lunes, 2 de julio de 2012

EL SIMBOLISMO DEL CENTRO - ADRIAN SNODGRASS








El presente texto pertenece al libro The Symbolism of the Stupa (Southeast Asia Program, Ithaca, New York, Cornell University 1985, repr. id. 1988, y Motilal Banarsidass, Delhi 1992) de Adrian Snodgrass, arquitecto y profesor de la Universidad de Sidney, Australia, de quien ya hemos enviado "El simbolismo astronómico en la arquitectura del Cercano Oriente", incluido en su Architecture, Time and Eternity (Aditya Prakashan, New Delhi 1990, 2 vols.). De esta última obra SYMBOLOS ha publicado el capítulo "Doctrinas mesoamericanas del Tiempo" en su página América Indígena: http://www.geocities.com/indoamerica. En el presente estudio en algún caso no coincide el año de publicación citado en nota con el que aparece en la bibliografía final, lo cual sucede en la edción india del original.
EL SIMBOLISMO DEL CENTRO
ADRIAN SNODGRASS


1. El centro geométrico[1]
La cosmogonía se expresa simbólicamente como una expansión o radiación en seis direcciones desde un punto central. La cruz tridimensional, con sus brazos irradiándose desde un centro común, es el símbolo universalmente recurrente de este proceso de evolución cosmogenética. Los brazos son las coordenadas de nuestro mundo sensible e indican cómo el espacio se despliega en la existencia desde un punto central y, por analogía, cómo el tiempo evoluciona desde la puntualidad. El centro de la cruz, en el que sus seis brazos se juntan, simboliza el Principio que genera al universo; es el punto de origen de todas las cosas, que falto de dimensiones y atemporal, es el Principio de la extensión y la duración. Al estar más allá de toda limitación espacial y temporal, no obstante engendra la integridad de la manifestación espacio-temporal. Los brazos de la cruz dependen del centro y se irradian desde éste; no podrían existir sin el centro. E igualmente la totalidad de la manifestación universal depende de su Principio –y es irradiada por éste–, y nada sería si careciera de él.
El concepto de la génesis del espacio como expansión y radiación desde un punto se refleja en el lenguaje. La palabra sánscrita nâbhi, "el eje o cubo de una rueda" y también el "centro" o el "ombligo", deriva de la raíz nabh, "expandir". Con referencia al cuerpo humano, el ombligo corresponde al espacio,[2] y en el Rig Veda se habla frecuentemente del cosmos como "expandido" desde un ombligo ctónico.[3] Asimismo, en los Vedas, al espacio se lo suele designar con la palabra dish, que literalmente es "punto cardinal" o "dirección".[4]


[1]        Las obras de René Guénon brindan percepciones indispensables para comprender el simbolismo del centro, y lo que sigue se apoya sustancialmente en su análisis. Ver especialmente Guénon, 1958, capítulo 7 y otros pasajes; 1962, capítulo 8 y otros pasajes. Los conceptos presentados por Guénon se desarrollan en los escritos de Coomaraswamy y Eliade: ver Coomaraswamy, 1977, 1, páginas 454 y siguientes, y 2, páginas 221 y siguientes; Eliade, 1957, en diversos pasajes; 1958, páginas 143 y siguientes; 1959, páginas 12 y siguientes; 1960, páginas 49 y siguientes; 1961, páginas 27 y siguientes y 73 y siguientes. Ver también Chevalier y Gheerbrant, 1973, 1, páginas 299 y siguientes, entrada correspondiente: Centro; Cirlot, 1962, páginas 39 y siguientes; Wheatley, 1971, páginas 428 y siguientes.
[2]        Maitri Upanishad VI.6.
[3]        Coomaraswamy, 1977, 2, página 222.
[4]        Mus, 1935, página 139.

Las seis direcciones de la extensión espacial –delante, detrás, izquierda, derecha, arriba y abajo– y las tres divisiones del tiempo –pasado, presente y futuro– se hallan contenidas en la momentaneidad no dimensional del centro. Todos los fenómenos, todos los seres, y todos los acontecimientos del espacio y del tiempo están contenidos allí, en una "ninguna parte" atemporal que es ahora y aquí.
Debido a que el punto central geométrico no tiene forma, dimensión ni duración, es un símbolo adecuado de la Unidad primordial,[1] del Principio de la manifestación. La radiación de los mundos desde el centro es una realización, una introducción en la existencia, de los aspectos virtuales que dormitan dentro de la Unidad[2]: Es una procesión desde la Unidad hacia la multiplicidad, desde el Uno imperecedero hacia la pluralidad perecedera.[3] Es una desintegración y una división del Uno en los muchos; activándose, el Uno esparce y dispersa su luz en la opacidad, y allí "descansa en una vacilante refracción que parece distinta de ella misma".[4]
Del mismo modo que la Unidad produce todos los números sin ser modificada o afectada en su esencia por la producción de ellos, de manera parecida el punto central produce todas las cosas y, sin embargo, permanece inalterado. Por ello, los textos brahmánicos pueden decir que "Eso (Brahman) llegó a ser el todo"[5] y, sin embargo, añaden que "Un Fuego solo se multiplica al encenderse, un solo Sol está presente en uno y en todos, un solo Amanecer ilumina a este Todo"[6] y "El hace que su forma única sea múltiple".[7] De manera parecida, el Buda, que es la personificación del punto de la Unidad, dice: "Siendo uno, me convierto en muchos, y siendo muchos me convierto en uno".[8]
La geometría expresa esto con la figura que se traza en la demarcación ritual del sitio del stupa. El suelo en el que se la traza es el Suelo del Vacío o No-Ser, matemáticamente: el Cero. El centro es la Unidad, el número primero y prístino, el Uno; y, como el círculo tan sólo puede tener un centro, inconmensurable. La circunferencia, compuesta por puntos indefinidos, representa los números de la multiplicidad; y el cuadrado expresa la procesión de la Unidad hacia la cuadratura,[9] que abreviadamente tipifica la fragmentación del Uno.

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El centro tiene otro significado. Es no solamente el punto de origen del que emanan todas las cosas, sino también el punto de su retorno último. Hay dos posibles direcciones


[1]        O sea, una unidad más bien metafísica que aritmética; esta última representa la Unidad por correspondencia analógica en el nivel de la cantidad. Ver Guénon, 1946, página 28; 1957, capítulo 5; 1962, página 84.
[2]        Guénon, 1958, páginas 20 y siguientes; Eliade, 1957a, página 44.
[3]        Edgerton, 1924, página 20; y Wu, 1963, página 10.
[4]        Tucci, 1961, p. 57.
[5]        Brihadâranyaka Upanishad I.4.10.
[6]        Rig Veda VIII.58.2.
[7]        Maitri Upanishad VI.26.
[8]        Sanyutta Nikâya II.212.
[9]        Guénon, 1962, capítulo 14 (“La Tetraktys et le carré de quatre”), trata sobre el cuaternario como número de la manifestación universal. Ver también Kramrisch, 1946, página 123, n.84.

del movimiento a lo largo de los radios que juntan los puntos en la circunferencia del círculo con su centro: la primera, desde el centro hacia la circunferencia, y la segunda, desde la circunferencia de vuelta hacia el centro. Estas fases complementarias del movimiento, centrífugo y centrípeto, comparables con las de la respiración y la actividad del corazón, dan la imagen de la sucesiva manifestación y reabsorción de las existencias. Desde el centro como núcleo proceden las tendencias cósmicas de emergencia y divergencia, de expansión y emanación: el Uno produce lo múltiple, lo más interno avanza hacia lo externo, lo inmanifiesto se manifiesta y lo eterno se desarrolla para exteriorizar los ciclos del tiempo. En la fase complementaria, las fuerzas cósmicas de reintegración y convergencia, de concentración y conjunción, tienden a volver hacia el centro: la multiplicidad retorna a la unidad, lo externo se internaliza totalmente, la manifestación se oculta y el tiempo se absorbe en el punto estático de lo atemporal.
Este concepto de la emanación desde el centro y del retorno a éste forma una de las bases más fundamentales del simbolismo arquitectónico. Si los seres dependen enteramente del Principio en todo lo que ellos son, entonces todos deben aspirar, consciente o inconscientemente, a retornar a él, y esta tendencia centrípeta se traduce en formas construidas por medio de la orientación ritual, la cual dirige la construcción hacia un centro, hacia una imagen terrestre y sensible del verdadero Centro del Mundo. A la orientación del stupa se la ve, pues, como una encarnación del empeño del hombre por rememorar los pasos de su devenir, de vuelta por los radios de la Rueda de la Existencia hacia su eje central. El stupa, como toda otra forma de arquitectura tradicional, materializa el propósito más fundamental del hombre: el de un retorno a su propio centro verdadero.

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Al estar equidistante de todos los puntos en la circunferencia, el centro divide cada diámetro en dos partes iguales. Es el punto en el que los extremos, o tendencias contrarias, representadas en la circunferencia por puntos contrapuestos, se reconcilian y juntan en perfecto equilibrio. El centro es el lugar en el que todos los contrarios se unifican y todas las oposiciones se resuelven.[1] El nacimiento de los mundos es génesis de oposiciones y creación de una dialéctica cósmica de contrastes y factores irreconciliables. La cruz con brazos que se expanden desde un punto común de origen en direcciones contrarias –norte frente a sur, este frente a oeste, y nadir en oposición a cenit– es la formulación arquetípica de este despliegue de contrarios. Es, en resumen, la influencia cósmica y recíproca de opuestas acciones e interacciones antitéticas y antipódicas y la polaridad de energías contradictorias. El punto central es el lugar de la natividad de las oposiciones; es también el lugar de su reconciliación, de su unión en una coincidentia oppositorum. Todas las oposiciones se combinan en el centro en una fusión coincidente y concurrente. Desde un punto de vista, el matrimonio de los contrarios es un equilibrio de factores complementarios, subsistiendo en un equilibrio armonioso de compensación mutua. Según este criterio, el centro es una morada de tranquilidad, es el locus paradisíaco en el que las antinomias se trascienden y las dualidades inherentes de la existencia se resumen en una concordancia no-dual, y es el lugar en el que todo mal y sufrimiento, y todas las angustias e


[1]        Guénon, 1958, página 38; 1962, página 88; Chevalier y Gheerbrant, 1973, 1, página 299.

inquietudes originadas en el conflictivo choque de contrarios, desaparecen dentro de la paz perfecta y reposan en su fusión central. Sin embargo, visto desde otra posición, es un foco de intensidad dinámica, el lugar en el que todas las energías y fuerzas se concentran, y en el que todas las oposiciones inherentes al cosmos coexisten en un estado de predominante virtualidad.

2. El Sol como Centro
La orientación del plano del stupa es determinada por la referencia a los movimientos del sol; el plano es un diagrama geométrico del ciclo solar; sus ejes se ubican en las sucesivas posiciones del curso del Sol. Esto tiene un significado que es más que meramente astronómico y expresa el simbolismo del Sol metafísico, que es origen y centro de los mundos.
Tanto en las tradiciones brahmánicas como en las budistas, el Sol es el símbolo del Principio supremo, el Centro trascendente del universo. El Sol es, en los textos brahmánicos, la Inteligencia Cósmica, y la luz que él irradia es el Conocimiento intelectual;[1] es la morada de Brahman y Purusha, y la sede de Manu, el legislador cíclico. Los rayos del Sol distribuyen los mundos, dan vida a todas las cosas y vitalizan a todos los seres: "Oh Sol, Tú solo generaste todo el mundo".[2] El Sol es la Persona del sacrificio, quien "ha de derramarse a raudales de Este a Oeste".[3] Se divide para llenar los mundos[4] y sin embargo permanece indiviso e íntegro entre las cosas divididas,[5] "¡pues en cuanto es eso (el Sol) en aquel mundo, él es uno solo, y en cuanto está aquí en la Tierra numerosamente dividido entre los seres vivos, él es múltiple!"[6] Mediante esta múltiple división de sí mismo, la luz del Sol es progenitora, "pues la progenie es verdaderamente toda la luz".[7] Los rayos del Sol son sus hijos, y todos los seres vivos tienen filiación Solar; y los Iluminados saben que "los justos son rayos de él (del Sol) que allí arde"[8]: los justos son rayos solares y verdaderos hijos del Sol.[9]
El simbolismo es tanto budista como brahmánico. La literatura budista contiene un conjunto de relatos en los que el Buda futuro tiene la forma de un animal o ave de oro que diariamente salta o vuela a la copa de un árbol.[10] Estas leyendas se refieren a la ascensión del dorado Sol a la cumbre del eje del mundo. Al nacimiento del Buda se lo compara con la triunfal salida del Sol que ilumina al mundo entero.[11] El Buda es, en los textos palis, "el pariente del Sol" (pali: adhicca-bandhu); y también el "Ojo del Mundo" (pali:


[1]        Chevalier y Gheerbrant, 1973, 4, página 216, entrada correspondiente: Soleil.
[2]        Atharva Veda XIII.2.3.
[3]        Rig Veda X.90.5.
[4]        Maitri Upanishad VI.26.
[5]        Bhagavad Gîta XIII.16 y XVIII.20.
[6]        Shatapatha Brâhmana X.5.2.16.
[7]        Shatapatha Brâhmana VIII.7.1.16; y TS VII.1.1.1.
[8]        Shatapatha Brâhmana 1.9.3.10; y Rig Veda I.109.7.
[9]        Jaiminîya Upanishad Brâhmana 11.9.10.
[10]       Ver Przyluski, 1930, páginas 457 y siguientes; 1929, páginas 311 y siguientes; Bosch, 1961, página 144.
[11]       Buddhacarita, I.28. Respecto del simbolismo solar en la leyenda del Buda, ver Rowland, 1938, y Soper, 1949.

chakkhumâ-loke), [1] lo cual evoca la recurrente identificación brahmánica del Sol y del Ojo Cósmico, que "lo contempla todo" y "ve todas las cosas"[2]: toda la circunferencia de la rueda cósmica es visible desde su centro solar; el Buda, como el Sol, ve simultáneamente todas las cosas.
La identidad del Buda y del Sol es explícita en el Vajrayâna. Al Tathâgata supremo se lo denomina el "Gran Sol" (Mahâvairocana; japonés: Dainichi), el Ojo supremo de todos los Budas y Bodhisattvas, quien "no tiene centro ni circunferencia, y nunca aumenta o disminuye".[3] El es la Fuente Solar de la que todos los Budas y Bodhisattvas emanan como rayos de luz; y es el Cuerpo Solar de la Realización, al que todos retornan. El Gran Sol, Mahâvairocana, se halla en la cima de la Montaña del Mundo –Meru–, donde revela eternamente el Dharma irradiando desde su Cuerpo refulgente el Diamantino Mandala del Mundo.
 No hay que confundir al Gran Sol, que es el Sol metafísico, con el sol físico de nuestra experiencia cotidiana. "Mientras la luz del sol físico se divide, brillando de día pero no de noche, la luz del Sol de la Sabiduría brilla esplendorosamente en todo lugar y tiempo, y por doquier en el Mundo del Dharma. En verdad, al Gran Sol no se lo puede comparar con el sol físico, salvo por analogía; el sol físico está sujeto a las limitaciones de la causalidad, mientras que el Gran Sol es íntegramente trascendente. En consecuencia, se lo llama el Gran Sol, Mahâvairocana".[4] El Sol Celestial "no saldrá ni se pondrá más tras elevarse hacia el cenit, sino que estará solo en el Centro. De ahí este texto: 'Ahí no se puso ni salió jamás...'. Ni sale ni se pone; de una vez y para siempre permanece en el cielo para quien que conoce la doctrina de Brahma".[5] El sol perceptible es la mera semejanza del Sol Celestial; se mueve, y mediante su movimiento marca los ritmos del tiempo; pero el Sol imperceptible está estacionario y fijo en un Presente eterno, en el instante puntual y Prístino, a partir del cual el tiempo evoluciona. El Sol metafísico está más allá del tiempo y permanece eternamente inmóvil; dentro del Sol, el nunc fluens es eternamente el nunc stans, y el tiempo está congelado en la puntualidad.

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El punto central del plano del stupa se identifica con el Sol, con el Centro del cosmos, ubicado en el ombligo del universo en la cima de la Montaña del Mundo. Desde el punto de vista terrestre, el Sol está en la cima del universo, en el "ojo" de la bóveda celestial; pero en verdad el Sol está ubicado en el Centro del universo total. Visto desde el seno de la Rueda del Mundo, el Sol en el eje se halla en el cenit del radio del círculo, que es a la vez un rayo solar y el eje del universo; pero visto con el Ojo Solar y desde la posición del Sol mismo, su ubicación es central.[6]


[1]        Sutta Nipâta I.599 y III.9.6.; Dîgha NikâyaII.158.
[2]        Rig Veda I.164.44 y otros pasajes; Atharva Veda III.22.5; Brihadâranyaka Upanishad I.3.8.14; Katha Upanishad V.11; Sanyutta Nikâya I.38; Atthasâlinî 38; etcétera.
[3]        MKDJT, página 1522, entrada correspondiente: Dainichi Nyorai, citando al Kongôchôkigetsu.
[4]        Idem, citando al Shubhâkarasimha, 1.
[5]        Chândogya Upanishad III.11.1-3; y Eliade, 1961, página 75.
[6]        Ver Coomaraswamy, 1977, 1, página 420, n.11.

El Sol es homólogo de los otros símbolos del Centro: es "el único loto del cenit";[1] es la placa circular del techo (kannikâ-mandalam)[2] y el ojo de la cúpula, en la que el techo converge como los rayos del sol o los rayos de una rueda;[3] es el eje de la rueda del carruaje, la única abertura del Cielo, envuelta por los rayos luminosos, que hay que correr antes de que el orbe pueda verse claramente.[4] Es también el axis mundi, pues centro y radio, desde el Ojo del Sol, son coincidentes. De manera que el Sol es la Columna que separa los mundos,[5] y el Arbol de la Luz.[6] El sol es, en muchas tradiciones, un símbolo del Principio o de la Ley que gobierna al mundo, y representa, por analogía, al rey como la encarnación de la Ley dentro del imperio.[7] Y también en la tradición budista, el Sol es el símbolo del Buda soberano, la personificación del Dharma Cósmico y, por analogía, el emblema del rey-chakravartin.
El Sol estacionario está en la cumbre del eje del mundo. Descansa en las ramas más altas del Arbol Cósmico y es el mismo Sol que permanece inmóvil sobre el árbol cuando el niño Siddhartha, el Buda que habría de ser, emprendió la primera meditación (dhyâna). Brilla desde la cima de la Montaña del Mundo: es el "Sol único que nunca abandona el Monte Meru",[8] y Meru es "el sostén del Sol".[9] La cabeza de la Columna del Sol que se extiende desde el centro de la bóveda celeste hasta el ombligo de la Tierra,[10] es el omniforme y omnisciente Espíritu del Sol, cuyo beso dota de vida y existencia a todas las cosas.[11] El simbolismo es expresado con frecuencia en la iconografía budista por el recurrente motivo de la Rueda (chakra), sostenida por una columna: la Rueda se identifica con el Sol[12] y, situada en la parte superior de la columna, es a la vez la Rueda del Dharma y el Sol del Buda inmóvil en la cumbre del mundo.[13]
El Vikramacharita,[14] libro de historias budistas, nos cuenta que en la cima de una alta montaña hay un lago desde cuyo centro se eleva gradualmente una columna de oro que soporta un trono dorado. "Desde el amanecer hasta el mediodía, la columna asciende hasta que llega al disco solar y, después de ello, se hunde poco a poco hasta que, a la puesta del sol, toca nuevamente el agua. Esto sucede día tras día". El relato continúa con la descripción de cómo el chakravartin Vikramaditya ("El Sol del Heroísmo"), sentado en este trono, se eleva con él hacia el Sol, y luego vuelve a descender con él para entrar en el


[1]        Brihadâranyaka Upanishad VI.36.
[2]        Rig Veda I.146.4.
[3]        Coomaraswamy, 1977,1, página 440.
[4]        Îshâ Upanishad 15, 16; Jaiminîya Upanishad Brâhmana I.3.5.; I.111.33; Chândogya Upanishad VIII.6.1; etcétera.
[5]        Rig Veda VI.86.1.; VIII.41.10; X.17.11; X.121.1; Jaiminîya Upanishad Brâhmana I.10.9.
[6]        Coomaraswamy, 1977,1, página 387.
[7]        Chevalier y Gheerbrant, 1973,4, página 217, entrada correspondiente: Soleil.
[8]        Aitareya Brâhmana XIV.6.44, Com.
[9]        Kramrisch, 1946, página 355, citando la Lámina de Hansot, 757 A.D., (Broche), Ep. Ind., XII, 203.
[10]       Aitareya Brâhmana V.28.1; II.1.
[11]       Shatapatha Brâhmana VII.3.2.12-13.
[12]       Rig Veda I.174.5; I.175.4; IV.16.12; IV.7.14; VI.56.3; etcétera.
[13]       Bosch, 1961, página 159.
[14]       También llamado el Simhâsanadvâtrimsika: “Los Treinta y Dos Relatos del Trono”. Citado en Bosch, 1961, n.96; Auboyer, 1949, páginas 78 y siguientes; 1954, página 183; Wales, 1977, página 132; Féer, 1883, páginas 127 y siguientes.

mundo subterráneo, en el que un brillante y áureo poste de sacrificio (yûpa) se alza sobre un altar de oro. Junto al poste está Prabha ("Esplendor"), la Madre del Mundo y la amada del Sol. Sentado en su trono, de nuevo el rey sale a la superficie del lago en el momento en que el sol se eleva. De esta manera, el chakravartin y el trono siguen el ascenso del sol hacia el cenit y luego hasta su nocturnal descenso en los mundos subterráneos.[1] A este respecto, hay que señalar que la Gran Diosa se asimila al eje cósmico que separa los mundos y sostiene a Sûrya, el Dios Sol.[2]
El trono del chakravartin, sostenido en la cima de la Columna, es una variación del tema del palacio del chakravartin que "descansa sobre una sola columna" (ekastambha-prâsâda)[3]: "Si yo erigiera un palacio sobre una sola columna, sería el primero entre todos los reyes", dice un monarca en los Jâtakas,[4] y el Culavamsa cuenta cómo el rey cingalés Parakkamabâhu acababa de construir ese palacio: "Elevándose desde un makara, surgió en lo alto como si hubiera hendido y abierto la tierra. Su ornato era un áureo aposento ubicado sobre una columna de oro, hermoseado como dorada cueva para este león entre los reyes..."[5] A su vez, esto se relaciona con el simbolismo de una ciudad sostenida por una columna, tipificada por Dvâravâti, la ciudad del chakravartin, la cual, ante la aproximación de enemigos y un grito del demon que la custodiaba, se elevaba en el espacio como si la sostuviera una isla en medio del mar. Esa ciudad se hundía hasta alcanzar su nivel habitual cuando todo el peligro había pasado.[6]
Estas leyendas –que asocian al Sol sostenido por una columna, al chakravartin y a su trono, y a su palacio y ciudad– se refieren en última instancia al Buda, quien es el Chakravartin supremo, el Rey Solar que mora en la cima del universo.
Como se mostrará más pormenorizadamente en lo que sigue, el simbolismo macrocósmico del Sol ubicado en el cenit de la Montaña cósmica, en la copa del Arbol o en la parte superior de la Columna tiene un equivalente microcósmico. En el ser individual, el Sol "de mil rayos" es sinónimo del sahasrâra, el loto de mil pétalos situado en el "agujero, hueco o sutura del vértice" (brahmarandhra) de la coronilla y en la cima del merudanda, que es homólogo con el rayo solar y el eje microcósmico.[7]
Todo lo que implica este simbolismo del Sol fijo y estacionario en la cima del axis mundi –de la Columna, de la Montaña o del Arbol– resultará patente cuando con posterioridad examinemos las imágenes de la Puerta del Sol. Traducción Héctor V. Morel



[1]        Un simbolismo similar aparece en el Chakkavarti-sîhanâda-suttanta (SBB 4, 26) pero allí el movimiento de la columna sigue a la vida del chakravartin en su ascenso y subsiguiente declinación. En otra parte, la columna se eleva y cae de acuerdo con la extensión del kalpa (ver Auboyer, 1949, página 79).
[2]        Combaz, 1935, página 114.
[3]        Jâtaka 121 y 454; Auboyer, 1949, página 80, n.3, página 117, n.6 y página 128.
[4]        Jâtaka 465.
[5]        Culavamsa II.11-12.
[6]        Jâtaka 454.
[7]        Eliade, 1957, páginas 77 y 78.


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