LAS RELACIONES DE LOS PUEBLOS ANTIGUOS
Se cree generalmente que las relaciones entre Grecia y la India no comenzaron, o por lo menos no adquirieron importancia apreciable, sino en la época de las conquistas de Alejandro; para todo lo que es seguramente anterior a esta fecha se habla, pues, simplemente de semejanzas fortuitas entre las dos civilizaciones; y para todo lo que es posterior, o que se supone posterior, se habla como es natural de influencia griega, como lo quiere la lógica especial inherente al "prejuicio clásico". Ésta es una opinión que, como muchas otras, está desprovista de todo fundamento serio, porque las relaciones entre los pueblos, aun alejados, eran mucho más frecuentes en la Antigüedad de lo que se cree por lo común. En suma, las comunicaciones no eran mucho más difíciles entonces que hace apenas uno o dos siglos, y más precisamente hasta la invención de los ferrocarriles y de los buques de vapor; se viajaba sin duda menos comúnmente que en nuestra época, menos a menudo y sobre todo menos de prisa, pero se viajaba de manera más provechosa, porque se tomaba tiempo para estudiar los países que se atravesaban, y a veces hasta se viajaba justamente sólo con vistas a este estudio y de los beneficios intelectuales que de él se podían obtener. En estas condiciones, no hay ninguna razón plausible para tratar de "leyenda" lo que se nos cuenta sobre los viajes de los filósofos griegos, tanto más cuanto que estos viajes explican muchas cosas que, de otro modo, serían incomprensibles. La verdad es que, mucho antes de los primeros tiempos de la filosofía griega, los medios de comunicación debieron tener un desarrollo del cual los modernos están lejos de tener una idea exacta, y esto de manera normal y permanente, fuera de las migraciones de pueblos que sin duda no se produjeron jamás sino de manera discontinua y algo excepcional.
Entre otras pruebas que podríamos citar en apoyo de lo que acabamos de decir, sólo indicaremos una, que concierne especialmente a las relaciones de los pueblos del Mediterráneo, y lo haremos porque se trata de un hecho poco conocido o por lo menos poco observado, al cual nadie parece haber prestado la atención que merece, y del que no se han dado, en todo caso, más que interpretaciones muy inexactas. El hecho del que queremos hablar es la adopción, en torno a la cuenca del Mediterráneo, de un mismo tipo fundamental de monedas, con variaciones accesorias que servían de marcas distintivas locales; y esta adopción, aunque no se pueda fijar su fecha exacta, se remonta sin duda a una época muy antigua, por lo menos si sólo se tiene en cuenta el período de la Antigüedad que más comúnmente se estudia. Sólo se ha querido ver en esto una simple imitación de las monedas griegas, que habrían llegado accidentalmente a estas regiones lejanas; éste es un ejemplo de la influencia exagerada que se ha querido atribuir siempre a los Griegos, y también de la funesta tendencia a hacer intervenir el azar en todo lo que no se sabe explicar, como si el acaso fuera otra cosa que un nombre para disimular nuestra ignorancia de las causas reales. Lo que nos parece cierto es que el tipo monetario común de que se trata, que tiene esencialmente una cabeza humana de un lado, un caballo o un carro del otro, no es específicamente griego y podría ser itálico o cartaginés, o hasta galo o ibérico; su adopción necesitó sin duda de un acuerdo más o menos explícito entre los diversos pueblos del Mediterráneo, aunque las modalidades de este acuerdo por fuerza se nos escapan. Sucede con este tipo monetario lo que con ciertos símbolos o ciertas tradiciones, que se encuentran los mismos en límites todavía más extensos; y por otra parte, si nadie discute las relaciones continuas que las colonias griegas mantenían con su metrópoli, ¿por qué motivo habían de discutirse más las que pudieron establecerse entre los Griegos y otros pueblos? Por lo demás, aún allí donde nunca haya intervenido una convención de la clase de la que acabamos de mencionar, por razones que pueden ser de órdenes diversos que no tenemos por qué investigar aquí, y que, por lo demás, sería tal vez difícil determinar con exactitud, no está probado de ningún modo que esto impidiese el establecimiento de intercambios más o menos regulares; los medios fueron simplemente otros, puesto que tuvieron que adaptarse a circunstancias diferentes.
Para precisar el alcance que conviene reconocer al hecho que hemos indicado, aunque sólo lo hayamos tomado a título de ejemplo, hay que agregar que los intercambios comerciales nunca se han producido de manera continua sin ir acompañados, tarde o temprano, de intercambios de otro orden, y principalmente de intercambios intelectuales; y hasta puede ser que en ciertos casos las relaciones económicas, lejos de ocupar el primer lugar como lo hacen en los pueblos modernos, no hayan tenido más que una importancia más o menos secundaria. La tendencia a reducir todo al punto de vista económico, ya sea en la vida interior de un país, o bien en las relaciones internacionales, es, en efecto, una tendencia del todo moderna; los antiguos, aun occidentales, con excepción quizá de los Fenicios, no consideraron las cosas de esta manera, y los orientales, todavía hoy, tampoco las consideran así. Ésta es la ocasión de repetir lo peligroso que es siempre querer formular una apreciación de su propio punto de vista, en lo que se refiere a hombres que, encontrándose en otras circunstancias, con otra mentalidad, situados de otro modo en el tiempo o en el espacio, con seguridad no se colocaron nunca en este mismo punto dé vista, y ni siquiera tenían alguna razón para concebirlo; este error es, sin embargo, el que cometen muy a menudo los que estudian la Antigüedad, y éste es también, como lo dijimos al principio, el que nunca dejan de cometer los orientalistas.
Volviendo a nuestro punto de partida, no estamos autorizados, en absoluto, por el hecho de que los más antiguos filósofos griegos hayan precedido en varios siglos a la época de Alejandro para concluir que no conocieron nada de las doctrinas hindúes. Para citar un ejemplo, el atomismo, largo tiempo antes de aparecer en Grecia, fue sostenido en la India por la escuela de Kânada, luego por los Jainistas y los Budistas; puede ser que haya sido importado en Occidente por los Fenicios, como lo dan a entender algunas tradiciones, pero, por otra parte, diversos autores afirman que Demócrito, que fue uno de los primeros entre los Griegos en adoptar esta doctrina, o por lo menos en formularla con precisión, había viajado por Egipto, Persia y la India. Los primeros filósofos griegos pueden hasta haber conocido, no sólo las doctrinas hindúes, sino también las doctrinas budistas, porque no son sin duda anteriores al Budismo, y, además, éste se difundió pronto fuera de la India, en las regiones de Asia más vecinas a Grecia, y, por consecuencia, relativamente más accesibles. Esta circunstancia fortalecería la tesis, muy sostenible, de préstamos, no por ciertos exclusivos, pero sí importantes, de la civilización búdica: así se explicaría, en particular, el hecho de que la mayoría de los filósofos físicos no hayan admitido más que cuatro elementos en lugar de cinco. Lo curioso en todo caso es que los acercamientos que se pueden hacer con las doctrinas de la India son mucho más numerosos y más patentes en el período presocrático que en los períodos posteriores; ¿en qué se convierte entonces el papel de las conquistas de Alejandro en las relaciones intelectuales de los pueblos? En suma, no parecen haber introducido, como hecho de influencia hindú, más que la que se puede señalar en la lógica de Aristóteles, y a la cual aludimos antes en lo que se refiere al silogismo, así como en la parte metafísica de la obra del mismo filósofo, para la cual se podrían señalar también semejanzas demasiado precisas para ser puramente accidentales.
Si se objeta, para defender a pesar de todo la originalidad de los filósofos Griegos, que hay un fondo intelectual común para toda la humanidad, resulta, como mínimo, que este fondo es algo demasiado general y demasiado vago para suministrar una explicación satisfactoria de semejanzas precisas y claramente determinadas. Por lo demás, la diferencia de mentalidades va mucho más lejos, en bastantes casos, de lo que creen los que nunca conocieron más que un solo tipo de humanidad; entre los Griegos y los Hindúes, particularmente, esta diferencia era de las más considerables. Está explicación sólo puede ser suficiente cuando se trata de dos civilizaciones comparables entre sí, cuando se desarrollan en el mismo sentido, aunque independientemente una de otra, y producen concepciones idénticas en el fondo, aunque muy distintas en forma: este caso es el de las doctrinas metafísicas de China y de la India. Aunque sería tal vez más plausible, aun en estos limites, ver ahí, como está uno obligado a hacerlo por ejemplo cuando se comprueba una comunidad de símbolos, el resultado de una identidad de tradiciones primordiales, suponiendo relaciones que pueden remontar por lo demás a épocas mucho más remotas que el comienzo del período llamado "histórico"; pero esto nos llevaría demasiado lejos.
Después de Aristóteles, las huellas de una influencia hindú en la filosofía griega se vuelven más y más raras, si no es que nulas por completo, porque esta filosofía se encierra en un dominio más y más limitado y contingente, más y más alejado de toda intelectualidad verdadera, y porque este dominio es, en su mayor parte, el de la moral, refiriéndose a preocupaciones que siempre fueron completamente extrañas a los orientales. No es sino entre los neoplatónicos donde se verán reaparecer influencias orientales, y es allí donde se encontrarán en los Griegos por primera vez ciertas ideas metafísicas, como la del Infinito. Hasta aquí, en efecto, los Griegos sólo habían tenido la noción de lo indefinido, y, rasgo eminentemente característico de su mentalidad, acabado y perfecto eran para ellos términos sinónimos; para los Orientales, por el contrario, es el Infinito el que es idéntico a la Perfección. Tal es la diferencia profunda que existe entre un pensamiento filosófico, en el sentido europeo de la palabra, y un pensamiento metafísico; pero ya tendremos ocasión después de insistir más ampliamente sobre: el particular, y estas cuantas indicaciones bastan por el momento, porque nuestra intención no es la de establecer aquí una comparación detallada entre las concepciones respectivas de la India y de Grecia, comparación que encontraría por lo demás muchas dificultades en las cuales no piensan los que la consideran demasiado superficialmente.
Fuente: René Guénon