La distinción de los tres
mundos, objetivo del plan general de la Divina Comedia, es común a todas
las doctrinas tradicionales; pero adquiere formas diversas, y en la India misma
no hay dos que coincidan externamente aunque no se contradigan; estas formas
diversas son resultantes de diferentes puntos de vista. Según una de estas
divisiones, los tres mundos corresponden a los Infiernos, la Tierra y los
Cielos; según otra, en la cual se desconocen los Infiernos, son la Tierra, la
Atmósfera (o región intermedia) y el Cielo. En la primera, es preciso admitir
que la región intermediaria suele ser considerada como la prolongación simple
del mundo terrestre. Y es así como se presenta el Purgatorio que diseña Dante,
que puede ser identificado con aquella misma región.
Por otro lado, habida cuenta de esta
asimilación, la segunda división resulta rigurosamente equivalente de la
distinción elaborada por la doctrina católica: Iglesia militante, Iglesia
sufriente e Iglesia triunfante; tampoco aquí se habla del Infierno. Por último,
para los Cielos y los Infiernos, suelen imaginarse subdivisiones de número
variable; pero en todos los casos, siempre se establece una distribución
jerarquizada de los grados de la existencia que se multiplican indefinidamente
y que pueden clasificarse según las correspondencias analógicas que se elegirán
como base de una representación simbólica.
Los Cielos son los estados superiores del
ser; los Infiernos, como además lo indica su nombre, son los estados
inferiores; y cuando decimos superiores e inferiores, ello debe entenderse en
relación con el estado humano o terrestre, comprendido naturalmente como
término de comparación, puesto que sirve forzosamente de punto de partida. Dado
que la verdadera iniciación es una toma de posesión consciente de los estados
superiores, es fácil comprender que sea descrita simbólicamente como una
ascensión o un "viaje celeste"; con todo, cabría preguntarse por qué
esta ascensión debe estar precedida de un descenso a los Infiernos. Para ello,
hay varias razones que no podríamos explicitar totalmente sin desarrollar una
larga exposición que nos alejaría del tema especial del presente estudio. Sólo
diremos lo siguiente: por un lado, este descenso equivale a una recapitulación
de los estados que preceden lógicamente al estado humano, los que fueron
determinados por sus condiciones particulares
y que deben también participar en la "transformación" que va a
cumplirse; por el otro, permite la manifestación, según ciertas modalidades, de
las posibilidades de un orden inferior que el ser lleva en sí en un estado
no-desarrollado y que deben ser agotadas por él antes de que sea posible el
logro de esos estados superiores. Es preciso señalar, por lo demás, que el ser
ya no puede retornar efectivamente a estados por los cuales transitó; no puede
explorar esos estados sino indirectamente, cobrando conciencia de los rasgos
que él mismo dejara en las regiones más oscuras del estado humano: y, por ello,
los Infiernos están representados simbólicamente en el interior de la Tierra.
En cambio, los Cielos son cabalmente los estados superiores, y no sólo el
reflejo de ellos en el estado humano, cuyas prolongaciones más elevadas no
constituyen más que la región intermediaria o Purgatorio, la montaña en cuya
cima Dante ubica el Paraíso terrestre. El fin real de la iniciación no reside
solamente en la restauración del "estado edénico" que no es sino una
etapa de la ruta conducente a niveles más elevados, puesto que más allá de esta
etapa comienza verdaderamente el "viaje celeste"; este fin no es sino
la conquista activa de los estados suprahumanos, pues, como Dante repite según
el Evangelio, "Regnum coelorum violenza pate..." (1). Y ésta
es una de las diferencias esenciales que existen entre los iniciados y los
místicos. Para expresar las cosas de otra manera, diremos que el estado humano
debe ser conducido a la plenitud de su expansión, en primer lugar, mediante la
realización integral de sus propias posibilidades (y esta plenitud es lo que
debe entenderse por estado edénico); pero, lejos de ser el término, no sería
sino la base en la cual se apoyará el ser para "salire alle stelle"
(2), es decir, para elevarse a los estados superiores, figuradas por las
esferas planetarias y estelares en el lenguaje de la astrología, y por las
jerarquías angélicas en las expresiones teológicas.
Hay entonces dos períodos que es preciso
distinguir en el período de la ascensión, aunque el primero en realidad no es
sino un elevarse con relación a la humanidad ordinaria: la altura de una
montaña, sea la que fuere, es casi nula en comparación con la distancia que
separa la Tierra de los Cielos. Antes bien, de hecho, es una extensión (de la
Tierra), puesto que significa el desarrollo completo del estado humano. Llevar
a cabo el cumplimiento de las posibilidades del ser total se logra entonces
dentro de un marco de "amplitud", y, seguidamente, en el de la
"exaltación", utilizando términos que tomamos del esoterismo
musulmán; y aún más, la distinción de esos dos períodos corresponde a la
división antigua de "Pequeños Misterios" y de "Grandes
Misterios". Las tres fases a las cuales se remiten respectivamente las
tres partes de la Divina Comedia, también pueden explicarse por
la teoría hindú de los tres gunas que son las cualidades o más bien las
tendencias fundamentales de las cuales procede todo ser manifestado; según
predomine una u otra de estas
tendencias, los seres se distribuyen jerárquicamente en el conjunto de
los tres mundos, es decir, de todos los grados de la existencia universal. Los
tres gunas son: sattwa, la esencia pura del ser, que es idéntica
a la luz del conocimiento, simbolizada por la luminosidad de las esferas
celestes que representan los estados superiores; rajas, el impulso que
provoca la expansión del ser en un estado determinado, tal como el estado
humano, o bien, la extensión de ese ser hasta un cierto nivel de la existencia;
por último, tamas, la oscuridad asimilada a la ignorancia, raíz
tenebrosa del ser considerado en sus estados inferiores. De este modo, sattwa,
que es una tendencia ascendente, se refiere a los estados superiores y
luminosos, es decir, a los Cielos, y tamas, que es una tendencia
descendente, a los estados inferiores y tenebrosos, es decir, a los Infiernos; rajas,
que podría ser representada por una extensión en sentido horizontal, se refiere
al mundo intermediario que es entonces el "mundo del hombre", puesto
que nuestro grado de existencia es considerado el término de comparación y debe
ser comprendido como un conglomerado de la Tierra y el Purgatorio, es decir, el
conjunto del mundo corporal y del mundo psíquico. Todo esto corresponde
exactamente a la primera de las dos maneras de encarar la división de los tres
mundos que ya hemos mencionado. El paso de uno al otro de esos mundos puede ser
descrito como resultante de un cambio en la dirección general del ser, o de un
cambio de guna que, predominando en él, determina esa dirección. Existe
precisamente un texto védico en el cual los tres gunas son presentados
convirtiéndose uno en el otro y procediendo según un orden ascendente:
"Todo era tamas: Él (el Brahma supremo) ordenó un cambio, y tamas
cobró el tinte (es decir, la naturaleza) de rajas (intermediario
entre la oscuridad y la luminosidad): y rajas, habiendo recibido
nuevamente una orden, revistió la naturaleza de sattwa". Este texto
ofrece algo así como un esquema de la organización de los tres mundos, a partir
del caos primordial de las posibilidades, y conforme al orden de generación y
de encadenamiento de los ciclos de la existencia universal. Por lo demás, todo
ser, para realizar todas sus posibilidades, debe pasar, en lo que le concierne
particularmente, por los estados que corresponden respectivamente a esos
diferentes ciclos; y por ello, la iniciación, que tiene por fin la realización
total del ser, se efectúa necesariamente mediante las mismas fases: el proceso
iniciático reproduce rigurosamente el proceso cosmogónico, según la analogía
constitutiva del macrocosmos y del microcosmos (3).
NOTAS:
(1). Paradiso, XX,
94.
(2). Purgatorio,
XXXIII, 145. Es notable que las tres partes del poema terminan todas mediante
la misma palabra stelle, como para afirmar la particular importancia que
Dante otorgaba al simbolismo astrológico. Las ultimas palabras del Inferno,
"rivedere le stelle", caracterizan el retorno a un estado
propiamente humano, desde donde es posible percibir como un reflejo de los
estados superiores; los del Purgatorio son los mismos que explicamos aquí. En
cuanto al verso final del Paradiso: "L'Amor che muove il Sole
e l'altre stelle",
designa como el término ultimo del "viaje celeste", el centro divino
que es, más allá de todas las esferas y según la expresión de Aristóteles, el
"motor inmóvil" de todas las cosas. La denominación de Amor
que se le atribuye podría dar lugar a comentarios interesantes, en relación con
el simbolismo propio de la iniciación de las Ordenes de Caballería.
(3). La teoría de los gunas -tres de
hecho-, vinculada con todos los modos posibles de la manifestación universal,
es naturalmente susceptible de múltiples aplicaciones; una de ellas, que
concierne de modo muy especial al mundo sensible, se halla en la teoría
cosmológica de los elementos; pero aquí no deberíamos considerar más que la
significación general, puesto que se trata solamente de explicar la
distribución de todo el conjunto de la manifestación según la división
jerárquica de los tres mundos, y de indicar el alcance de esta distribución
desde el punto de vista iniciático.
Fuente: René Guénon