domingo, 4 de marzo de 2012

El compuesto de los compuestos - Compositum de compositis - I





No ocultaré una ciencia que me ha sido revelada por la gracia de Dios; no la guardaré celosamente para mi solo, por temor de atraer su maldición. ¿Cuál es la utilidad de una ciencia conservada en secreto, de un tesoro escondido?. La ciencia que he aprendido sin ficciones, os la transmito sin pena. La envidia trastorna todo, un hombre envidioso no puede ser justo ante Dios. Toda ciencia y toda sabiduría provienen de Dios; decir que procede del Espíritu Santo, es sencillamente un modo de expresarse. Nadie puede decir: Nuestro Señor Jesucristo sin indicar implícitamente : hijo de Dios Padre, por operación del Espíritu Santo. De igual manera esta ciencia de verdad no puede ser separada de Aquel que me la ha comunicado.

No he sido enviado para todos, sino tan sólo para quienes admiran al Señor en sus obras y a los que Dios ha juzgado dignos. Que quien tenga oídos pava oír esta comunicación divina, recoja los secretos que me fueron transmitidos por la gracia de Dios y que no los revele jamás a quienes son indignos de ellos.

La Naturaleza debe servir de base y de modelo a la ciencia, por eso el Arte trabaja de acuerdo con la Naturaleza en todo lo que puede. Por tanto es menester que el artista observe la Naturaleza y opere como ella opera.

DE LA FORMACION DE LOS METALES EN GENERAL POR EL AZUFRE Y EL MERCURIO

Se ha observado que la naturaleza de los metales, tal como la conocemos, es de ser engendrada de una manera general por el Azufre y el Mercurio. Tan sólo la diferencia de cocción y de digestión, produce la variedad en la especie metálica. Por mí mismo he observado que en un solo y único recipiente, es decir, en un mismo filón, la Naturaleza había producido varios metales y plata, diseminados por acá y por allá. En efecto, hemos demostrado claramente en nuestro Tratado de los minerales, que la generación de los metales es circular, con facilidad se pasa del uno al otro siguiendo un circulo; los metales vecinos tienen propiedades semejantes; por eso la plata se transforma más fácilmente en oro que cualquier otro metal.

No hay más, en efecto, que cambiar en la plata, sino el color y el peso, lo cual es fácil. Porque una sustancia de por si compacta, aumenta fácilmente de peso. Y como contiene un azufre blanco amarillento, también su color será fácil de transformar.

Lo mismo sucede con los demás metales. El Azufre es, por decirlo así, su padre, y el Mercurio, su madre.
Aun es más verdadero si se dice que en la conjunción el Azufre representa el esperma del padre y que el Mercurio figura un menstruo coagulado, para formar la sustancia del embrión. El Azufre solo no puede engendrar, como sucede con el padre solo.

Así como el macho engendra de su propia sustancia mezclada con la sangre menstrual, así también el Azufre engendra con el Mercurio, pero solo no produce nada. Por medio de esta comparación, queremos dar a entender que el Alquimista deberá, ante todo, quitar al metal la especificidad que le ha dado la Naturaleza, y después, que proceda como procedió la Naturaleza con el Mercurio y el Azufre preparados y purificados, siguiendo siempre el ejemplo de la Naturaleza.

DEL AZUFRE

El Azufre contiene tres principios húmedos.
El primero de esos principios es, sobre todo, aéreo e ígneo; se le encuentra en las partes externas del Azufre a causa de la misma gran volatilidad de sus elementos, que fácilmente se evaporan y consumen los cuerpos con los cuales se ponen en contacto.

El segundo principio es flemático, llamado también acuoso; se halla colocado inmediatamente debajo del precedente. El tercero es radical, fijo, adherente a las partes internas. Únicamente éste es general, y no se le puede separar de las otras sin destruir todo el edificio. El primer principio no resiste al fuego; siendo combustible, se consume en el fuego y calcina la sustancia del metal con el cual se calienta. Por tanto, no solo es inútil, sino que resulta hasta nocivo para el objeto que nos proponemos. El segundo principio no hace más que mojar los cuerpos, no engendra, tampoco puede servirnos. El tercero es radical, penetra todas las partículas de la materia que le debe sus propiedades esenciales. Hay que desembarazar al Azufre de los dos primeros principios a fin de que la sutilidad del tercero pueda servirnos para hacer un compuesto perfecto.

El fuego no es más que el vapor del Azufre; el vapor de Azufre bien purificado y sublimado blanquea y hace más compacto. Por eso los Alquimistas hábiles tienen la costumbre de quitar al Azufre sus dos principios superfluos por medio de lavajes ácidos, tales como el vinagre de los limones, la leche agria, la leche de cabras o la orina de los niños. Lo purifican por levigación, digestión o sublimación. Finalmente, es preciso rectificarlo por resolución, de modo que no se tenga más que una sustancia pura que contenga la fuerza activa, perfectible y próxima al metal. Henos ahí en posesión de una parte de nuestra obra.

DE LA NATURALEZA DEL MERCURIO

El Mercurio encierra dos sustancias superfluas: la tierra y el agua. La sustancia terrosa tiene alguna pro-piedad del Azufre, el fuego la enrojece. La sustancia acuosa tiene una humedad superflua.

Con facilidad se desembaraza al Mercurio de sus impurezas acuosas y terrosas por sublimaciones y lavajes muy ácidos. La Naturaleza lo separa en el estado seco del Azufre y lo despoja de su tierra, por el calor del sol y de las estrellas.

Así obtiene ella un Mercurio puro, completamente libre de su sustancia terrosa, no conteniendo ya partes extrañas. Entonces lo une a un Azufre puro y produce al fin, en el seno de la tierra, metales puros y perfectos.

Si los dos principios son impuros, los metales son imperfectos. Por eso en las minas se hallan metales diferentes, lo que procede de la purificación y digestión variables de sus principios.

DEL ARSÉNICO

El Arsénico es de la misma naturaleza que el Azufre, ambos tienen de rojo y de blanco. Pero en el arsénico hay más humedad, y al fuego se sublima menos rápidamente que el Azufre.

Es sabido cuán velozmente se sublima el Azufre y cómo consume a todos los cuerpos, excepto el oro. El Arsénico puede unir su principio seco al del Azufre, se atemperan entre si , y una vez unidos se les separa con dificultad ; su tintura es suavizada por esa unión.

“El Arsénico -dice Geber- contiene mucho mercurio y, por tanto, puede ser preparado como él”. Sabed que el espíritu oculto en el azufre, el arsénico y el aceite animal es llamado por los filósofos Elixir blanco. Es único, miscible con la sustancia ígnea, de la cual extraemos el Elixir rojo; se une a los metales fundidos. Como lo hemos experimentado, los purifica, no sólo a causa de las propiedades precitadas, sino también porque existe una proporción común entre sus elementos.

Los metales difieren entre sí según la pureza o la impureza de la materia prima, es decir, del Azufre y del Mercurio, y también según el grado del fuego que les ha engendrado.

Según el filósofo, el elixir se llama también Medicina, porque se asimila el cuerpo de los metales al cuerpo de los animales. También decimos nosotros que hay un espíritu oculto en el Azufre, el arsénico y el aceite extraído de las sustancias animales. Ese es el espíritu que buscamos, con ayuda del cual teñiremos como perfectos todos los cuerpos imperfectos. Este espíritu es llamado Agua y Mercurio por los filósofos. “El Mercurio -dice Geber- es una medicina compuesta de seco y húmedo, de húmedo y seco”. Tú comprendes la sucesión de estas operaciones: extraes la tierra del fuego, el aire de la tierra, el agua del aire, puesto que el agua puede resistir al fuego. Hay que fijarse en estas enseñanzas, son arcanos universales.

Ninguno de los principios que entran en la Obra tiene potencia por sí mismo; porque están encadenados en los metales, no pueden perfeccionar, ya no son fijos. Carecen de dos sustancias: la una, miscible con los metales en fusión; la otra, fija que pueda coagular y fijar. Por eso Rhazés dijo: “hay cuatro sustancias que cambian con el tiempo; cada una de ellas está compuesta por los cuatro elementos y toma el nombre del elemento dominante. Su esencia maravillosa se ha fijado en un cuerpo y con este último puede alimentarse a los demás cuerpos. Esta esencia se halla compuesta de agua y aire, combinados de tal suerte que el calor los licua. Ese es un secreto maravilloso. Los minerales empleados en Alquimia, para servirnos, deben tener una acción sobre los cuerpos fundidos. Las piedras que utilizamos son cuatro: dos tiñen de blanco y las otras dos de rojo. Aunque el blanco, el rojo, el Azufre, el Arsénico y Saturno, no tienen más que un mismo cuerpo. Mas en aquel único cuerpo, ¡ cuántas cosas ocurren! Y en el primer momento carece de acción sobre los metales perfectos.”

En los cuerpos imperfectos, hay un agua ácida, amarga, agria, necesaria en nuestro arte. Porque disuelve y mortifica a los cuerpos y después los revivifica y reconstituye. Dice Rhazés en su carta tercera:

“Aquellos que buscan nuestra Entelequia, preguntan de dónde proviene la amargura acuosa elemental. Les responderemos: de la impureza de los metales. Porque el agua contenida en el oro y la plata, es dulce, no disuelve, por el contrario, coagula y fortifica, porque no contiene ni acidez ni impureza como los cuerpos imperfectos.”

Por eso dijo Geber: “Se calcina y se disuelve el oro y la plata sin utilidad, porque nuestro vinagre se saca de cuatro cuerpos imperfectos; ese espíritu mortificante y disolvente es lo que mezcla las tinturas de todos los cuerpos que empleamos en la obra. No necesitamos más que esta agua, poco nos importan los demás espíritus.”

Geber tiene razón; no podemos hacer nada con una tintura a la que el fuego altera; todo lo contrario, es menester que el fuego le dé la excelencia y la fuerza para que ella pueda hallarse con los metales fundidos. Es preciso que fortifique, que fije, que a pesar de la fusión permanezca íntimamente unida al metal.

Agregaré que de los cuatro cuerpos imperfectos se puede extraer todo. En cuanto al modo de preparar el Azufre, el Arsénico y el Mercurio, indicado más arriba, podemos darlo aquí.

En efecto, cuando en esta preparación calentamos el espíritu del azufre y del arsénico con aguas ácidas o aceite, para extraer de él la esencia ígnea, el aceite, la untuosidad, les extraemos lo superfluo que en ellos existe; nos queda la fuerza ígnea y el aceite, las únicas cosas que nos son útiles; pero están mezcladas con el agua ácida que nos servía para purificar, no hay medio de separarlas de ella; pero por lo menos nos hemos desembarazado de lo inútil. Es necesario, por tanto, hallar otro medio para extraer de esos cuerpos el agua, el aceite y el espíritu más sutil del azufre, que es la verdadera tintura muy activa que tratamos de obtener. De suerte que trabajaremos esos cuerpos separando por descomposición o también por destilación, sus partes componentes naturales, y así llegaremos a las partes simples. Algunos, ignorando la composición del Magisterio, quieren trabajar sólo sobre el Mercurio, pretendiendo sostener que tiene un cuerpo, un alma y un espíritu y que es la materia prima del oro y de la plata. Es preciso contestarles que es cierto que algunos filósofos afirman que la obra se hace de tres cosas, el espíritu, el alma y el cuerpo, sacadas de una sola. Mas por otra parte, no se puede encontrar en una cosa lo que no existe en ella. Por cuanto el Mercurio no contiene la tintura roja, por lo tanto no puede él solo bastar para formar el cuerpo del Sol; con sólo el Mercurio nos sería imposible llevar la Obra a buen fin. La Luna por sí sola no puede bastar, y no obstante este cuerpo es, por decir así, la base de la obra.

De cualquier modo que sea trabajado y transformado el Mercurio, jamás podrá constituir el cuerpo. También dicen: “Se encuentra en el Mercurio un azufre rojo de manera que encierra la tintura roja”.
¡ Error!. El Azufre es el padre de los metales, no se encuentra nunca en el Mercurio, que es hembra.

Una materia pasiva no puede fecundarse a sí misma. El Mercurio contiene, sí, un Azufre, pero como ya lo hemos dicho, es un azufre terrestre. Fijémonos finalmente en que el Azufre no puede soportar la fusión; entonces el Elixir no puede extraerse de una sola cosa.


Fuente: Alberto Magno