domingo, 24 de junio de 2012

EL EJÉRCITO Y LA MARINA DE LOS NAZARÍES.








Tres diferentes fuerzas constituyeron el ejército nazarí. De una parte, el ejercito andaluz; de otra, las milicias africanas; y finalmente, una tropa de renegados que integraban la guardia palatina. Aunque el mando supremo de todas estas tuerzas estaba unificado, de derecho, en la persona del sultán, hasta que Muhammad y alcanzó el trono, las milicias africanas gozaron de una jefatura independiente, impuesta por los monarcas mariníes, como consecuencia de su intromisión en la política granadina y de la ayuda que prestaban a los granadinos, en cuyo socorro aquellos monarcas acudieron en varias ocasiones al frente de ejércitos expedicionarios. La batalla que los musulmanes llaman de Tarifa y nosotros del Salado, librada el 30 de octubre de 1340 y en la que intervinieron cuatro reyes, marcó un hito en la historia política del reino granadino, porque a partir de entonces, los nazaríes no sufrieron tan intensamente la influencia africana y esta circunstancia facilitó a Muhammad y la reorganización militar de la España musulmana y le permitió suprimir la jerarquía de sayj al-guzaa (jeque de las razias), a la que estaba atribuido el mando de las milicias africanas. Así pues, desde que reinó Muhammad y el mando supremo de los ejércitos musulmanes andaluces lo ejerció el propio sultán y las milicias africanas figuraron como tropas auxiliares al servicio de los nazaríes y sometidas a la jefatura del monarca granadino. 

Durante las campañas militares el sultán marchaba al frente de sus ejércitos, aunque a veces delegaba en un príncipe dinástico, o en el gran visir (primer ministro) de su gobierno. La más alta jerarquía militar recibió el titulo de imán del ejército y los grados de subordinación eran los de qa’id, naqib, arif nazir y faris, cuya correspondencia con los de las modernas fuerzas armadas no es fácil establecer. Muhammad V dispuso la confección de un registro del ejército andaluz, creó cajas de reclutamiento y oficinas dedicadas a la tramitación y resolución de cuantos asuntos afectaban a la tropa. Mejoró el sueldo de los soldados, que pagaba en oro, y determinó la parte que les correspondía en el botín. La guardia palatina y las milicias africanas eran cuerpos cerrados y consecuentemente carecían de caja de reclutas, que sólo existieron para los andaluces. Sin embargo, hubo dos oficinas que entendían en asuntos militares: una para cuanto afectaba al ejército andaluz y otra a la que compitió lo referente a las milicias africanas.

Las noticias que nos proporcionan los escritores árabes y la información que suministran las pinturas conservadas en una casita del Partal, en la Alhambra granadina, nos dan a conocer las armas y la indumentaria del ejército andaluz. Su infantería estaba integrada por arqueros, ballesteros y hombres de adarga y espada. El arquero usaba turbante, aljuba con mangas cortas, cinturones, alcanzaras y zaragüelles. El ballestero cubría su cabeza con casco, a veces envuelto por un almofar, protegiendo su cuerpo con cota de malla. En cuanto a los caballeros lo defendían con cascos ligeros, corazas cortas y adargas de cuero y atacaban con espada y lanza larga y delgada. Tuvieron por arma favorita el venablo que arrojaban contra el enemigo con singular destreza. Por aquel entonces, y desechado ya el uso del estribo largo, que obligaba a llevar rígida la pierna, montaban a la jineta, manera introducida por los africanos y que les proporcionaba mayor soltura en el movimiento. Al frente de cada escuadrón iba el abanderado portando su raya (estandarte). Eran éstos triangulares, cuadrados y rectangulares, en tela de color rojo. Las tropas entraban al combate bajo el estruendo de añafiles y atambores. Al comienzo del reino granadino que, como se sabe, nació vasallo de Castilla, los musulmanes usaron armas análogas a las de los cristianos. 

A la tropa de la guardia palatina integrada, como se ha dicho, por renegados, los granadinos la llamaron mamalik y los cristianos, elches. El núcleo principal de dicha tropa estaba constituido por hombres especialmente formados para la guerra. Fueron niños que los granadinos apresaron durante sus incursiones por territorio cristiano o que adquirieron en el mercado de esclavos. Los educaban en la religión islámica, convirtiéndolos en fanáticos, más bien que fervorosos musulmanes. Si descubrían en ellos particulares condiciones para la milicia, los destinaban a la guardia palatina, sometiéndolos a rigurosas practicas castrenses. Los monarcas granadinos, que no confiaban demasiado en sus propios súbditos, depositaron su confianza en estos elches o mamalik y tal circunstancia llevó a algunos de ellos a alcanzar elevado rango y lograr altos puestos en la gobernación del Estado. Cuenta Ibn al-Jatib que la adhesión de los elches a la dinastía era tan fuerte que cuando Muhammad V hubo de abandonar Granada, víctima de la conspiración que dio el trono al rey Bermejo, mas de doscientos mamalik acompañaron al depuesto monarca en su destierro. 

A mediados del siglo XIV, un elche, Abu-e-Nu’aym Ridwan, oriundo de Calzada de Calatrava y cautivo de los granadinos en una de las correrías que éstos hicieron por tierras de Castilla, tornado a la religión musulmana y destinado a la guardia palatina cuya jefatura logró alcanzar por causa de sus proezas militares, obtuvo el gran visirato de manos de Muhammad IV, conservándolo durante el reinado de Yusuf 1 y de su hijo Muha,mad V. Fue la figura más destacada en la corte granadina del siglo XIV. A su iniciativa se debió la construcción de la madraza Yusufiyya y la realización de otras importantes obras públicas. Rodeó de murallas al arrabal del Albayzín y mandó fortificar toda la frontera, desde Vera hasta los alfoces de Algeciras. Sus hazañas bélicas fueron tan memorables que mereció el honor de que incorporáramos su nombre al romancero castellano. Falleció al fin, víctima de un atentado. En mayo de 1408, otro elche. Abu Surur Mufarriy quien a la sazón mandaba la guardia palatina, prestó un señalado servicio a la monarquía legítima, al liberar al príncipe Yusuf, preso en la alcazaba de Salobreña, cuando se hallaba a punto de ser ejecutado. Lo trajo a Granada y lo elevó al trono. Este príncipe, Yusuf III en la serie nazarí, recompensó espléndidamente la acción de Mufarriy. Le nombró jefe de su gobierno y lo desposó con una de sus hijas. 

Mediante tal matrimonio un elche emparentó con la dinastía. En el último tercio del siglo XV se repitió el caso con Abu-l-Qasim Ridwan Bannigas, el Venegas de nuestros textos españoles descendiente de los señores de Luque, apresado de niño por los granadinos. Integrado en la guardia palatina, obtuvo su jefatura y luego el gran visirato emparentando también con la dinastía mediante su matrimonio con una de las hijas del infante Muhammad al-Mawl. 

La guardia palatina fue la tropa más apreciada por los sultanes granadinos. A ella confiaron la custodia del palacio y ella figuraba en primer puesto en los alardes militares. Hernando de Baeza nos informa de la gallardía y prestancia con que hubieron de desfilar los 700 hombres que entonces la componían en el alarde que ordenó Muley Hacán en el lugar conocido por la Tabla, en la Colina Roja. Constituyó una tropa aguerrida que luchaba valerosamente, como fuerza de choque a la vanguardia del ejército andaluz. Abu Surur Mufarriy, a quien antes me he referido, pereció luchando heroicamente junto a otros elches, contra fuerzas castellanas destacadas de Alcalá la Real, cuando aquél reclutaba hombres que acudieran en defensa de Antequera a la que tenía sitiada el infante don Fernando. 

Las primeras milicias africanas vinieron a Andalucía en tiempos de Muhammad II y hasta el reinado de Muhammad V estas milicias, como se ha indicado antes, gozaron de jefatura independiente de la del sultán granadino. Hombres de diferentes tribus magribíes formaron las milicias africanas compuestas especialmente por marinies, zanatas, nayanies, magrawies y ayasies. Cada facción estaba mandada por un personaje de su tribu y la jefatura suprema de todas ellas la ostentaba el sayj al-guzaa (jeque de las razias), el cual solía ser miembro de la dinastía mariní, cuyos monarcas apartaban de Marruecos a parientes díscolos y a pretendientes peligrosos, so pretexto de confiarles el mando de dichas tropas. Las milicias africanas fueron fuerzas de choque que actuaban en condición muy parecida a la de las modernas legiones extranjeras. Guarnecían la frontera, de donde el apelativo tagri (fronterizo, en castellano zegrí) con que fueron designados algunos de sus jefes. Las tribus estaban distribuidas por zonas y ocupaban los ribat o fortalezas que las defendían, aunque sus jefes residían en las cabeceras de los varios distritos militares. A estos jefes se les denominaba qa’id al-iqilim (jefe de distrito) y al que residía en Granada qa’id Garnata. En el siglo XIV los distritos tenían su capitalidad en Granada. Málaga, Ronda, Guadix y Almería. 

Las milicias africanas constituyeron motivo de preocupación para los monarcas nazaríes, tanto por su carácter levantisco, como porque gustaban intervenir en las intrigas palaciegas, tomando parte activa en la política granadina. Recordemos cómo Utman b. Abi-l-’Ula, sayj al-guzaa, proclamó al emir Muhammad en Andarax, sublevándose contra el tío de éste último, Muhammad IV, quien a la sazón reinaba en Granada y que finalmente fue asesinado por hombres de la milicia africana. Como contrapeso hay que convenir en que tales milicias estaba formada por tropas valerosas y muy aguerridas, que lucharon siempre en primera línea y que no se rendían fácilmente. Esto último sucedió en Ahmad al-Tagri, qa’id al-iquilim malagueño que con sus fuerzas africanas guarneció la fortaleza de Gibralfaro, en donde resistió heroicamente hasta dos días después de que Málaga y su alcazaba hubiesen capitulado ante el asedio de Fernando el Católico. Fueron también las milicias africanas las que, reinando en Granada Ismail I infligieron a los castellanos la terrible derrota de Sierra Elvira, en la que perecieron los infantes don Juan y don Pedro, ante el impetuoso ataque de la caballería africana acaudillada por el citado Utman b. Abi-l-Ula. 

Los nazaríes no tuvieron una marina de guerra poderosa. Su escuadra estuvo compuesta por una flota de barcos ligeros armados en corso y distribuidos por todo el litoral mediterráneo andaluz. Los tripulaba un cuerpo de arqueros que mandaban esforzados capitanes. Aunque los navíos nazaríes realizaban incursiones a las costas de los cristianos, recogiendo botín y cautivos que traían a tierra musulmana, su principal misión fue la de guardar las riberas del reino granadino. Cuenta Ibn al-Jatib que cuando el sultán Yusuf I visitó Almería, su marina de guerra le dispensó un gran recibimiento. Los tripulantes de los navíos ataviados con uniformes de gala y luciendo corazas semejantes a las de los soldados castellanos, formaban alineados, sobre la cubierta de los barcos y aclamaron calurosamente al sultán. Hubo arsenales para la construcción de naves de guerra en Almería, Almuñécar y Málaga.

Nuestras crónicas castellanas citan a un Mohamed ben Ozmin, apellidado El Cojo que en el segundo tercio del siglo XV desempeñaba la jefatura militar del distrito almeriense y que se sublevó contra el monarca granadino Muhammad al-Aysar, arrebatándole el trono. Este Muhammad El Cojo intervino en la batalla de la Higueruela luchando al frente de la milicia africana. Su reinado fue breve, pero se distinguió por la belicosidad que entonces acusaron los granadinos y que contrasta con la era de pacifismo que había mantenido su antecesor. Muhammad El Cojo es el único sultán de Granada que nos queda por identificar. Como hemos indicado, nuestras crónicas le llaman Mohamed ben Ozmin y la palabra Ozmin no es otra cosa que la versión castellana del nombre árabe Utman, nombre que no aparece ni una sola vez en los repertorios conocidos de la familia nazarí. ¿Tuvo Granada un monarca Muhammad apellidado al-Afnah, es decir El Cojo, que no pertenecía a la dinastía de los nazaríes? ¿Fue este monarca un jefe afortunado de la milicia africana, descendiente de Utman b. Abi-l-Ula, quien un siglo antes habla ostentado el cargo de sayj al-guzaa de dichas milicias?


Fuente:  Luis Seco de Lucena