domingo, 4 de marzo de 2012

El compuesto de los compuestos - Compositum de compositis - II






DE LA PUTREFACCION

El fuego engendra la muerte y la vida. Un fuego vivo deseca el cuerpo. He aquí la razón; al llegar el fuego al contacto con un cuerpo, pone en movimiento al elemento semejante a él que en dicho cuerpo existe.

Ese elemento es el calor natural. Este excita al fuego extraído en primer lugar del cuerpo; hay conjunción y la humedad radical del cuerpo sube a su superficie mientras el fuego obra en el exterior. En cuanto desaparece la humedad radical que unía las diversas porciones del cuerpo, éste muere, se disuelve, se resuelve: todas sus partes se separan las unas de las otras. El fuego obra aquí como un instrumento cortante. Aunque por sí mismo deseca y contrae, no puede hacerlo tanto como cuando hay en el cuerpo una cierta predisposición, sobre todo si el cuerpo es compacto como lo es un elemento. Este último carece de un mixto aglutinante, que se separaría del cuerpo después de la corrupción.

Todo esto puede hacerse por el sol, porque es de una naturaleza cálida y húmeda con relación a los demás cuerpos.

DEL REGIMEN DE LA PIEDRA

Hay cuatro regímenes de la Piedra: 1º descomponer; 2º lavar; 3º reducir; 4º fijar. En el primer régimen se separan las naturalezas, porque sin división, sin purificación, no puede haber conjunción. Durante el segundo régimen, los elementos separados son lavados, purificados y llevados al estado simple. En el tercero se cambia nuestro Azufre en cantera del Sol, de la Luna y de los otros metales. En el cuarto, todos los cuerpos anteriormente extraídos de nuestra Piedra son unidos, recompuestos y fijados, para permanecer en adelante formando un conjunto.

Hay quienes cuentan cinco grados en el Magisterio: 1º resolver las sustancias en su materia prima; 2º llevar nuestra tierra, es decir, la magnesia negra, a ser aproxi-madamente de la naturaleza del Azufre y del Mercurio; 3º hacer que el Azufre se aproxime todo lo posible a la materia mineral del Sol y de la Luna; 4º componer de varias cosas un Elixir blanco; 5º quemar perfectamente el Elixir blanco, darle el color del cinabrio y partir de ahí para hacer el Elixir rojo.

En fin, los hay que cuentan cuatro grados en la Obra, otros tres, y otros tan sólo dos. Estos últimos cuentan así: 1º puesta en obra y purificación de los elementos; 2º conjunción.

Fíjate bien en lo que sigue: la materia de la Piedra de los Filósofos es de poco precio; se la encuentra todas partes, es un agua viscosa como el mercurio que se extrae de la tierra. Nuestra agua viscosa se halla en todas partes, hasta en las Letrinas, han dicho ciertos filósofos, y algunos imbéciles, tomando sus palabras al pie de la letra, la han buscado en los excrementos.

La naturaleza obra sobre esa materia quitándole algo, su principio terroso, y añadiéndole algo, el Azufre de los Filósofos, que no es el azufre del vulgo, sino un Azufre invisible, tintura del rojo. Para decir verdad, es el espíritu del vitriolo romano. Prepáralo así: toma salitre y vitriolo romano, dos libras de cada uno; muélelo finamente en el mortero. Aristóteles tiene, pues, razón cuando dice en su cuarto libro de los meteoros: “Todos los alquimistas saben que no se puede, de ningún modo, cambiar la forma de los metales si antes no se los reduce a materia prima”. Lo cual es fácil, como pronto se verá.

El Filósofo dice que no se puede ir de una extremidad a la otra sin pasar por el medio. En una extremidad de nuestra piedra filosofal se hallan dos antorchas, el oro y la plata, y en la otra extremidad el elixir perfecto o tintura. En el medio el aguardiente filosófico, naturalmente purificado, cocido y digerido.

Todas estas cosas están próximas a la perfección y son preferibles a los cuerpos de naturaleza más alejada. De igual modo que por medio del calor el hielo se resuelve en agua, por haber sido antes agua, asimismo los metales se resuelven en su materia prima que es nuestro Aguardiente. La preparación está indicada en los siguientes capítulos. Sólo él puede reducir todos los cuerpos metálicos a su materia prima.

DE LA SUBLIMACION DEL MERCURIO

En nombre del Señor, procúrate una libra de mercurio puro procedente de la mina. Por otra parte, toma vitriolo romano y sal común calcinada, machácalo en el mortero y mezcla íntimamente. Pon estas dos últimas materias en un vaso ancho de barro vidriado, al fuego suave hasta que la materia comience a fundirse y licuarse. Entonces toma tu mercurio mineral, ponlo en un recipiente de cuello largo y viértelo gota a gota sobre el vitriolo y la sal en fusión. Remueve con una espátula de madera, hasta que el Mercurio haya sido devorado por entero y que no queden ya trazas de él. Cuando haya desaparecido por completo, deseca la materia a fuego suave durante la noche. Al otro día por la mañana tomarás la materia bien desecada y la pulverizarás finamente sobre una piedra. Pondrás la materia pulverizada en el recipiente sublimatorio llamado aludel, para sublimarla según el arte.

Pondrás el capitel y untarás las junturas con masilla filosófica a fin de que el Mercurio no pueda escaparse. Colocarás el aludel sobre su hornillo y lo fijarás de modo que no pueda inclinarse y que se mantenga bien derecho; entonces encenderás un fuego muy suave durante cuatro horas para quitar la humedad del mercurio y del vitriolo; después de la evaporación de la humedad, aumenta el fuego para que la materia blanca y pura del mercurio se separe de sus impurezas, y esto durante cuatro horas; verás si esto basta introduciendo una varilla de madera en el sublimatorio por la abertura superior, haciéndola descender hasta la materia, y sentirás si la materia blanca del mercurio está superpuesta a la mezcla. Si esto sucede, quita la varilla, cierra la abertura del capitel con masilla para que el mercurio no pueda escaparse, y aumenta el fuego de modo que la materia blanca del mercurio se eleve sobre las heces, hasta el aludel; esto durante cuatro horas. Calienta por fin con leña para obtener llamas, es preciso que el fondo del recipiente y el residuo se pongan rojos; continúa así mientras quede algo de sustancia blanca del mercurio adherida a las heces. La fuerza y la violencia del fuego concluirán por separarla. Quita entonces el fuego y deja enfriar el hornillo y la materia durante la noche.

Al otro día retira el recipiente del hornillo, quita la masilla con precaución para no ensuciar el Mercurio, abre el aparato; si encuentras una materia blanca, sublimada, pura, compacta y pesada, has tenido éxito.

Pero si tu sublimado fuese esponjoso, ligero y poroso, recógelo y comienza otra vez la sublimación sobre el residuo, agregando de nuevo sal común pulverizada; opera en el mismo recipiente sobre su hornillo, del mismo modo, con el mismo grado de fuego que antes. Abre entonces el recipiente, ve si el sublimado es blanco, compacto y denso, recógelo y ponlo a un lado cuidadosamente para servirte de él cuando lo necesites a fin de terminar la Obra. Mas si no se presentara todavía tal como debe ser, te será preciso sublimarlo una tercera vez hasta que lo obtengas puro, compacto, blanco y pesado.

Fíjate que por esta operación has despojado al Mercurio de dos impurezas. Ante todo, le has quitado toda su humedad superflua; en segundo lugar, lo desembarazaste de sus partes terrosas impuras, que quedaron en las heces; así lo has sublimado en una sustancia clara y semifija.
Ponlo aparte como se te ha recomendado.

DE LA PREPARACION DE LAS AGUAS, DE LAS QUE SACARAS EL AGUARDIENTE AGUA PRIMERA

Toma dos libras de vitriolo romano, dos libras de salitre y una libra de alumbre calcinado. Machácalo bien, mezcla perfectamente, ponlo en un alambique de vidrio, destila el agua de acuerdo con las reglas ordinarias, cerrando bien las junturas por temor de que se escapen los espíritus. Comienza con un fuego suave, después calienta más fuertemente; calienta en seguida con madera hasta que el aparato se ponga blanco, de suerte que destilen todos los espíritus. Cesa entonces el fuego, deja que se enfríe el hornillo; aparta cuidadosamente esta agua, porque es el disolvente de la Luna; consérvala para la Obra, ella disuelve la plata y la separa del oro, calcina el Mercurio y las flores de Marte; comunica a la piel del hombre una coloración morena que se va con dificultad. Es el agua prima de los filósofos, es perfecta en el primer grado. Prepararás tres litros de esta agua.

AGUA SEGUNDA, PREPARADA POR LA SAL AMONIACO

En nombre del Señor, toma una libra de agua prima y disuelve cuatro lotes de sal amoníaco pura e incolora; hecha la disolución, el agua ha cambiado de color, ad-quiriendo otras propiedades. El agua prima era verdosa, disolvía la Luna, no tenía acción sobre el Sol; pero en cuanto se le agrega la sal amoniaco toma un color amarillo, disuelve el oro, el Mercurio, el Azufre sublimado y comunica una fuerte coloración amarilla a la piel del hombre. Conserva preciosamente esta agua, porque a continuación nos servirá.

AGUA TERCERA, PREPARADA POR MEDIO DEL MERCURIO SUBLIMADO

Toma una libra de agua segunda y once lotes de Mercurio sublimado (por el vitriolo romano y la sal) bien preparado y bien puro. Verterás poco a poco el Mercurio en el agua segunda. Después sellarás el orificio del matraz, por temor de que se escape el espíritu del Mercurio. Colocarás el matraz sobre cenizas templadas, y el agua comenzará en seguida a obrar sobre el Mercurio, disolviéndolo e incorporándoselo.

Dejarás el matraz sobre las cenizas calientes, no deberá quedar un exceso de agua, y será preciso que el Mercurio sublimado se disuelva por completo. El agua obra por inhibición sobre el Mercurio hasta que lo disuelve.

Si el agua no ha podido disolver todo el Mercurio, tomarás el que haya quedado en el fondo del recipiente, lo desecarás a fuego lento, pulverizarás y lo disolverás en una nueva cantidad de agua segunda. Harás de nuevo esta operación hasta que todo el Mercurio sublimado se haya disuelto en el agua. Reunirás en una sola todas esas soluciones en un frasco bien limpio de vidrio, del cual taparás perfectamente la boca con cera.

Ponlo cuidadosamente aparte. Porque ésa es nuestra agua tercera, filosófica, espesa, perfecta en el tercer grado. Es la madre del Aguardiente que reduce todos los cuerpos a su materia prima.

AGUA CUARTA QUE REDUCE LOS CUERPOS CALCINADOS A SU MATERIA PRIMA

Coge agua tercera mercúrica, perfecta en el tercer grado, límpida y ponla a putrificar en el vientre del caballo en un matraz limpio, de cuello largo, bien cerrado, durante catorce días.

Deja fermentar; las impurezas caen al fondo y el agua pasa del amarillo al rojo. En este momento retirarás el matraz y lo pondrás sobre cenizas a un fuego muy suave, adaptándole un capitel de alambique con su recipiente. Comienza lentamente la destilación. Lo que pasa gota a gota es nuestro Aguardiente muy límpido, puro y pesado. Leche virginal. Vinagre muy agrio.

Continúa suavemente el fuego hasta que todo el aguardiente haya destilado tranquilamente; cesa entonces el fuego, deja que el hornillo se enfríe y conserva con cuidado tu agua destilada. Ese es nuestro Aguardiente, Vinagre de los filósofos, Leche virginal que reduce los cuerpos a su materia prima. Se le ha dado una infinidad de nombres.

He aquí las propiedades de esta agua: una gota depositada sobre una lámina de cobre caliente, la penetra en seguida y deja en ella una mancha blanca. Echada sobre carbones, emite humo; en el aire se congela y parece hielo. Cuando se destila esta agua, las gotas no pasan siguiendo todas el mismo camino, sino que unas pasan por un lado y otras por otro. No actúa sobre los metales como el agua fuerte, corrosiva, que los disuelve, sino que reduce a Mercurio todos los cuerpos que baña, como más adelante lo verás.

Después de la putrefacción, la destilación y la clarificación, es pura y más perfecta, despojada de todo principio sulfuroso ígneo y corrosivo. No es un agua que corroe, no disuelve los cuerpos, los reduce a Mercurio. Debe esta propiedad al Mercurio primitivamente disuelto y purificado en el tercer grado de la perfección. No contiene ya heces ni impurezas terrosas. La última destilación las ha separado, las impurezas negras quedaron en el fondo del alambique. El color de esta agua es azul, límpida y rosada; ponla aparte. Porque reduce todos los cuerpos calcinados y podridos, a su materia prima radical o mercurial.

Cuando quieras reducir con esta agua los cuerpos calcinados, prepara así dichos cuerpos.
Toma un marco del cuerpo que tú quieras, Sol o Luna; límalo suavemente. Pulveriza bien esta limadura sobre una piedra con sal común preparada. Separa la sal disolviéndola en agua caliente; la cal pulverizada caerá al fondo del líquido; decanta. Seca la cal, mójala tres veces con aceite tártaro, dejando cada vez que la cal absorba todo el aceite; pon en seguida la cal en un pequeño matraz; viértele encima aceite de tártaro, de modo que el líquido tenga un espesor de dos dedos, cierra entonces el matraz, ponlo a putrificar en el vientre del caballo durante ocho días; después toma el matraz, decanta el aceite y deseca la cal. Hecho esto, pon la cal en un peso igual al de nuestro Aguardiente; cierra el matraz y deja digerir a un fuego muy suave hasta que toda la cal se haya convertido en Mercurio. Decanta entonces el agua con precaución, recoge el Mercurio corporal, ponlo en una vasija de vidrio; purifícalo con agua y sal común, deseca según las reglas, colócalo en un lienzo fino y exprímelo en gotitas. Si pasa todo, está bien. Si queda alguna porción del cuerpo amalgamado, a causa de que la disolución no ha sido completa, pon ese residuo con una nueva cantidad de agua bendita. Piensa que la destilación del agua debe hacerse al baño de María; para el aire y el fuego, se destilará sobre cenizas calientes. El agua debe ser extraída de la sustancia húmeda y no de otra parte; el aire y el fuego deben ser sacados de la sustancia seca y no de otra.

PROPIEDADES DE ESTE MERCURIO

Es menos móvil, corre menos de prisa que el otro Mercurio; deja trazas de su cuerpo fijo en el fuego; una gota puesta sobre una lámina calentada al rojo, deja un residuo.

MULTIPLICACIÓN DEL MERCURIO FILOSOFICO

Cuando tengas tu Mercurio filosófico, toma de él dos partes y una parte de la limadura mencionada más arriba; haz una amalgama moliéndolo todo junto hasta una unión perfecta. Pon esta amalgama en un matraz, cierra bien el orificio y colócalo sobre las cenizas a un fuego moderado. Todo se convertirá en Mercurio. Así podrás aumentarlo hasta el infinito, porque como la cantidad volátil sobrepasa siempre a la cantidad de fijo, lo aumenta indefinidamente, comunicándole su propia Naturaleza y siempre habrá bastante.

Ahora tú sabes preparar el Aguardiente, conoces sus grados y propiedades, conoces la putrefacción de los cuerpos metálicos, su reducción a la materia prima, y la multiplicación de la materia hasta el infinito. Te he explicado claramente lo que todos los filósofos han ocultado con cuidado.


Fuente: Alberto Magno