domingo, 4 de diciembre de 2011

LA MUERTE : UNA GRAN AVENTURA - ALICE A. BAILEY, 1º PARTE






Se necesita valor para enfrentar la realidad de la muerte, y para formular en forma muy definida nuestras creencias sobre el tema... La muerte es el único hecho que podemos predecir con absoluta seguridad y, sin embargo, la mayoría de los seres humanos se rehúsa a considerarlo, hasta que lo enfrenta de modo inminente y personal.

Las personas enfrentan la muerte de muy diversas maneras; algunas con un sentimiento de autocompasión, se hallan tan preocupadas por lo que dejan, por lo que termina para ellas, por el hecho de abandonar todo lo que acumularon en la vida, que el verdadero significado del futuro inevitable no les llama la atención. Otras la enfrentan con valor y encaran lo inevitable, miran la muerte con osadía, porque no pueden hacer nada más. Su orgullo los ayuda a salir al paso del acontecimiento. Aún otros rehúsan considerar en absoluto esa posibili­dad. Se auto hipnotizan hasta llegar a un estado donde el pensamiento de la muerte es rechazado por la concien­cia, que no lo considera posible, de modo que cuando llega, los toma de sorpresa; están inermes y lo único que pueden hacer es sencillamente morir. La actitud cris­tiana, por lo general, es más precisa en su aceptación de la voluntad de Dios, adoptando la resolución de con­siderar el acontecimiento como lo mejor que pudiera ocurrir, aun cuando no lo parezca desde el ángulo del medio ambiente y las circunstancias. La firme creencia en Dios y Su propósito predestinado para el individuo, lleva a pasar triunfalmente por los portales de la muer­te, pero si se les dijera que ésta es simplemente otra forma del fatalismo del pensador oriental, y una creen­cia fija en un destino inalterable, lo considerarían falso. Los que así piensan se escudan tras el nombre de Dios.

Sin embargo, la muerte puede ser más que todas esas cosas y enfrentada de distintas maneras. Puede tener cabida definida en la vida y en el pensamiento, y pode­mos prepararnos para ella como algo inevitable, pero simplemente es el Originador de cambios. De este modo haremos del proceso de la muerte una parte planeada de todo nuestro propósito de vida. Podemos vivir tenien­do conciencia de la inmortalidad, lo que agregará colo­rido y belleza a nuestra vida; podemos fomentar la con­ciencia de nuestra futura transición y vivir con la espe­ranza de su prodigio. La muerte así encarada, conside­rada como un preludio para una ulterior experiencia viviente, cobra un significado distinto. Se transforma en experiencia mística, una forma de iniciación, que alcanza el punto culminante en la crucifixión. Todas las anterio­res renunciaciones menores nos preparan para la gran renunciación; todas las anteriores muertes sólo son el preludio del estupendo episodio de morir. La muerte nos trae la liberación temporaria de la naturaleza corporal, de la existencia en el plano físico y de la experiencia visible, que quizás con el tiempo será permanente. Cons­tituirá la liberación de toda limitación, y aunque crea­mos (como lo hacen millones de seres) que la muerte es sólo un intervalo en una vida de progresiva acumula­ción de experiencia, o el fin de toda experiencia (como sostienen otros tantos millones), no puede negarse el hecho de que la muerte indica una transición definida de un estado de conciencia a otro.

Ante todo trataremos de definir este misterioso proceso al cual están sujetas todas las formas, y que frecuentemente sólo constituye el fin temido, temido por no ser comprendido. La mente del hombre está tan poco desarrollada que el temor a lo desconocido, el terror a lo no familiar y el apego a la forma, han provocado una situación en la que uno de los acontecimientos más benéficos en el ciclo de vida de un encarnado Hijo de Dios, es visto como algo que debe ser evitado y postergado el mayor tiempo posible.

La muerte, si sólo pudiéramos comprenderlo, es una de las actividades que más hemos practicado. Hemos muerto muchas veces y moriremos muchas más. Muerte es, esencialmente, cuestión de conciencia. En cierto momento estamos conscientes en el plano físico; en otro, nos retraemos a otro plano y estamos allí activamente conscientes. En la medida en que nuestra conciencia se identifica con el aspecto forma, la muerte continuará manteniendo su antiguo terror. Tan pronto nos reconozcamos como almas y hallemos que somos capaces de enfocar a voluntad nuestra conciencia y sentido de percepción en cualquier forma o plano, o en cualquier dirección dentro de la, forma de Dios, ya no conoceremos la muerte.

La muerte para el hombre medio es un fin desastroso, pues implica la terminación de todas las relaciones hu­manas, la cesación de toda actividad física, la ruptura de todos los signos de amor y afecto y el tránsito (involun­tario y disconforme) a lo desconocido y temido. Es lo mismo que salir de una habitación iluminada y agrada­ble, cordial y familiar, donde están reunidos nuestros seres queridos, y pasar a la noche fría y oscura, solo y aterrorizado, esperando lo que vendrá y sin ninguna se­guridad.

Pero las personas olvidan por lo general que todas las noches, durante las horas de sueño, morimos en lo que respecta al plano físico y vivimos y actuamos en otro lugar. Olvidan también que han adquirido ya la facilidad de dejar el cuerpo físico, porque aún no pueden conservar en la conciencia del cerebro físico los recuerdos de esa muerte y el consiguiente intervalo de vida activa, y no relacionan la muerte con el sueño. Después de todo, la muerte es sólo un intervalo más extenso en la vida de acción en el plano físico; nos vamos “al exterior” por un periodo más largo. Pero el proceso del sueño diario y el proceso de la muerte ocasional son idénticos, con la única diferencia que en el sueño el hilo magnético o corriente de energía, a través de la cual corren las fuerzas vitales, se mantiene intacto, y constituye el ca­mino de retorno al cuerpo. Con la muerte, este hilo de vida se rompe o corta. Cuando esto ha acontecido, la entidad consciente no puede volver al cuerpo físico den­so, y al faltarle a ese cuerpo el principio de coherencia, se desintegra.

1. Temor a la muerte. Está basado en: El terror, en el proceso final del desgarra­miento en el acto de la muerte.  -  La duda respecto a la Inmortalidad. - Horror a lo desconocido y a lo indefinido. El pesar por tener que abandonar a los seres queridos o ser abandonado por ellos. - Las antiguas reacciones a las pasadas muer­tes violentas, arraigadas profundamente en el subconsciente. - El aferrarse a la vida de la forma, por estar principalmente identificados con ella en la conciencia. - Las viejas y erróneas enseñanzas referentes al cielo y al infierno, siendo   ambas  perspectivas desagradables para cierto tipo de personas.

      Diré que: La muerte no existe. Como bien saben, hay una entrada en una vida más plena. Hay liberación de los obstáculos del vehículo carnal. El tan temido proceso de desgarramiento no existe, excepto en los casos de muerte violenta o repentina, entonces lo único desagra­dable es la sensación instantánea y abrumadora de pe­ligro y destrucción inminente, y algo que se parece a un shock eléctrico. Nada más. Para los no evoluciona­dos, la muerte es un sueño y un olvido, porque la mente no está bastante despierta para reaccionar, y el archivo de la memoria está prácticamente vacío. Para el ciuda­dano común y bueno, la muerte es la continuidad en su conciencia del proceso de la vida, y lleva a cabo los in­tereses y tendencias de esa vida. Su conciencia y sen­tido de percepción son los mismos e invariables. No percibe mucha diferencia, está bien cuidado, y a menu­do no se da cuenta que ha pasado por la muerte. Para el perverso y cruel egoísta, el criminal y esos pocos que viven únicamente para el aspecto material, se pro­duce esa situación denominada “atados a la tierra”. Los vínculos, que han forjado con la tierra, y la atracción hacia ella, de todos sus deseos, los obliga a permane­cer cerca de la misma y de su último medio ambiente terreno. Tratan desesperadamente por todos los medios posibles, de ponerse en contacto y volver a penetrar en él. En contados casos, un gran amor personal por quie­nes han dejado, o el incumplimiento de un deber reco­nocido y urgente, mantienen a quienes poseen bondad y belleza, en semejante situación. Para el aspirante, la muerte es la entrada inmediata en una esfera de ser­vicio y de expresión a que está muy acostumbrado, per­cibiendo enseguida que no es nueva. En las horas de sueño ha desarrollado un campo de servicio activo y de aprendizaje. Ahora sencillamente funciona en él duran­te las veinticuatro horas 
      Fuente: Alice A. Bailey