martes, 26 de junio de 2012

El PRÍNCIPE - NICOLÁS MAQUIAVELO


   

Breve comentario de Maquiavelo y su obra

Las sentencias que a continuación se detallarán corresponden al libro El Príncipe, escrito en 1513 por el escritor y político florentino Nicolás Machiavelli.






Maquiavelo, hijo de una familia noble nacido en 1469, desempeñó altos cargos hasta el advenimiento de los Médicis, ante los que cayó en desgracia, siendo desterrado. Este hecho le hizo reflexionar sobre las fluctuaciones de la política en todos los ámbitos, entre los cuales estaban  la estrategia y la guerra (de hecho, dedicará uno de sus posteriores textos a estos temas, el célebre tratado "Dell´arte della guerra", de 1519).

Tratando, entre otros fines, de llevar a la dividida península Italia renacentista el unionismo de Francia, escribe El Príncipe, libro que le hizo ganar a su autor la reputación de cínico y malvado, sintetizándose esta mala fama en una frase de la obra, que, sacada de contexto, ha pasado a formar parte de la cultura universal: "El fin, justifica los medios".

El argumento de esta obra, conocida más por este tópico que por su contenido, se compone de una serie de consejos que Maquiavelo daría a un Príncipe, entendiendo como tal a cualquier gobernante, para regir con éxito los destinos de su nación a la par que mantener su posición privilegiada. Dichos consejos deben entenderse como propios y adecuados dentro de su tiempo, El Renacimiento, si bien muchas sentencias pueden adaptarse sin problemas a la actualidad...

Tras la lectura de las líneas que a continuación se citan, cabe pensar que las actitudes y comportamientos denominamos "maquiavélicos", son en realidad un conjunto de profundos conocimientos psicológicos del ser humano y de un gran sentido común. La lectura completa del libro es recomendable para aquellos que busquen un tratado sobre el arte de la estrategia y la política de masas; nada mejor para darlo a conocer que citar algunos de sus pasajes, esperando con ello avivar la curiosidad del lector.


El Príncipe (Extractos)



 El arte de la guerra


Un príncipe que no se preocupe del arte de la guerra, aparte de las calamidades que le pueden acaecer, jamás podrá ser apreciado por sus soldados ni tampoco fiarse de ellos.


 Cuando iniciar el combate


No se debe jamás permitir que se continúe con problemas para evitar una guerra porque no se la evita, sino que se la retrasa con desventaja tuya.


 Alianzas


Hay que guardarse de entablar una alianza con alguien mas poderoso que tu para atacar a otros, a no ser que te veas forzado a ello. La razón es que en caso de victoria te haces su prisionero y los príncipes deben evitar en la medida de lo posible el estar a discreción de los demás. También se adquiere prestigio cuando se es un verdadero amigo y un verdadero enemigo, es decir, cuando se pone resueltamente en favor de alguien contra algún otro. Esta forma de actuar es siempre más útil que permanecer neutral, porque cuando dos estados vecinos entran en guerra, como son de tales características que si vence uno de ellos haya de temer al vencedor. El vencedor no quiere amigos dudosos que no lo defiendan en la adversidad; el derrotado no te concede refugio por no haber querido compartir su suerte con las armas en la mano.


 La venganza


A los hombres se les ha de mimar o aplastar, pues se vengan de las ofensas ligeras ya que de las graves no puede: la afrenta que se hace a un hombre debe ser, por tanto, tal que no haya ocasión de temer su venganza.


 La crueldad


Se puede hacer un buen o mal uso de la crueldad. Bien usadas se pueden llamar aquellas crueldades (si del mal es lícito decir bien) que se hacen de una sola vez y de golpe, por la necesidad de asegurarse, y luego ya no se insiste más en ellas, sino que se convierten en lo más útiles posible para los súbditos. Mal usadas son aquellas que, pocas en principio, van aumentando sin embargo con el curso del tiempo en lugar de disminuir.


 Castigos


Con poquísimos castigos ejemplares será más clemente que aquellos otros que, por excesiva clemencia, permiten que los desórdenes continúen, de lo cual surgen siempre asesinatos y rapiñas.


 Las recompensas


Quien cree que nuevas recompensas hacen olvidar a los grandes hombres las viejas injusticias de que han sido víctimas, se engaña.


 Generosidad


Hay que ser liberal con todos aquellos a quienes no quita nada - que son muchísimos - y tacaño con todos aquellos a quienes no da, que son pocos.
Con aquello que no es tuyo ni de tus súbditos se puede ser considerablemente más generoso. El gastar lo de los otros no te quita consideración, antes que la aumenta.


 Las injusticias y los favores


Las injusticias se deben hacer todas a la vez a fin de que, por probarlas menos, hagan menos daño, mientras que los favores se deben hacer poco a poco con el objetivo de que se aprecien mejor. Los hombres, cuando reciben el bien de quien esperaban iba a causarles mal, se sienten más obligados con quien ha resultado ser su benefactor, el pueblo le cobra así un afecto mayor que si hubiera sido conducido al Principado con su apoyo.


 Evitar el odio del pueblo


El príncipe debe hacerse temer de manera que si le es imposible ganarse el amor del pueblo consiga evitar el odio, porque puede combinarse perfectamente el ser temido y el no ser odiado. El príncipe debe evitar todo aquello que lo pueda hacer odioso o despreciado.


 Entretener al pueblo


Se debe entretener al pueblo en las épocas convenientes del año con fiestas y espectáculos.


 Delegar las medidas impopulares




Los príncipes debe ejecutar a través de otros las medidas que puedan acarrearle odio y ejecutar por sí mismo aquellas que le reportan el favor de los súbditos. Debe estimar a los nobles, pero no hacerse odiar del pueblo.


 Resistencia a los cambios


Los hombres viven tranquilos si se les mantiene en las viejas formas de vida. La incredulidad de los hombres, hace que nunca crean en lo nuevo hasta que adquieren una firme experiencia de ello. La naturaleza de los pueblos es muy poco constante: resulta fácil convencerles de una cosa, pero es difícil mantenerlos convencidos.


 Imitar a los grandes hombres


Un hombre prudente debe discurrir siempre por las vías trazadas por los grandes hombres e imitar a aquellos que han sobresalido extraordinariamente por encima de los demás, con el fin de que, aunque no se alcance su virtud algo nos quede sin embargo de su aroma.


 Prudencia


El que no detecta los males cuando nacen, no es verdaderamente prudente.


 Lo que se debe hacer


Quien deja a un lado lo que se hace por lo que se debería hacer, aprende antes su ruina que su preservación.


 Naturaleza humana


Se puede decir de los hombres lo siguiente: son ingratos, volubles, simulan lo que no son y disimulan lo que son, huyen del peligro, están ávidos de ganancia; y mientras les haces favores son todos tuyos, te ofrecen la sangre, los bienes, la vida y los hijos cuando la necesidad está lejos; pero cuando ésta se te viene encima vuelven la cara. Los hombres olvidan con mayor rapidez la muerte de su padre que la pérdida de su patrimonio.
La naturaleza de los hombres es contraer obligaciones entre sí tanto por los favores que se hacen como por los que se reciben.


 Fidelidad a la palabra dada


No puede un señor prudente - ni debe- guardar fidelidad a su palabra cuando tal fidelidad se vuelve en contra suya y han desaparecido los motivos que determinaron su promesa. Si los hombres fueran todos buenos, este precepto no sería correcto, pero- puesto que son malos y no te guardarían a ti su palabra- tú tampoco tienes por que guardarles la tuya.


 Prestigio


Ayuda también bastante dar ejemplos sorprendentes en su administración de los asuntos interiores, de forma que cuando algún subordinado lleve a cabo alguna acción extraordinaria (buena o mala), se adopte un premio o un castigo que de suficiente motivo para que se hable de él. Hay que ingeniárselas, por encima de todo, para que cada una de nuestras acciones nos proporcionen fama de hombres grandes y de ingenio excelente. Hay muchas gentes que estiman que un príncipe sabio debe, cuando tenga la oportunidad, fomentarse con astucia alguna oposición a fin de que una vez vencida brille a mayor altura su grandeza.


 Elección y manejo de consejeros


No hay otro medio de defenderse de las adulaciones que hacer comprender a los hombres que no te ofenden si te dicen la verdad; pero cuando todo el mundo puede decírtela te falta el respeto. Un príncipe prudente se procura un tercer procedimiento: elige hombres sensatos y otorga solamente a ellos la libertad de decirle la verdad, y únicamente en aquellas cosas de las que les pregunta y no de ninguna otra.


Simular y disimular


Es necesario ser un gran simulador y disimulador: y los hombres son tan simples y se someten hasta tal punto a las necesidades presentes que el que engaña encontrará siempre quien se deje engañar. Cada uno ve lo que parece, pero pocos palpan lo que eres. La poca prudencia de los hombres impulsa a comenzar una cosa y, por las ventajas inmediatas que ella procura, no se percata del veneno que por debajo está escondido.


Cualidades del Príncipe


De ciertas cualidades que el príncipe pudiera tener, incluso me atreveré a decir que si se las tiene y se las observa siempre son perjudiciales, pero sí aparenta tenerlas son útiles; por ejemplo: parecer clemente, leal, humano, íntegro, devoto, y serlo, pero tener el ánimo predispuesto de tal manera que si es necesario no serlo, puedas y sepas adoptar la cualidad contraria.