jueves, 22 de diciembre de 2011

IAH—HOTEP, LIBERADORA DE EGIPTO






IAH—HOTEP, LIBERADORA DE EGIPTO

 

LA OCUPACIÓN DE LOS HICSOS

 


 

Durante más de dos siglos, de 1785 a 1570 a. J.C., los hicsos ocuparon el norte de Egipto. Los egiptólogos bautizaron esta época como «segundo período intermedio»; su estudio se reveló arduo, debido a la escasez de documentación. El proceso dinástico no se interrumpió, pero ningún monarca importante llegó a imponerse; los hicsos aceptaron la titularidad faraónica, como si desearan verse admitidos por la población. Fueron muchos los «monarcas» y breves los reinados, pues era frecuente la expulsión de un jefe de clan por otro.

Algunos jefes de provincia, sin embargo, mantuvieron su independencia; el Alto Egipto conservó su libertad sin que los hicsos consiguieran arrebatársela. Desde la XIII dinastía hasta finales de la XVII, el país estuvo dividido en dos.

Algunos colaboraron con el ocupante, mientras otros rechazaron obstinadamente su presencia. De cualquier modo, resulta difícil definir la naturaleza de esta ocupación. Según unos, los hicsos fueron bárbaros crueles y destructores; según otros se plegaron a la forma de vida egipcia, con la esperanza de imponerse a largo plazo. En cualquier caso no llegaron a ser populares.

Poco antes de 1570 la situación cambió. Una mujer excepcional, Iah—Hotep, se negó a tolerar el dominio extranjero que estaba arruinando a Egipto y decidió emplear todos los recursos para liberar el país.


UNA GUERRA INSPIRADA POR EL DIOS—LUNA

 


 

Iah—Hotep, hija del rey Taa I y de la reina Tetisheri, tal vez la primera en preconizar la reconquista, llevaba un nombre significativo: «el dios—luna (lab.) está en paz». La palabra «luna», en antiguo egipcio, es masculina; y el «sol de la noche», lleno de magia y a menudo comparado a un toro, es un temible guerrero. El nombre de la reina anuncia su programa político: primero, la guerra (Iah), luego la paz (hotep), después de obtener la victoria.
Iah—Hotep era tebana. Tebas, pequeña ciudad del sur de Egipto, federó a los resistentes; y fue el marido de la reina, el rey Seqenenre, «el que ve aumentado su valor por la luz divina», quien se puso a la cabeza del ejército de liberación y se lanzó al ataque de los hicsos.

No conocemos ni el número de soldados comprometidos en la acción ni los episodios del conflicto, pero sí que éste terminó con la muerte de Seqenenre. Efectivamente, su momia presentaba huellas de varias heridas mortales.

Iah—Hotep quedó viuda, a cargo de dos hijos, Kamosis y Ahmosis. Al nombre de Kamosis, «ha nacido la potencia», le sigue un guerrero sosteniendo un bastón; eso significa que la reina le insufló la voluntad de proseguir la obra de su padre y continuar la guerra. De hecho, el impulso no se interrumpió, pero surgió un nuevo problema cuando, conscientes de la determinación de las tropas tebanas, los hicsos intentaron provocar una revuelta en Nubia; si los nubios se convertían en sus aliados, Tebas quedaría entre dos fuegos: los hicsos al norte, los nubios al sur.

No quedaba otra solución: atacar. Mientras Kamosis se lanzaba hacia el norte, arrebatándoles a los hicsos una ciudad tras otra, Iah—Hotep se ocupaba de fortificar la frontera sur, en Elefantina. Los nubios no consiguieron pasar y el proyecto de alianza con los hicsos fracasó.

Kamosis obtuvo varias victorias, pero no logró hacerse con la capital fortificada de los hicsos, Avaris, donde los últimos asiáticos habían encontrado refugio. Volvió a Tebas y allí le recibió Iah—Hotep, que gobernaba en su ausencia. ¿Por qué Kamosis no continuó el asedio?

Quizá estaba herido. Cuando desapareció de la escena, el segundo hijo de Iah—Hotep sólo contaba diez años. La reina asumió la carga del poder sobre un territorio cada vez más vasto, sin perder de vista el objetivo final: la liberación total de Egipto. Los nombres de este segundo hijo son elocuentes: «el de las grandes transformaciones, el toro en Tebas, el que reúne las Dos Tierras, la luz divina (Ra) es el señor de la fuerza». Como Ahmosis, «el que nació del dios—luna»,[1] asumió la continuidad de la acción guerrera de la reina.


EGIPTO, LIBERADO

 


 

En cuanto tuvo edad de gobernar y de entrar en combate, Ahmosis se dirigió al norte con la firme intención de apoderarse de Avaris y de expulsar definitivamente a los hicsos. Una estela, erigida por el rey en el interior del templo de Karnak, pone de relieve el difícil papel que jugó Iah—Hotep antes de vislumbrar la victoria. Por supuesto no todos los cortesanos estaban de acuerdo en continuar la lucha, y la reina tuvo que dar muestras de valor y autoridad para reanimar las energías cuando flaqueaban. Según el texto de la estela, está claro que Iah—Hotep se comportó como un verdadero faraón, ella misma tomaba las decisiones y gobernaba Egipto con firmeza: «Haced llegar vuestras alabanzas a la dama de las orillas de las regiones lejanas[2] cuyo nombre se exalta en todos los países extranjeros; ella, la que gobierna multitudes y se ocupa de Egipto con sabiduría; ella, la que se ha preocupado de su ejército, la que ha velado por él, la que ha conseguido el retorno de los fugitivos y reunido a los disidentes, la que ha pacificado el Alto Egipto y sometido a los rebeldes”.[3]

¿Puede deducirse de estas líneas que Iah—Hotep terminó con una revuelta militar en el sur, a la que opuso una especie de golpe militar? Las opiniones difieren, pero parece que ella fue un auténtico jefe militar a cuyo ejército dedicó su interés e infundió ánimos. Ella galvanizó a los que dudaban, aportó cohesión a sus tropas y rehabilitó a los soldados que habían desertado.

Podemos imaginar la alegría de Iah—Hotep cuando tuvo noticia de la caída de Avaris. Su marido había muerto en el combate; su hijo mayor, Kamosis, había entregado el alma antes de la victoria final; su segundo hijo, Ahmosis, acababa de liberar la totalidad del territorio egipcio y de reunificar las Dos Tierras. Se convirtió entonces en el primer faraón de una nueva dinastía, la decimoctava.

Iah—Hotep y Ahmosis no se contentaron con la caída de la odiada ciudadela; el rey persiguió a los vencidos que huían hacia el norte, quizá hasta el mismo Eufrates. Y no olvidó la temible tentativa de alianza que había estado a punto de comprometer el éxito: después de la expulsión de los hicsos, Ahmosis echó del trono a un reyezuelo nubio convicto de colaboración con el enemigo.

Desde el extremo del Delta hasta Nubia reinaba un solo faraón.


NACIMIENTO DE UNA CAPITAL

 


 

Hasta ese momento, la gran ciudad del Egipto de los faraones era Menfis, «el equilibrio de las Dos Tierras», ubicada en la confluencia del Delta y del valle del Nilo. Menfis había sido fundada por el ilustre Zoser y no tenía rival.

Sin embargo, los artífices de la liberación de Tebas pertenecían a un linaje de soberanos originarios de Tebas. Iah—Hotep aprovechó la oportunidad y supo ponderar los méritos de Wasit, «la ciudad del cetro uas (el que portan las diosas)», nombre sagrado de Tebas. La «ciudad de las cien puertas», que maravilló a Homero, está simbolizada en una mujer y también gracias a una mujer conoció la gloria. Inspirada por Iah—Hotep, Tebas se convirtió en la capital de un Egipto libre, de nuevo dueño de su destino.


UNA REINA CONDECORADA COMO UN GENERAL

 


 

Iah—Hotep, mujer enérgica y vigorosa, murió octogenaria, reconfortada por la veneración de su pueblo y de la corte, que manifestaba así su reconocimiento a la liberadora, a la heroína indomable que había sabido transmitir al ejército el valor necesario para expulsar al ocupante.

Su hijo, Ahmosis, presidió las ceremonias fúnebres; la reina fue inhumada en una tumba de Dra Abu el—Naga, un sector de la necrópolis de Tebas—oeste.[4] El egiptólogo francés Auguste Mariette dirigió las excavaciones que en 1859 sacaron a la luz la sepultura, con la fortuna de descubrir un tesoro compuesto de joyas de hermosa factura, como un brazalete de oro macizo cubierto de lapislázuli en el que se proclamaba el reconocimiento de Ahmosis como faraón. Otra maravilla era el brazalete de perlas ensartadas en hilo de oro y compuesto por tiras de oro, lapislázuli, cornalina y turquesa. Al abrocharlo, la reina reunía unos jeroglíficos que afirmaban las cualidades de Ahmosis como «todo un dios, amado de Amón», es decir, el dios de Tebas. No olvidemos la diadema que representaba a la diosa—buitre Nejbet, que encarna a la vez la función materna y la capacidad de otorgar una titularidad y sus nombres a un faraón: la reina, precisamente, había dado a Egipto dos reyes, Kamosis y Ahmosis.

Tres objetos sorprendentes subrayan la actividad guerrera de la gran reina. Un puñal de hoja de oro, un hacha cuyo mango de cedro está recubierto de oro y en el que se ve al rey, como esfinge y grifo, derrotando a sus enemigos, y tres moscas de oro, que habitualmente se ofrecían como recompensa a los generales y soldados destacados por su valor en el combate.

Según nuestros datos, ninguna otra reina de Egipto recibió esta condecoración militar, la más alta distinción concedida por el faraón a sus valientes. Ahmosis reconocía así que la inspiradora de la guerra de liberación había sido Iah—Hotep. La reina había llevado a buen término su proyecto: desplegar la fuerza del dios—luna en su lucha victoriosa contra los hicsos y restaurar la paz. Se había hecho merecedora de esas tres moscas de oro, símbolo de su valor indomable y de su tenacidad frente al conflicto.


[1] Debería transcribirse este nombre Iah—Mosis, ya que se trata de la misma palabra Iah, «dios—luna», que aparece en el nombre de la reina; pero ha quedado establecida la costumbre de transcribir Ahmosis, y a menudo suele encontrarse el nombre de la reina escrito Ah—Hotep, Ahhotep.
[2] Traducción aproximada; los hau—nebut, en ese contexto, parecen designar «los islotes del norte», es decir, las zonas acuáticas del Delta reconquistadas gracias a la acción de Iah—Hotep.
[3] Urkunden, IV, 21. 3—17.
[4] Véase M. Eaton—Krauss, «The coffins of Queen Ahhotep, Consort of Seqeni—en—Rê and mother of Ahmose», en Chronique d'Égypte, XLV/130, 1990, pp. 195—205.

  Fuente: Jacq Christian