miércoles, 6 de julio de 2011

LOS LABERINTOS EN LA OBRA DE FULCANELLI

Fuente: Apiano León de Valiente.



Los laberintos burilados en el pavimento de algunas Iglesias góticas conducen, al Adepto, a un escondido conocimiento.
Ese particular diseño circular y entrecortado, procura ocultar las dificultades que el laberinto encierra en su interior. Con todo, esa simbología anuncia que se exigirá del alquimista en ciernes, una total entrega, para ser medido en su capacidad de resistir.
El laberinto resume un aprendizaje consistente en duras pruebas, necesarias para hacer práctica la aplicación de la Enseñanza en tu quehacer diario. Conocimiento que se encuentra en las profundas capas de tu propio laberinto y que tu mismo (a) debes catar, esfuerzo que está fuera del alcance del hombre común, o de la actitud de sopor más o menos permanente en las multitudes.




El laberinto que existía en la Iglesia de Chartres, compuesto de vías concéntricas, tenía cinceladas las figuras de Teseo y del Minotauro, que sostenían cruenta lucha, para simbolizar el mortal enfrentamiento de dos fuerzas antagónicas: La Luz y la Oscuridad.
La contienda referida, se libra después de un duro trabajo de transformación, a raíz del que surge y se hace evidente la oscuridad, cuya subsistencia corrosiva mina y destruye a la armazón o cuerpo físico, y dirige artificiosamente a nuestra vida, para rendir culto a la sombra.
El emblema cabalístico, denominado Laberinto de las Catedrales, o Laberinto de Salomón, aparecía en aquellos escritos alquímicos que, con sus símbolos, silencian la palabra. En este lenguaje mudo se expresa el conocimiento escondido, propio de los Misterios del Universo, descrito por círculos concéntricos interrumpidos en ciertos puntos. Tales trazos enuncian que el hombre y la Naturaleza, no son plenamente coincidentes en la actualidad.
En efecto, aunque todo está sujeto a un mismo y único ritmo y rodaje, los hombres ignoran lo que pueden realizar si están DESPIERTOS, y olvidan lo que han hecho en sueños, motivo por el cual la vida del ser humano se evidencia como un trayecto inexplicable y errático que, particularmente, se revela en los trazos interrumpidos de este símbolo y que se reproduce en las tradiciones mágicas atribuidas a Salomón.
El laberinto es el epítome de todo trabajo realizado en la Gran Obra y, en especial, alude a sus dos grandes dificultades que consisten en:
  1. El delinear y precisar el camino para llegar a su centro, punto donde se libra la lucha de las dos naturalezas: Teseo y Minotauro y, seguidamente:
  2. El descubrir la senda que permite salir del laberinto, empresa que sólo es posible si se cuenta con el Hilo de Ariadna.
El laberinto describe el desarrollo de la Gran Obra. Se observa que no es un camino rectilíneo, donde la visión del caminante abarca el inicio y término de la totalidad de su jornada. Lo anterior, en la medida que si da un primer paso, necesariamente desconoce el siguiente, no obstante que cada estado de conciencia logrado, impone su sello en el siguiente trecho.
Cuando uno se adentra en el laberinto, tiene el convencimiento cierto de que esa es la ocasión de vencer o abandonar la empresa. Es una tarea que implica enfrentar las mayores dificultades.
En este caminar, llegará el instante en que el buscador se deshará de toda carga inútil, para llegar al "centro del laberinto", que corresponde a nuestro propio núcleo. Entonces, afrontará a su propia fuerza material, caótica, desconectada y descontrolada, e impondrá sobre ese miasma convulso la Fuerza Superior, ocasión en que verá disolverse todo lo anudado e indebidamente compacto, y verá aflorar el nacimiento del Verdadero Ser, o manifestación de su Mercurio Coagulado.
El Hilo de Ariadna, que Teseo utilizó para salir del Laberinto del Minotauro, representa a las múltiples etapas que debe vivenciar el discípulo para pasar de la oscuridad a la Luz.
El Hilo de Ariadna simboliza el conocimiento adquirido con la propia experiencia, y la realización de la Enseñanza en uno mismo. Esa es la sabiduría que permite al alquimista salir de su propio laberinto.
Fulcanelli, al conjugar los conceptos afines al término Ariadna, hace evidente el desconocimiento que tenemos de nosotros mismos, y describe al hombre como a un conjunto de tejidos e ilusiones, como la envoltura propia de un falso ser que, de su vida, ha hecho la amalgama de un existir real con un continuo inexistir.
Somos una falsa Obra, debido a nuestra afición de cultivar emociones y deseos intensamente egocéntricos, desequilibrados, que consumen y tejen la falsa sabiduría, la que una vez destruida, evidencia la propia desnudez, vacío y vanidad.
Aquél que ha sentido el impulso de interesarse en él mismo, para enfrentar su propia oscuridad, necesita de la ayuda de una fuerza superior (Mercurio Divinizador o Alkahest) que le entregue el extremo del Hilo de Ariadna, a fin de internarse en lo profundo de su complejo laberinto, y deshacer su falso tejido.
Guiado por el hilo de Ariadna y mediante un duro quebrantamiento interior, aquietará sus aguas y, desde allí, surgirá un nuevo sol naciente, o renacimiento del alquimista.
Fulcanelli sugiere que el Hilo de Ariadna alude al nacimiento, al orto de un astro que surge del mar, o un sol que se eleva al cenit.
Fulcanelli compara al laberinto con la Piedra Filosofal. En este sentido, en ese dédalo se muestra un camino en el que se suceden los múltiples procesos que se desarrollan para alcanzar la acabada construcción de la Obra o Piedra Filosofal.
Señala que la oscuridad puede ser transformada en Luz, si la materia se aparta voluntariamente de su propio y terrenal encantamiento, y acepta ser ayudada, conectándose a una Fuerza muy elevada o Mercurio Divinizador, y sometiéndose a intensas jornadas de pulimento, que le hará digna de enlazarse a la Divinidad, por medio del Solve et Coagula.
Fulcanelli compara al Hilo de Ariadna con un conductor de Luz, que desvanece la oscuridad y rompe la naturaleza densa y artificial de la materia, y hace posible una muerte simbólica, para comprender la propia inmortalidad interior y transformarse en luminosa vida, una vez que despierte su Mercurio Coagulado.

La Salamandra o Calcinación.

Aparece una mujer de largos cabellos ondulantes, como flamas. Esta dama personifica a la Calcinación, quien aprieta contra su pecho el disco de la Salamandra.
Simboliza la combustión que se efectúa dentro del vaso o matraz filosófico o cuerpo del hombre o mujer, en el cual se queman las materias del Caos, mediante la fuerte presión del Alkahest, que reduce a ese Caos, mediante nuevos baños ígneos, hasta dejarlo confinado y reducido a una partícula caótica, de modo que la materia ha de convertirse en una sustancia transparente o purificada, sin destruir las sustancias nobles sitas en el interior del atanor.
Es este el fuego incombustible que se representa en la Salamandra. Es un fuego mercurial preparado intracorporalmente o Mercurio Divinizado que, con su imán es capaz de atraer al Fuego Exterior, Mercurio Divinizador o Alkahest.
La Salamandra que vive en el Fuego y se nutre de Fuego, es de color de ese Fuego que quema sin consumir.
La presencia de la Salamandra indica que la Obra debe ser llevada a la combustión más elevada, para que de la misma materia se pueda desprender un calor o Mercurio Divinizado, formado intracorporalmente, mediante el Solve et Coagula, el cual, inicialmente, es despertado o encendido por el Mercurio Exterior, para que disuelva a los cuerpos metálicos, haciéndolos iguales a la esencia del Fuego que los consume.
Este Mercurio Interno, debidamente tratado, mejorado y enaltecido por el Solve et Coagula, da lugar al efecto multiplicador que, para ese efecto, alza sus vapores ocultos, para que sean sublimados, en lo alto del vaso, por el Fuego Externo o Alkahest.
La Salamandra o Lagarto, tiene un remoto ancestro, cual es el Mercurio Coagulado que, como ya lo hemos dicho, por el calor del Alkahest, se licua, exhumando un agua apestosa, llamada Agua Mineral, luego un azufre corrosivo, posteriormente un azufre licuado y, en último término el Mercurio Divinizado formado intracorporalmente.
Este Mercurio Divinizado es denominado, en ocasiones, Sal Central, o forma (sal) creada en lo interior, que es un fluido translúcido que emana visos brillantes, que, a partir del Mercurio Coagulado, se transforme en lo que es: Mercurio Divinizado, mediante todo aquel proceso circular, en que una partícula de azufre (licuado y volatilizado) ascienda a lo alto, para mercurizarse en la cúspide del vaso, al fundirse con el Alkahest, y para volver a descender y solidificarse e irradiar a la tierra no trabajada. Esto se repite infinitamente con sucesivas partículas de azufre, que se licuan, volatilizan, se mercurizan y vuelven a concretar o coagularse. Este es el insoslayable juego de lo fijo y lo volátil. La materia o azufre para unirse al Mercurio Superior, primero, debe licuarse y volatilizarse, y para irradiar su tierra no laborada, debe descender y volver a coagularse (Solve et Coagula.
Si aprendes a confeccionar ese Fuego Divinizado, pronto aparecerá el fruto que, como activa llama, disolverá al duro acero de tu metal.
La simiente metálica, o Mercurio Coagulado, debe ser fundida para dar comienzo a un nuevo nacimiento, una vez que ya disuelta continúa siendo activada por la refulgencia del Mercurio Divinizador, para trasformar a un metal vil en un metal noble.
Todas estas etapas: metal, semilla metálica o Mercurio Coagulado, azufre licuado-volatilizado y Mercurio Divinizado, al mirarlas en conjunto se confunden en un solo resplandor de fuego, como luz producida por permanente combustión, que consume lo obscurecido. Es inextinguible, se enciende de continuo en el día y se enciente activamente bajo las cenizas, de noche. Lo anterior, significa que, una vez que el metal comienza a disolverse, el fuego permanece activo tanto en la Luz, como en la oscuridad.
La mujer de la figura VIII, representa a la materia durante el desarrollo de la Obra, este personaje está en permanente estado de cambio, pues su naturaleza está sometida a constantes y diversas transformaciones. De lo precedente resulta obvia su necesidad de separar de sí a las excrecencias o lo no soluble, para calcinarlo por el fuego mercurial y reducirlas a cenizas.
Con los lavados ígneos, que se suceden, esta materia altamente refractaria a la Luz, termina por tornarse transparente y fluida.
La calcinación que practica el iniciado, en el "Gabinete de los Filósofos", corresponde a un desarrollo organizado y secuencial de limpieza, en el cual, los discípulos alquimistas, someten a su tierra a un largo proceso de purgación, no sin antes que la propia materia de la Piedra, sostenga una cruenta lucha, para reconocer y confesar ante sí misma la efectividad de su propia y torcida bajeza y oscuridad, y conocer ese sistema de trabajo que se afinca en los dos pilares alquímicos Mercurio Exterior e Interior.
Eugenio Canseliet, dijo respecto a Fulcanelli muchos dislates conscientemente entretejidos pues, no olvidemos, cumplió a cabalidad su misión de ocultar la personalidad de su maestro, expandiendo y difundiendo muchas insensateces, inaceptables en otro contexto.
Con todo, la verdadera personalidad y ocupación aledaña a la actividad de sabio alquimista de Fulcanelli, surge a flor de piel en sus escritos. Es cuestión de leerlos sin apasionamiento, extrayendo, previamente, del desván de la mente, ese utópico sabio que dice haber encontrado Jacques Bergier, en junio de 1937, en la Sociedad de Gas, de París y la gentil y joven dama, vestida con los atuendos de una mujer del siglo XVI, constituida con la misma efigie rejuvenecida de Fulcanelli, que dice haber encontrado posteriormente Canseliet, y otras sandeces no menos ridículas, de terceros bien intencionados.
El lector debería centrarse, en cambio, en tomar nota de los sentimientos que ese autor expone en sus páginas, así como de sus juicios, y sobre todo, sobre qué aspectos alquímicos explícitamente se excusaba de desarrollar, cuando el análisis propio de la Hermenéutica del Arte Real, podría poner en jaque, las ideas básicas de su "profesión" o podían ameritar que a él se le atribuyera el incurrir en una falta de lesa majestad, o herejía, con respecto a esas convicciones, aceptadas por él y su "gremio," y con certeza sabremos lo que era y lo que no era.
Otra cosa sería aguardar a que el desarrollo del propio Mercurio Interno, nos proporcione, en ese sentido, una absoluta certitud, aunque a esas alturas, comprenderemos que preocuparse de la personalidad de un alquimista, no deja de ser, para verdaderos estudiantes de la Gran Obra, una niñería. Como dice un discípulo tibetano de cierto grado "Lo más importante para cada estudiante no es la personalidad de un instructor determinado, sino el grado de verdad que éste representa, y la facultad que posee el estudiante para discernir entre la verdad, la verdad parcial y lo falso".
Cuando se ha desenterrado y activado ese tesoro, o Mercurio coagulado, que yace oculto en el hondor de tu materia, se encenderá cada hilo del compuesto de tu tejido corporal y podrá circular por tus entrañas, el Mercurio divinizado, cual un torrente de Luz.
En cada Solve et Coagula se produce la fusión del Azufre volatilizado con el Alkahest, y con el producto de esa amalgama se ha de fecundar la Magnificencia Divina, en toda simiente de Vida.
Con respecto del Fuego, Fulcanelli no operaba "en medio del polvo impalpable y graso del hornillo en continua actividad", como acota Canseliet en el prólogo de la segunda edición del Misterio de las Catedrales." pues, Fulcanelli a menudo sostiene que existe una palmaria diferencia entre la calcinación vulgar, realizada en los laboratorios químicos y la que ejecuta el iniciado en el Gabinete de los Filósofos o propia tierra.
En efecto, el alquimista no utiliza el fuego vulgar, pues sabe que su materia contiene un verdadero Fuego Escondido, similar al fuego Externo o Alkahest que, con su energía, enciende a los centros receptores o chakras que mueven a su tierra.
Téngase presente que lo que aquí puntualizo no constituye un embozado ataque a otros Hermanos que practican otro tipo de Alquimia. Ni mil Fulcanelli podrían desestabilizar el derecho a existir que asiste a otras modalidades de Arte Real, a quienes miro con respeto y recogimiento, aunque no sean esas las vías que transito, lo cual tampoco importa, ni resulta relevante para valorarlas en su real trascendencia, pues no tiene objeto confrontar a dos aspectos diversos de un mismo Plan Divino.
Así, en la medida que el Mercurio de abajo atrae la sublimidad del Mercurio de arriba, se hace viva, en nosotros, la Fuente Natural y Escondida, oportunidad en que cada Solve et Coagula, enciende y hace arder, finalmente, un solo Fuego, o Mercurio Divinizado, formado intracorporalmente, similar al Alkahest Cósmico, en su potencialidad.
Para lograr la completa calcinación de todo aquello que descompone a la materia, se requiere, más que del esfuerzo del alquimista, de un gran equilibrio y fortaleza, que le den impulso, desde su interior, para conectarse al proceso vivo que se está desarrollando dentro de él.
Si el discípulo se adherido a lo que estima que es una senda cierta hacia lo superior, podrá atraer ese Alkahest o Fuerza externa, que refuerza esa magia interior que labora en su interior, y en la medida que se haga más activa esa unión entre lo superior y lo inferior, se irá descubriendo y vivenciando ese Fuego Secreto que trocará a la tierra en Agua Viva para que se una, en cada Solve et Coagula, al Mercurio Divinizador.
La diaria práctica del Solve et Coagula, es decir, el permitir en cada jornada que se unan, en nuestro cuerpo o vaso, el azufre volatilizado con el Mercurio Superior y se construya una nueva partícula de puro Mercurio Interior, abre perspectivas, horizontes y puertas hacia otras planos insospechadamente más activos, que potencian aún más a la acción o agente inserto en el Fuego Secreto.
Se dice que este Fuego Secreto, o Mercurio interno confeccionado por el alquimista, en su propio cuerpo o vaso, es el sol que enciende y calcina aquellas capas de la negra armadura, previamente sensibilizadas por el Alkahest.
El contacto con el propio Mercurio, o Mercurio Divinizado producido intracorporalmente, enciende en la tierra una combustión que se lleva a cabo en el cofre cerrado, dentro del cuerpo o vaso, con lo cual se funde lo corrosivo y se fija el Agua Mercurial en la aridez de la Materia.
Fulcanelli sostiene que el Fuego Secreto es el más alto misterio o clave de la Obra.
Si se pudiera comprender y sentir cómo, desde el principio, todo se mueve por una profunda, viva y única sensibilidad, de inmediato se podría romper la grotesca y reiterada acción estereotipada, artificiosa, impuesta al cuerpo.
Lo anterior, permitiría aumentar ese minúsculo fuego que nos mueve.
Al traspasar lo lóbrego, y vivenciar todo desde otra capa de mayor sensibilidad que la que cotidianamente nos envuelve, me refiero al olvidar la cáscara externa y todos sus componentes, eliminando y concentrándose sólo en las capas más sensibilizadas por el Alkahest. Se podría percibir con mayor intensidad la acción del fuego, quizá como un ardor, un entusiasmo o felicidad que experimenta el cuerpo, y que es nada comparado con la revelación y acción del Fuego Secreto que, desde lo interno, mueve cada capa o envoltura del cuerpo en una permanente combustión.
Por todo lo precedente, Fulcanelli señala al Fuego Secreto como al Arte más escondido de la Obra, porque aquél que lo descubra en sí mismo, lo concebirá como algo tan personal, que no lo podrá expresar sin plasmar su propia experiencia en el papel.
Todo el Universo pende de esa Fuente Primigenia de Agua Celeste. En ella se funden todos los cuerpos imantándose de ella.
Esto se representa, en antiguos manuscritos alquimistas delineando un modelo básico o plantilla, aplicable a los Logos Solares (Soles), y a los Logos Planetarios (Planetas). En estos diseños se observa un foco central, rodeado por siete esferas más pequeñas, modelo que, se repite en cada sistema solar, por todo el universo, por toda la Creación, proclamando que hay un principio rector por doquier
En esos diagramas, se destaca un segmento de la Raíz que extiende su filamentos al insondable infinito del Cosmos, para que cada forma de vida muera y renazca, siempre prendida a esa Raíz, donde se afinca y permanece la Gloria del Grande Arquitecto del Universo, transformando con su poder al Universo en un sólo círculo.
La Luz es la fuente de Vida Externa que ilumina a cada planeta.
La expresión utilizada por los alquimistas, que señala: "El Sol y la Luna se resuelven o retrogradan a su origen primero" se refiere a la descomposición que, por la influencia de lo mercurial, sufren los elementos o componentes de la Piedra, que son reducidos a su primera materia o Mercurio, separando de ellos, previamente, lo sutil de lo pesado y cenagosos de sus aguas.
Es separada una pequeñísima parte de la tierra o materia, la más susceptible de ser perfeccionada y trabajada, en la cual se contengan los cuatro elementos: Tierra, Agua, aire y Fuego, los que son depurados, desenredados, y complementados entre sí. Advirtiendo que el desarrollo desordenado y caótico que inicialmente impera en ellos, es la causa de alteraciones y, en cambio, el debido equilibrio de esos componentes, es fuente de reposo, estabilidad, perfección y subsiguiente progreso.
En la frase en comento se alude a un Sol y a una Luna. El Sol simboliza, en este evento, a la tierra en forma de azufre, que se une a la Luna, o Agua Mercurial Superior o Alkahest.
En el desarrollo práctico de cada ejercicio interno del Solve et Coagula, llega un momento en que el Sol o azufre licuado, y posteriormente volatilizado, se une al Mercurio Divinizador volatilizado, o Luna. Es una unión de lo femenino y lo masculino.
El azufre volatilizado, o Mercurio Interno en potencia, o plata viva, posee una naturaleza que es, a la vez activa y es pasiva. En efecto, al ser atraído y magnetizado por el Alkahest, se disuelve transformándose en pasivo. Pero, cuando retorna a la tierra, se adhiere a ella, se vuelve fijo y activo al irradiar a su entorno.
Para que esta acción propia del Solve et Coagula se realice, los cuatro elementos sitos en la Piedra, deben estar purificados por el agua de Fuego que funde a las partes duras de esos elementos, situación que, a la postre, produce la unión del Alkahest con la Chispa Divina y la Materia.
Así, con este juego o rodaje eternamente reproducido, de lo fijo que se licua y volatiliza, y lo volatilizado, que se licua y condensa, la tierra es transformada en agua y el agua en tierra, complementándose ambas esencias o espíritus, de modo que la materia traspasa, trasciende sus cáscaras que la mantienen oprimida.
El Fuego o Mercurio Divinizado, es un espíritu ígneo o sustancia sublimizada y penetrante, que es extraída desde el Mercurio Coagulado, empotrado y dormido en la materia.
Para conocer y llevar a cabo, con propiedad, este trabajo alquímico se requiere, por sobre todo, de la aquiescencia y ayuda del Creador, sin este consentimiento del Supremo, no es dable incursionar en el largo y costoso proceso de la Obra, y desprenderse del dominio de la falsa jerarquía de las cortezas, y poseer el secreto para desprenderse de la fuerte presión en que uno ha sido encerrado.
En las distintas operaciones de la Gran Obra, se activa un fuego interno y externo, ambos se influyen y transforman, o amalgaman, debido a su intrínseca similitud, y se unifican por la acción de sus respectivos imanes o energías atractivas. Se funden en uno solo en cada Solve et Coagula, para reducir a los compuestos del vaso a su primera materia o Mercurio Divinizado, licuando con ello a la tierra.