jueves, 6 de octubre de 2011

LA UNIDAD - EL NUMERO UNO








El número uno ha sido descrito por sabios antiguos como “lo inexpresable”, por lo que cualquier discurso que pretenda expresarlo siempre estará limitado por el lenguaje. Pero también se dice que es mediante la reiteración incesante del Nombre Divino (o sea de la Unidad), como ese Nombre impronunciable finalmente se realiza, en el interior de la conciencia de quien se abre a Él, por la Voluntad del Gran Arquitecto del Universo.

El punto geométrico, se corresponde exactamente con el Uno aritmético. Siendo en apariencia el más pequeño de los números es, sin embargo, desde una perspectiva ‘real’, el más grande de todos. Poniendo un ejemplo, cuantitativamente, el número 365 es 365 veces más grande que la unidad; cualitativamente, ese número es la fragmentación de la unidad en 365 partes. Es decir, que en realidad el Uno no sólo está contenido en los demás números, sino que, además, la Unidad los contiene a todos dentro de Sí Misma, pues es el principio y origen de toda posible numeración.

Si observamos las leyes naturales, nos damos cuenta de que conforme las cosas son mayores en calidad, son a su vez más escasas, de poca cantidad. Sucede con los metales y con las piedras:  los que contienen una calidad más pura (como el oro y el diamante), son escasos; los metales ordinarios y las piedras en bruto, abundan en la multiplicidad. Lo mismo ocurre en todos los órdenes: mayor la purificación, más cerca se encuentra la Unidad.

En el número Uno están contenidas todas las posibilidades aritméticas, pues potencialmente en él se encuentran implícitos todos los números: cada uno de ellos está compuesto por el número anterior, más uno. Es decir, la Unidad es el padre de todos, siendo a su vez la que manifiesta la esencia y la energía más elevada de la que todo proviene. Los demás números, así como todas las cosas, que como hemos visto son también numéricas, expresan cualidades o atributos de la Unidad; y en la medida en que se van alejando de ella van manifestando cualidades inferiores, o sea, que la mayor cantidad expresa asimismo un mayor alejamiento de la esencia.
El monoteísmo es patrimonio de las culturas más altas, que han alcanzado mayor fuerza de abstracción. La presencia del Dios Uno la observamos en las civilizaciones más antiguas y es el denominador común de aquellas que a su vez remiten a la Tradición Unica de la que todas derivan.

Esa Unidad se expresa del modo más sutil en todas las manifestaciones. Es el sonido del silencio; el Verbo inaudible; el blanco incoloro que reúne dentro de sí mismo a todos los colores. Es la piedra filosofal de los alquimistas, expresión de la perfección última de todos los metales; la “piedra de toque” o “piedra angular” que “rechazaron los constructores” y que da sentido a toda la Obra. El Uno mismo o Yo único e incondicionado del que todos los seres manifestados no somos más que un reflejo ilusorio.

La tradición hindú llama Atma (que no debe ser confundido con alma), a ese principio único e incondicionado cuya residencia o Brahma Pura se encuentra en el centro o corazón de todos los seres. Dicen los Upanishads que es “más pequeño que un grano de mijo; más pequeño que germen que se encuentra dentro de un grano de mijo; pero más grande que la tierra y el cielo y que todos los universos juntos”.
En general se la describe en términos negativos y a veces también con formas admirativas e interrogativas.
La filosofía china lo llama el “Tao de Taos”, aunque nos advierte que “El Tao que puede ser expresado no es el verdadero Tao” y también que “Desde el no-ser comprendemos su esencia;  y desde el ser sólo vemos su apariencia” …“Su identidad es el misterio. Y en este misterio se halla la puerta de toda maravilla”. (Tao Te King, I)

Es un ‘espacio’ vacío; un ‘tiempo’ eterno que no transcurre. El único increado, origen a su vez de todas las criaturas.

La Unidad está presente en el Todo; y, según la máxima de Hermes Trismegisto, “el Todo está en Todo”. Se aloja en todas y cada una de las manifestaciones del ser; y por lo tanto se encuentra en el interior de cada uno de nosotros.

Es el Alef de los hebreos; se encuentra implícito en el Iod del Nombre de IHVH, Dios Unico. El árbol sephirótico de la cábala judía le llama Kether que quiere decir “corona” y le coloca sobre la cabeza, pues es la expresión de la más alta realidad, por encima de toda manifestación. A Kether se le alcanza por la Shequinah o presencia divina, y el alcanzarlo supone la coronación de la obra de la creación y el advenimiento de la Jerusalén Celeste.

La Unidad es invisible, aunque todo ser visible la expresa, se dice que puede ser percibida a través de la contemplación de la Armonía del Universo y sus leyes.

Es inmutable, pero como el ‘motor inmóvil’ de Aristóteles y Santo Tomás, constituye el origen de todo movimiento es como el punto inmóvil del centro de la rueda, sin cuya inmovilidad sería imposible que ésta girara. Se le ha descrito como “un círculo cuyo centro está en todas partes y su circunferencia en ninguna”.

Es indivisible como el átomo de los griegos, que nada tiene que ver con la partícula llamada ‘átomo’ dividida por la ciencia moderna.

Es indestructible, indimensionada, inconcebible. No es. Pero, no siendo, contiene dentro de sí todas las posibilidades del ser.

El budismo la concibe como un estado en la conciencia: la No-Dualidad del Nirvana, que es el estado de iluminación que nos conduce al Para-Nirvana, el grado más alto de la evolución interna al que todo proceso iniciático, bien entendido, aspira.

La tradición islámica la llama Allah y agrega: “No hay más Dios que Allah”.

También los pueblos precolombinos la concibieron y le dieron nombre: Wakan Tanka, Tunkashila, Tloque Nahuaque, Ñamanduí, etc.

Y por supuesto el cristianismo, que describe a ese estado de la conciencia como el “Reino de los Cielos”, “más pequeño que un grano de mostaza”. Y a través de la máxima cristiana “Sed perfectos como vuestro Padre Celestial”, se nos ordena aspirar a la obtención de ese grado, que no es otra cosa que la identificación con el Padre.

“Que todos sean uno; como Tú, Padre en mí, y yo en Ti, que también ellos en nosotros sean uno… Para que sean uno como nosotros somos uno; yo en ellos y Tú en mí, para que sean consumados en la unidad” (Juan, XVII, 21-23).

“Esta unión perfecta es el verdadero advenimiento del “Reino de Dios” que viene de dentro y se expande hacia afuera, en la plenitud del orden universal, consumación de la manifestación entera y restauración de la integralidad del ‘estado primordial’”. (René Guénon, Símbolos Fundamentales de la Ciencia Sagrada, cap. LXXIII)

La obtención de la Unidad es la meta a que aspiran todas las escuelas iniciáticas. En la Masonería, la adquisición del último grado, que constituye la coronación de nuestra Obra y la culminación del Arte Regio, consiste estrictamente hablando en la identidad suprema con el Gran Arquitecto y en la facultad de “escribir” con Él en el “Libro de la Vida”.

He ahí el profundo sentido de la numerología tradicional. Parte del punto, observa todas las manifestaciones como atributos de la Unidad presente en todo lo creado y nos ordena para retornar nuevamente a Ella, cuando el ciclo sea concluido y logremos el Eterno Presente que perdimos por razón de la Caída, y que recuperamos por la Redención.


Fuente: Fernando Trejos