domingo, 20 de noviembre de 2011

ALGUNOS ÉXITOS DE LA CRIPTOZOOLOGÍA

Algunos éxitos de la criptozoología


 
"¡Oh, Dios, dame un animal nuevo!"Luis XVI (harto de comer todos los días carne de ternera, cordero o cerdo).






Se suele achacar a la criptozoología la falta de éxito. Esta afirmación denota, o bien un absoluto desconocimiento de la historia de la zoología, o bien simple mala fe. El problema de fondo radica en que la criptozoología, por su propia definición, es la única disciplina cuyos éxitos disminuyen su campo de aplicación: Toda nueva especie descrita sale automáticamente de la criptozoología para entrar en la zoología.

Si bien es verdad que aún no se han descubierto ni el monstruo del lago Ness, ni el yeti, ni el mokele-mbembe, ni la serpiente de mar, esto no significa que no se hayan realizado importantes avances en el estudio y conocimiento de estos y otros aún misteriosos seres. Y varios importantes descubrimientos han sido predichos criptozoológicamente: Además de los casos ya citados (la esfinge Xanthopan morgani praedicta, el pavo real del Congo, el reptil Gymnophthalmus cryptus, el lémur dorado del bambú y el sifaka de Tattersal), otros animales ya eran conocidos y buscados desde años o incluso siglos antes de su entrada oficial en la zoología.






El okapi


El célebre periodista y explorador británico sir Henry Morton Stanley (1841-1904), en su libro In darkest Africa (1890), narra cómo tuvo conocimiento, en 1883, de la existencia del okapi, gracias a los relatos de los pigmeos de la selva del Ituri, en el Congo belga. La lectura de este libro, en 1899, impulsó a sir Harry H. Johnston (1858-1927), gobernador de Uganda, a emprender la búsqueda del animal. En 1900 recogió informes de primera mano de un grupo de pigmeos que había rescatado de la Exposición Universal de París, donde eran exhibidos como monstruos de feria. Condujo al grupo de pigmeos de vuelta al Congo belga, donde sólo pudo conseguir dos tiras de piel del animal, a partir de las cuales fue catalogado como una especie de cebra selvática, Equus johnstoni. Meses más tarde, Johnston recibió dos cráneos y una piel completa que le envió el sueco Karl Eriksson, oficial al servicio del Estado Libre del Congo, con los que constató que se trataba en realidad de un jiráfido, por lo que su nombre se cambió por Okapia johnstoni. Hasta 1918 no llegaron los primeros ejemplares vivos a Europa.

Es probable que los antiguos persas, hace más de 2000 años, conocieran ya el okapi. La escalinata de entrada a la Apadana o sala de audiencias del palacio de Persépolis (Irán), del siglo VI al V a.C., está adornada por un gran bajorrelieve que representa a las delegaciones de los pueblos vasallos del imperio persa ofreciendo tributos al rey Jerjes I. Entre las ofrendas se encuentran varios animales. La precisión de la escultura es tal que permite identificar sin ningún género de dudas tanto los animales como el origen de las delegaciones: un dromedario de Arabia, toros de Armenia, caballos de Capadocia, un camello, una leona... Una de esas delegaciones está formada por un persa seguido de tres hombres barbudos de pequeña estatura y rasgos negroides, como los pigmeos del África central. El último lleva un colmillo de elefante al hombro y un animal cornudo atado con una correa; se trata, sin duda, de un okapi, como confirma también el hecho de que el animal ambla, esto es, camina moviendo a la vez las dos patas del mismo lado; esta forma de marcha es característica de los osos y de los jiráfidos.





El tapir andino


En el folklore de los indios de Colombia se habla de una especie de fantasma peludo de las montañas llamado pinchaque. Las crónicas de la conquista describen también un animal desconocido, oscuro y peludo, diferente del tapir amazónico [Tapirus terrestris]. Basándose en estas crónicas, el naturalista francés François-Désiré Roulin (1796-1874) descubrió el tapir andino [Tapirus pinchaque] en 1829.

El ave de Peter Mundy


Sir Peter Mundy, navegante británico, describió y dibujó en 1656 un ave corredora de la isla Ascensión, que nunca ha vuelto a ser observada: Bastante más grande que un estornino, de color gris o manchado producido por la mezcla de plumas negras y blancas, ojos rojos, pico corto y alas atrofiadas.
En 1935, el ornitólogo N.B. Kinnear propuso que se trataba de un rálido desconocido, emparentado con el rasconcillo de Tristan da Cunha [Atlantisia rogersi], el ave no voladora más pequeña del mundo, que habita en la isla Inaccesible, situada más al sur. Esta hipótesis fue confirmada en 1973 con el descubrimiento de los huesos de la nueva especie Atlantisia elpenor en depósitos volcánicos recientes de Ascensión. La introducción de ratas en esta isla fue probablemente la causa de la prematura extinción de esta ave.

La rata de Vespucio


Un caso similar al anterior es el de la rata de Vespucio, mencionada por Américo Vespucio en la isla brasileña de Fernando de Noronha en 1503. En 1888, el naturalista Henry Nicolas Ridley sugirió que se trataba de un mamífero indígena desconocido, lo que se confirmó en 1999 con la descripción, a partir de huesos subfósiles, del roedor endémico Noronhomys vespuccii.





El hiloquero


Desde el siglo XVII, muchos exploradores del África central y occidental habían recogido relatos de los indígenas sobre un cerdo negro muy feroz y de gran tamaño que atacaba a las mujeres que iban solas al bosque. Los nativos de Liberia lo conocían con el nombre de couja quinta, como consta en la Descripción de África (1668) de Olfert Dapper. Los pigmeos lo llamaban senge. Pero la mayoría de los occidentales consideraba que sólo se trataba de exageraciones relativas a otro suido ya conocido, el potamoquero [Potamochoerus], hasta que Stanley afirmó haberlo visto en el África central. En 1904, tras dos años de esfuerzos, el naturalista y militar británico Richard Meinertzhagen (1878-1967) consiguió un cráneo y unos trozos de piel que demostraron que se trataba de una nueva especie, que recibió el nombre de hiloquero [Hylochoerus meinertzhageni].





El celacanto indonesio


La especie indonesia de celacanto Latimeria menadoensis, descubierta accidentalmente en un mercado en 1998, era evidentemente conocida por los pescadores de Célebes; la llaman ikan raja laut. Ya en 1939, J.L.B. Smith, el ictiólogo que ese mismo año había descrito el celacanto de las Comores, recibió unas escamas de celacanto supuestamente originarias de Australia. En 1995, Georges Serre, consultor de pesca francés, afirmó haber capturado y perdido uno de esos peces al suroeste de Java, donde los pescadores lo llaman ikan fomar o ikan malam (pez de la noche). Ese mismo año, o sea, tres años antes de su descubrimiento oficial, el criptozoólogo Michel Raynal, basándose en estos indicios, propuso la presencia de celacantos en aguas de Indonesia.





Varanus yemenensis


En 1987, una televisión alemana emitió un documental sobre el Yemen, en el que aparecía un varano de más de un metro de longitud trepando a un árbol. Si el herpetólogo alemán Wolfgang Böhme no hubiera visto la emisión, quizá nadie habría caído en la cuenta de que en la península arábiga no se conocía ningún lagarto de ese tamaño. El sorprendido herpetólogo organizó la búsqueda de la nueva especie, que fue finalmente hallada y descrita en 1989; recibió el nombre de Varanus yemenensis. Posteriormente se ha descubierto que el Museo Británico albergaba desde 1903 algunos ejemplares de esta especie, recolectados a finales del siglo XIX; sin embargo, hasta el descubrimiento de Böhme se suponía que se trataba de varanos africanos erróneamente etiquetados como procedentes de la península arábiga.





El mangabey de montaña


A principios de 2003, los investigadores del Wildlife Conservation Society Southern Highlands Conservation Program en Tanzania escucharon los primeros rumores sobre la existencia de un mono llamado kipunji, de boca de los cazadores nativos en los alrededores del monte Rungue, en el suroeste del país. Aunque en un principio los científicos pensaron que se trataba del cercopiteco azul [Cercopithecus mitis] o de un ser de la mitología local, posteriores investigaciones condujeron a la primera observación del animal en mayo del mismo año. Debido a lo escarpado del terreno, los espesos bosques que lo cubren, y la naturaleza tímida del kipunji, hubo que esperar hasta el mes de diciembre para confirmar la identificación del mono como una nueva especie, que ha sido bautizada con el nombre de Cercocebus kipunji.
Unos meses más tarde, en julio de 2004, la misma especie fue identificada independientemente por dos biólogos de la Universidad de Georgia (EE.UU.) en los montes Udzungwa, a trescientos cincuenta kilómetros de distancia del lugar donde fue encontrada por primera vez.

El mangabey de montaña es un mono marrón, con el vientre y la cola de color blanco sucio. Mide alrededor de noventa centímetros de longitud, sin contar la cola, presenta una cresta de pelo en la cabeza y un pelaje largo y espeso. Emite un sonido característico, mezcla de graznido y ladrido. Habita a gran altitud en los bosques de montaña del suroeste de Tanzania.

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No todos los críptidos resultan ser nuevas especies animales. Muchos de los casos de los que se ocupa la criptozoología terminan con la identificación del animal observado con una especie ya existente. Es el caso de muchos restos de monstruos marinos pescados o varados en playas: algunos, como la famosa criatura de nueve metros con aspecto de plesiosaurio capturada por el pesquero japonés Zuiyo Maru en 1977, no son más que tiburones en descomposición, cuyas branquias y mandíbulas suelen estar ausentes; otros, que parecen dotados de grandes colmillos, son en realidad rorcuales con las frágiles mandíbulas rotas.





El guepardo real


El nsui-fisi (leopardo-hiena) era un feroz felino blanco con rayas negras que, según los indígenas de Rodesia (actual Zimbabue), atacaba por las noches los cercados de ganado. El hombre blanco no dio crédito a su existencia hasta que un ejemplar fue abatido en 1926. Resultó ser una forma de guepardo de gran tamaño y espeso pelaje rayado. Fue bautizado con el nombre de guepardo real [Acinonyx rex]. Sin embargo, en 1981 se demostró que el guepardo real no es más que una variante genética recesiva del guepardo [Acinonyx jubatus]: En el De Wildt Cheetah and Wildlife Center de Sudáfrica nació un guepardo real de una pareja de guepardos comunes.





La onza


Cuenta Bernal Díaz del Castillo que, a la llegada de Hernán Cortés a México, el emperador Moctezuma poseía un gran zoológico en el que había dos clases de leones. Uno de estos leones es el puma [Puma concolor]. El otro recibía el nombre de cuitlamiztli, y era más esbelto y agresivo. Los españoles lo llamaron onza.

Se tiene constancia de que, durante el siglo XX, se cazaron tres ejemplares de onza en el noroeste de México.

En 1985, el zoólogo alemán Helmut Hemmer identificó a la onza con el guepardo americano del pleistoceno Miracinonyx trumani; sin embargo, el año siguiente, el zoólogo de origen británico J. Richard Greenwell, secretario de la Sociedad Internacional de Criptozoología, concluyó, después del análisis de uno de los cráneos, que no podía tratarse de ese animal.

En 1996, el análisis genético del ejemplar abatido diez años antes reveló que pertenece a la misma especie que el puma, aunque no excluye la posibilidad de que se trate de una variedad regional o incluso de una nueva subespecie.



Fuente: http://sites.google.com/site/apuntesdecriptozoologia/exitos