sábado, 19 de noviembre de 2011

ALQUIMIA Y MEDICINA - ALEXANDER VON BERNUS, V PARTE

EL FUEGO SECRETO Y EL ESPIRITU DE VINO
SECRETO DE LOS ADEPTOS


Lo mejor que puedas saber, debes sin embargo callarlo a los discípulos.
                                                (Goethe Fausto 1)





En la sabia y bella obra de Fulcanelli, Les Demeures philosophales et le Symbolisme hermétique dans ses rapports avec l’Art sacré et l’Esoterisme du Grand Oeuvre [2] (París, 1930), ornada de 40 ilustra­ciones, que ha inspirado fuertemente el movimiento surrealista fran­cés, se encuentra, (p. 79‑81) un pasaje muy significativo y sumamente concluyente; deja presumir por sí solo que el autor ha conocido el se­creto de los Adeptos, al menos teóricamente, (lo que ya representa mucho). Es por esto que situo este pasaje a la cabeza de este capítulo:

La salamandra de Lisieux: ". . . He aquí ahora el último motivo decorativo de nuestra puerta. Es una salamandra que sirve de capitel a la columnilla salomónica de la jamba derecha. Nos parece que es, en cierto modo, el hada protectora de esta agradable morada, pues la vol­vemos a encontrar esculpida sobre el modillón del pilar central, situa­do en la planta baja, y hasta en la claraboya de la buhardilla. Parecería incluso, dada la repetición deseada del símbolo, que nuestro alquimista tuvo una preferencia marcada por este reptil heráldico. No preten­demos insinuar, por ello, que haya podido atribuirle el sentido erótico y grosero que tanto apreciaba Francisco I; esto sería insultar al artesa­no, deshonrar la ciencia, ultrajar la verdad, a imitación del degenerado de alta raza, pero de baja intelectualidad, al que lamentamos deber hasta el paradójico nombre de Renacimiento. Pero un rasgo singular del carácter humano lleva al hombre a querer más aquello por lo que ha sufrido y se ha esforzado más; esta razón nos permitirá sin duda ex­plicar el triple empleo de la salamandra, jeroglífico del fuego secreto de los sabios. Sucede en efecto que, entre los productos anexos que entran en el trabajo en calidad de ayudantes ó de servidores, ninguno es de búsqueda más ingrata ni de identificación más laboriosa que éste. Se puede todavía, en las preparaciones accesorias, emplear, en lugar de los adyuvantes requeridos, ciertos sucedáneos capaces de suministrar un resultado análogo; sin embargo, en la elaboración del mercurio, na­da podría substituir al fuego secreto, a este espíritu susceptible de ani­marlo, de exaltarlo y de hacer cuerpo con él; tras haberlo extraído de la materia inmunda. `Os compadecería mucho ‑escribe Limojon de Saint‑Didier‑ si, como yo, tras haber conocido la verdadera materia, os pasaseis quince años enteros en el trabajo, en el estudio y en la medi­tación, sin poder extraer de la piedra el jugo precioso que encierra en su seno, a falta de conocer el fuego secreto de los sabios,'que hace fluir de esta planta seca y árida en apariencia un agua que no moja las ma­nos. 'Sin él, sin este fuego oculto bajo una forma salina, la materia pre­parada no podría ser forzada ni cumplir sus funciones de madre, y nuestra labor, permanecería siempre quimérica y vana. Toda genera­ción demanda la ayuda de un agente propio, determinado al reino en el cual lo ha colocado la naturaleza. Y toda cosa lleva simiente. Los ani­males nacen de un huevo o de un óvulo fecundado; los vegetales provie­nen de un grano vuelto prolífico; del mismo modo, los minerales y los metales tienen por simiente un licor metálico fertilizado por el fuego mi­neral. Este es pues el agente activo introducido por el arte en la si­miente mineral, y él es, nos dice Filaleteo, "el primero que gira el eje y mueve la rueda". Por ello, es fácil comprender de qué utilidad es es­ta luz metálica, invisible, misteriosa, y con qué cuidado debemos bus­car conocerla, distinguirla por sus cualidades específicas, esenciales y ocultas.

"Salamandra, en latín, viene de Sal, sal, y de mandra, que signifi­ca establo, así como cavidad de roca, soledad, ermita. Salamandra es pues el nombre de la sal de establo, sal de roca o sal solitaria. Esta pa­labra tomó en lengua griega otra acepción, reveladora de la acción que provoca. Εαλαμάνδ aparece formada de Eάλα, agitación, trastorno, empleada sin duda por σάλα ο ζάλη, agua agitada, tempestad, fluctuación, y de μάνδα, que tiene el mismo sentido que en latín. De estas etimologías, podemos sacar la conclusión de que la sal, espíritu o fue­go, nace en un `establo'; una `cavidad de roca', una `gruta'. . . Ya es bastante. Acostado sobre la paja de un pesebre, en la gruta de Belén, ¿no es acaso Jesús el nuevo sol que trae la luz al mundo? ¿No es Dios mismo, bajo su envuelta carnal y perecedera? ¿Quién ha dicho pues: `Yo soy el Espíritu y la Vida; he venido a poner Fuego en las cosas'?

"Este fuego espiritual, informado y corporificado en sal, es el azu­fre oculto, porque en el curso de su operación no se vuelve nunca ma­nifiesto ni sensible a nuestros ojos. Y sin embargo este azufre, pese a lo invisible que sea, no es en modo alguno una ingeniosa abstracción, un artificio de doctrina. Sabemos aislarlo, extraerlo del cuerpo que lo encierra, por un medio oculto y bajo el aspecto de un polvo seco, el cual, en este estado, deviene impropio y sin efecto en el arte filosófi­co. Este fuego puro, de la misma esencia que el azufre especifico del oro, pero menos digerido, es, por el contrario, más abundante que el del metal precioso. Es por esto que se une fácilmente al mercurio de los minerales y de los metales imperfectos. Filaleteo nos asegura que se encuentra oculto en el vientre de Aries o del Carnero, constelación que recorre el sol en el mes dé abril. En fin, para designarlo aún mejor, añadiremos que este Carnero `que oculta en sí el acero mágico' porta ostensiblemente sobre su escudo la imagen del sello hermético, astro de seis rayos. Es pues en esta materia tan común, que nos parece sim­plemente útil, que debemos buscar el misterioso fuego solar, sal sutil y azufre espiritual, luz celeste difusa en las tinieblas del cuerpo, sin la cual nada puede hacerse y a la que nada podría reemplazar ".

El misterio del espíritu de vino filosófico


Pese a lo oscuro que pueda parecer este pasaje aisladamente, toca sin embargo tres de los cuatro secretos más severamente guardados por los Adeptos: el fuego secreto, el mercurio, la materia preparada para la elaboración de la piedra filosofal. El pasaje que acabo de citar no dice nada del cuarto: el espíritu de vino secreto de los Adeptos. Sin embar­go, sin la clave de los cuatro secretos, el procedimiento de la prepara­ción de la piedra no es realizable, no más que alguno de los procedi­mientos de transmutación directa llamados "particulares". Se hace mención del Espíritu de vino secreto de los Adeptos en los escritos al­químicos de numerosos autores, bajo, los nombres más diversos: circulatum minus et majus, aqua solvens, aqua mercurialis, spiritus mercurii universales, menstruum mineralis, etc., sin que por otra parte sea indicada su preparación. Más precisamente, es dada, pero de forma intencionalmente inexacta, y solamente a partir de una cierta etapa, y los trabajos preliminares, tan fastidiosos y extremadamente difíciles, son en todas partes pasados en silencio. Ahora bien, es precisamente de ellos que dependen el éxito de la obra y la serie de las operaciones.

Johannes Seger Weidenfeld, no da en ninguna parte la clave de la entrada a los trabajos preliminares, en su obra latina casi inencontra­ble, que trata del espíritu de vino secreto de forma muy exhaustiva (De secretis adeptorum, sive de usu spiritus vini Lulliani. Londes 1684, segunda edición en Hamburgo 1695) en la que menciona ciento cincuenta recetas de autores alquímicos diversos destinadas a la prepa­ración del espíritu de vino secreto, sin que sea posible inferir por ello de forma cierta que haya encontrado esta clave mayor. Weidenfeld promete una explicación en el quinto libro, pero este libro no apare­ció nunca.

Este espíritu de vino secreto, el spiritus vini Lulliani, es el alfa y el omega de todo el arte hermético, es el célebre Alkaheat, buscado en vano por tantas gentes, cuya preparación no se encuentra en ningún li­bro de alquimia. Nada han tenido los autores herméticos tan oculto como su espíritu secreto y su fuego secreto, cuyo conocimiento es la condición previa a la preparación de su espíritu de vino, llamado tam­bién agua ardens. Cuando los maestros herméticos dan indicaciones para la elaboración de la piedra filosofal, parten generalmente de la eta­pa en que su espíritu de vino ya está adquirido: "Recipe vinum ru­beum vel album" (toma vino rojo o blanco), ordena la receta de Rai­mundo Lulio, "y ponlo a pudrir al estiércol de caballo (es decir, a un calor igual durante un cierto tiempo); encontrarás entonces un aceite que sobrenada por encima, aunque la parte más densa permanecerá al fondo." Esta indicación ha engañado muchísimas veces a los buscado­res de la piedra, pues les sugiere tomar el vino ordinario, blanco o ro­jo, y ponerlo a digerir, dejándoles creer que se establecerá una separa­ción tarde o temprano; mas su intento ha sido vano: se puede digerir el vino tanto tiempo cómo se quiera, que jamás el aceite sobrenadará por encima. El espíritu de vino secreto de los Adeptos es de un origen del todo diferente.

Para facilitar la comprensión de lo que se trata, citemos algunas recetas sacadas de la obra de Weidenfeld:

Spiritus vini Paracelsi.
"Vierte vino en un pelícano y déjalo dos meses sin interrupción en el estiércol de caballo; lo encontrarás entonces tan purificado que una suerte de grasa aparecerá por ella misma en su superficie; es el es­píritu de vino. Todo lo que se encuentra bajo esta `grasa' es flema y no tiene nada de común con el 'vino. "

Essentia vini Guidonis.
"Toma la mejor clase de `vino, blanco o rojo', destílalo, hasta que quede una materia que tenga la consistencia de la miel. Divídela en dos partes, mezcla estas partes en una cucúrbita doble con lo que ha destilado, reúne estas partes de nuevo, y, tras haber dejado que circule todo durante seis semanas, el `Oleum viride' sobrenadará, el cual debes decantar. "

Sal harmoniacum vegetabile Lullii.
"Toma `vino blanco o rojo' excelente, destila de él según el arte un espíritu ardiente que quema el algodón, deja evaporar la flema hasta que el residuo sea como la pez líquida y vierte encima de él el espíritu ardiente, tanto como hace falta para recubrirlo de la altura de cuatro dedos. Digiere una semana al baño, destila a continuación el spiritus animatus al fuego de cenizas, rocía la tierra de nuevo espíritu ardiente y reitera este proceso hasta que la tierra permanezca seca y en polvo. "

Sal harmoniacum vegetabile Lullii (otra receta)
"Toma `vino rojo o blanco', ponlo a pudrir al baño veinte días, de modo que se facilite la separación de sus componentes. A continua­ción, saca de él el agua ardiente a fuego lentísimo, por destilación al baño, y rectifica tan a menudo como hace falta para quitarle toda la flema. Pon entonces esta flema a destilar al baño de cenizas hasta que te quede al fondo del vaso una materia que se parece a la pez líquida. Conserva la flema que ha pasado. Toma después la materia menciona­da más arriba y vierte encima tanta flema como hace falta para recu­brirla cuatro dedos, pon el vaso primero dos días al baño y después un día a cocer dulcemente en la ceniza. Resultará de ello una flema fuer­temente coloreada que vaciarás en otro vaso. Vuelve a poner el primer vaso con nueva flema, de nuevo dos días al baño y un día al fuego de cenizas, y vacíalo también en otro vaso. Y reitera esto hasta que la flema ya no se coloree. Si llegas a carecer de flema, toma entonces la flema coloreada, extrae de ella por destilación la mitad o la tercera parte al baño, y, con este destilado, procede como aquí arriba. Cuan­do la flema ya no se coloree, te quedará al fondo del vaso una suerte de tierra blanca, y la flema habrá atraído hacia sí todo el aceite. Si quieres separar de ella el aceite, destílala al baño, lo que hará elevarse la flema sola, mientras que el aceite rojizo quedará al fondo del vaso. Toma entonces esta tierra y vierte encima mercurio (vegetabilis o agua ardens) tanto como hace falta para cubrirla tres dedos, pon el vaso un día al baño de cenizas a cocer dulcemente, sácalo entonces, por desti­lación al baño, de la tierra pura, como aquí arriba, y pon la flema a un lado. Vierte nueva aqua ardens sobre dicha tierra hasta la altura de dos dedos, ponla de nuevo un día al baño de cenizas y extráela en cenizas como aquí arriba por, destilación.

"Y continúa así hasta que ninguna traza de Espíritu (de spiritus o de anima, como también se le llama) quede en la tierra, sino que su­ba todo con el aqua ardens, lo que puedes reconocer cuando la tierra queda como un polvo finísimo y no humea, puesta sobre una lámina enrojecida al fuego, lo que es el signo de que está privada de toda ani­ma o spiritus. Digiere esta tierra sobre un trípode en el atanor y déja­la en él diez días y diez noches a fuego constante. Toma entonces el agua ardens que contiene el espíritu o el anima, vierte un dedo sobre esta tierra y vuelve a ponerlo todo por una jornada sobre el atanor, ponlo después al baño y saca por destilación el agua ardiente sin spi­ritus o alma, pues el spiritus quedó en la tierra; pon otra vez nueva agua ardiente encima, y repite el proceso hasta que la tierra haya bebi­do todo su espíritu, lo que reconocerás poniéndola sobre una lámina enrojecida al fuego: volará entonces en su mayor parte en humo. Di­giere esta tierra seis días enteros en el trípode y ponla en el baño de cenizas a fuego más fuerte, hasta que se deposite por sublimación so­bre las paredes del vaso el mercurio vegetable, y que la `tierra conde­nada' quede al fondo, la cual no entra en nuestra obra de ningún mo­do. Recoge prontamente este mercurio y ponlo desde su nacimiento al aire, durante dos días, de forma que se mezcle y se penetre con su `agua' (in mixtionem cum sua aqua); será entonces un `agua' que ten­drá la fuerza de disolver todos los metales conservando su esencia, un agua a la que llamamos menstruo vegetable."

He expuesto en toda su largura este procedimiento que conduce del vinum rubeum vel album a la adquisición del mercurio, tan a me­nudo nombrado e incomprendido, para mostrar cuán largos y peno­sos son estos trabajos alquímicos; más aún, esto no forma sino una parte de la Gran Obra hermética. Es ordinariamente aquí que la mayor parte de los maestros herméticos comienzan la exposición de la vía que conduce a la preparación de la piedra filosofal, o bien, sitúan al spiritus vini (vinum rubeum vel album) al comienzo de su exposición, pero sin dejar transpirar el menor detalle de su preparación, y pasan a continuación directamente a las llamadas `rotaciones', después que el mercurio ya ha sido preparado y que la `simiente áurea', ha sido ya arrojada en la tierra virgen para pasar por los diferentes `colores'.

Como se ve, los Adeptos podían entregar sin escrúpulos fragmen­tos enteros del procedimiento Universal, siempre que tuviesen en la obscuridad la preparación del spiritus vini philosophici, de su espíri­tu de vino y de su fuego secreto, y esto es lo que hicieron sin excepción, en el curso de los siglos. Si mencionan no obstante de forma más o menos explícita su espíritu de vino secreto, no se encuentra a pesar de ello en casi ninguna parte de sus escritos la alusión repetida a su fuego secreto salino. Hablan aquí y allá de `nuestro' fuego y dicen: "Nuestro fuego no el es fuego elemental", pero eso es todo. El fuego salino secreto tiene sin embargo su lugar al comienzo de la Gran Obra y en cada una de sus operaciones, y sin él no es posible preparar su vinum rubeum vel album, el spiritus vini philosophici. El elevado ran­go que asignan a este fuego puede medirse por el hecho de que la sala­mandra, que simboliza e1 fuego secreto, sirve de capitel a la jamba mediana de la puerta de Lisieux, como lo indica Fulcanelli en el pasaje citado más arriba.

Las dos vías


Como se sabe, existen en alquimia dos vías para alcanzar el objeti­vo del trabajo hermético: la vía llamada breve o seca, y la vía llamada larga o húmeda; estas cualifcaciones de húmeda o seca no son válidas sino de una manera muy aproximativa, pues ‑como ya se ha dicho­ lo que debe ser preparado en primer lugar es el `fuego salino', lo que no es posible hacer sin el empleo de agua. Este trabajo preliminar, muy fastidioso y monótono, era comparado por los alquimistas a las manipulaciones de los fabricantes de salitre, al menos en la primera etapa, a la que llamaban `trabajo de mujer', a causa del empleo necesa­rio de una lejía. En la última etapa, sin embargo, este trabajo no es ya del todo un trabajo de mujer, sino un procedimiento muy minucioso y a menudo peligroso.

La vía llamada corta o seca no conduce al espíritu de vino secre­to, sino directamente a la manipulación de los minerales y de los me­tales por el fuego salino y, desde este punto de vista, la denominación de vía seca está justificada; la vía larga o húmeda, mucho más noble, pero también más difícil y fastidiosa, conduce a un resultado infinita­mente más cumplido, y toma su calificación de las innumerables des­tilaciones que necesita.
En el pequeño libro, por otra parte sumamente secreto titulado El verdadero camino antiguo de la Naturaleza de Hermes Trismegisto, por un auténtico Francmasón, Leipzig 1782, (Des Hermes Trismegis­tus wahrer alter Naturweg, von einem ächten Freymaurer) se encuen­tra, con motivo de la vías `húmeda' y `seca', el siguiente pasaje:

'Los filósofos mencionan en sus escritos dos vías que permiten obtener la tintura. Los llaman la vía seca y la vía húmeda. Que se esco­ja una u otra para la elaboración de la tintuta, no hace diferencia al comienzo, pues en ambos casos se ha de operar por lo seco y por lo húmedo. Las dos vías sacan sus nombres respectivos del hecho de que la tintura preparada por vía seca `abre' el oro en el crisol bajo la forma de un polvo seco y eleva al metal a un estado más que perfecto o tin­torial; en contrapartida, en la vía húmeda, la 'apertura' del oro se hace resuelto por nuestro mercurio filosófico, y por la intervención de los elementos, a fin de llegar al estado tintorial. "

La `materia primera'


El procedimiento fragmentario que hemos sacado de la obra de Weidenfeld, concernía a la vía larga y húmeda. Esta vía conduce de la prepración de la `goma' a la de la célebre prima materia que no pue­de encontrarse en parte alguna, pero que debe ser penosamente prepa­rada y de la que se destila a continuación el mercurio. Sólo en este momento se llega a adquirir el spiritus vini philosophici o el espíritu de vino secreto de los Adeptos. Se dispone entonces de vinum rubeum vel album, a partir del cual el camino se prosigue hacia la manipula­ción del oro o de la plata (o de los dos), por las `rotaciones', hasta la obtención de la tintura al rojo o al blanco.

La prima materia es por otra parte otro enigma que ha desespera­do a los buscadores alquímicos. ¿De dónde sacarla? ¿Dónde encon­trarla? El conde Bernardo de la Marca Trevisana (1406‑1490) quien, al cabo de sesenta años de vanas investigaciones, consiguió sin embargo el objetivo y preparó la piedra pese a su avanzada edad, escribe, con motivo de la prima materia, "que no se la debe buscar ni en el reino mineral ni en el vegetal, ni en el animal, pues no se la puede encontrar en ninguno de los tres reinos". La misma advertencia se encuentra también en otros autores alquímicos dignos de confianza. ¿Dónde está entonces? ¿Dónde podemos procurárnosla? En el Hydrolithus Sophi­cus (1619), muy buena obra alquímica, pero sumamente difícil, se lee igualmente: "Así pues, tras haberlo considerado bien todo, y haber llegado al conocimiento operativo de la verdadera prima materia, podrás entonces dedicarte a la práctica manual. . ." y más adelante: "Esta pie­dra filosofal oculta está de tal modo ligada a la necesidad de conocer la prima materia, alias materia secunda, para aquellos que la desean, que los filósofos no han podido recordar lo bastante ni poner suficien­temente en guardia a los lectores sobre este punto, y esta materia no es sin embargo más que una sola cosa, de la que está hecha nuestra pie­dra sin añadirla ninguna cosa extraña, bien que se la den mil nombres. Los filósofos describen sus cualidades y propiedades de forma mara­villosa y las resumen aproximativamente así: saber que ella se compo­ne al comienzo de tres, y sin embargo solamente de uno. . . " Y más adelante todavía: "Primeramente, debes, antes que todo, disolver y re­solver la materia ya mencionada, o primum ens, que los filósofos han llamado también el más alto bien de la naturaleza. " Se pueden encon­trar en otros escritos alquímicos pasajes significativos y reveladores con motivo de la prima materia pues, una vez que se ha comentado que la materia puede ser denominada también materia secunda, y que se hace de tres al comienzo y sin embargo no es más que una, resulta claramente de ello que la prima materia no ha de encontrarse en parte alguna, sino que debe ser preparada.

En la época del conde Bernardo de la Marca Trevisana (citado a menudo bajo el nombre de Bernardus Trevisanus), dos siglos antes de la invención de la imprenta, no se encontraba por así decirlo una indi­cación análoga en los dispersos manuscritos alquímicos, de suerte que puede concebirse que el conde haya podido seguir durante decenas de años convencido de que la prima materia debía encontrarse en uno de los tres reinos de la naturaleza.

Es agradable leer la enumeración, hecha en su cándido estilo, de todas las materias que ensayó antes de haber aprendido finalmente al cabo de largos años y al precio de grandes dispendios, que todos sus esfuerzos habían sido vanos.

"El primer libro que tuve ‑dice‑ fue Rasís; emplee cuatro años de mi tiempo, y me costó ochocientos escudos experimentarlo; y después Geber, que me costó dos mil y más, y siempre con gentes que me avasallaban para destruirme. Vi el libro de Arquelao por tres años; encontré un monje, y él y yo laboramos durante tres años sobre los li­bros de Rupescissa, y con agua‑de‑vida rectificada treinta veces sobre las heces; tanto que, por Dios, la hicimos tan fuerte, que no podíamos encontrar vidrio que la sufriese para trabajarla, y gastamos en ello tres­cientos escudos. Después que hube pasado doce o quince años así, y que hube gastado tanto y no encontrado nada, y que hube experimen­tado infinitas recetas y toda clase de sales, disolviendo y coagulando, como sal común, sal amoniaco, sal sarracena, sal metálica, disolvien­do y coagulando, calcinando más de cien veces por dos años, en alum­bres de roca, de hielo, de pluma, en todas las marcasitas, en sangre, en cabellos, en orina, en excremento de hombre, en esperma, en animales y caparrosas, en atramentos, en huevos, en separaciones de los elemen­tos, en atanor, y por alambiques y pelícano, por circulación, por decocc­ión, por reverberación, por ascenso y descenso, fusión, ignición, ele­mentación, rectificación, evaporación, conjunción, elevación, sublima­ción y por infinitos otros regímenes sofísticos. Y estuve en todas estas operaciones doce años; de tal modo que hacía treinta y ocho años que estaba tras la preparación del mercurio de las hierbas y de los animales, de modo que gasté alrededor de seis mil escudos. "

"Si tuviese la fe del tamaño de un grano de mostaza. . ."  Su fe recibió finalmente su recompensa.
La prima materia: se trata de un largo camino, verdaderamente le­gendario, el que conduce hasta la caverna del dragón que vomita fuego y a la morada del León rojo.


Las etapas de la preparación


No cito sino las etapas principales. El que no esté llamado no se encontrará por ello más avanzado. No es verdaderamente posible des­cubrirlo sin una iluminación o un don de Dios.

Las estaciones
La preparación del fuego secreto.
‑ La preparación del mercurio de los metales.
‑ La preparación del agua seca de los metales.
‑ La preparación de la prima materia o goma de los sabios, de la que se destila el spiritus mercurii.
‑ La preparación del aceite blanco y rojo (vinum rubeum vel album).
‑ Disolución de oro perfectamente puro en el spiritus mercurii.
Unión del spiritus mercurii que ha disuelto el oro con el aceite blanco y rojo vinum rubeum vel album).
‑ Hacer pasar esto por los colores (rotaciones), a calor dulcemente creciente, en un pelícano.
‑ Preparación del elixir.

Hay todavía diversos trabajos anexos necesarios a la obra misma, como la preparación del Electro inmaduro, etc.

Según mi conocimiento, no existe obra alguna, antigua o moder­na, que exponga el proceso de la Gran Obra alquímica en el orden exacto de las operaciones y tan abiertamente como yo lo hago aquí. Sin embargo, en lo que concierne a la preparación del fuego salino se­creto y del spiritus vini philosophorum, el silencio guardado desde hace siglos debe ser respetado todavía hoy en día.


El libro clave de Weidenfeld


Weidenfeld, que responde a tantas preguntas, se defiende sin em­bargo de haber entregado el secreto:
"Todo Adepto lo sabía: mientras el secreto del spiritus vini si­guiera siendo un misterio de orden mágico, todo el resto, aunque fuese incluso entregado completamente su secreto a los discípulos del Arte, no podría ser de la más pequeña utilidad al lector. Así, no temo ni la cólera de los Adeptos ni el anatema lanzado contra los que traicionan su secreto; lo repito una vez más: he dicho menos que ellos y no he hecho sino ordenar en lo posible lo que ellos han desparramado aquí y allá. "

Habent sua Jata libelli. Cosa digna de advertirse, la obra de Wei­denfeld sobre ‑el espíritu de vino secreto de los Adeptos, uno de los li­bros más reveladores de todo el corpus alquímico, conoció una nueva edición en Hamburgo en 1685, exactamente un año después de la pu­blicación de la primera edición en Londres, lo que prueba cl interés que suscitó; sin embargo, no ha sido reimpreso sino en 1768 en Leipzig, y no se encuentra mención de él, a no ser de pasada, en ningún autor al­químico de los siglos XVII y XVIII; no conozco una sola biblioteca ale­mana en la que se lo pueda encontrar. Está entre los libros alquímicos más raros y más difíciles de descubrir. Este estado de cosas deja presu­mir que las tres ediciones han sido compradas, desde su publicación, por las Logias rosacruces, que han impedido así una reedición o una más larga difusión del libro. No se explica uno de otro modo el miste­rio de la desaparición casi completa de este libro, único en su género en la literatura alquímica. Los Rosa‑Cruces e Iluminados, entonces guar­dianes del secreto alquímico, han debido estimar que se hacía resaltar demasiado claramente en este libro el lugar en el que yace el secreto, el escondrijo en el que el investigador debe deslizar su palanca. Es por otra parte probable que la misma razón explique porqué el quinto li­bro, en el que Weidenfeld prometía esclarecimientos suplementarios, no ha aparecido nunca. En lo que me concierne, el `azar' ‑llamemos así a la cosa‑ me ha puesto las dos primeras ediciones entre las ma­nos. A continuación, la segunda ha desaparecido de mi pequeña biblio­teca de cabecera, durante mi ausencia, cuando la ocupación de Baden­-Baden y la requisición de la morada que yo poseía ahí. El hecho es cu­rioso, pues esta pequeña colección de libros seleccionados ha permane­cido intacta en su conjunto. Por lo demás, eso hace un ejemplar menos entre el pequeño número de los que están todavía disponibles, mien­tras que poseo aún la edición de Londres.

Lo repito aquí: Weidenfeld no ha entregado la clave de la prepara­ción del espíritu de vino secreto (y menos aún la del fuego secreto), pero ha indicado la vía á seguir. Lo que él escribe es verídico y debe ser tomado al pie de la letra, pero sigue siendo inutilizable si se trata de pasar a la práctica.


La interpretación del doctor Becker


Dije más arriba que no se encuentra entre los autores alquímicos de los siglos XVII y XVIII alusión alguna al libro de Weidenfeld. Sin embargo, en 1862 apareció en Mülhausen, en Turingia, un pequeño li­bro de 62 páginas, titulado El espíritu de vino secreto de los Adeptos (Spiritus Vini Philosophici s. Lulliani) y su empleo terapéutico para los médicos y químicos (Der geheime Weingeist der Adepten [Spiritus vini Lulliana s. philosophici] und reine medizinische Anwendung für Arzte und Chemiker). Su autor es el médico de distrito y consejero sa­nitario Christian August Becker. Es un pequeño libro muy raro y cu­rioso, bien que no date todavía de un siglo. Yo lo he tenido por azar, por intermedio de Gustave Meyrink. Fue durante la primera guerra mundial, cuando acababa de comenzar mis primeros ensayos prácticos en alquimia; una relación de Meyrink, ante la necesidad, me envió una caja llena de libros alquímicos entre los cuales se encontraba la peque­ña obra del doctor C. A. Becker. La página en blanco final lleva una nota manuscrita:

"En el año 1867, mientras dirigía en Berlín la revista farmacéuti­ca Die Retorte, el doctor Becker de Mülhausen tuvo la bondad de en­viarme su notable escrito sobre la acetona, el espíritu de vino secreto de los Adeptos, y su empleo en medicina. Como tantas cosas de valor, este trabajo fue sofocado por los sabios de la Facultad, pues entendie­ron que había que ponerlo bajo el celemín."

¡Se ve que la Universidad no ha cambiado apenas de método! Por mi parte, no he podido encontrar este libro en ninguna biblioteca pú­blica, ni en ningún catálogo de librería. Pero conocí a un hombre que lo conocía y que también él lo apreciaba. Era el farmacéutico Müller, en esta época propietario y director de la fábrica farmacéutica de Góppingen, muerto en los años treinta. Se introdujo en mí de una for­ma verdaderamente poco ordinaria. Esto pasó durante el estío de 1921, muy poco tiempo después de que yo hubiese abierto mi laboratorio farmacéutico‑espagírico en Stift‑Neuburg, cerca de Heidelberg, tras siete años de trabajo de investigaciones preliminares. A una hora que no era precisamente la de las visitas habituales, hacia las ocho de la mañana, un doctor en medicina, de Ulm, llamado Lang, se hizo anun­ciar a mí. Lo recibí. Era un hombre imponente, de bella presencia, y que inspiraba una entera confianza. Dijo haber oído hablar de la fun­dación de mi laboratorio espagírico y, como él prescribía ya los reme­dios del doctor Zimpel de la fábrica farmacéutica de Góppingen, estaba igualmente interesado por los remedios Soluna (en aquella época, remedios Stift‑Neuburg) que deseaba utilizar en su práctica médica. En consecuencia, quería obtener informaciones más precisas sobre su composición y sobre su modo de preparación. Satisfací su primer deseo, que me pareció fundado, sin revelar nada sobre el modo de pre­paración. En el curso de la entrevista, fuimos conducidos a hablar igualmente de la preparación de los remedios del doctor Zimpel, respec­to a los cuales hizo prueba de conocimientos asombrosos. Le expresé mi sorpresa con este motivo, y me respondió que estaba ligado en amistad desde hacía muchos años al farmacéutico Müller, quien preparaba estos remedios. Aprendí así que los pretendidos `arcanos' del doctor Zimpel eran pura y simplemente mezclas que comprendían compuestos minerales crudos; una suerte de arcanos bien extra­ña. Mi visitante me rogó hacerle llegar una muestra de los remedios de mi laboratorio a su dirección: doctor Lang, Münstergasse, Ulm, y tuvo obligatoriamente que despedirse sin haber llegado a sus fines. Yo esta­ba por mi parte muy satisfecho de lo que me había dicho.

        Algunos días más tarde, el paquete que yo había expedido a Ulm me fue devuelto con la mención: "Destinatario desconocido en Ulm." Una encuesta posterior en Correos reveló que no había existido nunca un doctor Lang en Ulm. Algunas semanas más tarde, tuve la visita del joven asistente del sanador Gottlieb, autor de un excelente aceite para la piel y director de un periódico de mucho éxito. Era amigo del far­macéutico Müller. Este asistente (del que he olvidado el nombre) me refirió que recientemente el farmacéutico Müller había venido una ma­ñana a Gottlieb y que él había sido involuntariamente testigo de su entrevista, ya que trabajaba en la pieza vecina cuya puerta estaba abierta. Müller había hecho parte a su amigo Gottlieb de sus remor­dimientos por su conducta imperdonable respecto a mí, conducta que contrastaba con mi gentileza hacia él; pero ya no era posible remediar­lo. Dos o tres años más tarde tuvo lugar una reunión de sanadores en Heidelberg y el farmacéutico Müller participó igualmente en ella. Fue organizada una visita colectiva a Stift‑Neuburg con esta ocasión. Du­rante la recepción, el farmacéutico Müller me llevó aparte y me dijo: "Ante vos, deseo que me trague la tierra. No sé qué demonio me ha impulsado hace poco a introducirme en vos. Haced de mí lo que que­ráis; arrojadme fuera, no merezco nada mejor." Yo le respondí que me regocijaba de conocerle por `segunda vez', en su calidad de farmacéutico Müller, y que era bienvenido ante mí.

No refiero este incidente para empañar su memoria. De mortuis nihil nisi bene. . . Dejando aparte esta indelicadeza (¿y qué no se hace para descubrir los secretos de los `concurrentes'?), era un hombre dig­no de respeto, muy simpático y experimentado, que había adquirido grandes méritos en la fábrica de Góppingen, incluso si sus `arcanos' se componían de metales crudos. Quería simplemente mostrar por esta anécdota todo lo que le puede suceder a cualquiera que tiene la repu­tación de dedicarse a la alquimia. Podría contar muchas otras aventuras análogas y más aún sobre los truhanes que se han presentado an­te mí en el curso de los años, para tener permiso de trabajar en mi la­boratorio y preparar en él, naturalmente, la piedra filosofal, mientras que la mayor parte de entre ellos no sabían siquiera destilar conve­nientemente un agua fuerte. Es así, por ejemplo, que conocí a uno que, desde hacía cuarenta años, quería sacar el mercurius philosopho­rum del aire (sin duda atrapándolo con su sombrero). El se llevará sus espejismos consigo a la tumba.

Mientras escribo esto, se me informa de que acaba de abrir en Fri­bourg‑en‑Brisgau un laboratorio pretendidamente espagíríco, que, pla­giando mi laboratorio Soluna, se titula Solaris. Los remedios llevan igualmente nombres groseramente plagiados; por ejemplo: Cordina en lugar de Cordiak, Hepatina en lugar de Hepatik, etc. . . El propietario y fundador de este laboratorio es (o era) un simple electricista de su estado. Hace algunos años ejercía al mismo tiempo la actividad de sa­nador (no sabría decir si era con o sin licencia[3]). Se dirigió a mí al comienzo de la era hitleriana, para utilizar los remedios Soluna, y vol­vió algún tiempo después solicitando indicaciones para la preparación de la piedra filosofal. (¡No se podría creer el número de gentes que, todavía hoy en día, quieren preparar el Gran Elixir!). Estaba persuadi­do de poder obtener el mercurius philosophorum del humus largo tiempo digerido a calor dulce y después podrido... ¡Cuántos estragos no ha cometido el mercurius en el curso de los tiempos en la cabeza de los autodidactas más o menos ignorantes!

Le di entonces, para incitarle a seguir otra vía, un procedimiento sobre el vitriolo que, aun no sirviendo a la preparación de la piedra, es utilizado en la elaboración de un remedio muy eficaz, y que pertenece al mismo tiempo a los trabajos anexos a la Gran Obra. Pero no quiso dedicarse a él. Sin duda, este trabajo le parecería demasiado penoso y es por esto que se atuvo, al menos por esta vez, a su humus. Me ha rendido visita dos o tres veces en total, tanto en el castillo de Donau­münster como en Baden‑Baden, antes y durante la segunda guerra mundial. Poco antes de la debacle, recibí todavía dos o tres cartas de él para cuestionarme sobre los trabajos alquímicos, pero yo no le res­pondí, no teniendo tiempo que perder. ¡Y he aquí que me entero de que ha abierto un laboratorio espagírico!

¡Qué no le sucede al buscador en este domino `al margen de la ciencia'! Este hombre no es capaz en todo caso de descubrimientos; lo quiere todo. ¡Tempora mutantur, sed non mutantur in illis! Hace ya ciento cincuenta años, los Rosa‑Cruces hablaron de estos plagia­rios y ladrones alquímicos en los "Discursos de Reuniones de los Ro­sa‑Cruces de Oro" (Versammlungsreden der Gold‑und‑Rosenkreutzer, Amsterdam, 1779). El conde Bernardo de la Marca Trevisana supo acomodar a esta ralea de un modo sumamente divertido: `Pese a su gran ignorancia, apenas capaces de pronunciar dos palabras latinas, no sabiendo siquiera leer correctamente su lengua materna, estos infames quieren ataviar su `baratija' con las más maravillosas etiquetas. "

Pero sea ya suficiente sobre el aspecto anecdótico de la cuestión. Decía pues que el farmacéutico Müller dominaba bien su tema y cono­cía igualmente el libro del doctor Becker, al que juzgaba interesante y digno de ser leído. En verdad, es un libro notable. Está basado entera­mente sobre la gran obra de Weidenfeld. El doctor Becker trata de des­cubrir el spiritus vini philosophici y, más aún, está persuadido de ha­ber penetrado en su secreto. Justifica por otra parte su interpretación de forma plausible y científicamente irreprochable. Llega a la conclu­sión de que se trata de la acetona, lo que no deja de sorprender a pri­mera vista, pero los argumentos avanzados hacen reflexionar.

Lo digo cuanto antes: el espíritu de vino secreto no es, natural­mente, la acetona. No se puede negar sin embargo que numerosos ele­mentos hacen verosímil la presunción del doctor Becker. La acetona pura, CH3 COCH3, que se obtiene en la industria química no es sin em­bargo idéntica a la acetona del doctor Becker, pues éste considera que el spiritus vini philosophici es el producto completo de1a destilación de los acetatos, comprendiendo en él al aceite que sobrenada, es decir, el acetado y sus derivados. El doctor Becker llamaba a este extracto, prepa­rado en su farmacia a partir del acetato de sodio, spiritus aceti oleosus. Empleó esta preparación con éxito contra un gran número de enfermedades de las que da la lista.

Su pequeña obra es tan atractiva, contiene puntos de vista de tal modo sorprendentes, que merece la pena extenderse más explícita­mente sobre ella. Tras haber hablado brevemente en su prefacio de los aíios consagrados a la alquimia y a los arcanos en que se había esfor­zado vanamente por penetrar, el doctor Becker continúa:

"He perseverado en esta vía y he llegado a una serie de remedios que no fguran en la farmacopea, pero que permiten obtener resulta­dos ciertos en la práctica. El escrito de Weidenfeld me dejó esperar los mayores esclarecimientos, pero lo esencial, el spiritus vini philoso­phici, permaneció oculto para mf en su descripción misteriosa, casi co mo un presentimiento. Hoy en día, después de veinte años, he recono­cido, en el curso de un nuevo estudio, la acetona. Este descubrimiento proyecta una nueva luz sobre los medicamentos de los Adeptos y disi­pa la oscuridad de sus escritos. "

He aquí algunos pasajes entre los más importantes, en los que el doctor Becker analiza su conclusión en lo que concierne a la naturale­za y el origen del spiritus vini Lulliani:

"El fundamento de esta investigación reside en la obra de Johan­nes Seger Weidenfeld: De Secretis Adeptorum, sive de usu spiritus vini Lulliani, libri IV, 1685.
"Es sorprendente que este spiritus vini philosophici, cuya prepara­ción es descrita en la bien conocida obra de Weidenfeld, no sea citado por los químicos posteriores. No es sino en Pott (Exerc. Chym. Beroli­ni, 1738, p. 21) que lo encuentro descrito en estos términos: "Es un disolvente oleoso que no tiene todavía nombre y que no ha sido reve­lado por químico alguno. Es un líquido limpio, volátil, puro, oleoso, inflamable como el espíritu de vino, ácido como el vinagre, que pasa en la destilación bajo la forma de copos de nieve. Este líquido digerido y cohobado sobre los metales, sobre todo después de que han sido cal­cinados, los disuelve casi todos. Retira del oro una tintura muy roja y, cuando se lo quita de encima del oro, queda una materia resinosa en­teramente soluble en el espíritu de vino, que adquiere por este medio un bello color rojo.

 Queda un residuo negro con el cual, pienso, se puede preparar la sal auri. Este disolvente se mezcla indiferentemente con los licores acuosos o grasos, y convierte los corales en un licor de un verde marino. Es un licor graso saturado de sal amoníaco. Es el verdadero menstruo de Weidenfeld, o el espíritu de vino filosófico, ya que se retiran de la misma materia los vinos blancos y rojos de Raimundo Lulio. Su preparación, aunque oscura y oculta, es sin embargo muy fácil."              

Y Pott enmudece‑igualmente.

El doctor Becker llega a las diversas recetas del espíritu de vino se­creto, de las que cita un gran número, antes de sacar de ellas a conti­nuación sus conclusiones. Comienza por la prescripción original de Rairnundo Lulio:
"Raimundo Lulio da la primera receta en el libro De la Quinta­esencia. Es por ella que comienzan las citas de Weidenfeld.Se destila el mejor vino rojo o blanco, vinum rubeum vel album, de la forma habitual para hacer de él, el agua ardiente. Esta es tres veces rectificada y bien preservada deforma que el espíritu inflamable no se evapore. El signo infalible del éxito es que, si se enciende el azúcar imbibido con él, se inflama el agua de la vida. Cuando este agua está así preparada, se tiene la materia de la que se saca la quinta­esencia. Se pone este agua en un vaso circulatorio y, tras haberlo cerra­do herméticamente, se coloca en el estiércol de caballo en el que el ca­lor permanece igual. Es preciso que el calor no disminuya; sin ello la circulación (digestión) del agua sería estorbada y no se obtendría lo que se busca. Pero cuando se aplica un calor constante prosiguiendo la digestión, la quintaesencia sobrenada y se separa netamente de una parte inferior trastornada. Cuando la digestión ha durado lo bastante, se abre el vaso; si se desprende de él un perfume incomparablemente suave, que ejerce sobre cualquiera una atracción invencible, es el signo de que la quintaesencia está lista. A falta de este signo, el vaso debe ser recubierto de nuevo y puesto otra vez en digestión hasta que el signo aparezca.

"Este agua ardiente, spiritus vini philosophici, tiene muchas ana­logías con el espíritu de vino ordinario, lo que ha impedido su descu­brimiento. Pero contrariamente a este último, si se prosigue la diges­tión, se obtiene un aceite que sobrenada. Es la base, el origen y el fin de todos los disolventes de los Adeptos. En su simplicidad, es el más débil de todos; pero combinado con otros cuerpos, es el más poderoso de los menstruos. Aparece bajo una forma doble; la primera como un espíritu de vino ordinario, miscible con el agua; la segunda como un aceite que sobrenada. Se trata siempre sin embargo del mismo cuerpo; la diferencia no concierne sino a su pureza y sutileza. La receta de Lu­lio es verdaderamente exacta, pero no comprende sino una parte del procedimiento, que puede completarse por otras recetas que saco de Weidenfeld. "

Para comprender el pensamiento de Becker, hay que exponer aquí al menos dos de los procedimientos que cita. (página 128):
"Coelum vinosum parisini.
"Tras la destilación del aqua ardens y de la flema, queda una ma­sa negra pesada como la pez fundida; ésta es lavada con la flema, mez­clada al spiritus vini, digerida y destilada, lo que se repite con nuevo espíritu hasta que el residuo esté seco. El producto de la destilación se llama spiritus animatus. Es vertido gradualmente sobre el residuo, por cantidades crecientes, y digerido hasta que éste esté saturado y deven­ga blanco. En este momento, se sublima. El sublimado es claro y bri­llante como el diamante. Es puesto al baño‑manía, donde deviene lí­quido, y después el agua superflua es destilada. Se recomienza cuatro veces la destilación, volviendo a poner cada vez nuevas cantidades del primer espíritu. La substancia así obtenida será puesta en digestión durante sesenta días. Se reconoce que el trabajo ha tenido éxito en la formación de un depósito semejante al de una orina sana. Se separa la quintaesencia, tan clara que se duda que esté presente, y se la guar­da en un lugar frío. "

Otra receta ligeramente modificada (página 134):
"Coelum vinosum Lullii:
"Aquí el aqua ardens es directamente vertida sobre el residuo ne­gro, que es digerido; se saca de él por destilación primero el aqua ani­mata y a continuación el aceite, activando el fuego. El residuo es cal­cinado hasta que esté blanco. A continuación es imbibido cuatro ve­ces de aqua animata y sublimado. El sublimado centelleante es mez­clado al aqua animata y destilado una vez, lo que tiene por efecto ha­cer pasar la sal por el pico. El destilado es tenido sesenta días en di­gestión y se cambia en la quintaesencia perfumada, clara y brillante como una estrella. Se forma un depósito como en la orina de un ado­lescente en buena salud. "

Becker cita a continuación otros siete procedimientos análogos con variantes. Da entonces su propia versión, para explicar la naturale­za del procedimiento. Aporta también dos métodos emparentados pa­ra la volatilización de la sal de tártaro, y acaba finalmente en la conclusión siguiente:

"Revelación del espíritu de vino secreto de los Adeptos. En la se­gunda parte del libro consagrada a los disolventes minerales, Weiden­feld da indicaciones sobre el secreto del spiritus vini philosophici, que esclarecen suficientemente este último. De la confrontación de las di­versas prescripciones se desprende el siguiente contenido: El cuerpo misterioso, oculto bajo múltiples nombres, materia de la piedra filoso­fal (prima materia lapidis), es calcinado al rojo y disuelto en vinagre destilado. La solución es evaporada hasta la consistencia de una go­ma, De esta última se destila primeramente a fuego dulce un agua in­sípida y, cuando aparecen humos blancos, se cambia de recipiente y se obtiene así el aqua ardens. Este agua tiene un gusto muy fuerte y un olor nauseabundo, y es por esto que se la llama aqua foetens, mens­truum foetens; prosiguiendo la destilación a fuego más fuerte, aparece un vapor rojo y, en último lugar, gotas rojas. Se deja entonces decaer el fuego poco a poco y se conserva el producto de la destilación en un vaso bien cerrado, de manera que no se deje disipar su espíritu volátil.

El residuo que queda en la cornuda es negro como el hollín; se extien­de sobre una piedra y se enciende en una extremedidad con un carbón ardiente: En el espacio de media hora la incandescencia gana toda la masa, que se calcina en color amarillo. Entonces se la disuelve en vina­gre destilado y se evapora hasta la consistencia de una goma, que se so­mete a la destilación. Esto se repite hasta que la mayor parte del licor sea reducido. Se junta este licor al producto de la primera destilación, se hace digerir catorce días y se destila de nuevo. El aqua ardens pasa en primer lugar, sobrenadada por un aceite blanco. Este destilado es recti­ficado siete veces, hasta que una estofa humedecida y presentada a la llama se consuma. Queda un aceite amarillo que se destila a fuego vivo.

"Se deja resolver el sublimado adherido al cuello de la cornuda en un bacín de hierro colocado en un lugar fresco. Se añade un poco de aqua ardens al licor filtrado, y se recoge el aceite verde que se separa en la superficie. La destilación es entonces retomada; en primer lugar, viene el agua; después, un aceite espeso y negro. Desde que aparecen vapores blancos, se cambia de recipiente. El producto blanco de la des­tilación es puesto a evaporar a calor moderado hasta que quede una masa oleaginosa espesa como la pez fundida. "

"Esta masa negra es tratada de nuevo hasta el agotamiento com­pleto del residuo, operación que sería inútil describir en detalle. Ri­pley explica que en el menstruo fétido preparado a partir de dicha goma están contenidas tres substancias:

1) El agua ardiente que, encendida, arde como el espíritu de vino ordinario.
2) Un agua blanca espesa, la lac virginum de los Adeptos.
3) Un aceite rojo, la sangre del león verde de los Adeptos."

He subrayado este último pasaje, porque contiene todo el secreto del vinum rubeum vel album; es el verdadero "vino blanco o rojo" de los Adeptos, y no, como lo supone Becker de forma aparentemente plausible pero errónea, la acetona y sus derivados.

Becker prosigue:

"Ripley dice que nadie ha hablado nunca tan claramente y que te­me por este hecho la cólera de Dios y de los Adeptos. Weidenfeld co­menta que ha revelado ahí un gran secreto del Arte. Los Adeptos han enseñado bien claramente en sus indicaciones prácticas el uso del vino filosófico, pero han callado la manera de obtenerlo. Ripley, el primero y único, explica que la clave de toda la química secreta está ahí ocul­ta, a saber que el menstruo fétido con la leche de la Virgen y la sangre del León, tenidos en digestión dulce catorce días, son el vinum rubeum vel album de Lulio, y, en confirmación de lo que dice, añade que de este menstruo fétido se prepara el aqua vitae rectificata de Rai­mundo Lulio. "

Becker continúa así:

"La materia primordial, la prima materia, está revestida de los nombres más diversos, destinados a guardar su secreto. Los Adeptos han trabajado en parte sobre los metales y en parte sobre las sales y los minerales metálicos. El León Verde se llama así porque su solución es verde; se le disuelve primero en ácido sulfúrico para purificarlo; da cristales azafranados en esta disolución. La materia primera así prepa­rada es a continuación calcinada al rojo, lo que tiene por efecto expul­sar el ácido; se la disuelve entonces en vinagre destilado y se espesa hasta la consistencia de goma. Esta goma, destilada, da el spiritus vini philosophici.

"De los hechos siguientes: 1) la materia primera calcinada al rojo es disuelta en vinagre, lo que conduce a la formación de un acetato; 2) el residuo negro de la cornuda se deja inflamar y llevar a la incan­descencia, lo que es una propiedad de los acetatos; 3) la destilación da un espíritu de vino ordinario y un aceite volátil; se deduce claramente que no se trata aquí sino de la preparación de la acetona":

En la continuación de su exposición, Becker suministra justifica­ciones más detalladas de su hipótesis y da como apoyo algunas citas de Weidenfeld sobre la preparación del spiritus vini philosophici. Estas citas se encuentran ya mencionadas al comienzo de este capítulo.

Como se ve, las deducciones de Becker son seductoras e incluso convincentes en apariencia. Las he referido a propósito de forma tan detallada, para mostrar cómo la verdad y el error se flanquean en este misterioso dominio.Becker se cree autorizado a suponer que al hablar de la prepara­ción de su espíritu de vino secreto, los Adeptos entienden la producción de la acetona. Se funda sobre las tres particularidades siguientes:

1) La "materia primera" calcinada al rojo es disuelta en vinagre, lo que provoca la formación de un acetato.
2) El residuo negro que queda en la cornuda se deja inflamar y se consume, lo que es propiedad de los acetatos.
3) La destilación produce un espíritu de vino semejante al espíri­tu de vino ordinario, así como un aceite volátil.

Estas tres particularidades sobre las que se funda se observan en efecto durante la preparación de la acetona, que puede efectuarse, entre otros, a partir de la destilación del acetato de plomo, de potasio o de sodio. Becker mismo utilizó este último producto para la prepa­ración de la acetona que empleó, con sus derivados, para fines medi­cinales, bajo el nombre de spiritus aceti oleosus. Sin embargo, estas sales no son previamente calcinadas al rojo y el procedimiento es del todo falso.

Esta receta no vale más que para la preparación de la acetona a partir del vitriolo de hierro o del vitriolo de cobre o verdete. Pero en estos casos no quedan residuos que puedan encenderse tras la desti­lación y que arderían sin llama... Las suposiciones de Becker no son, pues, justas sino en parte. ¿Qué hay que entender entonces por mate­ria primera a calcinar al rojo? Como lo hemos dicho al comienzo de esta exposición, la prima materia no es una `materia primera', sino el resultado de un proceso largo y complejo; es idéntica a la `gomma' de los maestros herméticos. Sin embargo, de esta prima materia de los Adeptos se saca en último lugar un `espíritu' que es verdaderamente el mercurio de los filósofos, tan buscado, y que, una vez preparado, se deja aumentar en peso a voluntad por el mercurio vulgar. Se destila de ella la `leche de la Virgen' y el `aceite rojo': vinum album vel ru­beum. Los Adeptos no comienzan a exponer el proceso de la obra más que a partir de esta etapa; dejan en la oscuridad todos los trabajos preliminares que conducen a la preparación de la materia primera. Más aún: todo ello no se aplica sino a la vía larga y húmeda.

Para retomar de nuevo una frase de Becker:

"El `Léon verde' es primero disuelto en el ácido sulfúrico, para purificarlo; da en solución cristales amarillo azafrán; la materia pri­mera (?) preparada es a continuación calcinada al rojo, lo que tiene por efecto expulsar de ella el ácido; se la disuelve entonces en vinagre destilado y se espesa hasta la consistencia de una goma; cuya destila­ción da el spiritus vini philosophici."

Esta sola frase contiene un tropel de suposiciones erróneas: pri­meramente, el `león verde' es un producto regio obtenido al final de la operación y no es nunca disuelto en el ácido sulfúrico con el fin de su purificación; en segundo lugar, la materia primera purificada (que no existe como tal) no es calcinada al rojo (sin duda, el autor piensa en el vitriolo) y no puede en consecuencia ser disuelta en vinagre des­tilado para ser espesada hasta la consistencia de goma. Incluso cuando la alusión del autor se refiere a la preparación de la acetona, no se ve cómo a partir de esta combinación viene de ella al León rojo, ni cuál es el papel de la goma en su preparación. Sin embargo, como acaba de decirse, la acetona es destilada de los acetatos: Becker la ha obtenido a partir del acetato de sodio. Es exacto que la destilación de la verda­dera goma de los Adeptos, es decir la prima materia de los sabios, preparada por procedimientos largos y minuciosos, da el spiritus vini philosophici o, más exactamente, `el aceite blanco y rojo y el mercu­rio de los sabios'. Decir más sería levantar demasiado el velo. Estamos quizá ya demasiado avanzados en la vía de las revelaciones.

El malentendido que está en la base del error de Becker reside en que confunde y mezcla las suposiciones de Weidenfeld, que conciernen exclusivamente al spirttus vini philosophici, con las recetas de yatro­químicos como Agrícola o Zwelfer, que han tratado la preparación del spiritus saturni a partir del azúcar de Saturno (en suma, algo análogo a la acetona, pero llevado más lejos). En efecto, en la continuación de su obra, por otra parte notable, Becker da una serie de indicaciones que se aplican exclusivamente a la producción del espíritu y del aceite ro­jo a partir del acetato de plomo, con fines curativos. No se trata de la `goma de los sabios' en el sentido en que lo entienden los Adeptos, ni del vinum rubeum vel album. Los grandes médicos yatroquímicos de fines del siglo XVII y del siglo XVIII no eran Adeptos, y no han rei­vindicado nunca este rango por otra parte. No obstante, poseían un conocimiento muy extenso de la farmacopea espagírica, y sabían cu­rar enfermedades contra las cuales nuestra terapéutica moderna sigue siendo impotente.Es así que el spiritus saturní, preparado espagíricamente, es un re­medio efectivamente soberano contra todas las afecciones saturninas, que justifican un tratamiento por los derivados del plomo. El doctor Becker da el resumen de una receta sacada de la obra médica de Agrí­cola (primera parte, página 222):

"El azúcar de Saturno es digerido cuatro meses al baño de vapor con buen espíritu de vino; a continuación se saca el espíritu de vino y queda un bello licor espeso. Este es mezclado con arena[4]  y destila­do por grados en la cornuda; se obtiene un bello aceite amarillo y rojo, y un bello espíritu blanco. El espíritu y el aceite deben ser rectificados conjuntamente al baño de vapor en una cornuda de vidrio; el espíritu pasa primero gota a gota, después viene un aceite amarillo; se debe cambiar de recipiente en este momento, sin que se pierda el aroma espiritual, más delicado que el ámbar y el musgo. Pasado el aceite ama­rillo, aparece la flema con numerosas rayas blancas; se debe entonces cambiar de nuevo de recipiente y hacer pasar toda la flema. En último lugar viene un bello aceite rojo cuya destilación exige un fuego vivo, pues pasa difícilmente. El residuo negro de la cornuda es calcinado al fuego violento hasta que sea blanco como la nieve, después es disuelto en vinagre destilado, y a continuación cristalizado. La sal es tenida en digestión ocho días al baño de vapor, con el espíritu precedentemente rectificado, y después es destilado éste: la sal se sublima entonces en su mayor parte. Lo que ha pasado es vertido de nuevo sobre el residuo, digerido de nuevo y destilado, y esto es repetido tan a menudo como haga falta para que la totalidad de la sal volátil pase bajo la forma de spiritus. Se añade entonces el aceite rojo, lo que tiene por efecto mez­clarlos indisolublemente y dar un remedio extremadamente precioso. "

Esta es la receta de Agrícola para la preparación del spiritus y del oleum satumi, destinados a empleos médicos. Sin embargo, no se en­cuentra en Agrícola que el espíritu y los aceites blanco y rojo se mez­clen indisolublemente. Se trata de una adición de Becker, sacada de las indicaciones herméticas para la preparación del verdadero vinum ru­beum vel album. Aparte de ello, el procedimiento es exacto y el reme­dio espagírico así preparado es de una extraordinaria eficacia. Becker da por otra parte un extracto de los informes de Agrícola sobre las cu­raciones operadas por este remedio, principalmente en los casos de abscesos de pulmón, de nefritis, de blenorragia virulenta, de picaduras infectadas y de panadizo. Con motivo de éste último, Agrícola comen­ta: "Aplicado sobre el panadizo, lo cura rápidamente. " El autor, que ha preparado él mismo este remedio en su laboratorio, puede confir­mar plenamente esta observación.
Como se deduce de la receta de Agrícola para la preparación de su spiritus saturni, no se trata ahí de la acetona, sino de la preparación de un remedio muy complejo, a partir del plomo cuyo poder de penetración se encuentra considerablemente aumentado por el procedimiento espagírico. Partiendo de la hipótesis errónea de que se trataba ante todo de acetona, incluso si se conservan los productos anexos ob­tenidos en el curso de su preparación, Becker hace preparar su spiritus aceti oleosus a partir del acetato de sodio. Escribe con este motivo:

"A instancias mías, el farmacéutico Klauer emprendió su prepara­ción en 1840. Refiere con este motivo: cuatro libras de acetato de so­dio dieron veinte onzas de destilado. La destilación, hecha al baño de arena, duró tres días. El destilado fue rectificado al baño maría. Lo que pasa primero es la acetona, con un poco de agua (la acetona co­mienza a destilar a 55°). La destilación, llevada más adelante, da agua, ácido acético y un poco de aceite (metacetona). El residuo es un acei­te pardo oscuro de consistencia espesa, que se disuelve muy fácilmente en la acetona. Para obtener la acetona anhidra, hay que rectificar sobre el cloruro de calcio. Seis onzas y media de acetona acuosa, obtenidas a partir de cuatro libras de acetato de sodio, dieron cuatro on­zas y media de acetona anhidra. He prescrito la acetona, unida a los dos aceites, bajo el nombre de spiritus aceti oleosus. Desde 1840, he empleado muy a menudo este remedio. El producto así preparado es bueno, pero no responde enteramente a la descripción de los viejos químicos; le falta principalmente el famoso perfume, lo que se expli­ca fácilmente por el hecho de que el procedimiento antiguamente en uso maduraba en algún modo el remedio, por digestiones y destilacio­nes largo tiempo reiteradas. Lo mismo ocurre con un vino almacena­do en un local caldeado por la paja húmeda: el calor así producido lo ennoblece en el espacio de tres meses tanto como lo haría una estan­cia de tres años enteros en botellas. Como se deduce de las antiguas prescripciones, se trata de una operación muy delicada, cuya condi­ción fundamental es: `correr sin precipitarse' Si es químicamente correcto deshidratar la acetona por destilación sobre el cloruro de cal­cio, no es lo mismo desde el punto de vista medicinal. La acetona pu­ra, tal como la suministra actualmente la industria química, no tiene la misma fuerza, ni por lo que respecta al perfume y al sabor, ni en cuan­to a su eficacia terapéutica. No actúa sobre el reumatismo, como lo hace el spiritus aceti oleosus: el aceite etéreo es pues indispensable en la composición de este último remedio. "

El doctor Becker refiere a continuación diez casos de éxito en el tratamiento de diversas afecciones, sobre todo reumáticas, pero igual­mente de la meningitis cerebro‑espinal. Comenta, sin embargo, que este remedio no es indicado contra las afecciones febriles, pues calien­ta demasiado. Si hubiese hecho preparar su remedio a partir del aceta­to de plomo, habría llegado a un resultado del todo distinto, pues el plomo se distingue por su gran frialdad.Es incomprensible que Becker no haya utilizado el acetato de plo­mo en lugar del acetato de sodio, mientras que todos los procedimien­tos que cita son a base de plomo y que, sobre todo, subraya esta frase de Raimundo Lulio: "Ex plumbo nigro extrahitur oleum philosopho­rum aurei colore vel quasi, et scias, quod in mundo nihil secretius eo est. " Un pasaje así habría debido incitar a Becker a escoger para la prepa­ración de su spiritus aceti oleosus, no el acetato de sodio, sino el acetato de plomo, incluso si estaba firmemente convencido de que se trata de la acetona cuando se habla del espíritu de vino de los Adeptos. Si hu­biera procedido así, Becker habría obtenido éxitos terapéuticos mu­cho mayores, aun cuando el spiritus saturni no sea el spiritus vini phi­losophici, como él pensaba. Por lo demás, en la frase citada, Lulio no sobreentiende en modo alguno el plomo ordinario, sino el plomo de los sabios, los cuales designaban frecuentemente a su `goma', su prima materia, con el engañoso nombre de plumbum nostrum. Como lo he­mos dicho, Becker toma sus hipótesis por las realidades. De hecho, sin una inspiración de lo alto, es verdaderamente imposible llegar al cono­cimiento auténtico de este secreto.

Para evitar todo malentendido, queremos precisar una vez más que en toda esta exposición no se trataba más que de la vía llamada húmeda y larga, para la preparación de la prima materia de la que se destila el spiritus vini philosophiri. Sin embargo, la preparación del fuego secreto de los Adeptos es indispensable para esta vía, igual que es indispensable para la vía llamada breve o seca. Pero antes de pasar a esta última, digamos todavía alguna cosa del spiritus satumi, aun cuan­do no sea idéntico al espíritu de vino secreto.El espíritu de Saturno, preparado según el arte espagírico, es un remedio de gran valor, bien que no tenga interés para la preparación del Gran Elixir de los Sabios. Un laboratorio espagírico‑farmacéutico podría fundar su existencia sobre esta única preparación. Se precisa no obstante que el espíritu de Saturno sea elaborado en conformidad es­crupulosa con las indicaciones de los yatroquímicos, y no según el procedimiento abreviado empleado por Becker para la preparación de su spiritus aceti oleosus, a partir del acetato de sodio éste trabajo larguísimo y minucioso requiere para su éxito toda suerte de trucos que demandan un artista experimentado o, como dice Paracelso, `probado en el fuego'. Más aún, el procedimiento es costoso, pues debe prepa­rar uno mismo todos los ingredientes necesarios, comenzando por el azúcar de Saturno, ya que el acetato de plomo del comercio no es bue­no para nada. ¡Hay que partir del litargirio, o mejor aún de la galena! Se sirve uno de vinagre puro de vino y sobretodo de un espíritu de vi­no bien rectificado, que ha sacado uno mismo de un buen vino licoro­so, y no del alcohol desnaturalizado del comercio, del alcohol de ma­dera o de patatas. La preparación del producto demanda alrededor de cuatro meses, a causa de las múltiples digestiones que duran nu­merosas semanas, y de las destilaciones repetidas. Además, el pro­ducto no se deja preparar en grandes cantidades, de suerte que hay que utilizar un grandísimo número de recipientes. En lo que concierne a estos últimos, hay que tener cuidado de no emplear más que las cor­nudas de vidrio, de porcelana o de cristal de roca. Las cornudas de vi­drio deben ser circundadas bien antes de la destilación del aceite blan­co o rojo, pues se quiebran, como consecuencia de la dilatación de la materia, de suerte que no se las puede utilizar más que una sola vez. Como se ve, el spirftus satumi no es un medicamento simple de fabri­car, pero su eficacia recompensa abundantemente el esfuerzo tomado. Su campo de acción engloba todas las afecciones del bazo, la arterios­clerosis, las conjuntivitis, blefaritis, keratitis y úlceras, las quemaduras de 1°, 2° y 3° grado, el panadizo, las hemorroides y, en fin, la erisi­pela. Conviene recordar con este motivo que por regla general la eri­sipela no debe ser tratada por vía húmeda, pero aquí la excepción con­firma la regla. Johannes Agrícola escribe en su Medicina Química (Leipzig, 1638):

"Sé bien que se dice comúnmente que no se debe humedecer la erisipela, lo que sin duda tiene su razón de ser, pero cuando se hace con el específico apropiado, la cosa no sólo es desprovista de peligro, sino que además hace desaparecer toda inflamación y fiebre de cual­quier lugar que sea, cabeza o muslo. Si la llaga está abierta, se debe la­var a menudo con este agua y utilizar en compresa, esto tres veces al día; entonces el pus se escapa de ella y cura completamente. En suma, puede utilizarse con éxito no sólo contra la erisipela, sino contra otras infecciones inflamatorias, pues acaba con los tumores endurecidos, ex­trae de ellos el humor maligno acumulado, a través de la piel, y se po­dría escribir todo un libro sobre este único bálsamo. "

Se puede también, por un procedimiento relacionado, preparar a partir del vitriolo de cobre el gran antiepiléptico de Paracelso. Pero, también ahí, no se debe emplear más que el vitriolo nativo, que es muy difícil de procurarse.
Como se ve, para preparar numerosos remedios espagíricos autén­ticos, no es en modo alguno necesario poseer el fuego secreto de los Adeptos, incluso si los grandes arcanos no son realizables sin él.


Vuelta al fuego secreto


El fuego secreto ¿qué es? ¿Cómo se obtiene? Ninguna obra al­química ofrece nada concluyente a este respecto. Los Adeptos han ro­deado su fuego secreto de una oscuridad más profunda todavía que la que envuelve a su espíritu de vino secreto. Yo no me arriesgaría a ser el primero en decir alguna cosa de él. Pero Max Retschiag, el sanador muerto en los años treinta que había penetrado mucho antes en el estu­dio de la alquimia, se expresa muy claramente a este respecto en su pequeña obra aparecida en 1926 y tirada sólo con 333 ejemplares: De la materia original del Elixir de la fuerza: el camino de la verdadera Piedra (Von der Urmaterie zum Urkraft‑Elixir ‑ Der Weg zum wahren Stein). En el capítulo titulado "De la materia primera de la preparación del Elixir", escribe:

"Nuestros conocimientos sobre la constitución del cuerpo, la es­tructura de las células y de las entidades vivientes más pequeñas, así como sus funciones, hacen perfectamente posible que se pueda en­contrar un cierto remedio, constituido de energía latente y con­centrada, que actúe por ello como remedio universal para todas las enfermedades. Como la fuerza vital es una fuerza electromotriz, este remedio debe estar constituido de cuerpos capaces de liberar una ener­gía eléctrica concentrada, tras su disolución en los humores del cuerpo humano, del mismo modo que existen en las pilas galvánicas ciertas sa­les cuya disolución produce una corriente más o menos constante en­tre los bornes. De innumerables alusiones hechas por los antiguos maestros herméticos, se deduce que son igualmente ciertas sales las que entran como material de base en la preparación del elixir de la vi­da. Estas alusiones se vuelven a encontrar igualmente entre los pitagó­ricos, entre los esenios y en todas escuelas filosóficas cuyos maestros habían adquirido el más alto grado de la iniciación egipcia, tales como Pitágoras y Moisés.
"La sal, en tanto que término colectivo que engloba todo lo que se cristaliza, es, según los antiguos maestros, el primer ente, pues toda ma­teria se deja reducir a una forma salina. Es la palabra de Dios devenida materia; en una sal particular, un agente celeste, hijo del divino fuego solar, se une a una terrestreidad, para dar una encarnación salina.

`Esta sal se compone de una humedad mercurial y de una grasa sulfurosa, y las dos esencias, opuestas la una a la otra, forman, como el alcali y el ácido con la sal, la trinidad, origen de la vida. La sal es siem­pre semejante a sí misma, su alma cristalina viviente da constantemen­te nacimiento a las mismas formas, no difiere sino por el lugar y las circunstancias de su origen. Revela su noble procedencia en el paren­tesco cercano de los nombres latino Sol y Sal, y la verdadera alqui­mia es la Halquimia, la `cocción de la sal' (χνω ‑yo fundo, yo cuezo). En la antigüedad, grandes honores se rendían a la sal; durante la cele­bración de las grandes alianzas, se colocaban la sal y el fuego en medio de la asamblea. La sal era siempre aportada la primera sobre las mesas y retirada la última; se la honraba al pasar con una reverencia. Duran­te la comunión de la joven asamblea cristiana, la sal estaba constante­mente presente, al lado del pan y del vino, y se ponía una pizca de sal en la boca de los bautizados. Todavía hoy en dia, se ofrece simbólica­mente el pan y la sal, como sé había hecho en los días bíblicos. Se en­cuentran con este motivo menciones frecuentes en el Antiguo Testa­mento. Se lee en el segundo capítulo del Génesis, v. 10‑15, una alu­sión enigmática que ha dado lugar a numerosas controversias, pues los países y los ríos mencionados ahí no deberían ser buscados por los geógrafos; no se los podría encontrar sobre ninguna carta, incluso an­tiquísima.

"Es a la sal metálica que se refiere al adagio oculto bien conocido:
Visita interiora terrae rectificandoque invenies occultum lapidem v­eram medicinam, y es por el signo simbólico por excelencia que es repre­sentada la sal secreta de los filósofos: un globlo crucífero rodeado de un círculo horizontal en medio y de un semicírculo en su parte supe­rior. La profunda significación de este signo no es comprensible más que para los iniciados.
La sal, de origen celeste, concebida por una madre terrestre, nace en un establo. Tras haber vencido a la muerte, resucitará con un cuerpo nuevo, glorioso, para devenir el salvador de la humanidad su­friente, del mismo modo que Cristo devino el Salvador de la humani­dad espiritual. "

Vuélvase a leer esta frase comparándola con el pasaje de Fulca­nelli, citado al comienzo de este capítulo: "Acostado sobre la paja de su pesebre, en la gruta de Belén, Jesús, ¿no es acaso el nuevo sol que trae la luz al mundo?. . . " En las dos citas se trata del mismo conoci­miento secreto de un profundo misterio cósmico, cuyo sentido no es puramente simbólico, como lo querría C.G. Jung; debe ser compren­dido en el espíritu de la verdad, válido para todos los planos, tanto para lo bajo como para lo alto.

Sol ‑ Sal ‑ Salamandra ‑ Sal de las cavernas ‑ Halquimia ‑cocción de la sal que conduce a la Salud: ¡Salus!

En la sal (comprendida en el sentido más vasto), la luz es rete­nida mágicamente cautiva. Liberarla de nuevo, esto es la halquimia, y esta sal nacida de nuevo es el fuego secreto de los Adeptos.

La luz mágicamente aprisionada en la sal y que se quiere liberar de ella: ¡he aquí sin duda una noción aberrante para el físico de hoy en día! Y sin embargo, es así.

Si los Adeptos han rodeado su sal secreta de las más profundas ti­nieblas, existe sin embargo un escrito de fines del siglo XVIII que tie­ne por objeto el misterio de la sal. Esta obra fue publicada sin nombre de autor (se presume que se trataba de F. C. Oettinger), bajo el título siguiente: El Secreto de la Sal, la más noble criatura producida por la mayor bondad de Dios en el reino de la Naturaleza, por Elias Artis­ta Hermética, 1770 (Das Geheimnis vom Saiz, als dem edelsten Wesen der htichsten Wohltat Gottes in dem Reich der Natur). Este texto de 142 páginas ha devenido casi inencontrable. Apareció de él una reedi­ción alrededor de los años veinte si no me equivoco, con una introduc­ción de H. Wohlbold que pasa de lado lo esencial. El libro comienza por la frase: "La sal es una buena cosa, dice Cristo, voz de la Sabiduría eterna. " Un comentario detallado desbordaría el marco de este estu­dio y nos contentaremos con reproducir de ella algunos pasajes, a tí­tulo de desarrollo de las citas de Max Retschlag, ya dadas.

Párrafo 6:
"La sal tiene su esencia, su origen y su nacimiento de dos extre­mos o centros, del celeste y del terrestre, y en éste último actúa toda­vía un tercero, lo que demuestra las partes constituyentes que la dan su ser. La primera, por su naturaleza celeste, la da una cualidad espi­ritual, invisible e inaprensible, que es denominada espíritu, forma ac­tiva, fuego espiritual mercurial o nitro celeste. La segunda, terrestre, bien que no haya nada de terrestre en ella, sino que el espiritu celeste, como simiente astral, se ha coagulado en su surco o en su matriz, se espesa ahí, se coagula y toma ahí un cuerpo de una consistencia pé­trea. La tercera es el éter o el elemento activo, del que Hermes dice: "El viento la ha llevado en su vientre", es decir, la ha comunicado su fuerza aérea, la ha sembrado y la ha impregnado con su alma sulfuro­sa, con su espíritu sulfuroso ígneo, con el ser espiritual ígneo que es un ácido, un ser de 1uz y de fuerza, un alma y una vida, el nitro celeste o simiente astral. Esta simiente, el viento la ha conducido a la tierra, a la nodriza, a la madre que debe engendrarla y conducirla a su naturale­za esencial, que es la Sal de la Naturaleza. "

Párrafo 56:
"La Sal sacada de las cenizas tiene una gran potencia y hay mu­chas virtudes ocultas en ella, pero Basilio Valentín escribe que la sal no es buena para nada si su interior no es puesto en el exterior e inver­tido. Pues es solamente el espíritu quien da la fuerza así como la vida; el cuerpo por sí solo no tiene aquí ningún poder; si puedes encontrar aquél, tienes entonces la sal de los maestros y verdaderamente el aceite incombustible. Sin embargo, debes ser prudente en la elección de esta sal, pues entre todas las sales no hay sino una que sea útil a los sabios; de naturaleza terrestre, Metálica y saturnina, de la que hay que hacer salir no solamente la sal, sino su fuerza interna esencial, es decir, su espí­ritu y su alma ocultos en su interior, que es un aceite incombusti­ble. . . En conclusión, decimos aquí; que la sal es una criatura tal que su virtud y propiedad sobrepasan todo lo que podría proferir de ella la lengua para rendir por ella suficientemente homenaje a Dios, y to­do lo que podría escribir la pluma de ella para el bienestar del mundo.
"Rhasis dice que en el mundo sublunar no hay cosa tan noble como esta sal, supuesto que sea invertida y que su interior sea puesto afuera. La sangre de la Naturaleza, dice que toda la ciencia de esta sal consis­te en saber volver volátil su parte fija y fija su parte volátil. "

Y para terminar, el párrafo 42:

"Los antiguos romanos, espartanos, egipcios y otros pueblos, han tenido igualmente la sal en gran estima, elevándola ‑como lo refiere la crónica‑ Pirámides y columnas, sobre las cuales han representado a un lado un dragón mordiéndose su cola, como si fuese a devorarla, sin cesar de conservar su integridad; y, del otro lado, dos dragones: uno con alas y el otro sin alas, de los que cada uno muerde la cola del otro como si fuesen a devorarla. Es así que han significado la unión del fijo y del volátil, o bien la victoria del volátil sobre el fijo, según lo que es­cribe Nicolás Flamel con este motivo. "


El simbolismo de los dos dragones


El dragón superior alado y el dragón inferior áptero, que se devo­ran uno al otro, constituyen el símbolo más extendido de la lengua hermética. Es el símbolo más significativo, pero también el menos comprendido. Decir, en efecto, que el dragón superior corresponde al volátil y el dragón inferior al fijo, no es sino una mezquina revelación para el entendimiento común. Sin embargo, el presuntuoso que se consagre a la elaboración de los arcanos y sobre todo de la piedra, sin saber qué substancias simbolizan los dos dragones, tomará una ruta fal­sa desde el principio. En el primer capítulo de este libro, capítulo que ha dado su título a toda la obra, hemos dado una explicación del sím­bolo del doble dragón, tan claramente como era lícito hacerla. Sin em­bargo, para evitar al lector referirse a ella, y al mismo tiempo para es­clarecer este tema bajo otro ángulo, vamos a tratar de ello aquí más claramente.

Los Rosa‑Cruces y los maestros no han hecho nunca un secreto de la naturaleza del dragón alado. Se habla abiertamente de aquél en la segunda edición de la Aurea Catena, publicada en 1781, con numero­sos comentarios por el médico rosacruz Anton Joseph Kirchweger de Mährisch Kromau. (La primera edición, sin comentarios, conocida por Goethe, apareció en 1723 en Leipzig.) Kirchweger da igualmente una indicación del todo clara sobre el dragón superior en su obra aparecida en Berlín en 1790, en el Microscopium Bisilli Valentini, ya citado en el primer capítulo:

"Tenemos en nuestro reino un cierto león omnium sublunarium gobernator et actor, muy común en todos los lugares. No solamente los hombres, sino los corderos también, lo pisotean en su ignorancia, pues les es compasivo y los corderos mismos le ofrecen una parte de su subsistencia. En su gloria y en su autoridad, este león es feroz cuando su cólera se desencadena. Su potencia es tal que todos los dioses le es­tán sometidos. En la sangre de este león reinan la sangre del Sol y de la Luna, con una potencia que los que tratan diariamente con él y no lo utilizan más que en empleos viles no pueden suponer. El verdadero ju­go blanco y rojo está sin embargo oculto en él, como lo demuestra su resolución en leche blanca y sangre roja. Todos los sabios suspiran tras él, pero bien raros son los que le conocen, como consecuencia de un prejuicio natural. Se le maneja todos los días, y se desdeña a causa de su origen rústico; se acomoda con cosas muy comunes, lo que los an­tiguos han descubierto al precio de tantos cuidados y penas. Ellos han recibido en su corazón con gran contento este hijo del sol y de la luna, tras haberlo reconocido y encontrado.

"No se le estima nada, por cuanto que se le encuentra comúnmen­te en el estiércol, pero pese a todo el desdén que se tiene por él, no po­demos pasarnos sin él, ni para las menores obras, ni para la medicina; debe ayudarles a regular y a acomodar todo; es el verdadero baño de nuestro Saturno en el cual Diana se pasma de amor. Apolo recibe de él un bello resplandor. Es la verdadera lluvia de oro de Júpiter; Marte y Venus revelan sus colores en él; Mercurio es su mejor amigo, pues su­blima su cuerpo hasta darle una forma celeste. Cuando este León en­gulle un Águila, es tan poderoso que puede combatir con el más gran­de rey y todos sus sujetos y abatirlos completamente, para a continua­ción regenerarlos en lo que eran antes.

"¡Oh mundo ciego, que no reconoce al Ens naturae concentra­turn, la quinta essentia solis et lunae et omnium rerum! ¡Tienes ante ti el fuego suficiente, la substancia furiosa del jugo ardiente; el mayor corrosivo de la misericordiosa naturaleza, y te apartas de él como del diablo, por ignorancia pura e inatención! ¡Oh! Si conocieras su esplen­dor y su potencia, tus rodillas se plegarían ante él más a menudo que ante los señores más poderosos de la tierra. Buscas en centrum centri y no sabes lo que tienes entre las manos; buscas el spiritus mundi en el mundo entero, y hasta en el Nilo de Egipto, y no lo apercibes delante tuyo. Ves su fuerza con tus propios ojos y le dejas desvanescerse en el aire sin tener cuidado de ello. ¿No merece pues tu atención, cuando está probado y es mostrado visiblemente, claro como la luz del día, que, del mismo modo que todo ha sido hecho del agua, puede, más que ninguna otra cosa en toda la naturaleza, cambiar de nuevo todo en agua y en forma líquida? ¿No se impone la materia a reflexión? ¿Te­mes su crueldad y no has aprendido que un jugo del reino de Baco, in­significante y sin embargo venerable, transforma su rudeza y su caus­ticidad y lo vuelve tan dulce como el azúcar puro? ¡Oh, alquimistas, abrid pues los ojos, captad la luz de la Naturaleza, buscad el bálsamo allá donde se encuentra! No está lejos, ahí, delante de tu nariz, en todas las cosas de este mundo, y todos los abaceros lo venden a vil precio. "

Incluso un profano reconocerá en estas citas la alusión al ácido nítrico, del que los alquimistas han hablado bajo el nombre de fuego as­tral, y que no es otro que el dragón alado superior. Los alquimistas nunca han ocultado en sus escritos el método de preparar el ácido ní­trico. Los salitreros estaban extendidos por todas partes en esta época, y el estado de refinador de salitre era un oficio bien definido.

Los alquimistas sabían perfectamente que no había nada que sa­car del conocimiento único del fuego superior, ni para prepararlos ar­canos, ni para preparar la piedra filosofal. Mencionan su fuego astral, su dragón alado superior, con tarta más complacencia cuanto que ello desviaba la atención del dragón de abajo que no era así sino mejor de­jado en la sombra. Es este mismo artificio el que se encuentra en Aurea Catena Homeri. Esta obra, por otra parte admirable, no contiene ningún engaño deliberado, pero toda la atención está en ella desvia­da en provecho del dragón superior, pese a que nada se dice del dra­gón de abajo, de suerte que quien trabaje según estas indicaciones no obtendrá ningún resultado satisfactorio y no se apercibirá siquiera de que algo esencial se ha omitido en ellas. Es igualmente por esto que el investigador sin malicia se esforzará vanamente en obtener la dulcifi­cación: pues el digno jugo del reino de Baco ‑como se dice en el pasa­je citado de Kirchweger‑ no basta por sí solo, cualquiera que sea su importancia. La condición previa del éxito de esta operación es el do­ble fuego secreto, realizable por la unión íntima del dragón superior y del dragón inferior. Es el doble fuego secreto salino de los Adeptos: la salamandra. El autor debe dejar sin respuesta la‑pregunta planteada por R. Bernoulli en su ensayo mencionado en el primer capítulo de este libro: ¿Qué se hace con él? Desde hace milenios, un espeso velo re­cubre el fuego secreto de los Adeptos, y la maldición siempre actuan­te de los maestros alcanzaría todavía hoy en día al que revelase este secreto al profano.

Los dos primeros versos del poema de Basilio Valentín, titulado De prima materia lapidis philosophici, podrían quizá acercar al buscador de la verdad, bien que este poema no trate de la preparación de la sal ígnea, sino que concierna, como casi todas las indicaciones de los maestros, al tratamiento ulterior de la prima materia, ya preparada. La piedra de la que se trata en el caso de Basilio Valentín es ya la prima materia penosamente adquirida. Recordemos este poema maravillosa­mente revelador, del que ya hemos citado algunos versos en el primer capítulo de este libro:

Se encuentra una piedra de precio vil
De la que se saca un fuego volador,
Del que la piedra misma es hecha,
Compuesta de blanco y de rojo.

(Recipe vinum rubeum vel album), y a continuación:

Pero ella es piedra y no piedra,
Pues sólo en ella actúa la Naturaleza.
Sale de ella una clara fuente,
Para abrevar a su padre fijo...

(La fuente: se trata del spiritus mercurii, destilado a partir de la prima materia.) ¡Sapienti sat! Repitámoslo. No se trata aquí de la prepa­ración de la sal ígnea, del fuego secreto de los Adeptas. Sin embargo, gracias a la multiplicidad de sentidos que caracteriza los escrito, de Ba­silio Valentín, como de todos los Adeptos en general, se podría ahí descubrir quizá, con un poco de olfato, el escondrijo del dragón infe­rior... He aquí la continuación del poema:

Esto no es nada, dice el filósofo,
Sino un doble Mercurius.
No digo más de él, está nombrado,
¡Dichoso quien lo conoce justamente!

En la Disertación final, Basilio Valentín vuelve sobre esta piedra que no es sin embargo una piedra:

"Así, el spiritus coagulatus in metallis debe ser reducido de nuevo en azogue por el arte, y este espíritu debe a continuación devenir agua, su materia prima, a saber el agua mercurial. Entonces es una pie­dra sin ser una piedra no obstante, de la que se prepara un fuego volá­til, bajo la forma de un agua la cual hace ruido, disuelve y lava a su pa­dre fijo y a su madre volátil. . . Del mismo modo nuestro oro posee un imán y este imán es la primera materia de nuestra gran piedra. Si com­prendes mi discurso, eres rico y dichoso más que nadie en el mundo. "

Pese a sus estudios consagrados al simbolismo alquímico, C. G. Jung no ha llegado aún a esta comprensión.

En fin, para esclarecer bajo otro ángulo el oscuro problema de la materia remota y de la materia prima, citemos un pasaje del pequeño libro que Marsilio Ficino ha consagrado a la piedra filosofal (traduc­ción alemana aparecida en Nuremberg en 1667):

"Los filósofos pretenden que su piedra se encuentre por todas partes, sobre las montañas y en los valles, e incluso en los hoyos de la tierra y en los roquedales huecos. Soy de la opinión de que esta propo­sición ha sido falsamente interpretada por muchos, y ahí se encuentra el origen de todos los errores cometidos por los antiguos y por sus su­cesores, por todos los que, buscando su piedra en la sangre, en los hue­vos, en la orina y en otras cosas semejantemente inútiles, se han agota­do en vanos trabajos hasta su último día. Sino que debes comprender esta proposición así: del mismo modo que el sol celeste está presente por todas partes con sus rayos, del mismo modo nuestro sol terrestre, el oro, se encuentra por todas partes en el vaso entero, es decir, en el pequeño mundo, con sus surcos; sobre las montañas, es decir, en el capitel del alambique, en el cielo, así como en las cavernas de la tierra, es decir, en el fondo del vaso.

"Dicen también que nuestra piedra nace sobre dos montañas, en el cielo y Sobre la tierra. Compréndelo bien: en el vaso. Declaran tam­bién que la piedra se encuentra en todas las cosas: esto quiere decir en todos los metales. Item. Puede comprenderse como sigue: que la na­turaleza existe en cada cosa, ya que ella tiene todos los nombres y es el mundo entero. Es por esto que esta piedra posee todos los nombres y se dice de ella que se encuentra en toda cosa, bien que se encuentre en mayor cantidad y más cerca en una cosa que en otras, porque los fi­lósofos no desean y no exigen más que la naturaleza prolífica de los metales.

"Es por esto que dicen también que los ricos, es decir, los pueblos perfectos, es decir, el oro y la plata, poseen esta naturaleza prolífica. Los pobres, es decir, los metales imperfectos e inferiores, no la poseen. Pues la naturaleza prolífica del oro y de la plata es mucho más perfec­ta y más refractaria al fuego que la de los otros metales.

"Los filósofos buscan también una cosa fija y perdurable que go­bierna al mundo entero; es decir, el sol y la luna. Es por esto que el sol dice: yo soy la piedra y la piedra está en mí.
"Los filósofos dicen también: esta obra de la piedra es un trabajo de mujer y un juego de niños. La mujer es ora el mundo terrestre, ora el Mercurio, y es por esto que parece que lleva a cabo el trabajo entero.

"Los jóvenes muchachos juegan con la piedra, es decir: los tres elementos con la tierra. O también: los cuerpos inferiores juegan con la piedra de oro y de plata, cuando la han aumentado al final.

"Dicen del mismo modo: los muchachillos juegan con esta piedra y la arrojan. Esto quiere decir: los tontos ignorantes y sin experiencia arrojan la tierra negra, tras haber retirado de ella sus elementos por la sublimación; y menosprecian esta tierra que queda al fondo del vaso. "



Del fuego secreto a los arcanos y al elixir


La preparación del doble fuego secreto (existe también un fuego triple, salido de los tres reinos) es el gran trabajo preparatorio indispensable que los alquimistas llaman `trabajo de mujer', pues recuerda a un trabajo de lejía, por analogía con el trabajo de los refinadores de salitre. Es así al menos al comienzo, pero la continuación de este tra­bajo deviene singularmente complicada y no puede ser realizada más que si se conocen exactamente la medida, el número y el peso. Es por esto que los alquimistas hablaban también del trabajo de Hércules Una vez que este fuego secreto, doble o triple, está preparado y es `vuelto espiritual', por hablar la lengua hermética (aunque se trate igualmente de un procedimiento químico), la vía está abierta a los ar­canos y a la lapis. Está abierta al menos al investigador experimenta­do: insistimos sobre este último punto.

La preparación de los arcanos es la misma que la de la lapis por la vía llamada seca y corta, o más bien es una de las etapas de esta vía, bien que sea una etapa ya avanzada; pues sin el fuego salino doble espi­ritualizado, el Alkahest, los arcanos no son realizables.

El fuego salino doblé o triple es también el agua solvens, el Circu­lado mayor o menor de Paracelso, según su grado. Los metales, los mi­nerales, así como los corales que entran en la preparación de los arca­nos, son tratados por el fuego secreto salino, y pasan finalmente con este último en la destilación. Hay que observar igualmente que no se deben emplear a este efecto más que los metales naturales, es decir, nativos, lo que vale particularmente para el antimonio.

La vía llamada húmeda y larga, pasando de la preparación del spi­ritus vini philosophici a la del mercurio de los sabios, y después al es­píritu de vino secreto: "Recipe vinum rubeum vel album" no contem­pla los arcanos. La piedra, el elixir, o la tintura acabada al blanco o al rojo es sin embargo el mayor de los arcanos. Como lo dice justamente Max Retschlag, es un remedio que, por la energía latente y concentra­da que desprende en las células, actúa sobre ellas como un remedio universal. Esta representación responde perfectamente a nuestro cono­cimiento presente de la constitución del cuerpo y de la estructura de las células. Max Retschlag, que ha practicado él mismo la alquimia, llegó a un elixir salino de gran poder curativo, sin que hubiese poseído sin embargo la piedra. En el capítulo "Ensayos prácticos y sus resulta­dos", escribe:

"Ensayos proseguidos durante años, fundados sobre antiguas obras herméticas accesibles, han conducido a un elixir cuyo efecto re­cordaba en diversos aspectos a lo que se atribuye al Gran Elixir. Su preparación exige un trabajo extremadamente sutil, que dura nume­rosos meses y que no es posible sino a una escala muy reducida. Pero el éxito compensa ampliamente los esfuerzos, el tiempo y los gastos empeñados. El carbono y los elementos que le están asociados, en particular el ázoe, deben entrar en este elixir bajo la forma de sales dinami­zantes. No se trata sin embargo de sales `bioquímicas' ni de sales áci­das orgánicas, sino de combinaciones hasta aquí desconocidas o ne­gligidas. Este elixir debe ser prescrito en dosis relativamente mínimas, más o menos frecuentes según la gravedad de la enfermedad. Se com­prende que un elixir así tenga efectos igualmente felices sobre los ani­males. La acción es también favorable sobre el crecimiento de las plantas, pero habría ciertamente que emplear otra preparación para obtener en el reino mineral un efecto comparable a los resultados ex­traordinarios que los antiguos maestros herméticos han obtenido con su elixir secreto':

El autor no podría afirmar que Max Retschlag haya conocido el secreto del fuego de los Adeptos o que lo haya preparado él mismo. No ha conocido a Retschlag personalmente y nunca ha visto su elixir salino. Cuando Retschlag dice que su elixir no se deja preparar más que en pequeñas cantidades, dice ciertamente la verdad, pero en un gran laboratorio se pueden poner en rueda muchas operaciones a la vez. Sin embargo, no es posible preparar este fuego salino por cubas enteras, como en las fábricas.

Una de las dificultades principales reside en el aparataje, que falta hoy en día: los alquimistas trabajaban en condiciones completamente diferentes de las de la química moderna, de suerte que hay que hacer confeccionar especialmente los instrumentos necesarios, lo que no siempre es simple, ya que la industria química no está adaptada del to­do a estas exigencias

Tan sorprendente como pueda parecer esta afirmación, los alqui­mistas trabajaban muchos aspectos de forma más exacta, más precisa y más cuidadosa que las industrias químicas modernas. La producción del espíritu de vino o del agua destilada en los alambiques de cobre, el transporte de los alcoholes en recipientes de zinc en lugar de bombo­nas de vidrio, o de los aceites esenciales en recipientes de hierro blan­co, como tiene lugar a menudo hoy en día, le parecería inadmisible al alquimista, pues el alcohol o los aceites esenciales conservan así trazas de emanaciones metálicas. Las destilaciones no pueden ser emprendi­das más que en vasos o cornudas de vidrio, de porcelana o de cristal de roca; el fastidio de estos recipientes es que se quiebran en su mayor parte a la primera destilación, bajo el efecto de la dilatación de los cuerpos tratados, de suerte que estos recipientes no pueden ser em­pleados sino una sola vez, incluso si son bien circundados y lutados. Es por esta razón que Kunckel se lamenta: "¡Si no hubiera, rotura de los vasos!"

Así, el que recorre el difícil camino debe prepararlo todo él mismo, comenzando por el spiritus e vino, destilado a partir de vino li­coroso, hasta el salitre natural y el vitriolo nativo. Puede tenerse así una idea de las dificultades accesorias del trabajo alquímico, que se en­cuentra ahora privado de métodos de realización adaptados a la `in­dustria química' de los tiempos pasados.

En el curso de este capítulo, el autor ha recordado de pasada a al­gunos truhanes e iluminados que ha tenido ocasión de encontrar en sus peregrinaciones en el laberinto alquímico. Se recordará a uno de entre ellos que pretendía captar el mercurio directamente del aire, con la ayuda de ciertas manipulaciones. Bien que este hombre, casi octoge­nario, desnudo de todo conocimiento químico o de otro tipo, prosiga una quimera desde hace más de cincuenta años, no deja de tener una vaga intuición del más profundo secreto de los Adeptos. Sin embargo, incluso entre los que sabían preparar la piedra por la vía seca o húme­da, solamente algunos han poseído la clave de este último secreto. Los escritos alquímicos no tratan de él más que raramente, y siempre en parábolas y en enigmas. Uno se pregunta incluso si todos los que han escrito por alusión han recorrido realmente el camino, o si no hablan de él más que de oídas. Esta última hipótesis parece más verosímil. No es el caso, para mis conocimientos, ni de Isaac el Holandés, ni de Basi­lio Valentín, ni de la Aurea Catena (se trata siempre de la vía seca y de la vía húmeda). Henry Kunrath parece haber tenido conocimiento de ello, si nos referimos a su libro: Magnesia Catholica Philosophorum, o cómo obtener la magnesia católica oculta de la Piedra universal secreta de los verdaderos filósofos (...Anweisung die verbogene catholische Magnesie des geheimen Universaisteins der ächten Philophen zu erlangen, 1599). En Montfaucon de Villars (1670) se encuentra el pasaje:

"No hay sino que concentrar el fuego del mundo por espejos cón­cavos, en un globo de vidrio; éste es el artificio que todos los antiguos han ocultado religiosamente, y que el divino Teofrasto ha descubierto. Se forma en este globo un polvo solar, el cual, estando purificado por sí mismo de la mezcla de los otros elementos, y preparado según, el ar­te, deviene en poquísimo tiempo soberanamente propio a exaltar el fuego que hay en nosotros. "

De acuerdo con esta concepción, un teósofo de nuestro tiempo, Van der Meulen, escribió en 1922:

"El éter es puesto en movimiento por los rayos del sol. Quien consigue concentrar estos rayos por espejos o lentillas, sería capaz de provocar ciertas ondas en el éter (se trata del Prana de los hindúes y no del éter hipotético, por otra parte sobrepasad, de la ciencia). Así, aquel que sepa unir la fuerza del fuego elemental con la del ignis essen­tialis, verá aparecer, muy lenta pero regularmente, gota a gota, un li­quido, un remedio incomparable contra muchas enfermedades: tuber­culosis, hidropesía, etc.

Pero las alusiones y las instrucciones son incompletas con motivo de esta vía antigua y más que secreta. El `polvo solar', obtenido con la ayuda de un espejo ardiente, al que se llama de una forma significati­va sal naturae, debe ser completado por el `agua filosofal' que se obtie­ne por un método análogo y no menos curioso; reducida por evapora­ción, este agua deja una sal roja. La preparación del Gran Elixir exige la unión de estos dos ingredientes misteriosos.

Esta vía, la más oscura y oculta, no tiene nada en común con la vía seca y la vía húmeda, por intermedio del fuego secreto y el espíri­tu de vino secreto, seguidas por la mayor parte de los Adeptos conoci­dos. La mencionamos, sin embargo, en previsión de preguntas even­tuales. El autor no ha tenido ninguna experiencia práctica de ella y no sabría por tanto decir nada más de ella. Esta vía debe por otra parte ser impracticable a priori en Alemania y en los países nórdicos, donde "el estío no es más que un invierno pintarrajeado de verde"; para citar a Heinrich Heine: el calor y la intensidad de los rayos solares serían en efecto insuficientes en ellos; en cambio, Italia y los países meridionales se prestarían más a este método. Se presume que fue practicado por los iniciados del antiguo Egipto.

La concentración, incluso muy prolongada, de los rayos solares por un espejo cóncavo, no es por otra parte apenas suficiente para ob­tener este pulvis solaris. Todo trabajo estaría condenado al fracaso, faltos de poseer el imán oculto, indispensable a esta operación. El abad Montfaucon de Villars diserta, en su famoso libro, sobre este espe­jo cóncavo y sobre la posibilidad de establecer relaciones mágicas con los "habitantes del elemento ígneo" por este medio. A propósito de esto, no carece de interés citar un pasaje de la Opus Magocabbalisti­cum de Georg von Welling:

"Nos es forzoso declarar que el conde de Gabalis parece ser un bien mísero filósofo: ha oído bien sonar, pero no ha captado la hora. Sin esto, no habría divagado sobre el medio de concentrar el polvo solar rojo en un globo de vidrio; se requiere una cosa distinta, en verdad, pa­ra obtener este azufre macho rojo de los filósofos. Habla bien del glo­bo de vidrio, pero no dice nada del vehículo magnético."

Lo repito: todo el procedimiento me parece oscuro e ignoro el imán necesario a su realización. No obstante, tras cuarenta años de familiaridad con el universo alquímico, estoy forzado a admitir intuitivamente su posibilidad. He pensado durante largo tiempo sino se trataba toda­vía de símbolos particularmente oscuros, concernientes a la prepara­ción del spiritus vini rubei vel albi, y por tanto del león rojo y de la leche virginal. Pues, incluso el que tiene conocimientos sobre la Obra fracasa a veces en su tentativa de descifrar las descripciones alegóricas de los Adeptos. Hoy en día, sin embargo, ya no puedo rechazar la hi­pótesis de que existe todavía una vía secreta y diferente para obtener el pulvis solaris, y que es posible preparar la piedra filosofal con ayuda de este polvo y del `agua filosofal' elaborada por una vía análoga.

Creemos haber alcanzado en este capítulo los límites de lo lícito, e incluso haberlos sobrepasado. El modo de preparación de uno u otro magisterio no puede ser descrito. Pero hemos indicado más clara­mente y con menos reticencias que ningún otro autor alquímico, la dirección en la cual deben comprometerse la reflexión y la búsqueda. La vía que conduce del espíritu de vino secreto al mercurio de los fi­lósofos, al vino blanco y rojo y, finalmente, a la lapis, es una vía extre­madamente penosa y larga, pero es también la vía regia y soberana: la piedra así preparada tiñe mucho más que la obtenida por la vía seca, llamada corta, con ayuda únicamente de las sales ígneas. La primera de estas vías no puede ser encontrada; es un don que se recibe. En cuanto a la segunda, se la puede descubrir a fuerza de trabajo y de perseverancia incansable. Este parece haber sido el caso de Max Rets­chalg, pero él no ha encontrado sin embargo el elixir tingente.
Como ya se ha dicho: "En la sal, la luz está retenida, mágicamente cautiva. " Se trata de liberarla de ella, pues "la sal es una buena cosa", como dijo la boca del que fue la luz del mundo.


De lapide philosophorum


Séame permitido cerrar este capítulo por la conclusión apenas abre­viada, del tratado Descripción de diversos sujetos físicos, medicinales, químicos y económicos raros y agradables (Beschreibung interschiedli­cher rarer und schöner physic., medizinischer, chymischer und oeco­nomischer Dinge), obra póstuma debida a Johannes Otto von Helbig, editada por su hermano L. Christoph von Hellwig (sic), médico de Er­furt (Francfort y Leipzig, 1704). Estas líneas, consagradas a la piedra filosofal, son de una concisión sin parecido:

"Querría finalmente añadir aquí la piedra filosofal para que las al­mas curiosas puedan reflexionar más largamente sobre ella, lo que me está prohibido a mi a causa de mis ocupaciones y de otros desvelos. Estoy por otra parte decidido a renunciar a este trabajo de ahora en adelante y a contentarme con el conocimiento de este bello secreto, sin poseerlo no obstante.
"Esta piedra es verdaderamente una piedra, a saber un piedra de tropiezo contra la que algunos han fracasado cabeza, fortuna, bien y honor, sin haber conseguido nada, visto que pocos buscan en ella la sa­biduría , sino más bien las riquezas, los honores temporales y la larga vida. . ., La materia alejada (no describo todo esto más que en algunas líneas) de este magisterio es el aire; la materia próxima, un agua salina­-dulce atractiva; la materia más cercana es una tierra blanca como la nieve, preparada del agua; la más cercana, en fin, es el mercurio salido de la doble sal de esta tierra.
`No se puede comprar esta materia en ninguna parte; no se en­cuentra ni en la mar ni sobre la tierra; en su ser grosero, es capaz ya de abrir el oro más fino y fermentarlo como la levadura.
"Su fuerza es grande en el arte médico.
"Con grandes gastos, con fuertes cogitaciones y con el dinero no se llega sin embargo a nada en este Arte, sino más bien por la oración, la reflexión y al precio de un poco de esfuerzo.