domingo, 18 de diciembre de 2011

NITOKRIS, LA PRIMERA MUJER OFICIALMENTE FARAÓN






NITOKRIS, LA PRIMERA MUJER OFICIALMENTE FARAÓN

 

EL REINADO DE NITOKRIS


 

A la muerte del centenario Pepi II accedió al trono Merenra, cuyo reinado duró apenas un año. Entró entonces en escena Nitokris, la primera mujer considerada oficialmente faraón reinante, pues su nombre figura en una de las listas reales confeccionadas por los propios egipcios y conocida como «Canon de Turín». Hubo otras listas que fueron probablemente destruidas y tenemos constancia de que, antes de Nitokris, otras mujeres ejercieron el poder supremo. No obstante, según el estado actual de la documentación, ella fue la primera mujer formalmente portadora del título de «rey del Alto y Bajo Egipto».

Nitokris subió al trono hacia el 2184 a. J.C. y, según los archivos de la época ramésida, reinó durante dos años, un mes y un día, si bien algunos estudiosos se inclinan por señalar un período más largo, de seis a doce años.[1] Desdichadamente no nos ha llegado ningún documento arqueológico con su nombre, por lo cual nos encontramos en una situación paradójica: a otras reinas, como Jenet—kaus, que carecían de un título explícito se les dedicó un monumento colosal, faraónico; Nitokris, por el contrario, poseía el título pero ningún monumento. Es éste un enigma todavía por resolver y, salvo que haya sido destruida, aún existiría una tumba excepcional por descubrir.

El nombre de Nitokris, nos dice el griego Eratóstenes, significa «Atenea victoriosa»; una traducción no muy alejada de la verdad, pues Nitokris, en egipcio Neit—iqeret, puede traducirse por «Neith (el modelo egipcio de la Atenea griega) es excelente». Una vez más, la diosa Neith aparece como protectora de una mujer de primer rango.


HERMOSA Y VALIENTE

 

La historia de las dinastías redactada por el sacerdote egipcio Manetón se ha perdido, pero subsisten algunos fragmentos citados por autores de la antigüedad. Uno de ellos, conservado en un texto de Eusebio, habla en estos términos de la faraón Nitokris: «Reinó una mujer, Nitokris; poseía más valor que los hombres de su época y era la más bella de todas las mujeres; era rubia, de mejillas sonrosadas. Se dice que construyó la tercera pirámide”. Según una tradición tardía fue amortajada y enterrada en un sarcófago de basalto azul.

 

La «tercera pirámide» mencionada podría ser la de Mikerinos, en la llanura de Gizeh, aunque no se ha descubierto en ella huella alguna de Nitokris. Sin embargo, algunos arqueólogos creen que el monumento fue restaurado en la época de la mujer faraón y que la atención que ella dedicó a este grandioso monumento explicaría el nacimiento de la leyenda.

La belleza de Nitokris nos lleva a pensar en los títulos que ostentaban las reinas del Imperio antiguo: «grande en amor, de bello rostro, encantadora, soberana de encanto, que satisface a la divinidad por su belleza, de voz cautivadora cuando canta, que impregna el palacio con el aroma de su perfume, la soberana de todas las mujeres, la señora de las Dos Tierras y de la tierra hasta sus confines». Se trata, por lo tanto, de una belleza ritual, de un encanto consustancial a la función de reina de Egipto y, a fortiori, a la reina faraón.

Otra leyenda tardía, de la que no han quedado huellas en los documentos egipcios, pretende que Nitokris era la esposa de un rey al que dieron muerte unos traidores. Sin embargo, este odioso acto no les permitió reinar; pidieron entonces a la desdichada Nitokris que gobernara, para que no se interrumpiera la línea sucesoria legítima. Ella aceptó, pero se dedicó a preparar en secreto su venganza. Hizo construir una gran sala subterránea e invitó a los traidores a celebrar en ella un banquete en honor de su victoria; durante la celebración, Nitokris ordenó que se abriera el conducto que inundaría el lugar. Los traidores murieron ahogados. Nitokris se suicidó luego, encerrándose en una cámara llena de cenizas que le provocarían la asfixia. Pese a lo atractivo de la explicación debemos aceptar que en realidad no es sino el argumento de un dramático cuento oriental sin fundamento histórico.


EL FIN DEL IMPERIO ANTIGUO


 

El glorioso tiempo de las pirámides llegó a su fin con el reinado de Nitokris. Siguió un confuso período acerca del cual apenas disponemos de información. Se inició entonces una grave crisis que, sin poner en cuestión la institución faraónica, se tradujo, al parecer, en alteraciones sociales y económicas. ¿Fue el resultado de malas crecidas, de un cambio brutal del clima? ¿Se produjo una invasión de tribus beduinas? ¿Se debilitó el poder central, aumentó el poder de los jefes de provincias en detrimento del interés general? Se han barajado numerosas explicaciones sin obtener ninguna certeza al respecto. Ni siquiera se conoce la duración exacta de lo que los egiptólogos han llamado «el primer período intermedio», intermedio entre el final del Imperio antiguo y el inicio del Imperio medio; de una duración de unos cien a ciento noventa años, durante los cuales Egipto se fue debilitando.

El reinado de Nitokris fue, por lo tanto, el último del Imperio antiguo, la edad de oro del antiguo Egipto; durante casi cinco siglos, unos faraones constructores de pirámides erigieron un mundo de un poder y una belleza sin par. Si es verdad, como se afirma, que un pueblo feliz carece de historia, esta máxima casa de maravilla con el Imperio antiguo; reyes y reinas nos hablan de su función, de su papel de enlace entre lo divino y lo humano, de la práctica de unos rituales concebidos como una ciencia de la vida, pero en vano buscaremos detalles relativos a su vida privada o a su historia personal. Las filiaciones y las genealogías todavía hoy resultan imprecisas.

Con todo, los bajorrelieves de las tumbas escenifican la vida cotidiana y la felicidad en que transcurrían los meses y los días durante aquellos tiempos en que la historia se había ritualizado y era concebida como una fiesta.

Sería injusto atribuir a Nitokris la responsabilidad de la fractura que se produjo; en realidad, la VI dinastía se debilitó paulatinamente y, a lo largo del reinado de Pepi II, tuvo lugar una evolución de signo negativo, difícil de percibir debido a la escasez de documentación, que condujo a Egipto a una situación de crisis.


RODOPIS Y CENICIENTA


 

La hermosa Nitokris no dejó de ser objeto de conjeturas que rebasaban los hechos históricos. Se la confundió con cierta Rodopis, «la dama de la tez rosada»;[2] pero hubo varias Rodopis, que han quedado un poco confundidas en la memoria de los narradores orientales. Pensemos en la cortesana griega nacida en Naucratis, una ciudad del Delta, a la que, pese a sus costumbres disolutas, los griegos atribuían la construcción de la pirámide de Mikerinos. ¿Es ella la muy seductora Rodopis de la que se enamoró el rey Psamético, quien tuvo una hija llamada Nitokris, luego gran sacerdotisa del dios Amón en Tebas, donde llevó una vida austera? Como vemos, hechos y figuras se confunden, aunque parece que los antiguos se sentían fascinados por los rubios cabellos de Nitokris y Rodopis.

Nitokris—Rodopis protagonizó una leyenda conocida de todos, al menos en forma de dibujos animados; ésta es la versión egipcia. En una ocasión, mientras la joven se bañaba en el Nilo, un halcón (el pájaro Horus, protector de la realeza) se apoderó de una de sus sandalias, voló hasta la ciudad de Menfis, donde residía el faraón, y dejó caer la sandalia sobre las rodillas del monarca. Imaginando cómo sería la delicadeza del pie a tenor de las dimensiones y factura exquisita del objeto, mandó buscar a su propietaria por todo el país.

La empresa se vio coronada por el éxito y los emisarios del rey condujeron a la hermosa muchacha hasta la corte; el monarca cayó enamorado de ella tan pronto la vio y la tomó por esposa. A su muerte, el modelo de la Cenicienta tuvo el insigne privilegio de ser inhumada en una pirámide.


EL FANTASMA DE NITOKRIS


 

En los últimos años, la llanura de Gizeh ha sufrido profundamente la agresión de la ciudad moderna con su contaminación y las aberrantes construcciones que amenazan con desfigurar el paraje. El marco mágico y la serenidad de otras épocas parecen ser cosa del pasado.
Sin embargo, quien tenga la ocasión de pasear por las inmediaciones de la pirámide de Mikerinos a la hora del crepúsculo en un día tranquilo, podrá distinguir, en el oro de los últimos rayos de sol, una mujer desnuda de gran hermosura.

Es Nitokris o, más exactamente, el fantasma de Nitokris, el alma de la pirámide encargada de guardar el monumento. La tradición asegura que el hombre que cede a sus encantos enloquece; pero si conoce su nombre, si sabe hablarle de la edad de oro, ¿no quedará sencillamente hechizado por la mujer faraón de cabellos rubios y mejillas sonrosadas?


[1] Sobre el caso de Nitokris véase LdÄ, IV, 513—514.
[2] Véase B. Van de Walle, «La "Quatrième pyramide" de Gizeh et la légende de Rhodopis», en L'Antiquité classique, III, 1934, pp. 303—312; C. Coche—Zivie, «Nitocris, Rodopis et la troisième pyramide de Giza», en BIFAO, 72, pp. 115 ss.

  Fuente: Jacq Christian