jueves, 28 de julio de 2011

AGARTHA - ALEXANDER SAINT YVES D' ALVEYDRE


Sucedió en el último cuarto del siglo antepasado. Se supone que fue en 1885 cuando el marqués Alejandro Saint-Yves d’Alveydre, 1842-1909?, recibió la visita del príncipe afgano Hardij Schripf, acompañado de dos misteriosos personajes, enviados-decían- por el Gobierno Universal Oculto de la presente Humanidad, los cuales le revelaron la existencia del Agartha y su organización espiritual y política....”
Este ocultista francés escribió un libro, Misión de la India en Europa, donde revelaba la naturaleza de Agartha, y mandó a imprimir doscientos ejemplares para ser publicados. Pero ante amenazas provenientes de la India, el autor decidió destruir cualquier rastro del manuscrito.

Un solo ejemplar sobrevivió y fue conservado por el hijo de Saint-Yves, que más tarde regaló al místico Papus. Saint-Yves dijo además que Agharta, que en idioma sáncristo significa Comunidad o Comarca Suprema, se encontraba ubicada en el Desierto del Gobi, o sea en pleno corazón del Asia.

SAINT-YVES D'ALVEYDRE
La Misión de la India en Europa. La misión de Europa en Asia (1910)

AL SOBERANO PONTÍFICE PORTADOR DE LA TIARA DE LAS SIETE CORONAS, AL BRAHMAN ACTUAL DE LA ANTIGUA PARADESA METROPOLITANA DEL CICLO DEL CORDERO Y DEL CARNERO.



 Este nombre, el Agarttha, significa inalcanzable a la violencia, inaccesible a la Anarquía.

Este hierograma solo, podría dar la clave de la respuesta de la Sinarquía trinitaria del Cordero y del Carnero, al triunfo del Gobierno general de la fuerza bruta, ya se llame conquista militar, tiranía política, intolerancia sectaria o rapacidad colonial.
¿Dónde está el Agarttha? ¿En qué lugar preciso se encuentra? ¿Por qué caminos hay que andar, y qué pueblos hay que atravesar para llegar hasta allí?
A esta pregunta, que se harán con toda seguridad los diplomáticos y las gentes de armas, no conviene contestar más de lo que yo lo haré, en tanto no se realice o por lo menos se firme el entendimiento sinárquico.
Pero como sé que en sus mutuas competencias en todo el Asia, algunas potencias rozan sin darse cuenta, este territorio sagrado, como sé, que en caso de un posible conflicto, sus ejércitos pasarán por él, junto a él, por humanidad para con estos pueblos y el propio Agarttha, no dudo en proseguir la divulgación que he comenzado.
En la superficie y en las entrañas de la tierra la extensión real del Agarttha desafía la opresión y la coacción de la profanación y de la violencia.
Si hablar de América, cuyo subsuelo ignorado le ha pertenecido desde la más alta antigüedad, tan sólo en Asia, cerca de quinientos millones de hombres conocen más o menos su existencia y su extensión.
 Pero no se encontrará ni un solo traidor entre ellos, para indicar la situación precisa en que se encuentran su Consejo de Dios y su Consejo de los Dioses, su cabeza pontificial y su corazón jurídico.




 Si pese a todo esto ocurriera, si pese a sus numerosos y terribles defensores fuese invadida, cualquier ejército invasor, aunque estuviese compuesto por un millón de hombres, vería renovarse la atronadora respuesta del templo de Delfos a las incontables hordas de los sátrapas persas.
Pidiendo ayuda a las Potencias cósmicas de la Tierra y del Cielo, incluso vencidos, los Templarios y los confederados del Agarttha, podrían, si fuese necesario, hacer estallar parte del Planeta, y tritura con un cataclismo y los profanadores, y su patria de origen.
Por estas causas científicas la parte central de esta tierra santa nunca ha sido profanada pese al flujo y reflujo, a los choques y engullimientos mutuos de los imperios militares, desde Babilonia hasta el reino turanio de la Alta Tartaria, desde Susa hasta Pella, desde Alejandría hasta Roma.
Antes de la expedición de Ram y el dominio de la Raza blanca en Asia, la Metrópolis manávica tenía por centro Ayodhya, la Ciudad solar.
Decidiendo con buena vista el verdadero límite de Europa con Asia, nuestro Gran Antepasado céltico, situó, en los lugares más espléndidos de la Tierra, el Sagrado Colegio a cuya cabeza lo había llevado su iniciación.
Las bibliotecas anteriores permanecieron intactas, gracias a su propia ciencia, pese a todas las reformas intelectuales y sociales que su luminosa iniciativa llevó a cabo.
Más de tres mil años después de Ram, y a partir del cisma de Irshou, el centro universitario de la Sinarquía del Cordero y del Camero sufrió un primer traslado, que no me conviene aclarar más.
Finalmente, casi catorce siglos después de Irshou, poco tiempo después de Çakya Mouni, se decidió otro cambio de lugar.
Baste saber a mis lectores que, en algunas regiones del Himalaya, entre veintidós templos que representan los veintidós Arcanos de Hermes y las veintidós letras de ciertos alfabetos sagrados, el Agarttha forma el Zero místico, el que no puede ser encontrado.
El Zero, es decir Todo o Nada, todo mediante la Unidad armónica, nada sin ella, todo mediante la Sinarquía, nada mediante la Anarquía.
El territorio sagrado del Agarttha es independiente, organizado sinárquicamente y compuesto por una población que se eleva a una cifra de casi veinte millones de almas.
La constitución de la Familia, con la igualdad de sexos en el hogar, la organización de la Comuna, del Cantón y de las circunscripciones que van desde la Provincia al Gobierno central, conservan aún en toda su pureza la huella del genio celta de Ram injertado en la divina sabiduría de las instituciones de Manou.
No entraré aquí en detalles que aparecen abundantemente expuestos en otros lugares.
En todas las Sociedades humanas, la estadística de los crímenes, la miseria y la prostitución, constituye la prueba de sus vicios orgánicos.
En el Agarttha no se conoce ninguno de nuestros horribles sistemas judiciales ni penitenciarios: no existen prisiones.

La pena de muerte no se aplica.
La policía está constituida por los padres de familia.

Los delitos se encomiendan a los iniciados, a los pundits de servicio. Su arbitraje de paz, espontáneamente solicitado por las mismas partes en litigio, evita en casi la totalidad de los casos recurrir a las diferentes cortes de Justicia, pues la reparación voluntaria sigue inmediatamente a todo perjuicio.
 Creo innecesario decir que todas las vergüenza y todas las plagas sociales de las civilizaciones no sinárquicas, miseria de las masas, prostitución, alcoholismo, individualismo feroz en las clases altas, espíritu subversivo en las bajas, e incurias de todo tipo, son desconocidas en esta antigua Sinarquía.
 Los rajahs independientes, encargados de las diferentes circunscripciones del suelo sagrado, son iniciados de alto grado.
Estos reyes presiden la Corte suprema de Justicia, y su arbitraje situado por encima de las repúblicas cantonales, conserva aún el carácter magistral que tanto he analizado en La Misión de los Judíos.


En torno al territorio sagrado y su población ya tan considerable, se extiende una confederación sinárquica de pueblos, cuyo total se eleva a más de cuarenta millones de almas.
Los conquistadores europeos que reclamaran por la fuerza lo que sólo una leal alianza podría otorgarles, se enfrentarían en un primer lugar con este escudo.

Y si consiguieran romper esta muralla viva, se hallarían frente a frente, como ya he dicho, con trágicas sorpresas, mucho más colosales que las del Templo de Delfos, y con soldados que reviven una y otra vez, ligados entre ellos como los de las Termópilas, seguros como ellos de volver desde el seno mismo de lo Invisible, después de morir, a combatir de nuevo a los profanadores.

Las castas, tal y como las critican justamente los europeos, son desconocidas en el Agarttha. El hijo del último de los parias hindúes puede ser admitido en la Universidad sagrada, y, según sus méritos salir de ella o permanecer en cualquier grado de la jerarquía.

La presentación se hace del modo siguiente.
En el momento ¿el nacimiento, la madre promete por voto a su hijo: es el Nazareno de todos los templos del Ciclo del Cordero.

En diferentes épocas sucesivas, se consulta directamente a la Providencia en los Templos, y cuando suena la edad de admisión, el chico o chica, teniendo el rajah iniciado de la providencia como padrino, entra en la Universidad sagrada, y todo ello absolutamente gratis.
El resto depende de sus propios méritos.
Vemos ahora la organización central del Agarttha, empezando por abajo y terminando por arriba, o yendo de la circunferencia al centro.
 Millones de Dwijas, nacidos dos veces, de Yoghis, unidos en Dios, forman el gran círculo o mejor el hemiciclo en el que vamos a penetrar.
 Ocupan para vivir ciudades enteras: son los suburbios del Agarttha, divididos simétricamente y repartidos en construcciones casi siempre subterráneas.
 Encima de ellos y andando hacia el centro, tenemos a cinco mil pundíts, pandavan, sabios, de éstos, unos sirven en la enseñanza propiamente dicha, los demás en la plaza como soldados de la policía interna, o de la de las cien puertas.
 Su número, cinco mil, corresponde al de las raíces herméticas de la lengua védica.
 Cada raíz a su vez es el hierograma mágico, ligado a una Potencia celeste, con la sanción (aprobación) de una Potencia infernal.
 El Agarttha entero es una imagen fiel del Verbo eterno a través de toda la Creación.
Después de los pundits, vienen, repartidos en hemiciclos, cada vez más pequeños, las circunscripciones solares de las trescientas sesenta y cinco Bagwandas, cardinales.
El círculo más elevado y más cercano al centro misterioso se compone de doce miembros.

Estos últimos representan la Iniciación suprema, y corresponden, entre otras cosas, a la Zona Zodiacal


En la celebración de sus Misterios mágicos, llevan los jeroglíficos de los signos del Zodíaco, al igual que ciertas letras hieráticas, que aparecen en toda la ornamentación de los templos y de los objetos sagrados.
Cada uno de estos bagwandas o gurús supremos, gura, maestro, lleva siete nombres, hierograma o mentrams de los siete Poderes celestes, terrestres e infernales.
 Sólo revelaré aquí uno de los objetos de toda esta eficacia.
 Las bibliotecas que encierran el verdadero cuerpo de todas las artes y de todas las ciencias antiguas desde hace quinientos cincuenta y seis siglos, son inaccesibles a toda mirada profana y a todo atentado.
 Sólo se encuentran en las entrañas de la tierra.
Las que se refieren al Ciclo de Ram, ocupan parte del subsuelo del antiguo Imperio del Carnero y sus colonias.
Las bibliotecas de los Ciclos anteriores se encuentran incluso bajo los mares que han recubierto el antiguo
Continente austral, y las construcciones subterráneas de la antigua América antediluviana.
Lo que voy a contar aquí y más adelante parecerá un cuento de Las Mil y una noche, y, sin embargo, nada hay más real.
Los verdaderos archivos universitarios de la Paradesa ocupan miles de kilómetros. Desde ciclos de siglos, cada año, tan sólo algunos de los iniciados de alto grado y que sólo poseen el secreto de algunas de las regiones, saben el auténtico objetivo de ciertos trabajos, y están obligados a pasar tres años grabando en tablillas de piedra, con caracteres desconocidos, todos los hechos que interesan a las cuatro jerarquías de las ciencias que constituyen el cuerpo total del Conocimiento.

Cada uno de estos sabios realiza su trabajo en la soledad, lejos de toda luz invisible, bajo las ciudades, bajo los desiertos, bajo las llanuras y las montañas.
Que el lector intente imaginar un colosal tablero de ajedrez extendiéndose bajo tierra a casi todas las regiones del Planeta.
En cada una de las casillas se encuentran los acontecimientos importantes de los años terrestres de la Humanidad, en algunas casillas las enciclopedias seculares y milenarias, en otras por fin, las de los Yougs menores y mayores.
El día en que Europa sustituya la anarquía de su Gobierno general por la Sinarquía trinitaria, todas estas maravillas y muchas más serán accesibles de modo espontáneo a los representantes de su primera Cámara anfictiónica: la de la Enseñanza.



Pero hasta ese momento, ¡pobre de los curiosos, de los imprudentes que intenten rebuscar bajo
Sólo encontrarían una decepción segura y una muerte inevitable.
Tan sólo el Soberano Pontífice del Agarttha, con sus principales asesores, de los que hablaré, reúne completo en su total conocimiento, en su suprema iniciación, el catálogo sagrado de esta biblioteca planetaria.

Tan sólo él, posee en su integridad la llave cíclica indispensable no sólo para abrir cada una de las secciones, sino también para saber con exactitud lo que cada una contiene, pasar de una a otra, y sobre todo salir de ellas.

¡De qué serviría al profanador haber conseguido forzar una de las casillas subterráneas de este cerebro, de esta memoria integral de la Humanidad!
Con su espantoso peso, la puerta de piedra sin cerraduras, que cierra cada una de las casillas, caería sobre él para no abrirse nunca más.
En vano, antes de conocer su terrible destino, se encontraría ante las páginas minerales que componen el libro cósmico, no podría deletrear una sola palabra, ni descifrar el más mínimo arcano, antes de darse cuenta de que estaba encerrado para siempre en una tumba de la que sus gritos no podrían ser escuchados por ningún ser visible.
Cada cardinal o bagwandas, posee, entre las Potencias que de las que recibe sus siete nombres hieráticos, el secreto de siete regiones celestes, terrestres e infernales, y tiene el poder de entrar y salir a través de las siete circunscripciones de este espantoso memorial del Espíritu humano.

¡Ah! ¡Qué colosal renacimiento experimentarían nuestras Religiones y nuestras Universidades, si la Anarquía no presidiera las relaciones de los pueblos sobre la tierra!


Con toda seguridad, nuestros sacerdotes, y nuestros admirables sabios, miembros ya de la universal Alianza de los tiempos antiguos, realizarían su peregrinación a África, a Asia, o a cualquier lugar del mundo donde se hallen los restos de una civilización desaparecida.

Y la tierra no sólo les entregaría todos sus secretos, sino que además tendrían completa comprensión de ellos, tendrían la clave doria, y volverían a las distintas Facultades de nuestra enseñanza, trayendo consigo en lugar de cenizas muertas, mares de luz viva.

Y entonces, no se profanaría ya el pasado, ni se arrebatarían a los sepulcros restos mutilados, y por ello inexplicables, para llenar nuestros museos.

La Antigüedad se reconstruiría piadosamente allí donde se encuentra, en Egipto, en Etiopía, en Caldea, en Siría, en Armenia, en Persia, en la Tracia, en el Cáucaso y hasta en las mesetas de la Alta Tartaria, allí precisamente, donde Swedemborg vio a través del suelo, los libros perdidos de las guerras de Jehovah y de las generaciones de Adam.
¡Y, acompañados por himnos y precedidos por los Pontífices, llevaríamos a los laureados de nuestros estudios superiores, ante los hitos sagrados de la raza humana!

¡Ah! ¡Ojalá, que en lugar de ser la sierva de la Anarquía gubernamental, la esclava de la Fuerza, el instrumento de la ignorancia, de la iniquidad y de la ruina públicas de todas nuestras patrias europeas, la Ciencia, llevando de nuevo la tiara sobre la cabeza y el báculo en la mano, subiera de nuevo a sus antiguas cimas luminosas!
Si, presidiendo de nuevo las relaciones entre los pueblos, realizara por fin lo que los profetas de todas las Religiones le han profetizado, ¡qué divino concierto reuniría de nuevo los miembros ensangrentados de la Humanidad!
Ésta no sería ya un Cristo en la Cruz cubriendo toda la Tierra, sino un Cristo Glorioso reflejando todos los rayos sagrados de la Divinidad, todas las artes, todas las ciencias, todos los esplendores y todos los favores de este Espíritu divino que iluminó el pasado, y que a través de dolorosas gestiones, tiende de nuevo a iluminar el futuro.
La economía pública, libre del peso espantoso del armamento y los impuestos, tocaría con su varita mágica todo lo existente.
Veríamos entonces renacer el Egipto antiguo, con sus Misterios purificados, Grecia en el esplendor transfigurado de sus tiempos órficos, la nueva Judea, más bella aún que la de David y Salomón, la Caldea de antes de Nemrod.
Entonces, todo, de la cumbre a la base de la organización humana, se renovaría; todo se iluminaría y se conocería, desde el fondo de los Cielos hasta el horno inmenso del centro de la Tierra.
Y no existe mal intelectual, moral o físico, al que la unión de las Facultades enseñantes, y la unión positiva del Hombre con la Divinidad, no pudiesen aportar remedio seguro.
Las vías santas de la Generación serían de nuevo descubiertas, las de la Vida santificada, las del Tránsito iluminadas por inefables consuelos, adorables certezas; y la Humanidad entera realizaría la palabra del Profeta deslumbrado por los Misterios de la otra Vida: ¡Oh muerte!, ¿dónde está tu aguijón?
Avanzamos hacia esos tiempos sinárquicos a través de las últimas agonías sangrientas de la Anarquía del Gobierno general inaugurada en Babilonia.
Por esta razón escribo este libro, y voy a introducir al lector más lejos aún en el centro de la antigua Paradesa.
Después de los círculos alternativamente abiertos o cerrados de los trescientos sesenta y cinco Bagwandas, están los de los veintidós, o mejor veintiún Archis negros y blancos.

Su diferencia con los iniciados de más alta graduación es puramente oficial y ceremonial.

Los Bagwandas pueden, a su antojo, residir o no en el Agarttha; los Archis permanecen allí para siempre, como parte integrante de sus cimas jerárquicas.
Sus funciones son muy extensas, y reciben los nombres cabalísticos de Chrinarshis, Swadharshis, Dwijarshi, Yogarshi, Maharshi, Rajarshi, Dhamarshi, y, por fin, Praharshi.

Estos nombres indican con claridad todas sus atribuciones, ya sean administrativas o espirituales, en la Universidad sagrada y en cualquier lugar donde ejerzan su influencia.
En lo referente a las ciencias y las artes, forman con los doce Bagwandas zodiacales el punto culminante de la Maestría universitaria y de la gran Alianza en Dios con todas las Potencias Cosmicas.

 Por encima de ellos sólo encontramos el triángulo formado por el Soberano Pontífice, el Brahatmah, apoyo de las almas en el Espíritu de Dios, y sus dos asesores, el MaQatma, representante del Alma universal, y el Mahanga, símbolo de toda la organización material del Cosmos.

En la cripta subterránea donde se encuentra el cuerpo del último Pontífice que espera durante toda la vida de su sucesor, su incineración sagrada, se encuentra el Archis que forma el cero de los Arcanos representados por los veintiún colegios. Su nombre, Marshi, significa El Príncipe de la Muerte, y expresa que no pertenece al mundo de los vivos.

Cortesía: Débora Goldstern