miércoles, 14 de diciembre de 2011

HETEP—HERES, MADRE DE KEOPS

 
Sarcófago de Hetepheres antes de su apertura

 

HETEP—HERES, MADRE DE KEOPS

 


UN HALLAZGO INESPERADO

 

El 2 de febrero de 1925, el equipo del arqueólogo americano Reisner trabajaba en la llanura de Gizeh, en el gran cementerio real situado al este de la fenomenal pirámide de Keops (hacia 2589—2566 a. J.C.), llamada también «la gran pirámide». Allí se encuentran tres pequeñas pirámides de reinas cuyas capillas dedicadas al culto, abiertas en su cara oriental, dan a un camino. Aquel día, el fotógrafo de la expedición decidió tomar algunas fotografías desde el extremo norte de ese camino. Como buen técnico, preparó su material con esmero e instaló el trípode para darle estabilidad. Una operación mil veces repetida, un gesto rutinario.
En esta ocasión surgió un pequeño obstáculo: uno de sus pies se hundió en un hueco. El técnico se agachó, advirtiendo entonces la presencia de una capa de yeso. Resultaba evidente que allí había intervenido una mano humana, fabricando una especie de trampantojo destinado a imitar el suelo rocoso.
Los arqueólogos despejaron una zanja rectangular llena de pequeños bloques de piedra caliza. Una vez retirados quedó al descubierto una escalera que daba acceso a un túnel. Éste llevaba a un pozo, también cegado por un bloque de piedra. La excitación iba en aumento: ¿se encontraban ante una tumba inviolada? ¿A quién pertenecería?
Después de liberar el pozo, los arqueólogos accedieron a un nicho que contenía algunas jarras, el cráneo y las patas de un toro envueltas con esteras: una ofrenda que libraba de la sed al propietario de la tumba y le permitía disponer de la potencia creadora del toro.
El 8 de marzo de 1925 consiguieron llegar a la cámara funeraria, una pequeña sala tallada en la roca. Una sala... ¡inviolada!

EL TESORO DE LA REINA, «MADRE DEL REY»

 

A veinticinco metros de profundidad se hallaba una sepultura secreta a la que ningún saqueador había tenido acceso hasta la fecha. La presencia de un sarcófago permitía esperar el descubrimiento de una momia, pero el sarcófago apareció vacío. Digerida la decepción, los arqueólogos dirigieron su mirada a los numerosos objetos que albergaba la tumba; su examen requirió no menos de 1.500 páginas y 1.700 fotografías.
Se descubrió la identidad de la legítima ocupante del lugar: Hetep—Heres, cuyo nombre probablemente significa «faraón es plenitud gracias a ella».[1]
Una gran personalidad, pues era la esposa del faraón Snefru y la madre del constructor de la gran pirámide. Su equipo para el más allá es algo digno de destacar: vajilla de oro, un dosel de madera y sillones chapados en oro, una cama con su cabecera, collares, cofres, vasos de cobre y de piedra, brazaletes incrustados de cornalina, lapislázuli y turquesa, un cofre de madera dorado y en su interior dos cartuchos destinados a guardar en orden las joyas. Había obras maestras, como platos y copas de oro y un aguamanil de cobre, que demostraban el talento de los artesanos del Imperio Antiguo. La pieza más extraordinaria era, sin duda, la silla de manos que encontraron en piezas sueltas y que fue reconstruida y trasladada para su exposición al Museo de El Cairo, junto a otros elementos de este tesoro de pasmosa perfección. La silla demuestra, por sí sola, el refinamiento de la corte de Snefru y Keops, su gusto por la sobriedad y la pureza de líneas.
Un detalle importante: esas maravillas, creadas para la eternidad y no para el mundo efímero de los humanos, estaban destinadas al paraíso del más allá donde habita el alma de Hetep—Heres. Gracias a los aderezos, su belleza se mantendrá inalterable; gracias a la preciosa vajilla podrá celebrar un banquete perpetuo.
La magnífica silla de manos de la madre de Keops es un símbolo relacionado con su función. La reina de Egipto, en efecto, llevaba los sorprendentes títulos de «silla de manos de Horus» y de «silla de manos de Set»; también recibía el nombre de «la grande, que es también una silla de manos». Se la presentaba como el apoyo, en movimiento, de los dioses Horus y Set, los hermanos enemigos que se reúnen y apaciguan en la persona del faraón. Al igual que Isis es el trono del que nace el rey de Egipto, asimismo la reina es la silla de manos que permite al monarca desplazarse, es decir, estar en acción.[2]
La titularidad de la gran dama nos informa de cuáles eran sus funciones rituales: «Madre del rey del Alto y del Bajo Egipto, compañera de Horus, superiora de los carniceros de la morada de la acacia, gracias a la cual se cumple todo lo que ella formula, hija del dios, de su cuerpo, Hetep—Heres”.
La morada de la acacia está vinculada al misterio de la resurrección, al que estuvieron asociadas todas las reinas; más adelante nos referiremos a esta institución. Detengámonos un instante en el título de «madre del rey», utilizado hasta la última dinastía. Decimos «título» con razón, pues lo cierto es que la expresión no designa obligatoriamente a la madre carnal de un faraón.[3] Se proclama la filiación espiritual, pero resulta imposible afirmar la existencia de vínculos familiares más concretos.
Al ser escogida como faraón, la «madre del rey» tenía el deber de transmitir la energía incesantemente producida por el universo divino; por este motivo aparece a menudo junto al monarca durante los ritos principales encarnando la continuidad dinástica. Como fuente espiritual de la monarquía, la «madre del rey» es objeto de culto. El lecho de resurrección de Hetep—Heres, de una factura admirable, no servía únicamente para el reposo eterno de la gran reina, sino también para su perpetua unión con el principio creador para que ella diese a luz al rey.

UN ARQUEÓLOGO ESCRIBE UNA NOVELA POLICÍACA

 

La arqueología pretende ser una disciplina rigurosa y científica, pero son hombres y mujeres quienes la practican e, inevitablemente, éstos interpretan los hechos en función de sus conocimientos y de su grado de conciencia. Al principio del siglo XX, reconocidos expertos, como el alemán Erman, consideraban la religión egipcia como una sarta de estupideces; recientemente, Jan Assmann, otro egiptólogo alemán, ha demostrado que el pensamiento egipcio, más atento al conocimiento que a la creencia, entraña una dimensión espiritual insustituible y no sustituida.
Reisner, pese a ser arqueólogo, no se contentó con el estudio «objetivo» de la tumba de la reina Hetep—Heres. No había duda de que la ausencia de una superestructura y la deliberada ocultación de la sepultura permitían concluir el carácter secreto de la tumba; ahora bien, ¿a qué se debía ese secreto?
Y Reisner dejó volar la imaginación. Hetep—Heres, esposa de Snefru, el constructor de las dos grandes pirámides en Dahsur, habría sido sepultada allí, junto a su marido. Desdichadamente para ella, su tumba habría sido saqueada por los ladrones, hecho que habría sumido a Snefru en una profunda desesperación. Snefru habría decidido entonces recuperar el cuerpo de su difunta esposa de la tumba de Dahsur para ocultarlo definitivamente en la tumba secreta de Gizeh; pero la momia habría resultado destruida durante el traslado, y nadie se habría atrevido a comunicárselo al rey. ¡Ahí tenemos la razón que explica por qué la sepultura secreta de Gizeh está vacía!
Hemos subrayado el modo condicional porque esta trágica historia sólo ha existido en la imaginación de Reisner. Desgraciadamente ha sido repetida varias veces como verdad histórica...
Mientras que la extraña tumba de Hetep—Heres, una especie de relicario que recordaba la tumba de Tutankamón, albergaba los vasos llamados «canopes», cuyo objeto era recoger las visceras de la reina, ignoramos por qué motivo la momia fue trasladada, suponiendo que haya ocupado alguna vez el sarcófago cubierto con la tapa correspondiente. ¿Fue un cambio de proyecto arquitectónico que obligó a los constructores a cavar otro sepulcro para la reina? ¿Se consideraba a Hetep—Heres como un faraón, y por ese motivo disponía de una tumba para su cuerpo momificado y de otra para su ser luminoso? Nuevas excavaciones realizadas en Dahsur y en Gizeh quizá nos aportarán respuestas; ojalá un fotógrafo apoye su pie en el lugar adecuado...


[1] A propósito de este descubrimiento y el estudio arqueológico de la tumba, véase G. A. Reisner, A History of the Giza Necrópolis, vol. II, completada y revisada por W. Stevenson Smith, The Tomb of Hetep—Heres, the Mother of Cheops, Cambridge (Massachusetts), 1955; M. Lehner, The Pyramid Tomb of Hetep—Heres and the Satellite Pyramid of Khufu, Main, 1985.
[2] Una de las palabras para designar la silla de manos, hetes, es también el nombre de uno de los cetros que utiliza la reina y que le permite, principalmente, consagrar un edificio transformándolo en «centro de producción» de energía sagrada.
[3] «Hija del rey» también es un título: véase M. A. Nur El Din, Orientalia Lovaniensia Periódica,11, 1980, pp. 91—98. Véase también S.—A. Naguib, Studies Kákosy, 1992, pp. 437—447.

  Fuente: Jacq Christian