miércoles, 5 de octubre de 2011

POSITIVISMO Y RITUALES MASÓNICOS DEL GODF ( 1877 - 1887) - PARTE I

Nota previa de Mandiles Azules 


Ha sido una constante en la de momento corta vida de este espacio no participar en polémicas estériles. Hemos dicho lo que correspondía a cada momento según nuestra forma de ver las cosas, o hemos transmitido cuestiones de interés respecto al que podría ser calificado como Rito identitario de nuestra Obediencia, el Gran Oriente de Francia, acogido también en el seno de Obediencias amigas que nos merecen tanto respeto como la nuestra propia. Entre esas cuestiones se hallan los trabajos de traducción de diversos materiales obtenidos en buena medida de la publicación Joaben, editada por el G.C.G. de R.F. del Gran Oriente.

Desde Mandiles Azules somos conocedores de la abundante –a veces desordenada- proliferación de textos concernientes al Rito francés que aparecen publicados en lengua castellana. También conocemos las características de una buena parte de esos documentos y la técnica de traducción seguida, basada en el repaso y aplicación de un corrector sobre un producto previamente obtenido mediante el empleo de un traductor automático. Según el celo empleado por el encargado de la corrección –que puede ser un humano o un programa informático-, el resultado puede ser mejor o peor. Siendo cada cual muy libre de escribir, leer o trabajar como le parezca o pueda, no es sin embargo el método descrito el que siguen quienes colaboran en Mandiles Azules, donde, tal y como ya hemos definido en nuestras reglas de estilo, se procura siempre recoger y transmitir las ideas que comunica el autor y nunca una sucesión literal de palabras transcritas de una lengua a otra; descartamos el uso de traductores automáticos, recurriendo a un trabajo si se quiere “manual” en el que se emplea una buena dosis de tiempo. Evitamos de este modo las traducciones planas, que arruinan la belleza y precisión de los textos y que en ocasiones causan distorsiones de notable importancia.

El texto cuya primera parte publicamos hoy quedará expuesto y a disposición de los lectores en su integridad en un plazo breve. Fue redactado por Daniel Ligou y apareció en el número 2 de la revista Joaben, diciembre de 2004, editada como ya hemos dicho por el C.G.C. del Gran Oriente de Francia. Ya ha sido traducido al castellano. A poco que se busque en Internet no le será al lector muy difícil encontrar –eso sí, bajo un título diferente al que le dio su autor- la misma referencia fechada en el año 2008. Es probable incluso que tal versión haya sido seleccionada para incorporarla a un texto editado en soporte papel. Sea como fuere, si hasta la fecha nos habíamos centrado en la traducción de textos de los que no había noticia en nuestro país, dejaremos en adelante de practicar tal reserva. La razón radica precisamente en una de las causas (no la única) que motivaron la aparición de este espacio: se trata en su mayor parte de trabajos realizados con un traductor automático -éste es un claro supuesto-  que ha dado como resultado una concatenación de errores que estropean el texto, y que finalmente hacen que la obra del autor no pueda ser percibida en su plenitud por quienes usen un idioma diferente.

Hecha la observación anterior a nuestros lectores les dejamos con la primera parte del artículo, quedando siempre en su mano elegir las versiones de los textos que más les satisfagan.

POSITIVISMO Y RITUALES MASÓNICOS DEL GODF (1877-1887) PARTE I


Por Daniel Ligou


En una sesión del convento del Gran Oriente de Francia que terminaría por ser famosa, el 13 de septiembre de 1877, el pastor Frederic Desmons, que ejercía en la localidad de Saint Génies de Malgoirès y que era a la vez miembro de la logia que existía en ese lugar y del Consejo de la Orden, consiguió un amplio respaldo para el principio del “agnosticismo” de la Obediencia haciendo adoptar una propuesta que suprimía del artículo I de la Constitución la afirmación –calificada seguidamente como “dogmática”- de que la Masonería tenía “como base la existencia de Dios y la inmortalidad del alma”. Atendiendo una petición del Gran Maestro, el doctor Antoine de Saint-Jean, el convento añadió que la institución “no excluía a nadie por sus creencias”, reserva que no impediría como sabemos a las obediencias anglosajonas romper con el Gran Oriente. Que esta decisión, con consecuencias que se prolongaron a lo largo de los siglos, fue la expresión adoptada por una amplia mayoría de los hermanos, y sobre todo de los más activos, no admite a nuestro modo de ver duda alguna. Los dignatarios chocaron con una marejada de fondo frente a la que nada pudieron hacer a pesar de las buenas intenciones y de sus hábiles maniobras contemporizadoras, y que tiene su explicación tanto en las circunstancias políticas como en la evolución intelectual de las clases sociales entre las que se reclutaban entonces los hermanos. Es posible que pensaran que una deliberación conventual podía no llegar a ser una cosa definitiva y que, no obstante la votación,  y dado que tenían en la mano las riendas de la Obediencia, podrían “neutralizar” el movimiento y, en todo caso, evitar llevarlo hasta sus últimas consecuencias “interpretando” en un sentido tradicional la decisión adoptada.

El problema del ritual era, desde esta óptica, absolutamente capital.  Si los dignatarios lograban mantener la integridad del texto, la decisión de 1877 perdía toda su fuerza, habida cuenta de que durante más de un siglo la Masonería francesa había vivido sin “definición”, y la introducción de la controvertida frase cuya supresión acababa de lograr Desmons databa de no hacía tanto: 1849. Así las cosas, los dignatarios tenían en la mano las armas para defender al Gran Oriente ante las masonerías anglosajonas que, después de todo, no habían roto relaciones con la Argentina, Hungría o Bélgica, ya que las potencias masónicas de estos países habían puesto de manifiesto un “agnosticismo” constitucional valiéndose de la no mención de la existencia del Gran Arquitecto en sus textos fundamentales. Sin embargo, si los rituales se reformaban en un sentido “positivista” suprimiendo especialmente la invocación o la mención al Gran Arquitecto, la acusación de haber quebrantado las Constituciones de Anderson tomaría fuerza.

También los partidarios de la reforma constitucional habían comprendido la importancia del problema, porque la comisión de la que Desmons  había sido portavoz propuso nada menos que “armonizar los rituales en consonancia con las modificaciones que se acaban de hacer sobre la Constitución”. El Presidente del convento respondió que la cuestión le parecía resuelta pero que se retomaría en el orden del día siguiente a raíz de una proposición presentada.  Se trataba concretamente de un texto de la logia “L´Avenir”, ubicada al Oriente de París, que pedía la supresión de las “pruebas físicas”, proposición que ya había sido objeto de tratamiento en conventos anteriores sin que hubiera llegado a nada habida cuenta de la nula voluntad del Consejo. Tras un debate confuso el convento decidió la modificación de los rituales, remitiendo la aplicación de tal decisión al Consejo de la Orden conforme a los estatutos de la asociación; éste, en una tenida celebrada el 27 de octubre de 1877, a petición de Hérédia (hermano del poeta), encomendó a Jean Marie Caubet, un partidario de Gambetta, y a Eugène Vienot, un protestante de Rouen, hacerse cargo del asunto.

 Ambos era moderados, pero al tiempo masones sólidos que, bajo el Segundo Imperio, habían sido firmes opositores a Murât manteniendo luego buenas relaciones con sus sucesores. El primero era positivista, amigo de Massol, de Bancel y de Littré; el segundo era un espiritualista en la línea de Desmons que, al igual que el pastor del Gard, había aceptado la reforma de 1877 para evitar a los hermanos no creyentes caer en una hipocresía al iniciarse.

Ya en nuestra comunicación en el coloquio de Bruselas (1977),  intentamos desglosar las líneas maestras de la evolución del ritual del Gran Oriente en el siglo XIX. “Ideológicamente”, este apenas sí sufrió alguna evolución entre el Régulateur de 1801 y los rituales elaborados por el príncipe Murât y su equipo, en 1858,  definiendo tanto uno como otro una masonería bastante tradicional, inspirada a un tiempo en la herencia de la Ilustración y en un espiritualismo bastante soso, pero que, precisamente por esa insulsez, no tenía capacidad para ofender a ninguna conciencia. El hecho de que la “enmienda Duez” definiendo la Masonería como entidad reconocedora de la existencia de Dios y de la inmortalidad del alma fuera unánimemente votada en 1849 acredita de facto que el ateísmo doctrina no tenía sitio a mediados del siglo XIX.

Pero una cosa es el ritual “oficial” y otra su aplicación. Porque, en el Gran Oriente de Francia, todavía hoy día, las logias tienen en este ámbito la costumbre de hacer aquello que les parece mejor. Lo mismo sucedió en el siglo XIX de manera tal que el ritual masónico conoció evoluciones tan diversas como contradictorias.

  Si el ocultismo que ocasionó tanto daño en el Siglo de las Luces parece que prácticamente ha desaparecido en ese momento, sí nos topamos con diversas “desviaciones”.  La más conocida, pero sin duda la que desde un punto de vista numérico resulta la menos importante, es la transformación de la logia en un club político y su evolución hacia el “carbonarismo”, lo que lleva, sobre un plan puramente masónico, a la desaparición del ritual al ser considerado como una “forma caduca”. J. Baylot ha intentado elaborar una lista y ha logrado localizar treinta talleres, algunos de los cuales jugaron un indiscutible papel encarnando la oposición liberal a los regímenes autoritarios, a pesar de que su duración haya sido a menudo bastante breve. Más importante y sin duda más espectacular es la expansión, en algunas logias, de un ritual que será a la vez complicado, largo, con elementos heterogéneos que en ocasiones se toman prestados de  ceremonias de pseudo iniciación antiguas en las que se cede una plaza importante a las “pruebas físicas”,  dando un resultado a veces un tanto absurdo. Así, ha habido alguna chanza y no sin razón, sobre el famoso “hermano cirujano”, figura que sobrevivirá hasta Murât; o sobre cierta iniciación en la que la “prueba del aire” se desarrollaba con todo su esplendor a bordo de un globo aerostático. Evidentemente todo esto resultaba muy poco serio.  Fueron los felices días de la “plancha de bolas”  y de la tabla “basculante” que todavía siguen usando algunas logias. A partir de 1850 prácticamente se había renunciado a este tipo de operaciones espectaculares, y la mayor parte de los talleres adoptaba un ritual “ecléctico” que limitaba el impacto del psicodrama tanto en la iniciación como en la elevación al tercer grado, manteniendo sin embargo los elementos esenciales, entregado más a “relatarlos” que a hacerlos vivir.

En todo caso, la dificultad de comprensión condujo hacia una tendencia que tomaba en consideración el aspecto de “novatada”, razón que hizo a su vez que algunos hermanos reclamaran la abolición completa de estas pruebas. El resultado de todo ello fue que el ritual tradicional se vio atacado de un lado por los racionalistas positivistas, que querían eliminar todo elemento iniciático en nombre de la claridad y de lo inteligible; y por otro, por otros hermanos –en ocasiones los mismos- que entendían que las pruebas físicas no estaban en consonancia con el siglo y privaban a la Masonería de su aspecto serio, dando como resultado el alejamiento de algunas personalidades notables del ámbito intelectual que rechazaban la práctica de semejantes chiquilladas.

Ya lo vemos: La situación de los dignatarios encargados de la reforma de los rituales no era fácil porque debían tener en cuenta al mismo tiempo unas tradiciones masónicas que ninguno de ellos estaba decidido a abandonar en su totalidad, junto con el deseo de no romper con la Masonería universal, creando una cosa excesivamente diferente de aquello que se practicaba al otro lado de las fronteras. Este argumento será utilizado muchas veces por los “conservadores” que dejarán su espacio a unas tendencias positivistas que llegaron a ser ampliamente mayoritarias dentro del “pueblo masónico”.  Semejantes exigencias contradictorias explican las dudas de los dignatarios y la permanencia de una buena dosis de elementos tradicionales en los rituales de 1887, y ello a pesar de que los “positivistas” radicales lograron, en 1885, ponerse al frente de la Orden.

Los dos comisarios, Caubet y Vienot, a pesar de la agitación vivida en las logias, se hicieron los muertos durante el final del año 1877 y todo el año 1878. En noviembre de 1877, la logia de Nancy, Saint Jean de Jérusalem, muy tradicionalista, y que a través de la autorizada voz de su Venerable, el Hermano Marchai se alzó contra la supresión del artículo I, anunció la dimisión de éste exigiendo que sobre el ritual no se realizara ninguna modificación: La logia permanecerá en la Obediencia, pero con la condición de que los rituales actuales no sean modificados bajo el pretexto de ponerlos en consonancia con el voto de la Asamblea,  algo que entienden no tiene que ser una consecuencia absolutamente necesaria habida cuenta de que los rituales no pertenecen particularmente a una Obediencia, sino a la “Masonería universal”. Frente a esta reclamación el Consejo de la Orden respondió positivamente. Y es que, en efecto, las autoridades masónicas continuaban de manera imperturbable carteándose utilizando papel en cuyo encabezamiento figuraba la expresión “A la Gloria del Gran Arquitecto del Universo”. Y el 24 de abril de 1878, una petición de la logia “L´Avenir” que reclamaba la supresión de las pruebas físicas fue saludada por el Consejo retirándola del orden del día, dato este muy significativo.

En el convento de 1878, se presentaron tres propuestas reclamando la abolición de las pruebas (las formularon las logias L´Avenir y La Liberté de Conscience, y el Hermano Décembre-Allonier); al tiempo, el mismo Hermano reclamaba que, para la revisión, el Consejo se procurara la colaboración de “una comisión consultiva compuesta por Masones eruditos buenos conocedores de la historia y tradiciones de nuestra institución”.  Todos estos textos se reenviaron al Consejo y a la Comisión del ritual según la costumbre. Pero el día 10 de septiembre se produjo un grave incidente durante la sesión. El Hermano Rousselle pidió “que se amonestara al Consejo de la Orden en relación con la reforma de los Rituales votada por el Convento de 1877”, afirmando de paso que los dignatarios habían adoptado acuerdos contrarios a la decisión conventual.

Fue el Gran Maestro, de Saint Jean, quien respondió afirmando que se había nombrado una comisión, pero que ante la actitud de las potencias masónicas extranjeras “existía un interés para la Masonería francesa en posponer el trabajo que se reclamaba” que, además, era una “cosa seria y que requería tiempo”. Luego, tras evocar la opinión del Hermano Findel y de su obra “Die Bauhütte” (conocida por los Masones franceses gracias a Hubert y a la publicación la Cadena de Unión), concluyó dando sin más continuación al orden del día.

El debate sin embargo se reavivó con las intervenciones de los hermanos Bussière, Maynard y Corbières, quienes presentaron un orden del día reclamando la realización de la modificación antes del convento de 1879, algo que Saint Jean rechazó si bien el Consejo no le respaldó. El Gran Maestro presentó entonces su dimisión para retirarla posteriormente.

Al día siguiente, el 11, le tocó a Caubet encender los ánimos de los diputados.  Se le preguntó expresamente si en la redacción de los nuevos rituales se iba a seguir escuchando la fórmula “A la gloria del GADU”.

 Caubet respondió empleando una gran dosis de mala fe señalando que “todos los que le conocen saben que ha defendido, toda su vida, el principio adoptado por la última Asamblea; que para esta redacción se inspirará en los sentimientos que siempre le han animado; que en cuanto a los detalles que permitirán avanzar en qué consistirá esta revisión, cree que es imposible especificarlos antes de que se haga un estudio completo”. A esto respondió el Hermano Danet haciendo gala de sentido común diciendo que “si la reforma de los rituales exige un año, no hace falta esperar un año para suprimir la fórmula “A la gloria del GADU” de los documentos oficiales procedentes del GODF”. El futuro prefecto de policía respondió manifestando “que la Administración del Gran Oriente no se había preocupado hasta ese momento por tal fórmula; que la actitud de algunas potencias masónicas extranjeras imponía ciertas reservas sobre tal punto; que la Administración se había limitado a tratar las grandes cuestiones planteadas por la reforma del año anterior, pero que en todo caso cabía remitirse a ella para resolver todos los detalles de semejante naturaleza, al igual que para llevar a buen puerto las consecuencias del voto de la última Asamblea”. El regreso triunfal de Saint-Jean detuvo el debate en seco.

Éste volvió a comenzar con un incidente…
Fin de la primera parte.