Hetepheres ante Meresanj
LA ENIGMÁTICA MERESANJ
UN GRAN LINAJE
Los nombres de Keops, Kefrén y Mikerinos son célebres gracias a sus tres pirámides, erigidas en la llanura de Gizeh. Prodigiosa fue la IV dinastía (hacia 2613—2498 a. J.C.) que vio nacer esos gigantes de piedra, verdaderas centrales de energía espiritual, rayos de luz petrificados que permitían al alma real ascender al cielo para reunirse con las divinidades y guiar a los seres humanos bajo la forma de una estrella.
Los bajorrelieves de las tumbas de la época nos muestran un Egipto próspero, que funda su riqueza en una administración rigurosa y eficaz, una agricultura diversificada, una ganadería desarrollada y un artesanado de una calidad excepcional.
Entre las altas personalidades de la corte descubrimos a tres mujeres con el mismo nombre, Meresanj, que parecen formar una estirpe. Existen dos traducciones posibles para ese nombre; o bien «ella ama la vida» o «amada por la Viviente (una diosa, probablemente Hator)».[1] Sea cual sea la solución, la relación directa de un linaje femenino con el concepto esencial de «vida» subraya, una vez más, el papel predominante que se concedía a la mujer en la civilización del antiguo Egipto.
De la primera Meresanj no sabemos nada; quizá fue la madre del faraón Snefru, fundador de la IV dinastía y constructor de las dos pirámides colosales de Dahsur. La segunda Meresanj fue, al parecer, la hija de Keops. La tercera nos reserva una magnífica sorpresa.
DIEZ MUJERES EN UNA MORADA PARA LA ETERNIDAD
En una de las «calles de tumbas» de la llanura de Gizeh, al este de la pirámide de Keops, se abre la estrecha puerta de una hermosa y gran morada para la eternidad cavada en la roca para Meresanj III.[2] Estaba destinada a una reina llamada Hetep—Heres, como la madre de Keops, a la que no debemos confundir con ella; como vemos, resulta extremadamente difícil establecer las genealogías egipcias. Esta Hetep—Heres II era la hija de Keops, llevaba por lo tanto el nombre de su madre y profesaba un gran afecto a su hija Meresanj, la esposa del rey Kefrén y tercera con ese nombre.
Al entrar en la tumba de esta tercera Meresanj el visitante se ve sorprendido por una visión singular: un conjunto esculpido que, según nuestros datos, se encuentra únicamente en esta morada para la eternidad. De la piedra emerge una cofradía formada por diez mujeres, todas ellas de pie, de distintas edades, desde la adolescente hasta la mujer madura.[3]
Al entrar por primera vez en este lugar fascinante se tiene la impresión de que las mujeres están vivas, que sus ojos nos contemplan, sin dejar por ello de pronunciar sus frases rituales, indispensables para la buena marcha del mundo. Conforme se suceden las visitas a este lugar, dotado de un extraño poder, la impresión se confirma, íntimamente ligadas a la roca, las estatuas parecen mágicamente animadas y todavía conservan el ka, la potencia inmortal que hace de ellas seres de luz.
Dado que Meresanj tenía acceso a la «morada de la acacia», podemos suponer que aparece representada en compañía de las «hermanas» de la cofradía, y que la transmisión se efectúa desde la más veterana hasta la más joven, pasando por los estadios intermedios. Por otra parte, también está representado el gesto del espaldarazo entre dos mujeres; la mayor pasa su brazo izquierdo por encima de los hombros de su discípula, que rodea con su brazo la cintura de su iniciadora.
De este grupo de diez mujeres unidas por los lazos de una común experiencia de eternidad se desprende un profundo sentimiento de comunión; al contemplarlas, en el silencio de la capilla, captamos la verdadera dimensión de las mujeres egipcias.
La «madre», Hetep—Heres, también aparece representada en compañía de su «hija», Meresanj, en distintos episodios de carácter ritual en los cuales la más veterana transmite su sabiduría a la más joven; así, las dos mujeres exploran a bordo de una barca las marismas para recoger flores de loto. No sólo se consagran al culto a las divinidades, sino que también preservan el perfume de la primera aurora, cuando la vida nació de la luz. Durante este paseo en barca, la madre revela a la hija el secreto del loto sobre el cual se desplegó la creación.
MERESANJ, GUARDIANA DE LOS TEXTOS SAGRADOS
Entre los personajes representados en la tumba figuran algunos escribas. Meresanj lleva un título digno de mención: sacerdotisa del dios Thot, creador de la lengua sagrada y maestro de las «palabras de dios», es decir, de los jeroglíficos. Ello significa que está vinculada directamente al dios del conocimiento. Éste será, por otra parte, el caso de otras reinas de Egipto, como Bentanta, a la que podemos ver conducida por Thot hacia el otro mundo en una escena de su tumba (71) del Valle de las Reinas.
El detalle tiene su importancia, ya que prueba que Meresanj tenía acceso a la ciencia sagrada y a los archivos de los templos llamados «la manifestación de la luz divina (bau Ra)». Fue también una diosa, Sechat, la soberana de la Casa de la Vida, donde se componían los rituales y donde se iniciaba a los faraones en los secretos de su función. Como guardiana de las bibliotecas y de los textos fundamentales, usaba a la perfección el pincel tanto para escribir las palabras de vida como para ejercer el refinado arte del maquillaje. Cubierta con una piel de pantera y la cabeza coronada por una estrella de siete puntas (en ocasiones de cinco o de nueve), Sechat redacta los anales reales y apunta los nombres de los faraones en las hojas del árbol sagrado de Heliópolis. De esta diosa conocedora de los secretos de la construcción del templo, secretos que comparte con el rey, dependía la secretaría del palacio.[4] En el templo de Seti I, en Abydos, Sechat, «encargada de los archivos de los rollos divinos», escribe el destino del faraón y afirma: «Mi mano escribe su larga vida, es decir, lo que sale de la boca de la luz divina (Ra); mi pincel traza la eternidad, mi tinta el tiempo, mi tintero las innumerables fiestas de regeneración”.
Meresanj, iniciada en los misterios de Thot y en el conocimiento de los escritos rituales, fue instruida en toda la ciencia sagrada del Imperio antiguo; más de tres mil años después de su desaparición, podemos verla, en compañía de su «madre» y de sus «hermanas», en una de las tumbas más sorprendentes de Gizeh. La misteriosa y fascinante Meresanj nos ha permitido descubrir que el universo del conocimiento estaba enteramente abierto a la mujer egipcia.
[2] Véase D. Dunham y W. Simpson, The Mastaba of Queen Mersyankh III, G 7530—7540, Giza Mastabas I, Boston, 1974.
[3] Dos grupos distintos: el primero formado por tres mujeres (con la mayor a la cabeza del grupo), el segundo, de talla decreciente, compuesto por siete mujeres, cuatro adultas y tres más jóvenes.
[4] Véase G. A. Wainwright, «Seshat and the Pharaon», en JEA, 26, 1941, pp. 30—40.
Fuente: Jacq Christian
Fuente: Jacq Christian