El Principio de Sincronicidad es un concepto enunciado por Carl Gustav Jung que formula un punto de vista diametralmente opuesto al del principio de causalidad. La causalidad, por ser una ley natural, constituye una aproximación de la realidad puramente descriptiva y estadística, pero incompleta, es una hipótesis mecánica de la Naturaleza, respecto a cómo los hechos se desarrollan uno a partir de otro (causa-efecto), mientras que la sincronicidad admite que la coincidencia de los eventos en el espacio y el tiempo, posee un significado que trasciende de una simple probabilidad, esto es, una peculiar y especial interdependencia de eventos objetivos, tanto entre ellos como entre eventos subjetivos o psíquicos del observador.
La sincronicidad intenta explicar una forma de conexión entre fenómenos o situaciones de la realidad que se enlazan de manera casual; es decir, coincidencias que no presentan un vínculo lineal, que responda al principio lógico de causalidad.
La sincronicidad establece que los fenómenos psíquicos y físicos se vinculan a través de su significado. Es decir, la correspondencia a nivel del significado de un fenómeno subjetivo (interno) con un fenómeno objetivo (externo) los cuales se dan simultáneamente. Por lo tanto, Jung denomina a las sincronicidades como "concordancias significativas acausales". La sincronicidad es, entonces, "la coincidencia temporal de dos o más acontecimientos, no relacionados entre sí causalmente, cuyo contenido significativo es idéntico o semejante...".
De la misma manera en que un evento cuántico incluye al acto propio del observador dentro de la totalidad del sistema (principio de incertidumbre de Heisenberg), la sincronicidad incluye las condiciones subjetivas a la totalidad de la situación. Todos los eventos simultáneos, tanto los físicos como los psíquicos son exponentes de determinada situación del momento. Todo lo cual nos hace recordar aquella máxima holística de Aristóteles: "El Todo es mayor que la suma de las partes", aplicada ya por la Escuela psicológica de la Gestalt.
Jung cita inicialmente en su obra dos casos prototípicos, indicando en ellos no una explicación dirigida a hacer cambiar de opinión a quien ve solamente casualidades, sino a modo de exposición de la manera en que suelen presentarse en la vida práctica las coincidencias de sentido:
Una joven paciente soñó, en un momento decisivo de su tratamiento, que le regalaban un escarabajo de oro. Mientras ella me contaba el sueño yo estaba sentado de espaldas a la ventana cerrada. De repente, oí detrás de mí un ruido como si algo golpeara suavemente la ventana. Me di media vuelta y vi fuera un insecto volador que chocaba contra la ventana. Abrí la ventana y lo cacé al vuelo. Era la analogía más próxima a un escarabajo de oro que pueda darse en nuestras latitudes, a saber, un escarabeido (crisomélido), la Cetonia aurata, la «cetonia común», que al parecer, en contra de sus costumbres habituales, se vio en la necesidad de entrar en una habitación oscura precisamente en ese momento. Tengo que decir que no me había ocurrido nada semejante ni antes ni después de aquello, y que el sueño de aquella paciente sigue siendo un caso único en mi experiencia.
C. G. Jung, Sincronicidad como principio de conexiones acausales.
La mujer de un paciente mío de cincuenta y tantos años me contó una vez en una conversación coloquial que, cuando murieron su madre y su abuela, se congregó, ante las ventanas de la habitación de las fallecidas, un gran número de pájaros, cosa que yo ya había oído contar más de una vez a otras personas. Cuando el tratamiento de su marido estaba a punto de concluir porque había desaparecido la neurosis, le aparecieron unos síntomas leves que yo atribuí a una afección cardíaca. Lo remití a un especialista que, tras el primer examen clínico, me comunicó por escrito que no le había encontrado nada que fuera motivo de preocupación. Cuando mi paciente regresaba a casa tras esta consulta (con el informe médico en el bolsillo), se desplomó de repente en plena calle. Cuando lo llevaron a casa moribundo, su mujer ya estaba inquieta y asustada porque, al poco rato de haber marchado su marido al médico, se había posado en su casa una bandada entera de pájaros. Como es natural, inmediatamente recordó los similares sucesos que habían tenido lugar a la muerte de sus parientes, y se temió lo peor.
C. G. Jung, Sincronicidad como principio de conexiones acausales.
Ya en su autobiografía, Recuerdos sueños, pensamientos, alude a otro gran ejemplo de sincronicidad:
Una confirmación del pensamiento sobre el centro y el uno mismo la obtuve años más tarde (1927) por medio de un sueño. Su esencia la presenté en un mandala al definirlo "como ventana a la eternidad". El dibujo está reproducido en Das Geheimnis der Goldenen Blüte (El secreto de la flor de oro). Un año después hice otro dibujo, igualmente un mandala en cuyo centro había un castillo dorado. Cuando estuvo terminado me pregunté: "¿Por qué esto es tan chinesco?" Estaba impresionado por la forma y elección de colores, que me parecían chinos, a pesar de que exteriormente en el mandala no había nada chino. Pero el dibujo me producía tal sensación. Fue una rara coincidencia recibir poco después una carta de Richard Wilhelm. Me enviaba el manuscrito de un tratado taoísta y alquímico chino con el título Das Geheimnis der Goldenen Blüte y me rogaba que lo comentara. Leí rápidamente el texto, pues aportaba una insospechada confirmación a mis ideas sobre el mandala y el movimiento circular alrededor del centro. (...) Para recordar esta coincidencia en sincronicidad escribí entonces bajo el mandala: "1928, cuando hacía el dibujo que muestra el castillo evaluado en oro, Richard Wilhelm me envió a Frankfurt el texto chino, cuya antigüedad se remonta a varios siglos, del castillo amarillo, el germen del cuerpo inmortal".
C. G. Jung, Recuerdos, sueños, pensamientos.
Un ejemplo reciente de sincronicidad apunta a un suceso acontecido en la vida del actor Anthony Hopkins. Cuando éste fuera contratado para actuar en la película The Girl from Petrovka ("La chica de Petrovka", no consiguió encontrar en ninguna librería londinense la novela de George Feifer en la que se basaba el guión. Frustrado y aburrido, se dispuso a tomar el tren subterráneo para regresar a su casa. Estaba sentado en la estación de Leicester Square cuando, de pronto, halló el libro en un banco. Se quedó tan asombrado de su buena suerte que ni siquiera reparó en las anotaciones que el volumen tenía en los márgenes. Dos años más tarde su sorpresa fue aún mayor. Al conocer al autor durante el rodaje del filme, éste le dijo que había perdido su ejemplar anotado. Dicho ejemplar era el mismo libro que Hopkins había encontrado en la estación olvidado sobre un banco.
Sincronicidad en el misticismo y los oráculos
Debemos admitir que hay mucho qué decir respecto a la inmensa importancia del azar. Una incalculable cantidad de esfuerzos humanos se dedica a combatir y restringir el daño o peligro que representa el azar. Las consideraciones teóricas de causa y efecto con frecuencia lucen pálidas y empolvadas en comparación con los resultados prácticos del azar
Mientras el pensamiento occidental moderno se preocupa por la causalidad, al pensamiento místico le preocupa lo que llamamos casualidad. En occidente tenemos leyes generales que son aplicadas a un determinado fenómeno. Por ejemplo, la formación hexagonal de los minerales de cuarzo. La ley de cristalización determina y establece que todos los cuarzos han de formarse como prismas de seis caras sin excepción. No importa el lugar, todos los cuarzos naturales poseen esta forma física. Por lo tanto un cuarzo, según la mente occidental, es un cristal prismático hexagonal, lo cual no es incorrecto. La aseveración es bastante cierta en tanto se representa mentalmente un cuarzo ideal. A pesar de que los cuarzos se someten a esta ley general, uno no encuentra dos cuarzos exactamente iguales en la naturaleza, aunque todos son evidentemente hexagonales. Lo mismo sucede en el caso de los copos de nieve, que también siguen un patrón hexagonal, y en muchos otros fenómenos naturales.
Cristalización de cuarzos y copos de nieve. Cada individuo es único e irrepetible, así como las experiencias de la vida de cada ser vivo en su existencia
Sin embargo, a los sabios místicos, particularmente los orientales, parece interesarles más la forma real que la forma ideal. La revoltura de leyes naturales que constituye la realidad empírica contiene, para ellos, mayor significado que una explicación causal de los sucesos, los que, además, por lo común deben separarse unos de otros a fin de abordarlos adecuadamente.
Las formas ideales son parte, podría decirse, del mundo platónico, ese mundo inteligible, intangible, perfecto e inmutable que proyecta como un espejo todas las formas imperfectas que vemos en nuestro plano dialéctico y dinámico.
El modo en que los sistemas de adivinación, o también llamados oráculos o mancias, tienden a considerar la realidad, parece no aprobar nuestros procedimientos causalistas. El momento realmente observado parece más al antiguo criterio, un acontecimiento accidental que un resultado claramente definido de procesos causales concurrentes en cadena, un fenómeno abordado actualmente por la teoría cuántica y la teoría del caos. Para entender la esencia de estos antiguos oráculos es menester abandonar ciertos prejuicios de la mente moderna y racionalista, que todo desea categorizar, e intentar comprender los mecanismos poco explorados de la intuición. El asunto de interés parece ser la configuración integrada por sucesos casuales en el momento de la observación, y de ninguna manera las razones hipotéticas que al parecer cuentan para la coincidencia. En tanto que la mente moderna cuidadosamente escudriñadora, considera, selecciona, clasifica, aísla y separa, el pensamiento implicado en los oráculos engloba todos los fenómenos ocurridos en un momento determinado, incluso hasta el detalle más insignificante y sin sentido, porque todos los ingredientes integran el momento observado.
Tarot, juego de azar con cartas inventado en el siglo XV con el que posteriormente se creó una popular forma de cartomancia
Sucede así que cuando uno selecciona algunas cartas del Tarot o arroja las tres monedas del I Ching, estos detalles accidentales entran en descripción del momento que se observa y forman parte de él, parte que es insignificante para la mentalidad moderna, pero sumamente significativa para la mentalidad mística. En la mente moderna sería una afirmación banal y sin significado (por lo menos según lo que se ve) decir que aquello que ocurre en un momento dado posee inevitablemente la virtud que le es peculiar a ese momento.
Oráculo chino, I Ching, compuesto por 64 hexagramas
Este argumento no es abstracto, sino bastante práctico. Existen catadores de vino que pueden distinguir, sólo teniendo en cuenta el aspecto, tanto el sabor y el comportamiento de un vino, así como el solar de su viñedo y el año de su origen. Hay anticuarios que casi con misteriosa precisión especificarán, tan sólo con mirarlo, fecha y lugar de origen, así como autor de un objeto de arte o de un mueble.
E incluso existen astrólogos que pueden decirnos, sin ningún conocimiento previo de nuestro natalicio, cuáles eran las posiciones del Sol y de la Luna y cuál signo del Zodiaco ascendía sobre el horizonte en el momento de nuestro nacimiento. Ante tales hechos, debe admitirse que de alguna manera los momentos en el tiempo pueden dejar huellas duraderas.
Carta astral, usada en la Astrología para conocer la posición exacta de los astros en el momento del nacimiento de un individuo.
En otras palabras, los antiguos sabios que idearon los múltiples sistemas adivinatorios, estaban convencidos de que la carta, el hexagrama, el astro o la runa que resultaba en un cierto momento, coincidía con éste tanto de un modo cualitativo como temporal. Cada accidente dado, una vez puesto en marcha su sistema, para ellos era el exponente del momento en que se calculaba, incluso más de lo que podrían expresar las horas del reloj o las divisiones del calendario, en vista de que se entendía que el hexagrama o la runa era un indicador de la situación esencial prevaleciente en el momento en que se producía.
Lectura de las runas, caracteres nórdicos
A diferencia de lo que tanto escépticos como pseudo-junguianos y proponentes del New Age creen, este principio de ninguna manera pretende dar validez científica a las artes adivinatorias (no la tienen ni la tendrán), sino explicar el pensamiento místico e intuitivo que está implicado en ellas.
En la misma obra en que Jung lo expone junto con el físico Wolfgang Ernst Pauli, La Interpretación de la Naturaleza y la Psique, Jung descarta la solvencia metodológica de las "artes inciertas", como las denominaba Paracelso. Gran parte de los movimientos que en la actualidad se denominan junguianos, defienden argumentos que estarían en abierta contradicción con las ideas originales del autor.
En síntesis, a estas prácticas no les interesan las leyes, axiomas o teoremas generales que son aproximaciones de la realidad, sino que como conocimiento puramente intuitivo, se interesa más por el aspecto casual de los fenómenos que suceden en un momento específico y al azar. Sólo se ocupa del carácter variable y particular de los fenómenos o accidentes y no de sus causas generales e inmutables. Por esta infinidad de variables distintas y desconocidas, las causas de los eventos mantienen una cualidad única e irrepetible, incapaces de someterse a experimentación. Así, los accidentes de cada punto espaciotemporal de un determinado objeto, forman parte de su influencia. Mientras la causalidad racional intenta analizar por separado cada parte de un fenómeno, el principio irracional de la adivinación procura sintetizar cada parte del fenómeno como un todo.
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Bibliografía:
-C. G. Jung, Sincronicidad como principio de conexiones acausales.
-C. G. Jung, Recuerdos, sueños, pensamientos.
-Richard Wilhelm, I Ching (Libro de las Mutaciones), con prólogo del Dr. Carl G. Jung. Ed. Tomo.
-Tres iniciados, Kybalion.