martes, 27 de septiembre de 2016

EL HOMBRE DE LOS BOSQUES - HERMANN HESSE





LUIS LEON PIZARRO



En el comienzo de las primeras edades, antes de que la humanidad se extendiera por la tierra, existían los hombres de los bosques.  Vivían aislados y empavorecidos en  la penumbra de las selvas tropicales, en constante pelea con sus parientes los monos, y toda su existencia estaba presidida por una única divinidad y una única ley; el bosque. El Bosque era patria, refugio, cuna, nido y sepulcro, y fuera del bosque no cabia pensar en vivir. Se evitaba llegar hasta sus lindes, y el que por un azar especial  de caza o huida era empujado hasta ellos contaba tembloroso y angustiado, del alucinante espacio vacío, donde fulguraba la espantosa nada en mortales rayos solares.

Erase un viejo hombre de los bosques que había huido decenios atrás, perseguido por animales salvajes más allá del ultimo extremo del bosque e inmediatamente se había quedado ciego.  Era a la sazón una especie de sacerdote y santo y se llamaba Mata Dalam (el de los ojos interiores): había compuesto el himno sagrado del bosque, que se cantaba en las grandes tormentas, y tenía amplía audiencia entre los hombres del bosque.  Su gloria y su secreto consistían en que había visto con sus ojos el sol, sin haber muerto.

Los hombres del bosque eran pequeños y morenos y de fuerte pelambre, caminaban agachados y tenían medrosos ojos salvajes.  Podían moverse como hombres y como monos y se sentían tan seguros en las ramas de los árboles como en tierra.  No sabían hacer casas ni cabañas, pero sí armas de diversas clases, así como ornamentos.  Fabricaban arcos, flechas, lanzas y mazas de maderas duras, collares de fibra, guarnecidos de bayas o nueces secas; llevaban alrededor del cuello o en el cabello sus dijes: dientes de jabalí, garras de tigre, plumas de papagayo, moluscos de río. En medio del bosque infinito fluía el gran río, pero los hombres del bosque sólo de noche osaban acercarse a sus orillas, y muchos no lo habían visto nunca.  Los más audaces se deslizaban a veces, por la noche, desde la espesura, medrosos y al acecho, atisbando al tenue resplandor los elefantes bañándose, miraban a través de las ramas colgantes y contemplaban espantados, por entre la malla de los manglares tupidos, las estrellas titilantes. Jamás miraban al sol,  y se consideraba extremadamente peligroso fijar la vista en su reflejo durante el verano.

A aquella tribu del bosque, que presidía el ciego Mata Dalam, pertenecía el joven Kubu, y éste era el jefe y representante de los jóvenes y los descontentos.  Porque existía gente descontenta, desde que Mata Dalam envejeciera y se hiciera más tiránico. Sus prerrogativas habían consistido hasta entonces en que él, el ciego, fuera sustentado por los demás, y también se le pedía consejo y se cantaba su himno del  bosque. Pero unos pocos jóvenes y descreídos aseguraban que el viejo era un impostor y solo buscaba su propio provecho.

La ultima novedad que Mata Dalam había introducido era una fiesta de novilunio en la que el se sentaba en el centro de un círculo y tocaba el tambor cortical.  La gente debía danzar dentro del círculo y cantar la canción gol elah hasta agotarse y caer todos rendidos, de rodillas.  Entonces tenían que horadarse la oreja izquierda con una espina, y las mujeres jóvenes habían de ser llevadas al sacerdote y éste horadaba a cada una la oreja con la espina.

Kubu, junto con algunos de sus coetáneos, había rehusado someterse a esta práctica y su idea era incitar a las muchachas jóvenes a la resistencia.  En una ocasión estuvieron a. punto de triunfar y de romper el poderío del sacerdote.  El viejo estaba celebrando un novilunio y horadaba a las jovencitas la oreja izquierda.  Pero una joven fuerte lanzó gritos espantosos y opuso resistencia, y entonces sucedió que el ciego clavó la espina en el ojo de la muchacha, y el ojo saltó. En aquel momento la joven grito tan desesperadamente, que todos acudieron, y al ver lo que había pasado, enmudecieron impresionados e indignados.  Entonces los jóvenes se mezclaron en el tumulto y Kubu se atrevió a sujetarle al sacerdote por la espalda; pero el viejo se levantó delante de su tambor y profirió con voz cascada y sarcástica una maldición tan horripilante, que todos huyeron aterrados y al joven mismo se le heló el corazón de espanto.  El viejo sacerdote dijo frases cuyo sentido estricto nadie pudo entender, que en su estilo y tono violento y tremebundo evocaban las temibles palabras sacrales del culto. Maldijo los ojos del joven, que destinó a ser pasto de los buitres, y maldijo sus entrañas, de las que profetiz6 que un día serían calcinadas en campo abierto por el sol.  Luego ordeno al sacerdote, que a la sazón tenia más poder que nunca, que trajeran de nuevo a la muchacha a su presencia y le clavó la espina también en el segundo ojo; todos presenciaron aterrorizados la escena y nadie osó rechistar.

- Morirás fuera – había maldecido el viejo a Kubu, y desde entonces todos rehuyeron al joven como un ser sin remedio. «Fuera» significaba fuera de la patria, fuera de la penumbra del bosque.  Fuera significaba pavor, sol abrasador vacío ardiente y mortal.

Kubu, aterrado, huyó lejos, y cuando vio que todos le evitaban, se ocultó en un tronco hueco y se dio por perdido.  Allí pasó días y noches, oscilando entre el miedo mortal y la, obstinación, sin saber sí la gente de su tribu vendría para matarle, o si el mismo sol iba a irrumpir en el bosque y le iba a asediar, perseguir y liquidar.  Pero allí no llegó ni la flecha ni la lanza, ni el sol ni el rayo fulminante; sólo llegó un profundo abatimiento y la voz apremiante del hambre.
Entonces Kubu se levantó y descendió del árbol, medroso y con un sentimiento casi de decepción.

-No me ha pasado nada con la maldición del sacerdote -dijo asombrado, y fue a buscar comida, y tras haberse alimentado y sentir de nuevo la vida correr por sus miembros, retornaron a su alma el orgullo y el odio.  Ya no quería volver a los suyos.  Ahora quería ser un solitario y un expulsado, objeto de odio, y a quien el sacerdote, la bestia ciega, había fulminado con sus maldiciones impotentes.  Quería vivir solo para siempre, pero antes quería tomarse su venganza.

Y fue y reflexionó.  Pensó sobre aquello que siempre había despertado sus dudas y le había parecido impostura, y ante todo sobre el tambor del sacerdote y sus fiestas, y cuanto más pensaba y más tiempo pasaba solo, con tanta mayor claridad pudo ver que sí, que era engaño, que todo era engaño y mentira.  Y como había llegado tan lejos, siguió pensando v enfocó su desconfianza, que ya había ganado en lucidez, hacia todo lo que se hacía pasar como verdadero y sagrado. ¿Qué pensar, por ejemplo, del dios del bosque y de la canción sagrada?  Oh, también eso era nada, también eso era impostura.  Y superando un terror íntimo, entonó la canción del bosque con voz irónica y despectiva trastocando todas las palabras, y pronunció tres veces el nombre de la divinidad, que fuera del sacerdote nadie podía proferir bajo pena de muerte, y quedó tan tranquilo y no se desató ninguna tempestad ni le hirió ningún rayo.

Durante varios días y semanas anduvo errante el solitario, con la frente contraída y la mirada punzante.  También se fue durante el plenilunio a la orilla. del río, cosa que aun nadie había osado jamás.  Allí miró primero el reflejo de la luna y luego la misma luna llena, y las estrellas por largo rato y con valentía, y no le sobrevino ninguna desgracia.  Se pasó noches enteras en la ribera, embriagándose de luz prohibida y dando rienda suelta a sus pensamientos.  Muchos planes audaces y terribles afloraron en su alma.  La luna es mi amiga, pensó, y la estrella es mi amiga, mientras que el ciego es mi enemigo.  Entonces el «exterior» es quizá mejor que nuestro interior, y tal vez toda la sacralidad del bosque es una patraña. Y una noche dio, anticipándose a muchas generaciones, en la temeraria e increíble idea de que cabría atar con fibra algunas ramas de árbol, colocarse encima y atravesar la corriente.  Sus ojos se iluminaron y su corazón latió con violencia.  Pero no había nada que hacer; el río estaba plagado de cocodrilos.

Entonces no le quedó otro camino de futuro que el de abandonar el bosque, alcanzar su linde, caso de que el bosque tuviese realmente un término, y confiarse luego al ardiente vacío, el terrible «exterior».  Tenía que ir a ver a aquel monstruo, el sol, y exponerse a él. Pues...¿quién sabe? al final podía resultar también la terribilisima doctrina del sol una mentira.

Este pensamiento, el último de una serie audaz, frenética, hizo estremecerse a Kubu. Jamás a lo largo  de todas las épocas había osado un hombre del bosque abandonar voluntariamente éste y exponerse al terrible sol.  Y paso días y días  rumiando la idea.  Finalmente, se armó de valor.  Se deslizó, temblando, en la claridad del mediodía hacía el río, se aproximó sigiloso a la luminosa orilla v buscó con ojos espantados la imagen del sol en el agua.  El resplandor hirió dolorosamente y cegó sus ojos, tuvo que cerrarlos al instante, pero tras una pausa volvió a abrirlos, y así reiteradamente, y tuvo éxito.  Era posible " tolerarlo “, incluso era gozoso y confortador.  Kubu se familiarizó con el sol.  Lo amó, aunque le podía matar, y odió en cambio el viejo bosque... sombrío v sospechoso, donde los sacerdotes torturaban y donde él, el joven y el valeroso, fuera proscrito y expulsado.

Ahora había madurado su decisión y puso manos a la obra como quien va a recoger un dulce fruto. Con un martillo nuevo, ligero, de jabí, al que había provisto de un mango fino, se fue a la madrugada siguiente en busca del Mata Dalam, descubrió su huella y le encontró a él mismo, le golpeó la cabeza con el martillo y vio cómo su alma escapaba de su boca torcida.  Colocó el arma sobre su pecho, para que se supiera quién había matado al viejo, y sobre la tersa superficie del martillo pergeñó trabajosamente, con una concha de molusco, un dibujo que representaba un disco con muchos rayos rectilíneos: la imagen del sol.

Emprendió animoso su peregrinaje hacia el lejano «exterior» y caminó de la mañana a la noche en la misma dirección, durmió en la enramada y de madrugada continuó la marcha, y así durante días, atravesando riachuelos y pantanos, hasta que llego a una comarca escarpada con capas de piedras cubiertas de musgo como jamás había visto, y subiendo hacia la montaña, siempre entre bosques, se vio finalmente obstaculizado por desfiladeros, de suerte que a la postre llego a dudar, se dejo llevar del desanimo y le vino el pensamiento que quizá a los habitantes del bosque les estaba vedado por un dios abandonar su patria.

Y por fin un atardecer, tras un largo tiempo de constante ascensión y respirando una atmósfera cada vez más alta, más seca y más ligera, llegó de improviso al limite.  Se acabó el bosque, pero con el bosque cesó también la tierra firme; el bosque se lanzaba allí al vacío del aire, como si en aquel punto cesara el mundo.  No se veía otra cosa que un lejano y tenue arrebol y allá arriba unas estrellas, pues va había empezado a anochecer.

Kubu se sentó en el confín del mundo y se agarró a las plantas trepadoras para no precipitarse en el vacío.  Aterrado y con honda excitación pasó la noche acurrucado sin pegar ojo, y con las primeras luces de la madrugada se puso en pie impaciente y aguardó, asomado sobre el vacío, a que se hiciera de día.

Franjas gualdas de bella luz se encendieron en la lejanía, y el cielo parecía estremecerse  de expectativa como se estremecía Kubu, que nunca había visto amanecer en el espacio anchuroso.
Haces de rayos dorados iluminaron el horizonte, y súbitamente  asomó en el cielo, más allá de la enorme garganta del mundo, el sol rubicundo y magnífico.  Asomo desde una nada infinita y grisácea, que pronto se tornó de color azul oscuro: el mar.

Ante el estremecido hombre de los bosques se había desvelado el «exterior».  A sus pies la montaña se precipitaba hasta profundidades invisibles y humeantes, enfrente  se alzaba rosácea y con irisaciones  de pedrería una cordillera rocosa, a un flanco se extendía lejano e imponente el mar oscuro, y la costa corría blanca y espumosa, adornada de pequeños árboles cimbreantes.  Y sobre todo esto, sobre las mil formas nuevas, extrañas y poderosas se elevaba el sol y derramaba un torrente de luz al mundo, que fulguraba en brillantes colores.

Kubu no pudo mirar al sol de frente. Pero vio derramarse su luz en ondas policromas por montes, rocas y costas e inundar las lejanas islas azules, y se postró en tierra e inclinó la cabeza ante los dioses de aquel mundo radiante. Ay, ¿quién era él, Kubu?  Era un pequeño e inmundo animal, que se había pasado toda su aletargada existencia en la ciénaga oscura del bosque virgen, medroso y sombrío y sometido a díosecillos infames.  Pero ahí estaba el mundo y su dios supremo era el Sol ; el prolongado y vergonzoso sueño de su vida en el bosque quedaba atrás, y ahora comenzaba a disiparse en su alma junto con la lívida imagen del sacerdote muerto.  Ayudándose de las manos y los pies bajo Kubu al fondo del abismo abrupto, de cara a la luz y  a la mar, y en su alma vibró, en fugaz transporte de dicha, la imagen embelesadora de una tierra luminosa regida por el sol, donde vivieran seres limpios, liberados y que a nadie estuvieran sometidos sino al sol.

lunes, 26 de septiembre de 2016

DENTRO Y FUERA - HERMANN HESSE






LUIS LEON PIZARRO




Había una vez un hombre llamado Frederick; se dedicaba a tareas intelectuales y poseía una amplia extensión de conocimientos. Sin embargo, no todos los conocimientos significaban lo mismo para él, ni apreciaba cualquier actividad intelectual. Tenía preferencia por un cierto tipo de pensamiento, desdeñando y detestando los otros. Sentía un profundo amor y respeto por la lógica -ese método admirable- y, en general, por lo que él llamaba "ciencia".

"Dos y dos son cuatro -acostumbraba a decir-. Esto es lo que creo; y el hombre debe construir su pensamiento sobre la base de esta verdad."

No ignoraba, sin duda, que existían otras clases de pensamiento y cultura; pero no los consideraba como "ciencia", y tenía una pobre opinión de ellos. Aunque librepensador, no era intolerante con la religión. La religión estaba fundada en un tácito acuerdo entre científicos. Durante varios siglos su ciencia había abarcado casi todo lo que existía sobre la tierra y era digno de conocerse, con una sola excepción: el alma humana. Con el transcurso del tiempo, se convirtió en costumbre abandonar esta materia a la religión, y permitir sus especulaciones sobre el alma, aunque sin considerarlas seriamente. Según esto, Frederick era también tolerante en lo referente a la religión; no obstante, todo lo que significaba superstición le era profundamente odioso y repugnante. Pueblos lejanos, incultos y retrasados podían recurrir a ella; en la remota antigüedad podía admitirse el pensamiento místico o mágico; pero con el nacimiento de la ciencia y de la lógica esas anticuadas y dudosas herramientas carecían de sentido.

Eso es lo que decía y lo que pensaba. Cuando algún vestigio de superstición aparecía ante él, se encolerizaba Y sentía como sí hubiese sido atacado por algo hostil.
No obstante, lo que más le irritaba era hallar tales vestigios entre hombres de su propia clase, educados y versados en los principios del pensamiento científico. Y nada le era tan doloroso e intolerable como el concepto escandaloso -que había oído recientemente formulado y discutido incluso por hombres de gran cultura-, la idea absurda de que el "pensamiento científico" no era posiblemente un hecho supremo, independiente del tiempo, eterno, preordenado e inexpugnable, sino sólo uno de tantos, una transitoria manera de pensar, no impenetrable al cambio y a la decadencia. Esa creencia irreverente, destructiva y venenosa se extendía; ni el propio Frederick era capaz de negarlo; había surgido al azar como resultado de la angustia originada en todo el mundo por la guerra, la revolución, y el hambre, a la manera de un aviso, como espiritual escritura de una blanca mano sobre un blanco muro.

Mientras más sufría Frederick por la existencia de esa idea y por lo profundamente que lograba afligirle, más apasionadamente la atacaba, tanto a ella como a aquéllos a quienes sospechaba sus secretos defensores. Hasta entonces sólo muy pocas personas verdaderamente cultivadas habían proclamado abierta y francamente su fe en la nueva doctrina, que parecía destinada, de lograr difusión y fuerza, a destruir todos los valores espirituales sobre la tierra y a provocar el caos. Pero la situación no había llegado aún a tal extremo y los dispersos mantenedores eran tan pocos en número que cabía considerarlos como casos singulares y excéntricos, elementos peculiares. Pero una gota del veneno, una emanación de esa idea, podía ser percibida en cualquier momento. De un modo u otro podían surgir entre el pueblo y los medios cultivados una serie de nuevas doctrinas esotéricas, con sus sectas y discípulos; el mundo estaba lleno de ellas, por doquier se veía amenazado por la superstición, el misticismo, los cultos espirituales y otras fuerzas misteriosas, a las cuales era necesario combatir; pero la ciencia, por un particular sentimiento de debilidad, les había concedido hasta el presente vía libre.

Un día, Frederick visitó a uno de sus amigos, con quien frecuentemente había investigado. Hacía algún tiempo que no lo había visto. Mientras iba subiendo por la escalera de la casa, intentó recordar cuándo y dónde había estado por última vez en compañía de su amigo, pero, aunque se enorgullecía de su excelente memoria, no lo conseguía. Imperceptiblemente molesto y malhumorado, mientras aguardaba ante la puerta de su amigo intentó liberarse de esta sensación.

Apenas había saludado a Erwin, su amigo, cuando advirtió en su cordial semblante una cierta aunque reprimida sonrisa, que le pareció advertir por primera vez. Apenas vio aquella sonrisa, en cierto modo burlona u hostil pese a su apariencia amistosa, recordó inmediatamente lo que estuvo buscando infructuosamente en su memoria: su último y anterior encuentro con Erwin. Recordó que se habían separado sin haber discutido, desde luego, pero con una sensación de discordia interna y disgusto, porque Erwin había prestado entonces muy escaso apoyo a sus ataques contra los dominios de la superstición.

Era extraño. ¿Cómo podía haber olvidado aquello por completo? Comprendió también que ésa era la única razón de haber evitado a su amigo durante tanto tiempo, simplemente ese descontento, y que desde el principio había sido consciente de ello, aunque se inventó una multitud de excusas para el repetido aplazamiento de esta visita.

Ahora se enfrentaban el uno al otro; Frederick sintió que la pequeña grieta de aquel día había experimentado un tremendo ensanchamiento. Intuyó que algo fallaba entre él y Erwin, algo que hasta entonces siempre estuvo presente: un aura de solidaridad, de espontánea comprensión, de afecto incluso. Ahora existía un vacío. Se saludaron; hablaron del tiempo, de sus conocidos, de su salud y -Dios sabe por qué- a cada palabra Frederick tuvo la molesta sensación de que no comprendía bien a su amigo, de que Erwin no lo conocía realmente, de que sus palabras estaban errando el blanco, de que no era posible hallar ninguna base común para una verdadera conversación. Con mayor motivo por cuanto Erwin exhibía aún en su rostro aquella amistosa sonrisa, que Frederick estaba empezando casi a odiar.

Durante una pausa en la laboriosa conversación, Frederick miró en torno suyo al estudio que conocía tan bien y vio una hoja de papel clavada con un alfiler en la pared. Esta imagen lo conmovió extrañamente y despertó antiguos recuerdos: hacía mucho tiempo, en sus años de estudiante, Erwin tenía ese hábito, a veces, para conservar el dicho de un pensador o el verso de un poeta frescos en su mente. Se levantó y se dirigió hacia la pared para leer el papel.

Allí, en la bella escritura de Erwin, leyó las siguientes palabras: "Nada está fuera, nada está dentro; pues lo que está fuera está dentro".

Pálido, permaneció inmóvil durante un momento. ¡Allí estaba! ¡Eso era lo que temía! En otra ocasión habría ignorado aquella hoja de papel, la habría tolerado caritativamente como una genialidad, como una debilidad inocente a la que cualquiera estaba expuesto, quizá como un frívolo sentimentalismo que pedía indulgencia. Pero ahora era diferente. Sintió que esas palabras no habían sido escritas por un fugaz impulso poético, no era por capricho que Erwin había vuelto después de tantos años a la práctica de su juventud. ¡Aquella frase era una confesión de misticismo!
Lentamente se volvió para mirarle el rostro, cuya sonrisa era de nuevo radiante.
-¡Explícame esto! -exigió.

Erwin hizo un gesto afirmativo con la cabeza, lleno de amistad.
-¿Nunca has leído este dicho?
-¡Naturalmente! -gritó Frederick-. Claro que lo conozco. Es misticismo, es gnosticismo. Quizá sea poético, pero... ¡De todas formas, explícamelo, y dime por qué lo has puesto en la pared!
-Con mucho gusto -dijo Erwin-. El dicho es una primera introducción a una epistemología que he estado investigando últimamente, y que me ha proporcionado ya muchas satisfacciones.
Frederick reprimió su arrebato. Preguntó:
-¿Una nueva epistemología? ¿Qué es? ¿Cómo se llama?
-¡Oh -contestó Erwin-, únicamente es nueva para mí. Es ya muy antigua y venerable. Se llama magia.
La palabra había sido pronunciada. Asombrado y sobrecogido por tan cándida confesión, Frederick comprendió con un estremecimiento que se hallaba enfrentado cara a cara con el archienemigo en la persona de Erwin. No sabía si estaba más cerca de la rabia o de las lágrimas; lo poseía un amargo sentimiento de irreparable pérdida. Durante una larga pausa permaneció callado.
Luego, con pretendida decisión en la voz, atacó:
-¿Así que deseas ahora convertirte en un mago?
-Sí -contestó Erwin sin vacilar.
-Una especie de aprendiz de brujo, ¿eh?
-Ciertamente.
Hubo tanta quietud que podía oírse el tictac de un reloj en la habitación contigua.

Frederick agregó después:
-Esto significa que abandonas toda relación con la ciencia seria y, por tanto, toda relación conmigo.
-Espero que no sea así -contestó Erwin-. Pero si no hay otro remedio, ¿qué puedo hacer?
-¿Qué puedes hacer? -estalló Frederick-. ¡Rompe, rompe de una vez por todas con esa puerilidad, con esa vil y despreciable creencia en la magia! Eso puedes hacer, si deseas conservar mi respeto.
Erwin sonrió un poco, aunque también su alegría se había desvanecido.
-Hablas como si... -murmuró, tan suavemente que a través de sus quedas palabras la irritada voz de Frederick aún parecía resonar por toda la habitación-, hablas como si eso estuviese dentro de mi voluntad, como si me quedara elección, Frederick. No es ése el caso. No tengo, ninguna elección. No fui yo quien escogió la magia: ella me escogió a mí.
Frederick suspiró, profundamente.

-Entonces, adiós -dijo hastiadamente, y se levantó sin ofrecerle su mano.
-¡Así, no! -exclamó Erwin-. No debes separarte de mí de ese modo. Imagina que uno de nosotros yace en su lecho de muerte -¡y en verdad que así es!-, y que debemos decirnos adiós.
-¿Pero quién de nosotros va a morir, Erwin?
-Hoy probablemente yo, amigo mío. Cualquiera que desee nacer de nuevo, debe estar preparado para morir.

Una vez más Frederick se dirigió a la hoja de papel y leyó el dicho.
-Muy bien -admitió al fin-. Tienes razón, no sirve para nada separarnos con ira. Haré lo que deseas; imaginaré que uno de nosotros se está muriendo. Antes de irme, quiero pedirte una última cosa.
-Me alegro -repuso Erwin-. Dime, ¿qué atención puedo demostrarte en nuestra despedida?
-Repito mi primera pregunta, y ésta es también mi petición: explícame ese dicho lo mejor que puedas.
Erwin reflexionó un momento y luego dijo:

-Nada está fuera, nada está dentro. Conoces el significado religioso de esto: Dios está en todas partes. Está en el espíritu y también en la naturaleza. Todo es divino, porque Dios es todo. Antiguamente esto recibía el nombre de panteísmo. En lo que concierne al significado filosófico, estamos acostumbrados a separar el dentro del fuera en nuestro pensamiento; sin embargo, esto no es necesario. Nuestro espíritu es capaz de superar los límites que hemos fijado para él, en el Más Allá. Más allá del par de antítesis que constituye nuestro mundo, comienza un nuevo y diferente conocimiento... Pero, mi querido amigo, debo confesarte que desde que mi pensamiento ha cambiado ya no existen para mí palabras ambiguas ni dichos: cada palabra tiene decenas, centenares de significados. Y ahí empieza lo que temes... la magia.

Frederick. frunció las cejas y estuvo a punto de interrumpirle. Pero Erwin lo miró de forma desarmante y continuó, hablando más distintamente:

-Déjame darte un ejemplo. Llévate algo mío, cualquier objeto, y examínalo un poco de cuando en cuando. Pronto el principio del dentro y el fuera te revelará uno de sus muchos significados.
Dio una ojeada en tomo a la habitación, tomó una pequeña estatuilla de arcilla de un anaquel, y se la dio a Frederick, diciendo:

-Toma esto como regalo de despedida. ¡Cuando este objeto que coloco en tus manos cese de estar fuera de ti y esté dentro de ti, ven a mí de nuevo! ¡Pero si permanece fuera de ti, tal como está ahora, para siempre, entonces esta separación tuya de mí será también para siempre!
Frederick quiso hablar todavía, pero Erwin tomó su mano, la estrechó, y se despidió de él con una expresión que no admitía réplica.

Frederick se retiró; descendió la escalera (¡qué largo le pareció el tiempo desde que la había subido!); se dirigió a través de las calles a su casa, perplejo y angustiado, con la pequeña figura de barro en la mano.

Se detuvo frente a su morada, apretó fieramente el puño sobre la estatuilla durante un momento, y sintió un irresistible impulso de romper el ridículo objeto contra el suelo. Nunca se había sentido tan agitado, tan movido por emociones antagónicas.
Buscó un lugar para el obsequio de su amigo, y puso la figura en la parte superior de un estante de su librería. Por el momento la dejó allí.

Ocasionalmente, según fueron pasando los días, la miró, meditando sobre ella y sus orígenes, considerando el significado que tan disparatado objeto iba a tener para él. Se trataba de una pequeña figura que representaba un hombre, o un dios, o un ídolo , con dos rostros, como el dios romano Jano, modelada más bien toscamente en arcilla y cubierta con un barniz tostado y algo cuarteado. La pequeña imagen tenía un aspecto grosero e insignificante; no era desde luego una obra griega o romana; probablemente se trataba del trabajo de alguna raza inferior y primitiva de África o de los Mares del Sur. Los dos rostros, que eran exactamente iguales, mostraban una sonrisa apática, indolente y débilmente burlona; el pequeño gnomo prodigaba su estúpida sonrisa de modo en especial desagradable.

Frederick no pudo acostumbrarse a la figura. Le resultaba totalmente inestética y ofensiva, se interponía en su camino, lo turbaba. Ya al día siguiente la tomó para dejarla sobre la estufa, y pocos días después la trasladó a un aparador. Pero una y otra vez aparecía en el campo de su visión, como si le estuviese imponiendo su presencia; se reía de él fría y estúpidamente, se daba tono, exigía atención. Tras unas cuantas semanas la puso en la antecámara, entre las fotografías de Italia y los recuerdos triviales que jamás miraba nadie. Ahora, al menos, sólo veía al ídolo al entrar o al salir, pasaba junto a él rápidamente, sin prestarle atención. Pero, también allí el objeto lo fastidiaba, aunque no quiso admitirlo.

Con aquel juguete, con aquella monstruosidad de dos caras, la vejación y el tormento habían entrado en su vida.

Un día, meses más tarde, regresó de un corto viaje. Emprendía ahora tales excursiones de cuando en cuando, como si algo lo empujase secretamente. Entró en su casa, atravesó la antecámara, fue saludado por la criada, y leyó las cartas que lo aguardaban. Pero seguía intranquilo, como si hubiera olvidado algo importante; ningún libro lo tentaba, ningún sillón era cómodo. Empezó a torturar su mente, ¿cuál era la causa? ¿Había descuidado algo importante? ¿Comido algo que pudiese trastornarlo? Al reflexionar, descubrió que esta sensación de inquietud había aparecido al entrar en el apartamento. Volvió a la antecámara e involuntariamente su primera mirada buscó la figura de arcilla.
Un extraño terror se apoderó de él al no ver al ídolo. Había desaparecido. No estaba. ¿Se había marchado caminando con sus pequeñas piernas de barro? ¿Había volado? ¿Desapareció por artes mágicas?

Frederick recobró la calma y sonrió ante su nerviosismo. Luego empezó a buscar tranquilamente por toda la habitación. Al no encontrar nada, llamó a la criada. Parecía turbada, y admitió en seguida que se le había caído el objeto mientras limpiaba.

-¿Dónde está?

Ya no estaba en ninguna parte. Tan sólido como aparentaba ser el pequeño objeto, ella lo tuvo a menudo en sus manos. Sin embargo, se había roto en mil pedazos. Llevó los fragmentos a un taller, donde simplemente se rieron de ella. Luego los había tirado.

Frederick despidió a la criada. Sonrió. Se sentía contento. ¡Qué poco le importaba el ídolo! La abominación había desaparecido; ahora tendría paz. ¿Por qué no habría deshecho el objeto a golpes desde el primer día? ¡Cómo había sufrido todo aquel tiempo! ¡De qué forma indolente, extraña, astuta, perversa, diabólica le había sonreído el ídolo! Ahora que había desaparecido, podía admitir la verdad: había temido verdadera y sinceramente a aquel dios de barro. ¿No era emblema y símbolo de todo cuanto le era repugnante e intolerable, de todo cuanto reconoció siempre como pernicioso, hostil y digno de supresión? ¿Un estandarte de todas las supersticiones, de todas las tinieblas, de toda coerción de la conciencia y el espíritu? ¿No representaba la horrible fuerza que se siente a veces bramando en las entrañas de la tierra, ese lejano terremoto, esa próxima extinción de la cultura, ese naciente caos? ¿No le había robado aquella despreciable figura a su mejor amigo, es más, no robado, sino convertido en enemigo? Ahora el objeto había desaparecido. Desvanecido. Roto en mil pedazos. Acabado. Era mucho mejor que si lo hubiera destruido por sí mismo.
Eso pensó, o dijo. Y volvió a sus asuntos como antes.

Pero la maldición persistió. Justamente cuando había conseguido acostumbrarse más o menos a aquella ridícula figura, precisamente cuando verla en su lugar habitual en la mesa de la antecámara se le había hecho gradualmente familiar y nada importante, era cuando su ausencia empezó a atormentarlo. Sí, la echaba de menos cada vez que cruzaba aquella estancia; veía constantemente el espacio vacío donde había estado, y el vacío emanaba de aquel lugar y llenaba la habitación entera.
Malos días y peores noches empezaron para Frederick. Ya no podía atravesar la antecámara sin pensar en el ídolo de las dos caras, sin echarlo de menos, sin sentir que sus pensamientos estaban unidos a él. Una agónica obsesión creció en su interior. Y no era simplemente al cruzar aquel cuarto cuando se sentía prisionero de su obsesión. De la misma forma en que el vacío y la desolación irradiaban del ahora vacío lugar en la mesa de la antecámara, aquella idea obsesiva irradiaba dentro de él, empujaba todo lo demás a un lado, enconándolo y llenándolo de extrañeza y desolación.
Una y otra vez imaginó la figura con suma claridad, para demostrarse a sí mismo lo absurdo de afligirse por su pérdida. Pudo verla en toda su estúpida fealdad y barbarie, con su vacua pero astuta sonrisa, con sus dos caras; impulsado como por una coacción, lleno de odio y con la boca torcida, se descubrió a sí mismo intentando reproducir aquella sonrisa. Le incomodaba la duda de si las dos caras eran en realidad exactamente iguales. ¿No tenía una de ellas, quizá simplemente por una pequeña aspereza o cuarteo en el barniz, una expresión algo distinta? ¿Algo raro? ¿Algo enigmático? ¡Qué peculiar era el color de aquel barniz! El verde y el azul y el gris, pero también el rojo, se mezclaban en él. Era un barniz que ahora hallaba a menudo en otros objetos, en una reflexión del sol de la ventana o en los reflejos de un húmedo pavimento.

Cavilaba mucho sobre aquel barniz, incluso por la noche. Le extrañó igualmente lo extraña, rara, malsonante, poco familiar, casi maligna que era la palabra "barniz". La analizó hasta invertir el orden de sus letras. Entonces leía "zinrab". Pero, ¿de dónde demonios tomaba su sonido aquella palabra? Conocía la palabra "zinrab", por supuesto que sí; además, era una palabra hostil y mala, una palabra con perversas e inquietantes implicaciones. Durante mucho tiempo lo atormentó esa pregunta. Finalmente dio con la respuesta: "zinrab" le recordaba un libro que había comprado y leído hacía muchos años durante un viaje, y que lo había aterrado, atormentado, pero fascinado secretamente; se titulaba Princesa Zinraka. Era como una maldición: todo lo relacionado con la estatuilla -el barniz, el azul, el verde, la sonrisa- significaba hostilidad, eran sinónimos de torturas y venenos. ¡De qué forma tan peculiar en otro tiempo Erwin, su amigo, había sonreído mientras ponía el ídolo en su mano! Una forma muy peculiar, muy significativa, muy hostil.

Frederick resistió valientemente -y muchos días no sin éxito- la tendencia obsesiva de sus pensamientos. Presentía el peligro claramente: ¡volverse loco! No, era mejor morir. La razón es necesaria, la vida no. Y se le ocurrió que quizá eso era la magia, que Erwin, con la ayuda de aquella figura, lo había encantado en cierto modo, y que debería sucumbir en un sacrificio como el defensor de la razón y la ciencia contra aquellos funestos poderes, Sin embargo, de ser así, si eso era posible, la magia existía, la hechicería existía. ¡No, mejor era morir!

Un médico le recomendó paseos y baños. A veces, en busca de distracción, pasaba la noche en una posada. Pero no le sirvió de nada. Maldecía a Erwin y se maldecía a sí mismo.

Una noche, como solía hacer ahora con frecuencia, se retiró temprano y estuvo inquieto en la cama, imposibilitado de dormir. Se sentía indispuesto e intranquilo. Deseaba meditar, deseaba hallar tranquilidad, decirse cosas reconfortantes, tranquilizadoras, frases de recta serenidad y claridad. "Dos y dos son cuatro". Nada vino a su mente; en un estado casi de delirio musitó sonidos y sílabas para sí. Gradualmente las palabras se formaron en sus labios, y varias veces, sin comprender su significado, repitió la misma frase para sí, como si hubiese tomado forma en él de algún modo. La murmuró una y otra vez, como si absorbiese una droga, como si en ella buscase a tientas su camino hacia el sueño que lo eludía en el estrecho sendero que bordeaba el abismo.

Pero súbitamente, al levantar un poco la voz, las palabras que estaba musitando penetraron en su conciencia. Las conocía: "¡Sí, ahora estás dentro de mí!" E instantáneamente comprendió. ¡Supo lo que significaban, que se referían al ídolo de arcilla, que entonces, en aquella hora gris de la noche, se había cumplido puntual y exactamente la profecía que Erwin le había hecho un espantoso día, que la figura que sostuvo desdeñosamente en sus dedos ya no estaba fuera de él sino dentro de él! "Pues lo que está fuera está dentro".

Incorporándose de un salto, experimentó como si le estuvieran haciendo una transfusión de hielo y fuego. El mundo vacilaba a su alrededor, los planetas lo miraban fija y alocadamente. Encendió la luz, se puso algunas ropas, abandonó su casa y corrió en plena noche hacia la casa de Erwin. Vio una luz encendida en la ventana del estudio que conocía tan bien; la puerta de la casa estaba abierta: todo parecía estar esperándolo. Subió precipitadamente la escalera. Penetró con paso inseguro en el estudio de Erwin y se apoyó con temblorosas manos sobre la mesa. Erwin se hallaba sentado junto a la lámpara, bajo su suave luz, pensativo y sonriente.

Cortésmente Erwin se puso en pie.
-Has venido. Eso está bien.
-¿Has estado esperándome? -preguntó Frederick.
-He estado esperándote, como sabes, desde el momento en que te fuiste de aquí con mi pequeño obsequio. ¿Ha sucedido lo que dije entonces?
-Ha sucedido -admitió-. El ídolo está dentro de mí. Ya no puedo soportarlo más.
-¿Puedo ayudarte? -preguntó Erwin.
-No lo sé. Haz lo que quieras. ¡Explícame más acerca de tu magia. Dime si el ídolo puede salir de mí otra vez.

Erwin puso su mano sobre el hombro de su amigo. Lo condujo hacia un sillón y lo obligó a sentarse en él. Luego dijo cordialmente, en un casi fraternal tono de voz:

-El ídolo saldrá de ti otra vez. Ten confianza en mí. Ten confianza en ti mismo. Has aprendido a creer en él. ¡Ahora aprende a amarlo! Está dentro de ti, pero continúa muerto, es aun un fantasma para ti. ¡Despiértalo, háblale, pregúntale! ¡Pues es tú mismo! ¡No lo odies, no le temas, no lo atormentes! ¡Cómo has atormentado a ese pobre ídolo, que sin embargo eras tú mismo! ¡Cómo te has atormentado a ti mismo!
-¿Es ése el camino de la magia? -preguntó Frederick. Se hallaba profundamente hundido en el sillón, como si hubiera envejecido, y su voz era débil.

-Ese es el camino -contestó Erwin-, y quizá has dado ya el paso más difícil. Has hallado por experiencia que el fuera puede convertirse en el dentro. Has estado más allá del par de antítesis. ¡Te pereció el infierno; aprende ahora, amigo mío, qué es el cielo!. Porque es el cielo el que te espera. Mira, esto es la magia: intercambiar el fuera y el dentro. Pero no por el impulso, ni con la angustia, como tú lo has hecho, sino libremente, voluntariamente. Llama al pasado, llama al futuro: ¡ambos se hallan en ti! Hasta hoy has sido el esclavo del dentro. Aprende a ser su dueño. Eso es la magia.

PSICOLOGIA DE LOS NUMEROS







LUIS LEON PIZARRO




La psicología de los Números nos revela su acción en el Universo, el carácter y el origen de esta acción; conocimiento que puede llevar a su poseedor al efectivo manejo de la tan poco conocida Potencia que hay encerrada en los números. Ahí reside la esencia de CHEMAMPHORASCH y la de la clave verdaderamente práctica de la cábala, es el punto que debe permanecer para siempre cerrado a los profanos y a los profanadores. Si se conoce el número de cada facultad humana, se puede actuar sobre dicha facultad a medida que se actúa sobre el Ser-Número correspondiente. El Tarot y el Tema astrológico son aplicaciones reales de esos conocimientos.

Para este estudio, no podemos hacer otra cosa mejor que reproducir un magistral trabajo de F. Ch. Barlet que trata de la cuestión desde el punto de vista ontológico y puramente Iniciatico: Los Números 2.

El Número es un lenguaje; es aquél adecuado a lo que la filosofía denomina la Ontología, o Ciencia del Ser.

Su alfabeto es la serie de los nueve primeros Números completada con el cero. Para comprender esta definición y este mismo alfabeto, hay que remontar hasta la noción del Ser que el Número debe referir.

El Ser, en sí, no tiene ni forma ni límite, es el Infinito. Para la concepción de nuestro mundo real, el Infinito es doble: Infinitamente grande como el Espacio celeste que se extiende a nuestro alrededor; Infinitamente pequeño como el punto matemático que realizamos con nuestros puntos perfectos, es decir, por la intersección de tres planos concurrentes.

Podemos pues representarlo material y realmente, en su doble concepción, como un punto matemático en el espacio infinito; es la imagen que del mismo daba Pitágoras y que Pascal ha repetido en su célebre principio.

Solamente hay que añadir que este punto matemático no es la Nada; debemos figurárnoslo como la condensación extrema de todo el Universo, reuniendo en sí, de consiguiente, toda la energía que en él está unida, cualquiera que sea su naturaleza. Es la Potencialidad total, el Todo Poder de actuar.

El espacio tampoco no es la Nada, es más bien una realidad y, quizás, la más cierta y la más innegable para nosotros: es la Toda- Impotencia de hacer; es el vacío, es el Ser reducido a la sola facultad de contener, de recibir; es el Poder de ser.

El punto y el espacio son inseparables: muy necesario es que el punto esté en alguna parte, so pena de no ser.

Es cierto que, a la inversa, podemos concebir como una realidad también tangible, el Todo- Poder expansionado en el Espacio infinito y de consiguiente anulado en provecho de este último; los papeles resultan entonces invertidos: el Todo- Poder se ha convertido en Toda- Impotencia con la sola facultad de ser condensado, y el Espacio se ha convertido en el Todo- Poder de condensar, de reducir, de anular el Todo que contiene para volver al Vacío, de aniquilar la manifestación de Poder, en una palabra, la Toda Resistencia.

Pero cualquiera que sea entre ambas concepciones aquélla que se adopte 3, nos define siempre el SerAbsoluto como la dualidád del Infinitamente pequeño inmerso en el Infinitamente grande. Es la única concepción posible para nosotros, debido a que estamos encerrados en el mundo real donde todo es dual; y porque cada uno de los dos infinitos se nos aparece doble: infinito en Poder si es nulo en espacio, y recíprocamente (o a la inversa si el Poder rellena el espacio).

Tampoco el Absoluto es aquello que denominamos el Ser; el Absoluto sólo puede sernos concebible mediante sus dos polos, y sobre esto no sabemos nada más; lo que ordinariamente llamamos Un Ser, es la combinación de esos dos polos: cero y el Infinito. ~ Infinito

Efectivamente, todos conocemos la demostración matemática que resume la fórmula 0 X ~ = 1. Un número cualquiera, una realidad cualquiera, individualmente, es el producto de cero por el Infinito.

Extendiendo esta noción hasta sus más límites extremos, al Ser por excelencia lo llamamos el máxinum de este individuo, y al No- Ser lo llamamos su mínimum, es decir, los dos valores de la cantidad real que llegan a contactar con los polos del Absoluto.

La locución No- Ser no significa la Nada, o el imposible, sino que, por el contrario, lo que, no siendo todavía, está en potencia de Ser. En cuanto a la Nada propiamente dicha, para nosotros resulta una concepción tan imposible como la del Absoluto, sino más imposible aún.

Hay pues. por encima de todo, tres Números esenciales: el Infinito, Cero y Uno, su producto.

Dejemos aparte los dos primeros, puesto que del último solamente debemos ocuparnos; en él encontraremos la fuente de todos los Números, o seres individuales.

EL UNO

Se llama Uno a todo ser real considerado en sí, en su esencia, en lo que le distingue de todo otro ser, en lo que de él hace una in-dividu-alidad, algo que la inteligencia no puede analizar, aunque este algo esté revestido con una fórmula múltiple, lo que es lo normal.

El Uno puede asumir infinidad de variedades, que lo aproximan más o menos, como se ha dicho hace poco, a uno o al otro polo del Absoluto, hasta contactar con esos polos.

Se perciben pues tres clases de Uno: los dos extremos, y todos los intermediarios, en número infinito.

Los dos extremos son: por una parte, aquél que, sin dejar de ser real, puede llenar todo el intervalo, toda la diferencia entre ambos polos, y por otra parte, aquél que, por el contrario, es lo bastante pequeño para dejar vacante todo ese intervalo; dicho en otras palabras, son el Todo y la Nada.

Se les llama aún, aunque sea por profundizar demasiado en el lenguaje y, por lo demás, sin inconveniente alguno, ya que su definición está hecha: el Ser y la Nada (o No-Ser). De hecho, difieren de los polos del Absoluto a los cuales se ha dado hace poco los mismos nombres, en lo que esos Uno extremos pueden engendrar lo real y le pertenecen; para nosotros, son como el anverso de estos polos, cuyo reverso está hacia el lado del Absoluto.

Se les denomina también, más correctamente, el Uno absoluto y el cero absoluto (es decir, que alcanzan los límites de lo real).

Pitágoras distinguía cuidadosamente este Uno absoluto del Uno real, o esencia de todo individuo. Sucintamente por definición, tiene dos polos: uno infinito, el otro nulo.

El Polo Todo-Poderoso del Uno absoluto es el Ser al que llamamos Dios.

El Polo No-Ser del Uno absoluto es lo que llamamos Nada, o, más corrientemente, la Nada.

Todo ser finito es una combinación de esos dos polos del Uno absoluto, y como la Nada esencialmente es incapaz de dar el ser, es él que lo recibe para formar el Uno individual.

Así pues es verdad que Dios ha creado todas las cosas de Nada como dice la Biblia; desde luego, no podía dar otra definición sobre el nacimiento de la criatura sin caer en los sistemas contradictorios de la emanación, del Panteísmo o del Naturalismo.

En todo ser finitio, en lo que a nosotros atañe, el elemento de naturaleza infinita que lo anima, es lo que denominamos el Espíritu; en relación a Dios, lo denominamos el Verbo, debido a que es el pensamiento particular que Dios realiza por la creación; la forma es la expresión, la exteriorización de este pensamiento.

Así pues, todos los seres están hechos por el Verbo, y sin él, todo cuanto ha sido hecho no existiría (San Juan, Evangelio, cap. 1).

El primer acto de creación es la extensión del Polo Ser hasta el Polo No-Ser, para combinarse con él; es la manifestación del Uno Absoluto. A esta combinación, la llamamos la Virgen Celeste, con la Tradición de todos los tiempos: La Virgen es la Criatura y la primera de las Criaturas.

El Verbo que la anima es el Pensamiento divino total, puesto que llena todo el intervalo entre los dos polos. A este espíritu de la Virgen lo denominamos la Sabiduría; esta Sabiduría absoluta es la que asistió, desde la aurora del primer día, a toda formación creadora. Rige a la Virgen en cuanto a su función informadora, nutridora y protectora de los seres secundarios, función dentro de la cual la llamamos la Naturaleza.

EL DOS

"No hay Uno sin Dos" es un refrán muy conocido. Efectivamente, el Uno individual, cualquiera que sea, producto del infinito por cero, es diferente del uno y del otro; llena tan solo una porción de su intervalo; su existencia supone pues un excedente de esta cantidad; este excedente es su Dos. Dicho de otra manera, todo individuo existe solamente a condición de diferenciarse de todo cuanto no sea él mismo.

Más corrientemente, tenemos otra noción del Número Dos; lo entendemos como el ser compuesto por la adjunción de una Unidad a otra parecida para hacer de ello un nuevo Todo.

De hecho, esta noción es todavía la del Uno, es decir de la extensión parcial de uno de los dos polos hacia el otro, con la salvedad de que su movimiento, al ser descompuesto en partes iguales, que vienen a ser como otros dos pasos distintos, el resultado es siempre un Uno (se podría formularlo así: 1 = 0 X ~ + 0 x ~). La noción adquirida por esta disúnción es más bien la de complejidad y de sucesión; dicho de otra forma, la de Medida y de Tiempo; cae dentro de la competencia de la aritmética mientras que nosotros estamos en la de la Aritmología.

Esta observación se aplica a toda especie de número distinto de la Unidad, que es el principio de todas las operaciones aritméticas aditivas (adición, multiplicación, elevación a una determinada potencia, etc.).

No obstante, esta consideración aritmética del Dos supone y comprende otra definición aritmológica de ese Número:

Par percibir dos o mas partes de un numero complejo tenemos que empezar por descomponerlo; es lo que efectuamos mediante la operación aritmética de la substracción y de sus derivados (substracción , división, raíz, etc.)Ahora bien esta separación se hace por la potencia del Numero Negativo ( ese terror del algebrista principa lmente) , y con ese numero entramos en el campo de la Aritmologia: El Número negativo es aquél que, por naturaleza, posee la propiedad substractiva; por ejemplo: cierta cantidad de hielo añadida al agua caliente es una cantidad negativa, puesto que enfría.

Más claramente, se puede decir: El Número negativo es aquél que, añadido a una Unidad cualquiera, hace aparecer en ella el Dos, o aumenta el Dos aritmologico recién definido más arriba.

Debe sacarse la conclusión de que la Unidad negativa es un Dos y un Dos invertido de aquél definido más arriba (se le puede transcribir 1 = ~ x 0 , en lugar de 1 = 0 x ~ ), porque tiende hacia el cero en lugar de dirigirse hacia infinito.

Es el principio de análisis, de descomposición, de negación; es también el de la oposición, por disyunción, y, por consiguiente, el del Mal, el de la discordancia.

Cuando él mismo se opone al Uno positivo, se transforma en el tipo de lo imposible (cuya expresión matemática es : raiz cuadrada de -n elevado ala 2 potencia Entonces se le denomina el Diablo el divisor, la letra D y sus análogas (t, tz, z...) siendo signos de división.

Por otra parte, el Dos positivo puede adoptar dos variedades, según que sea contado a partir del uno o del otro polo; se le considerará masculino, si toca al polo positivo; femenino, si se adhiere al negativo. Por ejemplo, el Angel, ministro de Dios, es respecto a El un Dos masculino; la Naturaleza, en relación con la Virgen Sabiduría es femenina; aunque esta distinción es menos profunda que la precedente.

Resumiendo, se puede definir el Dos como el complemento relativo del Uno; sea este Uno el Uno absoluto, sea una Unidad individual.

EL TRES

No hay Uno sin Dos no es el refrán completo, se le añade: No hay Das sin Tres.

Y así enunciado, este refrán es la misma definición del Tres:

El Uno y el Dos solamente han sido separados en el pensamiento divino, así como los dos polos del Absoluto, a fin de dar lugar al Amor, consentido y asentido que les reúne en una Unidad nueva donde cada uno se convierte en la vida del otro. Es lo que expresa el Cristianismo cuando nos dice que Dios ha creado el Mundo para hacerle participar de su propia Beatitud, a condición de que lo acepte y en tanto que lo acepta.

El Tres es la línea de Unión que restablece la Unidad entre el Uno y el Dos complementario, reuniéndolos en sí y penetróndolos al uno y al otro con su Esencia, que es la individualidad invencible.

Difiere de uno y de otro en el hecho de que no posee ningún complementario, ningún opuesto posible; escapa a toda medida, a toda variación, a toda exteriorización formal: es puro Espíritu; es la esencia misma del Ser. Solamente el individuo, el Uno finito, puede aceptar o rehusarlo en proporciones diversas; para la criatura, su percepción es una subjetividad variable, de otro modo el amor se convertiría para ella en una tiranía.

Ahí reside la fuente del mal, junto a la de la Libertad; la revuelta o rebelión contra el Espíritu santo (que es el tres) es la única que, por definición, Dios no pueda perdonar, puesto que representa el libre rechazo de su amor.

Al penetrar el Uno y el Dos a fin de unirlos, se identifica en cierto modo con cada uno de ellos para reunirlos en sí; así es como Pitágoras lo llama una Unidad hermafrodíta.

Para el Uno y el Dos absolutos, la unión así formada es una Trinidad. Tal es la cristiana: Padre, HUO y Espíritu Santo, que expresa que el Verbo en su descenso creador y multiplicador es inseparable del Padre.

Como sea que el Uno y el Dos son susceptibles de cantidad, su unión tri-unitaria lo es también, aunque, dentro de su cualidad absoluta, esta unión parcial es siempre una; se corresponde con el estado actual de la Unión eterna y progresiva de los dos polos extremos; esa unión es siempre armónica: tales son la generación de los poderes celestes (teogonía, generación de los dioses, de los ángeles, etc.> y las formaciones de la Naturaleza.

Pero, cuando se trata de criaturas provistas de voluntad y de iniciativa o de seres primordiales, que son sólo parcialmente accesibles al Espíritu de Unidad, estos seres no pueden producir nada de completo sin echar mano a la Unidad a la Naturaleza descomponiendo individualidades anteriores (o las propiamente suyas, u otras ajenas a ellas mismas); y sus formaciones más o menos discordantes están sujetas a la Muerte. Luego, su unión viene expresada por una Trinidad especial, aquella generatriz perfectamente caracterizada por la Trinidad popular de la India:Brahma, el creador; Shiva, el destructor, agente de la división y de la descomposición necesaria a la nueva formación, así como para la reducción de sus imperfecciones; Visnú quien preserva lo que tiene de armonía. Así resulta ser pues nuestra trinidad: Padre, Madre, Hijo.

Jamás será ella una Tri-Unidad.

Transición a los demás Números.

Tal como acaba de ser manifestado, no solamente el Tres es triple debido a la realización de la función unificante, sino que lleva a cabo, dentro de cada uno de los otros dos Números, una disposición ternaria; en efecto, debe hacer: 1o, disponer el Uno a unirse con el Dos mediante una especie de polarización hacia él; 2o, tomarlo en su unidad esencial, como término intermediario; 3o, hacerle penetrar en el Dos junto con él para realizar la unión definitiva. Realiza la misma serie de disposiciones en el seno del Dos, y es así como la unión se efectúa por recíproca penetración.

Así pues, por la unión creadora del Uno absoluto con el Dos, del Creador con la Virgen celeste, el Espíritu de Unidad, el Amor, fuente primera de toda creación, realiza, ya de antemano, del Uno una Causa de realización: su pensamiento primero, su Verbo en él; enseguida hace de él un Medio, una Posibilidad, el plano de la creación adecuado para realizar el pensamiento; y en tercer lugar, la fuente de eficacia, ofinalídad, el Poder sobre la inercia del No-Ser. Vienen a representar los grados de descenso del Verbo en su sacrificio de amor.

Por otra parte, en el seno de la Naturaleza, el Tres dispone la Inteligencia, capaz de recibir el pensamiento divino; da la Idea de la forma que puede responder al plano del Verbo; y la Energía que realizará y conservara esta forma.

Por todo ello es por lo que San Juan dice aún en su Epístola: Los hay tres que atestiguan ante el cielo: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo; y tres que atestiguan en la Tierra, el Espíritu (inteligencia), el Agua (idea de la forma), ~ la Sangre (la energía)". Es también lo que simboliza e] Sello de Salomon.

De ahí se desprenden varias consecuencias:

En primer lugar, habrá tres fases dentro de la creación, y, por consiguiente, tres clases de criaturas: el plano divino o región divina del Pensamiento, el del Uno; el plano mediano, de transición, o región media, lo Inteligible, y de la ley; y el Plano de efectualidad, de posibilidad de ser real, es decir trí-unitario, la región de las formas.

En segundo lugar, la existencia o mejor dicho el funcionamiento del Tres conlleva inmediatamente la existencia y el funcionamiento del Seis: son concomitantes a causa de la polarización primitiva y de su finalidad, de manera que se puede decir: No hay uno sin dos, no hay dos sin tres, no hay tres sin seis.

Y finalmente, no solamente la existencia del Espíritu de unidad lleva consigo la del Seis, sino que la finalidad realizadora que es su razón de ser y la de la creación, lleva consigo una tercera Trinidad. Efectivamente, no basta que el Dos haya sido puesto en estado de llevar a cabo la realización o unión final, sino que es preciso que, a su vez, la ejecute, mediante su propio esfuerzo. A cada una de las facultades enumeradas hasta ahora, como recibidas a través del Dos del Espíritu de unidad, se añade una facultad activa propiá, que se despierta: a la Inteligencia responde el Amor, la Atracción, el Deseo, fuente de toda evolución.

A la idea se sobrepone la Voluntad, la decisión de producir la forma adecuada a la prevista.

A la energía se añade el Movimiento, producto del deseo y del querer, ocupación real de espacio por la extensión.

Hay pues Tres trinidades necesarias para la Creación, y no solamente Dos.

Así la sola existencia del Uno que conlleva la del Dos necesita también la de Nueve Números en total. Es por lo que Pitágoras y los antiguos decían: no hay más que un Número, el que se escribe: O, 1, 2, 3, 4, 5, 6,7, 8,9; todo otro número no es un Número propiamente dicho, es un compuesto hecho del Número repetido más o menos: Esta serie sola es El Número.

En él se distinguían solamente dos secciones:

1. La Trinidad, elemento fundamental de esta serie;

2. Y los seis números siguientes, duplicado de la Trinidad.

La primera comprendía los Números llamados Ideales (1, 2, 3), la segunda serie (4, 5, 6, 7, 8, 9) era la de los Números Matemáticos; en cuanto a todos los demás Números posibles, estaban reunidos bajo el nombre de Números complejos. El diez, que los resumía a todos al expresar la unión rematada de los dos polos, era el Número perfecto.

He ahí la razón del sistema de numeración decimal.

He ahí también los grandes rasgos de la Creación que simboliza el Arbol de los Sephiroth.



Los demás Números distintos del Uno, el 2, el 3, el 6 y el 9, se distribuyen en las tres trinidades para representar en ellas el papel correspondiente a su rango, por analogía con la trinidad primitiva, según la tabla:

123

456

789

Ahí está la clavé de sus significaciones respectivas.

Los de la primera columna, al hacer función de Uno o de Ser, son denominados divinos; los de la tercera columna, al hacer función del Dos nacido del No-Ser, son llamados Naturales; en cuanto a los demás, son denominados Voluntarios o psíquicos, porque es a ellos a quienes pertenece el pronunciarse sobre la aceptación o el rechazo de la Unión de Amor y, por consiguiente, del Espíritu Santo. En ellos reside la raíz del Mal; se la ha visto ya en el dos; y mucho más está en el Cinco, centro de esa tabla.

Bastará pasar rápidamente revista a esos Números aritméticos a fin de dar cierta idea de los mismos.

El Cuatro, cabeza de la segunda Trinidad, segundo Uno es la segunda hipostasis del Verbo: Deus de Deo, Lumen de Lumine, Deus verus de Deo vero, ex Patre natus, ante omnia secula, el revelador del Pensamiento divino.

El Cinco, Verbo de esta Trinidad, es la Fuente de todo Poder realizador, libre y responsable: Elohim, AdamKadmon.

El Seis, espíritu de unidad de esta segunda Trinidad, es sobre todo la Naturaleza-Naturante, la Belleza de la Forma.

El Siete es la cabeza de la Tercera Trinidad, la de la primera realización; es el Poder Espiritual vivificante, el Consejo de Dios (según Saint-Yves), el Olimpo pagano especializado en siete Principios directores. El Ocho (tercer Dos) es el Número que dirige las Voluntades, Número de la ley, o sea del Destino y de la Muerte.

El Nueve, por fin, armonía de esta Trinidad, es el Poder de la Virtud, la Bendición de las formas armónicas.

Sin embargo, ésas son indicaciones bastante someras, puesto que cada Número exige un estudio tanto más detallado cuanto más fuerte es, ya que cada uno tiene tantas significaciones diferentes como unidades.

La exposición de F. Ch. BARLET nos ofrece en pocas páginas un sorprendente resumen de la doctrina tradicional de los Números y nos muestra la profunda filosofía que interpretaban -e interpretan todavía- a los ojos de los Iniciados. Vamos a ver ahora cómo las matemáticas profanas aportan su contribución al estudio que hemos emprendido.

viernes, 16 de septiembre de 2016

miércoles, 7 de septiembre de 2016

LA GRAN LOGIA PATRIÓTICA DEL PERÚ CELEBRÓ CON PROFUNDO FERVOR PATRIOTA LA REINCORPORACIÓN DE TACNA, LOS QUE SUPIERON RESISTIR Y VENCER AL DESTINO






LUIS LEON PIZARRO

EL M.·.R.·.H.·. LUIS FERNANDO LEON PIZARRO REGRESANDO DE LA AMAZONÍA PERUANA SE DESPLAZÓ A LA REPÚBLICA ARGENTINA




EL M.·.R.·.H.·. LUIS FERNANDO LEON PIZARRO REGRESANDO DE LA AMAZONÍA PERUANA SE DESPLAZÓ A LA REPÚBLICA ARGENTINA PARA REUNIRSE CON LA IPH STELLA MARIS SKARP 33º Y VV.·.MM.·. DE LAS RR.·.LL.·.SS.·. APODÍCTICA LA PLATA Nº 27, LOLA MORA Nº 28, HYPATIA N29º, DEL OR:. DE LA REPÚBLICA DE ARGENTINA JURISDICCIONADAS A LA GRAN LOGIA PATRIÓTICA DEL PERÚ.




R.•.L.•.S.•. CONTAMANA N°13





LA M.·.R.·.H.·. LUIS FERNANDO LEÓN PIZARRO Y DELEGACIÓN DESDE LA AMAZONIA, TRABAJANDO CON LOS HH.•. DE LA R.•.L.•.S.•. CONTAMANA N°13.

GRAN LOGIA PATRIÓTICA DEL PERÚ.




200,000 MUJERES PARTICIPARON EN LA MARCHA CONTRA EL FEMINICIDIO Y LA VIOLENCIA DE GÉNERO EN LIMA Y OTRAS CIUDADES.








 LUIS LEON PIZARRO


 LUIS LEON PIZARRO





 LUIS LEON PIZARRO

 


 
























 LUIS LEON PIZARRO















R:.L:.S:. T.C. JOSÉ SANTOS VALDEZ N°31





EL M.·.R.·.H.·. LUIS FERNANDO LEON PIZARRO  INFORMÓ DESDE LA REGIÓN NOR ORIENTAL EL INGRESO DE NUEVOS ESLABONES A LA R:.L:.S:. T.C. JOSÉ SANTOS VALDEZ N°31.

GRAN LOGIA PATRIÓTICA DEL PERÚ




REFLEXIONES SOBRE NUMEROS





NMIP:  LUIS LEON PIZARRO






Según la concepción de los pitagóricos (siglo VI A. C.), los números son la clave de las leyes armónicas del cosmos, por lo tanto, símbolos de orden cósmico divino. Como «arquetipos divinos» están ocultos en el mundo y se hacen evidentes al traslucirse el universo mediante ellos. «Los números no fueron arrojados a ciegas en el mundo; encajan formando órdenes equilibrados, como las formaciones cristalinas y las consonancias en la escala de las notas, conforme a las leyes de la armonía que lo abarcan todo». Se los considera «vínculos dominantes e increados de la eterna permanencia de las cosas intracósmicas». La periodicidad que descansa en unidades numerables de los ciclos cósmicos debe haber sugerido la idea de que los números no son meros auxiliares del orden introducidos por el hombre, sino cualidades primarias del universo, huellas «absolutas», desprendidas de poderes sobrehumanos y, por consiguiente, sagrados símbolos de la divinidad. Según Novalis, «es muy probable que en la naturaleza exista una maravillosa mística de los números; también en la historia. ¿Acaso todo lo importante no es simetría y relación?» También pueden hablar al sentido estético del hombre dotado para ello y hacerle experimentar una especie de extrahumana «armonía de las esferas».

Según Jung, « ... si se toma un grupo de objetos despojando a cada uno de todas sus propiedades, quedará siempre, al final, su número, lo cual parece indicar que el número es algo irreductible». Para Jung, los números son arquetipos que se han hecho conscientes, pero aún en casos en que no lo son, pueden surgir espontáneamente de la mente inconsciente, como pudo atestiguar reiteradas veces en los sueños de sus pacientes, y en los mitos y sueños de tribus primitivas de cualquier parte del globo. Así, serían entidades autónomas no explicables a través de conceptos, probablemente con cualidades aún no descubiertas. Como arquetipos, son preexistentes a la consciencia, teniendo la capacidad de producir modificaciones en ella. Y agrega: « ... entonces no sólo algunos números naturales y combinaciones de números se relacionan con ciertos arquetipos e influyen sobre ellos, sino que lo inverso también es verdad. El primer caso equivale a la magia numérica, pero el segundo es equivalente a explorar si los números, en conjunción con la combinación de arquetipos encontrada en astrología, demostrarían una tendencia a comportarse de alguna manera especial.»

El Uno:

El Tao, el Absoluto, engendra al Uno, voluntad primera hacia la existencia, impulso activo inicial, representado por el punto en geometría, por la nota Do en música, por el "Hágase la Luz» del Génesis, por el Verbo Cristiano, por el Sol en nuestro sistema planetario. Pero el Uno, como impulso puro, sólo puede dar el punto de partida, pues nada puede hacer sin su objeto de acción. Cuando la luz se hizo, se tuvo que diferenciar del Todo, surgiendo simultáneamente las tinieblas. El Uno. como todo principio masculino, va hacia su contraparte receptiva, la que, en cambio, sólo es.

El Dos:

La posibilidad concreta de producción, de creación, es el Dos, la polaridad a partir del Uno, en el que cada polo está presente en el otro, la nota Re, la estructura de la línea.

El Dos. Como símbolo, es lo femenino, quedando así establecida la dualidad, la polaridad básica indispensable para la existencia. Por un lado, la voluntad de ser, la luz, lo activo, lo cálido, lo ascendente, lo masculino, el yang; y por el otro, la voluntad de no ser. lo oscuro, lo pasivo, lo frío, lo receptivo, lo femenino, el yin, mutuamente dependientes.

Astrológicamente, el Sol y la Luna, el Fuego y el Agua, son los dos elementos básicos de la vida; el primero nos lleva a ascender, a buscar la unión con lo superior trascendente, y el segundo, a atraer hacia abajo, transformando lo trascendente en inmanente.

El Tres:

La creación, la persistencia de la vida, depende de la interacción entre las fuerzas que tienden a ser y las que tienden a no ser, entre el impulso de ir hacia, y la paciente espera de recibir y acoger. Como producto de esta dinámica surge el Tres: fruto liberador de la tensión entre los extremos, elemento estabilizador, principio equilibrante, el elemento nuevo a partir de la materia fecundada. El Tres se yergue como germen de vida nueva, como la materia en estado creado, como el resultado del uno más el dos. Considerado como la materia fecundada por el espíritu, o el triángulo pitagórico original, o la tríada padre-madre-hijo, el tres es fuente y origen de todas las cosas existentes a través de sus componentes Sustancia - Forma - Movimiento.

Muchos conceptos han sido simbolizados con tríadas, triángulos y trinidades en las diferentes culturas. Esto lo encontramos expresado de diversas maneras en la mayoría de las cosmogonías existentes. El sufismo nos habla de la ley de Tres: la fuerza activa, la fuerza pasiva y la fuerza neutralizante o conciliadora. El taoísmo, con el Yin, el Yang y el Tao, expresa la misma idea; remontándonos al antiquísimo Tao Teh King, encontramos: «El Tao engendra al Uno. El Uno engendra el Dos. El Dos engendra el Tres. El Tres engendra las diez mil cosas.» En el hinduismo tenemos a Brahma - creador - Vishnú - mantenedor - y Shiva - destructor. La Trinidad en el cristianismo, es la relación entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. En la Masonería encontramos el símbolo del triángulo con el Ojo-que-todo-lo-ve.

En Astrología aún hoy se utiliza un triángulo con su vértice hacia arriba para designar al elemento Fuego, y uno con su vértice hacia abajo para el elemento Agua, siendo este último la materia más insustancial, pero todavía palpable, para ser insuflada de vida por la forma acaso más substancial del espíritu, el Fuego. Por otra parte, en la rueda del zodíaco cada elemento está representado tres veces, cada una de ellas enfatizando un aspecto del mismo, que producirá todas las variaciones posibles.

El Cuatro:

El Cuatro tiene entre los números simbólicos el mayor potencial de asociaciones. Se relaciona con la cruz y el cuadrado, con las estaciones del año, ríos del Paraíso, temperamentos, humores corporales, puntos cardinales, evangelistas, las cuatro letras del nombre de Dios - YHVH - las fases de la luna, las edades del hombre - infancia, juventud, madurez y vejez - los elementos astrológicos - tierra, agua, fuego y aire - las cuatro cualidades alquímicas - frío, seco, húmedo, caliente - las cuatro funciones psicológicas, según Jung - intuición, sensación, pensamiento y sentimiento. Las Cuatros Nobles Verdades son el fundamento del Budismo. El Cuatro es quien orienta en el mundo tridimensional: cómo soy, en contraposición a cómo no soy; dónde estoy, en contraste a dónde no estoy, adónde voy, en oposición a de dónde vengo, etc.

Es la forma más sintética, la expresión más elemental de las diez mil cosas creadas; es la forma condensada de todo lo existente, representando la estabilidad, lo que se conserva en el tiempo. El Cuatro fusionado vuelve a representar al Uno, al Todo materializado que, polarizado y combinado en diferentes proporciones, produce la variedad de todas las cosas. Todas y cada cosa describen a la totalidad. Pero cada pequeña totalidad, cada microcosmos, singulariza un paso dado más allá de la elementalidad de la materia, un punto adelante que hace que sea esa cosa y no otra, una esencia que define o determina su naturaleza.

Se lo considera el arquetipo de la totalidad. La «cuaternidad del Uno» es el esquema para las imágenes de Dios, como aparece en las visiones de los profetas Exequiel, Daniel y Enoch, o en la representación de Horus y sus cuatro hijos, o la de Cristo con los cuatro evangelistas. En alquimia se habla de «la cuadratura del círculo». Por medios geométricos se buscaba construir un cuadrado que tuviera la misma superficie que un círculo dado.

El Cinco:

El Cinco incluye los fundamentos materiales, pero no se limita a ellos. Viene a ser el vínculo entre el Uno y la diversidad, el puente que une lo corpóreo con lo divino y que le da sentido e inserción en un organismo dado. El Cinco es el éter, la quintaesencia de los alquimistas, magma fundamental del que emerge toda !a materia. Jung habla de la Función Transcendente, que es la fusión consumada de las cuatro funciones, y la simboliza como la cúspide de una pirámide de base cuadrangular.

Son los cinco sentidos, a través de los cuales el hombre conoce y aprehende su entorno. Se le describe geométricamente como el pentágono, de donde se deriva la estrella de cinco puntas. En ella se inscribe la figura humana con brazos extendidos y piernas separadas. Es la cruz, con sus cuatro brazos más la intersección. En música es el pentagrama, sustrato del sonido original que produjo la creación, y la nota Sol. Es el hombre unificado, el que culminó su proceso de individuación, con consciencia de sí, enfrentado  a la materia (el Cuatro), con la que puede crear, interactuar, sublimar. Él es el mediador entre los elementos y el surgimiento de lo nuevo a través de un acto de creatividad.

Seis:

El número Seis es la suma de los tres primeros números: 1 + 2 + 3. Representa la cualidad amorosa en la creación, la armonía y el equilibrio. Simbólicamente, aparece como la estrella de seis puntas del sello de Salomón, o escudo de David, constituido por la fusión armónica de dos triángulos, uno con el vértice hacia arriba y el otro hacia abajo: lo masculino y lo femenino, el fuego y el agua. Curiosamente, la pareja humana fue creada por Dios, según el Génesis, en el día seis. El Seis es la vibración de Venus, amor y belleza; en música, la nota La, en geometría, el hexágono. Es también la atracción y oposición del mundo humano versus el divino, guiado por el amor, como en el antiguo emblema hermético: «como es arriba es abajo». Es la posibilidad de fusión o reflejo de la trinidad divina del mundo trascendente con la trinidad humana. El hinduismo habla de los «seis sentidos»: los cinco corporales más la mente discriminativa, capaz de separar lo verdadero de lo falso.

En astrología hay seis signos activos - fuego y aire -, y seis pasivos - tierra y agua. En el I Ching, la respuesta del consultante está dada en un «recorte del instante» llamado hexagrama; en él se detiene el tiempo lineal por un momento para representar la realidad intemporal del consultante. Cada hexagrama se compone de dos trigramas, dos veces tres, siendo éste el número mínimo de fuerzas que constituyen cualquier circunstancia.

El Siete:

Después del tres, es el más importante de los números sagrados, del 1 al 10. El logro del Siete requiere de una voluntad activa, una elevada comprensión y un decidido impulso, pues no es fácil abandonar la quieta y acogedora estabilidad del seis. Siete eran los planetas clásicos de la astrología - antes del descubrimiento de Urano, Neptuno y Plutón - señalados como responsables de las cualidades y experiencias humanas, y que dan origen a los nombres de los siete días de la semana.

Tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento aparecen numerosas menciones a este número, siempre de connotación sagrada. Siete son también las notas musicales, los colores del arco iris, los brazos de la menorah - candelabro judío - los grandes chakras del hinduismo. En el medievo, se consideraban siete los dones del Espíritu Santo, los sacramentos, las virtudes y los pecados capitales, las artes y las ciencias.

En diversas disciplinas espirituales son siete los peldaños de prueba para acceder a la realización personal. Siete son las grandes religiones: mazdeísmo, taoísmo, hinduismo, budismo, judaísmo, cristianismo, islamismo. El Siete está formado del cuatro más el tres: el cuatro el hombre, y el tres la divinidad. En música, es la nota Si, en el hombre, el predominio del espíritu por sobre la materia, o el triunfo del espíritu, el razonamiento perfecto, fruto de la introspección y análisis.

Por último. siete son los Rayos en los que el Uno se expresa en la Creación, cada uno con su propia vibración: Voluntad - Poder, Amor - Sabiduría, Inteligencia Activa, Armonía a través del Conflicto, Conocimiento Concreto, Devoción - Idealismo y Orden Ceremonial - Magia.

El Ocho:

El Ocho es el doble del cuatro, representando una escala superior en el dominio de la materia. Es el octógono geométrico, la ley de causa y efecto en el mundo tridimensional. Se ha conquistado el poder en el siete, que ahora es desplegado en la actividad mundana, donde será tiempo de cosecha aplicado al mundo exterior; pero automáticamente trae implícita la advertencia de hacerse cargo, de responsabilizarse por las propias acciones, pues cada acción genera una reacción, cada acto trae una ineludible consecuencia. Así mismo, la octava consciencia - alaya vijñana o consciencia depósito - del hinduismo es la que contiene todo aquello que el hombre va capitalizando en su esforzado camino hacia la evolución, desde el dolor de lo humano hacia el goce de lo divino.

El octavo día de la creación se considera simbólicamente como la resurrección de Cristo, razón por la cual a menudo las pilas bautismales son octogonales. Es como una recreación, el comienzo de una nueva etapa. Expansiva en el mundo terrenal, una vez conocido lo trascendente. La resurrección proviene de la lucha, de la muerte al mundo de los deseos, de la liberación de la rueda de la existencia y del sufrimiento. Esto está expresado en el Budismo a través del Óctuple Sendero, y en el Sufismo por el símbolo del Octógono.


El Nueve

El Nueve es la perfección del tres, es el tres al cuadrado. Se ha alcanzado aquí el punto de desarrollo más alto, es el hombre perfecto - nueve son las iniciaciones - el hombre iluminado que prodiga su sabiduría a
los demás. También representa al hombre como tal, constituido de una trinidad terrena (cuerpo, emociones, intelecto), una trinidad de su alma y una de su espíritu, El Nueve es Amor y Luz, fundidos en Sabiduría proveniente del conocimiento de la Verdad. De igual forma el Eneagrama, con su estructura nonagónica, constituye una unidad de luz y amor irradiante, impulsándonos en el camino de evolución.

El Diez:

El Diez, símbolo de la plenitud y de la perfección, suma de los cuatro primeros números, está anclado prácticamente en todas las culturas primitivas de la tierra, ya que se empezó a contar con los diez dedos. Están los Diez Mandamientos entregados a Moisés, los diez «Sephirot» (emanaciones divinas) de la Cábala, correspondiendo a los diez nombres secretos de Dios. Es el fin de un ciclo y comienzo de uno nuevo, en una escala superior. Es nuevamente el Uno, pero el Uno alcanzado, realizado, no el Uno en sí mismo previo a la creación. Es el Uno logrado a partir de una consciencia evolucionante que recorrió todos los estados evolutivos. Se ha alcanzado el eterno ahora, que prepara para un nuevo comienzo; todas las posibilidades están a disposición, y con total libertad de discernimiento se podrá escoger la próxima escala a realizar. 

C. G. Jung.- La Interpretación de la Naturaleza y de la Psiquis.-