viernes, 25 de enero de 2013

Todos los días son elecciones - El problema es que no nos damos cuenta



Todos los días son elecciones (el problema es que no nos damos cuenta). El destino de una persona, una sociedad, un país, no se define en una jornada electoral; las elecciones determinantes son las que si viven y se honran cotidianamente. 

Aproximadamente cincuenta millones de mexicanos asistieron a las urnas a consumar el cíclico ritual que la democracia enarbola como su máximo estandarte: las votaciones. Y si bien aún se conocieron los resultados finales de éste ejercicio relativamente cívico (ya que sobre él inciden de manera significativa gobiernos, medios, y demás agendas), parece que es buen momento para hacer una reflexión meta-electoral.

La idea de que una porción significativa del destino colectivo está en juego durante este sistema es cuestionada por muchos, desde distintos frentes. ¿En realidad hay diferencia entre izquierdas y derechas, distinciones de fondo que vayan más allá de agendas “superiores”? ¿Qué no son las corporaciones y las clases acaudaladas las que en realidad rigen el rumbo de los países? ¿No son las votaciones un simulacro de libertad para promover la docilidad de las poblaciones ante su inminente y sofisticada esclavitud?

En lo personal creo que literalmente nos jugamos la vida en las elecciones, pero al afirmarlo no me refiero a estas dinámicas institucionalizadas que llaman a los habitantes a “elegir” a sus gobernantes cada cuatro o seis años, en realidad hablo de las miles, quizá millones, de elecciones que firmamos cotidianamente.

Evidentemente el caudal de decisiones que vas tomando a lo largo de tu vida diseñan, en tiempo real, tu destino. Cada día nos enfrentamos a miles de bifurcaciones, y a pesar de que todas, sin excepción, están hiperconectadas, parece que hay un selecto grupo que determina en mayor medida el proceso de construir aquellas abstracciones que conocemos como identidad, personalidad, ética personal, etc. Y precisamente la suma de estas votaciones que todos ejercemos diariamente terminan por forjar el presente y el futuro del grupo social al cual pertenecemos.

Imaginemos la siguiente situación. Un tipo se dirige a su urna para ejercer su derecho a elegir al candidato que más apto considera para encabezar un gobierno. En el trayecto decide acelerar su auto para llegar antes y así “economizar” unos minutos de su día. En sintonía con esa misión recientemente auto-asignada decide no respetar la fila de autos que esperan para virar a la izquierda, y ante el reclamo de los demás (que a pesar de que el no lo reconozca, son su “otros yo’s”) opta por lanzarles un insulto –en algún punto determinado de su auto-percepción, su cerebro reptiliano, esa región que procesa las experiencias primarias, le sugiere que es superior al resto y que merece primitivos privilegios como el que acaba de hacer valido. Eventualmente llega al lugar donde emitirá su voto, cruza una papeleta y la deposita en el lugar indicado. Comprobamos que en quince minutos el hombre hizo dos elecciones “importantes”, votó un par de veces, pero en realidad ¿Cuál de los dos tendrá mayor preso?

El segundo de sus votos, aquel que pertenece al ejercicio democrático, contribuirá a definir al próximo gobernante. Este personaje, si bien estará ligado a una u otra filosofía de gobierno (llámese izquierda, derecha, liberal, socialdemócrata, etc), actuará sobre un determinado tablero de juego, y estará sujeto a ciertas agendas que van más allá de toda trinchera política, seguramente incidirá hasta cierto punto en el rumbo futuro de los habitantes sujetos a su gobierno. Por otro lado, el primero de los votos que nuestro virtual protagonista emitió es una decisión que también arrojará múltiples consecuencias. Y si bien su relevancia pudiese considerarse como ínfima en comparación a la del segundo, lo cierto es que tenemos que tomar en cuenta que , a diferencia del voto político, la otra elección no esperará años para replicarse sino que se repetirá cientos de veces cada día.

Si eres mexicano tal vez acudiste a elegir gobernantes, si eres español lo hiciste hace ocho meses, si naciste en Argentina, hace poco más de un año. Pero en cambio, todos “emitimos votos” de manera casi permanente. Hoy, ayer, hace veinte días o cinco años, optaste por sonreírle a alguien o, en contraste, por despreciarlo. Optaste por dedicar un par de horas a cultivar tu jardín en lugar de inhalar unas líneas de cocaína. Optaste por un gesto de generosidad con la persona de junto, o por alimentar tu miedo a lo desconocido con pensamientos paranoicos. Decidiste enfrentar tus demonios personales a base de disciplina y humildad o dar rienda suelta a tu inseguridad y proceder a denigrar a aquel que te servía en la mesa. Votaste por respetar al otro yo mientras conducías tu auto, o tal vez preferiste marcar la opción del egoísmo en tu boleta personal y saltar la fila para dar vuelta.

Por cierto, en los siguientes treinta minutos probablemente tendrás que elegir entre dos “candidatos” gastronómicos, un twinkie de fresa o un plato de frutas. En una semana optarás entre cumplir con las responsabilidades que te corresponden en tu vida laboral o simplemente fingir que lo estás haciendo, mientras que en veinte días estarás eligiendo entre salir a caminar para relajarte o, en cambio, “popearte” un Prozac. En un par de meses, tú joven, tendrás que elegir entre jugar el papel activo y crítico que socialmente te corresponde o seguir ansiosamente acumulando kilometraje en clubes nocturnos. ¿La próxima vez que encuentres una cartera tirada intentarás ubicar a su dueño? ¿Cuando debatas con alguien que no comparte tu opinión, te sentirás superior? ¿Cuando tengas la opción de leer un buen libro o ver el noticiero nocturno de un consorcio mediático, que harás? ¿Y el día que tengas que decidir entre enfrentar las consecuencias de tus actos o escabullirte en la hipocresía, que camino tomarás?

Es fácil, y muy cómodo, pensar que al votar por un candidato estás cediendo la máxima cualidad con la que fuimos agraciados, ser arquitectos de nuestro propio futuro. Sin embargo, lo cierto es que el acudir a una urna y marcar una boleta es una de las millones de decisiones que vas sembrando en tu camino. La mayor porción del futuro de México o de cualquier otro país, del futuro de una sociedad, de tu futuro, no se define a partir de una jornada electoral. No existe candidato ni gobernante alguno capaz de determinar el destino de un grupo humano, en realidad cualquier cambio, cualquier transmutación (dicho en el lúcido sentido del alquimista) depende, en primera instancia, de la responsabilidad de cada individuo sobre su propia vida, y en segunda, de la suma de estas voluntades entre miembros de una sociedad.

Hoy, mañana, y el resto de nuestros días habrán elecciones, la verdadera votación jamás terminará –aquella que en realidad dibuja el horizonte tanto individual como compartido, y que afortunadamente no depende de candidatos, partidos políticos, movilizaciones sindicales, o medios masivos de comunicación. Así que la próxima vez que te pregunten por quién votaste, quizá lo mejor sea guardar silencio y simplemente responder con tu actuar cotidiano.

Las riendas las tienes tu, las tenemos nosotros. Delegarlas, ignorarlas, u honrarlas es la elección más importante de tu vida (pues florecerá a partir de cada decisión que tomes). El resto son detalles de esa mágica narrativa a la cual llamamos existencia.

Fuente: Lucio Montlune