“Qué es un fantasma?, preguntó Stephen.
Alguien que se desvanece en el aire hasta hacerse impalpable,
por muerte, por ausencia, por cambio de costumbres.”
James Joyce
Dicen que, cada veinte años, en el “ghetto” judío de Praga, aparece un hombre que es todos los hombres; dicen que cada veinte años se tiene miedo de ver a un hombre.
Ni el olvido esconde su figura y en las noches se oye a una voz decir: “Notre Roy, dont les pieds sont rouges et dont les yeux sont noirs, nait entre montagnes couvertes d’arbres...”, mientras alguien hojea libros de alquimia con los restos de su voz: y el libro se mueve solo, a inspiración del silencio.
Por la mañana, en el jardín donde aún muere, se escucha a los pájaros decir para su nombre: y el agua cae y lo borra.
Porque este hombre tuvo alguna vez un nombre, y fue un pie sobre la tierra, pero ya no tiene.
Su vida imita la muerte, que conserva apresado su nombre. Y la muerte lo envidia, porque es más bello que ella, y se parece más que ella a la muerte.
Los amigos son recuerdos de una pesadilla, y voces de la locura.
Por el contrario, para los hombres, la mujer y la bebida son emblemas de la vida. Pero al Golem una voz le dice suavemente: “No sueñes”.
La mujer y la bebida son afirmaciones del “yo”, y tú ya no las necesitas por cuanto eres tú mismo. La vida se posa a tus pies como un pájaro muerto. Cuando anochece y te duermes, con dificultad porque estás demasiado despierto, se oyen cánticos de iglesia, porque la voz de la iglesia es la voz de la muerte.
Tu vida es aún la inexplicable penúltima: para ti, que has rozado la última letra.
Para ti, que has soñado con la última letra y que dedicaste a ella toda tu empresa poética.
Que lo sacrificaste todo por ser un hombre cierto: y he aquí que un hombre cierto es un fantasma.
Un hombre que aparece cada veinte años, en el “ghetto” judío de Praga, para recordarles a los hombres que hay algo peor que el sueño y que la cesación del sueño, y que ese algo se llama consciencia. Conciencia, sí, muerte y nada de la vida. Porque si la muerte es sueño, este estado no se parece tampoco a ella: ni al paraíso, ni al infierno ni al limbo, sino tan sólo a la nada, a la amistosa nada que niega y se ríe de mis recuerdos.
Porque los hombres comentan aún mi existencia como si la de ellos fuera, pero aparece un reflejo de miedo en sus ojos cuando intuyen que “vivo”, que existo en medio de espectros, de hombres que sueñas y sueñan más y más, y no despiertan nunca, ni en la muerte.
Yo soy un “lamed wufnik”, yo soy aquél que posibilita la vida, y sobre mí descansa el peso del mundo.