El número seis, en la geometría plana, nace del tres, cuando el triángulo equilátero de los tres principios (con su vértice hacia arriba) se refleja a sí mismo, haciendo nacer otro triángulo invertido que se entrelaza con el primero en un centro común.
Para la Cábala, la creación es el reflejo ilusorio y transitorio del mundo inmanifestado representado por la tríada. En la Estrella de David o Sello Salomónico (símbolo del macrocosmos, el ser universal) el triángulo superior representa a la triunidad de los principios, inmanifestada y misteriosa; increada, permanente y real. Y el inferior a su reflejo ilusorio y transitorio: la creación, con sus miríadas de seres y formas cambiantes y finitos. En esa figura estos dos mundos simultáneos se encuentran en un equilibrio perfecto. Aquí, los estados espirituales del ser están unidos indisolublemente con los materiales. Los cuatro elementos están fundidos.
Las energías ascendentes, volátiles y sutiles, que atraen hacia el espíritu, copulan con las descendentes, promotoras de la creación material y de la ilusión de la manifestación.
Esta unión entre lo primario y lo secundario queda claramente manifestada en el símbolo natural del arco iris (escala y puente que une la tierra con el cielo), en el que los tres colores fundamentales (azul, amarillo y rojo) se combinan en armonía con los tres complementarios (verde, naranja y violeta).
Por otro lado, podemos observar al hexágono en el interior de la estrella, otro símbolo senario al que los geómetras concedieron importancia especial, por la perfección que implica el hecho de ser el único polígono regular cuyo lado mide exactamente igual que el radio del círculo que lo circunda.
Y aun podemos ver en el interior del hexágono al cubo, otro símbolo fundamental de la Masonería relacionado con el senario por el hecho de tener seis caras.
El cubo nace también del cuadrado, el que llevado a la tridimensionalidad, o a la geometría espacial, adquiere forma cúbica. La primera potencia es la unidad; la segunda, el cuadrado; la tercera, el cubo.
Del cubo son visibles a la vez únicamente tres de sus seis caras; las otras tres se mantienen ocultas. He ahí otro símbolo del equilibrio entre lo inmanifestado y la manifestación, lo invisible y lo visible.
Mientras al paraíso terrestre se lo figura en forma circular o esférica, a la Jerusalem Celeste se la representa como un cubo, pues son “iguales su longitud, su latitud y su altura” (Apocalipsis, XXI, 16).
Desde una perspectiva, la esfera es símbolo del cielo y del espíritu y el cubo lo es de la tierra y la materia. La forma esférica de la bóveda celeste y de cada uno de los astros que la pueblan, contrasta con la forma cúbica de la solidificación y la materialización. Pero desde otra perspectiva, la esfera es más bien símbolo del movimiento y la manifestación, en contraste con el cubo que lo es de la inmovilidad de lo trascendente y abstracto.
En la masonería se nos enseña que debemos tallar la piedra bruta, dándole la forma cúbica de la perfección.
Ahora bien, si tomáramos un cubo y lo desdobláramos llevándolo a las dos dimensiones del plano, obtendríamos una figura compuesta de seis cuadrados (cada uno de ellos una de las caras del cubo), que es en el simbolismo constructivo la forma que toma la cruz cristiana, relacionada por esto con el número a que nos estamos refiriendo.
Y en el Islam, el centro está representado por una construcción cúbica, la Ka’bah, en uno de cuyos ángulos se encuentra la ‘piedra negra’ de la Meca.
Podemos ver cómo las tradiciones judía, cristiana e islámica, se identifican todas ellas con figuras geométricas que se relacionan con este número, símbolos de apariencias formales diferentes, pero análogos en sus significados.
El seis también nace de la cruz, cuando ésta es atravesada en su centro por una línea que le da tridimensionalidad. A las cuatro direcciones del espacio (norte, sur, este y oeste; o adelante, atrás, derecha e izquierda), agregamos aquí otras dos (el zenit y el nadir; arriba y abajo). Es la cruz tridimensional compuesta por tres líneas rectas, o tres ejes (dos horizontales y uno vertical) y seis brazos. Los indios de la praderas de los Estados Unidos, acostumbran invocar, en todos sus ritos, a los poderes de los cuatro puntos cardinales, más los poderes del cielo y de la tierra (ver Alce Negro, La Pipa Sagrada). Desde esta perspectiva son seis las direcciones del espacio.
La creación, según el Génesis, fue realizada en seis días, y al sexto día fue creado el hombre. A estas seis fases del tiempo se las hace corresponder a las seis direcciones del espacio. Recordemos que también en la astrología corresponden seis signos zodiacales a cada una de las fases, ascendente y descendente, del año.
En la Cábala, la sexta sefirah, Tifereth, la belleza divina, es la central. En ella “los colores están entrelazados”. Es el corazón del árbol de la vida, que une en armonía lo de arriba y lo de abajo, lo de la izquierda y lo de la derecha, lo de adelante y lo de atrás.
En el tantrismo hindú un triángulo rojo invertido representa a Shakti, la energía cósmica femenina y un triángulo blanco con el vértice hacia arriba simboliza a Shiva, el hombre absoluto. En el ritual tántrico, mediante la unión sexual estos dos principios cósmicos se funden en un punto central común, el bindu.
Y en la tradición extremo oriental 64 hexagramas (conjuntos de seis líneas) componen el oráculo chino denominado I Ching.
Pi, La Gracia, monte sobre fuego
“Los santos sabios de tiempos antiguos hicieron el Libro de las Mutaciones de este modo: ellos quisieron escrutar los órdenes de la ley interior y del destino. Establecieron por lo tanto el Tao (sentido) del Cielo y lo denominaron: lo oscuro y lo luminoso. Establecieron el Tao (sentido) de la Tierra y lo denominaron: lo blando y lo firme. Establecieron el Tao (sentido) del hombre y lo denominaron: el amor y la justicia. Juntaron estas tres energías fundamentales y las duplicaron. Por esta causa son siempre seis trazos los que en el Libro de las Mutaciones forman un signo.” (I Ching, Libro II, cap. I).