consideraciones que ya hemos desarrollado: esta palabra no puede designar a una raza, puesto que se aplica igualmente a elementos que pertenecen a razas diversas, ni menos a una nacionalidad, ya que nada semejante existe en Oriente. Si se considera a la India en su totalidad, sería más bien comparable al conjunto de Europa que a tal o cual Estado europeo, y esto no sólo por su extensión o por la importancia numérica de su población, sino también por las variedades étnicas que presenta; del norte al sur de la India las diferencias son tan grandes por lo menos, bajo este aspecto como las de una extremidad a la otra de Europa.

No hay, por otro lado, entre sus diversas regiones, ningún lazo gubernamental o administrativo, si no es el que los europeos han establecido allí recientemente de manera del todo artificial; esta unidad administrativa, es verdad, había sido realizada ya antes que ellos por los emperadores mongoles, y quizá anteriormente todavía por otros, pero siempre tuvo una existencia pasajera con relación a la permanencia de la civilización hindú, y hay que notar que casi siempre se debió a la dominación de elementos extranjeros, o en todo caso no hindúes; además, no llegó nunca hasta suprimir completamente la autonomía de los Estados particulares, sino que se esforzó más bien por hacerlos entrar en una organización federativa. Por otra parte, no se encuentra en la India en absoluto, nada que pueda compararse al género de unidad que realiza en otras partes el reconocimiento de una autoridad religiosa común, ya sea que esta autoridad esté representada por una individualidad única, como en el Catolicismo, o por una pluralidad de funciones distintas, como en el Islamismo; la tradición hindú, sin ser de ningún modo de naturaleza religiosa, podría sin embargo implicar una organización más o menos análoga, pero no es así, a pesar de las suposiciones gratuitas que algunos han podido hacer a este respecto, porque no comprendían cómo pudo realizarse efectivamente la unidad por la sola potencia inherente a la misma doctrina tradicional.

Esto es muy distinto, en efecto, de todo lo que existe en Occidente, y sin embargo es así: la unidad hindú, hemos insistido ya en ello, es una unidad de orden pura y exclusivamente tradicional, que no tiene necesidad, para mantenerse, de ninguna forma de organización más o menos exterior, ni del apoyo de ninguna autoridad que no sea la de la doctrina misma.

La conclusión de todo esto puede formularse de la manera siguiente: son Hindúes todos los que están unidos dentro de una misma tradición, con la condición, como es natural, de que estén debidamente calificados para poder adherirse real y efectivamente, y no de una manera simplemente exterior ilusoria; por el contrario, no son Hindúes los que, por cualquier razón que sea, no participan de esta misma tradición. Este caso es particularmente el de los Jaimistas y de los budistas; es también en los tiempos modernos, el de los Sikhs, sobre los cuales se ejercieron, por otra parte, influencias musulmanas cuya huella es muy visible en su doctrina especial. Tal es la verdadera distinción; y no podría haber otra, por más que ésta sea muy difícil de percibir para la mentalidad occidental, acostumbrada a basarse sobre otros elementos de apreciación, que faltan aquí completamente. En estas condiciones, es un verdadero despropósito hablar, por ejemplo, de "Budismo hindú", como se hace sin embargo demasiado frecuentemente en Europa y notablemente en Francia; cuando se quiere designar al Budismo tal y como existió antes en la India, no hay otra designación que pueda convenir que la de "Budismo indio", lo mismo que se puede hablar perfectamente de los "musulmanes indios", es decir, de los musulmanes de la India, que de ningún modo son "Hindúes". Se ve lo que provoca la gravedad real de un error del género de éste que señalamos, y por qué constituye a nuestros ojos mucho más que una simple inexactitud de detalle: y es que demuestra un profundo desconocimiento del carácter más esencial de la civilización hindú; y lo más asombroso no es que esta ignorancia sea común en Occidente, sino que la compartan los orientalistas profesionales.

La tradición de que se trata fue llevada a la región que es la India actual, en una época más o menos remota y que sería muy difícil precisar, por hombres llegados del Norte, según ciertas indicaciones que ya hemos señalado; no está probado que estos emigrantes, que debieron detenerse sucesivamente en diversas regiones, hayan constituido un pueblo propiamente dicho, por lo menos en el origen, ni que hayan pertenecido primitivamente a una raza única. Sea lo que fuere, la tradición hindú, o por lo menos la que ahora lleva esta designación, y que entonces pudo tener otra o no tener ninguna, esta tradición, decimos, cuando se estableció en la India, fue adoptada tarde o temprano por la mayoría de los descendientes de las poblaciones indígenas; éstos, los Drávidas, por ejemplo, se volvieron, pues, Hindúes en cierto modo "por adopción", pero lo fueron entonces tan verdaderamente como las que lo habían sido siempre, en cuanto fueron admitidos en la gran unidad de la civilización tradicional, y aunque hayan subsistido entre ellos algunas trazas de su origen, bajo la forma de modalidades particulares en la manera de pensar y de obrar, con tal que fuesen compatibles con el espíritu de la tradición.

Antes de su asentamiento en la India, esta misma tradición era la de una civilización que no llamaremos "arianismo", habiendo explicado ya por qué esta palabra está desprovista de sentido, pero para la cual podemos aceptar, a falta de otra denominación la de "indo-irania", aunque su lugar de desarrollo, verosímilmente, no haya sido ni el Irán ni la India, y nada más que para indicar que debió después dar nacimiento a las dos civilizaciones hindú y persa, distintas y aun opuestas por ciertos caracteres. En cierta época, pues, debió de producirse una división bastante análoga a la que fue más tarde en la India, la del Budismo; y la rama separada, desviada con relación a la tradición primordial, fue entonces lo que se denomina el "iranismo", es decir, lo que debía volverse la tradición persa, llamada también "Mazdeísmo". Señalamos ya esta tendencia, general en Oriente, de doctrinas que fueron al principio anti tradicionales, a imponerse a su vez como tradiciones independientes; ésta de que se trata había tomado sin duda este carácter largo tiempo antes de estar codificada en el Avesta bajo el nombre de Zarathustra o Zoroastro, en el cual hay que ver no la designación de un hombre, sino más bien la de una colectividad, como acontece a menudo en semejante caso: los ejemplos de Fo-hi para China, de Vyasa para la India, de Thoth o Hermes para Egipto, lo muestran de manera suficiente. Por otro lado, una huella muy clara de la desviación ha persistido en la misma lengua de los Persas, en la que ciertas palabras tuvieron un sentido directamente opuesto al que tenían primitivamente y que conservaron en sánscrito; el caso de la palabra "dêva" es el más conocido, pero se podrían citar otros, el del nombre de "Indra" por ejemplo, y esto no puede ser accidental. El carácter dualista que se atribuye de ordinario a la tradición persa, si fuese real, sería también una prueba manifiesta de la alteración de la doctrina; pero hay que decir sin embargo que este carácter parece no ser más que el hecho de una interpretación falsa o incompleta, mientras que hay otra prueba más seria, constituida por la presencia de ciertos elementos sentimentales; por lo demás, no tenemos por qué insistir aquí sobre esta cuestión.

A partir del momento que se produjo la separación de que acabamos de hablar, la tradición regular se puede llamar propiamente "hindú", cualquiera que sea la región donde se conservó al principio, y haya o no recibido desde entonces esta designación, cuyo empleo no debe hacer pensar de ningún modo que hubiese en la tradición algún cambio profundo y esencial; no pudo haber entonces, ni en lo sucesivo, más que un desarrollo natural y normal de lo que había sido la tradición primordial. Esto nos lleva directamente a señalar aún un error de los orientalistas, que, no comprendiendo nada de la inmutabilidad esencial de la doctrina, creyeron poder considerar, posteriormente a la época "indo-irania", tres doctrinas sucesivas supuestas diferentes, a las cuales dieron los nombres respectivos de "Vedismo", de "Brahmanismo" y de "Hinduismo".

Si sólo se quisiera entender con esto tres períodos de la historia de la civilización hindú, sería sin duda aceptable, por más que las denominaciones sean muy impropias, y que sea muy difícil delimitar y situar cronológicamente tales períodos. Si se quisiera decir que la doctrina tradicional, permaneciendo la misma en el fondo, pudo recibir sucesivamente varias expresiones más o menos diversas para adaptarse a las condiciones particulares, mentales y sociales de tal o cual época, esto podría admitirse, con reservas análogas a las precedentes; pero no es ello lo que sostienen simplemente los orientalistas: al emplear una pluralidad de denominaciones suponen expresamente que se trata de una serie de desviaciones o de alteraciones, que son incompatibles con la regularidad tradicional y que nunca han existido más que en su imaginación. En realidad, la tradición hindú toda entera está esencialmente fundada en el Vêda, siempre lo ha estado y no ha cesado jamás de estarlo; se podría, pues, llamarla "Vedismo" y el nombre de "Brahmanismo" también le conviene igualmente en todas las épocas; poco importa en el fondo la designación que se prefiera darle, pero con tal de percatarse del hecho de que, bajo uno o muchos nombres, siempre se trata de la misma cosa; no es más que el desarrollo de la doctrina contenido en principio en el Vêda, palabra que significa por lo demás propiamente, el conocimiento tradicional por excelencia. No hay, pues, Hinduismo en el sentido de una desviación del pensamiento tradicional, puesto que lo que es verdadera y puramente hindú es justamente lo que, por definición, no admite desviación alguna de esta clase; y si a pesar de esto se producen a veces ciertas anomalías más o menos graves, el sentido de la tradición las ha mantenido siempre en ciertos límites, o bien las ha desechado por completo de la doctrina hindú, y en todo caso, les ha impedido que adquieran nunca una autoridad real; pero esto, para ser bien comprendido, exige todavía algunas otras consideraciones.

Fuente: René Guénon

lunes, 27 de febrero de 2012

EL SOB.·. GR.·. COM.·. I.·.P.·.H.·. LUIS FERNANDO LEÓN PIZARRO 33º 99º FUE INVITADO POR EL SOB.·. GR.·. COM.·. I.·.P.·.H.·. DIEGO LAGOMARSINO CANESSA 33º A EVENTO MASÓNICO



El Sob.·. Gr.·. Com.·. I.·.P.·.H.·. Luis Fernando León Pizarro 33º 99º  del Supremo Consejo Grado 33º de los Antiguos de Memphis para la República del Perú, asistió por invitación del Sob.·. Gr.·. Com.·. I.·.P.·.H.·. Diego Lagomarsino Canessa 33º del Supremo Consejo Mixto de Chile de los SS.·. GG.·.II.·.GG.·. del Grado 33º y último del R.·.E.·.A.·.y A.·., a Ceremonias del Gr.·. 4º  al  14º en el Vall.·. de Arequipa - Perú.




 El I.·.P.·.H.·. Luis F. León Pizarro condecorando al I.·.P.·.H.·. Diego Lagomarsino Canessa.










 El I.·.P.·.H.·. Luis F. León Pizarro con la T.·.V.·.P.·.G.·.M.·. Gabriela Silva y el I.·.P.·.H.·. Diego Lagomarsino Canessa.


Fraternizando con el Supremo Consejo Mixto de Chile. 

jueves, 23 de febrero de 2012

Helena Ivanovna Roerich - Tres Llaves








Helena Ivanovna Roerich (born Shaposhnikova) (Russian: Елена Ивановна Рерих; February 12, 1879, Saint-Petersburg – October 5, 1955, Kalimpong, India) was a Russian philosopher, writer, and public figure. In the early 20th century, she created, in cooperation with the Teachers of the East, a philosophic teaching of Living Ethics («Agni Yoga»). She was an organizer and participant of cultural and enlightened creativity in the U.S., conducted under the guidance of her husband, Nicholas Roerich. Along with her husband, she took part in expeditions of hard-to-reach and little-investigated regions of Central Asia (1924—1928). She was an Honorary President-Founder of the Institute of Himalayan Studies «Urusvati» in India and co-author of the idea of the International Treaty for Protection of Artistic and Scientific Institutions and Historical Monuments (Roerich’s Pact). She translated two volumes of the «Secret Doctrine» of H. P. Blavatsky, and also selected Mahatma’s Letters («Cup of the East»), from English to Russian.

H.I. Roerich supported all of her husband's initiatives, and went deeply into all his fields of study. In 1903—1904, they traveled together through forty old-Russian cities to find sources of national history and culture. During these travels, Helena Ivanovna had took expert photographs of churches, architecture monuments, paintings, and ornaments. She also mastered the art of restoration, and, together with Nicholas Konstantinovich, recovered some the masterpieces of great artists such as Rubens, Breugel, Vandyke, and van Orley, that had been hidden by latest paint layers. She also displayed her artistic intuition by collecting works of art and antiquities. Roerichs collected a beautiful family collection, composed of more than 300 works, which they later had transferred to the Hermitage Museum. Helena Ivanovna also knew archeology well. Together with her husband, she often left for excavations in the reigons of Novgorod’s and Tver’s, and took part in the work.

In 1916, because of a serious disease of the lungs, following the doctor’s insistence, the Roerich’s family moved to Finland (Serdobol), to the seashore of Lake Ladoga.
In 1918, Finland declared its independence and closed the Russian border. The Roerichs were cut off from their homeland. In 1919, the family moved to England, and made their home in London.
Here, in 1920, H. I. Roerich, in collaboration with a group of anonymous thinkers and philosophers of the East, which in accordance with Indian’s spiritual tradition were named «The Great Teachers» (Mahatmas), began to work for the Living Ethics Teaching (Agni Yoga). This was a new philosophical system relating to spiritual and cultural evolution of mankind.

In 1920, N. K. Roerich received an invitation to tour the USA with an exhibition of his paintings. Thus, Roerich’s family moved to New York. Here, the cultural activity was organized under N. Roerich’s leadership in partnership with Helena Ivanovna. The culmination of this was the foundation in America of such cultural organizations as the Nicholas Roerich Museum, the Master-Institute of United Arts, the International painter’s association «Cor Ardens» (Flaming Hearts), and the International Art Centre «Corona Mundi» («Crown of the World»).

On December, 1923, H. I. Roerich, along with her family, moved to India. This country had always been of great interest to the Roerichs. From 1924 to 1928, Helena Ivanovna took part in a Central-Asian expedition organized by N. K. Roerich, that traveled through hard-to-reach and little-investigated regions of India, China, Russi, Mongolia and Tibet.

During the expedition, research in topics such as history, archeology, ethnography, history of philosophy, arts and religions, and geography was conducted. Previously unknown mountain peaks and passes were mapped, rare manuscripts were found, and rich linguistic materials were collected. Special attention was paid to the problem of historical unity of cultures of various peoples.

On April, 1925, when N. Roerich’s expedition stayed in Gulmarg (Northwestern India), H.I. Roerich began to translate an extensive selection from «Mahatma’s Letters» from English to Russian, which she published in London, in 1923. The selection was dedicated to the description of Eastern doctrines and the history of Theosophical Society foundation. She also wrote a separate book named «Chalice of the East», which was published that year under the pen name «Iskander Khanum».

H.I. Roerich’s manuscript «Foundations of Buddhism» was published in 1926, at Urga (now Ulan-Bator), the place at which expedition was staying at the time. In this book, the fundamental philosophical notions of Buddha’s Teaching, such as reincarnation, karma, and Nirvana were interpreted.

After finishing of Central-Asian expedition, Roerichs remained to live in India, in Kullu valley (West Himalayas). There, in 1928, they had found an Institute of Himalayan Studies «Urusvati» (this means «Light of Morning Star» in translation from Sanskrit). It was planned as institute for complex study of extensive Asian regions which exerted great influence on development of world culture.

In Kullu, Helena Ivanovna has continued his work for books of the Living Ethics, main work of her life. In 1929, her work «Cryptograms of the East» («On Eastern Crossroads») was published in Paris in Russian under pen name Josephine Sent-Iler. This work contains apocryphal legends and parables from life of Great devotees and Teachers of mankind: Buddha, Christ, Apollonius of Tiana, Akbar the Great (Indian ruler), St. Sergius of Radonezh. H.I.Roerich devoted a special essay «The banner of St. Sergius of Radonezh» to an image of Savior and Defender of Russian land.

On January 1948, after the husband’s death, H.I. Roerich together with elder son had moved to Delhi and then to Khandala (Bombay’s suburb) where they had waited for steamship from Russia with their entrance visas to the Motherland. But Russia has denied their visas. They made their home in Kalimpong (Eastern Himalayas). Helena Ivanovna continued hope for return home and to transfer to Russian people the works of her whole life, to work for good of «Best Country» (she called Russia by this name). H.I. Roerich just like N.K.Roerich had not changed Russian citizenship. But all her numerous applications remain without response.

On October 5, 1955 H.I. Roerich had passed away. In the place of her cremation the lamas had raised a white stupa on which the following epitaph was carved: «Helena Roerich, the wife of Nicholas Roerich, thinker and writer, old friend of India»


Tres Llaves
 
Por Helena I. Roerich


Estas tres grandes llaves no están almacenadas en otros planetas ni en otros mundos estelares, sino en nosotros mismos, pero al tomar posesión de ellas, adquiriréis algo que es posible comparar sólo a los mundos. ¿Sería razonable el rehusar estas llaves? Ciertamente que no. Por lo tanto, sin perder tiempo
vayamos por ellas.

En el nombre de mi amor por vosotros, os recordaré los senderos que conducen hacia la maestría de estas llaves. Sus nombres son: AMOR, BELLEZA Y CONOCIMIENTO.

Recordad estos senderos, tomadlos y señaladlos a los demás. En cada acto demostrad movilidad, amor y prudencia. Tratad de ser un sabio escultor en el trabajo con vosotros mismos y con los demás y tened cuidado de ser arcilla friable en las manos de una mala compañía.
Escoged buenos amigos y en el diálogo con ellos resaltad vuestras buenas cualidades; leed con ellos buenos libros, llegad a conclusiones y tratando de recordar todo lo mejor ponedlo en práctica en la vida.
Desarrollad en vosotros planes y métodos para la creación de una vida bella con voluntad y sensatez, llena de trabajo y armonía en las relaciones con el mundo exterior.

Estad conscientes que con cada mal pensamiento, palabra y acción estáis rompiendo los derechos sagrados con los cuales, al igual que cualquier otra creación, habéis sido generosamente premiados por la naturaleza.

Desarrollad en vosotros la firmeza y la perseverancia y no os entretengáis durante el trabajo. Si el trabajo es aburrido pero necesario, arreglaos para que con paciencia lo llevéis a su conclusión. Será más fácil de hacer si emprendéis cada tarea con alegría. No sois un muñeco o un juguete que mecánicamente realiza los movimientos, sino un hombre racional. Por lo tanto, estáis obligados a tratar cada trabajo con sabiduría, cuidado y con amor.

Tratad de purificad vuestro lenguaje de palabras vacías y sin sentido. Dejad que vuestro lenguaje sea claro, preciso y breve. Abandonad el lugar lleno de habladurías vanas, de furor y odio, donde reina la pelea, el entretenimiento nocivo y la estupidez.

Si decidís descansar, aseguraos de dar a vuestra mente y cuerpo un entretenimiento agradable y libre cargas durante estos minutos de relajación. No os apresuréis. Erradicad las mentiras. Sed honestos y afables. Desarrollad en vosotros un sentido de nobleza y en vuestra comunicación con la gente sed
educados y sencillos. El sentimiento del temor también deberá ser ajeno a vosotros.

Mantened el equilibrio tanto en el placer como en el sufrimiento, en la alegría como en el dolor. Perdonad siempre y al odio responded con amor. Sólo así derrotareis la mala voluntad. Vuestros pensamientos son vuestros hijos. A cada uno de ellos deberéis hacerlos bellos. Cada pensamiento deberá convertirse en una fuerza creadora dirigida hacia hacer el bien. Recordad siempre que el poder del pensamiento es muy grande. Preparaos para usarlo para beneficio del mundo.

Sed precisos en todo, veraces y certeros en vuestras acciones. De otra manera, no se os podrá confiar con un trabajo importante. La vida deberá fluir a través de vosotros en todo su esplendor y fuerza completa. No permitáis que las cosas sin importancia debiliten vuestra perseverancia en el logro de vuestra meta.
La Vida y el Amor son una fuerza poderosa y la razón por la cual todo en el Universo existe. El Amor es la fuerza que rige al mundo: todo lo que se hace por él, tiene el poder de la ley universal. Sólo con el Amor a todo, podréis derrotar al mal. Traed el amor a donde quiera que vayáis. Pronto comprenderéis el como os ayudará en todos los caminos.

Sed puros y dejad que el amor emane de vosotros, como el aroma emana de la flor. Haced la firme e inquebrantable decisión de convertiros en la expresión del amor y la voluntad de ayudar en todas partes cuando podáis. Dejad que vuestra vida sea un rayo de alegría para otros. Encontrad diamantes en vuestra
alma para que los podáis poner en el tesoro del bien común. Si tenéis más conocimiento que algunos de vuestros amigos, no os ceguéis por el orgullo de ello, no demostréis vuestra superioridad, pero compartid vuestro conocimiento si es apropiado en ese momento.

Recordad que cada minuto de vuestra vida tiene un propósito. Sed capaces de comprenderlo. Si tenéis dificultad al escoger un trabajo o profesión, consultad a vuestros superiores. Estad atentos a los minutos vacíos. La pereza puede agarraros por causa de ellos. Horas y días pueden hacerse de minutos vacíos y la tarea del verdadero hombre es grande. La vida es ciertamente multifacética e interesante. De los minutos empleados con sensatez podréis tejer la verdadera y bella tela de vuestra alma.

Por lo tanto, tratad de llenar cada minuto de vuestra vida con trabajo, conocimiento o pensamientos puros.
Dejad que el trabajo incesante os traiga placer y dejad que el fuego de la creatividad inextinguible ilumine vuestro sendero. Tratad de mantener siempre vuestros pensamientos en la pureza absoluta y pensad mucho en lo que podréis hacer para el mejoramiento de la vida de la gente y para la mitigación de sus sufrimientos. La naturaleza está rebosante de regalos puros y sagrados y está buscando receptáculos. Dejad que vuestra alma sea resplandeciente y limpia como el cristal, para la aceptación de estos regalos. Convertíos en un rayo de luz, dejad al mundo de los sueños vanos y aplicad vuestra energía a la ascensión
incesante hacia lo alto.

Dejad que vuestra alma irradie siempre luz y bienaventuranza, calor y compasión, dinamismo y deseo para ayudar al que está cerca. Entonces sentiréis como las tareas pesadas pierden su peso y las vestiduras pesarosas del sufrimiento se convierten en los velos blancos como la nieve del fulgurante gozo puro. Sed cautos y condescendientes en vuestro juicio sobre la gente, ya que sois, más bien imperfectos. Pero sed estrictos con vosotros mismos y trabajad infatigablemente en la corrección de vuestros propios defectos.
Enfrentaréis muchas pruebas en la vida. Sólo a través de ellas adquiriréis tesoros infinitos, pero estaréis preparados para superarlas con éxito, sólo si estáis armados con las amuniciones de la prudencia, la perseverancia y la fe en vosotros mismos.

Si el fracaso os sobreviniera, no perdáis el valor. El desaliento sólo debilitará vuestras fuerzas y disminuirá vuestro crecimiento interior. Es mejor movilizar vuestras fuerzas y pensar sobre cual será la mejor estrategia que podréis hallar para continuar la acción. De esta manera mejorará vuestra tenacidad y se multiplicarán vuestros poderes. Transformad cada fracaso y experiencia amarga en la más valiosa lección que os servirá como una guía en el futuro. Cada obstáculo en vuestro camino os dirá lo que es necesario desarrollar para apertrecharos de amuniciones para continuar la lucha.

Pero en la batalla deberéis siempre recordar el bienestar de aquellos que están cerca. Tened cuidado de comprar vuestro propio bienestar a costa del sufrimiento de estos cercanos. Semejante bienestar es cruel e inestable. Sed capaces de consumir vuestra energía cuidadosamente y con sensatez en cualquier trabajo. Arreglaos para tener un cuerpo fuerte, vigoroso y robusto. No lo carguéis con comida en cantidades más grandes de lo que es necesario para una nutrición normal, ni lo carguéis con nada que obviamente sea dañino para vuestra salud. Estudiad las leyes no sólo espirituales sino también las del crecimiento físico correcto. Vuestro cuerpo es una herramienta inmediata que trataréis sabiamente. A través de semejante manejo, vosotros portareis de manera más duradera, el más precioso receptáculo de fuerzas naturales y de
salud, a través de las tormentas diarias y por los caminos de incasable trabajo.

Pero este receptáculo es dado a todo cuanto existe. Por lo tanto, sed igual de sensibles a la salud de las personas, animales, pájaros y aún de las plantas. Por ejemplo, las plantas recogen la luz y el calor del sol de la misma forma que vosotros lo hacéis . Las flores al igual que vosotros morirían si fuesen privadas
de ellos. Significa de que sois hermanos, pero vosotros sois mayores, más fuertes y más inteligentes. Por lo tanto, uno debe siempre rendir ayuda adecuada al más débil y poner más atención. Estáis dotados con mayor fuerza y sabiduría que muchos ubicados bajo vosotros, por lo tanto, deberíais siempre proteger a los indefensos y a los desamparados ya sean estos gentes, animales, plantas etc.

Un dicho dice así:" Mientras más obscura es la noche, más brillantes son las estrellas" y así, seréis los portadores de la luz, el amor y el conocimiento en la obscuridad humana y la lucha terrenal. Mientras más luz tengáis mas obscuridad dispersaréis. Desarrollad en vosotros la mayor sensibilidad y amor posible a la naturaleza que os rodea y escuchareis sus voces imparables cantando un himno loable al sol dador de vida. Amad el cielo estrellado y penetrad sus profundidades. En la calma de la noche tornad vuestros ojos hacia las estrellas rutilantes, a los mundos desconocidos donde también todo está vivo, donde todo está lleno de
poderosa belleza y luz magnificente… Pero desde otros mundos nuestra Tierra también parece como un asterisco. Por lo tanto, ella también esta llena de mucha belleza y grandeza. Dejad que vuestra alma sea una cuna espaciosa capaz de abarcar esta belleza y grandeza. Dejad que vuestra alma sea un espejo capaz de reflejar la generosidad y las muchas caras del genio creador de la naturaleza.

Abrid más ampliamente vuestra percepción de la belleza a través del arte. Amad la música y la pintura. Fijaos más profundamente en el juego de colores. Afinad vuestra percepción de los sonidos. Mostrad más interés por todo, encarnando el genio de los creadores de la belleza. Al escoger por vosotros mismos una profesión, no seáis unilaterales ni estrechos de mente. Cuando sea posible, tomad interés en todo lo que pueda enriquecer vuestra perspectiva.

Regozijaos ante todo lo que sea una expresión de la belleza. Regozijaos ante los últimos rayos de la puesta del sol. Regozijaos ante los primeros rayos del sol en el amanecer. Regozijaos - y la luz del sol será más brillante para vuestra alma, y los mundos distantes estarán más cercanos. Sed como el sol, que generosamente se derrama a si mismo en luz y dinamismo. Mirad cuantos caminos a los grandes manantiales esperan por sus viajeros. Pero para ir por ellos, es necesario ir siempre adelante y la vida misma es movimiento. Hacia adelante o hacia atrás. Os movéis con cada pensamiento, paso, acción. Si ellos son dirigidos hacia el Bien, iréis invariablemente hacia adelante., pero tened cuidado de no dar pasos hacia atrás.

Es necesario alcanzar la cima de la montaña, ¡pero que difícil es la subida y que fácil es rodar hacia abajo!. ¿Es lo último razonable? Pensad en la felicidad infinita que es, el tomar posesión de la cima y la de mostrarles a otros el camino. ¡Que mucho de lo desconocido veréis desde allí!, ¡que grandes e
inmensos horizontes aparecerán ante vuestros asombrados ojos!. ¡Comprenderéis entonces todo el valor del camino recorrido! Recibiréis lo que persistentemente buscasteis por vosotros mismos, a pesar de las privaciones y las dificultades resultantes. Y así siempre, con cada minuto de vuestra vida ascended más y más alto. Recordad que durante las ascensiones difíciles se os ofrecerá una mano en ayuda.

Y mientras más grande sea vuestra ayuda a la gente, más majestuosa y amplia será vuestra mente y vuestra alma y más fácil será para vosotros las ascensiones difíciles Por lo tanto, erradicad de vosotros el sentimiento de egoísmo. No seáis un deudor de la naturaleza. Ella os ha premiado con grandes regalos. Ella ha plantado en vosotros grandes semillas. Ella está esperando - ¿Multiplicaréis
sus tesoros? ¿Los compartiréis con los demás?

Tratad de escuchar las voces de todo cuanto existe. De esa manera comprenderéis sus aspectos específicos. Habiendo comprendido - enamoraos con un amor que abarque todo lo que existe. Adquirid un más y profundo
  conocimiento. Desarrollad en vosotros la apreciación de la armonía y la belleza cuanto os sea posible. Con amor, conocimiento y belleza id a la gente. Unidlos.

Construid con ellos la vida, llena de luz, vigor, trabajo incansable y alegría. En esta gran intento creativo, adquiriréis nuevas fuentes inacabables de poder y conocimiento y al aspirar aprender los secretos escondidos de la naturaleza en nombre del Bien Común, estaréis así, pagando vuestra deuda. Siguiendo este sendero, adquiriréis las tres grandes llaves de la BELLEZA, el AMOR y el CONOCIMIENTO. Con ellos abriréis las puertas que llevan a las fuentes luminosas de la verdad divina. Sed capaces de tomar posesión de estas llaves.

LA REALIZACIÓN METAFÍSICA








Al indicar los caracteres esenciales de la metafísica, di­jimos que constituye un conocimiento intuitivo, es decir inmediato, oponiéndose en esto al conocimiento discursivo y mediato del orden racional. La intuición intelectual es más inmediata todavía que la intuición sensible, porque está más allá de la distinción del sujeto y del objeto que esta última deja subsistir; es a la vez el medio del conoci­miento y el conocimiento mismo, y, en ella, el objeto y el sujeto están unificados e identificados. Por otra parte, cual­quier conocimiento no merece verdaderamente este nom­bre sino en la medida que tiene por efecto producir tal identificación, pero que, en cualquier otra parte, queda siempre incompleto e imperfecto; en otros términos, sólo es conocimiento verdadero el que participa más o menos en la naturaleza del conocimiento intelectual puro, que es el co­nocimiento por excelencia. Cualquier otro conocimiento, siendo más o menos indirecto, sólo tiene en suma un valor simbólico o representativo; y sólo es conocimiento verdadero y efectivo el que nos permite penetrar en la naturaleza mis­ma de las cosas, y, si tal penetración puede tener lugar ya hasta cierto punto en los grados inferiores del conocimiento, sólo en el conocimiento metafísico es plena y totalmente rea­lizable.

La consecuencia inmediata de esto es que conocer y ser no son en el fondo más que una misma cosa; son, si se quie­re, dos aspectos inseparables de una realidad única, as­pectos que no se podrían distinguir siquiera verdadera­mente ahí donde todo es "sin dualidad". Esto basta para volver completamente vanas todas las "teorías del cono­cimiento" con pretensiones pseudo-metafísicas que ocupan un lugar tan grande en la filosofía occidental moderna, y que a veces hasta tienden, como en Kant por ejemplo, a absorber todo el resto, o por lo menos a subordinárselo; la única razón de ser de este género de teorías está en una actitud común a casi todos los filósofos modernos, nacida del dualismo cartesiano, actitud que consiste en opo­ner artificialmente el conocer al ser, lo cual es la negación de toda metafísica verdadera. Esta filosofía llega así a que­rer substituir el conocimiento mismo, por la "teoría del conocimiento" y ello es, por su parte, una verdadera confesión de impotencia; nada es más característico sobre el particular que esta declaración de Kant: "La mayor y quizá la única utilidad de toda filosofía de la razón pura es, después de todo, exclusivamente negativa; puesto que ella es, no un instrumento para extender el conocimiento, sino una dis­ciplina para limitarlo". Tales palabras ¿no equivalen simplemente a decir que la única pretensión de los filósofos debe ser la de imponer a todos los límites estrechos de su propio entendimiento? Éste es por lo demás el resultado in­evitable del espíritu de sistema, que es, lo repetimos, anti­metafísico en el más alto grado.

La metafísica afirma la identidad profunda del conocer y del ser, que sólo pueden poner en duda los que ignoran sus principios más elementales; y como esta identidad es esencialmente inherente a la naturaleza misma de la intui­ción intelectual, no sólo la afirma, sino que la realiza. Por lo menos esto es verdad en la metafísica integral; pero hay que agregar que lo que ha habido de metafísica en Occi­dente parece que permaneció siempre incompleto en lo que a ello concierne. Sin embargo, Aristóteles estableció clara­mente en principio la identificación por el conocimiento, declarando expresamente que "El alma es todo lo que ella conoce"; pero no parece que ni él ni sus continuadores hayan dado nunca a esta afirmación su alcance verdadero, deduciendo todas las consecuencias que ella permite, de ma­nera que permaneció para ellos como algo puramente teórico. Vale más esto que nada, sin duda, pero es por lo menos muy insuficiente, y esta metafísica occidental nos parece como doblemente incompleta: ya lo es teórica­mente, en que no va mas allá del ser, como antes lo ex­plicamos, y, por otro lado, no considera las cosas, en la medida misma en que las considera, sino de un modo sim­plemente teórico; la teoría es presentada en cierta manera como bastándose a sí misma y como siendo su propio fin, cuando normalmente no debería constituir más que una preparación, por lo demás indispensable, con vistas a una realización correspondiente.

Hay que observar aquí a propósito de la manera de emplear esta palabra de "teoría": etimológicamente, su sentido primero es el de "contemplación", y, si se le to­mara así, se podría decir que la metafísica toda entera, con la realización que implica, es la "teoría" por excelencia; sólo que el uso ha dado a esta palabra una acepción algo distinta, y sobre todo mucho más restringida. Desde lue­go, se ha adquirido la costumbre de oponer "teoría" y "práctica" y, en su significado primitivo, esta oposición, que es la de la contemplación y de la acción, todavía po­dría justificarse aquí, puesto que la metafísica está esen­cialmente más allá del dominio de la acción, que es el de las contingencias individuales; pero el espíritu occidental, orientado casi exclusivamente del lado de la acción y no concibiendo realización fuera de ésta, llegó a oponer generalmente teoría y realización. Es pues esta última oposición la que aceptamos de hecho, para no apartarnos del uso recibido y para evitar las confusiones que podrían pro­venir de la dificultad que hay en separar los términos del sentido que está uno acostumbrado a atribuirles con razón o sin ella; sin embargo, no llegaremos hasta calificar de "práctica" la realización metafísica, porque esta palabra ha permanecido inseparable, en el lenguaje corriente, de la idea de acción que expresó primitivamente, y que no se podría aplicar aquí de ningún modo.

En toda doctrina que es metafísicamente completa, como lo son las doctrinas orientales, la teoría va siempre acompa­ñada o seguida de una realización efectiva, de la cual es sólo la base necesaria: no se puede abordar ninguna reali­zación sin una preparación teórica suficiente, pero la teo­ría toda entera está ordenada con vistas a la realización, como el medio con vistas al fin, y se supone este punto de vista, por lo menos implícitamente, hasta en la expresión exterior de la doctrina. Por otra parte, la realización efec­tiva puede tener, además de la preparación teórica y des­pués de ella, otros medios de un orden muy diferente, pero que no están, ellos tampoco, destinados más que a suminis­trarle un apoyo o un punto de partida, que no tienen en suma más que un papel de "auxiliares", cualquiera que sea de hecho su importancia: ésta es, principalmente, la razón de ser de los ritos de carácter y de alcance propia­mente metafísicos cuya existencia hemos señalado. No obstante, a diferencia de la preparación teórica, estos ritos nunca son considerados como medios indispensables, no son más que accesorios y no esenciales, y la tradición hindú, en la que ocupan sin embargo un sitio importante, es por completo explícita sobre el particular; pero, por su propia eficacia, facilitan grandemente la realización metafísica, es decir la transformación de este conocimiento virtual que es la simple teoría, en un conocimiento efectivo.

Con seguridad, estas consideraciones pueden parecer extrañas a los occidentales, que no han considerado nunca ni siquiera la posibilidad de algo de este género; y sin em­bargo, a decir verdad, se podría encontrar en Occidente una analogía parcial, aunque bastante lejana, con la rea­lización metafísica, en lo que llamaremos la realización mística. Queremos decir que hay en los estados místicos, en el sentido teológico de esta palabra, algo de efectivo que hace de ellos más que un conocimiento simplemente teórico, por más que una realización de este orden esté siempre limitada por fuerza. Por el hecho mismo de que no se sale del modo propiamente religioso, no se sale tampoco del dominio individual; los estados místicos no tienen nada de supra-individual, no implican más que una extensión más o menos indefinida de las solas posibilidades individua­les, que, por lo demás, van incomparablemente más lejos de lo que por lo común se supone, y que los psicólogos no son capaces de concebir aun con todo lo que se esfuerzan por hacer entrar en su "subconsciente". Esta realización no puede tener un alcance universal o metafísico, y per­manece siempre sometida a la influencia de elementos indi­viduales, principalmente de orden sentimental; éste es el carácter mismo del punto de vista religioso, pero todavía más acentuado que en cualquiera otra parte, como ya lo señalamos, y es también, al mismo tiempo, lo que da a los estados místicos el aspecto de "pasividad" que se les reco­noce generalmente sin contar que la confusión de los dos órdenes intelectual y sentimental puede aquí ser a menudo una fuente de ilusiones. En fin, hay que notar que esta rea­lización, siempre fragmentaria y rara vez ordenada, no su­pone preparación teórica: los ritos religiosos desempeñan en ella este papel de "auxiliares" que desempeñan en otras ocasiones los ritos metafísicos, pero que es independiente, en sí misma, de la teoría religiosa que es la teología; esto no impide, por lo demás; que los místicos que poseen ciertos datos teológicos se eviten muchos errores que cometen los que están desprovistos de ellas, y son más capaces de controlar en cierta medida su imaginación y su sentimenta­lidad. Tal como es, la realización mística, o en modo reli­gioso, con sus limitaciones esenciales, es la única conoci­da en el mundo occidental; podemos decir aquí también, como hace poco, que vale más esto que nada, por más que se esté muy lejos de la realización metafísica  ver­dadera.

Hemos querido precisar este punto de vista de la reali­zación metafísica porque es esencial en el pensamiento oriental y, por otra parte, común a las tres grandes civili­zaciones de las que hemos hablado. Sin embargo, no queremos insistir más de lo debido en esta exposición, que debe por fuerza ser más bien elemental; no la consideraremos, pues, en lo que concierne espacialmente a la India, sino en lo que sea estrictamente inevitable hacerlo, porque este punto de vista es quizá todavía más difícil de comprender que cual­quier otro para la generalidad de los occidentales. Además, es necesario decir que si la teoría puede ser expuesta siempre sin reservas, o por lo menos con la sola reserva de lo que es verdaderamente inexpresable, no sucede lo mismo con lo que se refiere a la realización. 

 Fuente: René Guénon

Asamblea General del Gran Oriente de Italia







Rimini, Italia. Desde el 30 marzo y hasta el 1 de abril de 2012 se llevará a cabo la Asamblea General del Gran Oriente de Italia. El evento será organizado en el Consorzio AIA Palas de Rimini, y el tema de este año es: "Más allá de la crisis, la brújula de los valores para encontrar al hombre".

Especialistas y académicos van a debatir sobre este tema de actualidad, en conformidad con los principios de la Orden Masónica. El Consorzio AIA Palas es una construcción reciente, con un diseño arquitectónico contemporáneo.

Fuente:http://agenciadeprensamasonica.blogspot.com/2012/02/asamblea-general-del-gran-oriente-de.html



miércoles, 22 de febrero de 2012

LA GRAN LOGIA PATRIÓTICA DEL PERÚ CONVOCA A LA MEMBRESÍA AL I ANIVERSARIO DE LA R:.L:.S:. ALMIRANTE MIGUEL GRAU Nº11


El M.·.R.·.H.·. Luis F. León Pizarro convoca a la celebración del 1º Aniversario  de la R.·.L.·.S.·. Almirante Miguel Grau Nº 11, a llevarse a cabo el miércoles 22 de febrero a las 8:00p.m. en el punto geométrico acordado.

El V.·.M.·. Jorge Trigoso agradece vuestra asistencia.

martes, 21 de febrero de 2012

PENSAMIENTO METAFÍSICO Y PENSAMIENTO FILOSÓFICO








Hemos dicho que la metafísica, que está profunda­mente separada de la ciencia, no lo está menos de cuanto los occidentales, y sobre todo los modernos, designan con el nombre de filosofía, bajo el cual se encuentran reunidos ele­mentos muy heterogéneos, y hasta desemejantes por comple­to. Poco importa aquí la intención primera que los Griegos hayan querido encerrar en esta palabra "filosofía", que pa­rece haber comprendido al principio para ellos, de manera bastante indistinta, todo conocimiento humano, en los limi­tes en que eran aptos para concebirlo; sólo nos preocuparemos de lo que actualmente existe de hecho bajo esta denominación. Sin embargo, conviene hacer notar en primer lugar que, cuando hubo en Occidente metafísica verdadera, se trató siempre de unirla a consideraciones que dependen de puntos de vista especiales y contingentes, para hacerla entrar con ellas en un conjunto que llevaba el nombre de filosofía; esto muestra que los caracteres esenciales de la me­tafísica, con las distinciones profundas que implican, no fueron separados con claridad suficiente. Diremos más: el hecho de tratar a la metafísica como a una rama de la filosofía, ya sea colocándola así en el mismo plano de no importa qué relatividades, o bien calificándola de "filosofía primera", como, lo hizo Aristóteles, denota esencialmente un desconocimiento de su verdadero alcance y de su carácter de universalidad: el todo absoluto no puede ser parte de alguna cosa, y lo universal no puede ser encerrado o com­prendido en cualquier cosa que sea. Este hecho es, por sí solo, una prueba evidente del carácter incompleto de la metafísica occidental, la cual se reduce a la sola doctrina de Aristóteles y de los escolásticos; porque, con excepción de algunas consideraciones fragmentarias que pueden encon­trarse diseminadas aquí y allá, o bien de cosas que no son conocidas de manera bastante cierta, no se encuentra en Occidente, por lo menos a partir de la antigüedad clásica, ninguna otra doctrina que sea verdaderamente metafísica, ni siquiera con las restricciones que exige la mezcla de ele­mentos contingentes, científicos, teológicos o de cualquiera otra naturaleza; no hablamos de los alejandrinos, sobre los que se ejercieron directamente influencias orientales.

Si consideramos la filosofía moderna en su conjunto, podemos decir, de manera general, que su punto de vista no presenta ninguna diferencia verdaderamente esencial con el punto de vista científico: es siempre un punto de vista racio­nal, o por lo menos que pretende serlo, y cualquier conoci­miento que se mantiene en el dominio de la razón, se le ca­lifique o no de filosófico, es propiamente un conocimiento de orden científico; si pretende ser otra cosa, pierde por este hecho todo valor, aún relativo, atribuyéndose un alcance que no podría tener legítimamente: es el caso de lo que lla­maremos la pseudo-metafísica. Por otra parte, la distinción del dominio filosófico y del dominio científico es tanto me­nos justificada cuanto que el primero comprende, entre sus múltiples elementos, ciertas ciencias que son tan especiales y restringidas como las otras, sin ningún carácter que pueda diferenciarlas de manera que se les pueda conceder un rango privilegiado; tales ciencias, como la psicología o la sociología por ejemplo, son llamadas filosóficas sólo por el efecto de un uso que no se funda en ninguna razón lógica, y la filoso­fía no tiene más que una unidad puramente ficticia, histórica si se quiere, sin que se pueda decir por qué no se ha tomado o conservado la costumbre de hacer entrar en ella también a otras ciencias cualesquiera. Por lo demás, ciencias que fue­ron consideradas como filosóficas en cierta época no lo son ahora, y les basta con adquirir un desarrollo mayor para salir de este conjunto mal definido, sin que haya cambiado para nada su naturaleza intrínseca; el hecho de que algunas permanezcan todavía en él, es un vestigio de la extensión que los Griegos dieron primitivamente a la filosofía, que comprendía en efecto a todas las ciencias.

Dicho esto, es evidente que la metafísica verdadera no puede tener más relaciones, ni relaciones de otra naturaleza, con la psicología, por ejemplo, de las que tiene con la física o con la fisiología: éstas son, exactamente del mismo modo, ciencias de la naturaleza, es decir ciencias físicas en el sentido primitivo y general de esta palabra. Con mayor razón, la metafísica no puede depender en ningún grado de una ciencia especial: pretender darle una base psicológica, como lo querrían algunos filósofos que no tienen otra ex­cusa que la de ignorar totalmente lo que ella es en realidad, es querer hacer depender lo universal de lo individual, el principio de sus consecuencias más o menos indirectas y lejanas, y es también, por otro lado, terminar fatalmente en una concepción antropomórfica y, por lo mismo, propia­mente anti metafísica. La metafísica debe necesariamente bas­tarse a sí misma, siendo el único conocimiento verdaderamente inmediato, y no puede fundarse sobre otra cosa, por el hecho mismo de que es el conocimiento de los principios universales de los cuales se deriva todo lo demás, comprendidos los objetos de las diferentes ciencias, que éstas aíslan de estos principios para considerarlos según sus puntos de vista especiales; y esto, por parte de las ciencias, es sin duda legí­timo, puesto que no podrían conducirse de otro modo y unir sus objetos a principios universales, sin salir de los límites de sus dominios propios. Esta última observación muestra que no hay que pensar tampoco en fundar directamente las cien­cias sobre la metafísica: la misma relatividad de sus puntos de vista constitutivos es la que les asegura a este respecto cierta autonomía, cuyo desconocimiento tendería a provocar conflictos ahí donde normalmente no deberían producirse; este error, que gravita pesadamente sobre toda la filosofía moderna, fue inicialmente el de Descartes que, por lo demás, sólo hizo pseudo-metafísica y que no se interesó en ella sino a título de prefacio a su física, a la que creyó dar así fun­damentos más sólidos.

Si ahora consideramos la lógica, el caso es algo diferente del de las ciencias que hemos considerado hasta aquí, y a to­das las cuales se les puede llamar experimentales porque tienen como base los datos de la observación. La lógica es también una ciencia especial, puesto que es esencialmente el estudio de las condiciones propias del entendimiento huma­no; pero tiene un lazo más directo con la metafísica, en el sentido de que lo que se denomina los principios lógicos no son más que la aplicación y la especificación, en un dominio de­terminado, de verdaderos principios, que son de orden univer­sal; se puede, pues, con respecto a ellos, operar una transposición del mismo género que la que indicamos como posible a propósito de la teología. La misma observación puede ha­cerse igualmente en lo que concierne a las matemáticas: éstas, aunque de un alcance restringido, puesto que se limitan exclusivamente al solo dominio de la cantidad, aplican a su objeto especial principios relativos que pueden ser conside­rados como constitutivos de una determinación inmediata con relación a ciertos principios universales. Así pues, la lógica y las matemáticas, son, en todo el dominio científico, las que ofrecen más relaciones reales con la metafísica; pero, bien entendido, porque entran en la definición general del conocimiento científico, es decir en los límites de la razón y en el orden de las concepciones individuales, también ellas están profundamente separadas de la metafísica pura. Esta separación no permite conceder un valor efectivo a pun­tos de vista que se establecen como más o menos mixtos entre la lógica y la metafísica, como el de las "teorías del conoci­miento" y que han adquirido tanta importancia en la filosofía moderna; reducidas a lo que pueden contener de legítimo, estas teorías no son más que lógica pura y simple, y, en la parte en que pretenden superar a la lógica, no son más que fantasías pseudo-metafísícas sin la menor consistencia. En una doctrina tradicional, la lógica sólo ocupa el sitio de una rama de conocimiento secundario y dependiente, y es lo que sucede en efecto tanto en China como en la India; como la cosmología, que estudió también la Edad Media occidental, pero que ignora la filosofía moderna, no es más que una apli­cación de los principios metafísicos desde un punto de vista especial y en un dominio determinado; insistiremos sobre el particular a propósito de las doctrinas hindúes.

Lo que acabamos de decir de las relaciones de la metafí­sica y de la lógica podrá asombrar algo a los que están acos­tumbrados a considerar que la lógica domina en un sentido todo conocimiento posible, porque una especulación de un orden cualquiera no es valedera sino a condición de conformarse rigurosamente a sus leyes; sin embargo, es evidente que la metafísica, siempre en razón de su universalidad, no puede ser dependiente de la lógica, como no puede estarlo de no importa qué otra ciencia, y se podría decir que hay aquí un error que proviene de que no se concibe el conoci­miento más que en el dominio de la razón. Hay que dis­tinguir, eso sí, entre la metafísica misma, como concepción intelectual pura, y su exposición formulada: mientras que la primera escapa totalmente a las limitaciones individua­les, por lo tanto a la razón, la segunda, en la medida en que ella es posible, no puede consistir más que en una es­pecie de traducción de las verdades metafísicas en modo discursivo y racional, porque la misma constitución de cualquier lenguaje humano no permite que sea de otro modo. La lógica, como las matemáticas, es exclusivamente una ciencia del razonamiento; la exposición metafísica puede revestir un carácter análogo en su forma nada más, y, si entonces debe conformarse a las leyes de la lógica, es que estas mismas leyes tienen un fundamento metafísico esencial, sin el cual carecerían de valor; al mismo tiempo, es necesario que esta exposición, para que tenga un alcance metafísico verdadero, sea formulada siempre de tal manera que, como lo indicamos ya, deje abiertas posibilidades ilimitadas, de concepción como el dominio mismo de la metafísica.

En cuanto a la moral, hablando desde el punto de vista religioso, hemos dicho en parte lo que es, pero nos reservamos entonces lo que se refiere a su concepción propiamente filosófica, en cuanto es claramente distinta de su concepción religiosa. No hay nada, en todo el dominio de la filosofía, que sea más relativo y más contingente que la moral; a decir verdad, no es ya ni siquiera un conocimiento de orden más o menos restringido, sino simplemente un conjunto de consideraciones más o menos coherentes cuyo fin y alcance no podrían ser más que puramente prácticos, aunque a me­nudo se haga uno muchas ilusiones sobre el particular. Se trata exclusivamente, en efecto, de formular reglas que sean aplicables a la acción humana, y cuya razón de ser está por completo en el orden social porque estas reglas no tendrían ningún sentido fuera del hecho de que los individuos hu­manos viven en sociedad, constituyendo colectividades más o menos organizadas; y aun se las formula colocándose en un punto de vista especial, que, en lugar de no ser más que social como entre los orientales, es el punto de vista específicamente moral, y extraño a la mayoría de la humanidad. Hemos visto cómo podía introducirse este punto de vista en las concepciones religiosas, por la sujeción del orden social a una doctrina que ha sufrido la influencia de elementos sentimentales; pero haciendo a un lado este caso, no se ve bien lo que puede servirle de justificación. Fuera del punto de vista religioso, que da un sentido a la moral, todo lo que se relaciona con este orden debería reducirse lógicamente a un conjunto de puras y simples convenciones, establecidas y observadas únicamente con vistas a hacer posible y soportable la vida en sociedad; pero, si se reconociese francamente este carácter convencional y tomase uno su partido, no habría ya moral filosófica. También la sentimentalidad interviene aquí y para encontrar materia con la cual satisfacer sus necesi­dades especiales, se esfuerza por tomar y hacer tomar estas convenciones por lo que no son: de allí un despliegue de consideraciones diversas, unas que permanecen nítidamente sentimentales tanto en su forma como en su fondo, otras disfrazándose bajo apariencias más o menos racionales. Por lo demás, si la moral, como todo lo que corresponde a las contingencias sociales, varía grandemente según los tiempos y los países, las teorías morales que aparecen en un medio dado, por opuestas que puedan parecer, tienden todas a la justificación de las mismas reglas prácticas, que son siempre las que se observan comúnmente en este mismo medio; esto bastaría para mostrar que estas teorías carecen de todo valor real, porque están construidas por cada filósofo para poner a destiempo su conducta y la de sus semejantes, o por lo menos la de los que están más próximos a él, de acuerdo con sus propias ideas y sobre todo con sus propios sentimien­tos. Hay que hacer notar que el nacimiento de estas teorías morales se produce sobre todo en las épocas de decadencia intelectual, sin duda porque esta decadencia es correlativa o consecutiva a la expansión del sentimentalismo, y también porque, divagando sobre especulaciones ilusorias, se conserva por lo menos la apariencia del pensamiento ausente; este fenómeno tuvo lugar sobre todo entre los Griegos, cuando su intelectualidad proporcionó, con Aristóteles, todo aquello de lo que era susceptible: para las escuelas filosóficas posteriores, tales como las de los epicúreos y de los estoicos, todo se subordinó al punto de vista moral, y lo que determinó su éxito entre los Romanos, para los que cualquier especulación más ele­vada hubiera sido muy difícilmente accesible. El mismo ca­rácter se encuentra en la época actual, en la que el "mora­lismo" se vuelve extrañamente invasor pero, sobre todo esta vez, por una degeneración del pensamiento religioso, como lo demuestra el caso del Protestantismo; es natural, por otra parte, que pueblos de mentalidad puramente práctica, cuya civilización es del todo material, traten de satisfacer sus aspiraciones sentimentales con este falso misticismo que en­cuentra una de sus expresiones en la moral filosófica.

Hemos pasado revista a todas las ramas de la filosofía que presentan un carácter bien definido; pero hay además, en el pensamiento filosófico, toda clase de elementos bastante mal determinados, que no se pueden hacer entrar propiamente en ninguna de estas ramas y cuya ligazón no está constituida por algún rasgo de su propia naturaleza, sino sólo por el hecho de su agrupamiento en el interior de una misma con­cepción sistemática. Por ello, después de haber separado por completo la metafísica de las diversas ciencias llamadas filosóficas, hay que distinguirla, además, no menos profundamente, de los sistemas filosóficos, una de cuyas cau­sas más comunes es, lo dijimos ya, la pretensión a la origina­lidad intelectual; el individualismo que se afirma en esta pretensión es manifiestamente contrario a cualquier espíritu tradicional, y también incompatible con cualquier concep­ción que tenga un alcance metafísico verdadero. La meta­física pura excluye esencialmente todo sistema, porque un sistema, cualquiera que sea, se presenta como una concepción cerrada y limitada, como un conjunto más o menos estre­chamente definido y limitado, lo que de ningún modo es conciliable con la universalidad de la metafísica; y, por lo demás, un sistema filosófico es siempre el sistema de alguien, es decir una construcción cuyo valor no puede ser más que individual. Además, cualquier sistema está necesariamente establecido sobre un punto de partida especial y relativo, y puede decirse que no es, en suma, sino el desarrollo de una hipótesis, mientras que la metafísica, que tiene un carácter de absoluta certidumbre, no podría admitir nada de hipoté­tico. No queremos decir que todos los sistemas no puedan contener cierta parte de verdad, en lo que se refiere a tal o cual punto particular; pero es que son ilegítimos en tanto que sistemas, y a la forma sistemática misma le es inherente la falsedad radical de tal concepción tomada en su conjunto. Leibniz decía con razón que "todo sistema es verdadero en lo que afirma y falsa en lo que niega", es decir, en el fondo, que es tanto más falso cuanto más estrechamente limitado está, o, lo que equivale a lo mismo, más sistemático, porque semejante concepción termina inevitablemente en la nega­ción de todo lo que es impotente para contener; y esto de­bería, en toda justicia, aplicarse al mismo Leibniz, así como a los otros filósofos, en la medida que su propia concep­ción se presenta también como sistema; todo lo que se encuentra en él de metafísica verdadera está, por lo demás, tomado de la escolástica, y eso, desnaturalizado a menudo, por mal comprendido. Para la verdad de lo que afirma un sistema, no habría que ver ahí la expresión de un "eclecti­cismo" cualquiera; esto equivale a decir que un sistema es verdadero en la medida que permanece abierto sobre posibilidades menos limitadas, lo que es evidente, pero que im­plica precisamente la condenación del sistema como tal. Como la metafísica está fuera y más allá de las relatividades, que pertenecen todas al orden individual, escapa por eso mismo a toda sistematización, y no se deja encerrar en nin­guna fórmula. Ahora se puede comprender lo que entendemos exactamente por pseudo-metafísica: es todo lo que, en los sistemas filosóficos, se presenta con pretensiones metafísicas, total­mente injustificadas por el hecho de la misma forma sistemática, que basta para quitar a las consideraciones de este género cualquier alcance real. Ciertos problemas que habitualmente plantea el pensamiento filosófico aparecen hasta como desprovistos, no sólo de toda importancia, sino de todo significado; hay allí una multitud de cuestiones que sólo descansan sobre un equívoco, sobre una confusión de puntos de vista, que no existen en el fondo sino porque están mal planteadas, y porque no hay motivo para plantearlas realmente; bastaría pues, en muchos casos, con precisar su enunciado para hacerlas desaparecer pura y simplemente, si la filosofía no tuviera, por el contrario, el mayor interés en conservarlas, porque vive sobre todo de equívocos. Hay tam­bién otras cuestiones, que pertenecen a órdenes de ideas muy diversos, que se pueden plantear, pero para las cuales un enunciado preciso y exacto acarrearía una solución casi inmediata, porque la dificultad que en ellas se encuentra es más verbal que real; pero si entre estas cuestiones hay algu­nas cuya naturaleza sería susceptible de tener cierto alcance metafísico, lo pierden completamente por estar incluidas en un sistema, porque no basta que una cuestión sea de natura­leza metafísica, se necesita además que, siendo reconocida como tal, sea considerada y tratada metafísicamente. Es evi­dente, en efecto, que una misma cuestión puede ser tratada, ya sea desde el punto de vista metafísico, o bien desde otro punto de vista cualquiera; así también las consideraciones a las cuales la mayoría de los filósofos han creído oportuno entregarse sobre toda clase de cosas, pueden ser más o menos interesantes en sí mismas, pero no tienen, en todo caso, nada de metafísico. Es por lo menos lamentable que la falta de precisión que es tan característica del pensamiento occiden­tal moderno, y que aparece tanto en las mismas concepcio­nes como en su expresión, y permite discutir indefinidamente sin discernimiento y sin llegar a resolver nada, deje libre el campo a una multitud de hipótesis que con seguridad tiene uno el derecho de llamar filosóficas, pero que no tienen absolutamente nada en común con la metafísica verdadera. A este propósito podemos también hacer notar, de ma­nera general, que las cuestiones que se plantean en cierto modo accidentalmente, que sólo tienen un interés particular y momentáneo, como se encuentran muchas en la historia de la filosofía moderna, están por esto mismo manifiestamente desprovistas de cualquier carácter metafísico, puesto que este carácter no es otra cosa que la universalidad; las cuestiones de este género pertenecen por lo común a la categoría de los problemas cuya existencia es artificial. No puede ser verdaderamente metafísico, lo repetimos una vez más, sino lo que es absolutamente estable, permanente, independiente de todas las contingencias, y en particular de las contingencias históricas; lo que es metafísico, es lo que no cambia, y es también la universalidad de la metafísica lo que hace su unidad esencial, independientemente de la mul­tiplicidad de los sistemas filosóficos así como de los dog­mas religiosos, y, por consecuencia, su profunda inmutabili­dad.

De lo que precede resulta, así mismo, que la metafísica no tiene ninguna relación con todas las concepciones tales como el idealismo, el panteísmo, el espiritualismo, el materialismo, que tienen precisamente el carácter sistemático del pensamiento filosófico occidental; es una manía común de los orientalistas la de querer hacer entrar a toda costa el pensamiento oriental en estos cuadros estrechos que no están hechos para él; señalaremos especialmente más tarde el abuso que se hace así de estas vanas etiquetas, o por lo menos de algunas de ellas. Sólo queremos por el momento insistir sobre este punto: que la querella del espiritualismo y del materialismo, en torno de la cual gira casi todo el pensamiento filosófico desde Descartes, no interesa en nada a la metafísica pura; éste es, por lo demás, un ejemplo de estas cuestiones que tuvieron su época y a las que aludíamos hace poco. En efecto, la dualidad "espíritu-materia" nunca se planteó como absoluta e irreductible antes de la época cartesiana; los antiguos, principalmente los Griegos, ni siquiera tenían la noción de "materia" en el sentido mo­derno de la palabra, como no la tiene en la actualidad la mayoría de los orientales: en sánscrito no existe ninguna palabra que responda a esta noción, ni siquiera de lejos. La concepción de una dualidad de este género tiene por único mérito el de representar bastante bien la apariencia exterior de las cosas; pero precisamente porque se atiene a las apariencias es del todo superficial, y, colocándose en un punto de vista especial puramente individual, se torna negación de toda metafísica en cuanto se le quiere atri­buir un valor absoluto afirmando la irreductibilidad de sus dos términos, afirmación en la cual reside el dualismo propiamente dicho. No hay que ver en esta oposición del espíritu y de la materia más que un caso muy particular del dualismo, porque los dos términos de la oposición po­drían ser distintos de estos dos principios relativos, y sería igualmente posible considerar de la misma manera, según otras determinaciones más o menos especiales, parejas inde­finidas de términos correlativos diferentes de aquel. De manera general, el dualismo tiene por carácter distintivo detenerse en una oposición entre dos términos más o menos particulares, oposición que, sin duda, existe realmente des­de cierto punto de vista; y ésta es la parte de verdad que encierra el dualismo; pero, al, declarar esta oposición irre­ductible y absoluta, cuando es totalmente relativa y contingente, se le impide ir más allá de los dos términos que planteó uno frente a otro, y se encuentra así limitado en lo que hace su carácter de sistema. Si no se acepta esta limitación, y si se quiere resolver la oposición en la cual persiste obstinada­mente el dualismo, se podrá presentar distintas soluciones; y, desde luego, encontramos dos en los sistemas filosóficos que se pueden agrupar bajo la denominación común de mo­nismo. Se puede decir que el monismo se caracteriza esencialmente por, esto: al no admitir que haya una irreducti­bilidad absoluta, y al querer superar la oposición aparente, cree lograrlo reduciendo uno de sus dos términos al otro; si se trata en particular de la oposición del espíritu y de la materia, se tendrá así, por una parte, el monismo espi­ritualista, que  pretende reducir la materia, al espíritu, y, por otra parte, el monismo materialista, que pretende por el contrario reducir el espíritu a la materia. El mo­nismo, cualquiera que sea, tiene razón al admitir que no hay oposición absoluta, porque, en esto, está menos estrictamente limitado que el dualismo, y constituye al menos un esfuerzo para penetrar más en el fondo de las cosas; pero cae casi fatalmente en otro defecto y descuida por completo, si es que no niega, la oposición que, aun no siendo más que una apariencia, siempre merece ser considerada como tal: es aquí también, donde el exclusivismo de sistema comete su primera falta. Por otra parte, al querer reducir directamente uno de los dos términos al otro, nun­ca se sale por completo de la alternativa planteada por el dualismo; puesto que no considera nada que esté fuera de estos dos mismos términos de los cuales había hecho sus principios fundamentales; hasta habría motivo para preguntarse si, siendo correlativos estos dos términos, el uno tiene aún su razón de ser  sin el otro, si es lógico conservar el uno en cuanto se suprime el otro. Además, nos encontramos entonces en presencia de dos soluciones que, en el fondo, son mucho más equivalentes de lo que parecen superficial­mente: que el monismo espiritualista afirme que todo es espíritu, y que el monismo materialista afirme que todo es materia, esto en suma tiene poca importancia, tanto más cuanto que cada uno está obligado a atribuir al principio que conserva las propiedades más esenciales del que suprime. Se concibe que, en este terreno, la discusión entre espiri­tualistas y materialistas degenere pronto en una simple que­rella de palabras; las dos soluciones monistas opuestas no constituyen en realidad más que las dos faces de una so­lución doble, por lo demás del todo insuficiente. Es aquí donde debe intervenir otra solución, pero mientras que con el dualismo y el monismo sólo teníamos dos tipos de concepciones sistemáticas y de orden simplemente filosófico, ahora va a tratarse de una doctrina que se coloca, por el contrario, en el punto de vista metafísico, y que, por consiguiente, no ha recibido ninguna denominación en la filosofía occidental, que la ignora.

Designaremos esta doctrina como el "no-dualismo", o mejor todavía como la "doctrina de la no-dualidad", si se quiere traducir tan exactamente como es posible el término sánscrito "adwaita-vâda" que no tiene equivalente usual en ninguna lengua europea; la primera de estas dos expresiones tiene la ventaja de ser más breve que la segunda, y por esto la adoptaremos de buen grado, pero tiene sin embargo un inconveniente en razón de la presencia de la terminación "ismo", que en el lenguaje filosófico va unida por lo común a la designa­ción de sistemas; se podría, es verdad, decir que hay que hacer llevar la negación sobre la palabra "dualismo" toda entera, comprendida su terminación, entendiendo por esto que esta negación debe aplicarse precisamente al dualismo como concepción sistemática. Sin admitir más irreductibi­lidad absoluta que el monismo, el "no-dualismo" difiere profundamente de éste, en que no pretende de ningún modo por esto que uno de los dos términos sea pura y simplemente reductible al otro; considera a uno y otro si­multáneamente en la unidad de un principio común, de orden más universal y en el cual están contenidos igual­mente, no ya como opuestos para hablar con propiedad, sino como complementarios, por una especie de polarización que no afecta en nada a la unidad esencial de este principio co­mún. Así, pues, la intervención del punto de vista meta­físico tiene por efecto resolver inmediatamente la oposi­ción aparente, y ella sola permite hacerlo de verdad allí donde mostraba su impotencia el punto de vista filosófico; y lo que es cierto para la distinción del espíritu y de la materia lo es igualmente para no importa qué otra de todas las que se podría establecer también entre aspectos más o menos especiales del ser, y que son en cantidad indefinida. Si se puede considerar simultáneamente toda esta infinidad de distinciones que son así posibles, y que son todas igualmente verdaderas y legítimas desde sus puntos de vista respectivos, es que no está uno ya encerrado en una sistematización limitada a una de estas distinciones con exclusión de todas las otras; y, así, el "no-dualismo" es el único tipo de doctrina que responde a la universalidad de la metafísica. Los diversos sistemas filosóficos pueden en general, bajo uno u otro concepto, unirse ya sea al dualismo, ya sea al monismo; pero sólo el "no-dualismo", tal como acabamos de indicarlo al principio, es susceptible de superar inmensamente el alcance de toda filosofía, porque es pro­pia y puramente metafísico en su esencia, o, en otros términos, constituye una expresión del carácter más esencial y más fundamental de la misma metafísica.

Si hemos creído necesario extendernos sobre estas consi­deraciones tan largamente como lo hemos hecho, es debido a la ignorancia en que se está por lo común en Occidente sobre todo lo que concierne a la metafísica ver­dadera, y también porque tienen con nuestro asunto una relación muy directa, aunque no lo piensen así algunos, puesto que la metafísica es el centro único de todas las doc­trinas del Oriente, de modo que no se puede comprender nada de ellas mientras no se haya adquirido de la metafísica una noción por lo menos suficiente para evitar cualquier confusión posible. Al señalar toda la diferencia que separa un pensamiento metafísico de un pensamiento filosófico, hemos hecho ver cómo los problemas clásicos de la filosofía, aun los que ella considera como más generales, no ocupan rigurosamente ningún sitio con respecto a la metafísica pura: la transposición, que tiene por objeto hacer aparecer el sentido profundo de ciertas verdades, desvanece aquí estos pretendidos problemas, lo que demuestra precisamente que no tienen ningún sentido profundo. Por otra parte, esta exposición nos ha suministrado la oportu­nidad de indicar el significado de la concepción de la "no-dualidad", cuya comprensión, esencial a toda metafísica, no lo es menos a la interpretación más particular de las doctri­nas hindúes; ello es evidente, por lo demás, desde el momento en que estas doctrinas son de esencia puramente metafísica .

Agregaremos aún una observación cuya importancia es capital: no sólo no puede estar limitada la metafísica por la consideración de una dualidad cualquiera de aspectos complementarios del ser, ya se trate de aspectos muy espe­ciales como el espíritu y la materia, o, por el contrario, de aspectos tan universales como es posible, como los que se pueden designar con los términos de "esencia" y de "subs­tancia", sino que tampoco podría estar limitada por la concepción del ser puro en toda su universalidad, porque no debe estarlo por nada absolutamente. La metafísica no puede definirse como "conocimiento del ser" de una mane­ra exclusiva, como lo hizo Aristóteles: ésta es propiamente la ontología, que sin duda es de la incumbencia de la metafísi­ca, pero que no por esto constituye toda la metafísica; y a ello se debe que lo que hubo de metafísica en Occidente haya quedado siempre insuficiente e incompleto, lo mis­mo que bajo otro concepto que indicaremos más adelante, el ser no es verdaderamente el más universal de todos los principios, lo que sería necesario para que la metafísica se redujese a la ontología, y esto porque, aun siendo la más primordial de todas las determinaciones posibles, ya es sin embargo una determinación, y toda determinación es una limitación, en la cual no se podría detener el punto de vista metafísico. Un principio es evidentemente tanto menos uni­versal cuanto es más determinado, y por esto más relativo; podemos decir que, de una manera en cierto modo matemática, un "más" determinativo equivale a un "me­nos" metafísico. Esta indeterminación absoluta de los prin­cipios más universales, por lo tanto de los que deben ser considerados antes que todos los otros, es causa de grandes dificultades, no en la concepción, salvo quizá para los que no están acostumbrados a ellos, sino al menos en la expo­sición de las doctrinas metafísicas, y obliga a menudo a ser­virse de expresiones que en su forma exterior son puramente negativas. Así, por ejemplo, la idea del Infinito, que es en realidad la más positiva de todas, puesto que el Infinito no puede ser más que el todo absoluto, lo que, no estando limitado por nada, no deja nada fuera de si, esta idea, decimos, no puede expresarse más que por un término de forma negativa, porque, en el lenguaje, toda afirmación directa es por fuerza la afirmación de alguna cosa, es decir una afirmación particular y determinada; pero la negación de una determinación o de una limitación es propiamente la negación de una negación, por lo mismo una afirmación real, de manera que la negación de toda determinación equivale en el fondo a la afirmación abso­luta y total. Lo que decimos para la idea del Infinito po­dría aplicarse igualmente a muchas otras nociones metafí­sicas extraordinariamente importantes,  pero  basta este ejemplo para lo que nos proponemos hacer comprender aquí; y, por lo demás nunca hay que perder de vista que la metafísica pura es, en sí, absolutamente independiente de todas las terminologías más o menos imperfectas con las que tratamos de revestiría para que sea más accesible a nuestra comprensión.

 Fuente:  René Guénon