martes, 15 de noviembre de 2011

LOS INDICIOS EN CRIPTOZOOLOGÍA



"Cada vez que la ciencia revela un hecho nuevo y sorprendente, la gente dice al principio que 'no es verdad', luego, que 'va contra la religión', y, finalmente, que 'siempre se ha sabido'."Louis Agassiz (1807-1873), naturalista suizo-norteamericano.





La recolección y el estudio de indicios está en la base de la criptozoología. Se pueden distinguir varios tipos de indicios capaces de proporcionar información sobre presuntos animales desconocidos:

Tradiciones


La mayor parte de los críptidos, sobre todo los terrestres, se encuentran descritos en alguna tradición indígena.
En la transmisión de estas tradiciones de generación en generación, cuando se trata de animales extremadamente raros o difíciles de encontrar, con los que muy pocas personas se topan alguna vez en su vida, inevitablemente se introducen distorsiones que alteran la imagen que estas tradiciones reflejan de los animales. En estas distorsiones influye poderosamente el miedo a lo desconocido: En muchos casos, la peligrosidad de los animales tiende a exagerarse. Es común que los críptidos se describan como muy fieros, venenosos, antropófagos... También los animales conocidos, cuando son raros, sufren de parecida mala reputación: el caso del lobo es paradigmático.

De hecho, se ha comprobado que cuando una sociedad carece de escritura es incapaz de transmitir fidedignamente una narración más allá de unos pocos cientos de años. Esto, que hace que muchas de las historias que podrían interesar a los criptozoólogos se pierdan o se modifiquen hasta resultar irreconocibles con el paso del tiempo, significa por otro lado que una tradición sobre un críptido precisa y concordante en varias poblaciones aisladas debe haber tenido su origen en acontecimientos ocurridos en tiempos relativamente recientes, con lo que la posibilidad de que se refiera a animales aún existentes es grande.
A veces, la tradición crea quimeras, esto es, mezclas de varios animales diferentes (conocidos o desconocidos) en uno sólo. El iemisch, o tigre de agua de la Patagonia, es, de acuerdo con el zoólogo Bernard Heuvelmans, una de estas quimeras. Según los indios tehuelches, se trata de un gran animal nocturno, del tamaño de un buey. Su pelaje es espeso, corto y áspero, de color bayo. La cabeza es corta, con grandes colmillos y orejas pequeñas o inexistentes. Las patas son cortas. Los pies, también cortos, son palmeados y plantígrados, y están provistos de tres o cuatro dedos con grandes garras curvadas que le sirven para excavar su madriguera, en la que se oculta durante el día. La cola es larga, aplanada y prensil. Es invulnerable a las flechas y a las balas. Algunos testimonios le atribuyen costumbres anfibias, y se dice que es capaz de arrastrar un caballo al fondo de las aguas. De acuerdo con el análisis de Heuvelmans, esta descripción contiene elementos de dos animales conocidos: el jaguar [Panthera onca], desaparecido de la Patagonia hacia el siglo XVIII, y la nutria de la Patagonia o huillín [Lontra provocax]. Además, algunos autores han visto en ella indicios de la existencia actual o reciente en la región de una nutria de gran tamaño o de un perezoso terrestre.

Las tradiciones sobre criaturas desconocidas suelen estar también influidas por ciertos arquetipos mitológicos (el dragón, la sirena, el hombre salvaje...) compartidos por toda la humanidad. Por ejemplo, los sherpas del Nepal acusan al yeti de raptar a sus mujeres y pretenden que se le puede capturar emborrachándolo con cerveza fermentada. Estas afirmaciones son comunes en las descripciones de multitud de seres humanoides peludos a lo largo del mundo y de la historia: los sátiros de la antigüedad, los gorilas (que evidentemente existen)... Un investigador, intrigado por estas características míticas, preguntó a un sherpa si el yeti era una leyenda. La respuesta que obtuvo, de una lógica aplastante, fue: "¿Deja una leyenda huellas en la nieve?".

Evidentemente, esto no quiere decir que se pueda dar por sentado que todas las criaturas míticas y folklóricas tengan su origen en animales reales.

Documentos y representaciones artísticas


Los zoólogos suelen desdeñar como fantásticas, mitológicas o simplemente erróneas las descripciones y representaciones de animales desconocidos que aparecen en documentos, objetos y obras de arte de la antigüedad. En muchos casos tienen razón. Pero a veces se ha descubierto a posteriori que un animal recientemente identificado por la ciencia moderna ya había sido descrito o representado por alguna antigua civilización.

En 1916, el norteamericano Charles M. Hoy descubrió casualmente el delfín del Yang-Tsé [Lipotes vexillifer], cuando se encontraba cazando patos en el lago Dong Ting (China). Sin embargo, los chinos lo conocían desde hacía siglos, como atestigua el Erh-Ya, un diccionario del primer milenio antes de Cristo.
Del kuprey, o buey gris de Indochina [Bos sauveli], descubierto para la ciencia en 1937, se han encontrado imágenes en algunos templos camboyanos de varios siglos de antigüedad. El tapir malayo [Tapirus indicus], descrito en 1819, figura en manuscritos chinos de hace 2000 años con el nombre de me.

Un libro de la dinastía Ming menciona el takin [Budorcas taxicolor], un bóvido descubierto en 1850. También el oso panda [Ailuropoda melanoleuca], descrito en 1869, está representado en un manuscrito chino del 621. Al dragón de Komodo [Varanus komodoensis], descrito en 1912, se le menciona en documentos indonesios desde 1840. Y la inconfundible figura de la gacela de Waller [Litocranius walleri], descrita en 1879, aparece en grabados rupestres de 3000 a 4000 años de antigüedad en el valle del Nilo y en bajorrelieves egipcios del siglo XIII al X a.C.

Testimonios directos


Se suele considerar que los testimonios de las poblaciones locales son menos dignos de crédito que los proporcionados por los exploradores y zoólogos profesionales. Es verdad que los indígenas no han estudiado zoología en la universidad, pero llevan cientos de años viviendo en su medio, y su supervivencia depende muchas veces del profundo conocimiento que del mismo tienen. En realidad suele ser menos fiable el testimonio del viajero ocasional, que generalmente no está familiarizado con la fauna y flora del lugar que recorre.

Por supuesto, los falsos testimonios existen. No sólo por broma, por afán de notoriedad o por otras mil razones diferentes que pueden llevar a un testigo a mentir; también los testigos sinceros pueden estar equivocados: El miedo, la distancia, la penumbra, la oscuridad, las ideas preconcebidas o simplemente el deseo de ver lo que se quiere ver pueden llevar a una persona a creer sinceramente que ha visto lo que en realidad no existe. También puede darse el caso contrario: En determinadas ocasiones, existen intereses opuestos al descubrimiento de algunas especies. No se trata de misteriosas conspiraciones gubernamentales; simplemente, algunos testigos no están dispuestos a colaborar en una investigación sobre la existencia de un críptido. Desde personas con miedo al ridículo hasta granjeros que ven amenazada su propiedad y su medio de vida si el descubrimiento de una nueva especie, probablemente en peligro de extinción, obliga a las autoridades a tomar medidas para su protección, hay mucha gente para quien el avance de la zoología no es una prioridad. Y algunos pueblos indígenas confiesan abiertamente que quieren conservar sus secretos ante el hombre blanco, que ya les ha quitado casi todo.

Con todo, muchos de los descubrimientos zoológicos más recientes podrían haberse adelantado años, décadas o incluso siglos; sistemáticamente se ha comprobado que casi todos ellos eran animales perfectamente conocidos por las poblaciones locales. Así, el cercopiteco de Gabón [Cercopithecus solatus], descubierto en 1988, recibe los nombres de mbaya y kagé; los papúas de Nueva Guinea llaman tenkile al canguro arborícola de Scott; y los vietnamitas, saola al buey de Vu Quang.

Los pescadores de las Comores no sólo conocían el celacanto [Latimeria chalumnae] (al que llaman kombessa, gombessa o m'tsamboidoi) antes de su descubrimiento en 1938, sino que lo comían y utilizaban sus escamas como lija.

El gorila [Gorilla gorilla], descrito científicamente en 1847, ya era conocido por los indígenas de Angola, que le llamaban n'pungu o pongo. Además, varios viajeros ingleses habían señalado su existencia muchos años antes; entre ellos, el corsario Andrew Battell en 1625, y Thomas Edward Bowdich, enviado del gobierno británico en el Gabón, en 1817.

Los pescadores de América central llamaban manta o gran diablo de mar a la manta raya [Manta birostris], que además aparece en la Relación histórica del viaje a la América Meridional (1758) de Antonio de Ulloa y Jorge Juan; sin embargo, su descripción científica tuvo que esperar hasta 1792. Y aunque durante cien años, desde que el explorador ruso Yuri Lisianski la citó por primera vez en 1805, se sucedieron las observaciones de la foca monje hawaiana [Monachus schauinslandi], esta especie no fue descrita hasta 1905.

Huellas físicas


Se trata de indicios resultantes de la interacción de los críptidos con su entorno. Además de los rastros de los animales, se pueden incluir aquí las heridas infligidas a otros seres vivos, las evidencias de modificación del medio ambiente o de asociación con otra especie (como en el caso ya citado de la esfinge de Darwin) y los indicios de hibridación.

Un ejemplo de este último caso es el descubrimiento de una nueva especie de reptil en 1993. Tres herpetólogos norteamericanos, Cole, Dessauer y Markezich, habían predicho en 1989 la existencia de una nueva especie de lagarto del género Gymnophthalmus en Venezuela, basándose en el estudio genético de Gymnophthalmus underwoodi, una especie formada sólo por hembras, que se reproducen por partenogénesis. Del estudio genético se dedujo que esa especie era un híbrido, producto del cruzamiento de la especie Gymnophthalmus speciosus, ya conocida, con otra desconocida. Esta segunda especie, de unos diez centímetros de longitud, fue descubierta tres años más tarde con las características predichas, y recibió el nombre de Gymnophthalmus cryptus.

Registros


Se trata de fotografías, películas, grabaciones sonoras, ecos de sonar...
En los últimos años, la escucha de gritos no identificados de prosimios en Madagascar ha propiciado el descubrimiento de dos nuevas especies: el lémur dorado del bambú [Hapalemur aureus], en 1987, y el sifaka de Tattersal [Propithecus tattersali], en 1988. Éste último es tan llamativo, con su pelaje blanco anaranjado, que resulta sorprendente que no hubiera sido descubierto antes.

De la misma manera, a partir de la grabación en 1997 del canto de un pájaro desconocido, se descubrió en Perú el tiranuelo de Mishana [Zimmerius villarejoi].

La medusa gigante Chrysaora achlyos, de un metro de diámetro y seis de largo, que no fue descrita hasta 1997, había sido fotografiada con anterioridad en varias ocasiones, e incluso apareció en 1925 en la conocida revista National Geographic.

Pruebas materiales


Se trata de fragmentos anatómicos o excreciones procedentes del cuerpo del críptido: pieles, tejidos, sangre, dientes, huesos, pelos, plumas, excrementos...

Fue una pluma la que llevó al descubrimiento del pavo real del Congo [Afropavo congensis]. Ya en 1637, Pierre d'Avity mencionaba, en su Description générale de l'Afrique, la existencia de pavos reales en el reino de Angola. Sin embargo, a principios del siglo XX, la zoología no reconocía ninguna especie de pavo real en África. En 1909, el Museo Americano de Historia Natural envió una expedición al Congo Belga, dirigida por el naturalista alemán Herbert Lang (1879-1957) y su asistente, el ornitólogo norteamericano James Paul Chapin (1889-1964). En 1913, Chapin se encontraba en Avakubi, en la selva del Ituri, donde una pluma del tocado de un indígena atrajo su atención. Se trataba de una pluma rojiza listada de negro, que sólo pudo identificar como perteneciente a un ave del orden de las galliformes. En 1915, de vuelta en los Estados Unidos, el ornitólogo pudo confirmar que la pluma no pertenecía a ninguna ave conocida. Pero tuvo que esperar hasta 1936 para poder describir la nueva especie, cuando descubrió por casualidad dos especímenes naturalizados dotados de plumas idénticas a la suya en un almacén del Museo del Congo Belga en Tervueren, Bélgica. Los ejemplares habían sido erróneamente catalogados en 1914 como individuos jóvenes de pavo real común [Pavo cristatus]. En 1937 Chapin pudo confirmar el descubrimiento al capturar algunos ejemplares vivos de la nueva especie en el Congo Belga. Sorprendentemente, pese a su tardío descubrimiento, se trata de una especie relativamente abundante.

La primera pista de la existencia del zifio menor [Mesoplodon peruvianus] fue un cráneo, encontrado en una lonja de Perú en 1976. En 1985 se encontró un esqueleto completo, y en 1988 apareció un macho adulto varado en una playa. La descripción formal de la especie se publicó en 1991. Hasta el día de hoy sólo se han recolectado trece especímenes. Por otra parte, en 1987, tres cetólogos fotografiaron en la costa pacífica de México un grupo de zifios desconocidos, con un marcado dimorfismo sexual: unos ejemplares eran pardos y los otros estaban adornados con franjas claras y oscuras. Aunque provisionalmente recibieron el nombre de Mesoplodon sp. "A", observaciones posteriores parecen indicar que se trata de la misma especie.

Especímenes completos


Aún después de haberse obtenido especímenes completos, ciertas especies no son aceptadas por la generalidad de los zoólogos como distintas de otras conocidas. Es el caso del elefante enano [Loxodonta pumilio], descrito formalmente por el zoólogo alemán Theodore Noack en 1906.

El hipopótamo pigmeo [Hexaprotodon liberiensis] sufrió la misma suerte durante años, antes de ser reconocido como especie independiente. Al menos desde 1840, se habían propagado noticias de su existencia. Por supuesto, los indígenas del África occidental lo conocían; además, lo cazaban por su carne. En 1843, el doctor Goheen, médico colonial en Monrovia (Liberia), envió dos cráneos a Samuel George Morton (1799-1851), vicepresidente de la Academia de Ciencias Naturales de Filadelfia, que publicó su descripción como nueva especie en 1844. En 1870 llegó el primer espécimen vivo a un zoológico europeo.

A pesar de todo esto, aún a principios del siglo XX la mayoría de los zoólogos mantenía que se trataba de ejemplares aberrantes de hipopótamo común [Hippopotamus amphibius] o, todo lo más, de una variante local de esa especie.

Fuente: http://sites.google.com/site/apuntesdecriptozoologia/indicios