Si hemos distinguido en el simbolismo general entre los aspectos esotérico y exotérico de toda manifestación (lo interno y lo externo del símbolo) en el caso del simbolismo numérico esta distinción se muestra de un modo claro en el doble aspecto cualitativo y cuantitativo de los números.
Uno de los rasgos característicos del hombre moderno, es su marcada tendencia a verlo todo desde un punto de vista cuantitativo, olvidándose cada vez más de lo cualitativo. Esta tendencia ha llegado al extremo de que hoy se valora a las personas por lo que tienen (en cantidad) y no por lo que son (en cualidad). El hombre por esta razón se aleja cada vez más de lo esencial, para dar toda la importancia a lo que siempre fue considerado por los sabios antiguos como secundario y contingente.
Esta tendencia se observa claramente en el modo como se enseñan los números en las escuelas, colegios y universidades de nuestro tiempo y cómo los utiliza en particular la ciencia moderna. En efecto, se ven únicamente como instrumentos para contar y medir y, desde este punto de vista, puramente cuantitativo, se suman, restan, multiplican y dividen, llegando hasta las más complicadas operaciones sin vislumbrar de manera alguna el origen sagrado y divino, esencial y cualitativo que los números poseen en su más importante aspecto. Se los utiliza también para identificar objetos y toda clase de documentos, y para identificar personas, hasta el extremo de que, hoy día, ya todos los hombres tenemos la obligación de portar un documento llamado de ‘identidad’, caracterizado fundamentalmente por un número que se pierde en lo indefinido de la multiplicidad.
Esta tendencia se observa claramente en el modo como se enseñan los números en las escuelas, colegios y universidades de nuestro tiempo y cómo los utiliza en particular la ciencia moderna. En efecto, se ven únicamente como instrumentos para contar y medir y, desde este punto de vista, puramente cuantitativo, se suman, restan, multiplican y dividen, llegando hasta las más complicadas operaciones sin vislumbrar de manera alguna el origen sagrado y divino, esencial y cualitativo que los números poseen en su más importante aspecto. Se los utiliza también para identificar objetos y toda clase de documentos, y para identificar personas, hasta el extremo de que, hoy día, ya todos los hombres tenemos la obligación de portar un documento llamado de ‘identidad’, caracterizado fundamentalmente por un número que se pierde en lo indefinido de la multiplicidad.
Esta manera de ver las cosas, tan propia y exclusiva del hombre occidental moderno (corriente que está arrastrando a la humanidad entera), tiende de manera casi imperceptible, pero cada vez más intensa, a llevar al hombre hacia la uniformidad, la disolución y la desarmonía, alejándolo de la unidad, la unión y la armonía. Es lo que de manera clara se describe como el “reino de la cantidad” y el olvido de la calidad.
Las tradiciones antiguas, que son las fuentes de las que la Masonería bebe los conocimientos, veían los números como los principios esenciales de las cosas. Consideraban que el número no era humano, sino que había sido revelado al hombre por la divinidad, para que sirviera como medio de conocimiento de las más altas verdades y como vehículo de síntesis y unión entre el Cielo y la Tierra y entre los distintos órdenes de la existencia. Los pitagóricos, por ejemplo, establecieron las relaciones precisas entre la matemática, la geometría, la música y la astrología (todas ciencias numéricas) demostrando de esta manera la armonía del universo y la analogía del macrocosmos y el microcosmos, sin dejar de reconocer que también la desarmonía de algunas de las partes está incluida en la armonía general del todo.
Las figuras geométricas, que se realizan con la regla, la escuadra y el compás, representan la manifestación de los números en el plano bidimensional. A cada figura geométrica corresponde un número determinado y su adecuada comprensión nos puede llevar a interpretar y desentrañar los planos del Gran Arquitecto del Universo. Si llevamos esta geometría al espacio tridimensional, pasamos del plano a la construcción y observamos cómo los pueblos antiguos construían ciudades y templos a imagen y semejanza del modelo del universo, así como el templo de Salomón y la ciudad de Jerusalén (y podríamos mencionar las otras tradiciones) fueron construidos tomando como modelo a la Jerusalén Celeste. Nuestra Orden hereda de las órdenes de constructores este conocimiento, enseñándonos así cómo debemos construir nuestros templos y, fundamentalmente, cómo podemos aplicarlo para la construcción del templo interno, cuya coronación constituye la meta de nuestra carrera masónica.
También mencionábamos la relación del número con la música. Las notas musicales no son otra cosa que números actuando en el mundo del sonido. Esto pone al número en estrecha relación con las ideas de armonía y ritmo y particularmente nos muestra la armonía de la ley natural.
Y la astrología, ciencia también numérica que bien entendida pone al hombre en la tierra en estrecho contacto con el cielo utiliza la escuadra y el compás en la realización de sus cálculos.
Por otra pate, la Cábala nos enseña de la relación de los números con las letras y las palabras y también a comprender la esencia de los nombres a través del número.
Y podríamos mencionar que también los metales y los colores y, en realidad, todo lo que se manifiesta es numérico; pues, como dice el evangelio cristiano, “hasta el último de tus cabellos está contado”.
Trataremos en los próximos trabajos de analizar cada uno de los números, estableciendo con ellos las múltiples relaciones entre las distintas tradiciones y entre los distintos estados del ser. Quizá podamos demostrar así, cómo la numerología es un verdadero lenguaje; y, tal y como lo ha encarado la Masonería, podremos ver cómo este lenguaje puede ser considerado, verdaderamente, un idioma universal.
Fuente:Fernando Trejos