miércoles, 11 de enero de 2012

INTRODUCCIÓN GENERAL AL ESTUDIO DE LAS DOCTRINAS HINDÚES - RENÉ GUÉNON



Muchas dificultades se oponen, en Occidente, a un estudio serio y profundo de las doctrinas orientales en general, y de las doctrinas hindúes en particular; y los mayores obstáculos a este respecto, no son quizá los que pudieran provenir de los orientales mismos. En efecto, la primera condición que se requiere para este estudio, la más esencial de todas, es evidentemente la de tener la mentalidad requerida para comprender las doctrinas de que se trata, queremos decir para comprenderlas verdadera y profundamente; ahora bien, ésta es una aptitud que, salvo muy raras excepciones, les falta por completo a los occidentales. Por lo demás, esta condición necesaria podría ser considerada al mismo tiempo como suficiente, porque, cuando se cumple, los orientales no sienten la menor repugnancia en comunicar su pensamiento tan completamente como es posible hacerlo.

Si no hay otro obstáculo real mas que el que acabamos de indicar, ¿cómo es que los "orientalistas", es decir los occidentales que se ocupan de las cosas del Oriente, no lo han superado jamás? Y no podría tachársenos de exageración al afirmar que, en efecto, nunca lo han superado, cuando se comprueba que sólo han podido producir simples trabajos de erudición, estimables quizá desde un punto de vista especial, pero sin ningún interés para la comprensión de la menor idea verdadera. Y es que no basta conocer gramaticalmente una lengua, ni ser capaz de traducirla palabra por palabra de manera correcta, para penetrar su espíritu y asimilar el pensamiento de los que la hablan y la escriben. Hasta podría irse más lejos y decir que cuanto más una traducción es escrupulosamente literal, más arriesga el ser en realidad inexacta y desnaturalizar el pensamiento, ya que no hay verdadera equivalencia entre los términos de dos lenguas diferentes, sobre todo cuando estas lenguas están muy alejadas una de otra, y alejadas no tanto filológicamente como en razón de la diversidad de las concepciones de los pueblos que las emplean; y es este último elemento el que no podrá penetrar jamás ninguna erudición. Se necesita para esto algo más que una vana "crítica de textos" que se extienda hasta perderse de vista en cuestiones de detalle, algo más que los métodos de gramáticos y de "literatos", e incluso más que un pretendido "método histórico" aplicado a todo indistintamente. Sin duda que los diccionarios y las recopilaciones tienen su utilidad relativa, que no se trata de contestar, y no se puede decir que todo este trabajo sea inútil, sobre todo si se reflexiona en que los que los proporcionan a menudo serían incapaces de producir otra cosa; pero, desgraciadamente, en tanto que la erudición se vuelve una "especialidad", tiende a tomarse como un fin en sí misma, en lugar de ser un simple instrumento como debe serlo normalmente. Esta invasión de la erudición y de sus métodos particulares es lo que constituye un verdadero peligro, ya que puede absorber a los que serían capaces tal vez de entregarse a otro género de trabajos, y porque el hábito de estos métodos estrecha el horizonte intelectual de los que se someten a ellos y les impone una deformación irremediable.


Aún no hemos dicho todo, y ni siquiera hemos tocado el aspecto más grave de la cuestión: los trabajos de pura erudición son, en la producción de los orientalistas, la parte más engorrosa, es verdad, pero no la más nefasta; y al decir que no había otra, queremos decir otra que tuviese algún valor, aun de alcance restringido.


Es verdad que en Alemania principalmente, se ha querido ir más lejos y, siempre con los mismos métodos que ya no pueden aportar nada aquí, hacer obra de interpretación, añadiendo a ella todo el conjunto de ideas preconcebidas que constituye su mentalidad propia, y con el prejuicio manifiesto de hacer entrar las concepciones de las que se ocupan en los cuadros acostumbrados del pensamiento europeo. En resumen, el error capital de estos orientalistas, dejando a un lado la cuestión del método, es el de considerar todo desde el punto de vista occidental y a través de la mentalidad de ellos, mientras que la primera condición para poder interpretar correctamente una doctrina cualquiera es, naturalmente, hacer un esfuerzo para asimilársela y para colocarse, tanto como sea posible, en el punto de vista de los que la concibieron. Decimos tanto como sea posible, porque no todos pueden lograrlo igualmente, pero por lo menos todos pueden intentarlo; ahora bien, lejos de ello, el exclusivismo de los orientalistas de los que hablamos  y su espíritu de sistema llegan hasta llevarlos, por una aberración increíble, hasta el punto de creerse capaces de comprender las doctrinas orientales mejor que los mismos orientales: pretensión que sería risible si no estuviese unida a una voluntad bien determinada de "monopolizar" en cierto modo los estudios en cuestión. Y,  en efecto, para ocuparse de ellos, no hay en Europa, fuera de estos "especialistas", más que una categoría de soñadores extravagantes y de audaces charlatanes a los que se podría considerar como cantidad despreciable, si no ejercieran ellos también, una influencia deplorable desde diversos puntos de vista, como lo expondremos en su lugar de manera más precisa.

Para nosotros, ateniéndonos a lo que se refiere a los orientalistas que se pueden denominar "oficiales", señalaremos además, a título de observación preliminar, uno de los abusos a que da lugar lo más frecuentemente el empleo de este "método histórico" al cual hicimos ya alusión: es el error que consiste en estudiar las civilizaciones orientales como se haría con las civilizaciones desaparecidas desde hace largo tiempo. En este último caso, es evidente que está uno forzado, a falta de algo mejor, a contentarse con reconstrucciones aproximadas, sin estar seguro nunca de una perfecta concordancia con lo que realmente existió antes, puesto que no hay ningún medio de proceder a comprobaciones directas. Pero se olvida que las civilizaciones orientales, por lo menos las que al presente nos interesan, se han continuado hasta nosotros sin interrupción, y que todavía tienen representantes autorizados, cuya opinión vale incomparablemente más, para su comprensión, que toda la erudición del mundo; sólo que, si se piensa en consultarlos, no hay que partir del singular principio de que sabemos más que ellos sobre el verdadero sentido de sus propias concepciones.

Por otra parte, hay que decir también que los orientales, que tienen, con razón, una idea más bien triste de la intelectualidad europea, se preocupan muy poco de lo que los occidentales, de una manera general, puedan o no puedan pensar acerca de ellos; por lo menos no tratan en manera alguna de sacarlos de su error, y, por el contrario, en razón de una cortesía algo desdeñosa, se encierran en un silencio que la vanidad occidental interpreta sin esfuerzo como una aprobación. Y es que el proselitismo se desconoce por completo en Oriente, donde por lo demás carecería de objeto y no podría ser considerado sino como una prueba de ignorancia y de incomprensión pura y simple; lo que después diremos mostrará las razones. Para este silencio que algunos reprochan a los orientales, y que sin embargo es tan legítimo, no puede haber sino raras excepciones, en favor de alguna individualidad aislada que presenta las condiciones requeridas y las aptitudes intelectuales necesarias. En cuanto a los que salen de su reserva fuera de este caso determinado, no se puede decir más que una cosa: que representan en general a elementos muy poco interesantes, y que, por una u otra razón, no exponen más que doctrinas deformadas bajo el pretexto de adaptarlas al Occidente; tendremos ocasión de decir algunas palabras acerca de ellos. Lo que deseamos hacer comprender por el momento, y lo que desde el principio indicamos, es que la mentalidad occidental es la única responsable de esta situación, que hace muy difícil el papel aun del que, habiéndose encontrado en condiciones excepcionales y habiendo llegado a asimilar ciertas ideas, quiere expresarlas de la manera más inteligible, pero sin desnaturalizarlas, debe limitarse a exponer lo que ha comprendido, en la medida que esto puede hacerse,absteniéndose cuidadosamente de todo deseo de "vulgarización", y sin tener siquiera la menor preocupación de convencer a nadie.

Hemos dicho lo bastante para definir de manera precisa nuestras intenciones: no queremos hacer aquí obra de erudición, y el punto de vista en que queremos colocarnos es mucho más profundo. Como la verdad no es para nosotros un hecho histórico, nos importa muy poco en el fondo determinar con exactitud el origen de tal o cual idea, que no nos interesa, en suma, sino porque, habiéndola comprendido, sabemos que es verdadera; pero algunas indicaciones sobre el pensamiento oriental pueden ser motivo de reflexión para algunos, y este simple resultado tendría, por sí solo, una importancia insospechada. Por otra parte, si ni siquiera puede alcanzarse este fin, tendríamos todavía una razón para emprender una exposición de este género: la de reconocer en cierto modo todo lo que debemos intelectualmente a los orientales, y acerca de lo cual los occidentales no nos han ofrecido nunca, ni siquiera parcial e incompleto, el menor equivalente.


Mostraremos, pues, para comenzar, tan claramente como podamos y después de algunas consideraciones preliminares indispensables, las diferencias esenciales y fundamentales que existen entre los modos generales del pensamiento oriental y los del pensamiento occidental. Insistiremos enseguida más especialmente en lo que se refiere a las doctrinas hindúes, en lo que éstas presentan de rasgos particulares que las distinguen de las otras doctrinas orientales, aunque todas tengan bastantes caracteres comunes para justificar, en su conjunto, la oposición general del Oriente y del Occidente. Por fin, con respecto a estas doctrinas hindúes, señalaremos la insuficiencia de las interpretaciones que tienen curso en Occidente; hasta deberíamos, para algunas de ellas, indicar su absurdo. Como conclusión de este estudio, indicaremos, con todas las precauciones necesarias, las condiciones de un acercamiento intelectual entre el Oriente y el Occidente, condiciones que, como es fácil verlo, están lejos de haberse cumplido actualmente del lado occidental: de manera que sólo queremos indicar una posibilidad, sin creer de ninguna manera que sea susceptible de una realización inmediata o simplemente próxima.