lunes, 12 de septiembre de 2011

LOS DOCE TRABAJOS DE HERCULES - I

 EL LEÓN DE NEMEA.


 
  INTRODUCCIÓN
 
Vamos a exponer a vuestra consideración un mito, es decir, examinaremos un texto simbólico, muy parecido a una parábola.

Se trata de una narración alegórica, que da a entender una cosa explicando otra.

Todo mito lleva escondido bajo su piel un sentido diverso al que literalmente expresan las palabras que lo componen.

El término mito deriva del concepto griego de Silencio. El simbolismo es el lenguaje del silencio, se refiere a experiencias no asibles mediante el lenguaje ordinario. Sugiere lo inexpresable.

En el mito se dice otra cosa de lo que parece que se dice. Guarda silencio al mismo tiempo que habla.

El mito teje en soterrada expresión: el lenguaje, el pensamiento y la acción de la tradición Iniciática, cuyo contenido escapa a los que sólo se nutren de lo literal.

El Maestro esenio Jesús utilizó la parábola, que es similar al mito, y dijo que la utilizaba con aquellos que están afuera (profanos):

"Yo les hablo en parábolas, de manera que viendo no vean y que escuchando no entiendan, porque solo aprehenden lo literal y no son aptos para captar lo inexpresable".

De esta suerte, el contenido secreto de este mito, proveniente de la gozosa tierra del Pan y Dionisios, nos habla, quedo al oído, del constante pulir de nuestra piedra bruta, pues aquél que domina, paso a paso, su parte obscurecida, despeja las vías por donde accede el saber de la verdadera Maestría.

Es tal la profundidad y altura tanto del curso como del desenlace de este Mito, que sería deseable aspirar a una interpretación iluminada que sea capaz de aludir a la real esencia de lo escondido que se insinúa de soslayo en su contenido.

Los Trabajos de Hércules describen crudamente los estados distorsionados del hombre y de la mujer, quienes en su desconocimiento de dónde vienen, quienes son y a dónde se dirigen, son hoja en el viento, nautas sin dirección ni norte, carente de almadía o barco de paso, y perdidos en gélidas y obscuras aguas.

Estamos representados en cada sección del Mito, allí se resalta grotesca la parte oscurecida de nosotros mismos, la que no hemos percibido por nuestro propio esfuerzo y que el análisis del escrito que exponemos, puede desenmascarar.

La reflexión sobre las aventuras y desventuras de Heracles, que constituyen experiencias antiquísimas y permanentemente reeditadas en nuestro ser, nos guían para aprehender lo más íntimo de nosotros, y avizorar la huella que debemos recorrer con paso más seguro para arribar al puerto de la Luz.

Estos Mitos, examinados al trasluz, te darán a conocer al Hércules que alienta en tus entrañas y que, hasta hogaño, no le has dejado combatir en ti.

Si el Mito simboliza tus estados de conciencia, desde ahora descubre que eres tú el principal actor de esta leyenda.

Tu sabes que el fruto de luz que posees lo has logrado trabajando, de sol a sol, tu propia materia. Sabes igualmente que no puedes transferir tu experiencia viva a terceros, puesto que la has logrado arrancando lo superfluo de tu propia tierra, para que tu heredad madure en oro puro. Estos trabajos hablan de ese quehacer tan propio e individual.

Esta no es una simple exposición. Es el desafío que te reta a conocer de las efervescencias y subversiones de tu sangre, como del marasmo de tu voluntad y la insoslayable ley del imperio de lo claro sobre lo oscuro.

El mismo Hércules, sus trabajos, el entrechocar de fuerzas horrísonas, monstruos, forestas, bosques malsanos e infectos, son aspectos vivos de tu ser, así como también tú eres Mazo, Cincel y Piedra. Este mito habla de tus esfuerzos, de tus luchas, y vencimientos, para ascender por la espiral de la Luz Superior.

Cierra tus párpados y abre los ojos de la imaginación. Revive al Hércules que llevas dentro y acompáñale en esta secuencia heroica de la cual tú eres el verdadero autor y protagonista.

La limpidez del alba despeja las tinieblas y ya Hércules camina bajo el radioso sol griego que se quiebra en la blanca roca y tiñe de tonos violáceos las sombras.

El Titán embriagado de luz y horizontes va a medirse con el León de Nemea, bestia feroz, devoradora de hombres y ganado, que se oculta en el bosque de la Argólida.

Ya el héroe se aproxima, y cuando bordea el boscaje, todo: Luz, aire, llanuras y montes pierden de cuajo su armonía placida.

Tan solo el asentar la planta en la hosca espesura hace sentir, sin transición, un frío súbito, que cala hasta la médula, como el de la alta cordillera al tiempo del ocaso. Atrás queda el día exuberante de colores y aromas, Hércules ya se interna en la maraña espesa, en el matorral húmedo, de espinas cáusticas, entorno fétido y pegajoso.

En parte de la agreste floresta, la maleza se ha dejado crecer hasta conformar añosos y defectuosos árboles, casi imposibles de desarraigar, símbolo del pequeño defecto que nos toleramos en el pasado, y ahora, desmesurado, nos plasta y agobia innecesariamente.

Ese bosque verdinegro y siniestro es la efigie palpitante de tu naturaleza obscura. Es la maraña ponzoñosa y espesa de aquella parte no cincelada de tu piedra bruta, el acicate de todo pensamiento y acción innoble.

Esa espesura amenazadora se nutre de todo pensamiento torvo, desequilibrado, descompasado e involutivo, alimento permanente que torna al bosque en eterno y al león de Nemea en casi invencible.

Hércules hace un parangón entre ese bosque y su persona, y se dice: ¿Esa enredada selva representa mis propias entrañas? ¿De qué materia estoy hecho? ¿Porqué es preciso que dependa de mi piedra bruta y vil para ascender espiritualmente? ¿Porqué debo modificarla sin sentir repugnancia por su aspecto duro, insoluble, su olor infecto, su coloración negra y sus jirones sórdidos?

¿Porqué ésta, mi materia, aún tan imperfecta, es el material reservado por la Divinidad para sus elegidos? ¿Porqué en su basto y torpe contenido, efectivamente encuentro todo lo que desean hallar los filósofos? ¿Porqué esta masa informe hecha de tinieblas y de luz, de mal y de bien, mezclados en la peor de las confusiones que aparentemente nada contiene, encuentro los medios de mi propia superación?

Hércules avistó a la fiera pronta a saltar sobre él. Sintió intuitivamente que ese bruto representaba lo perverso que anida en todo hombre. Es lo instintivo. Es la irrupción de las ambiciones injustas y atropelladoras, es la fuerza ancestral no domeñada, que tuerce el accionar de las personas y las prende a sus sentidos inferiores.

Cada ser humano lleva agazapada dentro de sí la fiera de Nemea, y mientras no lo acepte y asuma, no podrá realizar un trabajo de limpieza ética y espiritual en sí mismo, pues ese monstruo le exige ser alimentado con permanentes sensaciones fuertes y negativas, que le obligan a generarlas, una y otra vez, cuando se ha dejado subyugar por ese poder tiránico.

Hércules tiende su mano hacia su carcaj, y dispara sus certeras saetas, que rasgando el aire, dan de pleno en el pelaje del León de Nemea, más rozando esa piel, los dardos ruedan al suelo. Seguidamente blande su pesada maza y la descarga sobre la soberbia cabeza del león, la clava se disgrega en mil pedazos.

Ninguna arma es suficiente. Quien espera encontrar esa fuerza liberadora fuera de sí, da más impulso a la fiereza y poder de la bestia.

Por otra parte, quien neciamente disipa su fuerza en el placer vano y emaciador, divide y debilita sus energías y no puede desalojar sus actos errados.

Hércules vence al León de Nemea en la única forma posible, le estrecha y estrangula con sus manos, privándole de su aire nauseabundo. El iniciado también ha de cortar de raíz el fluir emocional y mental descompasados que le avasallan, y le hacen conocer la ansiedad y el dolor de saberse incapaz de acciones nobles y enaltecidas.

Al liberarse el Héroe del dominio de sus sentidos y alcanzar la ausencia de deseos incontrolados, sobrepasa lo postizo y la artificial atracción retentiva y paralizadora de lo inferior, comprendiendo que existe un mundo diverso, digno de conocerse mediante una superior percepción.

El luchador que hay en nosotros ha vencido la bestia interior, que se ha diluido para reaparecer en la forma de la Hidra de Lerma.


Fuente: Apiano León de Valiente