A la influencia de Carl G. Jung en eso que tan heterogéneamente conocemos como "nueva era" debemos la incorporación del mandala, como tal, a nuestro imaginario cultural. Sobre todo a partir de su relación con Wilhem y la proliferación del gusto por el orientalismo y las filosofías orientales, el mandala funge como símbolo numinoso cuya pista podrá rastrearse en sueños y objetos culturales.
El mandala, como formación-transformación del eterno
sentido, representa dentro del contexto junguiano el Selbst, el si-mísmo o
totalidad de la personalidad, espejo monádico de la naturaleza microcósmica del
alma humana. Es la expresión simbólica mas clara de que la evolución de la
psique no es lineal, sino que consiste en una circumbalación en torno al
sí-mismo. Von Franz refiere en su libro que el propio Jung soñó en una ocasión
con un mandala, al cual pintó posteriormente y que designó como “ventana a la
eternidad”.
A Jung mismo, por tanto, el mandala se le representó en
sueños, y esto mismo es lo que suele acontecer universalemente, de manera
espontánea. Fue en particular el encuentro con el orientalista R. Wilhem el
hecho decisivo que permitió a Jung iniciar un estudio sistemático de los
mandalas, en tanto posibles objetos terapéuticos.
El mandala, según el análisis junguiano, es una
producción del inconsciente que se manifiesta en fantasías de muy diverso tipo.
Una de estas fantasías, entre muchas, serían los mismos platillos volantes u
ovnis, representados generalmente como formas circulares. Según la
interpretación de Jung, los platillos volantes consistirían en proyecciones
inconscientes de la psique en forma de mandalas luminosos que encarnarían
modernamente la vivencia de lo numinoso en la era de la ciencia y la
tecnología.
Jung constató su presencia en numerosas personas que
los dibujaban espontáneamente, sin haber tenido ningún conocimiento sistemático
previo. Este descubrimiento permitió a Jung descubrir en el mandala el germen de
la sanación psíquica, o por lo menos una fértil vía de exploración terapéutica,
en la medida en que esta pasa por la búsqueda de la totalidad o conciliación de
los opuestos; una conciliación que no puede consistir en una asunción racional
de los mismos y que guarda, por consiguiente, una estrecha analogía con el curso
circular del tao y su intento por reconciliar unitariamente vida y
conciencia.
La imagen tiene el objeto manifiesto de trazar un
sulcus primigenius, un surco mágico alrededor del centro, el templum o temenos
(recinto sacro) de la personalidad mas íntima para impedir la “efluxión” o
rechazar apotropoyéticamente la distracción por lo externo.
El mandala, tal y como es concebido y dibujado por su
autor, representa su estado anímico, su existencia anímica profunda. En tal
sentido, según algunos, el mandala designaría nuestra posición en un nivel de
conciencia. Podrá hablarse, según esto, de una suerte de adecuación entre la
estructura del mandala y la estructura de nuestra psique, y a tal efecto, cabe
también referirse a la existencia de mandalas perturbadores (formaciones que se
desvíen del círculo o aquellas cuyo número básico no sea el cuatro o sus
múltiplos) que denunciarían la existencia de flujos energéticos psíquicos
canalizados de modo desordenado, aunque no por ello exentos de
sentido.
Fuente: http://cusihuasi.ning.com/group/mandalasdelmundo/forum/topic/show?id=3538070%3ATopic%3A1159764&xg_source=msg
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