AHMÉS—NEFERTARI, ESPOSA DEL DIOS
DE LUNA EN LUNA, DE REINA EN REINA
A tenor de lo visto, es fácil deducir por el carácter de Iah—Hotep que no era una mujer que abandonara el destino de Egipto en manos incompetentes. Es cierto que podía confiar en su hijo, el faraón Ahmosis, que reinó entre 1570 y 1546 a. J.C., pero la elección de una gran esposa real no era menos determinante. Ahmosis eligió a una mujer de personalidad tan excepcional como la de Iah—Hotep, Ahmés—Nefertari, es decir, «nacida del dios—luna, la más bella de las mujeres».[1]
Soberana de las Dos Tierras y «madre real», Ahmés—Nefertari fue también, en cierto sentido, faraón. Sobrevivió a su marido después de participar junto a él en todos los actos principales de su reinado; fue regente del reino durante la infancia de Amenhotep I (1551—1524), y murió, a edad avanzada, al inicio del reinado de Tutmosis I (1524—1518), después de haber asistido a su coronación. Con ella nos encontramos de nuevo en presencia de una de esas reinas extraordinarias características de Egipto.
No sabemos con certeza si había nacido en un medio modesto, como daría a entender la inscripción a la que nos referiremos más tarde. No es imposible, ya que la fortuna y la «nobleza» no eran en el antiguo Egipto criterios imperativos para elegir a una reina. Lo más probable es que Ahmés—Nefertari hubiese nacido en Tebas, donde también se habría educado, según demuestra el desarrollo religioso que, como prueba de su amor, promovió en la región.
Al igual que hicieran un cierto número de reinas, ejerció el poder durante varios años, mientras Amenhotep I, el primero de los faraones que incluía en su nombre el de Amón, era aún demasiado joven para asumir su función. Ahmés—Nefertari fue también la autora de innovaciones notables cuyas consecuencias seguían siendo perceptibles siglos después de su muerte, cuando la dinastía de las divinas adoradoras reinó en Tebas. Nos referiremos primero a su apego al culto a los antepasados.
UNA ABUELA VENERADA
Una estela descubierta en la capilla de la reina Tetisheri, en Abydos, nos permite asistir a un diálogo entre el faraón Ahmosis y su gran esposa real, Ahmés—Nefertari. El rey sentía gran admiración por su abuela Tetisheri, una tebana que había vivido bajo la ocupación de los hicsos y suscitado el primer impulso de revuelta. Ahmosis deseaba que se honrase dignamente su memoria y le pidió a Ahmés—Nefertari que se ocupara de ello.
¿En qué consistía honrar a Tetisheri? En el mantenimiento de la capilla de Abydos, del estanque en el que los ritualistas recogerían el agua fresca para las libaciones cotidianas, de su jardín y de los árboles; había que «reverdecer» las mesas destinadas a sus ofrendas, es decir, proveerlas cada día de alimentos, y también había que asociar su alma a las grandes fiestas. Para que estas tareas se ejecutasen correctamente, era necesario nombrar al personal adecuado y asignarle campos y ganado.
La pareja real rindió culto a Tetisheri y proclamó su importancia como precursora de una nueva dinastía que debía devolver a Egipto su pasado esplendor. El respeto a los antepasados se consideraba el cimiento sólido sobre el cual era posible construir.
LA ESPOSA DEL DIOS
En el tercer pilón del templo de Karnak, lleno de piedras antiguas, se descubrieron los fragmentos de una estela que pudo ser reconstruida. El esfuerzo dio buenos frutos, pues el texto reveló una extraña historia que constituyó el gran asunto del reinado de Ahmés—Nefertari.
Así llegamos a saber que ésta llevaba el título de «segundo servidor del dios» en la jerarquía del templo de Karnak. Sin embargo no se vanaglorió de este honor, sino que renunció a él. ¿A qué obedeció tan sorprendente decisión? A que el rey le ofreció a cambio los recursos materiales necesarios para crear una nueva institución religiosa y económica, la de «esposa de dios», de la cual sería su fundadora.
¿De qué medios disponía? De bienes muebles e inmuebles destinados a formar la hacienda de la esposa del dios: tierras, oro, plata, bronce, ropas, trigo y ungüentos. El texto de la estela nos proporciona una sorprendente información: la reina, que hasta entonces había sido pobre, se enriqueció. ¿Es éste un hecho simbólico o se trata de una alusión al pasado de la soberana?
El rey ordenó construir una residencia para la esposa del dios y, con este fin, se selló un acta de propiedad a su favor. Por su función, Ahmés—Nefertari llevaba un vestido que le llegaba hasta los tobillos, ceñido a la cintura y con unos tirantes que le cubrían en parte el pecho; era un hábito clásico, propio de las sacerdotisas del Imperio antiguo. A la cabeza se ceñía una peluca corta, ajustada por un turbante. Dos largas plumas completaban el tocado tradicional de las reinas; eran los llamados «restos del buitre», símbolo de la función materna en su aspecto espiritual. Las dos altas plumas simbolizaban la pareja primordial, Shu y Tefnut,[2] los dos ojos del creador, las dos diosas de la resurrección, Isis y Neftis; gracias a ellas, la mirada de la esposa de dios alcanzaba la cima del cielo y poseía la facultad de conocer a Maat, la regla eterna del universo. Ahmés—Nefertari se puso al frente de un colegio de sacerdotisas y de sacerdotes que debían ayudarla a ejercer su función principal: sostener, mediante su amor, la energía del dios Amón, para que el amor divino alimentase a Egipto. Desde el punto de vista del Estado, este acto mágico era esencial. Efectivamente, la energía de las divinidades se consideraba una realidad vital sin la cual el país no podría vivir en armonía con lo invisible.
AHMÉS—NEFERTARI, SANTA PATRONA DE LA NECRÓPOLIS TEBANA
La muerte de la gran reina, que tuvo lugar al inicio del reinado de Tutmosis I, hacia 1524 a. J.C., fue un acontecimiento digno de ese nombre. Su figura había marcado de tal modo su tiempo y a las personas que su recuerdo no llegó a borrarse. Setenta escarabajos a su nombre, estelas fijas en las que aparece representada, estatuillas con su efigie, un buen número de objetos rituales como sistros dedicados a ella, además de la presencia de la reina en una cincuentena de escenas pintadas en diversas tumbas tebanas... Este cúmulo de homenajes prueba la existencia de un auténtico culto en honor de Ahmés—Nefertari. Después de que su momia fuese introducida en un enorme sarcófago, que fue a su vez sepultado en una tumba de Tebas—oeste, en Dra Abu el—Naga, la reina inició otra vida en la tierra y en el cielo a la vez.
Ahmés—Nefertari fue considerada la santa patrona de la necrópolis de Tebas y, durante varios decenios, fue objeto de gran popularidad. Este fervor venía a reconocer su preocupación por el mantenimiento de las tumbas y su idea, que Tutmosis I hiciera realidad, de crear una cofradía encargada de la construcción y la restauración de las moradas para la eternidad. Los artesanos, instalados en el pueblo de Dayr al—Madina, manifestaron su inmenso reconocimiento a la reina elevándola al rango de divinidad protectora.
No lejos de la tumba de Ahmés—Nefertari se erigió su templo, «el de emplazamiento estable (mensef)», en el linde de las tierras cultivadas. Este tipo de edificio solía reservarse a los faraones, y se conocen pocas excepciones a esta costumbre, hecho que pone de relieve la estima en que se tenía a esta gran reina. Su santuario aparecía como una región del otro mundo, revelada y encarnada en la tierra, una región por la que resultaba placentero pasear. Ahmés—Nefertari, navegando en una barca de luz, vivía en el paraíso reservado a los justos. Durante una fiesta de verano, la barca de la reina, tirada por un trineo, recorría la necrópolis tebana recibiendo el homenaje de todos, notables y humildes.
AHMÉS—NEFERTARI, ¿AUTORA DE RITUALES?
Un texto conocido con el título de «ritual de Amenhotep I» inspiró la decoración de los templos tebanos; la reina no sólo está representada, sino que también es probable que ella participase en su concepción e incluso en su redacción.
Lo mismo puede decirse de un texto fundamental, «el ritual del culto divino diario», del que se conserva una versión más completa en el templo de Abydos. El texto revela los ritos que el faraón debía ejecutar cada día al despertar la divinidad en el naos del templo, la parte más secreta del mismo, donde sólo él podía penetrar.
Los rituales eran redactados por los adeptos de las Casas de la Vida; en su condición de esposa de dios, Ahmés—Nefertari podía acceder a ellos y hacer uso de los jeroglíficos, esos signos preñados de poder que recogían las palabras de las divinidades. A lo largo de la historia de Egipto algunas mujeres participaron en la redacción de los textos usados en las liturgias, y Ahmés—Nefertari fue, sin ninguna duda, una de esas autoras sagradas.
¿FUE AHMÉS—NEFERTARI UNA REINA DE RAZA NEGRA?
Existen varias representaciones de la gran reina que pueden sorprender al observador, pues a partir de ellas no cabe duda sobre el color negro de la piel de Ahmés—Nefertari. ¿Acaso era de origen nubio? El descubrimiento de su momia, que fue retirada de su tumba en Dra Abu el—Naga y puesta a resguardo en el escondrijo de Dayr al—Bahari después de una oleada de pillajes de tumbas reales durante el reinado de los últimos ramésidas, nos ha proporcionado una certidumbre: Ahmés—Nefertari murió a una edad avanzada y tenía la piel blanca. Por desgracia, al contacto con el aire y debido a la falta de precauciones, el cuerpo se descompuso.
¿Por qué algunas estatuas de la reina son de madera bituminosa, esto es, de color negro? ¿Por qué se escogió este color para algunas escenas pintadas? En la simbología egipcia,[3] el negro encarna la idea de regeneración, del proceso alquímico por el que debe pasar el alma para revivir en el más allá. ¿Pues no nace la vida de la tierra negra, limosa, depositada por la crecida de las aguas en las orillas del Nilo? El negro es el color del dios Anubis, el de la cabeza de chacal, encargado de conducir a los resucitados por los hermosos caminos del más allá; no evoca ni la muerte ni la destrucción, sino un medio fértil, rico en potencia creadora, donde se organiza una nueva forma de existencia.
Ahmés—Nefertari prefigura de este modo a las vírgenes negras, en otro tiempo muy numerosas en las catedrales e iglesias de Occidente; las figuras lejanas de Isis llevando a Horus, el niño—dios, también eran descendientes de una reina de Egipto convertida en diosa de la resurrección.
[1] Podría transcribirse también como Iah—Mose, pero el uso ha consagrado «Ahmés»; la segunda parte del nombre, Nefertari, la recogería la primera gran esposa real de Ramsés II.