Igual reproche -de insuficiencia- puede hacerse a Eliphas Lévi. Como
Rossetti y Aroux, este comentarista afirma la existencia de una relación con
los Misterios antiguos, aunque considera preponderante su aplicación política,
o político-religiosa, que no podría tener sino una importancia secundaria según
nuestra opinión. Su falta principal reside en suponer que las organizaciones
propiamente iniciáticas están directamente comprometidas en las luchas
exteriores. En efecto, afirma este autor en su Histoire de la Magie:
"Se han multiplicado los comentarios y los estudios acerca de la obra de
Dante y nadie, hasta ahora, ha señalado el verdadero carácter de ésta. La obra
del gran gibelino equivale a una declaración de guerra al Papado mediante la
revelación osada de los misterios. La epopeya de Dante es johanita (1) y
gnóstica, es una aplicación arriesgada de figuras y de nombres de la Kábala a
los dogmas cristianos, y una negación secreta de todo lo que hay de absoluto en
ellos. Su viaje a través de los mundos sobrenaturales se efectúa como la
iniciación de los misterios de Eleusis y de Tebas. Virgilio es quien lo conduce
y lo protege en los círculos del nuevo Tártaro, como si el latino, el tierno y
melancólico profeta de los destinos del hijo de Polión, fuera a los ojos del
poeta florentino, el padre ilegítimo aunque verdadero de la epopeya cristiana.
Gracias al genio pagano de Virgilio, Dante escapa al abismo en cuya entrada
había leído una sentencia de desesperación; escapa poniendo su cabeza en lugar
de los pies y éstos en lugar de la cabeza. Es decir, revirtiendo el dogma, y
remontando entonces hacia la luz y sirviéndose del demonio mismo como si éste
fuera una monstruosa escalera. Escapa al horror abusando del horror, al espanto
abusando del espanto. El Infierno, parece decir, no es una vía sin salida sino
para aquellos que no encuentran el camino del retorno; toma al diablo por la
cola, si tal expresión es correcta, y se emancipa mediante su audacia. Se ha
logrado así superar el protestantismo, y el poeta de los enemigos de Roma
adivinó a Fausto ascendiendo al Cielo por sobre la cabeza de un vencido
Mefistófeles" (2).
En realidad, la voluntad de "revelar los
misterios" ha supuesto que la cosa fuera posible (y no lo es, porque de
misterio cierto sólo hay lo inefable); la iniciativa de "asumir la
contrapartida del dogma", o de revertir conscientemente el sentido y el
valor de los símbolos, no sería indicadora de una muy elevada iniciación.
Felizmente, según nuestro criterio, nada de eso advertimos en Dante; su
esoterismo, en cambio, se oculta tras un velo casi impenetrable, apoyándose
asimismo en bases estrictamente tradicionales. Convertir al poeta en un
precursor del protestantismo, y quizá de la Revolución, simplemente porque fue
un adversario del papado en el terreno político significa desconocer en su
totalidad el pensamiento de Dante y no comprender el espíritu de su época.
Además, hay otra cosa que nos parece muy discutible: es la opinión que
consiste en definir a Dante como un "kabalista", en el sentido propio
de esta palabra; y, acerca de este tema, nuestra desconfianza es aún mayor, ya
que conocemos bien la cantidad de contemporáneos nuestros que se ilusionan
fácilmente con él, creyendo detectar la presencia de la Kábala allí donde sólo
se advierte una forma cualquiera de esoterismo. ¿Acaso no hemos visto a un escritor
masón afirmar con total seriedad que Kábala y Caballería son una sola y misma
cosa y que, a pesar de las más elementales nociones lingüísticas, que ambos
términos tienen un origen común? (3). Ante elementos tan poco verosímiles, se
comprende la necesidad de mostrarse circunspecto y de no contentarse con
aproximaciones vagas que transformen a tal o cual personaje en un devoto de la
Kábala. Ahora bien, la Kábala pertenece a la tradición judaica, en su esencia
(4); se carece de prueba alguna que asevere el ejercicio directo de una
influencia hebrea en Dante (5). El empleo que se hizo de la ciencia de las
palabras fue el único medio que dio origen a aquella opinión. Sin embargo, si
esta última ciencia existe efectivamente en la Kábala judaica y ocupa un lugar
preponderante, también se la halla en otras partes. ¿Acaso podríamos afirmar,
utilizando el mismo argumento, que Pitágoras fue un practicante de la Kábala?
(6). Como ya se ha dicho, podría vincularse a Dante antes con el Pitagorismo
que con la Kábala pues el poeta conoció del Judaísmo sólo aquello que el
Cristianismo conservó en su propia doctrina.
"Observemos también, continúa diciendo Eliphas Lévi, que el
Infierno de Dante no es sino un Purgatorio negativo. Esta afirmación requiere
una explicación. Ese Purgatorio parece haberse moldeado en su Infierno: es la
cobertura y algo así como el tapón del abismo, se comprende que el titán
florentino, escalando el Paraíso, haya deseado expulsar violentamente el
Purgatorio al abismo del Infierno". Esto es cierto en un sentido, puesto
que el Monte del Purgatorio se formó, en el hemisferio austral, con los
materiales arrojados del seno de la tierra cuando la caída de Lucifer cavó el
abismo; sin embargo, el Infierno posee nueve círculos que son como el reflejo
inverso de los nueve cielos, mientras que el Purgatorio no tiene sino siete
divisiones. La simetría entonces no es exacta en la totalidad de las
relaciones.
"Su Cielo se compone de una serie de círculos cabalísticos
divididos por una cruz como el pentáculo de Ezequiel, en el centro de esta cruz
florece una rosa, y por primera vez vemos aparecer, expuesto públicamente y
casi explicitado de una manera categórica, el símbolo de los Rosa-Cruces".
Aclaremos: hacia la misma época, el mismo símbolo aparecía también,
aunque quizá de una manera algo menos clara, en otra obra poética célebre: el Roman
de la Rose. Eliphas Lévi sostiene que "el Roman de la Rose y el
poema de Dante son dos formas opuestas (sería más justo decir complementarias)
de una misma obra: la iniciación para una independencia intelectual, la sátira
de las instituciones contemporáneas, y la fórmula de carácter alegórico de los
grandes secretos de la sociedad de los Rosacruces". En realidad,
ateniéndonos a los hechos, esta sociedad careció de denominación y, además, es
preciso repetirlo, no fue nunca una "sociedad" constituida por las
formas externas que implica dicho término (salvo algunas ramas tardías más o
menos apartadas del tronco común).
Por
lo demás, la "independencia intelectual" no fue algo tan excepcional
durante la época medieval, por lo menos en la medida que suelen imaginarlo los
modernos; los monjes mismos no se privaban de una crítica extremadamente libre,
cuyas manifestaciones pueden hallarse incluso en las esculturas de las
catedrales. Todo esto nada tiene de propiamente esotérico y hay ahí, en las
obras en cuestión, algo mucho más profundo.
"Estas importantes manifestaciones del ocultismo, dice aún Eliphas
Lévi, coinciden con la época de la caída de los Templarios, mientras que Jean
de Meung y Clopinel, contemporáneos de Dante, florecían en la brillante corte
de Felipe el Hermoso (7). El Roman de la Rose es el poema épico de la
antigua Francia. Es una obra profunda bajo la apariencia de hechos triviales
(8); es una exposición de los misterios del ocultismo tan sabia que puede ser
comparada a la de Apuleyo. La rosa de Flamel, la de Jean de Meung y la de Dante
florecieron en un mismo árbol".
Acerca de estas últimas líneas, manifestaremos una única objeción: la
palabra "ocultismo", inventada por Eliphas Lévi mismo, se adecua muy
poco a la designación de lo que existió antes que él, sobre todo si se piensa
en el desarrollo contemporáneo de tal experiencia; considerándose a sí mismo
como una restauración del esoterismo, el ocultismo no es sino su grosera
contrapartida, puesto que sus dirigentes nunca estuvieron en posesión de los
verdaderos principios ni de iniciación seria alguna. Eliphas Lévi sería sin
duda el primero en rechazar a sus pretendidos sucesores, de los cuales fue
claramente superior intelectualmente, aunque estando lejos de poseer una
profundidad tan real como pretende aparentar, y pecando por un punto de vista
que todo lo examina a través del prisma y de la mentalidad de un revolucionario
de 1848. Si nos demoramos en la discusión de su opinión, es porque conocemos la
intensidad de su influencia, incluso sobre aquellos que no lo comprendieron en
absoluto, y porque opinamos que es provechoso fijar los límites dentro de los
cuales puede ser reconocida su competencia: su principal defecto, que
corresponde a su tiempo, consiste en destacar las preocupaciones sociales,
situándolas en un primer plano y mezclándolas indistintamente con todo tema.
En
la época de Dante, sin duda se situaba mejor cada cosa, otorgando a cada una de
ellas el lugar correspondiente en la jerarquía universal. La comprobación de
que varias manifestaciones importantes de esas doctrinas coinciden, dentro de
una cierta aproximación, con la destrucción de la Orden del Temple ofrece un interés
particular para la historia de las doctrinas esotéricas. Existe una relación
incuestionable, aunque difícil de determinar con precisión, entre esos
acontecimientos diversos. En los primeros años del siglo XIV, y sin duda ya en
el curso del siglo precedente, había una tradición secreta (oculta si se
quiere, pero no ocultista) tanto en Francia como en Italia, la cual se
denominaría más adelante una tradición de Rosacrucismo. La denominación de Fraternitas
Rosae-Crucis aparece por primera vez en 1374, o, según opinión de algunos
investigadores -en particular, Michel Maier- en 1413. La leyenda de Christian
Rosenkreuz, el supuesto fundador cuyo nombre y vida son puramente simbólicos,
no pudo constituirse antes del siglo XVI; pero acabamos de decir que el símbolo
mismo de la Rosa-Cruz fue ciertamente anterior. Esta doctrina esotérica, sea
cual fuere la designación particular que quiera otorgársele hasta la aparición
del rosacrucismo propiamente dicho (incluso si se considera darle una
denominación), presentaba caracteres que permiten incorporarla a lo que suele
denominarse hermetismo. La historia de esta tradición hermética está
íntimamente vinculada con el desarrollo de las Órdenes de Caballería, y, en la
época que analizamos, era cobijada por organizaciones iniciáticas tales como la
de Fede Santa y la de los Fedeli d´Amore, y también de esa Massenie
du Saint Graal cuyo historiador Henri Martin analiza en estos términos (9)
precisamente a propósito de las novelas de Caballería, que son unas de las más
importantes manifestaciones del esoterismo en la Edad Media: "En el Titurel,
la leyenda del Grial alcanza su última y más espléndida transfiguración, bajo
la influencia de ideas que Wolfram (10) conoció aparentemente en Francia, en
particular entre los Templarios del Midi francés. Un héroe llamado
Titurel funda un templo para depositar el santo Vessel, y el profeta
Merlín es quien dirige esta operación misteriosa, iniciado por José de Arimatea
mismo en los secretos del plano del Templo de Salomón. La Caballería del Grial
se convierte así en la Massenie, es decir, en una francmasonería
ascética cuyos miembros se denominan templistas; puede captarse aquí la
intención de vincular a un centro común, figurado por ese Templo ideal, la
Orden de los Templarios, con las numerosas cofradías de constructores que
renovaban entonces la arquitectura de la Edad Media. Se perciben así con
nitidez ciertos rasgos de lo que podría ser la historia subterránea de esos
tiempos, mucho más complejos de lo que suelen ser considerados. Lo curioso, y
que no admite dudas, es que la Francmasonería moderna se remonta peldaño a
peldaño hasta la Massenie du Saint Graal" (11).
Quizá sería imprudente adoptar de una manera demasiado exclusiva la
opinión expresada en el último párrafo, porque los vínculos de la Masonería
moderna con las organizaciones anteriores son, ellos también, extremadamente
complejos. Con todo, debe ser tenida en cuenta puesto que, por lo menos, debe
ser considerada un indicador de los orígenes reales de la Masonería. Todo esto puede
ayudar a conocer en cierta medida los medios de transmisión de las doctrinas
esotéricas a través del curso del Medioevo, así como detectar la oscura
filiación de las organizaciones iniciáticas durante el mismo período, cuando
fueron verdaderamente secretas según la más completa acepción de esta palabra.
NOTAS:
(1). San Juan suele ser considerado como el
jefe de la Iglesia interior y, según ciertas concepciones de las cuáles
hallamos aquí un indicio, se intenta justamente oponerlo a San Pedro, jefe de
la Iglesia exterior; la verdad es más bien que la autoridad de la que ambos son
depositarios no se aplica al mismo ámbito.
(2).
Este pasaje de Eliphas Lévi ha sido reproducido, como muchos otros
(extraídos del Dogma y Ritual de la Alta Magia) con criterio
textual pero sin indicaciones de origen por Albert Pike en sus Morals and
Dogma of Freemasonry, pág. 822; por lo demás, el mismo título de esta
obra está notoriamente imitado del trabajo de Eliphas Lévi.
(3). C M. Limousin, La Kabbale littérale
occidentale.
(4). La
palabra misma significa "tradición" en hebreo y, si no se escribe en
esa lengua, no hay por qué emplearla para designar indistintamente toda
tradición.
(5). No obstante, es preciso decir que, según
testimonios contemporáneos, Dante mantuvo relaciones amistosas con un judío muy
instruido e incluso poeta él mismo, Manuel ben Salomon ben Jekuthiel
(1270-1330); pero no es menos cierto que no observamos rastro alguno de elementos
específicamente judaicos en La Divina Comedia, mientras que Manuel se
inspira en ella para una de sus obras, a pesar de la opinión contraria de
Israel Zangwill, opinión que la comparación de los datos torna totalmente
insostenible.
(6). Esta opinión fue efectivamente emitida
por Reuchlin.
(7). Hay aquí una inexactitud histórica, pues
Jean de Meung y Clopinel no son más que un mismo personaje: la primera parte
del Roman de la Rose tuvo como autor a Guillaume de Lorris (muerto
alrededor de 1230), y la segunda parte fue escrita por Jean de Meung llamado
Clopinel (alrededor de 1250-1305), que recibió tal sobrenombre por ser cojo; en
efecto, éste fue quien vivió en la misma época en que lo hizo Dante (1265-1321)
y Felipe el Hermoso (rey en 1285, y muerto en 1314). La continuación de esta
obra por un segundo autor tan alejado temporalmente del primero, demuestra bien
que uno y otro debieron ser representantes de una misma tradición.
(8). La misma cosa puede afirmarse, en el
siglo XVI de las obras de Rabelais que encierran también una significación
esotérica que podría ser muy interesante como objeto de un detenido estudio.
Por lo demás, Eliphas Lévi trató el tema en un libro titulado El hechicero
de Meudon.
(9). Histoire de France, t. III, pág.
398.
(10). El templario suabo Wolfram von
Eschenbach, autor de Parsifal, e imitador del benedictino satírico Guyot
de Provins.
(11). Tratamos aquí un punto muy importante,
pero que no podríamos analizar sin apartarnos demasiado de nuestro tema; existe
una relación muy estrecha entre el simbolismo del Grial y el "centro
común" al cual alude Henri Martin, aunque sin detectar su realidad
profunda.
Fuente: René Guenón