viernes, 27 de enero de 2012

H.P.Lovecraft, el Poeta de los Universos Paralelos






 Hace mucho tiempo, en la ciudad de Providence, murió el viejo Whipple. Heredó todos sus bienes su joven nieto Phillips. La herencia consistía en una casa con una enorme biblioteca y, sobre todo, una lámpara de oro. Esa lámpara la consiguió su abuelo en una tumba de Arabia, cerca de la Ciudad de Irem, también conocida con el nombre de la Ciudad de las Columnas, y había pertenecido a un árabe loco de la tribu de Ad denominado Abdul Alhazred. La lámpara contenía un extraño misterio, y su abuelo dejó escrito que hasta pasados siete años no podía tocarla, tiempo que consideró suficiente para que su nieto leyese parte de los libros de la biblioteca y alcanzase la madurez necesaria para enfrentarse al enigma que encerraba.

Pasado ese tiempo Phillips, que era un amante del pasado y que leyó ávidamente los viejos manuscritos, cogió la lámpara, la limpió, le puso aceite y la encendió. Cuando su luz cálida y mortecina se extendió por toda la habitación, empezó a ocurrir algo asombroso: los objetos de la sala se difuminaron, y en el fondo de la luz aparecieron imágenes de lugares desconocidos para el joven, de seres que quizá alguna vez pisaron la faz de la Tierra, de ciudades con nombres musicales y sonoros como la de Kadast, cuyas cúpulas gigantescas se elevaban hacia un cielo de estrellas irreconocibles. Vio también el río Miskatonic y la ciudad de Arkhan, el horror de Dunwick y la ciudad costera de Insmonth, las montañas de la locura, la meseta de Leng, los Shogoths, al gran Cthulhu y los demás dioses del panteón, que vinieron de lejanas estrellas antes que la raza humana apareciese sobre la Tierra; un sinfín de escenas de un pasado remoto y misterioso. Y el joven soñador contempló alucinado las imágenes que la luz de la lámpara proyectaba, y sintió una llamada desde el fondo de los eones sin tiempo; entonces se aterrorizó y la apagó apresuradamente.

Se cuenta que en varias ocasiones la volvió a encender, y que decidió escribir todo aquello que contemplaba a través de su puerta dimensional. Y así, el mundo conoció los Mitos de Cthulhu, El Necronomicón, los seres híbridos del arrecife del diablo… hasta que un día, ya viejo, Phillips respondió a la «llamada» y se introdujo en el más allá del resplandor de la lámpara. Nada más se supo de él. Sólo quedaron sus relatos. Y Howard Phillips Lovecraft se convirtió en un mito, un eterno mito que aún hoy persiste.

H.P.L. es hoy un «clásico», uno de nuestros maestros, inspiración y guía. Consciente o inconscientemente, abrió el surco de un nuevo tipo de terror: «El Horror Cósmico», y creemos –aún está por dilucidar–, que ni él mismo intuyó la importancia para el porvenir de  su «visión». Se le ha llamado «el Padre del Realismo Fantástico y de la Ciencia Ficción», «el más grande poeta de los Universos Paralelos», «vidente y profeta del siglo XX», «creador de una nueva religión, los Mitos de Cthulhu». 

Pero sobre todo, H.P.L. era un «soñador experto», un soñador de mundos maravillosos y terroríficos.  Dice en su Autobiografía póstuma: «Algunos de mis cuentos involucran sueños reales que he experimentado». Siempre estuvo influenciado por la realidad que veía a través de sus sueños, pesadillas a veces, y otras paisajes encantadores de mágicas escenas; pero siempre sueños. Él, que odiaba la época que le había tocado vivir, época en la que coincidieron la Depresión, la I Guerra Mundial, la Revolución Rusa y Fascista, la crisis del Racionalismo, la explosión de la psicología freudiana, la aparición de Einstein; en fin: «la crisis total de la cultura de Occidente», cerraba las cortinas  de su casa para que no entrase la luz en su despacho y escribía en soledad, lejos de un mundo vulgar al que únicamente visitaba de noche, cuando las sombras difuminaban las cosas y podía sentirse libre, creerse un patricio romano o un hombre del siglo XVIII. 

Se refugió en sí mismo, en los pocos amigos con los que se carteaba, en sus relatos, pero especialmente en sus sueños. Allí, quien sabe, conectó con ese mundo onírico y abrió puertas a otras dimensiones. Quizás vio, con su lámpara interior, la Memoria de la Naturaleza, y luego buscó en el mundo que le había tocado vivir aquello que coincidía con sus anhelos: misterio, esoterismo, filosofía, magia… elementos de los cuales está plagada su obra. Se consideraba a si mismo como un «exiliado interior», un hombre perteneciente a otra época en un mundo incomprensible, materialista y frío.




Precisamente, el tema que nos interesa destacar en este artículo, es descubrir de dónde sacó Phillips la inspiración para sus relatos. Sin descartar, por supuesto, la lámpara del viejo Whipple y los universos paralelos que le mostraba, estamos convencidos de que el esoterismo, el Mundo Oculto, fue una influencia fundamental. 

Podemos leerlo directamente de su pluma, en estos fragmentos de su obra El Horror Sobrenatural en la Literatura:

«Cabe destacar en este punto que los adherentes al ocultismo son quizá menos efectivos que los materialistas en delinear lo espectral y lo fantástico, pues para ellos el mundo fantasmal es una realidad tan cotidiana que tienden a considerarlo con menos reverencia, distancia y sobrecogimiento tal como lo hacen aquellos o que ven en lo desconocido una absoluta e impresionante violación del orden natural.»
«Para quienes gustan de especular acerca del futuro, el cuento de terror sobrenatural les brinda un campo propicio. Combatido por una ola creciente de basto realismo, cínicos irresponsables y sofisticado desencanto, por otro lado continúa floreciendo al amparo de una marea igualmente ascendente de misticismo, que surge ya sea a través del fundamentalismo religioso en contra de los descubrimientos materialistas o través del estímulo de lo maravilloso y lo fantástico provocado por la amplitud de perspectivas que nos brinda la ciencia moderna con su química del átomo, la astrofísica, las doctrinas de la relatividad y las investigaciones en biología y pensamiento humano.»

Sin embargo, pese a este ataque frontal contra el ocultismo y sus seguidores, lo cierto es que él lo usó ampliamente. Hay que tener en cuenta varios aspectos: por un lado Howard leyó y fue influenciado por autores del género como Edgar Allan Poe, Lord Dunsany, Bram Stocker, Arthur Machen, Algernon Blackwood, Bullwer Lytton o H.G. Wells, entre otros. La mayoría de ellos pertenecieron a sociedades de tipo ocultista o esotérico. Bullwer Lytton, por ejemplo, estuvo en la Sociedad Vril, y Arthur Machen y Algernoon Blacwoord en la Golden Dawn inglesa. Además, al parecer el  padre de Lovecraft era francmasón de línea egipcia y, aunque no pudo conocerlo muy bien por morir éste cuando Howard tenía ocho años de edad, tal vez algunos de sus libros cayeron en sus manos –ávido lector–, incluso de uno de ellos pudo sacar la inspiración para el famoso Necronomicón.

Lo seguro es que, por una u otra razón, H.P.L. leyó a muchos autores de ocultismo como Paracelso, Van Helmont o Agripa, que luego nombra en sus cuentos. Pero sobre todo estudió obras de teosofía, como Atlantis and the Lemurie de W. Scott-Elliot y la inmensa obra de Helena Petrovna Blavatsky, La Doctrina Secreta, de la cual sacó, no sólo el título de un libro antiquísimo:  
 El Libro del Dzyan, o pasajes casi textuales sobre ruinas ciclópeas de ciudades enterradas en la arena de desiertos olvidados, sino ideas tan fundamentales para crear su universo como la existencia de dioses 
 venidos a la Tierra antes de que el hombre apareciese, seres de formas totalmente extrañas a nuestra
 concepción del mundo y de tamaños increíblemente gigantescos: los llamados «Primordiales». En su no muy extensa obra encontramos por todas partes notas sobre civilizaciones antediluvianas, razas diferentes a las actuales, el poder de la magia, la existencia de otras dimensiones más allá de lo que llamamos «el mundo real», etc..

En La Llamada de Cthulhu, por ejemplo, además de nombrar «siete» veces la teosofía, dice:
«Los teósofos comprendieron bien la imponente grandeza del ciclo cósmico en el que nuestro mundo y la raza humana no pasan de ser efímeros acontecimientos. Intuyeron la presencia de extrañas supervivencias en términos tales que nos helaría la sangre de no camuflarnos tras un imperturbable optimismo.»

Aquí, a nuestro entender, la crítica de H.P.L. no recae en la creencia o no creencia en el esoterismo. Dice precisamente que «Los teósofos comprendieron bien la imponente grandeza del ciclo cósmico…». No, lo que critica es, como en El Horror Sobrenatural, cómo se utiliza ese esoterismo, cómo se expresa: «camuflarnos tras un imperturbable optimismo». Para él, el Mundo Oculto, bien entendido, bien observado, es algo terrorífico, algo «que nos helaría la sangre», algo que trasciende lo cotidiano, lo que llamamos real, que desdibuja las fronteras y que hace tambalear –o debería tambalear– nuestra «segura» visión del Cosmos.

Comenta en este mismo relato:

«Pero no es a ellos [los teósofos] a quienes debo la fugaz visión de misteriosas y remotas épocas que me hacen estremecer ante su sola idea y me trastornan los sentidos cuando me asaltan en sueños.»
Tal vez ésta sea realmente la solución del problema: los sueños, como hemos mencionado más arriba,  puesto que H.P.L. sacó parte de su inspiración de su mundo onírico. Nos dice:

«Una o dos veces he escrito un sueño literalmente, pero por lo general me inspiro en un paisaje, idea o imagen que deseo expresar, y busco en mi cerebro una vía adecuada de crear una cadena de acontecimientos dramáticos capaces de ser expresados en términos concretos».

Las ideas centrales de algunos de sus relatos las soñó, y es muy probable que, debido a su enfermedad crónica, a su excesiva sensibilidad, pudiese conectar a través de los sueños con el denominado por los esoteristas «mundo astral», con la «Memoria de la Naturaleza», con el «plano akâsico», y que luego buscase comprender estas visiones acercándose a determinada literatura. Sea como fuere, sigue siendo algo a dilucidar.

Creemos que es muy significativo que Howard nos presente la misma inquietante estructura en sus relatos, haciéndonos vivir la posibilidad de que a nuestro alrededor existan otras dimensiones. Es decir, utiliza precisamente lo desconocido como eje de sus relatos. A veces mas allá del muro de los sueños, otras en los bosques frondosos y oscuros de Nueva Inglaterra; en ocasiones, tras un hecho insignificante de la vida cotidiana, o después de haber leído las páginas roídas y amarillentas de un viejo manuscrito, encontrado, casi siempre,  por alguna extraña casualidad. 

«Siempre existirá un número determinado de personas que tenga gran curiosidad por el desconocido espacio exterior, y un deseo ardiente por escapar de la morada-prisión de lo conocido y lo real, para deambular por las regiones encantadas llenas de aventuras y posibilidades infinitas a las que sólo los sueños pueden acercarse: las profundidades de los bosques añosos, la maravilla de fantásticas torres y las llameantes y asombrosas puestas de sol.»

En cuanto a los elementos que presenta, vemos aparecer estos «misteriosos libros» inventados por él, como El Necronomicón del árabe loco Abdul Alhazred, nombrado por primera vez en La Ciudad sin Nombre y en El Sabueso; los Manuscritos Pnakóticos; las pesadillas apócrifas de Damascius; y también libros reales: de Paracelso, de Van Helmont, Agripa, etc. Habla de seres como los «Primordiales», generalmente provenientes de otras esferas o planetas, y que están en la Tierra desde antes de la aparición del primer hombre, dormitan en las profundidades del mar o en la negrura de ciudades enterradas bajo las arenas del desierto, y se comunican con los hombres a través de los sueños. Tienen cultos secretos, están esperando que los astros sean favorables y, mientras tanto, se les puede invocar con rituales mágicos. Habitaciones cerradas que contienen misterios tras sus umbrales, olores nauseabundos, el mar como un elemento fascinante y terrible, familias mestizas de hombres y seres híbridos; universitarios, a veces de Mískatonic, que están interesados en  mitología comparada, en antropología, ocultismo, y que no le satisfacen las pueriles respuestas dadas por la ciencia oficial. 

A nuestro entender, relacionado con el ocultismo, su obra más lograda es  El Caso de Charles Dexter Ward, donde aparece un alquimista, Joseph Curwen, que trata de resucitar a los muertos utilizando sus cenizas en base a rituales y encantamientos, y partiendo de fórmulas mágicas y de textos, como los de un libro muy estropeado de Borellus:

«Las sales de los animales pueden ser preparadas y conservadas de modo que un hombre hábil pueda tener todo el Arca de Noé en su propio estudio y reproducir la forma de un animal a voluntad partiendo de sus cenizas, y por el mismo método, partiendo de las sales esenciales del polvo humano, un filosofo puede, sin que sea nigromancia delictiva, evocar la forma de cualquier antepasado nuestro cuyo cuerpo haya sido incinerado.»

Todo esto con la intención de extraer la sabiduría de los más grandes hombres que han existido en el pasado y así conseguir la Inmortalidad. Nombra en este relato a autores y obras como: Turba Philosopharum de Hermes Trimegistro, el Liber Investigationes de Geber, la Clave de la Sabiduría de Aztephous, el cabalístico Zohar, el Ars Magna et Ultima de Raimundo Lulio, el Thesaurus Chemicus de Roger Bacon y, por supuesto, el infame Necronomicón.

En relación con el esoterismo, pensamos que uno de sus mejores cuentos es: A través de las Puertas de la Llave de Plata,  donde, con la excusa de la desaparición de Randolf Carter y el interés en repartir su hacienda, un oriental muy extraño cuenta los pasos y puertas que ha cruzado Carter, en las dimensiones que están más allá de lo que nosotros llamamos Mundo de los Sueños. En realidad está describiendo una serie de «iniciaciones»: menciona una misteriosa Llave de Plata y de su capacidad de «abrir las sucesivas puertas que impiden nuestro libre caminar por los imponentes corredores del espacio y del tiempo, hasta el mismo confín que ningún hombre ha traspasado jamás».

Nombra a unos misteriosos «Hijos de las Brumas de Fuego» que han bajado a la Tierra para enseñar al hombre la sabiduría arquetípica, los que recuerdan mucho a los «Mânasaputras o Hijos del Pensamiento» de La Doctrina Secreta escrita por Blavatsky, los que –según diversas mitologías–, realizaron esa labor civilizadora en los albores del tiempo.


«El-Hombre-Que-Conoce-La-Verdad está más allá del Bien y del Mal. El Hombre-Que-Conoce-La-Verdad ha comprendido la identidad de lo UNO y el TODO. El-Hombre-Que-Conoce-La-Verdad ha comprendido que la Ilusión es la Realidad Única y que la Sustancia es la Gran Impostora.» 

Las siguientes frases podrían estar firmadas por Ouspensky, o extraídas de su obra Tertium Organum:
«Le hicieron saber que cada figura espacial no es más que el resultado de la intersección, en un plano, de una figura correspondiente que posee además otra dimensión, como el cuadrado resulta de la sección de un cubo, o el círculo de la de una esfera. El cubo y la esfera, o el circulo de la de una esfera. El cubo y la esfera, con sus tres dimensiones, corresponden a su vez a la sección de otras figuras de cuatro dimensiones, que los hombres conocen sólo por sueños y conjeturas; y éstas a su vez, son sección de otras figuras de cinco dimensiones, y así sucesivamente, hasta remontarse a la inalcanzable infinitud arquetípica. El mundo de los hombres y de los dioses humanos es tan sólo una fase infinitesimal de un ser infinitésimo… Lo que llamamos Sustancia y Realidad es sombra e ilusión, y lo que llamamos sombra e ilusión es Sustancia y Realidad. Sólo unos pocos seres versados en materias prohibidas han logrado una ínfima parte de ese dominio, conquistando de este modo el tiempo y el espacio.»

«¿Qué sabemos nosotros del mundo y del Universo que nos rodea? Nuestros medios de percepción son absurdamente escasos y nuestra noción de los objetos que nos rodean, infinitamente estrecha. Vemos las cosas sólo según la estructura de los órganos con que los percibimos y no podemos formarnos una idea de su naturaleza absoluta. Pretendemos abarcar el Cosmos complejo e ilimitado con cinco débiles sentidos, cuando otros seres dotados de una gama de sentidos más amplia y vigorosa, o simplemente diferente, podrían, no sólo ver de manera muy distinta las cosas que nosotros vemos, sino que podrían percibir y estudiar mundos enteros de materia, de energía y de vida que se encuentran al alcance de la mano, aunque, son imperceptibles a nuestros sentidos actuales.»

Otras veces la entrada a ese mundo ignoto que nos rodea se da por la excesiva utilización de drogas, o por soñar tanto como en Celephais, hasta el punto de que llega un momento en que el mundo de la vigilia y el de los sueños se confunden.

En Más Allá del Muro del Sueño, precisamente Lovecraft utiliza los dos métodos y describe de esta manera ese mundo onírico, utilizando de nuevo el estilo teosófico:

«Es un lugar resplandeciente y luminoso, como un prodigioso espectáculo de absoluta belleza, donde uno va flotando por el vacío y todo lo que ve es radiante, formado de una sustancia plástica, esplendorosa y etérea, que participa tanto del Espíritu como de la Materia, esos paisajes pueden cambiar a voluntad, en ellos no existe el tiempo y todo es familiar como lo había sido durante innumerables ciclos de eternidad y lo seguiría siendo eternamente en el futuro. Están envueltos en auras resplandecientes y se llaman hermanos de luz; se comunican telepáticamente y consideran que eso es libertad y estar dentro del cuerpo periódico y degradante, esclavitud, el caparazón terrestre, el alma está en relación con las estrellas, las cuales también tienen alma, almas cósmicas. En ese estado, se puede viajar en el tiempo.»

Un detalle aterrador, propio de la perspectiva con la que h.p.l. encara el esoterismo, es cuando dice que el «yo terrestre» conoce poco de «la vida y sus dimensiones» y que «poco, en efecto, debe saber, para su propia tranquilidad». Porque, como ya hemos mencionado, ese Mundo Oculto, desconocido, es algo que deberíamos temer.

De todos modos, tal vez lo importante en la obra de H.P.L. es el resultado final, su propia combinación, que rehecha nos da una obra distinta, genuina, pues, ¿qué es lo que nos impacta en los relatos de el Mago de Providence? Tal vez a cada lector algo diferente: el ocultismo, el suspense, lo desconocido, las civilizaciones desaparecidas, los seres que acechan detrás de las sombras, el Panteón, la atmósfera de terror… lo cierto es que, a la mayoría de los seres humanos nos atrae lo sobrenatural y lo desconocido, como nos atraen también las tormentas, el estampido de los truenos, el viento soplando entre las ramas de los árboles, el mar inmenso con sus misterios insondables, el cielo estrellado… Hay atavismos en la raza humana, tal vez pertenecientes al inconsciente colectivo, en el que según Jung todos estamos inmersos. Lovecraft decía que nada había tan terrorífico para el espíritu humano como una dislocación en el tiempo y en el espacio:

«La emoción más antigua y más intensa de la Humanidad es el miedo y el más antiguo y más intenso de los miedos es el miedo a lo desconocido.»

Pensamos que en este particular hay un gran debate: saber dónde se encuentra la raíz del miedo, del terror. ¿Dónde nace este elemento visceral propio del hombre, si es que es propio del hombre? Tal vez la muerte, por ejemplo, si dejase de ser un misterio gracias a los avances científicos, dejaría de ser un tabú, dejaría de ser algo que temer. Dice el mismo H.P.L.: «El terror y lo desconocido, están siempre relacionados, tan íntimamente unidos que es difícil crear una imagen convincente de la destrucción de las leyes naturales, de la alienación cósmica y de las presencias exteriores sin hacer énfasis en el sentimiento de miedo y horror».

Lo desconocido es, en sí mismo, la semilla que fertiliza nuestra imaginación. Ayer, ahora, y en el futuro.

La Magia, como la describe Lovecraft, es una dimensión que nos rodea; está aquí, envolviendo nuestra vida cotidiana. Pero el acceso está reservado a aquellos que se atreven a romper los límites de la Realidad.
Por otro lado, no es menos cierto que todos tenemos el anhelo de descubrir ese mundo misterioso, terrible o beatífico, pero nos hace falta la «Llave» que abra las puertas del Mundo de los Sueños, aquél que es más real que el cotidiano, del que han hablado, no sólo Lovecraft, sino los más grandes poetas y los más grandes sabios.

El mundo de su tiempo había derrumbado el Antiguo Saber, las antiguas vías y las antiguas creencias y tuvieron que ahogar el tedio en el bullicio y en la pretendida utilidad de las prisas, en el aturdimiento y en la excitación, en bárbaras expansiones y en placeres bestiales. Y va a ser en el mundo de sus sueños, llegado casi a la vejez, cuando su abuelo le va a hablar de la Llave, enterrada en el desván de la case familiar. Allí va y allí la encuentra Randolf Carter [y tal vez Lovecraft] y con ella, entrando en la cueva de las serpientes, desaparece, volviendo así al feliz mundo de sus sueños.»
 
 Pensamos que esa «Llave de Plata» es la Llave que puede abrir las puertas herméticamente cerradas de nuestros sueños, de ese mundo numinoso que todos llevamos dentro, y que este Sacerdote de lo Imposible pudo encontrar, y gracias a eso, sobrevivir en un mundo profano y vulgar que ha perdido la concepción de lo sagrado. 

Fuente: José Rubio Sánchez - José Miguel Cuesta Puertes