viernes, 2 de septiembre de 2011

LA TRADICION VIVA: NICOLAS DE CUSA


FRANCISCO ARIZA
 
 
 
Entre los hombres de Conocimiento que han contribuido en el mantenimiento y transmisión de la Tradición Unánime, destaca sin duda alguna el cardenal Nicolás de Cusa (1401-1484). Él aparece, en los albores del Renacimiento, como uno de los herederos del neoplatonismo cristiano, corriente tradicional que partiendo de la síntesis elaborada por los primeros padres de la Iglesia (Orígenes, Clemente de Alejandría, Máximo el Confesor, y especialmente Dionisio Areopagita, muy influenciado por los neoplatónicos y pitagóricos Filón, Plotino, Porfirio, Jámblico, Calcidio, y sobre todo Proclo) surca, vivificándola, toda la Edad Media, en donde dicha corriente se nutre del pensamiento hermético traído a Europa por los árabes, conformando así la identidad del esoterismo y la gnosis occidental hasta nuestros días. Nombres como Scot Erígena, Michel Psellos y los filósofos de la escuela de Chartres y de Oxford, así como Tauler, Suso y el gran Maestro Eckhardt son, en la Edad Media y entre tantos otros, los verdaderos representantes de esa gnosis por medio de la cual se vehicula la Philosophia Perennis, que es la que en realidad recibe Nicolás de Cusa, y que él contribuye a mantener viva gracias a la influencia que su obra ejerce sobre Marsilio Ficino y Pico de la Mirándola, y a través de éstos en los cabalistas cristianos del Renacimiento. De hecho él viajó frecuentemente a Italia, por aquel entonces el centro de irradiación más importante del pensamiento tradicional. Precisamente, es en una ciudad italiana, Todi, situada en la región de la Umbría, donde Nicolás de Cusa pasa sus últimos días, descansando sus restos en Roma, si bien su corazón, y siguiendo expresos deseos suyos, fue enviado a su ciudad natal, Cües (latinizado Cusa), en Alemania, en donde todavía se conserva su biblioteca, considerada una de las más importantes de su tiempo por el saber en ella acumulado. Junto a las traducciones y comentarios sobre Platón, Plotino, Proclo, Dionisio Areopagita, y todos los neoplatónicos en general, en su biblioteca se encuentran también las obras de San Alberto Magno, el Maestro Eckhardt, Ramón Llull, así como numerosos tratados sobre astrología y la ciencia hermética. En este sentido, se sabe que sus estudios sobre astronomía influyeron en la teoría heliocéntrica desarrollada posteriormente por Copérnico. 
La esencia de su doctrina reposa en la idea de la "docta ignorancia" (que es el título de su libro más conocido) la que se presentó con la fuerza de una revelación durante el transcurso de uno de sus viajes, siendo el fruto de años de búsquedas, estudios e intuiciones acerca del insondable misterio de la Unidad, que para Cusa es el verdadero principio que "concilia los opuestos" (la coincidentia oppositorum), en donde las contradicciones inherentes a las cosas creadas se "resuelven" en lo que por su naturaleza de orden puramente metafísico, está más allá de cualquier determinación o existencia polarizada y dual. Hombre de su tiempo, Cusa intenta llevar la idea de la "coincidencia de los opuestos" a todos los niveles de la vida, incluido el político, pues según entiende él (en conformidad con todos los maestros herméticos del Renacimiento) el gobierno de las cosas públicas ha de ser también expresión de la "concordia y la armonía universal", y debe tender permanentemente a ella. Esto le valió algunos disgustos (e incluso fue encarcelado un tiempo) al tropezar con la actitud incomprensiva de ciertos gobernantes que despreciaban esa visión del mundo verdaderamente católica (en el sentido de universal) de lo que debe ser el Estado ideal regido por los mismos principios y leyes que ordenan el cosmos y la harmonia mundi. La misma idea de concordia quiso llevarla al terreno religioso, y sus intentos por reunir de nuevo la Iglesia de Oriente y Occidente (fue enviado a Constantinopla para hacer gestiones en ese sentido) estaban inspirados en su lema religio una in rituum diversitate. Asimismo, y según señala Edgard Wind en su obra Los Misterios Paganos del Renacimiento, Cusa inventó toda una serie de imágenes y juegos mágicos (que él llamó serio tudere y que se encuentran descritos en sus libros De ludo globi y De visione Dei) con los cuales pretendía ejercitar la meditación en la "coincidencia de los opuestos". Así, nos dice Wind que "Cusa observaba que si en el retrato de un rostro los ojos están fijos para el espectador, éstos le seguirán a través de una habitación sin moverse. Si hay varios espectadores en la habitación, cada uno sentirá los ojos fijos en él. Y sin embargo, pese a que los ojos del cuadro parecen verlo todo y cada cosa, es evidente que no se mueven". En esta imagen (fácil de comprobar) los contrarios representados por lo inmóvil y lo móvil están perfectamente reunidos, y es más, también nos hacen concebir la idea de lo inmóvil como símbolo del centro desde el que todas las cosas se "ven" simultáneamente. 
Como vemos, toda la obra, el pensamiento y la vida de Nicolás de Cusa giran alrededor de esa coincidentia oppositorum, de esa búsqueda de lo que estando por encima de toda dualidad (que se da sólo en el orden de lo manifestado), puede por ello mismo unificarla, devolviéndola así a la simplicidad no compuesta de su origen y principio trascendente.1 En tanto que seres manifestados y sometidos a esa dualidad, la Verdad (que se identifica con la Unidad absoluta) no se encuentra en nosotros mismos, pues como dice Cusa: "Sé que todo lo que sé no es Dios y que todo lo que concibo no es semejante a él, sino que él lo supera con mucho". De aquí surge la idea del Dios escondido, que es el título de otra de las obras de Cusa, y al que pertenece la cita anterior. Es el Dios oculto" o "desconocido", la "Unidad más allá del Ser", de la que ya hablaban Plotino y Proclo, y que constituye el fundamento de la "Teología Negativa" de Dionisio Areopagita, según la cual el hombre sólo puede dirigirse a la Divinidad Suprema en términos puramente negativos, indicando así que no es nada de lo que podamos concebir, nada que pueda ser signado con un nombre (que es siempre una determinación y, por consiguiente, una limitación), estando incluso por encima de los principios ontológicos, que se refieren al Ser o Unidad creadora, la primera determinación del "Dios oculto" e innombrable.2 Este se oculta en la "Tinieblas divinas más que luminosas" de que habla el Areopagita, y que Cusa describe como lo inefable e inexpresable, pero que sin embargo es el Principio indeterminado e infinito a partir del cual surge todo lo que puede ser nombrado, expresado y determinado: "Porque el mismo theos no es el nombre de Dios, que está por encima de todo concepto. Pues lo que no puede ser concebido es inefable o inexpresable". También señala Cusa que "Dios está por encima de la nada y el algo, pues no es raíz de contradicción, sino que es la misma simplicidad. Que no es-nombrado ni no-es-nombrado, ni tampoco es nombrado y no-nombrado sino que todas las cosas que pueden decirse disyuntivamente y copulativamente por medio del consenso o la contradicción no se le pueden atribuir a él a causa de la excelencia de su infinitud. Haciendo un inciso queremos señalar la semejanza que aquí encontramos con la concepción metafísica de la no-dualidad expresada por la Vedanta hindú y el sufismo islámico, sobre todo en Ibn Arabi, en cuyo Tratado de la Unidad podemos encontrar pasajes prácticamente idénticos al que hemos citado. Lo mismo debemos decir en lo que respecta al Maestro Eckhardt, que tanto influyó en Cusa. Esto se debe a que la doctrina tradicional es una sola en todo tiempo y lugar, sin importar la forma específica que ésta adopte para manifestarse. 
Estas sucesivas negaciones de las negaciones de la infinita Sabiduría de Dios, conducen finalmente a la "docta ignorancia", que nace de la certeza que el hombre tiene de sus propios límites, más allá de los cuales él sabe que nada puede saber3 que sea distinto de la Unidad, que se conoce a Sí misma por Sí misma. Por tanto, ese no saber es ya un grado de conocimiento, ya que no se trata de la simple ignorancia que supone no saber una cosa cualquiera, sino más bien de un estado de contemplación en el que ya no hay preguntas ni respuestas, pues el "yo" que se las formula ha sido reabsorbido o fusionado en la Unidad del Sí Mismo. Esto se da naturalmente a diferentes niveles en el proceso del Conocimiento, pero cuando dicho estado es permanente él equivale en cierto modo, a aquello que en todas las tradiciones se denomina como la "infancia espiritual", o retorno al "estado primordial" que viene a ser lo mismo, estado verdaderamente "central en el que todas la distinciones inherentes a los puntos de vista exteriores son superadas y en el que todas las oposiciones han desaparecido y se resuelven en un perfecto equilibrio",4 el cual no es otro que la "coincidencia de los opuestos". Quizás convenga recordar lo que a este respecto también nos dice el Maestro Eckhardt en uno de sus Sermones: "Escuchad bien la explicación que voy a daros. Si yo fuera sólo razón, hasta el punto de que todas la imágenes que la humanidad haya recibido alguna vez, y que están en Dios mismo, estuvieran completamente espiritualizadas en mí, y que yo fuera totalmente independiente de ellas para no considerar ninguna en mí mismo como mi bien propio en los actos, ni en las omisiones, ni en el pasado, ni en el futuro, sino que estuviera en el instante presente libre y disponible para el amor de Dios y para hacer constantemente su voluntad, verdaderamente sería 'virgen' y tan poco entorpecido por ninguna imagen como lo estaba cuando no era aún". 
Por ello, los que "creen" que saben están limitados por ese propio saber (por muy "erudito" que ese saber sea, o quizás por ello mismo), y en realidad no serían sino, invirtiendo los términos, "ignorantes doctos", aquellos que Nicolás de Cusa denomina "soberbios, presuntuosos, que son sabios para sí mismos, que vivieron confiados en su ingenio, que en un ascenso soberbio se creían semejantes al Altísimo. todos éstos, digo, se equivocaron, estos tales se cerraron ellos mismos el camino hacia la Sabiduría, cuando no creían que existiera otra más que aquella que median con su intelecto, y fracasaron en sus vanidades, y abrazaron el madero de la ciencia y no aprehendieron el madero de la vida.5 El fin, pues, de los filósofos que no honraron a Dios no fue otro que perecer en sus vanidades". 
Pero hasta alcanzar (valga la expresión) esa "docta ignorancia", el hombre ha de recorrer un largo camino de purificación, lo que es igual a un ascenso por la escala del Conocimiento, "para que la meditación, nos dice Cusa, de cada uno de nosotros reciba una incitación y con el ascenso intelectual, de forma sensible, de luz en luz, se transforme el hombre interior, hasta que llegado a un claro reconocimiento mediante la luz de la gloria, entre en el gozo de su Señor". En De la búsqueda de Dios, Cusa nos ofrece una indicación del camino que se ha de seguir en ese proceso de ascenso y gradual reabsorción en la Unidad inmanifestada, estableciendo una relación entre el nombre Theos (Dios) y theons, que significa "veo" y "corro": "Así pues, el que busca debe correr por medio de la vista, de forma que todas las cosas puedan tocar al theon vidente. La visión lleva, pues, consigo la semejanza del camino por el cual debe avanzar el que busca. En consecuencia, es necesario que dilatemos la naturaleza de la visión sensible ante el ojo de la visión intelectual y fabriquemos a partir de ella la escalera de ascenso". Está claro que "el ojo de la visión intelectual" se refiere a la inteligencia que reside en lo más oculto de la "caverna del corazón" (el "ojo del corazón que todo lo ve"), expresión tradicional que indica de dónde procede la verdadera intuición intelectual, que siendo de orden suprarracional y supraindividual, permite aprehender de forma directa y no mediatizada (sin reflejos ni imágenes) las realidades invisibles y metafísicas. La visión sensible ejemplifica la visión inteligible, interior, pues entre una y otra existe una correspondencia simbólica que Nicolás de Cusa utiliza frecuentemente, distinguiendo tres clases de visión, que él hace corresponder con los tres niveles o planos del ser humano: la "región sensible" (el cuerpo), la "región racional" (el alma o psiqué) y la "región intelectual virtuosa" (el espíritu), las cuales, y en razón de la analogía constitutiva entre el microcosmos y el macrocosmos, se corresponden con los tres mundos o niveles cósmicos: la Tierra, el Mundo Intermediario y el Cielo. Por encima de esas tres regiones se encuentra el Ser Supremo que da el sentido y confiere todas las propiedades y virtudes a cada una de ellas, la más alta de las cuales es la "visión intelectual", -que en su universalidad y poder de síntesis está fuera de la condición temporal, y por tanto sucesiva, contemplando todas las cosas en la unidad de un presente eterno, es decir en Dios. Así, nos dice Cusa que "de la misma manera que la vista no discierne, sino que lo hace en ella el espíritu discretivo, así nuestro intelecto, iluminado por la luz divina en su principio en la medida de su aptitud en orden a dejarla entrar, no entenderemos o viviremos una vida intelectual por nosotros mismos, sino que en nosotros vivirá Dios su vida infinita. Y ésta es aquella felicidad eterna, en la que, en una estrictísima unidad, de tal manera vive en nosotros la vida intelectual eterna exaltando todo concepto de las criaturas vivientes en una dicha inexpresable, como vimos vive en nuestros más perfectos sentidos la razón discretiva, y en la esclarecidísima razón el intelecto". 
Todo el orden de lo creado (la cosmogonía) emana de la luz suprainteligible que mora en las "Tinieblas divinas", y, en cuanto que se manifiesta, esa luz (gracias a la cual nace la visión intelectual, racional y sensible) se concibe como un "rayo luminoso", verdadero Eje del Mundo que comunica el Principio con su manifestación y la manifestación con su Principio. A través de ese "rayo luminoso" (llamado Buddhi -el intelecto Superior- en la tradición hindú, y que es idéntico al Verbo o Logos espermático), el "Dios oculto" e inexpresable se revela y expresa a su creación, estando al mismo tiempo ausente de ella en su trascendencia. Esta ausencia y simultánea presencia de Dios en la manifestación, Nicolás de Cusa la explica con una antigua sentencia hermética: "Dios es un círculo cuyo centro está en todas partes y su circunferencia en ninguna". De ahí que se trate "de la permanente paradoja de una ausencia siempre presente, de una inmanencia trascendente. Cualquier punto de la circunferencia, al transformarse en centro, todo lo abarca. Y cualquier punto de este círculo, o sistema, lleva en forma inherente, constitutiva, esa misma posibilidad. La unión de contrarios ha dado lugar a la simultaneidad de lo que ya no se diferencia. Todo está en todo, y todo en uno".6  
"Es, pues, ya evidente para nosotros, nos dice finalmente Nicolás de Cusa, que somos atraídos hacia el Dios desconocido por un movimiento de su gracia, ya que él no puede ser aprehendido de otra manera que mostrándose él a sí mismo. Y quiere ser buscado. Quiere asimismo dar luz a los que le buscan, esa luz sin la cual no pueden buscarle. Quiere ser buscado, y quiere también ser aprehendido, porque quiere abrirse y manifestarse a sí mismo a los que le buscan".

 
 
NOTAS
En este sentido, y como dice A. K. Coomaraswamy (citado por Guénon en Símbolos Fundamentales de la Ciencia Sagrada, cap. XLIII), "el principio de una cosa no es ni una de sus partes entre las otras ni la totalidad de sus partes, sino aquello en que todas las partes se reducen a una unidad sin composición".
Señalemos que el "Dios oculto" corresponde en la Cábala hebrea a Ain, literalmente la "Nada", en el sentido del No-Ser, que a su vez equivale al "Tao que no puede ser nombrado" de la metafísica taoísta. En el Arbol de la Vida cabalístico es Kether, la sefirah número uno y primera afirmación o determinación de Ain, la que se identifica con el Ser o Unidad creadora, siendo de ella de donde emanan las restantes nueve sefiroth, que son los nombres o atributos con los que la Unidad misma se manifiesta, y que constituyen los principios (o "ideas" en el sentido platónico) de todo lo creado.
Esto es idéntico a la conocida sentencia que Platón pone en boca de Sócrates: "yo sólo sé que no sé nada".
René Guénon: Sobre el Esoterismo Islámico y el Taoísmo, cap. IV.
Sin duda alguna Nicolás de Cusa se está refiriendo aquí al Arbol de la Ciencia, de naturaleza dual, y al Arbol de la Vida, esencialmente unitario y vertical, cuyos "frutos" nos devuelven el sentido de la eternidad, a diferencia del primero, que nos hacen caer permanentemente en el devenir temporal.
Federico González: La Rueda, una Imagen Simbólica del Cosmos, cap. VI.