jueves, 22 de diciembre de 2011

SOBEK—NEFERU






SOBEK—NEFERU, MUJER FARAÓN ANTES DE LA TORMENTA


 

DICHAS DEL IMPERIO MEDIO



 

Hacia el 2060 a. J.C. Egipto salió de una larga crisis. Durante dos dinastías, la XI y la XII, de 2133 a 1785, tres linajes faraónicos, los Montuhotep los Amenemhat y los Sesostris,[1] gobernaron un país otra vez próspero cuya obra arquitectónica, desgraciadamente, ha desaparecido casi por completo. Algunos monumentos, desmontados con sumo cuidado, fueron usados como cimientos de sus propios edificios por los reyes del Imperio nuevo. Sin embargo, es posible admirar la «capilla blanca» de Sesostris I, reconstruida por el arquitecto francés Chevrier y expuesta en Karnak, en el «museo al aire libre». La elegancia de la geometría, la belleza de la piedra caliza y la delicadeza de los jeroglíficos, así como la perfección de las escenas esculpidas, son aspectos que evocan la «edad clásica» del Imperio medio, semillero de grandes obras literarias como La historia de Sinuhé, una auténtica novela de espionaje que relata la misión de un dignatario egipcio en el extranjero y su regreso a casa.
Si bien dejaron de construirse pirámides gigantes de piedra tallada como las de la llanura de Gizeh, no por eso se abandonó el símbolo. Los faraones de la época se contentaban con pirámides más modestas, algunas casi enteramente de ladrillo. No obstante, un lugar como List, al sur de El Cairo, da fe de una grandeza todavía perceptible, pese a los ataques infligidos a los conjuntos funerarios de Sesostris.

En los últimos años se ha intentado demostrar que el estatus social y legal de la mujer egipcia se degradó durante el Imperio medio; pero el estudio de la documentación existente prueba que conservó su libertad y autonomía, de acuerdo con los principios civilizadores enunciados desde la I dinastía.

El Imperio medio conoció tres siglos y medio de paz que terminaron con el reinado de una mujer faraón, Sobek—Neferu.



SOBEK—NEFERU: UN REINADO, NOMBRES, MONUMENTOS

 


 

De 1790 a 1785 a. J.C. una mujer reinó como faraón. Su presencia histórica ha sido confirmada por sus nombres reales y diversos monumentos. Quizá era la hija de Amenemhat III y la hermana, o la esposa, de Amenemhat IV, su sucesor. Se desconoce la duración exacta de su reinado: cinco años según unos; tres años, diez meses y veinticuatro días según otros, que se guían por el papiro de Turín.

La llegada al poder de Sobek—Neferu, faraón legítima y reconocida como tal, no estuvo precedida por ninguna situación de crisis. Un documento excepcional, desafortunadamente mutilado, la estatua del Louvre E 27 135, era una representación de Sobek—Neferu, mujer y rey a la vez. De esta imponente estatua de gres rojo sólo se ha conservado el torso; la cabeza, los brazos y las piernas han desaparecido. ¿Qué vemos? Los senos de una mujer cubiertos en parte por el largo vestido tradicional y, sobre éste, el delantal de faraón. Ese tipo de hábito es único en la estatuaria faraónica conservada. ¿Cómo sabemos que realmente se trata de Sobek—Neferu? Por su nombre, escrito en jeroglíficos sobre la cintura. Por encima de su ropa femenina se puso el traje masculino del rey, aliando de este modo ambas naturalezas y convirtiéndose en un Horus femenino.

Su nombre también fue grabado en un arquitrabe de un templo de la ciudad de Heracleópolis, sobre unas piedras del templo funerario de Amenemhat III, así como sobre otras estatuas procedentes del Delta que la representan; esos vestigios dejan suponer la existencia de otras obras, hoy destruidas o enterradas en la arena, o bien encerradas en colecciones particulares.

¿Sobek—Neferu hizo construir una pirámide, tal como habían hecho sus predecesores? Es más que probable, y se supone que se encontraba en Mazghuna, al sur de Menfis; las excavaciones todavía no han ofrecido un elemento de identificación decisivo.

Conforme a las reglas de la titularidad en uso desde la V dinastía, la faraón Sobek—Neferu llevaba cinco nombres: nombre de Horus: «la amada de la luz divina (Ra)»; nombre de las dos soberanas:[2] «la hija del cetro potencia (o: de la potencia), la señora de las Dos Tierras»; nombre de Horus de oro: «estable de apariciones en realeza (o: aquella cuyas coronas son estables)»; nombre del rey del Alto y Bajo Egipto: «Sobek es la potencia (ka) de la luz divina (Ra)»; nombre de la hija de la luz divina (Ra): «belleza perfecta (neferu) de Sobek».

Los nombres de la mujer faraón definían su programa de gobierno y su actuación espiritual. Observemos cómo insiste en su relación con la luz divina, en su fuerza, estabilidad y, sobre todo, en un hecho algo sorprendente: ella encarna la «belleza perfecta» del dios cocodrilo Sobek, que es la potencia de la luz.

«Belleza» no es la primera palabra que acude a nuestra mente cuando contemplamos de cerca un cocodrilo; sin embargo, los egipcios consideraban a Sobek, la encarnación del principio creador simbolizado por el cocodrilo, como un gran seductor o un ladrón de mujeres, capaz al mismo tiempo de castigar el adulterio. Este príncipe encantador sólo hacía un bocado de las gentiles damas y, sin duda para conjurar el peligro, Sobek—Neferu transformaba en belleza la agresividad del saurio. Ella misma se convertía en cocodrilo y, tal como precisa su título, en «Sobek del Fayum».

El Fayum es un pequeño paraíso situado a unos cien kilómetros al sudoeste de El Cairo. Los faraones del Imperio medio dedicaron gran empeño a favorecer esta región, sobre todo mediante importantes obras de irrigación que la convirtieron en un inmenso jardín, enriquecido por una reserva de pesca y caza. El dios de la principal ciudad del Fayum, Sedit (la Crocodilopolis de los griegos y la actual Madinet al—Fayyum), era precisamente Sobek, una de cuyas funciones principales consistía en hacer que el sol emergiera del fondo de las aguas para que la luz se derramara sobre la tierra y desencadenara de ese modo el proceso de fertilización. Considerado como el «gran pez», el amo de los ríos y marismas, Sobek era especialmente la «potencia de la luz divina», capaz de extraer la vida del tenebroso océano del origen y convertir el país en un oasis de verdor.[3] Ésas eran las tareas que Sobek—Neferu, la faraón cocodrilo, se adjudicaba a sí misma.



LA TORMENTA: UNA INVASIÓN PROCEDENTE DEL NORTE

 


 

Al nordeste del Delta, la frontera de Egipto presentaba fisuras. Allí se presentaba una vía de invasión natural, revelándose bastante tentadora para las poblaciones nómadas, los hicsos,[4] formadas por clanes de pastores dedicados al pillaje. Hacía tiempo que codiciaban las ricas tierras cultivadas de los egipcios.

¿Por qué se desencadenó la oleada invasora hacia el año 1785 a. J.C.? Sin duda porque unas tribus asiáticas se unieron a esos clanes con la decidida intención de apoderarse de Egipto. El dispositivo de seguridad de los faraones se reveló insuficiente y el ataque de los hicsos fue un éxito. El ejército de Sobek—Neferu no pudo repeler a los invasores, que se instalaron en el norte del país y llegaron hasta controlar Menfis.

Horus hembra, Sobek—Neferu,[5] fue un auténtico faraón, considerada como tal en las antiguas listas reales. Afirmó el vínculo de las mujeres de poder con el dios cocodrilo Sobek, cuya primera sacerdotisa fue Jhenemet—Nefer—Hedjet, la esposa de Sesostris II. Otras tres grandes damas subrayarían este vínculo simbólico: Ahmés—Nefertari, Hatsepsut y Tiy.[6]

¿Cómo transcurrieron los últimos días del reinado de Sobek—Neferu, cuando el país se hallaba dividido en una zona libre y otra zona ocupada? Lo ignoramos. Ignoramos también la fecha exacta de la invasión de los hicsos, y no es del todo seguro que Sobek—Neferu tuviera que hacerles frente directamente.


[1] Montuhotep: «[el halcón guerrero] Montu está en paz»; Amenemhat: «[el dios escondido] Amón se manifiesta [literalmente: está en primer plano]»; Sesostris: «el hombre de la [diosa] poderosa».
[2] Es decir, la cobra y el buitre, correspondientes al Alto y al Bajo Egipto.
[3] Véase C. Dolzani, // Dio Sobk, Roma, 1961, y LdÄ, 39, 1984, pp. 995—1032.
[4] En egipcio, hekau—jasut, «los jefes de los países extranjeros». Véase J. Van Seters, The Hyksos, New Haven y Londres, 1966. El origen y la identificación de los hicsos continúan siendo objeto de controversia.
[5] Perdura la incertidumbre sobre la lectura de su nombre; para algunos egipcios, se trata de Neferu—Sobek.
[6] Sobre este punto, véase C. Vandersleyen, L'Égypte el la vallée du Nil, t. 2, p. 117, n. 2.



Fuente: Jacq Christian