lunes, 18 de junio de 2012

Extracto de “Estudios sobre el combate” de Charles Ardant du Picq - LA CABALLERÍA






  1. LA CABALLERÍA Y LAS ARMAS MODERNAS


Se dice que, debido a las armas actuales, la Caballería tiene pocas posibilidades de acción en los combates. ¿Acaso la Infantería no acusa sus efectos?.
El ejemplo que nos brindan las dos últimas guerras no prueba nada: Un lugar, un país dividido en dos y una Caballería que nadie osa comprometer en el combate y a la que, por lo tanto, se despoja de su audacia que es su única arma.
Siempre se ha puesto en duda la utilidad de la Caballería, posiblemente porque su mantenimiento es caro y precisamente por eso es por lo que se emplea tan poco... Cuando se dice que alguien vale mucho, ese alguien no tarda mucho en creérselo y hace lo posible por no caer en la lucha. Observad, por ejemplo, a los Oficiales de Estado Mayor que (salvo honrosas excepciones) nunca son baja aun cuando lo haya sido su General.
Con el empleo de las nuevas armas, la misión que menos ha variado ha sido la de la Caballería. Sin embargo, este Arma sigue manteniendo su mismo credo: la carga. El combate entre dos unidades de Caballería sigue desarrollándose según los cánones de la antigüedad, lo mismo que ocurre en el combate entre Caballería a Infantería. Cuando lo hace contra esta última, solamente tiene posibilidades si se trata de una Infantería que se encuentre medio deshecha (dejemos a un lado los épicos relatos que son pura fábula cuando tratan de una de estas dos Armas) y, ciertamente, sabe cómo hacerlo. Del combate entre Infanterías no podría decirse tanto.
Con el poder de destrucción de las modernas armas, el avance bajo el fuego enemigo, que siempre obliga a disminuir o cesar el propio, llega a ser imposible y, en ese instante, la ventaja vuelve a ser de los defensores. Es tan evidente que quien no esté convencido de ello es un insensato. ¿Qué hacer entonces? Tirotearse y cañonearse a distancia, hasta consumir completamente las municiones por ambas partes. ¡Puede ser! Pero, ciertamente, esta situación nos lleva hacia la necesidad de realizar movimientos; más que nunca tendrán la mayor importancia las escaramuzas desde lejos, que intenten forzar al enemigo a la carga para que abandone su posición. ¿Y quién maniobra más rápido que la Caballería? ¡Pues ésta es su misión!
El excesivo perfeccionamiento del armamento no permite por así decirlo, más que la acción individual del combatiente (la dispersión del soldado) y, por otra parte, este armamento desarrolla su máxima potencia cuando se emplea en conjunto con fuerzas suficientemente importantes para intimidar al enemigo por sus flancos o su retaguardia.

La Caballería maniobra en el campo de batalla. ¿Por qué? Porque puede hacerlo con rapidez y, sobre todo, porque lo hace fuera del alcance de los fuegos de Infantería, aunque no siempre puede hacerlo fuera del alcance de los de la Artillería. A1 ser la maniobra una amenaza y causar un gran efecto moral, el General de Caballería, que sabe maniobrar, contribuye en el mayor alto grado al éxito final.
La Caballería hace que el enemigo detenga su avance, lo fija y, al no demostrar con claridad sus intenciones, le fuerza a adoptar tal o cual despliegue y a permanecer bajo el fuego de la propia artillería (de la Artillería Ligera, si el General sabe utilizarla) durante el tiempo necesario para provocar su desmoralización y poder cargar contra él, etc.
La táctica de la Caballería no se ve influenciada ni ha cambiado por el uso de cañones de ánima rayada ni de fusiles de precisión. Estas armas, como el adjetivo «precisión» indica, sólo causan efecto cuando la precisión existe en todas las fases de la batalla, desde la dosificación de las municiones hasta la realización de la puntería; pero, cuando se emplean fuera de alcance sus efectos disminuyen, y debemos tener en cuenta que precisar la distancia de una unidad que está en movimiento es imposible, y que el movimiento es la esencia de la Caballería. Aparte de esto, las armas de ánima rayada hacen fuego sobre todo el mundo.
En resumen, la Caballería está en las mismas circunstancias que todo el mundo.
Pensemos qué podríamos responder a esta pregunta: ¿Desde que se han perfeccionado las armas, el soldado de Infantería no debería retraerse en el ataque a una posición, especialmente cuándo debe avanzar sobre el fuego enemigo? ¿Es que, acaso, los jinetes tienen otra encarnadura? ¿No tienen el mismo corazón que los infantes? ¿Lo que hace uno marchando bajo el fuego, no puede hacerlo el otro galopando bajo ese mismo fuego? El día en que esto ocurra, es decir, el día en que el jinete no pueda realizar su galope bajo el fuego enemigo, ese mismo día le será imposible al infante avanzar mientras disparan sobre él, y los combates se convertirán en un intercambio de disparos de carabina entre hombres bien parapetados y no cesará hasta que se hayan acabado todas las municiones.
La Caballería cruza por entre el peligro mientras que el infante avanza hacia él y por eso (si se llega, lo que es probable, a la determinación de las distancias) el jinete no verá disminuir su papel por el perfeccionamiento de las armas de largo alcance. El infante no llegará nunca solo hasta el enemigo; será el jinete, si está bien apoyado, quien amenace, haga maniobras de diversión y fuerce la dispersión del fuego enemigo. Mientras tanto, el infante ocupará el terreno como siempre, pero necesitará más que nunca el apoyo de la Caballería.
Quien sepa utilizar con audacia su Caballería será el indiscutible vencedor, porque las armas de largo alcance, aunque el jinete y su caballo ofrezcan mayor blanco, no tienen razón alguna para detener o derribar mejor al jinete que al infante.
El efecto más probable que cause la Artillería en la actualidad, será el aumentar la dispersión o la apertura de los intervalos de las unidades de infantería e, incluso, de las de caballería. La primera puede iniciar el avance desde lejos desplegada en guerrilla para reagruparse durante la marcha, ya más cerca de su objetivo, aunque el mando se haga más difícil (una ventaja de los franceses).
Para Caballería a Infantería, las consecuencias del perfeccionamiento de las armas será que se huirá desde más lejos ante ellas, y nada más.
Ya desde la época del Imperio, en los Ejércitos europeos se ha opinado, en general, que la Caballería no ha dado los frutos que se esperaba de ella porque no ha existido, ni entre nosotros ni entre los demás, un verdadero General de Caballería. Según parece, esto es un fenómeno que no se produce más que cada mil años y, a pesar de todo, no es tan raro como tener un verdadero General de Infantería.
Ser un buen General, ya sea de Infantería o de Caballería, es infinitamente raro, como ocurre con lo bueno en todas las cosas. El cometido de un buen General de Infantería también es muy difícil, quizás es más difícil aún que el de Caballería. Ambos necesitan tener una gran dosis de sangre fría, aunque esto resulta más fácil para el jinete que para el infante, que suele estar implicado más directamente en el combate, el mismo poder de decisión y el mismo tacto para mantener las condiciones morales y físicas de sus soldados. Hay que tener en cuenta, además, que la moral y las condiciones físicas de los soldados de infantería están sometidas a mayores pruebas que las de los jinetes.

El General de Caballería, forzosamente tiene que ver con menos claridad, porque la vista tiene sus límites. Los grandes Generales de Caballería son muy escasos. Seidlitz no podría, actualmente, renovar los prodigios que realizó, debido a los perfeccionamientos experimentados por fusil y cañón, pero siempre hay cosas que hacer y, además, yo creo que las haría,
Si no hemos tenido, durante el Imperio, un gran General de Caballería que supiese manejar y hacer maniobrar a sus tropas en lugar de servirse de ellas como si se tratase de un martillo, que golpea a ciegas y no siempre en el sitio preciso, experimentando innumerables pérdidas, es porque, de: la misma manera que los galos, tenemos demasiada confianza en el «adelante, adelante, sin tantas formalidades» Las formalidades no impiden el «adelante», sino que preparan el efecto y lo hacen, a la vez, más seguro y menos costoso para el asaltante. Conservamos toda la brutalidad de los galos, etc. (Melegnano, donde se olvida el trabajo del cañón y del movimiento para tomar la ciudad). ¡Qué raro es encontrar buenos Generales de Caballería y de Infantería!
Un buen jefe debe añadir a su prudencia y sangre fría una resuelta valentía y un gran ímpetu, ¡qué cosa más difícil!
Se dice que los terrenos cercados de los campos de Europa, no permiten la actuación de grandes masas de caballería. No lo lamento. Estoy más extrañado por el efecto pintoresco de esas trombas de caballería, de las que se habla en los relatos sobre el Imperio, que de los resultados obtenidos, porque no me parece que éstos estén de acuerdo con la aparente potencia del esfuerzo y con la grandeza real de los sacrificios. Y, en efecto, esos enormes martillos (otra comparación consagrada) son pesados de manejar, no tienen la dirección segura de un arma bien cogida en la mano y, si el primer golpe no es seguro, no se puede volver a golpear. Así que como el terreno no permite reunir a la Caballería en grandes masas, podemos prescindir de los demás motivos existentes.
Pero estos motivos propuestos por las observaciones ministeriales de 1868, sobre el servicio de la Caballería, me parecen, por otro lado, excelentes. Es cierto, en efecto, que ante la extensión siempre creciente del terreno, el perfeccionamiento de las armas, la amplitud de los campos de batalla, la confianza en la Infantería y la audacia de la Artillería que proporciona el apoyo inmediato a la Caballería, se exija que este Arma tenga entidad suficiente, en cada División, para poder desarrollar una acción eficaz.
Me parece, pues, perfecto que exista un Regimiento de Caballería a disposición del General de la División y, sean cuales sean las experiencias que se hayan podido hacer, nada hará cambiar mi convicción de que es una excelente medida en campaña.


  1. CABALLERIA CONTRA CABALLERIA


El combate de la Caballería es cuestión de moral en mucho mayor grado que el de la Infantería.
Estudiemos, en primer lugar, la moral del combate de Caballería, realizado hombre contra hombre. Dos jinetes se lanzan al encuentro uno del otro. ¿Dirigirán de frente a sus caballos? Estos chocarían y los jinetes, corriendo el peligro de quedar aplastados, echarán pie a tierra. Ambos cuentan para el combate con su fuerza, su destreza, la flexibilidad de su montura y su valor personal; por lo tanto, no querrán llegar a un choque ciego, lo que es razonable, sino que se detendrán, al llegar frente a frente, para combatir uno contra el otro, o se cruzarán dándose al pasar lanzazos o golpes con el sable, o, quizás intentarán que el pecho de su caballo golpee la rodilla de su enemigo para derribarle. De lo que no hay duda es de que, buscando siempre el golpear a su enemigo, ambos procurarán protegerse y que evitarán el choque frontal y ciego que les impediría el combate. Los combates antiguos, los combates entre caballeros, tanto los de los medievales como de los escasos que puedan darse en la actualidad, no nos enseñan otra cosa.
La disciplina, aun manteniendo a los jinetes dentro de una alineación, no ha conseguido cambiar su instinto; de la misma forma que el jinete aislado, el que forma parte de una línea intentará no destrozarse al lanzarse contra la enemiga, como si de un muro se tratase. Como no existirá ningún medio de escapar al choque, por la derecha o por la izquierda, y ante el terrible efecto que sobre la moral tendrá ver cómo se acerca el enemigo, hombres y caballos se detendrán frente a frente. Esto, suponiendo que son valientes por excelencia, con la moral templada, conducidas ambas perfectamente y con el mismo ánimo las tropas que llegan a encontrarse frente a frente. Es muy difícil que estas condiciones puedan darse a la vez en los dos contendientes, por lo que la situación descrita no se verá casi nunca.

De cada cincuenta veces, una de las Caballerías dudará, se desorganizará y volverá grupas al ver la resolución de la otra antes de llegar a las tres cuartas partes de la distancia a la que puedan mirarse a los ojos; pero siempre, siempre, la detención, el retroceso, el volver grupas, el desconcierto que producen el miedo y la duda, conducen a aminorar, atenuar y a suprimir el choque y a convertirlo en huida que, sin  embargo, no produce la detención del atacante. Este, que no puede franquear o rodear los obstáculos de los caballos, que sin haber comenzado la huida están, sin embargo, rodeados de una confusión que no les permite dar la media vuelta, se desorganizan también, pero este desorden es el de la victoria, el desorden de el «adelante», y una buena Caballería se recupera siempre al avanzar, mientras que la que huye lo hace con el miedo en los talones.
Pero realmente hay pocas pérdidas, porque el combate, si es que existe, no dura más de un segundo. La prueba es que en este combate de Caballería contra Caballería, solo el vencido sufre bajas (y además, pierde generalmente pocas); y es que únicamente el combate de la Infantería es verdaderamente sangriento, como lo hemos visto cuando ligeros cazadores han arrollado a pesados coraceros. ¿Cómo podrían haberlo hecho si éstos no hubiesen flaqueado ante tal resolución? Cuestión, y nunca mejor dicho, de resolución.
La Caballería siempre tiene muchas menos pérdidas que la Infantería, tanto producidas por el fuego como por enfermedades. ¿Acaso es porque es el «Arma de la Aristocracia»? Se explica, ahora, el por qué las guerras largas la benefician más que a la Infantería.
El que en los combates entre Caballerías haya pocas pérdidas quiere decir que no existe tal combate.
Los númidas de Aníbal y los cosacos de Rusia inspiraron un verdadero terror por sus incesantes escaramuzas; golpeaban sin combate y mataban por sorpresa.
¿Por qué se juzga tan mal a la Caballería? (Bien es verdad que no se lo hace mejor a la Infantería). Porque su misión es siempre el movimiento y su efecto el moral. Moral y movimientos tan ligados que solamente con éstos, sin cargas y casi sin acción física de ningún tipo, se produce la retirada del enemigo y, si la distancia que los separa es corta, la completa derrota. Es una consecuencia de la rapidez de la Caballería, para quien sabe servirse de ella.
Todos los escritores sin excepción que hablan de Caballería, dicen que la carga de dos Caballerías, una en contra de la otra, y el choque de ambas, a toda velocidad, no existe. Antes del choque, siempre hay una que flaquea y vuelve grupas, o bien se detienen cuando van a llegar al contacto. ¿En qué queda entonces el M. V2? Si este famoso M.V es una palabra vana, ¿por qué sobrecargar los caballos con el peso de jinetes corpulentos, olvidando que en la fórmula interviene una M y una V? En una carga hay una M y una V2, y las hay aquí y a11í; pero lo único que debe haber es DECISION y creo que nada más.
La unión y el conjunto proporcionan la fuerza de la carga y es lógico porque la alineación es imposible a la velocidad de carga, donde los más rápidos adelantan a los demás, aunque no sea necesario soltar las riendas hasta que se haya producido el efecto moral, ya que sólo se trata de completarlo cayendo sobre el enemigo que en desorden inicia la huida. Los coraceros cargaban así: al trote. Esta calma y este aplomo hacían dar media vuelta al enemigo y, entonces, cargaban al galope.
Una cita: Cerca de Eckmühl un coracero francés golpeaba en la espalda a catorce austriacos. ¿Porque no tenían coraza en la espalda? No; simplemente porque ellos habían presentado la espalda para recibir los golpes.
Jomini habla de cargas al trote contra Caballería lanzada al galope y cita a Lasalle que actuaba con mucha frecuencia así y que, viendo acudir a la caballería al galope, exclamaba. «¡Gentes perdidas!» Jomini hace de eso una cuestión primordial: el trote permite la unidad y la cohesión que el galope deshace. Quizás todo esto sea verdad; pero es un asunto moral ante todo. Una tropa lanzada al galope que ve llegar a su encuentro a un Escuadrón bien formado y al trote, lo primero que hace es extrañarse de verlo con aplomo semejante. Piensa que por el impulso material superior del galope arrasará al enemigo; pero no existen intervalos ni vacíos por donde pasar y perforar la línea, para evitar el choque que destrozaría a hombres y caballos. Estos hombres están bien resueltos a que sus líneas cerradas no permitan a ninguno de ellos dar media vuelta y escapar y, si cabalgan de una manera tan firme, es porque su resolución es firme también y no necesitan aturdirse con el galope desenfrenado.
Estos razonamientos no se los plantean los que van lanzados al galope, pero su instinto les avisa de que algo ocurre y acaban comprendiendo que tienen frente a ellos un impulso moral superior al suyo y dudan. Sin darse cuenta, sus manos retienen a los caballos y los hacen girar; ya no hay alegría en el galope y, si algunos llegan hasta el final, más de las tres cuartas partes han tratado de evitar el choque. Cunde el desorden y la desmoralización y se emprende la huida; en ese momento comienza la persecución y la caza para los que, hasta entonces, avanzaban al trote.
La carga realizada al trote exige jefes y soldados llenos de confianza y fortaleza y solamente los combates pueden proporcionar este temple. Ahora bien, aun siendo fundamental la moral, no siempre se tiene éxito, se necesita también del efecto de sorpresa. Ya Jenofonte recomendaba en sus consejos para las maniobras de la Caballería, realizar, en muchos casos, lo contrario a lo habitual; es decir, adoptar el galope en los momentos en los que hubiese sido normal it al trote y viceversa. Por eso dijo aquello de: «Cualquier cosa que sea, agradable o terrible, mientras menos se haya previsto, más alegrías o espantos produce. Esto sólo se ve en la guerra, en la que cualquier sorpresa llena de terror a aquellos que, sin duda, son los más fuertes».
De manera general, la carga necesita del galope, de la marcha que anima y exalta a hombres y caballos, adoptada a una distancia que permita llegar, aunque cueste caro a hombres y a caballos. Por esto los reglamentos marcan que la carga sea ordenada desde cerca, y tienen razón. Si los jinetes esperan a recibir la orden, llegarán todos... Pero los valerosos y los que, aun experimentando miedo, tienen amor propio han hecho fallar muchas cargas realizadas contra gentes sólidas a las que no han podido vencer.
El conservar a su gente en la mano hasta el momento de dar la orden (toque de corneta) de «¡carguen!» y el instante preciso de darla son, a la vez, cosas tan difíciles que exigen al jefe un enérgico dominio sobre sus hombres y un buen golpe de vista, en un momento en el que más de las tres cuartas partes de los participantes no ven nada; además hay que tener en cuenta que la existencia de buenos jefes de Caballería, desde los jefes de Escuadrón al General, es muy rara, lo mismo que ocurre con las cargas verdaderas.
Jamás tiene lugar el choque real. La fuerza moral de uno de los contrincantes echa casi siempre al otro para atrás un poco más cerca o un poco más lejos. Este «un poco más cerca» puede suponer que se ha llegado casi al «cuerpo a cuerpo», a cruzar los primeros golpes de sable, pero, en este caso, uno de los dos contendientes ya está batido y se prepara para iniciar la huida. El choque franco haría que todos saltaran por el aire. Una carga verdadera, por ambas partes, significaría la mutua exterminación, pero ya sabemos que, en la práctica, el vencedor no sufre casi ninguna baja.

A simple vista se ve que las Caballerías nunca combate entre sí y que los únicos combates verdaderamente cruentos son los que mantienen contra las unidades de Infantería.
Si se espera en posición, siempre se olvida que el caballo querrá huir y evitar el choque. Si se avanza, otro tanto hace el caballo. ¿Por qué Federico prefería las formaciones con las filas cerradas a las que tenían los intervalos más abiertos? Porque no se fiaba ni del jinete ni del caballo.
La Caballería de Federico normalmente sólo tenía cometidos insignificantes, como por ejemplo, el dar la impresión de resolución.
Lo que piden los hombres es que se les aparte del peligro que se les viene encima. Cuando ven al enemigo, y si se les deja actuar por su cuenta, los jinetes partirán al galope, con el riesgo de no llegar o de hacerlo reventados (siendo objeto de una carnicería como les ocurría a los árabes y sucedió, en 1864, a la Caballería del General Martineau). El movimiento rápido mitiga la angustia, por lo que es natural que se quiera realizar; pero los jefes están a11í para algo y su experiencia y los reglamentos les ordenan que se debe avanzar de manera más lenta para ir progresivamente avivando el paso y alcanzar la máxima velocidad en el momento del encuentro con el enemigo: primero al paso, después al trote, luego al galope y, finalmente, al paso de carga. Pero es necesario tener muy buena vista para medir el espacio, la naturaleza del terreno y, si el enemigo avanza, elegir el punto donde se debe realizar el encuentro. Mientras más se acerca uno, más fuerte es la presión moral que se experimenta.
La elección del momento de adoptar la máxima velocidad no es únicamente una cuestión material, ya que nunca se produce, sino que es una cuestión moral. Es necesario intuir en qué momento la inquietud de la tropa exige que se inicie el galope de carga. Un instante más tarde la angustia, demasiado grande ya, hará temblar las manos que sujetan las riendas y no todos partirán al unísono porque algunos querrán ocultarse quedándose rezagados; pero si se ordena un instante antes de lo previsto la velocidad se reducirá y la animación y excitación de la carrera se desvanecerán con ella, la angustia volverá a hacer su aparición y las manos de los jinetes actuarán instintivamente; si la partida ha sido franca, la llegada no lo será.
Federico y Seydlitz se alegraban cuando veían a la Sección central del Escuadrón cargando, con sus cuatro o cinco primeras filas presionadas por ambos costados, porque sabían que, al no poder desviarse ni a derecha ni a izquierda, no les quedaba más remedio que seguir hacia adelante.
Para poder lanzarse como arietes, incluso contra infantería, caballos y jinetes tendrían que estar borrachos (Caballería de Ponsomby en Waterloo), porque, si el choque no se produce, es gracias a las manos de los jinetes, las cabriolas de los caballos y la prevención de las primeras líneas que hacen que éstas se detengan frente a frente.
Está comprobada la necesidad de arrastrar a hombres y caballos y aturdirlos en el momento supremo de abordar al enemigo y ponerlo en fuga.
Las cargas a pleno galope de tres o cuatro kilómetros requieren contar con caballos de corazones de hierro...

Nos falta estudiar la moral y, puesto que siempre nos remitimos a las narraciones de los historiadores, vemos como en todas las épocas se ha puesto de relieve que ya no se veía a dos Caballerías cargando y combatiendo entre sí con armas blancas y que la prudencia hacía volver grupas en lugar de buscar el choque. Estas observaciones han tenido lugar en nuestras filas y en las de los aliados, desde la época del Imperio; siempre ha sido así, a menos que el hombre fuese invulnerable y que la marcha se realizase al trote (el hombre nunca cambia), y se hacen reproches a la Caballería desde los tiempos en que los combates entre ellas eran todavía menos mortíferos que en nuestros días.
La retirada de la Infantería es siempre mucho más difícil que la de la Caballería. Esto es una bobada. Una unidad de Caballería rechazada y desorganizada es un accidente previsto; normalmente se reagrupa más lejos y, a menudo, reaparece nuevamente con ventaja; se puede decir que este es su papel. Por el contrario, una tropa de Infantería rechazada, sobre todo si la Caballería enemiga ha logrado introducirse entre sus filas, queda desorganizada para toda la jornada, especialmente si la acción ha sido acalorada.
Los mismos autores que acaban de decirnos que dos Escuadrones jamás llegan al choque, escribirán hasta la saciedad: «La fuerza de la Caballería está en el choque». En el terror producido por el choque, sí; en el propio choque, no. En la decisión, pues, y en nada más. ¡Asunto de moral y no de mecánica!
No se deben hacer jamás a los Oficiales y a los soldados consideraciones matemáticas de la carga, porque sólo sirven para quebrantar la confianza al dar como resultado el mutuo exterminio que, en la realidad, nunca tiene lugar; debe enseñárseles lo que ocurrirá en la realidad. Lasalle, con su carga al trote siempre victoriosa, se guardaba mucho de semejantes razonamientos que le hubiesen demostrado matemáticamente que una carga de Coraceros, al trote, debía ser desarbolada por otra de Húsares, al galope. Se limitaba a decir a sus soldados: «Marchad resueltamente y tened la seguridad y la certeza de que nunca encontraréis a nadie que se atreva a enfrentarse a vosotros». Es preciso ser un suicida para llegar hasta el final. El francés es suicida por naturaleza y por eso es un buen jinete de combate, especialmente cuando sus jefes también son suicidas. Que es el mejor de Europa está fuera de duda (Imperio, Wellington es buen juez), cuando, además, sus jefes tienen un poco de sentido común, cosa que no daña a nadie. La fórmula de la Caballería es: D (DECISION) y D y siempre D; y D > todas las MV2 del mundo.
Existe un hecho material en la persecución de una Caballería por otra: el perseguido no puede detenerse sin dejarse atrapar por el perseguidor, que ve perfectamente sobre quién marcha y puede golpearle con efectividad y por sorpresa si aquél intenta dar media vuelta y hacerle frente de nuevo. El perseguido tampoco sabe el tiempo que lo será; si se detiene él solo, dos perseguidores podrán caer sobre él, porque lo están viendo perfectamente y se dirigirán, como es natural, contra el que intenta dar media vuelta ya que, de esta media vuelta, puede surgir un nuevo peligro para ellos: la persecución es consecuencia del temor a que el enemigo se dé la vuelta.
Este hecho material de no poder dar media vuelta toda la unidad que huye, sin arriesgarse a ser sorprendida y derribada a tierra, es lo que hace que la huida continúe, incluso para los más valientes, hasta que una ventaja suficiente, un abrigo o un apoyo les permita reorganizarse y volver a la carga, ante la cual el perseguidor se convierte, a su vez, en perseguido.
Por esta razón es por la que toda Caballería tiende a atacar siempre con el mismo frente que el enemigo; de esta manera se puede evitar que, al ceder el centro del frente enemigo, sus alas que quedarán sin enemigo al frente puedan converger y colocarse en su retaguardia convirtiendo a los perseguidores en perseguidos. Pero el efecto de la moral y de la decisión es tal que, en contadas ocasiones, se ha visto a una tropa de Caballería que, después de romper y mientras persigue al centro de otra más numerosa, sea, a su vez perseguida por las alas; pero como la idea no deja de estar ahí, se procura tener flanqueos que puedan evitar esa situación.
¿Por qué el Coronel A... no pide despliegues en profundidad para la Caballería, si cree en la presión que realizan las últimas filas sobre las primeras? ¿Acaso es porque se ha convencido de que únicamente la primera fila puede actuar en una carga y de que ésta no puede recibir de otras, colocadas detrás de ella, ningún tipo de empuje o de aumento de velocidad?
Se discute si una o dos filas para la Caballería; todavía un asunto de moral. Dejadle la libertad de escoger y, según tenga confianza o moral, escogerá una o dos. Hay suficientes Oficiales para ello.
La Caballería, más que la Infantería, (pues su misión es aventurarse más lejos y presentar su flanco al enemigo mucho antes), necesita disponer de Reservas para cubrir sus flancos y retaguardia y para cubrir y apoyar a los perseguidores que, casi siempre, son perseguidos a su regreso. Más que cuando se combate con Infantería, el tener una Reserva intacta es la victoria. En consecuencia, mantener siempre las reservas y la audacia. Haced esto y nadie podrá resistir.
Con espacio, la Caballería se reúne con rapidez, pero si está desplegada en profundidad no puede hacerlo.

La acción de la Caballería dura un instante y es necesario que vuelva a adoptar su formación inmediatamente; con las «llamadas», en cada reunión, el jefe conserva mejor a su gente en la mano o se lo parece, mientras que en Infantería, una vez entrado en combate, no se tiene tregua. Siempre se debe hacer la «llamada» en la primera tregua que haya, tanto para Caballería como para Infantería. Esto debería ensayarse en los ejercicios y maniobras prácticas, no como necesidad sino como una costumbre para que la rutina se imponga y no se olvide hacerla durante una acción real.
Debido a la velocidad de la acción y al tumulto que organiza la Caballería, el hombre escapa con mayor facilidad a la vigilancia de sus jefes. En nuestros combates, la acción es, por momentos, rápida y aislada. El jinete no abandona voluntariamente el combate, porque es peligroso. Entre cada acción siempre existe un reagrupamiento después de la «llamada» (si ésta no se hace es una falta del jefe). En una jornada se pueden realizar de diez a veinte «llamadas» y los jefes y compañeros pueden siempre echar en falta a cualquiera, sin esperar al día siguiente.
Una vez comenzada la acción (acción que es muy dura) y debido al desorden inherente a la misma y a la dispersión, el infante de nuestros días escapa al control de sus jefes, ya que, éstos no pueden realizar «llamada» alguna hasta terminado el combate, y queda únicamente bajo el control de sus compañeros más próximos. La Infantería es, dentro de las Armas modernas, la que más necesita de la solidaridad de sus componentes.
También, desde los tiempos más antiguos (en los que el jinete pertenecía a una casta más elevada que la del infante y debía tener un corazón más generoso) la Caballería ha combatido muy mal y muy poco.
Cualquier tropa, Caballería o Infantería, que inicia el avance debe explorar y reconocer, hasta el máximo posible, el terreno por el que va a discurrir su acción. Condé en Nerwinder y el 55° en Solferino lo olvidaron, y todo el mundo lo olvida. Se necesitan cazadores exploradores para no sufrir disgustos ni desastres.
La Caballería dispone de un fusil para servirse de él de manera excepcional, pero tened cuidado de que esta excepción no se convierta en regla. Hemos podido verlo en el combate de Sicka donde, después de un primer ataque fracasado por falta de impulso de su Regimiento de Cazadores de África, que, lanzado al galope, se detuvo para realizar el fuego, el General Bugeaud tomó el mando directo y, colocándose a la cabeza de su Regimiento, lanzó un segundo ataque para demostrar a sus soldados como se realizaba una carga de Caballería.
Un joven Coronel de Caballería Ligera solicita que sus cazadores sean armados con carabinas. ¿Por que? Porque si ordenaba el reconocimiento de un pueblo, se podría hacer desde lejos (de 700 a 800 metros) mediante el fuego, sin sufrir ninguna baja. ¿Qué responder a eso? Decididamente, la carabina ha hecho perder el sentido común a todo el mundo.
Dejarse coger en algunas ocasiones, es uno de los cometidos de la Caballería Ligera, porque no se puede tener información sobre el enemigo si no se le ve de cerca. Con un hombre que regrese es suficiente, pero si no regresa ninguno también obtendremos información. De todas maneras, la Caballería es una joya que todo jefe tiene miedo de perder, pero es perdiéndola únicamente como...
Algunos autores piensan en desplegar la Caballería en guerrilla, a caballo o pie a tierra. ¿Manteniendo el caballo por la brida? Esto me parece una divagación, porque si el jinete tiene que disparar no podrá realizar la carga, como se comprobó en el Regimiento de África citado anteriormente. Lo mejor sería dotar a la Caballería de pistola en lugar de carabina.
Los Americanos, en su extenso territorio donde no falta el espacio, han dado un sabio ejemplo de cómo emplear la Caballería enviándola lejos de sus bases de partida para cortar las comunicaciones, hacer reclutas y requisas, etc., pero no sabemos lo que su Caballería ha realizado como Arma en el combate. Las incursiones de la Caballería en la guerra de América, que es la guerra contra la industria y los aprovisionamientos, iban en contra de las riquezas y no de los hombres, de los que se perdían muy pocos.
La Caballería sigue siendo el «Arma de la Aristocracia» que arriesga todo (al menos tiene la apariencia de ello, lo que ya es algo, aunque le falte la audacia, lo que no es tan normal) y pierde muy poco. El más pequeño combate de Infantería cuesta más que la mayor incursión de la Caballería.


3. CABALLERIA CONTRA INFANTERIA


La Caballería sabe perfectamente cómo acude al combate, pero solamente un Oficial de Caballería entre mil sabe cómo se combate contra la Infantería, o quizás no lo sepa ninguno. ¡Vamos, pues, a combatir alegremente con esa incertidumbre!
Uno de los militares participantes en nuestras grandes guerras, recomienda, como método infalible contra la Infantería desplegada en línea, las cargas por el flanco, con los caballos en hilera y las armas terciadas y apuntando hacia la derecha. Este jinete tiene toda la razón, porque estas cargas deben ser excelentes y las únicas que producen bajas, ya que el jinete sólo puede golpear a su derecha y de esta forma es la única que todos pueden golpear. Este sistema fue tan bueno en la antigüedad como en la actualidad.
El Oficial que citábamos antes, ha visto con sus propios ojos innumerables ejemplos en las guerras del Imperio, y yo no pongo en duda ni su razonamiento ni los hechos que cita. Pero para poder aplicar esta sistema es necesario que los jefes inspiren absoluta confianza a sus soldados; es necesario que estos soldados sean fuertes y estén llenos de experiencia; en resumen, es necesario disponer de una excelente Caballería, fogueada en varias guerras, y de hombres, jefes y soldados, de tal firmeza y resolución, que no es nada extraño que los ejemplos de esta manera de combatir sean muy raros.
Se necesita disponer de una «punta de lanza» al frente de la carga; una punta de lanza que avanzará un poco más adelante que el resto de la Unidad y que, si se trata de llegar realmente hasta el enemigo, deberá reintegrarse a la formación. Parece que arropado por el conjunto el riesgo es menor; todos quieren cargar, pero en conjunto. ¿Acaso alguien quiere ponerle el cascabel al gato?
El ataque realizado con formación en Columna tiene más efecto moral sobre la Infantería que si se efectúa en Línea. Rechazados el primer y segundo Escuadrones, la Infantería, que ve aparecer, entre el polvo, a un tercero, se preguntará: ¿Cuándo terminará esto?, y abandonará su posición.
(City de Folard): «No hay nada que un Oficial no pueda obtener de una unidad compuesta por jinetes que confían en sus caballos, a los que saben buenos y resistentes, y que tienen en ellos una de sus mejores armas. Si el Oficial que manda una unidad así, tiene la habilidad suficiente para conocer la fuerza de sus soldados y sabe emplearlos con valor, no habrá Batallón, por grande que sea, que no resulte completamente destrozado».

Pero destrozar no basta, ya que es una proeza que cuesta más de lo que vale, si no se aniquila o se hace prisionero al Batallón, a no ser que esta misión esté a cargo de otras tropas que lleguen a continuación...
En Waterloo, nuestra Caballería acabó reventada y no obtuvo ningún resultado, porque actuó sin apoyo de Artillería ni de Infantería.
El Crasnoé, el 14 de agosto de 1812, Murat, al frente de su Caballería, no pudo hacer mella en una unidad aislada de Infantería rusa, compuesta por unos 10.000 hombres, que le mantuvo a distancia mediante el empleo del fuego, y luego se retiró tranquilamente a través de la llanura.
En Solferino, la Caballería arroyó al 72 ,...
Desde tiempos antiguos se ha visto que un infante aislado siempre tiene ventaja contra un jinete también aislado. Parece que esto no ofrece ninguna duda, a la vista de los relatos antiguos: El jinete sólo combate contra el jinete, al infante le amenaza, le hostiga y le inquieta por la retaguardia, pero nunca entabla un verdadero combate contra él; le degüella cuando ha sido puesto en fuga por la Infantería propia o, por lo menos, le desorganiza para que sea el «velite» quien lo haga.
Para quien sepa servirse de ella, la Caballería es una poderosa ayuda. ¿Quién podría decir que Epaminondas habría podido vencer a Esparta dos veces, sin su Caballería tesaliana?
A la larga, los disparos y cañonazos acaban aturdiendo al soldado; la fatiga se apodera de él, se queda inmóvil y termina por no oír las órdenes. Si la Caballería se presenta inopinadamente, el combatiente estará perdido y bastará la presencia de aquélla para obtener la victoria (Bismarck o Decker).
Tanto la Caballería moderna como la antigua, no tienen acción real salvo la definitiva contra tropas ya quebrantadas: Infantería derrotada por otra Infantería; Caballería batida por Artillería, etc. Es entonces cuando su actuación es certera y da los resultados apetecidos. Su papel es menos caballeresco que su nombre y su aspecto, y tiene siempre menos bajas que las demás Armas. Su mejor acción es la de la sorpresa y es por ésta por la que obtiene sus mejores resultados.
¿Con qué despliegue puede la Infantería, empleando armas de tiro rápido, proteger su flanco de los ataques de la Caballería? Si hace fuego con cuatro veces más rapidez y si la trayectoria de los proyectiles es más tensa, se necesitarán cuatro veces menos gentes para defender un puesto contra la Caballería... Habrá que defenderse mediante pequeños grupos separados que se cubrirán los flancos mutuamente. Se precisarán, sin embargo, soldados curtidos en numerosos combates, que no se preocupen de lo que ocurra detrás de ellos.