LA REINA ISIS
MADRE Y REINA
El acceso a la tumba del faraón Tutmosis III en el Valle de los Reyes ofrece algunas dificultades; hay que subir una escalera metálica instalada por el Servicio de Antigüedades e introducirse a continuación en un estrecho pasillo que se interna en la roca. Los que sufren de claustrofobia harán bien en renunciar; sin embargo, el esfuerzo obtiene su recompensa ya que, después de ese descenso, el visitante descubre dos salas, una de techo bajo con las paredes decoradas con figuras de divinidades, y otra más amplia, la llamada cámara de resurrección. En sus paredes se encuentran textos y escenas del Am—Duat, «el libro de la estancia escondida», que revela las etapas de la resurrección del sol en los espacios nocturnos y de la transmutación del alma real en el más allá.
En uno de los pilares descubrimos una escena extraordinaria: una diosa, que sale de un árbol, da el pecho a Tutmosis III. El faraón, amamantado para la eternidad, conoce así una regeneración perpetua. El texto jeroglífico nos revela la identidad de esa diosa de inagotable generosidad: Isis.
Pero Isis es también el nombre de la madre terrestre de este rey, una madre cuyo rostro se ha conservado gracias a una estatua descubierta en el famoso escondrijo del templo de Karnak:[1] de mejillas llenas, serena y elegante, la madre real Isis luce un peinado de largas trenzas y un vestido de tirantes. Aparece sentada con la palma de su mano derecha apoyada sobre su pierna, mientras la mano izquierda sostiene un cetro floral. Nada sabemos acerca de ella, salvo que su hijo la veneraba y que llevaba el nombre de la diosa más célebre del antiguo Egipto.
LA PASIÓN Y LA BÚSQUEDA DE ISIS
La gran Isis reinó en las Dos Tierras, el Alto y el Bajo Egipto, mucho antes del nacimiento de las dinastías. En compañía de su esposo Osiris gobernaba sabiamente y gozaba de una felicidad perfecta. Un día, Set, hermano de Osiris, invitó a éste a un banquete. Se trataba de una emboscada, pues Set había decidido asesinar al rey para ocupar su lugar. Recurriendo a una original argucia, el asesino pidió a su hermano que se tendiera en un ataúd para comprobar si era del tamaño adecuado. Osiris aceptó imprudentemente. Set y sus acólitos cerraron el sarcófago y lo arrojaron al Nilo.
Conocemos los detalles de esta tragedia gracias a un texto de Plutarco, iniciado en los misterios de Isis y Osiris; las fuentes más antiguas se refieren únicamente a la trágica muerte del rey, cuyas desdichas continuaron, pues su cadáver fue despedazado. De este modo, Set creyó que había acabado para siempre con su hermano.
Isis, la viuda, se negó a aceptar la muerte de Osiris.
Sin embargo, ¿qué podía hacer, además de llorar a su martirizado esposo? Su corazón alumbró un proyecto insensato: recuperar cada uno de los trozos del cadáver, reconstituirlo y, ayudándose de las fórmulas mágicas que conocía, devolverle la vida.
Isis inició entonces una búsqueda paciente y obstinada. ¡Y creyó que había conseguido su objetivo! Logró reunir todas las partes del cuerpo de Osiris excepto una, el sexo, que un pez se había tragado. A Isis sólo le quedaba renunciar.
Pero ella perseveró en su empeño: convocó a su hermana Neftis —cuyo nombre significa «la señora del templo»—, y organizó un velatorio.[2] «Soy tu hermana bienamada —pronunció ante el cadáver reconstituido de Osiris—, no te alejes de mí, ¡yo te invoco! ¿No oyes mi voz? ¡Voy hacia ti, ningún espacio debe separarme de ti!» Durante horas, Isis y Neftis, que habían purificado y depilado por completo sus cuerpos, cubierto sus cabezas con pelucas rizadas y purificado la boca con natrón (carbonato de sodio), pronunciaron hechizos en el interior de una cámara funeraria inmersa en la oscuridad y perfumada con incienso. Isis invocó a todos los templos y a todas las ciudades del país para que se uniesen a su dolor y contribuyesen a que regresara del más allá el alma de Osiris. La viuda tomó el cadáver en sus brazos, mientras su corazón latía de amor por él, y murmuró en su oído: «Tú que amas la luz, no vayas a buscar las tinieblas”.
Sin embargo, el cadáver permanecía inerte.
Entonces, Isis tomó la forma de un milano hembra y batió sus alas para devolver el aliento vital al difunto, y se posó en el lugar del desaparecido sexo de Osiris, al que hizo reaparecer mágicamente. «He interpretado el papel de un hombre —afirmó—, aunque soy una mujer”. Las puertas de la muerte se abrieron ante ella, Isis traspasó el secreto esencial, la resurrección, y actuó como ninguna diosa lo había hecho hasta entonces. Ella, a la que también se llama «Venerable, surgida de la luz, de la pupila de Atum (el principio creador)», consiguió que regresara y que la fecundara el que parecía haber partido para siempre.
De este modo fue concebido su hijo Horus, nacido de la imposible unión de la vida y la muerte. Acontecimiento de gran importancia, ya que Horus, el niño nacido del misterio supremo, llamado a ocupar el trono de su padre, fue desde entonces monarca del más allá y del mundo subterráneo.
Set no se dio por vencido. No quedaba otra solución que dar muerte a Horus. Consciente del peligro, Isis escondió a su hijo en la espesura de papiros del Delta, donde no escaseaban los peligros: enfermedades, serpientes, escorpiones, el asesino que merodeaba por el lugar..., pero Isis la maga consiguió poner al pequeño Horus a salvo de cualquier desgracia.
Set no admitió su fracaso. En vez de ceder, impugnó la legitimidad sobrenatural de Horus y provocó la reunión del tribunal de divinidades con objeto de que condenara al heredero de Osiris. El tribunal tenía su sede en una isla, lo cual incitó a Set a actuar astutamente para que se tomara una decisión inicua: que el barquero se negase a transportar en su barca a ninguna mujer. De este modo, Isis no podría defender su causa.
Pero ¿cómo iba a renunciar la viuda después de haber sufrido tantas adversidades? Logró convencer al barquero entregándole un anillo de oro; se presentó ante el tribunal, derrotó la mala fe y los falsos argumentos y consiguió que Horus fuese aclamado como legítimo faraón.
Esposa perfecta, madre ejemplar... Isis se convirtió también en garante de la transmisión del poder real. ¿Acaso su nombre no significa «trono»? De ello se desprende que, según el pensamiento simbólico egipcio, el trono o, dicho de otro modo, la gran madre y reina Isis engendra al faraón.
ISIS, MAGA Y SABIA
Isis es la mujer—serpiente[3] que se convierte en el uraeus, la cobra hembra erguida en la frente del rey para destruir a los enemigos de la luz: sólo una evolución desastrosa y el desconocimiento del símbolo original explican que la buena diosa—serpiente llegara a convertirse en el reptil tentador del Génesis, causante de la perdición de la primera pareja. Contrariamente a esta creencia, Isis y Osiris afirman la vivencia de un conocimiento luminoso gracias al amor y más allá de la muerte.
Bajo la forma de la estrella Sotis, Isis anuncia y desencadena la crecida de las aguas del Nilo; sus lágrimas derramadas sobre el cuerpo de Osiris provocan la crecida del agua benéfica que al depositar el limo en las orillas del río asegura la prosperidad del país. ¿Y acaso no son las matas de papiros que emergen de las aguas los cabellos de Isis?
La magia cósmica de Isis procede de su facultad para penetrar los misterios del universo y, entre éstos, el del nombre secreto de Ra, encarnación de la luz divina. El corazón de Isis era más hábil que el de los bienaventurados, y no había nada que ella ignorase del cielo y de la tierra... salvo el famoso nombre secreto de Ra, que éste nunca había confiado a nadie, ni siquiera a las otras divinidades. Isis decidió asaltar ese bastión. Recogió un esputo de Ra, lo mezcló con tierra y moldeó una serpiente. Ocultó el mágico reptil en un matorral situado en el camino del dios; cuando éste pasó, el reptil le mordió, provocando ardores en el corazón de Ra, temblor en el cuerpo y el enfriamiento de sus miembros. Aunque no se hallaba en peligro de muerte, el veneno le estaba infligiendo un penoso sufrimiento, y nadie conseguía curar al dios.
Intervino Isis. ¿Devolverle la salud? Sí, ella podía hacerlo... Pero a condición de que Ra le confiase su nombre secreto. El sol divino intentó engañarla dándole varios nombres sin descubrirle el auténtico. La intuitiva Isis no cayó en la trampa. Ra, agotado, se vio forzado a confesarle su verdadero nombre; Isis le curó... y guardó para siempre el secreto.
LOS LUGARES DE ISIS
Cada una de las partes del cuerpo de Osiris dio nacimiento a una provincia. Egipto entero quedó asimilado al esposo resucitado de Isis, que animó la totalidad del país, de modo que en todas partes se encontró en casa.
No obstante, al atravesar Egipto de norte a sur se descubren tres zonas especialmente ligadas a Isis: Behbeit al—Hagar, Dandara y File.
Behbeit al—Hagar, en el Delta, es un paraje desconocido para los turistas. Al llegar, después de dejar atrás un dédalo de callejuelas, se experimenta una fuerte decepción. ¿Qué queda del gran templo de Isis sino una montaña de enormes bloques de granito adornados con escenas rituales? Aquí se veneraba a Isis, pero su templo fue desmantelado y utilizado como cantera, sin ningún respeto por el carácter sagrado del sitio. Paseando entre las malas hierbas, ¿cómo no recordar la época en que allí se levantaba un colosal santuario dedicado a la señora del cielo?
En Dandara, en el Alto Egipto, está localizado simbólicamente el nacimiento de Isis. El santuario de la diosa Hator se conserva sólo parcialmente, aunque permanecen el templo cubierto y el mammisi (templo del nacimiento de Horus), al igual que un pequeño santuario donde, según los textos, la hermosa Isis, de piel rosada y negro cabello, vino al mundo. Fue alumbrada por la diosa del cielo, mientras Amón, el principio escondido, y Shu, el aire luminoso, le concedían el aliento de vida.
En la frontera sur del antiguo Egipto se alza File, la isla—templo de Isis. Aquí vivió la última comunidad iniciática egipcia, que fue aniquilada por cristianos fanáticos. Amenazados por la liberación de las aguas del «dique alto», la gran presa de Asuán, los templos de File fueron desmontados piedra a piedra y reconstruidos en un islote próximo. La «perla de Egipto» pudo así ser salvada de las aguas. Una visita al lugar, aun por pocas horas, procura una experiencia inolvidable. Conforme a la voluntad de los egipcios, los ritos siguen celebrándose gracias a los jeroglíficos grabados en la piedra; la presencia de Isis es un hecho palpable y se pueden oír las palabras pronunciadas durante las ceremonias por las sacerdotisas de la gran diosa: «Isis, creadora del universo, soberana del cielo y de las estrellas, señora de la vida, regente de las divinidades, maga de excelentes consejos, sol femenino que sella todas las cosas con su impronta; los hombres viven conforme a tu orden, nada se hace sin tu conformidad”.[4]
LA ETERNIDAD DE ISIS
Victoriosa sobre la muerte, Isis sobrevivió a la extinción de la civilización egipcia. En el mundo helenístico, hasta el siglo V d. J.C., tuvo un papel dominante: su culto se extendió por todos los países de la cuenca mediterránea e incluso más allá de esa frontera.
Se convirtió en la protectora de numerosas cofradías iniciáticas, más o menos hostiles al cristianismo, que la consideraban símbolo de la omnisciencia, depositaría del secreto de la vida y de la muerte, y capaz de asegurar la salvación de sus fieles.[5]
Pero Isis no exigía una simple devoción; para conocerla, sus adeptos debían respetar la ascesis; la creencia no era suficiente: había que ascender por la escalera del conocimiento y superar los distintos grados de los misterios.
Isis, encarnación del pasado, el presente y el futuro, madre celeste de amor infinito, fue durante mucho tiempo una temible competidora del cristianismo. Ni siquiera el dogma triunfante logró eliminar a la antigua diosa; en el hermetismo, que tuvo una gran presencia en la Edad Media, ella seguía siendo «la pupila del ojo del mundo», la mirada sin la cual no podría percibirse la verdadera realidad de la vida. ¿No se oculta Isis bajo los hábitos de la Virgen María? ¿No tomó ésta el nombre de «Nuestra Señora», a la que se han consagrado tantas iglesias y catedrales?
ISIS, MODELO DE LA MUJER EGIPCIA
Una civilización se modela sobre un mito o un conjunto de mitos. Mientras que en el mundo judeocristiano la figura de Eva es cuando menos sospechosa, hecho que explica el innegable y dramático déficit espiritual de las mujeres modernas, regidas por este tipo de creencia, en el universo egipcio las cosas tenían otro cariz. La mujer no era la fuente de ningún mal ni de una desnaturalización del conocimiento, sino todo lo contrario; era ella, a través de la grandiosa figura de Isis, quien había superado los peores obstáculos y descubierto el secreto de la resurrección.
Isis fue modelo de reinas, pero también de las esposas y madres, así como de las mujeres más humildes. A su fidelidad sumaba un valor indestructible ante la adversidad, una intuición fuera de lo común y la capacidad de penetrar el misterio. ¿Acaso no podemos afirmar que su búsqueda es un ejemplo para todas las mujeres que han intentado vivir la eternidad?
[3] Véase, por ejemplo, M.—O. Jentel, «De la "Bonne Dése" a la "Mauvaise Femme": Quelques avatars du motif de la femme—serpent», en Échos du monde classique. Classical Views, Calgary 28, núm. 2, 1984, pp. 283—289.
[5] Véase F. Junge, «Isis und die ägyptischen Mysterien», en Aspekte der spätägyptischen Religión, Wiesbaden , 1979, pp. 93—115.