miércoles, 6 de julio de 2011

TAROT: ARTE & MAGIA POR ANDREA VITALI

TAROT: ARTE & MAGIA
Por Andrea Vitali
 

LE TAROT Asociación cultural de estudios e investigaciones históricas.




Durante el Renacimiento, “las imágenes de los Dioses de la antigüedad” evocaban los mitos clásicos a los que se atribuía un gran valor ético y moral.
Es en esta época que apareció el juego de tarots: una de las realizaciones más extraordinarias del humanismo italiano. Reunía los representantes más ilustres del panteón griego alimentados de virtudes cristianas, mediante el sesgo de imágenes alegóricas de situaciones humanas y los símbolos de los cuerpos celestes más importantes.
El Tarot era un gran juego de memoria que encerraba las maravillas del mundo visible e invisible y que proporcionaba a los jugadores instrucción tanto de orden físico como de orden moral y místico.
En efecto, la serie de virtudes (Fortaleza, Prudencia, Justicia y Templanza) remite a importantes preceptos éticos; la serie de las condiciones humanas (Emperador, Emperatriz, Papa, Loco y Mago) refiere a la jerarquía a la que está subordinado el hombre, y la serie de los planetas (Estrella, Luna, Sol) hacen alusión a las fuerzas celestes que mandan a los hombre, más allá de las cuales reina el universo de lo divino. Inmediatamente el uso lúdico del tarot tomó precedencia sobre la dimensión didáctica y moral del juego que, desde el comienzo del siglo XVI, ya no se tuvo más en consideración.

A esta incomprensión le correspondió una mutación bien precisa de las figuras que padecieron transformaciones diversas según las regiones y los gustos populares. Hacia finales del siglo XVIII, se redescubrió el contenido filosófico del tarot, pero sobre la base de principios totalmente equivocados los nuevos intérpretes dieron luz a un nuevo uso de las cartas: mágico y adivinatorio.
En un célebre artículo publicado en 1781 por el arqueólogo francmasón Antoine Court de Gébelin, puede leerse: “el libro de Thot existe y sus páginas son las figuras del tarot”. Unos años más tarde, otro francmasón, Etteilla, se lanzó al gran proyecto de restauración de las imágenes, afirmando conocer la estructura del juego practicado por los egipcios. Según Etteilla, el primitivo tarot contenía el misterio del origen del universo, las fórmulas de ciertas operaciones mágicas y el secreto de la evolución física y espiritual de los hombres. Desde entonces, el tarot fue ligado indisolublemente al mundo de la magia y, aspirando a objetivos mucho más ambiciosos que el simple conocimiento del porvenir, tomó vuelo la gran época del tarot oculto.

La armonía celeste
El tarot es un juego constituido por 56 cartas numeradas de “suites italianas” pero de origen árabe (coppe, danari, spade y bastoni: copas, oros, espadas y bastos), y por 22 imágenes bautizadas Triunfos, creadas a finales del siglo XIV o a comienzos del XV en las cortes del norte de Italia, en Milán, Ferrara y Boloña.

Este juego remite a los “Triunfos” de Francesco Petrarca, en los que el poeta del siglo XIV ofreció una descripción de las fuerzas principales que gobiernan a los hombres atribuyéndoles un valor jerárquico. En primer lugar venía el Amor (el instinto), que es dominado por la Castidad (la razón). Luego la Muerte, ella misma vencida por el Tiempo. En la cumbre de esta jerarquía se encuentra la Eternidad, a saber Dios.
La teología medieval atribuye un orden preciso al universo, constituido por una escala simbólica que va de la tierra al cielo: en lo alto de esta escala Dios, la primera causa, gobierna el mundo sin intervenir directamente sino más bien operando a gradibus, a saber por medio de toda una serie ininterrumpida de intermediarios de suerte que la escala enseña que el hombre puede ascender progresivamente las etapas del orden espiritual vislumbrando las cimas de lo bueno, lo verdadero y lo noble, y que la ciencia y la virtud aproximan el hombre a Dios.
La primera lista conocida de Tarots, los Sermones de Ludo cum aliis, de un anónimo dominicano del siglo XVI, permite comprender que las figuras de los Triunfos y su orden en el tarot son la prueba irrefutable de que se trataba de un juego animado por una dimensión ética. El Mago representaba el común de los mortales a los que se les daba guías temporales, la Emperatriz y el Emperador, y guías espirituales, el Papa y La Papisa (la Fe). Los instintos humanos deben ser templados por la Virtud: el Amor por La Templanza, el deseo de poder, el Carro Triunfal, por la Fortaleza.
La Rueda de la Fortuna enseña que cada suceso es efímero y que los mismos poderosos están destinados a devenir polvo. El Ermitaño, que viene después de La Rueda, representa el Tiempo al cual se somete cada ser en tanto que El Colgado representa el riesgo de ceder a la tentación y al pecado antes de que sobrevenga la Muerte física.
El más allá también está representado según la concepción propia de la Edad Media: el infierno y, por tanto, el Diablo, están ubicados en el centro de la Tierra que circundan las esferas celestes. Al igual que en el cosmos aristotélico, la Esfera terrestre está rodeada de “fuegos celestiales”, representados por el rayo que cae sobre una Torre. Las Esferas planetarias están constituidas por tres astros principales: Venus, la estrella por excelencia, la Luna y el Sol.
La Esfera más elevada es el Empíreo, reino de los Ángeles que deben despertar a los muertos de sus tumbas durante el Juicio Final: es el día en que triunfará la Justicia Divina y pesará las almas para separar los buenos de los malos. Por encima de todo este orden se encuentra El Mundo, a saber Dios Padre, tal como lo escribió un dominicano anónimo que comentó el Tarot a finales del siglo XV. Este mismo autor ubica el Loco después de El Mundo como si intentara indicar que es extraño a toda regla y a toda enseñanza.
Este mismo orden aparece en otro mazo del Renacimiento: el Tarot de Mantegna, que ilustra las Condiciones humanas, las virtudes, las Artes Liberales, las Musas y las Esferas celestes, ordenándolas en cinco grupos bien diferenciados.
A lo largo del siglo XV, el Tarot fue llamado “Ludus Triomphorum”. Y no es sino a comienzos del siglo XVI que aparece el término “Tarot”. El origen de esta expresión es discutible. Algunos piensan que viene del árabe y que significa “hoja de papel”, o del término “tariqa”, a saber: vía de Conocimiento místico, elaboración de un recorrido místico de inspiración hindú (Tara). Otros ven una posible conexión con la técnica del taroccato, es decir, la impresión de decoraciones por medio de un punzón, propio de las cartas en pequeño producidas para las principales cortes del norte de Italia. Otros aún suponen que la palabra “tarot” viene del término coloquial “tarocar”, que significa hacer o decir tonterías o insensateces, en referencia a los juegos de azar.
Las Alegorías del Tarot
Las alegorías de los Triunfos pertenecen a un repertorio figurativo muy presente a partir del siglo XIII, en particular en las decoraciones de las catedrales góticas, en los tratados enciclopédicos y astrológicos así como en los frescos de los edificios públicos.

El contenido de cada figura es fácilmente descifrable ya que se inscribe en el contexto cultural de las principescas cortes de la Italia de la planicie del Po, en vistas de su gusto por las imágenes moralistas surgidas tanto de la tradición religiosa como de la mitología clásica.
Efectivamente, a lo largo de la Edad Media los dioses antiguos permanecieron presentes en la cultura cristiana, si bien con un carácter diferente de la divinidad. Por una parte se los consideraba como héroes que instruyeron a los hombres en numerosas artes, como Minerva la primera tejedora o Apolo el dios médico. Otra concepción los consideraba como alegorías de vicios y virtudes, y es esta interpretación la que se encuentra en ciertas cartas de los Triunfos.
Así pueden reconocerse claramente virtudes tales como la Fuerza, representada por Hércules abatiendo al León de Nemea, símbolos de los instintos animales; el Amor representado por Cupido preparándose a lanzar sus flechas sobre los Enamorados imprudentes; la Prudencia, representada por Saturno; el Pudor por Diana; la Emperatriz por Venus, la Verdad por Apolo que ilumina la Tierra desde su disco solar.
Numerosas imágenes del Tarot se inspiran claramente en la iconografía cristiana, como el Mundo, representado tanto por la Jerusalén celestial en el interior de una esfera llevada por ángeles o dominada por la Gloria celeste. La carta de la Papisa remite a la imagen de la Fe, idéntica a aquella representada por Giotto en la Capilla de los Scrovegni de Padua. Otras representaciones de virtudes tales como la Templanza, la Justicia y la Fuerza reflejan la iconografía clásica presente en las iglesias góticas y en las miniaturas de los libros sagrados. Y no sólo hay allí algunos ejemplos. Los tratados de astrología de la época constituyen otra fuente de inspiración. La figura de El Mago o de El Juglar aparecen entre los “Hijos de la Luna”, a saber: entre los oficios considerados bajo la influencia del astro.
La figura del Mísero (el Mendigo) o El Loco se presenta entre los “Hijos de Saturno”; los Enamorados entre los “Hijos de Venus”; el Papa entre los “Hijos de Júpiter” y el Emperador entre los “Hijos del Sol”. Además, las figuras de los astrólogos se presentan en diversos juegos de Triunfos como representación de la Luna y las Estrellas.
Finalmente, también se presentan imágenes de la vida cotidiana. Un ejemplo interesante lo provee la figura del colgado, que hace referencia a la pena infligida a los traidores. En la Capilla Bolognini en S. Petronio (Boloña) se representa una figura idéntica en un fresco de Giovanni da Modena como pena de talión para los idólatras. Si bien el castigo de ser colgado de un pie se representa en muchas obras gráficas, este fresco es el único ejemplo conocido en que la imagen del Colgado coincide perfectamente con la carta homónima de los Triunfos.
El divino Hermes
Durante la antigüedad, Hermes, asociado al dios egipcio Thot, fue considerado inventor de la escritura y autor de numerosos tratados mágicos y religiosos. Durante el periodo del Imperio Romano los textos herméticos fueron reinterpretados por la Escuela de Alejandría en Egipto, a la luz de la filosofía griega, en particular de Pitágoras y de Platón, en tanto que los Padres de la Iglesia tuvieron un gran respeto por Hermes en virtud de las analogías entre ciertos textos de los Evangelios y ciertos textos que se le atribuían.

En 1460 se le entregó a Cosimo de Medicis, Señor de Florencia, un manuscrito encontrado en Macedonia y atribuido por error a Hermes Trismegisto. Esta obra traducida en 1463 por el filósofo y religioso Marsilio Ficino fue seguida por las traducciones de textos platónicos que revelaban una concepción fascinante del cosmos.
Según esta filosofía, el Universo converge hacia la unidad divina ordenado según los grados de perfección representados por los círculos concéntricos de las esferas planetarias y celestes. El hombre está constituido por una parte divina, el alma, que durante su existencia terrenal puede conducirlo a la contemplación del Bien supremo mediante la práctica de las virtudes y por mediación de diferentes entidades angélicas.
Otra dimensión filosófica importante suponía que el Universo se refleja en cada cosa existente. El hombre era considerado como un mundo en miniatura, un microcosmos idéntico en todo y por todo al Macrocosmos. Los filósofos del Renacimiento, a partir de Ficino, imaginaron sistemas complejos de correspondencia entre los astros del firmamento y las diferentes partes del organismo humano.
Es sobre la base de tales principios que se revalorizaron la magia, la astrología y la alquimia, el arte hermético por excelencia. Estas ciencias debían ayudar al hombre a comprender las conexiones ocultas que aseguran la cohesión del universo y que influencian el comportamiento humano. Así las divinidades astrales antiguas, Saturno, Júpiter, Marte, Venus, el Sol y la Luna, revistieron nuevamente el rol de espíritus poderosos y temibles a los que se podía dirigir plegarias e interrogaciones para conocer el destino humano.

Los amuletos, ciertos y ritos y la realización de operaciones particulares debían permitir al hombre defenderse contra la potencia de los astros, igualmente presente en las piedras y los metales, obteniendo la facultad de capturarla y usarla para elevarse espiritualmente.
El poeta Ludovico Lazzarelli (1450-1500) se inspiró en la filosofía hermética en una obra ilustrada de figuras extraídas del Tarot llamado “de Mantegna”, el “De gentilium imaginibus deorum” y también hizo referencia a las operaciones alquímicas el autor anónimo del Tarot Sola Busca (alrededor de 1490).
En la misma época ciertas imágenes del Tarot fueron modificadas sobre la base de los cánones de la iconografía hermética. Sobre las cartas de las Estrellas se representó el origen astral del alma según la concepción platónica, en tanto que sobre la carta del Mundo se representó el Anima Mundi que, según Ficino, sería el elemento mediador entre el hombre y Dios.
El juego del Tarot
Según la tradición histórica el lugar de origen del Tarot no sería ni Egipto, ni Oriente ni la mítica Atlántida; según esta tradición, el Tarot habría visto la luz del día en el Renacimiento en el entorno de las cortes del Norte de Italia; aquellas de Milán, Boloña y Ferrara. Y el Tarot se habría difundido enseguida por toda Italia y luego por el resto de Europa donde conocieron diversas variantes.

Hacia 1470, se encuentra el Tarot en Florencia, donde se creó una variante llamada Germini o Minchiate. Al comienzo del siglo XVI hizo su aparición en Perugia y en Roma y durante el siglo siguiente desembarcó en Sicilia. De Ferrara se difundió en dirección de Venecia, Austria y Bohemia. De Milán llegaron a Suiza, a Francia y luego a Alemania, país en el cual durante el siglo XVIII se desarrolló una rica producción de Tarots ilustrados con escenas fantásticas, inspiradas en el mundo animal, en la historia, en la mitología y en las tradiciones y costumbres populares.
Las cartas del Tarot fueron usadas desde el origen para jugar con algunas reglas comparables a las del ajedrez. Al vista de su carácter “ingenioso”, el Ludus Triompharum fue excluido de las ordenanzas que datan del Renacimiento contra los juegos de azar; se sabe que en los salones aristocráticos el juego de los Triunfos era el centro de las diversiones refinadas que consistían, por ejemplo, en inventar sonetos cortesanos o en responder a preguntas construidas con cartas extraídas del mazo.
Otra práctica consistía en asociar las figuras del Tarot a celebridades, escribiendo al respecto sonetos o simplemente escritos elogiosos o burlescos o satíricos. Estas prácticas lúdicas y literarias marcaron rápidamente el paso.
Hacia finales del siglo XV, un predicador dominicano anónimo se ensañó contra los Triunfos calificándolos de opus diaboli y justificaba su juicio afirmando que el inventor de estos naipes, para atraer a los hombres hacia el vicio, había usado deliberadamente figuras respetables en extremo, como el Papa, el Emperador, las Virtudes cristianas y hasta Dios. En los siglos XVI y XVII el Tarot se transformó en un verdadero juego de azar caracterizado por numerosas variantes regionales.
A partir del s. XVIII comenzó la importación del Tarot francés, en particular la variante “marsellesa” en la cual se inspiraron los fabricantes piamonteses y lombardos para renovar su producción. Luego, seguido de cerca por juegos más modernos, el Tarot fue desapareciendo lentamente.
Hoy aún está presente en algunos pueblos de Sicilia, de Emilia, de Lombardía o del Piamonte así como en el Sureste de Francia. A la vez, las imágenes del Tarot fueron objeto de manipulaciones e interpretaciones esotéricas hasta el punto de ser consideradas como íconos mágicos.

El libro de Thot o la interpretación esotérica del tarot.
El renacimiento del Tarot como instrumento mágico ocurrió a finales del siglo XVIII, en pleno periodo de las Luces. Fue obra de un arqueólogo, célebre en su tiempo: Antoine Court de Gébelin, miembro de la francmasonería francesa.

“Si hoy anunciamos que existe una obra que contiene la más pura doctrina de los Egipcios, que habría escapado de los incendios de sus bibliotecas, ¿quién no estaría impaciente por conocer un libro tan preciado y extraordinario? Y bien, este libro existe y sus páginas son las figuras del Tarot”.
Para justificar sus afirmaciones Court de Gébelin explica que la palabra Tarot proviene del egipcio Ta-Rosch que significa Ciencia de Mercurio (Hermes para los griegos, Thot para los egipcios). Luego, ayudado por un colaborador desconocido, indicó las numerosas propiedades mágicas del Libro recién descubierto.

Estas teorías fueron retomadas por otro francmasón, Etteilla, pseudónimo de Jean-François Alliette: “El Tarot es un libro del antiguo Egipto cuyas páginas contienen el secreto de una medicina universal, de la creación del mundo y del destino del hombre. Sus orígenes se remontan al 2170 antes de Cristo, cuando diecisiete magos se reunieron en un cónclave presidido por Hermes Trismegisto. Enseguida fue grabado en plaquetas de oro colocadas alrededor del fuego central del Templo de Memfis. En fin, después de diversas peripecias, fue reproducido por grabadores mediocres de la Edad Media con una cantidad de inexactitudes de modo que su sentido original fue desnaturalizado”.
Etteilla restituyó al Tarot lo que él creía que era su forma primitiva, remodeló la iconografía y lo bautizó “El libro de Thot”. La herencia del Neoplatonismo y del hermetismo del Renacimiento está claramente presente en las manipulaciones operadas por Etteilla. En efecto, en los ocho primeros Triunfos, reproduce las fases de la creación; en los cuatro siguientes, subraya que las virtudes conducen las almas hacia Dios; y finalmente en los diez últimos representa las condiciones negativas a las que están sometidos los seres humanos.
Las 56 cartas numeradas fueron interpretadas como sentencias adivinatorias para los mortales. Gracias a estas revelaciones, cobró gran vuelo la moda de la cartomancia, y más tarde la dimensión mística del libro de Thot fue revalorizada por Eliphas Lévi. Eliphas Lévi denunció los errores de Etteilla, afirmando que los 22 Triunfos correspondían a las 22 letras del alfabeto hebreo. Y explica la conexión con las operaciones mágicas, con el simbolismo francmasón y sobre todo con los 22 senderos del Arbol de la Kábbala, que reflejan las estructuras idénticas en el hombre y en el universo.
Recorriendo los 22 canales del supremo saber, el alma humana podría llegar a la contemplación de la luz divina. Las teorías de Lévi fueron retomadas por numerosas confraternidades ocultistas y cada una de ellas recreó nuevas cartas de Tarot conforme a su propia filosofía.
Para algunos, el objetivo de los iniciados era la realización de un gran Templo Humanitario apuntando la creación de un Reino del Espíritu Santo fundado sobre el esoterismo común a todos los cultos. Para otros, el Tarot representaba las etapas de un recorrido individual de elevación mística o de exaltación psíquica mediante la obtención de grandes poderes mágicos.
Tarot y cartomancia
Se admite generalmente que el periodo que abarca el fin del siglo XVIII y el comienzo del XIX fue propicio a los profetas y a los adivinas, en Francia y en todas partes, por razón de las incertidumbres políticas y el agravamiento de la crisis económica.

Efectivamente, hay una vasta producción de estampa del siglo XIX que representan escenas de adivinación popular, producción que atestigua la difusión de la cartomancia. El arquetipo es una mujer vieja, con frecuencia gitana, que predice el porvenir en los cruces de camino y que habita en un tugurio rodeado de todo tipo de enseres mágicos.
Si bien el arte adivinatorio por medio de cartas se practicaba desde finales del siglo XVII, no es sino en el siglo XIX que las cartománticas de multiplicaron gracias a las sorprendentes revelaciones de Court de Gébelin, de Etteila y de las confraternidades ocultistas. Entre los innumerables adivinos de la época conviene detenerse un instante en Mademoiselle Lenormand, cuya fortuna descansaba en una hábil utilización de su imagen pública. A lo largo de su carrera Mlle. Lenormand vio pasar por su salón a personajes de la estatura de Robespierre, Marat, Danton, Napoleón Bonaparte, y se volvió la confidente de la emperatriz Joséphine.
La “Sibila de los Salones”, como fue llamada, fue imitada por innumerables adivinas que se esforzaban por sacar provecho de su arte pretendiendo ser alumnas y herederas de la más ilustre sibila. Además crearon nuevas cartas de cartomancia basadas en el Tarot egipcio de Etteilla o en las cartas francesas de juego.
Hacia 1850, la adivinación por medio del tarot y de cartas de juego había llegado a ser una técnica adivinatoria extremadamente popular en toda Europa. Y en la misma época, el renacimiento de filosofías esotéricas revigorizó las artes mágicas y en particular la cartomancia. La difusión de esta práctica, extendida por todas las clases sociales, se acompañó de una vasta producción industrial a fin de responder los requerimientos del público. A lo largo del s. XIX se imprimieron, esencialmente en Francia, Italia y Alemania, por lo menos un centenar de barajas que no tenían sino una lejana conexión con el Tarot sino con libros de interpretación de sueños o con la “Kabbala del loto”.
Puede afirmarse que desde entonces esta modalidad ha conservado todo su vigor, exceptuando los periodos de guerra. Equivocadamente según nosotros, los sociólogos se preguntan hoy por las razones de que lo que hoy se define como un retorno de lo irracional, y que convendría considerar ante todo como una presencia que testimonia una necesidad constante de grandes certezas en la historia occidental.
Más allá del aspecto adivinatorio, conviene además tener en cuenta la dimensión artística. La creación de cartas con frecuencia ha ocasionado la obra de diseñadores y pintores muy talentosos, cuyo trabajo da prueba no sólo de gusto personal, sino igualmente de una sensibilidad artística y de las corrientes de la época en las que se inscriben.


© Copyright ANDREA VITALI, Historiador e iconógrafo del Tarot
LE TAROT: Associación cultural de estudio y de investigación histórica


Traducción: Enrique Eskenazi.