domingo, 25 de diciembre de 2011

ARSINOE II, REINA DIVINIZADA






ARSINOE II, REINA DIVINIZADA

 

En el año 342 a. J.C., los persas invadieron Egipto por segunda vez, poniendo fin de manera definitiva a la independencia política de las Dos Tierras. Hubo que esperar al año 332 y a la conquista de Alejandro Magno para que los persas abandonaran Egipto, gobernado desde entonces por soberanos griegos, los Tolomeos. Éstos se instalaron en Alejandría, una ciudad formada con el espíritu griego y abierta al mundo mediterráneo. La espiritualidad faraónica sobrevivió sobre todo en el sur.
Para hacerse aceptar como faraones, los Tolomeos se hicieron coronar según los antiguos ritos. Una reina, Arsinoe II, esposa de Tolomeo II Filadelfo (285—246), conoció un destino extraordinario.
Tolomeo II accedió al poder a los veinticinco años. Educado en Alejandría por mujeres que lo mimaban, el joven rey poseía al parecer un gran encanto, pero estaba más preocupado de su persona que del bienestar de su país. En los documentos oficiales, sin embargo, clamaba en voz bien alta que había una sobreabundancia de todo lo bueno, que sus graneros llegaban hasta el cielo, que sus soldados eran más numerosos que la arena de las orillas del río, que todos los santuarios estaban en fiesta y que él hacía ofrendas a los dioses. De este modo repetía los viejos textos de la época en que la riqueza de Egipto era auténtica.
Juzgando Alejandría fría y aburrida, Tolomeo II intentó conferir cierto esplendor a su reino, tal vez impresionado por el carácter grandioso de la arquitectura egipcia y el esplendor del pasado de las Dos Tierras.
En el año 278 llegó a Egipto su hermana, Arsinoe II, de treinta y siete años. Tan bella como voluntariosa, era una mujer temible. Muchos creían que había ordenado cometer asesinatos, fomentado conspiraciones e intentado hacerse con el poder de la manera menos recomendable. Su viaje era, de hecho, una huida para escapar de sus enemigos.
Egipto le gustó. Arsinoe concibió un plan para hacerse con las riendas de los asuntos del Estado: debía casarse con su hermano, Tolomeo II, que la admiraba tanto como la temía. Un obstáculo menor: el rey ya estaba casado y su esposa se llamaba precisamente Arsinoe. Arsinoe II consiguió desacreditar a su rival y enviarla al exilio en Coptos donde, roto todo lazo con la corte real, moriría de soledad y de tristeza. El camino quedaba libre y Arsinoe se convirtió en reina de Egipto.
Hizo grabar su nombre en cartuchos, como un faraón, y siempre actuó como una corregente. De carácter débil y fascinado por la poderosa personalidad de su hermana, Tolomeo II aceptó todas sus iniciativas. Sin embargo se planteaba un delicado problema: su matrimonio no era otra cosa que un incesto. Arsinoe encontró una justificación mitológica: ¿acaso Zeus no había desposado a su hermana Hera? La corte dio su aprobación y guardó silencio. Dos dignatarios no cejaron en su protesta: el primero fue enviado al exilio y el segundo, asesinado.
El matrimonio fue probablemente simbólico. Algunos creen, en efecto, que la unión nunca se consumó. Arsinoe II terminó gobernando en solitario, abandonando a su hermano en brazos de sus amantes y a una lujosa y perezosa existencia. Durante ocho años actuó como un auténtico faraón; a ello se debe que muchas ciudades llevaran su nombre. Una región entera, el Fayum, se convirtió en «el nombre de Arsinoe».
Se decía que era más agradable ver a Arsinoe que contemplar el sol y la luna. Su cuerpo estaba siempre maravillosamente perfumado y era magnífico. Todos la temían, pero la loaban por sus buenas acciones.[1]
Arsinoe II organizó impresionantes procesiones, en el transcurso de las cuales el rey y la reina, sentados sobre tronos de oro, cruzaban Alejandría acompañados por un gran número de sacerdotes que portaban los libros de Thot y las estatuas de las divinidades egipcias. Detrás del carro real seguían los astrólogos, adivinos y escribas.
Con todo, la reina era también una mujer de Estado. Contra la voluntad de su hermano, impuso un programa económico menos costoso que el proyectado por Tolomeo. Además, Arsinoe quiso convertir a Alejandría en la capital económica de Oriente, haciendo que transitaran por ella el mayor número de riquezas. Pensó incluso en extender la zona de influencia de Egipto y dotar al país de un ejército bien equipado. Se cavaron pozos en el camino, que permitían transportar las mercancías desde el mar Rojo hasta el Nilo; se consideró la posibilidad de conquistar Etiopía, y se intentó conseguir los elefantes indispensables para futuros combates.
Por influencia de Arsinoe, el despreocupado Tolomeo cambió de mentalidad. ¿Y si, después de todo, la reina tenía razón? ¿Y si fuese posible devolver a Egipto un estatus de gran potencia? Habría que abrir aquella vía de comunicación a la que, mucho más tarde, se llamaría el canal de Suez e intentar la conquista de Arabia, Siria, Asia Menor, Grecia y Macedonia.
Tolomeo pasó a los hechos, convirtiéndose en jefe militar. La costa sudoeste de Asia Menor quedó sometida a su autoridad. Pero las campañas militares eran caras, tanto más cuanto la corte de Alejandría, poblada de parásitos y minada por una administración tentacular e ineficaz, vivía con todo lujo. Arsinoe intentó reformar la administración y frenar los gastos, favoreciendo el desarrollo de la producción agrícola, especialmente en la bella provincia del Fayum. El país no carecía de riquezas: minas de oro, campos de trigo, viñedos, pesquerías, fábricas de tejidos, y perfumes, manufacturas de papiros... Una economía saneada propiciaría todo tipo de esperanzas.
Pero la salud de Arsinoe decayó y, al cabo de unos meses de sufrimiento, murió en el 270 a. J.C. El dolor de su hermano fue inmenso, pues aquella extraña pareja había alcanzado un alto grado de armonía. Esta mujer, con fama de intransigente y ambiciosa, había conseguido dar al rey un ideal y el sentido de sus responsabilidades. Él le haría conocer un extraordinario destino póstumo deificándola.
El mismo año de su muerte, Arsinoe entró en el colegio de las divinidades de la ciudad de Mendes, en el Delta. Calificada de «diosa entre los dioses vivos en la tierra», fue venerada en los principales templos del país, sobre todo en Sais, en Menfis, en el Fayum e incluso en Karnak. Con el fin de conservar su memoria, se erigió en Alejandría un templo especial; otro en la ciudad de Canope, al extremo del cabo de Zephyrion. Arsinoe reinaba allí como diosa que atendía los deseos de los marinos, concedía un buen viaje a los barcos y apaciguaba el mar enfurecido. Los poetas compusieron obras en su honor, el Estado puso en circulación monedas que celebraban el ascenso de Arsinoe al mundo divino y los escultores tallaron numerosas estatuas de la nueva diosa.
Arsinoe, fallecida en el primer mes del verano, fue honrada con la magia de los antiguos ritos egipcios; se le practicó la «abertura de la boca» antes de instaurar su fiesta en Mendes. Luego, en los lugares santos, se erigieron estatuas de la Arsinoe divinizada, algunas de oro y piedras preciosas. La Casa de la Vida se ocupaba de componer himnos en su honor, que debían cantar cada día las sacerdotisas, quienes comían también un pan especial consagrado a la reina. En File se la identificaba con la gran Isis.
Los historiadores no se han mostrado indulgentes con Arsinoe II; y, sin embargo, su carácter cambió profundamente al contacto con Egipto, hasta el extremo de querer revitalizar la grandeza del reinado de los faraones.[2]


[1] Arsinoe no es el único ejemplo de mujer divinizada. En la época tardía, la dama Udjarenes fue considerada como una santa y se le dirigían oraciones como a una divinidad del séptimo nomo del Alto Egipto. (Véase Revue d'Égyptologie, 46, pp. 55 ss.) Las mujeres, al igual que los hombres, podían alcanzar el estado de «santidad», y la noción de «santidad femenina» procede sin ninguna duda de Egipto.
[2] Véase S. Sauneron, «Un document égyptien relatif a la divinisation de la reme Arsinoé II», en BIFAO, LX, 1960, pp. 83—109.

   Fuente: Jacq Christian