domingo, 2 de octubre de 2011

ATRACCIÓN Y RIESGOS DE LA GNOSIS





Se ha dicho reiteradamente que la Gnosis está en el pasado mítico y legendario de nuestra Orden. El M.R .H. Albert Pike llegó a afirmar que “la Gnosis es la esencia y el meollo de la Francmasonería”. Hay quien ha dicho que la “G” de la Estrella Flamígera y otros signos y emblemas masónicos incluye también a la Gnosis, junto con otros conceptos abstractos y universales como Geometría, God o Dios en Inglés, o la primera inicial del G:.A:.D:.U:..

¿Pero qué es la Gnosis? La dificultad inicial que surge ante su definición es que este vocablo, que en griego significa “conocimiento”, tiene una acepción amplia y otra restringida. La primera alude a ese conocimiento tradicional que constituye el acervo común de todas las iniciaciones esotéricas, cuyas doctrinas y símbolos se han heredado y transmitido, desde la más remota antigüedad hasta nuestros días, a través de todas las Fraternidades secretas o discretas, cuya larga cadena no se ha cortado nunca.

La segunda, implica una corriente específica de pensamiento y práctica espirituales ubicada en el tiempo y el espacio históricos, que sufre la influencia del neo-platonismo y del neo-pitagorismo, así como del cristianismo primitivo y otros antiguos credos de Egipto, Persia y Judea : un conjunto de corrientes sincréticas, filosófico-religiosas, que llegaron a mimetizarse con el cristianismo en los tres primeros siglos de nuestra era, convirtiéndose finalmente en un pensamiento declarado herético, después de una etapa de cierto prestigio entre los pensadores cristianos. Aunque también hubo una Gnosis de raíz pagana, el auge más significativo de la influencia gnóstica se alcanzó como rama heterodoxa del cristianismo temprano. Según las hipótesis históricas más probables, la Francmasonería moderna adquirió el bagaje gnóstico de los Rosacruces, quienes lo habrían conservado en sus doctrinas, no sin cierta profilaxis, más que otros ascendientes espirituales de la Orden.

Esa doble acepción nos lleva a preferir, para evitar confusiones, el término de Gnosis para la dimensión amplia y el de gnosticismo para la restringida. Con respecto a la Gnosis en sentido lato, ésta se convierte virtualmente en la búsqueda de toda sociedad iniciática, que tiene por fin la conquista del conocimiento lo más profundo posible de lo trascendente, de la sabiduría heredada de la tradición primordial de la humanidad. Este conocimiento constituye potencialmente, a mi juicio, el virtual secreto masónico, y por ello resulta en esencia intransferible e incomunicable; quedando siempre en el seno del alma de cada uno. Así entendida, no están aquí, por ende, los riesgos de la Gnosis, pero sí su mayor atractivo: el haber sido un eslabón en la cadena esotérica.

Los riesgos, en cambio, se encuentran en el gnosticismo. Y aquí también nos enfrentamos con una dificultad ulterior: la existencia de diversas doctrinas y escuelas gnósticas, que tornan difícil hablar de un solo gnosticismo. Nunca fue un movimiento unificado, sino una serie de escuelas y de maestros cuyas ideas compartían ciertos rasgos comunes. Los canales de comunicación abiertos en el mundo antiguo por el Imperio Helenístico de Alejandro Magno y sus sucesores, y luego por el Imperio Romano, facilitaron el flujo de las ideas entre oriente y occidente y hacia la cuenca del Mar Mediterráneo, a resultas de lo cual se forjaron numerosas religiones y filosofías sincréticas. Las diversas sectas y pensadores gnósticos fueron ejemplos de ello.

Entre estos últimos podemos destacar a Simón el Mago, oriundo de Samaria, uno de los precursores más notables, cuyos seguidores lo creían un “eón” superior, o emanación de Dios. Su nombre aparece en el Nuevo Testamento. Cerinto, otro precursor, concebía la Divinidad propiamente dicha elevada sobre todo lo creado, sin ningún contacto con el mundo; por eso suponía la existencia de un Demiurgo, quien sería el que le dio a Moisés las tablas de la Ley, entre otros hechos. Distinguía entre Jesús y Cristo, siendo el primero un hombre de carne y hueso, y el segundo un mediador entre Dios y el mundo. Al ser Jesús bautizado, Cristo entra en él y ambos obran milagros, pero luego lo abandona antes de morir. El Docetismo, en el siglo I de la Era Cristiana, planteaba la idea de un cuerpo aparente en Cristo, es decir, que éste no tenía un cuerpo humano verdadero porque la materia, para ellos, era lo intrínsecamente malo por excelencia. Saturnilo, que enseñaba en Antioquia hacia el año 125, trajo al tapete gnóstico el dualismo persa, un principio del bien y uno del mal, re-denominados Dios de la Luz y Satán. Para Saturnilo, el Dios de los judíos es uno de los espíritus procedentes del principio de la Luz, así como otro eón divino es Cristo, que viene a redimir a la humanidad.

Entre los gnósticos de Alejandría podemos mencionar al célebre Basílides -sobre el cual Borges escribió uno de sus breves y perdurables ensayos- que enseñó en esta ciudad hacia el año 130 EC. Distinguía tres mundos: en el Primero, que está por encima de todo lo creado, reside el Ser Supremo. En el Segundo, mundo intermediario, están las 365 regiones suprasensibles; sobre ellas dice Borges:

“La cosmogonía numérica del principio ha degenerado hacia el fin en magia numérica, 365 pisos de cielo, a siete potestades por cielo, requieren la improbable retención de 2.555 amuletos orales...La salvación, para esta desengañada herejía, es un esfuerzo mnemotécnico de los muertos” (“Una vindicación del falso Basílides”; en “Discusión”, escrito en 1931).

En el Tercero, o mundo sublunar, coexisten con la humanidad los espíritus o ángeles que crearon el mundo, guiados por el dios de los judíos. Pero Valentín fue quien marcó el apogeo de los gnósticos alejandrinos, llevando la doctrina a Roma, entre 136 y 140 EC. Reafirma el principio de la oposición entre el bien y el mal. El Pleroma, o Reino de la Luz está constituido por quince pares de espíritus celestes, uno de los cuales -la Sofía o Sabiduría- cae en el pecado de pretender abarcar con su inteligencia al Ser Supremo, introduciendo la confusión en el mundo de los eones; por lo cual es expulsada del Pleroma, y se precipita al vacío. Para restablecer el orden, se genera un nuevo par de entes celestiales, llamados Cristo y Espíritu Santo, y entre todos juntos crean al eón número 33, o Jesús el Salvador.

Carpócrates, basado en la doctrina de la libertad de los “perfectos”, como se llamaban a sí mismos los gnósticos, introduce una tendencia de abierta amoralidad y libertinaje, que será seguida por muchas sectas, entre ellas la de los Ofitas; así llamados por atribuir a la Serpiente mítica un papel importante en el desarrollo de la Creación. De los Ofitas se derivan, a su vez, diversos grupos: los Naasenos, que veían en dicha Serpiente al Ser Supremo; los Setitas, para quienes Set, el tercer hijo de Adán, era el Patriarca de los “Perfectos”; los Cainitas, que reconocían como jefe espiritual a Caín; los Encratitas cuyo fundador fue Taciano y su distintivo una ascética rigurosa, al mismo tiempo que hacían la guerra al matrimonio y virtualmente a toda la cultura existenten.

Por último, incluiré en esta lista incompleta de la variaciación gnóstica a Pablo de Samosata, Obispo de Antioquia en el año 260 EC, que se dio una vida secular y llevó la herejía gnóstica hasta sus últimas consecuencias en el plano cristológico: Jesús era mero hombre, pero en él habitaba el Logos impersonal, la virtud de Dios, de una manera más especial que en los Profetas. Cristo, pues, sufrió su martirio según la naturaleza, pero por causa de otra fuerza o gracia, realizó milagros; lo cual se denominó “adopcionismo” y “dinamismo”. La mayoría de las así llamadas “herejías” cristianas desde el Concilio de Nicea, sufren directa o indirectamente, parcial o totalmente, la influencia gnóstica, en torno al debate teológico sobre la naturaleza de Cristo, como los arrianos y otras versiones monofisitas e indudablemente, los cátaros.

Me he detenido un tanto en la prodigiosa diversidad gnóstica -que explica el asombro borgiano- para ilustrar el aserto anterior de que no puede hablarse de un gnosticismo homogéneo. No obstante, todas las doctrinas comparten algunos rasgos que es dable sintetizar de la siguiente manera:

I. El carácter iniciático, por el cual ciertas doctrinas secretas de Jesucristo estaban destinadas a ser reveladas sólo a una elite de iniciados; las cuales permitían arribar al conocimiento de las verdades trascendentales.

II. Este conocimiento de las verdades trascendentales confería, por sí mismo, la salvación. La importancia de llevar una vida moralmente cristiana podía variar según las diversas corrientes, pero era, en cualquier caso, algo secundario.


III. El carácter dualista, que hacía una escisión tajante entre materia y espíritu, mal y bien. El mal y la perdición estaban ligados a la materia, mientras que lo divino y la salvación pertenecían a lo espiritual.

IV. La incorporeidad de Cristo. Siendo la materia el origen y anclaje del mal, no era para ellos concebible que Jesús pudiera ser divino y asociarse, a la vez, a un cuerpo material. Por eso surge la idea del Cuerpo aparente de Jesucristo, que hemos señalado en el docetismo, o el hábil recurso el adopcionismo. Otras corrientes afirmaban que la verdadera misión de Cristo fue transmitir a los hombres el principio del autoconocimiento, que permitiría que las almas se salvaran por sí mismas al liberarse de la materia. Otras, aun, negaban a Cristo todo tipo de divinidad.

V. El Demiurgo, o hacedor de este mundo imperfecto, al multiplicar con su espuria creación la materia, sería un ser malvado y opuesto al verdadero Ser Supremo, del cual surgió.

VI. Éticas divergentes. Siguiendo la idea de la condenación de la materia, algunas sectas gnósticas afirmaban que era necesario el castigo y la mortificación corporal, para, a través del padecimiento de la carne, contribuir a la liberación del espíritu. Otras, basándose en que la salvación dependía sólo de la gnosis o conocimiento del alma, el comportamiento del cuerpo era irrelevante, librándolo así de toda atadura moral y exponiéndolo a toda clase de perversiones, sobre todo de índole sexuales. Aunado a esto, a menudo negaban la procreación como un acto que hacía proliferar la materia.

Sobre todo estos últimos aspectos, amén de las audaces divergencias en el dogma, hicieron que el Obispo Ireneo de Lyon declarara herejes a los diversos grupos gnósticos en el año 180, sentencia que fue mantenida por la Iglesia hasta la virtual desaparición de aquéllos.

En 1945 fue descubierta una biblioteca de manuscritos gnósticos en Nag Hammadi, Egipto, que posibilitó un mejor conocimiento de sus doctrinas, antes mayormente derivado de las citas y refutaciones esgrimidas por los Padres de la Iglesia contra ellos. El tesoro paleográfico de Nag Hammadi contiene cerca de 1000 páginas en papiros, incluyendo 53 textos divididos en códices, cuya antigüedad sr remonta al siglo IV D.C. se trata de traducciones originales del griego al copto, que albergan incluso “evangelios apócrifos”, como los de Tomás y Felipe, tratados teológicos y sentencias atribuidas a Jesús de franca orientación gnóstica y considerados por la Iglesia como heréticos. Este fabuloso hallazgo demuestra la temprana influencia del gnosticismo sobre la cristiandad pre imperial y sus raíces filosóficas anteriores, neoplatónicas y neopitagóricas. Estas raíces podrían remontarse, incluso, a la inversión que hace Filón de Alejandría en el siglo I D.C. del sistema platónico, en función del judaísmo. En su planteamiento (el de Filón), Dios estaría por encima del Logos y del mundo de las ideas; de un modo similar, el Dios trascendente de los gnósticos está por encima del mundo sublunar. Estos manuscritos también permiten suponer que pudo haber habido una influencia de la Cábala temprana -siglo 1- sobre los gnósticos, más que a la inversa, en un contexto de intercambios mutuos.

Después de haberlos declarado heréticos, la Iglesia persiguió a los gnósticos hasta virtualmente aniquilarlos, aunque algunos pocos grupos adoptaron la clandestinidad para salvarse de la extinción total. Estos grupos secretos deben haber sido los que dejaron su huella en el movimiento medieval de los cátaros y luego en la Rosa Cruz. De modo que en esta síntesis de las ideas gnósticas no puede faltar una referencia, así sea breve, a los cátaros. La religión de estos últimos sí tuvo un fuerte implante gnóstico y podemos afirmar que fueron sus herederos principales. Su concepción, dualista y a la vez basada en los Evangelios, si bien algunos autores se resisten a pensar que fueron cristianos, los diferencia del resto de las herejías medievales. Para ellos, no sólo existía el doble principio del bien y del mal, sino que estaban representados, respectivamente, en Dios y el Demonio. Concebían nuestro mundo como el Reino de Satanás y pensaban que por su voluntad existían las estrellas, el sol, el aire, la tierra y el hombre. Dios, en cambio, “crea lo que no pasa”, lo invisible y el alma humana, prisionera del cuerpo; cuerpo y alma son la expresión de lo malo y lo bueno, como entre los gnósticos. Y como éstos también fueron exterminados por la Iglesia. Montségur, en el sur de Francia, su último bastión, fue el preludio de otro gran crimen de Roma, siglo y medio después: la matanza de los templarios, otro de nuestros ancestros en la cadena iniciática.

Ahora bien, el gnosticismo, en todas sus variantes, constituye una mística secreta de la salvación. Los iniciados no se redimen por la fe en el perdón, o gracias al sacrificio de Cristo, según el dogma, sino mediante la Gnosis, en la acepción amplia del concepto que hemos señalado al comienzo. Es decir, una búsqueda del conocimiento introspectivo de lo divino, que no se agota en la mera fe. La gran diferencia es que el hombre es autónomo para salvarse a sí mismo. Aquí, sí reivindicamos su presencia entre nuestros antepasados legendarios.

Pero además de esta apertura a la libertad del hombre para indagar en los más profundos misterios del cielo sin mediadores, ya sean éstos iglesias o filosofías, subsiste la aún más audaz convicción, salida de los laberintos de la Gnosis, en la permanente imperfección de este mundo; lo que lleva a pensar en la imperfección de la Creación e incluso del Creador. Esa “caja de Pandora”, se le presenta a uno cuando observa la injusticia, la pobreza, el dolor la violencia y la intolerancia que reinan en este mundo, a pesar de la venida de tantos supuestos salvadores potenciales, desde Mitra a Cristo, de Zaratustra a Mahoma, o de los falsos antiguos mesías de Israel hasta sus nuevos falsos mesías. Es la más terrible de las respuestas a la pregunta de Job.

Esta espada de doble filo, al incitar a la duda sempiterna en el cielo, es a la vez un poderoso instrumento en la búsqueda del conocimiento, y el primero y más notorio de los riesgos metafísicos; porque puede conducir fácilmente al escepticismo y al nihilismo, cuando no al ateísmo o al agnosticismo por desesperación, no por razón. Los otros riesgos tienen dos facetas, una teológica y otra moral. Comenzaremos por la última: Hubo una secta que no integra tampoco la lista incompleta a que hicimos referencia, que he querido dejar para el final porque el más radical de los grupos amorales del gnosticismo. Se trata de los así llamados Barbelognósticos. Tomaron su nombre de una figura mítica del poblado panteón gnóstico llamada Barbelo, que residía en el octavo cielo o círculo superior, desde donde dirigía a los Arcontes (magistrados griegos). Ella provenía del Padre Desconocido, del Verdadero Dios, y tuvo un hijo llamado Sabaot que reinó en el séptimo cielo, pero éste se rebeló contra su madre y el Padre Celestial y quiso ponerse en su lugar. Para impedirlo, Barbelo recabó la ayuda de los Arcontes, seduciéndolos uno por uno para sustraerlos a la influencia de Sabaot. “Ella se exhibió para ellos,…” -dice el texto barbelognóstico, en un estilo crudo e impresionante - “… y recogió su esperma para traer consigo su poder, disperso en los diferentes seres”. Los miembros de esta secta pretendían recuperar el poder de Barbelo, recurriendo a un ritual que incluía coitus interruptus y fellatio. Dice Epifanio, que fue un horrorizado testigo del mismo:

“Ponen a sus mujeres juntas, en el caso de que llegue algún extraño, tienen, de hombres a mujeres y de mujeres a hombres, una señal de reconocimiento: al darse la mano se cosquillean la palma, significando que el recién llegado pertenecía a su credo. Después de haberse saludado se disponen a comer. Sirven manjares sofisticados, comen carne, beben vino, también los pobres. Cuando están llenos y tienen, si lo puedo decir, llenas las vena con un material poderoso (posiblemente alguna droga), pasan al exceso. El hombre se levanta de su lugar y le dice a su mujer: levántate y completa el ágape (la unión amorosa) con el hermano. Los desdichados se ponen entonces a fornicar todos a la vez -continúa Epifanio- y me ruborizo sólo con la idea de descubrir sus prácticas inmundas; pero no tendré vergüenza al decirlas, ya que ellos no la tenían al hacerlas. Después de haberse unido, como si el crimen de la prostitución no les bastase, alzaban hacia el cielo su propia ignominia. El hombre y la mujer recogían en su mano el esperma del hombre, elevaban los ojos al cielo, y con la ignominia en las manos se la ofrecían al Padre Celestial, diciendo: Este es el cuerpo de Cristo, ésta es la Pascua por la que sufren nuestros cuerpos, con lo que ellos confiesan la Pasión de Cristo. Hacían exactamente lo mismo con las menstruaciones, recogían la sangre de su impureza y la comulgaban de la misma manera, al decir: Esta es la sangre de Cristo”. Pero allí no termina el horror de Epifanio, testigo probablemente fiel en lo esencial: “Después de efectuar el acto voluptuoso hasta la satisfacción, se comían el fruto de su infamia”.

Los excesos sexuales no fueron patrimonio excesivo de los gnósticos, incluso entre los judíos mucho más tarde (en los falsos mesianismos del shabataísmo y el franquismo en el siglo XVII y principios del XVIII), se da la promiscuidad sexual como símbolo de la llegada del Mesías, mas no pasa de allí. La deglución del semen y la sangre tenían lugar en algunas tribus primitivas como ritos mágicos de fertilidad. Pero el último horror que relata Epifanio, sólo ha sido practicado -que se sepa- por los barbelognósticos:

“Cuando uno de ellos, por error, dejó a su semilla penetrar más adentro y la mujer queda encinta, hacen algo aún más abominable: Extirpan el embrión, lo trituran en un mortero, lo mezclan con miel, pimienta y diferentes condimentos, así como aceitas perfumados para conjurar el asco. Luego se reúnen -una verdadera comunidad de puercos y perras- y cada uno comulga con este pastel de aborto. Esta era, a sus ojos, la Pascua Perfecta…” - concluye Epifanio, indignado.

Quise llegar al extremo de este relato para mostrar a los VV.HH. la otra cara del gnosticismo radical y sus riesgos morales. Como cita curiosa, agrego que Epifanio era de origen judío, converso al cristianismo, y fue Obispo de Constancia en el año 315 EC.

Todo esto nos lleva a inferir, complementariamente, los riesgos teológicos del gnosticismo: Sabaot es Lucifer, y las misas negras no están tan lejos de los ágapes barbelognósticos; sólo que, supuestamente, estos últimos son pergeñados contra el Diablo. Para ellos, cada hombre tiene la obligación de extirparse el demonio que lo parasita. Y como el hombre, según ellos, se encuentra desde la cuna en medio de un mundo sumiso a Satanás y a su violencia, debe, para liberarse, oponerle una violencia igual a la suya; mantener un combate sin cuartel en el cual ni la ascesis ni la licencia podrían obtener la victoria contra un enemigo tan astuto y poderoso. El problema teológico del dualismo es siempre la equiparación del poder entre el Bien y el Mal, que puede culminar en una confusión entre ambos. Cuando se pierde la idea de la unidad y unicidad del Ser Supremo, éste se multiplica en una legión de eones, ángeles y demonios, y la trascendencia absoluta pasa a ser algo no muy diferente del Primer Motor Inmóvil de Aristóteles, un Dios aislado y prescindente del mundo. El gnosticismo lleva a la Teodicea a sus últimas instancias y exime por completo a un supuesto “Verdadero Dios” de las desgracias del hombre; pero en lugar de ubicar el origen del mal en este último, ya sea mediante la alegoría de la desobediencia edénica o la virtud del albedrío, carga las tintas sobre un presunto poder luciferino que, a la postre, retorna en cierto modo a los mitos paganos y a la proliferación de entes celestes o infernales, intermediarios entre el cielo y la tierra.

Ese enfrentamiento desesperado contra el mundo hasta el punto de aislarse de él, como lo hicieron las comunidades gnósticas; ese negar hasta la propia civilización para reemplazarla con una nueva carga de mitos y abominables ritos; ese preferir el caos al orden, dejando de ser hombres de buenas costumbres y de cavar fosas al vicio, no condice con el espíritu masónico. En un memorable libro titulado “Los Gnósticos”, prologado nada menos que por Lawrence Durrell, su autor, Jacques Lacarriere, se pregunta de qué están hechos “esos hombres lo bastante lúcidos para sostener una interpretación de la Creación desprovista de cualquier indulgencia, y experimentar, por otro lado, hasta el fin, la agonía de una eternidad siempre codiciada y rechazada a vez”.

Mi propia conclusión, después de haber navegado por esas tortuosas aguas de las fuentes gnósticas, es que si bien los masones podemos estar orgullosos de incorporar entre nuestros ancestros doctrinarios a la Gnosis, en su acepción lata, tal como la hemos definido al comienzo, no ocurre lo mismo con los engendros mitológicos y rituales de la sectas gnósticas, por las razones expuestas. No obstante, de éstos también puede obtenerse una enseñanza: la de nuestra propia pequeñez humana frente a los portentosos misterios de la Divinidad. Esto fue ya maravillosamente expresado por Borges en el texto citado:

“La vertiginosa torre de cielos de la herejía basilidiana, la proliferación de sus ángeles, la sombra planetaria de los demiurgos trastornando la tierra, la maquinación de los círculos inferiores sobre el pleroma, la densa población, siquiera inconcebible o nominal, de esa vasta mitología, miran también a la disminución de este mundo. No nuestro mal, sino nuestra central insignificancia, es predicada en ellas. Como en los caudalosos ponientes de la llanura, el cielo es apasionado y monumental y la tierra es pobre. Esa es la justificadora intención de la cosmogonía melodramática de los gnósticos.” (Ibídem)

Fuente: José Luis Najenson, M:.M:.