Ciclos de evolución humana a la luz de la teoría de los chakras
EN nuestro universo todo está sujeto a ritmos y ciclos claramente específicos. Éstos empiezan en el plano atómico y se extienden a todas las formas de existencia de la creación entera. En el latido de nuestro corazón y en nuestra respiración, en la sucesión rítmica de días y noches, en las estaciones, e incluso en el desplazamiento predecible de las estrellas, detectamos las regularidades rítmicas descritas. También en la evolución de los seres vivos podemos detectar ciclos periódicos. Así, por ejemplo, en las plantas observamos cómo primero aparece el germen, después le siguen las hojas, el capullo, la flor, y finalmente el fruto. Siempre se respeta una determinada secuencia de fases evolutivas, que no son libremente intercambiables entre sí: es bastante evidente que el hombre, como ser inteligente en un cuerpo material, también ha evolucionado según leyes periódicas. No solo se hace más viejo cada día y van aumentando sus capacidades y experiencias, sino que su evolución se consuma en ciclos evolutivos mentales y espirituales muy especiales. No en todas las épocas de la vida todos los temas tienen la misma importancia, y si observamos este hecho con más detenimiento nos damos cuenta que la «madre naturaleza» nos enfrenta a tareas muy específicas en épocas concretas, tareas que hay que resolver en ese momento exacto. Si bien estas tareas pueden presentarse con diferentes «ropajes», en general cabe decir que una evolución determinada sólo podemos consumarla de forma óptima en una época determinada de la vida. Por ejemplo, es muy difícil recuperar a los 25 años de edad una evolución que omitimos cuando teníamos una edad comprendida entre 5 y 12 años. Y así ocurre que el edificio vital de algunas personas se apoya durante toda una vida sobre unos cimientos tambaleantes, porque en los años de juventud no se efectuaron determinadas experiencias o sólo se formaron insuficientemente ciertas capacidades.
El conocimiento de los ciclos de la vida no es nuevo: en todo caso podríamos decir que se ha perdido otra vez. Diversas escuelas intelectuales, sin embargo, siguen implicando hoy día este conocimiento con la evolución total del hombre. En círculos antroposóficos, y dentro de éstos la pedagogía de Waldorf fundamentalmente, se conocen muy bien estas relaciones, y se elaboraron razonablemente los planes de aprendizaje para adaptarlos a una evolución humana correcta en función de los ciclos evolutivos naturales e internos del niño. El fundador del movimiento antroposófico, Rudolf Steiner, nos dejó un legado inmenso sobre este tema (por ejemplo, el libro Vom Lebenslauf des Menschen [«Del curriculum del hombre»]). En la antropología antroposófica reconocemos un camino vital que transcurre en fases rítmicas claramente articuladas, dividido en «ciclos de siete años». Es totalmente evidente que el tiempo oculta en sí mismo cualidades diferentes, o que en determinadas épocas de su vida el hombre está diferentemente «abierto» a determinadas influencias y experiencias, y, por tanto, «maduro» para progresos evolutivos totalmente específicos.
Resulta interesante que este conocimiento se integra sin fisuras en el conocimiento del funcionamiento y las funciones de nuestro sistema de chakras. De este modo, partiendo del centro basal, pasamos cada siete años a un chakra diferente, cuyas cualidades constituyen un tema fundamental de nuestra vida durante ese tiempo. Simultáneamente, ese periodo se divide en siete temas principales adicionales, cada uno de ellos de un año de duración, y que igualmente comienzan en el chakra basal, para recorrer año tras año uno de los siete chakras siguientes.
Después comienza un nuevo ciclo de otros siete años, pero esta vez con el patrón fundamental del segundo chakra. Así, año tras año recorremos una etapa evolutiva más, que se compone del tema fundamental septenario y de siete temas principales de un año. Después de 5 x 7 años alcanzamos aproximadamente la mitad de nuestra vida. Después de 7 x 7 años de vida terminamos un ciclo completo de 49 años. De forma que al entrar en el quincuagésimo año de vida comienza una etapa totalmente nueva, tenemos efectivamente la oportunidad de comenzar otra vez desde el principio, pero esta vez en una «octava superior» de la evolución. También después de los 50 años de edad nos esperan etapas de aprendizaje totalmente especiales, que hay que consumar. Así, algunas personas terminan a la edad de 98 años el segundo gran recorrido por los ciclos evolutivos humanos.
Cada año que pasa nos espera un nuevo tema principal, y cada siete años un nuevo tema fundamental; en este proceso los temas se complementan siempre de la forma más óptima. El conocimiento del significado y la función de cada chakra nos indica el camino para aprovechar de forma óptima cada año concreto en beneficio de nuestra evolución. Además, nos permite comprender con mayor profundidad la evolución de nuestros hijos y darles siempre el tipo justo de dedicación y estímulos que más valiosos les resultarán en una época determinada.
También en el plano material se consuma una transformación con un ritmo cíclico de siete años. Tal vez hayas escuchado ya la existencia de la prueba biológica de que nuestro cuerpo se renueva completamente cada siete años. A los siete años todas las células corporales han sido sustituidas por otras nuevas, y somos personas completamente nuevas desde el punto de vista físico. Si, por el contrario, en el plano psíquico parece como si en esos siete años nada hubiera cambiado en realidad, se debe a que nuestro cuerpo emocional está cargado con patrones similares a los del inicio de este periodo de tiempo. Pero también puede suceder que al cabo de largo tiempo te encuentres de nuevo con una persona y constates anonadado que ha dado un paso evolutivo violento. Un cambio fundamental es absolutamente posible en siete años.
En la Antigüedad el número 7 se utilizó con frecuencia como símbolo de consumación, plenitud y perfección (espiritual). En muchas culturas se consideraba un número sagrado, y así aún hoy día encontramos el número 7 en numerosos escritos religiosos, en mitos y en cuentos. También nuestras semanas transcurren en un ritmo de septenas. Éste es el menor ritmo cíclico fundamental de nuestra existencia.
Detrás de todo estímulo sentimental está, en último término, el ansia de reconquistar el estado original paradisíaco de la unidad. Sin embargo, tan pronto como nos adaptamos a la visión predominante del mundo y sólo aceptamos como real el plano externo de la realidad que puede percibirse a través de nuestros sentidos físicos y de la comprensión racional, este deseo de comunión, de unificación con la vida, se convierte en una voluntad de poseer.
Nuestra ansia de poseer una persona, una posición, amor y reconocimiento y bienes materiales, sin embargo, se ve decepcionada una y otra vez, o a la larga no se satisface según lo esperado, puesto que tal satisfacción solo puede alcanzarse mediante una unión interior.
Por miedo a una nueva decepción reprimimos nuestras energías: nuestro sistema energético se bloquea. Las energías que afluyen posteriormente son distorsionadas por el bloqueo y se manifiestan como emociones negativas, que a su vez tratamos, una vez más, de reprimir y retener para no perder la simpatía de nuestros congéneres.
Podemos interrumpir este círculo si dedicamos toda nuestra atención a nuestras emociones. En ese mismo momento comienzan a transformarse, pues, finalmente, reconocemos que son sencillamente energías que han surgido del ansia de unidad, y que fueron bloqueadas en su manifestación original. Ahora se convierten en una fuerza que nos ayuda a continuar en el camino hacia la totalidad.
La actitud escrita de la aceptación sin prejuicios se corresponde con la postura de nuestro yo superior. Al asumirla conscientemente para nosotros, nos abrimos al plano de vibraciones del guía interior que hay en nosotros y le encomendamos la misión de guiarnos a una existencia sana e integral completa.
Él yo superior es esa parte del alma que nos une con la existencia divina. Es ilimitado en el espacio y en el tiempo. Por ello tiene acceso en todo momento al conocimiento integral que afecta tanto a la vida en el universo como a nuestra vida personal. Si nos confiamos a su guía, nos conducirá por la vía más recta y directa hacia la unidad interior, y los bloqueos existentes en nuestro sistema energético se disolverán de la forma más suave posible.
Para algunos puede que sea interesante el hecho de que ya antes de nuestro nacimiento atravesamos los correspondientes estadios de los chakras. Sin embargo, esta evolución transcurre en sentido inverso, por lo que comienza por el chakra coronal, a través del cual fluyen hacia el embrión los flujos luminosos energéticos durante todo el embarazo. Una vez que se han generado el chakra frontal, el chakra del cuello, el chakra cordial, el chakra del plexo solar y el chakra sacro, aproximadamente al final del embarazo se desarrolla el chakra radical: con lo que el nuevo ser humano recibe su vínculo terrenal y está preparado para entrar en nuestra atmósfera.
El origen de los bloqueos
en los chakras
. El núcleo más íntimo de nuestro ser vive en comunión inseparable con el ser absoluto, inmutable, omnipresente, que denominamos Dios y que ha producido y penetra todas las áreas de la existencia relativa.
Tan pronto como el silencioso y calmo océano del ser divino se encrespa en olas de alegría, comienza el baile de la creación, de la cual también nosotros somos una forma de manifestación y en la que podemos participar, en todos sus planos, a través de nuestros cuerpos no materiales y del cuerpo físico.
Sin embargo, perdemos la conciencia de la unidad en el momento en que empezamos a confiar exclusivamente en las informaciones que nos llegan a través de los sentidos físicos y del entendimiento racional, olvidándonos de nuestro origen y nuestra base divina. Se produjo entonces una separación aparente que trajo tras de sí la experiencia real de la angustia. Perdimos el sentimiento de la plenitud interior y de la seguridad en la vida y comenzamos a buscarla en el ámbito exterior. Pero en esa búsqueda el ansia de la plena consumación se veía defraudada una y otra vez. Esta experiencia hizo surgir la angustia por una nueva decepción. También olvidamos que nunca podemos ser extinguidos, dado que la muerte sólo significa una variación de la forma externa.
La angustia siempre provoca una contracción y, por tanto, un agarrotamiento o bloqueo, que a su vez intensifica el sentimiento de separación y permite que la angustia continúe creciendo. Romper este círculo vicioso y recuperar la unidad perdida es el objetivo declarado de casi todas las vías espirituales de Oriente y Occidente.
Los chakras son esos puntos de conexión en el sistema energético del hombre en los que se establecen preferentemente los bloqueos condicionados por la angustia. También pueden existir otros bloqueos a lo largo de los nadis. Cuando estas contracciones se hacen permanentes, provocan que las energías vitales no puedan fluir libremente y alimentar nuestros diversos cuerpos con todo lo que necesitan para reflejar y mantener la conciencia de la unidad. Cuando la vivencia de la separación, el abandono, el vacío interior y el miedo a la muerte nos impulsa a buscar en el mundo exterior lo que sólo podemos encontrar en lo más intimo de nuestro ser, nos volvemos dependientes del amor y el reconocimiento de otras personas de los placeres sensoriales, del éxito y de la posesión material. En lugar de enriquecer nuestra vida, estas cosas se convierten en necesidades perentorias con las que intentamos rellenar el vacío. Si las perdemos, nos encontramos súbitamente ante la nada, y el ligero sentimiento de angustia que acompaña a casi todas las personas se nos presenta otra vez como real. Y, naturalmente, son los demás quienes cogen de nosotros lo que de forma tan evidente necesitamos para nuestra realización y satisfacción. Olvidamos que todos nosotros tenemos nuestro origen común en la existencia divina y que estamos mutuamente unidos en este plano. En lugar de amar a nuestros congéneres, comenzamos a considerarlos competidores o incluso enemigos. Finalmente, pensamos que tenemos que protegernos, sin dejar que determinadas personas, situaciones o informaciones se nos acerquen o se introduzcan en nosotros. Retraemos nuestras antenas receptoras para no tener que afrontar desafíos, y con ello provocamos una nueva contracción y el bloqueo de nuestros chakras.
Sin embargo, la necesidad de reconocimiento por parte de nuestros congéneres o por un grupo al que nos sentimos pertenecer es tan intensa que estamos dispuestos a orientar nuestra vida en amplios ámbitos según las ideas de determinadas personas cercanas a nosotros o según las reglas sociales generalmente aceptadas, y a reprimir nuestros sentimientos espontáneos tan pronto como dejen de concordar con las expectativas o convenciones. Esto sólo es posible si contraemos nuestros chakras hasta tal punto que ninguna emoción controlada pueda pasar el filtro. Se produce entonces una congestión de la energía en el chakra afectado. Como las energías no pueden irradiarse ya en su forma original, se distorsionan, rompen la barrera y se descargan de forma inadecuada, en forma de emociones intensas y con frecuencia negativas o de un impulso de actividad exagerado.
Esto se corresponde con una reacción al bloqueo marcada por el yang. Pero como si se produce una expresión de las energías, hacia el interior del chakra pueden fluir nuevas energías, que volverán a descargarse de la misma forma inadecuada.
Una reacción al bloqueo de los chakras marcada por el yin se manifiesta en una contención casi absoluta de las energías, con lo cual el flujo energético prácticamente se paraliza, puesto que no se crea espacio para las energías que fluyen posteriormente. La consecuencia es una subalimentación de energía vital y una debilidad en la manifestación del chakra afectado. Las repercusiones de una hipofunción semejante, al igual que de una sobrecarga de los chakras correspondientes están determinadas por las experiencias que han causado el bloqueo y que están almacenadas en el cuerpo emocional y, en menor medida, también en el cuerpo mental.
La disolución de los bloqueos
De hecho, los bloqueos de nuestro sistema energético sólo se purifican en la medida en que, desde nuestra evolución completa, estamos dispuestos a mirar a la cara a la parte indeseada y reprimida de nosotros mismos, y a redimirla mediante nuestro amor. Y con esto llegamos a la segunda vía, que hemos mencionado al comienzo de este capitulo. Esta vía debería acompañar permanentemente al primer camino de la activación directa y de la purificación de los chakras, pero al mismo tiempo es en si misma una posibilidad independiente de armonizar nuestro sistema energético interno y liberarlo de bloqueos.
Esta vía es la actitud interior de la aceptación incondicional, que lleva a una distensión completa. Distensión supone lo opuesto, el remedio contra la tensión, contra la contracción, y contra el bloqueo. Mientras rechacemos consciente o inconscientemente cualquier ámbito de nosotros mismos, mientras nos enjuiciemos a nosotros mismos, y, por ende, condenemos y rechacemos partes de nosotros mismos, se mantendrá una tensión que impide la distensión completa y, por lo tanto, la disolución de los bloqueos.
Todos nos hemos encontrado más de una vez con personas que dicen que no pueden relajarse. Esas personas necesitan permanentemente distracción o actividad, incluso en su tiempo libre o en vacaciones, y cuando alguna vez no hacen nada siempre queda el diálogo interior. Tan pronto como alcanzan la paz externamente sienten una intranquilidad interior. En estas personas el mecanismo de autocuración es tan activo que los bloqueos comienzan a disolverse de inmediato tan pronto como se instaura algo de tranquilidad en el sistema energético. Sin embargo, como las personas afectadas no comprenden este mecanismo, huyen una y otra vez a la actividad, reprimiendo así el procesamiento y la depuración de las energías bloqueadas.
Otras personas se encapsulan en su cuerpo mental para eludir la confrontación con los contenidos en su cuerpo emocional. Para estas personas, todas las vivencias transcurren a través del entendimiento. Analizan, interpretan y categorizan, pero nunca se meten en una experiencia con todo su ser.
También a veces nos encontramos con personas que han intentado forzar la apertura de los chakras practicando de forma desproporcionada y sin ser guiados por nadie, por ejemplo, determinados ejercicios de Kundalini yoga, y acaban inundados de los contenidos inconscientes del chakra correspondiente. Del intento de rechazar estos contenidos pueden surgir a veces bloqueos más profundos. Tampoco es raro que suceda que alguien que ha iniciado un camino espiritual solo active sus chakras superiores y mantenga inconscientemente los bloqueos de los chakras inferiores, puesto que no quiere identificarse con los contenidos que se liberan. Una persona de éstas puede ser que tenga acceso a maravillosas vivencias procedentes de los ámbitos de sus chakras superiores, y, sin embargo, puede sentir profundamente en su interior una carencia o un vacío. La alegría incondicional, el sentimiento de alegría vital completa y de seguridad en la vida sólo pueden surgir si todos los chakras están uniformemente abiertos y sus frecuencias vibran en el plano más alto posible.
No obstante, la actitud de aceptación incondicional exige mucha honradez y valor. Honradez significa en este contexto la disposición de vernos con todas nuestras debilidades y negatividad, y no tal como nos gustaría vernos. Valor es la disposición de aceptar lo observado. Es el valor de decir sí a todo sin excluir nada.