miércoles, 2 de mayo de 2012

CONSTANT CHEVILLON - EXAMEN DE CONSCIENCIA








Después de haber, sucesivamente, examinado el ascenso individual y la acción colectiva y social, para los cuales el masón es llamado por la institución, nos podemos dar cuenta de lo difícil y enorme de este entrenamiento progresivo. Y eso explica porque tantos adeptos quedan estancados en las bajezas de la mediocridad, en el seno de las obediencias más activas y más reputadas, La mayoría, a pesar de algunos caracteres y una disciplina libremente aceptada, son simples profanos. ¿Están ellos amedrentados por la labor o no la comprenden? Una y otra de esas suposiciones deber ser, sin duda, consideradas; pero la misma masonería no puede ser acusada, porque son los hombres que permanecen sordos al llamado o impotentes para realizarlo, por debilidad o mala voluntad. Y no obstante la masonería es sabia, ella no impone a nadie un esfuerzo arriba de sus facultades; ella intenta, al contrario, magnificar y desarrollar las facultades para volverlos aptos al esfuerzo. Ella no impone al aprendiz y al compañero el trabajo del maestro; ella resuelve las dificultades, las aclara sucesivamente y, en presencia de cada una de ellas, da las directrices necesarias para sobrepasarlas. El progreso puede ser lento o rápido, pero ningún obrero pasa a una nueva etapa antes de actuar a la perfección en la etapa anterior, él avanza hacia la maestría con una marcha regular y precisa. Cuando la alcanza, él puede emprender un trabajo eficaz, porque sabe tallar la materia prima, en vista de la solidez de la construcción, pero eso no es todo, la masonería es el arte real por excelencia; a la estabilidad de la obra ella quiere añadir la belleza, es por eso que ella selecciona los maestros obreros del templo. Por una serie constante de pruebas de enseñanza, les descubre las leyes arquitecturales susceptibles de concurrir para la magnificencia del edificio. Aun más que eso, ella conduce, a los más aptos, a los más valerosos y perseverantes a las cimas, les transmite las reglas del arte, los principios del conocimiento, y estos, a su vez, pueden formar los futuros obreros de la ciudad celeste, dirigirlo y elevarlos hasta si para permitir a la obra masónica ser eterna como la raza humana.

En presencia de esas verificaciones, un serio examen de conciencia parece oportuno.

Descendamos en nosotros mismos, sondeemos nuestros corazones y nuestros riñones. El asunto a fijarnos es doble. ¿Estamos en el camino, esto es, en el espíritu masónico? ¿Tenemos voluntad de proseguir hasta el fin? De eso tengo miedo, la respuesta de nuestra conciencia no será tal vez, para muchos dentro de nosotros enteramente afirmativa; nuestra debilidad congénita, nuestro egoísmo, nuestro amor propio, la atracción poderosa de las pasiones y de los instintos físicos, son terribles piedras de tropiezo y, más de una vez sin duda, fueron la razón de nuestra voluntad. Nosotros tenemos puesto bien frecuentemente, es verdad, la mano en el mazo y en cincel para tallar nuestra piedra, ¿cuántas veces las suavizamos para encerrarnos en la inercia y en el desprecio? Nosotros posamos las manos en el arado, no detenemos, muchas veces, por cansancio, contemplando el borde del surco en lugar de terminar la tarea. Si es así, golpeémonos el pecho, porque cometemos un crimen, no sólo contra nosotros mismos y contra la masonería, sino contra la humanidad que espera en vano la consumación de la obra redentora. Si pecamos, no seamos flojos, no esgrimamos nuestros instrumentos en la cantera desierta. La masonería no renuncia jamás a su tarea, ella abandona a la nada las obras imperfectas y transpone a otros lugares los materiales para recomenzar incansablemente el trabajo no realizado. Hagamos como ella, no nos desanimemos, retomemos nuestros instrumentos y la tarea donde nosotros la dejamos, Pero, ahora, tengamos una firme actitud, tomemos el compromiso sagrado de no mirar más hacia atrás, fortalezcámonos en una voluntad irreductible de proseguir nuestro ascenso personal para poder actuar, en un día muy cercano, en las arenas de las luchas colectivas, de donde saldrá una humanidad mejor, una humanidad regenerada, consciente de sus deberes y de sus derechos, de poseer la verdadera libertad por la igualdad principal y la fraternidad.

Por este examen de conciencia, por este acto de firme propósito, las responsabilidades masónicas son determinadas con el más extremo rigor y con la certeza. Compenetrémonos bien, ahora, de las verdades así enunciadas. No basta haber sido recibido aprendiz, compañero o maestro, para ser un verdadero masón.

En el mundo profano una destreza no vuelve un obrero competente por el único hecho de su contratación a una cantera. Lo mismo ocurre en las oficinas del Templo. Por eso, cuando el Venerable pregunta al primer vigilante si él es masón, éste no responde: “Yo lo soy”, sino: “Mis Hermanos como tal me reconocen”. El indica así, sin ambigüedad posible, la necesidad de un trabajo personal e intenso para llegar al adepto.

Aquel que descuida de eso, y no orienta sus esfuerzos hacia ese fin preciso, no será jamás un verdadero hijo de la viuda, y los grados, las distinciones, los cargos de los cuales será investido por la amistad de sus Hermanos o de sus maestros serán una vana manifestación del espíritu profano, oropeles destinados a cubrir su anti estética desnudez.

Masones animosos y de buena voluntad, trabajad pues para vuestro ascenso como lo hicieron vuestros ancestros, procurad la luz, amad la verdad para y contra todos, igual contra vuestros amigos más queridos; la verdad es muy elevada para sufrir obligaciones. Sed duros con vosotros mismos, pero buenos, complacientes y tolerantes para con los otros, en la medida de la justicia. En todos vuestros pensamientos, reflexiones o actos, no tengáis sino un único objetivo, un único fin: el bien general de la humanidad de la cual los individuos no son más que submúltiplos. Si estáis en este espíritu, ¿cuánto pesarán a vuestros ojos las mezquindades profanas, los ataques disimulados o directos, las opiniones peyorativas, los obstáculos postrados sobre vuestro camino? Nada podrá desviaros de vuestra investigación desinteresada o podrá soltar vuestro trabajo, o verá disminuir vuestra libertad esencial, ni vuestra fe en los destinos humanos, vuestra esperanza en la nueva era, ni vuestro amor, por vuestros hermanos conscientes o extraviados. Las cosas serán más para vosotros una consecuencia del error donde se encuentran sumergidos los hombres; así las cosas buenas os parecerán como una ilustración magnífica de la evolución de las almas, una incitación a proseguir en la lucha por lo verdadero, por lo bello y por el bien. Vosotros seréis confirmados en el optimismo del atleta, dignos de vuestro título y del pasado humano de la masonería universal.

Pero si vosotros encontráis obstáculos insuperables, si vuestro esfuerzo se encuentra con masas muy pesadas para vuestros hombros, tocad y se os abrirá, pedid y recibiréis. No vaciléis, porque la masonería espera las solicitudes y las pesa a su justo valor para transmitirnos una verdad por encima de las fuerzas del solicitante. Porque, no solamente, ella da el conocimiento, crea, fortalece y desarrolla todas nuestras facultades, sino, por una educación adecuada, se esfuerza en volver su uso fácil y espontáneo, un ritmo de belleza y armonía.