viernes, 18 de mayo de 2012

DANTE Y EL ROSACRUCISMO









    Igual reproche -de insuficiencia- puede hacerse a Eliphas Lévi. Como Rossetti y Aroux, este comentarista afirma la existencia de una relación con los Misterios antiguos, aunque considera preponderante su aplicación política, o político-religiosa, que no podría tener sino una importancia secundaria según nuestra opinión. Su falta principal reside en suponer que las organizaciones propiamente iniciáticas están directamente comprometidas en las luchas exteriores. En efecto, afirma este autor en su Histoire de la Magie: "Se han multiplicado los comentarios y los estudios acerca de la obra de Dante y nadie, hasta ahora, ha señalado el verdadero carácter de ésta. La obra del gran gibelino equivale a una declaración de guerra al Papado mediante la revelación osada de los misterios. La epopeya de Dante es johanita (1) y gnóstica, es una aplicación arriesgada de figuras y de nombres de la Kábala a los dogmas cristianos, y una negación secreta de todo lo que hay de absoluto en ellos. Su viaje a través de los mundos sobrenaturales se efectúa como la iniciación de los misterios de Eleusis y de Tebas. Virgilio es quien lo conduce y lo protege en los círculos del nuevo Tártaro, como si el latino, el tierno y melancólico profeta de los destinos del hijo de Polión, fuera a los ojos del poeta florentino, el padre ilegítimo aunque verdadero de la epopeya cristiana.

 Gracias al genio pagano de Virgilio, Dante escapa al abismo en cuya entrada había leído una sentencia de desesperación; escapa poniendo su cabeza en lugar de los pies y éstos en lugar de la cabeza. Es decir, revirtiendo el dogma, y remontando entonces hacia la luz y sirviéndose del demonio mismo como si éste fuera una monstruosa escalera. Escapa al horror abusando del horror, al espanto abusando del espanto. El Infierno, parece decir, no es una vía sin salida sino para aquellos que no encuentran el camino del retorno; toma al diablo por la cola, si tal expresión es correcta, y se emancipa mediante su audacia. Se ha logrado así superar el protestantismo, y el poeta de los enemigos de Roma adivinó a Fausto ascendiendo al Cielo por sobre la cabeza de un vencido Mefistófeles" (2).

En realidad, la voluntad de "revelar los misterios" ha supuesto que la cosa fuera posible (y no lo es, porque de misterio cierto sólo hay lo inefable); la iniciativa de "asumir la contrapartida del dogma", o de revertir conscientemente el sentido y el valor de los símbolos, no sería indicadora de una muy elevada iniciación. 

Felizmente, según nuestro criterio, nada de eso advertimos en Dante; su esoterismo, en cambio, se oculta tras un velo casi impenetrable, apoyándose asimismo en bases estrictamente tradicionales. Convertir al poeta en un precursor del protestantismo, y quizá de la Revolución, simplemente porque fue un adversario del papado en el terreno político significa desconocer en su totalidad el pensamiento de Dante y no comprender el espíritu de su época.

    Además, hay otra cosa que nos parece muy discutible: es la opinión que consiste en definir a Dante como un "kabalista", en el sentido propio de esta palabra; y, acerca de este tema, nuestra desconfianza es aún mayor, ya que conocemos bien la cantidad de contemporáneos nuestros que se ilusionan fácilmente con él, creyendo detectar la presencia de la Kábala allí donde sólo se advierte una forma cualquiera de esoterismo. ¿Acaso no hemos visto a un escritor masón afirmar con total seriedad que Kábala y Caballería son una sola y misma cosa y que, a pesar de las más elementales nociones lingüísticas, que ambos términos tienen un origen común? (3). Ante elementos tan poco verosímiles, se comprende la necesidad de mostrarse circunspecto y de no contentarse con aproximaciones vagas que transformen a tal o cual personaje en un devoto de la Kábala. Ahora bien, la Kábala pertenece a la tradición judaica, en su esencia (4); se carece de prueba alguna que asevere el ejercicio directo de una influencia hebrea en Dante (5). El empleo que se hizo de la ciencia de las palabras fue el único medio que dio origen a aquella opinión. Sin embargo, si esta última ciencia existe efectivamente en la Kábala judaica y ocupa un lugar preponderante, también se la halla en otras partes. ¿Acaso podríamos afirmar, utilizando el mismo argumento, que Pitágoras fue un practicante de la Kábala? (6). Como ya se ha dicho, podría vincularse a Dante antes con el Pitagorismo que con la Kábala pues el poeta conoció del Judaísmo sólo aquello que el Cristianismo conservó en su propia doctrina.

    "Observemos también, continúa diciendo Eliphas Lévi, que el Infierno de Dante no es sino un Purgatorio negativo. Esta afirmación requiere una explicación. Ese Purgatorio parece haberse moldeado en su Infierno: es la cobertura y algo así como el tapón del abismo, se comprende que el titán florentino, escalando el Paraíso, haya deseado expulsar violentamente el Purgatorio al abismo del Infierno". Esto es cierto en un sentido, puesto que el Monte del Purgatorio se formó, en el hemisferio austral, con los materiales arrojados del seno de la tierra cuando la caída de Lucifer cavó el abismo; sin embargo, el Infierno posee nueve círculos que son como el reflejo inverso de los nueve cielos, mientras que el Purgatorio no tiene sino siete divisiones. La simetría entonces no es exacta en la totalidad de las relaciones.

   "Su Cielo se compone de una serie de círculos cabalísticos divididos por una cruz como el pentáculo de Ezequiel, en el centro de esta cruz florece una rosa, y por primera vez vemos aparecer, expuesto públicamente y casi explicitado de una manera categórica, el símbolo de los Rosa-Cruces".

    Aclaremos: hacia la misma época, el mismo símbolo aparecía también, aunque quizá de una manera algo menos clara, en otra obra poética célebre: el Roman de la Rose. Eliphas Lévi sostiene que "el Roman de la Rose y el poema de Dante son dos formas opuestas (sería más justo decir complementarias) de una misma obra: la iniciación para una independencia intelectual, la sátira de las instituciones contemporáneas, y la fórmula de carácter alegórico de los grandes secretos de la sociedad de los Rosacruces". En realidad, ateniéndonos a los hechos, esta sociedad careció de denominación y, además, es preciso repetirlo, no fue nunca una "sociedad" constituida por las formas externas que implica dicho término (salvo algunas ramas tardías más o menos apartadas del tronco común).

    Por lo demás, la "independencia intelectual" no fue algo tan excepcional durante la época medieval, por lo menos en la medida que suelen imaginarlo los modernos; los monjes mismos no se privaban de una crítica extremadamente libre, cuyas manifestaciones pueden hallarse incluso en las esculturas de las catedrales. Todo esto nada tiene de propiamente esotérico y hay ahí, en las obras en cuestión, algo mucho más profundo.

    "Estas importantes manifestaciones del ocultismo, dice aún Eliphas Lévi, coinciden con la época de la caída de los Templarios, mientras que Jean de Meung y Clopinel, contemporáneos de Dante, florecían en la brillante corte de Felipe el Hermoso (7). El Roman de la Rose es el poema épico de la antigua Francia. Es una obra profunda bajo la apariencia de hechos triviales (8); es una exposición de los misterios del ocultismo tan sabia que puede ser comparada a la de Apuleyo. La rosa de Flamel, la de Jean de Meung y la de Dante florecieron en un mismo árbol".

    Acerca de estas últimas líneas, manifestaremos una única objeción: la palabra "ocultismo", inventada por Eliphas Lévi mismo, se adecua muy poco a la designación de lo que existió antes que él, sobre todo si se piensa en el desarrollo contemporáneo de tal experiencia; considerándose a sí mismo como una restauración del esoterismo, el ocultismo no es sino su grosera contrapartida, puesto que sus dirigentes nunca estuvieron en posesión de los verdaderos principios ni de iniciación seria alguna. Eliphas Lévi sería sin duda el primero en rechazar a sus pretendidos sucesores, de los cuales fue claramente superior intelectualmente, aunque estando lejos de poseer una profundidad tan real como pretende aparentar, y pecando por un punto de vista que todo lo examina a través del prisma y de la mentalidad de un revolucionario de 1848. Si nos demoramos en la discusión de su opinión, es porque conocemos la intensidad de su influencia, incluso sobre aquellos que no lo comprendieron en absoluto, y porque opinamos que es provechoso fijar los límites dentro de los cuales puede ser reconocida su competencia: su principal defecto, que corresponde a su tiempo, consiste en destacar las preocupaciones sociales, situándolas en un primer plano y mezclándolas indistintamente con todo tema.

    En la época de Dante, sin duda se situaba mejor cada cosa, otorgando a cada una de ellas el lugar correspondiente en la jerarquía universal. La comprobación de que varias manifestaciones importantes de esas doctrinas coinciden, dentro de una cierta aproximación, con la destrucción de la Orden del Temple ofrece un interés particular para la historia de las doctrinas esotéricas. Existe una relación incuestionable, aunque difícil de determinar con precisión, entre esos acontecimientos diversos. En los primeros años del siglo XIV, y sin duda ya en el curso del siglo precedente, había una tradición secreta (oculta si se quiere, pero no ocultista) tanto en Francia como en Italia, la cual se denominaría más adelante una tradición de Rosacrucismo. La denominación de Fraternitas Rosae-Crucis aparece por primera vez en 1374, o, según opinión de algunos investigadores -en particular, Michel Maier- en 1413. La leyenda de Christian Rosenkreuz, el supuesto fundador cuyo nombre y vida son puramente simbólicos, no pudo constituirse antes del siglo XVI; pero acabamos de decir que el símbolo mismo de la Rosa-Cruz fue ciertamente anterior. Esta doctrina esotérica, sea cual fuere la designación particular que quiera otorgársele hasta la aparición del rosacrucismo propiamente dicho (incluso si se considera darle una denominación), presentaba caracteres que permiten incorporarla a lo que suele denominarse hermetismo. La historia de esta tradición hermética está íntimamente vinculada con el desarrollo de las Órdenes de Caballería, y, en la época que analizamos, era cobijada por organizaciones iniciáticas tales como la de Fede Santa y la de los Fedeli d´Amore, y también de esa Massenie du Saint Graal cuyo historiador Henri Martin analiza en estos términos (9) precisamente a propósito de las novelas de Caballería, que son unas de las más importantes manifestaciones del esoterismo en la Edad Media: "En el Titurel, la leyenda del Grial alcanza su última y más espléndida transfiguración, bajo la influencia de ideas que Wolfram (10) conoció aparentemente en Francia, en particular entre los Templarios del Midi francés. Un héroe llamado Titurel funda un templo para depositar el santo Vessel, y el profeta Merlín es quien dirige esta operación misteriosa, iniciado por José de Arimatea mismo en los secretos del plano del Templo de Salomón. La Caballería del Grial se convierte así en la Massenie, es decir, en una francmasonería ascética cuyos miembros se denominan templistas; puede captarse aquí la intención de vincular a un centro común, figurado por ese Templo ideal, la Orden de los Templarios, con las numerosas cofradías de constructores que renovaban entonces la arquitectura de la Edad Media. Se perciben así con nitidez ciertos rasgos de lo que podría ser la historia subterránea de esos tiempos, mucho más complejos de lo que suelen ser considerados. Lo curioso, y que no admite dudas, es que la Francmasonería moderna se remonta peldaño a peldaño hasta la Massenie du Saint Graal" (11).

    Quizá sería imprudente adoptar de una manera demasiado exclusiva la opinión expresada en el último párrafo, porque los vínculos de la Masonería moderna con las organizaciones anteriores son, ellos también, extremadamente complejos. Con todo, debe ser tenida en cuenta puesto que, por lo menos, debe ser considerada un indicador de los orígenes reales de la Masonería. Todo esto puede ayudar a conocer en cierta medida los medios de transmisión de las doctrinas esotéricas a través del curso del Medioevo, así como detectar la oscura filiación de las organizaciones iniciáticas durante el mismo período, cuando fueron verdaderamente secretas según la más completa acepción de esta palabra.
       
       
NOTAS:

(1). San Juan suele ser considerado como el jefe de la Iglesia interior y, según ciertas concepciones de las cuáles hallamos aquí un indicio, se intenta justamente oponerlo a San Pedro, jefe de la Iglesia exterior; la verdad es más bien que la autoridad de la que ambos son depositarios no se aplica al mismo ámbito.

 (2).  Este pasaje de Eliphas Lévi ha sido reproducido, como muchos otros (extraídos del Dogma y Ritual de la Alta Magia) con criterio textual pero sin indicaciones de origen por Albert Pike en sus Morals and Dogma of Freemasonry, pág. 822; por lo demás, el mismo título de esta obra está notoriamente imitado del trabajo de Eliphas Lévi.

(3). C M. Limousin, La Kabbale littérale occidentale.

(4).  La palabra misma significa "tradición" en hebreo y, si no se escribe en esa lengua, no hay por qué emplearla para designar indistintamente toda tradición.

(5). No obstante, es preciso decir que, según testimonios contemporáneos, Dante mantuvo relaciones amistosas con un judío muy instruido e incluso poeta él mismo, Manuel ben Salomon ben Jekuthiel (1270-1330); pero no es menos cierto que no observamos rastro alguno de elementos específicamente judaicos en La Divina Comedia, mientras que Manuel se inspira en ella para una de sus obras, a pesar de la opinión contraria de Israel Zangwill, opinión que la comparación de los datos torna totalmente insostenible.

(6). Esta opinión fue efectivamente emitida por Reuchlin.

(7). Hay aquí una inexactitud histórica, pues Jean de Meung y Clopinel no son más que un mismo personaje: la primera parte del Roman de la Rose tuvo como autor a Guillaume de Lorris (muerto alrededor de 1230), y la segunda parte fue escrita por Jean de Meung llamado Clopinel (alrededor de 1250-1305), que recibió tal sobrenombre por ser cojo; en efecto, éste fue quien vivió en la misma época en que lo hizo Dante (1265-1321) y Felipe el Hermoso (rey en 1285, y muerto en 1314). La continuación de esta obra por un segundo autor tan alejado temporalmente del primero, demuestra bien que uno y otro debieron ser representantes de una misma tradición.

(8). La misma cosa puede afirmarse, en el siglo XVI de las obras de Rabelais que encierran también una significación esotérica que podría ser muy interesante como objeto de un detenido estudio. Por lo demás, Eliphas Lévi trató el tema en un libro titulado El hechicero de Meudon.

(9). Histoire de France, t. III, pág. 398.

(10). El templario suabo Wolfram von Eschenbach, autor de Parsifal, e imitador del benedictino satírico Guyot de Provins.

(11). Tratamos aquí un punto muy importante, pero que no podríamos analizar sin apartarnos demasiado de nuestro tema; existe una relación muy estrecha entre el simbolismo del Grial y el "centro común" al cual alude Henri Martin, aunque sin detectar su realidad profunda. 

Fuente: René Guenón