PRACTICA DEL MERCURIO DE LOS SABIOS
No es el Mercurio del vulgo, es la materia prima de los filósofos. Es un elemento acuoso, frío, húmedo, es un agua permanente, es el espíritu del cuerpo, vapor graso, Agua bendita, Agua fuerte, Agua de los sabios, Vinagre de los filósofos, Agua mineral, Rocío de la gracia celeste; tiene muchos otros nombres más, y si bien son diferentes, designan todos a una misma y única cosa, que es el Mercurio de los filósofos, es la fuerza de la Alquimia; sólo él puede servir para hacer la tintura blanca y la roja, etcétera.
Toma, pues en nombre de Jesucristo, nuestro M... venerable, Agua de los filósofos, Hylé primitivo de los sabios; es la piedra que se te ha descubierto en este tratado, es la materia prima del cuerpo perfecto, como lo has adivinado. Pon tu materia en un hornillo, en un recipiente limpio, claro, transparente y redondo, del cual sellarás herméticamente el orificio, de suerte que nada pueda escaparse.
Tu materia será colocada sobre un lecho bien plano ligeramente caliente; allí lo dejarás un mes filosófico; mantendrás el calor siempre igual, mientras el sudor de la materia se sublime, hasta que no sude más, que no suba nada, que nada baje, que comience a pudrirse, a sofocarse, a coagularse y a fijarse, como consecuencia de la constancia del fuegoYa no se elevará más substancia aérea humeante y nuestro Mercurio quedará en el fondo, seco, despojado de su humedad, podrido, coagulado, convertido en una tierra negra, que se llama Cabeza negra del cuervo, elemento seco terroso.
Cuando hayas hecho esto, habrás llevado e cabo la verdadera sublimación de los Filósofos, durante la cual has recorrido todos los grados precitados: sublimación del Mercurio, destilación, coagulación, putrefacción, calcinación y fijación, en un solo matraz y en un solo hornillo, como se ha dicho.
En efecto, cuando nuestra piedra está en su recipiente, y ella se eleva, se dice entonces que hay sublimación o ascensión. Pero cuando en seguida cae de nuevo al fondo, se dice que hay destilación o precipitación. Más adelante, cuando después de la sublimación y la destilación, nuestra Piedra comienza a pudrirse y a coagularse, es la putrefacción y la coagulación; finalmente, cuando se calcina y fija por privación de su humedad radical acuosa, es la calcinación y fijación; todo esto se efectúa por el solo acto de calentar, en un solo hornillo y en un solo recipiente, como se ha dicho.
Esta sublimación constituye una verdadera separación de los elementos, según los filósofos: “El trabajo de nuestra piedra no consiste más que en la separación y conjunción de los elementos; porque en nuestra sublimación el elemento acuoso frío y húmedo se convierte en elemento terroso, seco y cálido. De esto se desprende que la separación de los elementos de nuestra piedra no es vulgar; sino filosófica; nuestra única sublimación muy perfecta, basta, en efecto, para separar los elementos; en nuestra piedra no hay más que la forma de dos elementos, el agua y la tierra, que contienen virtualmente a los otros dos. La Tierra encierra virtualmente al Fuego, a causa de su sequedad; el Agua contiene virtualmente el Aire a causa de su humedad. Por lo tanto, es bien evidente que si nuestra piedra no tiene en ella más que la forma de dos elementos, encierra virtualmente. a los cuatro”.
También ha dicho un filósofo: “No hay separación de los cuatro elementos en nuestra Piedra, como lo creen los imbéciles. Nuestra naturaleza encierra un arcano muy oculto del cual se ven la fuerza y la potencia, la tierra y el agua. Encierra otros dos elementos, el aire y el fuego, pero no son ni visibles, ni tangibles, no se les puede representar, nada les descubre, se ignora su poder, que no se manifiesta más que en los otros dos elementos, tierra y agua, cuando el fuego cambia los colores durante la cocción”.
He aquí que por la gracia de Dios tienes el segundo componente de la piedra filosofal, que es la Tierra negra, Cabeza de cuervo, madre, corazón y raíz de los otros colores. De esta tierra, como de un tronco, nace todo el resto. Este elemento terroso y seco, ha recibido en los libros de los filósofos numerosos nombres, todavía se le llama Latón inmundo, Residuo negro, Bronce de los filósofos, Nummus, Azufre negro, Macho, Esposo, etcétera. A pesar de esta infinita variedad de nombres, es siempre una misma y única cosa, sacada de una sola materia.
Como consecuencia de esa privación de humedad, causada por la sublimación filosófica, el volátil se ha convertido en fijo, el blando en duro, y el acuoso se ha hecho terroso, según Geber. Es la metamorfosis de la naturaleza, el cambio del agua en fuego, según la Turba. Es también el cambio de las constituciones frías y húmedas, en constituciones biliosas, secas, según los médicos. Aristóteles dice que el espíritu ha tomado un cuerpo, y Alphidius que el líquido se ha hecho viscoso. Lo oculto se ha hecho manifiesto, dice Rudianus en el Libro de las tres palabras. Ahora se comprende a los filósofos cuando dicen: “Nuestra Gran Obra no es otra cosa que una permutación de las naturalezas, una evolución de los elementos”. Es bien evidente que a causa de esta privación de humedad, secamos la piedra, lo volátil se hace fijo, el espíritu se hace corporal, el líquido se vuelve sólido, el fuego se convierte en agua, y el aire en tierra. Así hemos cambiado las verdaderas naturalezas siguiendo un cierto orden, hemos hecho girar a los cuatro elementos en círculo, hemos permutado sus Naturalezas. ¡ Que Dios sea eternamente bendito!. Amén.
Pasemos ahora, con permiso de Dios, a la segunda operación que es el blanqueo de nuestra tierra pura. Toma, pues, dos partes de tierra fija o Cabeza de cuervo; muélela finamente y con precaución en un mortero excesivamente limpio, agrégale una parte del Agua filosófica que tú sabes (es el agua que apartaste). Aplícate a unirlas, embebiendo poco a poco a la tierra seca, hasta que haya saciado su sed; muele y mezcla tan bien, que la unión del cuerpo, del alma y del agua sea perfecta e íntima: Hecho esto, meterás todo en un matraz herméticamente cerrado a fin de que nada se escape, y lo depositarás sobre su pequeño lecho liso, tibio, siempre caliente para que al sudar desembarace sus entrañas del líquido que bebió. Allí lo dejarás ocho días, hasta que la tierra blanquee en parte. Entonces tomarás la Piedra, la pulverizarás, la empaparás de nuevo con la Leche virginal, removiendo, hasta que haya apagado su sed; volverás a ponerla en el matraz sobre su pequeño lecho tibio, para que sudando se deseque, como se dijo más arriba. Repetirás cuatro veces esta operación, siguiendo el mismo orden: imbibición de la tierra por el agua hasta la perfecta unión, desecación, calcinación. De ese modo habrás cocido suficientemente la tierra de nuestra piedra muy preciosa. Siguiendo este orden: cocción, pulverización, imbibición por el agua, desecación y calcinación, has purificado suficientemente la Cabeza de Cuervo, la tierra negra y fétida, la has conducido a la blan-cura por el poder del fuego, del calor y del Agua blanqueadora. Recoge tu tierra blanca y ponla cuidadosamente a un lado, porque es un bien precioso, es la Tierra foliácea blanca, Azufre blanco, Magnesia blanca, etc.. Morienus habla de ella cuando dice... “Poned a pudrir esta tierra con su agua, para que se purifique y con la ayuda de Dios terminaréis el Magisterio”. Hermes dice también que el Azoth lava al Latón y le despoja de todas sus impurezas.
En esta última operación hemos reproducido la verdadera conjunción de los elementos, porque el agua se ha unido a la tierra y el aire al fuego. Es la unión del hombre y la mujer, del macho y de la hembra, del oro y de la plata, del Azufre seco y del Agua celeste impura. También ha habido resurrección de los cuerpos muertos. Por eso ha dicho el filósofo: “Que aquellos que no saben matar y resucitar, abandonen el arte”. Y en otro sitio:
“Aquellos que saben matar y resucitar sacarán provecho de nuestra ciencia. Aquel que sepa hacer esas dos Cosas será el Príncipe del Arte”. Otro filósofo ha dicho: “Nuestra Tierra seca no dará ningún fruto, si no es profundamente embebida por su Agua de lluvia. Nuestra tierra seca tiene una gran sed, cuando ha comenzado a beber, bebe hasta las heces”. Otro ha expresado: “Nuestra Tierra bebe el agua fecundante que aguardaba, apaga en sed, y después produce centenares de frutos”. Se encuentran muchos otros parajes semejantes en los libros de los filósofos; pero están en forma de parábola, para que los malos no puedan entenderlos. Por la gracia de Dios, tú ahora posees nuestra Tierra blanca foliácea, preparada para sufrir la fermentación que le dará el aliento. También ha dicho el filósofo: “Blanquead la tierra negra antes de agregarle el fer-mento”. Otro ha dicho: “Sembrad vuestro oro en la Tierra foliácea blanca... y ella os dará fruto centuplicado”. Gloria a Dios. Amén.
Pasemos a la tercera operación, que es la fermentación de la Tierra blanca. No es preciso animar el cuerpo muerto y resucitarle, para multiplicar su potencia al infinito y hacerlo pasar al estado de Elixir perfecto blanco, que cambia al Mercurio en Luna perfecta y verdadera. Fíjate que el fermento no puede penetrar el cuerpo muerto si no es por medio del agua que hace el casamiento y sirve de logo entre tierra blanca y el fer-mento. Por eso en toda fermentación hay que cuidar el peso de cada cosa. Por tanto, si quieres poner a fermentar la Tierra foliácea blanca para transformarla en Elixir blanco que encierre un exceso de tintura, te es preciso tomar tres partes de Tierra blanca o Cuerpo muerto foliáceo y dos partes del Aguardiente que habías reservado, y una parte y media de fermento. Prepara este fermento de modo tal que esté reducido a una cal blanca tenue y fija, si quieres hacer el elixir blanco. Si quieres hacer el elixir rojo, sírvete de cal de oro muy amarillo, preparada según el arte. No hay más fermentos que ésos. El fermento de la plata es la plata y el del oro es el oro; así pues, no busques por otro lado. La razón de ello es que esos dos cuerpos son luminosos y encierran rayos deslumbradores, que comunican a los otros cuerpos la verdadera rojez y blancura. Son de una naturaleza semejante a la del Azufre más puro de la materia, de la especie de las piedras.
De manera que deberás extraer cada especie de su especie y cada género de su género. La obra al blanco tiene por objeto blanquear, la obra al rojo enrojecer. Sobre todo no mezcles las dos Obras, si no, no harás nada de provecho.
Todos los filósofos dicen que nuestra Piedra se compone de tres cosas: el cuerpo, el espíritu y el alma. Ahora bien: la tierra blanca foliácea es el cuerpo, el fermento es el alma que le da la vida, y el agua intermediaria es el espíritu. Reúne esas tres cosas en una por el casamiento moliéndolas bien en una piedra limpia, en forma que se unan en sus más ínfimas partículas, constituyendo un caos confuso. Cuando del todo hayas hecho un solo cuerpo, lo pondrás suavemente en un recipiente especial, que colocarás sobre su lecho caliente para que la mezcla se coagule, se fije y se ponga blanca. Tomarás esta piedra blanca bendita, la molerás finamente sobre una piedra bien limpia, la mojarás con una tercera parte de su peso de agua para calmar su sed. En seguida la volverás a poner en el matraz claro y limpio sobre su pecho templado y caliente para que Comience a sudar, a devolver su agua, y finalmente dejaras que sus entrañas se desequen. Repite varias veces hasta que, por este procedimiento, hayas preparado nuestra muy excelente Piedra blanca, fija, que penetra las más pequeñas partes de los cuerpos muy rápidamente, fluyendo como el agua fija cuando se la pone sobre el fuego, convirtiendo los cuerpos imperfectos en plata verdadera, en todo comparable con la plata natural. Ten en cuenta que si repites varias veces todas esas operaciones en el mismo orden: disolver, coagular, moler y cocer, tu Medicina será tanto mejor, y su excelencia aumentará de más en más. Cuanto más trabajes tu Piedra para aumentar su virtud, tanto más rendimiento obtendrás cuando hagas la proyección sobre los cuerpos imperfectos. De suerte que, si después de una operación una parte del Elixir convierte cien partes de cualquier cuerpo en Luna, después de dos operaciones convertirá mil; después de tres, diez mil; después de cuatro, cien mil; después de cinco, un millón y después de seis operaciones millares de miles, y así sucesivamente hasta el infinito.
Por eso los adeptos todos elogian la gran máxima de los filósofos sobre la perseverancia para repetir esta operación. Si hubiera bastado una imbibición, no hubiesen discurrido tanto sobre este tema. Que las gracias sean dadas a Dios. Amén.
Si deseas cambiar esa Piedra gloriosa, ese Rey blanco que transmuta y tiñe el Mercurio y todos los cuerpos imperfectos en verdadera Luna; si deseas, digo, convertirla en Piedra roja que transmuta y tiñe el Mercurio, la Luna y los demás metales en verdadero Sol, obra así: Toma la Piedra blanca y divídela en dos partes: la una podrás aumentarla el estado de elixir blanco con su Agua blanca, como se ha dicho antes, de modo que tendrás de ella indefinidamente. La otra la pondrás en el nuevo lecho de los filósofos, puro, limpio, transparente y esférico, colocando todo en el hornillo de digestión. Aumentarás el fuego hasta que por su fuerza y su poder la materia se haya transformado en una piedra muy roja, que los filósofos llaman Sangre. Oro púrpura, Coral rojo o Azufre rojo. Cuando veas ese color, y que el rojo sea tan brillante como el azafrán seco calcinado, entonces toma alegremente al Rey y ponle preciosamente aparte. Si deseas convertirle en tintura del muy poderoso Elixir rojo, que transmuta y tiñe el Mercurio, la Luna y cualquier otro metal imperfecto en Sol muy verdadero, pon a fermentar tres partes, con una parte y media de oro muy puro en estado de cal sutil y bien amarilla, y dos partes de Agua solidificada. Haz con ella una mezcla perfecta de acuerdo con las reglas del Arte, hasta que no distingas más sus componentes. Vuélvelo a colocar en el matraz sobre un fuego que madure, para darle la perfección. En cuanto aparezca la verdadera Piedra sanguínea roja, agregarás gradualmente Agua sólida.
Poco a poco aumentarás el fuego de digestión. Acrecentarás su perfección repitiendo la operación. Es necesario agregar cada vez Agua sólida (que tú guardaste), que conviene a su naturaleza; multiplica su potencia hasta el infinito, sin cambiar nada de su esencia. Una parte de Elixir perfecto en el primer grado, proyectada sobre cien partes de Mercurio (lavado con vinagre y sal, como debes saberlo) colocada en un crisol a fuego suave, hasta que aparezcan vapores, la transmuta de inmediato en verdadero Sol mejor que el natural. Lo mismo sucede reemplazando el Mercurio por la Luna.
Para cada grado de mayor perfección del Elixir, resulta como para el Elixir blanco, hasta que por fin tiña de Sol cantidades infinitas de Mercurio y de Luna. Ahora tú posees un precioso arcano, un tesoro infinito. Por eso dicen los filósofos: “Vuestra Piedra tiñe tres colores, es negra al principio, blanca en el medio y roja al fin”. Un filósofo ha dicho: “El calor, actuando primeramente sobre lo húmedo engendra la negrura, su acción sobre lo seco engendra la blancura y sobre ésta engendra la rojez. Porque la blanca no es más que la privación completa de negrura. El blanco, fuertemente condensado por la fuerza del fuego, engendra el rojo”. Todos vosotros, buscadores que trabajáis el Arte -ha dicho otro sabio-, cuando veáis aparecer el blanco en el recipiente, sabed que el rojo está oculto en ese blanco. Os es preciso extraerlo de él y para eso calentar fuertemente hasta la aparición del rojo”.
Ahora, demos gracias a Dios, sublime y glorioso Soberano de la Naturaleza, que ha creado esta sustancia y le ha dado una propiedad que no se halla en ningún otro cuerpo. Ella es la que, puesta sobre el fuego, entabla combate con él y le resiste valientemente. Todos los demás cuerpos huyen o son exterminados por el fuego.
Recoged mis palabras, fijaos cuántos misterios encierran, porque en este corto tratado he reunido y explicado lo que hay más secreto en la Alquimia; todo está dicho en él sencilla y claramente, no omitido nada, todo se encuentra brevemente indicado, y tomo a Dios por testigo de que en los libros de los Filósofos no se puede hallar nada mejor de lo que os he dicho. Por eso te lo suplico, no confíes este tratado a nadie, no lo dejes caer en manos impías, porque encierra los secretos de los filósofos de todos los siglos. Tal cantidad de preciosas perlas no debe ser echada a los puercos y a los indignos. Si, no obstante, eso sucediera, ruego entonces a Dios todopoderoso que tú no consigas terminar jamás esta Obra divina.
Bendito sea Dios, uno en tres personas.
Fuente: Alberto Magno