- LA CABALLERÍA Y LAS ARMAS MODERNAS
Se
dice que, debido a las armas actuales, la Caballería tiene pocas
posibilidades de acción en los combates. ¿Acaso la Infantería no
acusa sus efectos?.
El
ejemplo que nos brindan las dos últimas guerras no prueba nada: Un
lugar, un país dividido en dos y una Caballería que nadie osa
comprometer en el combate y a la que, por lo tanto, se despoja de su
audacia que es su única arma.
Siempre se ha puesto en duda la utilidad de la
Caballería, posiblemente porque su mantenimiento es caro y
precisamente por eso es por lo que se emplea tan poco... Cuando se
dice que alguien vale mucho, ese alguien no tarda mucho en creérselo
y hace lo posible por no caer en la lucha. Observad, por ejemplo, a
los Oficiales de Estado Mayor que (salvo honrosas excepciones) nunca
son baja aun cuando lo haya sido su General.
Con el empleo de las nuevas armas, la misión que menos
ha variado ha sido la de la Caballería. Sin embargo, este Arma sigue
manteniendo su mismo credo: la carga. El combate entre dos unidades
de Caballería sigue desarrollándose según los cánones de la
antigüedad, lo mismo que ocurre en el combate entre Caballería a
Infantería. Cuando lo hace contra esta última, solamente tiene
posibilidades si se trata de una Infantería que se encuentre medio
deshecha (dejemos a un lado los épicos relatos que son pura fábula
cuando tratan de una de estas dos Armas) y, ciertamente, sabe cómo
hacerlo. Del combate entre Infanterías no podría decirse tanto.
Con el poder de destrucción de las modernas armas, el
avance bajo el fuego enemigo, que siempre obliga a disminuir o cesar
el propio, llega a ser imposible y, en ese instante, la ventaja
vuelve a ser de los defensores. Es tan evidente que quien no esté
convencido de ello es un insensato. ¿Qué hacer entonces? Tirotearse
y cañonearse a distancia, hasta consumir completamente las
municiones por ambas partes. ¡Puede ser! Pero, ciertamente, esta
situación nos lleva hacia la necesidad de realizar movimientos; más
que nunca tendrán la mayor importancia las escaramuzas desde lejos,
que intenten forzar al enemigo a la carga para que abandone su
posición. ¿Y quién maniobra más rápido que la Caballería? ¡Pues
ésta es su misión!
El excesivo perfeccionamiento del armamento no permite
por así decirlo, más que la acción individual del combatiente (la
dispersión del soldado) y, por otra parte, este armamento desarrolla
su máxima potencia cuando se emplea en conjunto con fuerzas
suficientemente importantes para intimidar al enemigo por sus flancos
o su retaguardia.
La Caballería maniobra en el campo de batalla. ¿Por
qué? Porque puede hacerlo con rapidez y, sobre todo, porque lo hace
fuera del alcance de los fuegos de Infantería, aunque no siempre
puede hacerlo fuera del alcance de los de la Artillería. A1 ser la
maniobra una amenaza y causar un gran efecto moral, el General de
Caballería, que sabe maniobrar, contribuye en el mayor alto grado al
éxito final.
La Caballería hace que el enemigo detenga su avance, lo
fija y, al no demostrar con claridad sus intenciones, le fuerza a
adoptar tal o cual despliegue y a permanecer bajo el fuego de la
propia artillería (de la Artillería Ligera, si el General sabe
utilizarla) durante el tiempo necesario para provocar su
desmoralización y poder cargar contra él, etc.
La táctica de la Caballería no se ve influenciada ni
ha cambiado por el uso de cañones de ánima rayada ni de fusiles de
precisión. Estas armas, como el adjetivo «precisión» indica, sólo
causan efecto cuando la precisión existe en todas las fases de la
batalla, desde la dosificación de las municiones hasta la
realización de la puntería; pero, cuando se emplean fuera de
alcance sus efectos disminuyen, y debemos tener en cuenta que
precisar la distancia de una unidad que está en movimiento es
imposible, y que el movimiento es la esencia de la Caballería.
Aparte de esto, las armas de ánima rayada hacen fuego sobre todo el
mundo.
En resumen, la Caballería está en las mismas
circunstancias que todo el mundo.
Pensemos qué podríamos responder a esta pregunta:
¿Desde que se han perfeccionado las armas, el soldado de Infantería
no debería retraerse en el ataque a una posición, especialmente
cuándo debe avanzar sobre el fuego enemigo? ¿Es que, acaso, los
jinetes tienen otra encarnadura? ¿No tienen el mismo corazón que
los infantes? ¿Lo que hace uno marchando bajo el fuego, no puede
hacerlo el otro galopando bajo ese mismo fuego? El día en que esto
ocurra, es decir, el día en que el jinete no pueda realizar su
galope bajo el fuego enemigo, ese mismo día le será imposible al
infante avanzar mientras disparan sobre él, y los combates se
convertirán en un intercambio de disparos de carabina entre hombres
bien parapetados y no cesará hasta que se hayan acabado todas las
municiones.
La Caballería cruza por entre el peligro mientras que
el infante avanza hacia él y por eso (si se llega, lo que es
probable, a la determinación de las distancias) el jinete no verá
disminuir su papel por el perfeccionamiento de las armas de largo
alcance. El infante no llegará nunca solo hasta el enemigo; será el
jinete, si está bien apoyado, quien amenace, haga maniobras de
diversión y fuerce la dispersión del fuego enemigo. Mientras tanto,
el infante ocupará el terreno como siempre, pero necesitará más
que nunca el apoyo de la Caballería.
Quien sepa utilizar con audacia su Caballería será el
indiscutible vencedor, porque las armas de largo alcance, aunque el
jinete y su caballo ofrezcan mayor blanco, no tienen razón alguna
para detener o derribar mejor al jinete que al infante.
El efecto más probable que cause la Artillería en la
actualidad, será el aumentar la dispersión o la apertura de los
intervalos de las unidades de infantería e, incluso, de las de
caballería. La primera puede iniciar el avance desde lejos
desplegada en guerrilla para reagruparse durante la marcha, ya más
cerca de su objetivo, aunque el mando se haga más difícil (una
ventaja de los franceses).
Para Caballería a Infantería, las consecuencias del
perfeccionamiento de las armas será que se huirá desde más lejos
ante ellas, y nada más.
Ya desde la época del Imperio, en los Ejércitos
europeos se ha opinado, en general, que la Caballería no ha dado los
frutos que se esperaba de ella porque no ha existido, ni entre
nosotros ni entre los demás, un verdadero General de Caballería.
Según parece, esto es un fenómeno que no se produce más que cada
mil años y, a pesar de todo, no es tan raro como tener un verdadero
General de Infantería.
Ser un buen General, ya sea de Infantería o de
Caballería, es infinitamente raro, como ocurre con lo bueno en todas
las cosas. El cometido de un buen General de Infantería también es
muy difícil, quizás es más difícil aún que el de Caballería.
Ambos necesitan tener una gran dosis de sangre fría, aunque esto
resulta más fácil para el jinete que para el infante, que suele
estar implicado más directamente en el combate, el mismo poder de
decisión y el mismo tacto para mantener las condiciones morales y
físicas de sus soldados. Hay que tener en cuenta, además, que la
moral y las condiciones físicas de los soldados de infantería están
sometidas a mayores pruebas que las de los jinetes.
El General de Caballería, forzosamente tiene que ver
con menos claridad, porque la vista tiene sus límites. Los grandes
Generales de Caballería son muy escasos. Seidlitz no podría,
actualmente, renovar los prodigios que realizó, debido a los
perfeccionamientos experimentados por fusil y cañón, pero siempre
hay cosas que hacer y, además, yo creo que las haría,
Si no hemos tenido, durante el Imperio, un gran General
de Caballería que supiese manejar y hacer maniobrar a sus tropas en
lugar de servirse de ellas como si se tratase de un martillo, que
golpea a ciegas y no siempre en el sitio preciso, experimentando
innumerables pérdidas, es porque, de: la misma manera que los galos,
tenemos demasiada confianza en el «adelante, adelante, sin tantas
formalidades» Las formalidades no impiden el «adelante», sino que
preparan el efecto y lo hacen, a la vez, más seguro y menos costoso
para el asaltante. Conservamos toda la brutalidad de los galos, etc.
(Melegnano, donde se olvida el trabajo del cañón y del movimiento
para tomar la ciudad). ¡Qué raro es encontrar buenos Generales de
Caballería y de Infantería!
Un buen jefe debe añadir a su prudencia y sangre fría
una resuelta valentía y un gran ímpetu, ¡qué cosa más difícil!
Se dice que los terrenos cercados de los campos de
Europa, no permiten la actuación de grandes masas de caballería. No
lo lamento. Estoy más extrañado por el efecto pintoresco de esas
trombas de caballería, de las que se habla en los relatos sobre el
Imperio, que de los resultados obtenidos, porque no me parece que
éstos estén de acuerdo con la aparente potencia del esfuerzo y con
la grandeza real de los sacrificios. Y, en efecto, esos enormes
martillos (otra comparación consagrada) son pesados de manejar, no
tienen la dirección segura de un arma bien cogida en la mano y, si
el primer golpe no es seguro, no se puede volver a golpear. Así que
como el terreno no permite reunir a la Caballería en grandes masas,
podemos prescindir de los demás motivos existentes.
Pero estos motivos propuestos por las observaciones
ministeriales de 1868, sobre el servicio de la Caballería, me
parecen, por otro lado, excelentes. Es cierto, en efecto, que ante la
extensión siempre creciente del terreno, el perfeccionamiento de las
armas, la amplitud de los campos de batalla, la confianza en la
Infantería y la audacia de la Artillería que proporciona el apoyo
inmediato a la Caballería, se exija que este Arma tenga entidad
suficiente, en cada División, para poder desarrollar una acción
eficaz.
Me parece, pues, perfecto que exista un Regimiento de
Caballería a disposición del General de la División y, sean cuales
sean las experiencias que se hayan podido hacer, nada hará cambiar
mi convicción de que es una excelente medida en campaña.
- CABALLERIA CONTRA CABALLERIA
El combate de la Caballería es cuestión de moral en
mucho mayor grado que el de la Infantería.
Estudiemos, en primer lugar, la moral del combate de
Caballería, realizado hombre contra hombre. Dos jinetes se lanzan al
encuentro uno del otro. ¿Dirigirán de frente a sus caballos? Estos
chocarían y los jinetes, corriendo el peligro de quedar aplastados,
echarán pie a tierra. Ambos cuentan para el combate con su fuerza,
su destreza, la flexibilidad de su montura y su valor personal; por
lo tanto, no querrán llegar a un choque ciego, lo que es razonable,
sino que se detendrán, al llegar frente a frente, para combatir uno
contra el otro, o se cruzarán dándose al pasar lanzazos o golpes
con el sable, o, quizás intentarán que el pecho de su caballo
golpee la rodilla de su enemigo para derribarle. De lo que no hay
duda es de que, buscando siempre el golpear a su enemigo, ambos
procurarán protegerse y que evitarán el choque frontal y ciego que
les impediría el combate. Los combates antiguos, los combates entre
caballeros, tanto los de los medievales como de los escasos que
puedan darse en la actualidad, no nos enseñan otra cosa.
La disciplina, aun manteniendo a los jinetes dentro de
una alineación, no ha conseguido cambiar su instinto; de la misma
forma que el jinete aislado, el que forma parte de una línea
intentará no destrozarse al lanzarse contra la enemiga, como si de
un muro se tratase. Como no existirá ningún medio de escapar al
choque, por la derecha o por la izquierda, y ante el terrible efecto
que sobre la moral tendrá ver cómo se acerca el enemigo, hombres y
caballos se detendrán frente a frente. Esto, suponiendo que son
valientes por excelencia, con la moral templada, conducidas ambas
perfectamente y con el mismo ánimo las tropas que llegan a
encontrarse frente a frente. Es muy difícil que estas condiciones
puedan darse a la vez en los dos contendientes, por lo que la
situación descrita no se verá casi nunca.
De cada cincuenta veces, una de las Caballerías dudará,
se desorganizará y volverá grupas al ver la resolución de la otra
antes de llegar a las tres cuartas partes de la distancia a la que
puedan mirarse a los ojos; pero siempre, siempre, la detención, el
retroceso, el volver grupas, el desconcierto que producen el miedo y
la duda, conducen a aminorar, atenuar y a suprimir el choque y a
convertirlo en huida que, sin embargo, no produce la detención
del atacante. Este, que no puede franquear o rodear los obstáculos
de los caballos, que sin haber comenzado la huida están, sin
embargo, rodeados de una confusión que no les permite dar la media
vuelta, se desorganizan también, pero este desorden es el de la
victoria, el desorden de el «adelante», y una buena Caballería se
recupera siempre al avanzar, mientras que la que huye lo hace con el
miedo en los talones.
Pero realmente hay pocas pérdidas, porque el combate,
si es que existe, no dura más de un segundo. La prueba es que en
este combate de Caballería contra Caballería, solo el vencido sufre
bajas (y además, pierde generalmente pocas); y es que únicamente el
combate de la Infantería es verdaderamente sangriento, como lo hemos
visto cuando ligeros cazadores han arrollado a pesados coraceros.
¿Cómo podrían haberlo hecho si éstos no hubiesen flaqueado ante
tal resolución? Cuestión, y nunca mejor dicho, de resolución.
La Caballería siempre tiene muchas menos pérdidas que
la Infantería, tanto producidas por el fuego como por enfermedades.
¿Acaso es porque es el «Arma de la Aristocracia»? Se explica,
ahora, el por qué las guerras largas la benefician más que a la
Infantería.
El que en los combates entre Caballerías haya pocas
pérdidas quiere decir que no existe tal combate.
Los númidas de Aníbal y los cosacos de Rusia
inspiraron un verdadero terror por sus incesantes escaramuzas;
golpeaban sin combate y mataban por sorpresa.
¿Por
qué se juzga tan mal a la Caballería? (Bien es verdad que no se lo
hace mejor a la Infantería). Porque su misión es siempre el
movimiento y su efecto el moral. Moral y movimientos tan ligados que
solamente con éstos, sin cargas y casi sin acción física de ningún
tipo, se produce la retirada del enemigo y, si la distancia que los
separa es corta, la completa derrota. Es una consecuencia de la
rapidez de la Caballería, para quien sabe servirse de ella.
Todos
los escritores sin excepción que hablan de Caballería, dicen que la
carga de dos Caballerías, una en contra de la otra, y el choque de
ambas, a toda velocidad, no existe. Antes del choque, siempre hay una
que flaquea y vuelve grupas, o bien se detienen cuando van a llegar
al contacto. ¿En qué queda entonces el M. V2?
Si este famoso M.V es una palabra vana, ¿por qué sobrecargar los
caballos con el peso de jinetes corpulentos, olvidando que en la
fórmula interviene una M y una V? En una carga hay una M y una V2,
y las hay aquí y a11í; pero lo único que debe haber es DECISION y
creo que nada más.
La unión y el conjunto proporcionan la fuerza de la
carga y es lógico porque la alineación es imposible a la velocidad
de carga, donde los más rápidos adelantan a los demás, aunque no
sea necesario soltar las riendas hasta que se haya producido el
efecto moral, ya que sólo se trata de completarlo cayendo sobre el
enemigo que en desorden inicia la huida. Los coraceros cargaban así:
al trote. Esta calma y este aplomo hacían dar media vuelta al
enemigo y, entonces, cargaban al galope.
Una cita: Cerca de Eckmühl un coracero francés
golpeaba en la espalda a catorce austriacos. ¿Porque no tenían
coraza en la espalda? No; simplemente porque ellos habían presentado
la espalda para recibir los golpes.
Jomini habla de cargas al trote contra Caballería
lanzada al galope y cita a Lasalle que actuaba con mucha frecuencia
así y que, viendo acudir a la caballería al galope, exclamaba.
«¡Gentes perdidas!» Jomini hace de eso una cuestión primordial:
el trote permite la unidad y la cohesión que el galope deshace.
Quizás todo esto sea verdad; pero es un asunto moral ante todo. Una
tropa lanzada al galope que ve llegar a su encuentro a un Escuadrón
bien formado y al trote, lo primero que hace es extrañarse de verlo
con aplomo semejante. Piensa que por el impulso material superior del
galope arrasará al enemigo; pero no existen intervalos ni vacíos
por donde pasar y perforar la línea, para evitar el choque que
destrozaría a hombres y caballos. Estos hombres están bien
resueltos a que sus líneas cerradas no permitan a ninguno de ellos
dar media vuelta y escapar y, si cabalgan de una manera tan firme, es
porque su resolución es firme también y no necesitan aturdirse con
el galope desenfrenado.
Estos razonamientos no se los plantean los que van
lanzados al galope, pero su instinto les avisa de que algo ocurre y
acaban comprendiendo que tienen frente a ellos un impulso moral
superior al suyo y dudan. Sin darse cuenta, sus manos retienen a los
caballos y los hacen girar; ya no hay alegría en el galope y, si
algunos llegan hasta el final, más de las tres cuartas partes han
tratado de evitar el choque. Cunde el desorden y la desmoralización
y se emprende la huida; en ese momento comienza la persecución y la
caza para los que, hasta entonces, avanzaban al trote.
La carga realizada al trote exige jefes y soldados
llenos de confianza y fortaleza y solamente los combates pueden
proporcionar este temple. Ahora bien, aun siendo fundamental la
moral, no siempre se tiene éxito, se necesita también del efecto de
sorpresa. Ya Jenofonte recomendaba en sus consejos para las maniobras
de la Caballería, realizar, en muchos casos, lo contrario a lo
habitual; es decir, adoptar el galope en los momentos en los que
hubiese sido normal it al trote y viceversa. Por eso dijo aquello de:
«Cualquier cosa que sea, agradable o terrible, mientras menos se
haya previsto, más alegrías o espantos produce. Esto sólo se ve en
la guerra, en la que cualquier sorpresa llena de terror a aquellos
que, sin duda, son los más fuertes».
De manera general, la carga necesita del galope, de la
marcha que anima y exalta a hombres y caballos, adoptada a una
distancia que permita llegar, aunque cueste caro a hombres y a
caballos. Por esto los reglamentos marcan que la carga sea ordenada
desde cerca, y tienen razón. Si los jinetes esperan a recibir la
orden, llegarán todos... Pero los valerosos y los que, aun
experimentando miedo, tienen amor propio han hecho fallar muchas
cargas realizadas contra gentes sólidas a las que no han podido
vencer.
El conservar a su gente en la mano hasta el momento de
dar la orden (toque de corneta) de «¡carguen!» y el instante
preciso de darla son, a la vez, cosas tan difíciles que exigen al
jefe un enérgico dominio sobre sus hombres y un buen golpe de vista,
en un momento en el que más de las tres cuartas partes de los
participantes no ven nada; además hay que tener en cuenta que la
existencia de buenos jefes de Caballería, desde los jefes de
Escuadrón al General, es muy rara, lo mismo que ocurre con las
cargas verdaderas.
Jamás tiene lugar el choque real. La fuerza moral de
uno de los contrincantes echa casi siempre al otro para atrás un
poco más cerca o un poco más lejos. Este «un poco más cerca»
puede suponer que se ha llegado casi al «cuerpo a cuerpo», a cruzar
los primeros golpes de sable, pero, en este caso, uno de los dos
contendientes ya está batido y se prepara para iniciar la huida. El
choque franco haría que todos saltaran por el aire. Una carga
verdadera, por ambas partes, significaría la mutua exterminación,
pero ya sabemos que, en la práctica, el vencedor no sufre casi
ninguna baja.
A simple vista se ve que las Caballerías nunca combate
entre sí y que los únicos combates verdaderamente cruentos son los
que mantienen contra las unidades de Infantería.
Si se espera en posición, siempre se olvida que el
caballo querrá huir y evitar el choque. Si se avanza, otro tanto
hace el caballo. ¿Por qué Federico prefería las formaciones con
las filas cerradas a las que tenían los intervalos más abiertos?
Porque no se fiaba ni del jinete ni del caballo.
La Caballería de Federico normalmente sólo tenía
cometidos insignificantes, como por ejemplo, el dar la impresión de
resolución.
Lo que piden los hombres es que se les aparte del
peligro que se les viene encima. Cuando ven al enemigo, y si se les
deja actuar por su cuenta, los jinetes partirán al galope, con el
riesgo de no llegar o de hacerlo reventados (siendo objeto de una
carnicería como les ocurría a los árabes y sucedió, en 1864, a la
Caballería del General Martineau). El movimiento rápido mitiga la
angustia, por lo que es natural que se quiera realizar; pero los
jefes están a11í para algo y su experiencia y los reglamentos les
ordenan que se debe avanzar de manera más lenta para ir
progresivamente avivando el paso y alcanzar la máxima velocidad en
el momento del encuentro con el enemigo: primero al paso, después al
trote, luego al galope y, finalmente, al paso de carga. Pero es
necesario tener muy buena vista para medir el espacio, la naturaleza
del terreno y, si el enemigo avanza, elegir el punto donde se debe
realizar el encuentro. Mientras más se acerca uno, más fuerte es la
presión moral que se experimenta.
La elección del momento de adoptar la máxima velocidad
no es únicamente una cuestión material, ya que nunca se produce,
sino que es una cuestión moral. Es necesario intuir en qué momento
la inquietud de la tropa exige que se inicie el galope de carga. Un
instante más tarde la angustia, demasiado grande ya, hará temblar
las manos que sujetan las riendas y no todos partirán al unísono
porque algunos querrán ocultarse quedándose rezagados; pero si se
ordena un instante antes de lo previsto la velocidad se reducirá y
la animación y excitación de la carrera se desvanecerán con ella,
la angustia volverá a hacer su aparición y las manos de los jinetes
actuarán instintivamente; si la partida ha sido franca, la llegada
no lo será.
Federico y Seydlitz se alegraban cuando veían a la
Sección central del Escuadrón cargando, con sus cuatro o cinco
primeras filas presionadas por ambos costados, porque sabían que, al
no poder desviarse ni a derecha ni a izquierda, no les quedaba más
remedio que seguir hacia adelante.
Para poder lanzarse como arietes, incluso contra
infantería, caballos y jinetes tendrían que estar borrachos
(Caballería de Ponsomby en Waterloo), porque, si el choque no se
produce, es gracias a las manos de los jinetes, las cabriolas de los
caballos y la prevención de las primeras líneas que hacen que éstas
se detengan frente a frente.
Está comprobada la necesidad de arrastrar a hombres y
caballos y aturdirlos en el momento supremo de abordar al enemigo y
ponerlo en fuga.
Las cargas a pleno galope de tres o cuatro kilómetros
requieren contar con caballos de corazones de hierro...
Nos falta estudiar la moral y, puesto que siempre nos
remitimos a las narraciones de los historiadores, vemos como en todas
las épocas se ha puesto de relieve que ya no se veía a dos
Caballerías cargando y combatiendo entre sí con armas blancas y que
la prudencia hacía volver grupas en lugar de buscar el choque. Estas
observaciones han tenido lugar en nuestras filas y en las de los
aliados, desde la época del Imperio; siempre ha sido así, a menos
que el hombre fuese invulnerable y que la marcha se realizase al
trote (el hombre nunca cambia), y se hacen reproches a la Caballería
desde los tiempos en que los combates entre ellas eran todavía menos
mortíferos que en nuestros días.
La retirada de la Infantería es siempre mucho más
difícil que la de la Caballería. Esto es una bobada. Una unidad de
Caballería rechazada y desorganizada es un accidente previsto;
normalmente se reagrupa más lejos y, a menudo, reaparece nuevamente
con ventaja; se puede decir que este es su papel. Por el contrario,
una tropa de Infantería rechazada, sobre todo si la Caballería
enemiga ha logrado introducirse entre sus filas, queda desorganizada
para toda la jornada, especialmente si la acción ha sido acalorada.
Los mismos autores que acaban de decirnos que dos
Escuadrones jamás llegan al choque, escribirán hasta la saciedad:
«La fuerza de la Caballería está en el choque». En el terror
producido por el choque, sí; en el propio choque, no. En la
decisión, pues, y en nada más. ¡Asunto de moral y no de mecánica!
No
se deben hacer jamás a los Oficiales y a los soldados
consideraciones matemáticas de la carga, porque sólo sirven para
quebrantar la confianza al dar como resultado el mutuo exterminio
que, en la realidad, nunca tiene lugar; debe enseñárseles lo que
ocurrirá en la realidad. Lasalle, con su carga al trote siempre
victoriosa, se guardaba mucho de semejantes razonamientos que le
hubiesen demostrado matemáticamente que una carga de Coraceros, al
trote, debía ser desarbolada por otra de Húsares, al galope. Se
limitaba a decir a sus soldados: «Marchad resueltamente y tened la
seguridad y la certeza de que nunca encontraréis a nadie que se
atreva a enfrentarse a vosotros». Es preciso ser un suicida para
llegar hasta el final. El francés es suicida por naturaleza y por
eso es un buen jinete de combate, especialmente cuando sus jefes
también son suicidas. Que es el mejor de Europa está fuera de duda
(Imperio, Wellington es buen juez), cuando, además, sus jefes tienen
un poco de sentido común, cosa que no daña a nadie. La fórmula de
la Caballería es: D (DECISION) y D y siempre D; y D > todas las
MV2
del mundo.
Existe un hecho material en la persecución de una
Caballería por otra: el perseguido no puede detenerse sin dejarse
atrapar por el perseguidor, que ve perfectamente sobre quién marcha
y puede golpearle con efectividad y por sorpresa si aquél intenta
dar media vuelta y hacerle frente de nuevo. El perseguido tampoco
sabe el tiempo que lo será; si se detiene él solo, dos
perseguidores podrán caer sobre él, porque lo están viendo
perfectamente y se dirigirán, como es natural, contra el que intenta
dar media vuelta ya que, de esta media vuelta, puede surgir un nuevo
peligro para ellos: la persecución es consecuencia del temor a que
el enemigo se dé la vuelta.
Este hecho material de no poder dar media vuelta toda la
unidad que huye, sin arriesgarse a ser sorprendida y derribada a
tierra, es lo que hace que la huida continúe, incluso para los más
valientes, hasta que una ventaja suficiente, un abrigo o un apoyo les
permita reorganizarse y volver a la carga, ante la cual el
perseguidor se convierte, a su vez, en perseguido.
Por esta razón es por la que toda Caballería tiende a
atacar siempre con el mismo frente que el enemigo; de esta manera se
puede evitar que, al ceder el centro del frente enemigo, sus alas que
quedarán sin enemigo al frente puedan converger y colocarse en su
retaguardia convirtiendo a los perseguidores en perseguidos. Pero el
efecto de la moral y de la decisión es tal que, en contadas
ocasiones, se ha visto a una tropa de Caballería que, después de
romper y mientras persigue al centro de otra más numerosa, sea, a su
vez perseguida por las alas; pero como la idea no deja de estar ahí,
se procura tener flanqueos que puedan evitar esa situación.
¿Por qué el Coronel A... no pide despliegues en
profundidad para la Caballería, si cree en la presión que realizan
las últimas filas sobre las primeras? ¿Acaso es porque se ha
convencido de que únicamente la primera fila puede actuar en una
carga y de que ésta no puede recibir de otras, colocadas detrás de
ella, ningún tipo de empuje o de aumento de velocidad?
Se discute si una o dos filas para la Caballería;
todavía un asunto de moral. Dejadle la libertad de escoger y, según
tenga confianza o moral, escogerá una o dos. Hay suficientes
Oficiales para ello.
La Caballería, más que la Infantería, (pues su misión
es aventurarse más lejos y presentar su flanco al enemigo mucho
antes), necesita disponer de Reservas para cubrir sus flancos y
retaguardia y para cubrir y apoyar a los perseguidores que, casi
siempre, son perseguidos a su regreso. Más que cuando se combate con
Infantería, el tener una Reserva intacta es la victoria. En
consecuencia, mantener siempre las reservas y la audacia. Haced esto
y nadie podrá resistir.
Con espacio, la Caballería se reúne con rapidez, pero
si está desplegada en profundidad no puede hacerlo.
La acción de la Caballería dura un instante y es
necesario que vuelva a adoptar su formación inmediatamente; con las
«llamadas», en cada reunión, el jefe conserva mejor a su gente en
la mano o se lo parece, mientras que en Infantería, una vez entrado
en combate, no se tiene tregua. Siempre se debe hacer la «llamada»
en la primera tregua que haya, tanto para Caballería como para
Infantería. Esto debería ensayarse en los ejercicios y maniobras
prácticas, no como necesidad sino como una costumbre para que la
rutina se imponga y no se olvide hacerla durante una acción real.
Debido a la velocidad de la acción y al tumulto que
organiza la Caballería, el hombre escapa con mayor facilidad a la
vigilancia de sus jefes. En nuestros combates, la acción es, por
momentos, rápida y aislada. El jinete no abandona voluntariamente el
combate, porque es peligroso. Entre cada acción siempre existe un
reagrupamiento después de la «llamada» (si ésta no se hace es una
falta del jefe). En una jornada se pueden realizar de diez a veinte
«llamadas» y los jefes y compañeros pueden siempre echar en falta
a cualquiera, sin esperar al día siguiente.
Una vez comenzada la acción (acción que es muy dura) y
debido al desorden inherente a la misma y a la dispersión, el
infante de nuestros días escapa al control de sus jefes, ya que,
éstos no pueden realizar «llamada» alguna hasta terminado el
combate, y queda únicamente bajo el control de sus compañeros más
próximos. La Infantería es, dentro de las Armas modernas, la que
más necesita de la solidaridad de sus componentes.
También, desde los tiempos más antiguos (en los que el
jinete pertenecía a una casta más elevada que la del infante y
debía tener un corazón más generoso) la Caballería ha combatido
muy mal y muy poco.
Cualquier tropa, Caballería o Infantería, que inicia
el avance debe explorar y reconocer, hasta el máximo posible, el
terreno por el que va a discurrir su acción. Condé en Nerwinder y
el 55° en Solferino lo olvidaron, y todo el mundo lo olvida. Se
necesitan cazadores exploradores para no sufrir disgustos ni
desastres.
La Caballería dispone de un fusil para servirse de él
de manera excepcional, pero tened cuidado de que esta excepción no
se convierta en regla. Hemos podido verlo en el combate de Sicka
donde, después de un primer ataque fracasado por falta de impulso de
su Regimiento de Cazadores de África, que, lanzado al galope, se
detuvo para realizar el fuego, el General Bugeaud tomó el mando
directo y, colocándose a la cabeza de su Regimiento, lanzó un
segundo ataque para demostrar a sus soldados como se realizaba una
carga de Caballería.
Un joven Coronel de Caballería Ligera solicita que sus
cazadores sean armados con carabinas. ¿Por que? Porque si ordenaba
el reconocimiento de un pueblo, se podría hacer desde lejos (de 700
a 800 metros) mediante el fuego, sin sufrir ninguna baja. ¿Qué
responder a eso? Decididamente, la carabina ha hecho perder el
sentido común a todo el mundo.
Dejarse coger en algunas ocasiones, es uno de los
cometidos de la Caballería Ligera, porque no se puede tener
información sobre el enemigo si no se le ve de cerca. Con un hombre
que regrese es suficiente, pero si no regresa ninguno también
obtendremos información. De todas maneras, la Caballería es una
joya que todo jefe tiene miedo de perder, pero es perdiéndola
únicamente como...
Algunos autores piensan en desplegar la Caballería en
guerrilla, a caballo o pie a tierra. ¿Manteniendo el caballo por la
brida? Esto me parece una divagación, porque si el jinete tiene que
disparar no podrá realizar la carga, como se comprobó en el
Regimiento de África citado anteriormente. Lo mejor sería dotar a
la Caballería de pistola en lugar de carabina.
Los Americanos, en su extenso territorio donde no falta
el espacio, han dado un sabio ejemplo de cómo emplear la Caballería
enviándola lejos de sus bases de partida para cortar las
comunicaciones, hacer reclutas y requisas, etc., pero no sabemos lo
que su Caballería ha realizado como Arma en el combate. Las
incursiones de la Caballería en la guerra de América, que es la
guerra contra la industria y los aprovisionamientos, iban en contra
de las riquezas y no de los hombres, de los que se perdían muy
pocos.
La Caballería sigue siendo el «Arma de la
Aristocracia» que arriesga todo (al menos tiene la apariencia de
ello, lo que ya es algo, aunque le falte la audacia, lo que no es tan
normal) y pierde muy poco. El más pequeño combate de Infantería
cuesta más que la mayor incursión de la Caballería.
3. CABALLERIA CONTRA INFANTERIA
La Caballería sabe perfectamente cómo acude al
combate, pero solamente un Oficial de Caballería entre mil sabe cómo
se combate contra la Infantería, o quizás no lo sepa ninguno.
¡Vamos, pues, a combatir alegremente con esa incertidumbre!
Uno de los militares participantes en nuestras grandes
guerras, recomienda, como método infalible contra la Infantería
desplegada en línea, las cargas por el flanco, con los caballos en
hilera y las armas terciadas y apuntando hacia la derecha. Este
jinete tiene toda la razón, porque estas cargas deben ser excelentes
y las únicas que producen bajas, ya que el jinete sólo puede
golpear a su derecha y de esta forma es la única que todos pueden
golpear. Este sistema fue tan bueno en la antigüedad como en la
actualidad.
El Oficial que citábamos antes, ha visto con sus
propios ojos innumerables ejemplos en las guerras del Imperio, y yo
no pongo en duda ni su razonamiento ni los hechos que cita. Pero para
poder aplicar esta sistema es necesario que los jefes inspiren
absoluta confianza a sus soldados; es necesario que estos soldados
sean fuertes y estén llenos de experiencia; en resumen, es necesario
disponer de una excelente Caballería, fogueada en varias guerras, y
de hombres, jefes y soldados, de tal firmeza y resolución, que no es
nada extraño que los ejemplos de esta manera de combatir sean muy
raros.
Se necesita disponer de una «punta de lanza» al frente
de la carga; una punta de lanza que avanzará un poco más adelante
que el resto de la Unidad y que, si se trata de llegar realmente
hasta el enemigo, deberá reintegrarse a la formación. Parece que
arropado por el conjunto el riesgo es menor; todos quieren cargar,
pero en conjunto. ¿Acaso alguien quiere ponerle el cascabel al gato?
El ataque realizado con formación en Columna tiene más
efecto moral sobre la Infantería que si se efectúa en Línea.
Rechazados el primer y segundo Escuadrones, la Infantería, que ve
aparecer, entre el polvo, a un tercero, se preguntará: ¿Cuándo
terminará esto?, y abandonará su posición.
(City de Folard): «No hay nada que un Oficial no pueda
obtener de una unidad compuesta por jinetes que confían en sus
caballos, a los que saben buenos y resistentes, y que tienen en ellos
una de sus mejores armas. Si el Oficial que manda una unidad así,
tiene la habilidad suficiente para conocer la fuerza de sus soldados
y sabe emplearlos con valor, no habrá Batallón, por grande que sea,
que no resulte completamente destrozado».
Pero destrozar no basta, ya que es una proeza que cuesta
más de lo que vale, si no se aniquila o se hace prisionero al
Batallón, a no ser que esta misión esté a cargo de otras tropas
que lleguen a continuación...
En Waterloo, nuestra Caballería acabó reventada y no
obtuvo ningún resultado, porque actuó sin apoyo de Artillería ni
de Infantería.
El Crasnoé, el 14 de agosto de 1812, Murat, al frente
de su Caballería, no pudo hacer mella en una unidad aislada de
Infantería rusa, compuesta por unos 10.000 hombres, que le mantuvo a
distancia mediante el empleo del fuego, y luego se retiró
tranquilamente a través de la llanura.
En Solferino, la Caballería arroyó al 72 ,...
Desde tiempos antiguos se ha visto que un infante
aislado siempre tiene ventaja contra un jinete también aislado.
Parece que esto no ofrece ninguna duda, a la vista de los relatos
antiguos: El jinete sólo combate contra el jinete, al infante le
amenaza, le hostiga y le inquieta por la retaguardia, pero nunca
entabla un verdadero combate contra él; le degüella cuando ha sido
puesto en fuga por la Infantería propia o, por lo menos, le
desorganiza para que sea el «velite» quien lo haga.
Para quien sepa servirse de ella, la Caballería es una
poderosa ayuda. ¿Quién podría decir que Epaminondas habría podido
vencer a Esparta dos veces, sin su Caballería tesaliana?
A la larga, los disparos y cañonazos acaban aturdiendo
al soldado; la fatiga se apodera de él, se queda inmóvil y termina
por no oír las órdenes. Si la Caballería se presenta
inopinadamente, el combatiente estará perdido y bastará la
presencia de aquélla para obtener la victoria (Bismarck o Decker).
Tanto la Caballería moderna como la antigua, no tienen
acción real salvo la definitiva contra tropas ya quebrantadas:
Infantería derrotada por otra Infantería; Caballería batida por
Artillería, etc. Es entonces cuando su actuación es certera y da
los resultados apetecidos. Su papel es menos caballeresco que su
nombre y su aspecto, y tiene siempre menos bajas que las demás
Armas. Su mejor acción es la de la sorpresa y es por ésta por la
que obtiene sus mejores resultados.
¿Con qué despliegue puede la Infantería, empleando
armas de tiro rápido, proteger su flanco de los ataques de la
Caballería? Si hace fuego con cuatro veces más rapidez y si la
trayectoria de los proyectiles es más tensa, se necesitarán cuatro
veces menos gentes para defender un puesto contra la Caballería...
Habrá que defenderse mediante pequeños grupos separados que se
cubrirán los flancos mutuamente. Se precisarán, sin embargo,
soldados curtidos en numerosos combates, que no se preocupen de lo
que ocurra detrás de ellos.