La filiación iniciática de la Orden, reúne las cuatro
corrientes o Piedras Angulares del esoterismo cristiano: 1) La Salomónica,
transmisora de la leyenda de la construcción del Templo de Salomón. 2) La
Pitagórica, transmisora del conocimiento de la Geometría Sagrada. 3) La
Hermética, transmisora del Arte Real, alquímico y constructivo. 4) La Templaria,
transmisora de la Vía Caballeresca por medio de los Altos Grados escoceses
pertenecientes a la Casa de Estuardo y a las Logias "Jacobitas"
El
"Jacobismo" fue el movimiento político dedicado a la restauración de los reyes
de la dinastía Stuart (o Stewart, o Estuardo en castellano)
en los tronos de Inglaterra y de Escocia (ambas coronas reunidas en el
denominado Reino-Unido de Gran-Bretaña, en 1707).
El
movimiento tomó su nombre del latín Jacobus , del nombre del rey Jacobo
II de Inglaterra y VII de Escocia, y fue la respuesta a la deposición de este
mismo monarca durante la "Glorious Revolution" (la Revolución Gloriosa)
de 1688, y que supuso su sustitución en el trono por su hija mayor María II (de
Fe anglicana), conjuntamente con su esposo el Príncipe Guillermo III de Orange,
estatuder de Holanda, ambos protestantes.
Exiliados,
los últimos Stuarts vivieron en el continente Europeo (en Francia y en Italia)
y, ocasionalmente, obtuvieron el respaldo moral, político y militar de Francia,
Roma y España para recuperar su trono.
El origen
del movimiento tuvo lugar en las Islas Británicas, sobretodo en Irlanda y en
Escocia, especialmente en las Highlands (tierras altas de Escocia), y con alguno
que otro apoyo de ingleses y galeses, particularmente en Cumbria (Norte de
Inglaterra). Los monárquicos o realistas apoyaban entonces el movimiento
Jacobita porque creían que el Parlamento no tenía autoridad para interferir en
la sucesión real, y muchos católicos británicos fueron partícipes de ese
movimiento para restaurar también la predominancia de su Fe en un reino
generalmente anglicano o presbiteriano que negaba cualquier sumisión a la
autoridad del papa de Roma desde el siglo XVI (con Enrique VIII de Inglaterra);
en cuanto al pueblo, se vió envuelto en diversas campañas militares por
diferentes motivos. En Escocia, el Jacobitismo tuvo una buena acogida entre los
clanes de las Highlands.
El emblema
de los Jacobitas fue la "Rosa Blanca de York", que tiene su fecha de celebración
el 10 de junio, aniversario del nacimiento en 1688 de Jacobo Francisco
Eduardo Stuart "el Viejo Pretendiente" (1688-1766), Príncipe de Gales
y Duque de Albany (hijo del destronado rey Jacobo II), que fue privado de sus
derechos al trono británico por el Parlamento de Londres.
Trasfondo
Político
En la segunda
mitad del siglo XVII, las Islas Británicas pasaban por una época de
inestabilidad política y religiosa. La protestante Commonwealth republicana de
Cromwell terminó con la restauración del rey Carlos II Stuart, quien
quiso imponer la Iglesia Anglicana Episcopaliana en Escocia provocando
rebeliones (Covenanters y Cameronians), duramente reprimidas.
Muerto en
1685, Carlos II fue sucedido por su hermano el hasta entonces Duque de York, que
para colmo de males era abiertamente católico: Jacobo II de Inglaterra y VII
de Escocia, y que era, en cierto modo, una prolongación de ese desdén
familiar por la democracia, provocando la férrea oposición del Parlamento.
En Irlanda,
el nuevo rey nombró al primer virrey católico desde los tiempos de la
Reforma, Richard Talbot, 1er Conde de Tyrconnell, y procuró
reducir el ascendente protestante en el seno de la administración y la vida
parlamentaria irlandesa, además de hacerse con los puntos claves con
destacamentos militares leales.
En
Inglaterra y en Escocia, Jacobo II intentó imponer la tolerancia religiosa,
mediante la colaboración de la minoría católica pero provocando a la mayoría
protestante. Su yerno, el Príncipe Guillermo III de Orange, que andaba
forjando alianzas contra Francia, atrajo entorno a su persona a los miembros del
partido Whigh, que le eran afines y que respaldaban el proyecto de entregar la
corona británica a la princesa María (hija mayor de Jacobo II), que representaba
la línea Stuart anglicana. La oposición parlamentaria llegó a su punto álgido
cuando Jacobo II, viudo de su anterior matrimonio y nuevamente casado con una
princesa italiana y católica (Mª Beatriz de Este-Módena), tuvo a su primer hijo
varón en junio de 1688, inmediatamente reconocido como Príncipe de Gales. Fue
entonces cuando los enemigos del rey ofrecieron sin más dilación, a Guillermo
III de Orange y a María, En febrero de 1689, la Gloriosa Revolución cambió formalmente el monarca
británico, pero algunos católicos, episcopalianos y tories, marcadamente
realistas, convencieron al Parlamento de que no tenía el derecho de definir la
sucesión de la Corona Británica, y seguían apoyando abiertamente al rey Jacobo
II.
Escocia
aceptó con cierta lentitud y precaución a Guillermo III de Orange, quien convocó
una Convención de los Estados el 14 de marzo de 1689 en Edimburgo, considerando
conciliadora la carta tranquilizadora del esposo de María II. Las fuerzas
Cameronianas, junto con el Clan Campbell de las Highlands, liderados por
el Conde de Argyll, se erigieron en el más firme apoyo en Escocia de
Guillermo III. Por otro lado, la caballería escocesa, liderada por John Graham
of Claverhouse, Vizconde Dundee, que inicialmente seguía siendo leal a
Jacobo II, acabó por pasar al bando de Guillermo III ante la evidencia de quién
era el hombre fuerte del momento. La convención llegó finalmente a la
determinación de reconocer a Guillermo III de Orange y a María II Stuart,
proclamándoles nuevos soberanos en Edimburgo (11 de abril de 1689), celebrándose
su doble coronación en Londres en el mes de mayo siguiente
En
consecuencia, el movimiento Jacobita se vió limitado al entorno de los católicos
romanos, mayormente representados en Irlanda, mientras que los católicos
británicos permanecían siendo una minoría. Los católicos formaban entonces el 75
% de la población irlandesa, cuando en Inglaterra rondaban el 1 % y en Escocia
tan solo el 2 %. Por ello no es de extrañar que el apoyo irlandés a Jacobo II
fuera mayoritariamente católico cuando éste se refugió en Francia y el país galo
se enfrentaba a la Liga de Augsburgo. La guerra en Irlanda fue predominantemente
católica-nacionalista hasta su derrota en 1691, punto de inflexión que trasladó
el apoyo Jacobita (las Brigadas Irlandesas) a Francia y se hiciera presente en
las filas del Ejército Francés. En Inglaterra, los católicos procedían sobretodo
de la "gentry" (pequeña nobleza e hidalguía de provincias), y formaron una
especie de comité de apoyo ideológico durante dos centurias, siendo una minoría
habitualmente perseguida por el Estado y que se unió con entusiasmo a los
ejércitos Jacobitas, además de contribuir económicamente al mantenimiento
financiero de la corte de los Stuarts en el exilio (entonces instalada en
Saint-Germain-en-Laye, Francia). Algunos escoceses de las Highlands, como
los MacDonalds de Clanranald, permanecieron en el seno del catolicismo,
pero forman parte de esa escasa lista de excepciones.
Hay que
sumar a esa corriente contraria a la soberanía de Guillermo III y de María II,
el firme apoyo de los Anglicanos británicos que se negaron a jurar a los nuevos
monarcas, y que procedían en gran parte de ese clero de la Iglesia de Inglaterra
que rechazaba, en principio, reconocer a los reyes mientras siguiera vivo Jacobo
II, desarrollando además un cisma episcopaliano en la Iglesia mediante pequeñas
congregaciones localizadas en las ciudades inglesas.
Por otro
lado habría que citar a los episcopalianos escoceses que proporcionaron más de
la mitad de las fuerzas Jacobitas, y que procedían de las tierras bajas
(Lowlands). Aunque protestantes, fueron igualmente discriminados en el ámbito
político de Escocia y reducidos a ser una minoría apartada de la recién
establecida y favorecida Iglesia de Escocia. Otros episcopalianos prefirieron
adoptar el papel de la pasividad ante la ola de Jacobitismo y acomodarse del
nuevo régimen establecido por la Gloriosa Revolución. Otro sector de los
episcopalianos que respaldaban el movimiento Jacobita, y procedente de las
Lowlands, fueron igualmente ignorados por su marcada tendencia a llevar el traje
típico de las Highlands, considerado como uniforme Jacobita y como una clara
muestra de simpatía hacia los Stuarts exiliados.
Otra fuente
de apoyo al movimiento Jacobita procede sin duda de ese segmento social
políticamente desatendido. Algunos relevantes Whighs, entre ellos el Conde de
Mar, reaccionó contra las directrices políticas procedentes de Londres
uniéndose a los Jacobitas. Otros escoceses patriotas como Lord George
Keith, 10º Conde Mariscal (1693-1778) y Lord Sinclair, se
unieron y apoyaron a los Jacobitas después de 1707, en la esperanza de liberar
Escocia del yugo británico.
Desde los
senderos de la religiosidad, la ideología Jacobita pasó a ser una forma de
pensar entre las familias de la nobleza, de la hidalguía y burguesía provinciana
que tenían en sus casas retratos de la exiliada familia real, de caballeros y de
mártires de la causa Jacobita, hasta llegar a fomentar cenáculos de
franco-masones. Aún hoy día, algunos clanes de las Highlands y regimientos
suelen proceder a una curiosa ceremonia cuando, en el momento del brindis, pasan
sus copas por encima de un vaso de agua y lo dedican "al rey que está más
allá de las aguas" (es el brindis de los leales a los Estuardo). Se
desarrollaron incluso comunidades en otras áreas, dónde confraternizaban en
establecimientos, locales o posadas Jacobitas, cantando canciones sediciosas,
recolectando fondos para la causa y, en ocasiones, reclutando a nuevos miembros.
El Gobierno intentó cerrar esos centros de reuniones subversivas, pero cuando un
local era cerrado otro se abría casi de inmediato en otro lugar. En ellos, los
simpatizantes de la causa vendían copas talladas y grabadas, broches y otros
objetos decorados con símbolos Jacobitas, además de revestir los tan populares
tartanes que fueron tan perseguidos por los primeros reyes de la Casa de
Hannover, hasta el punto de hacerlos desaparecer.
La política cambió prontamente de dirección con la promesa Jacobita de restaurar
la independencia de Escocia, explotando así el ultraje que supuso para el
orgullo escocés verse forzados a suscribir el Acta de Unión de 1707 (que unía
Escocia a Inglaterra, y suprimía su parlamento de Edimburgo en favor del de
Londres), acrecentando las filas Jacobitas por esos motivos, con gente
directamente alienada y desposeída de sus bienes o libertades.
Jacobo II y
VII, y su virrey irlandés Richard Talbot, 1er Conde de Tyrconnell, se aseguraron
de que Irlanda fuese un bastión de la causa católica, acción que culminaría con
el asedio de Derry el 7 de diciembre de 1688. Sin embargo, cuando Jacobo II fue
depuesto y tomó la decisión de refugiarse en las costas francesas, obtuvo el
inmediato apoyo de su primo el rey Luis XIV, regresando a Irlanda con las
fuerzas renovadas y dispuesto a enfrentarse a su yerno Guillermo III de Orange
el 12 de marzo de 1689. Tomó Dublin y acudió al asedio de Londonderry,
consiguiendo reavivar el apoyo irlandés a la causa católica-nacionalista que se
tradujo en una oposición frontal irlandesa a los intentos del Parlamento de
Londres de imponer sus leyes. Pero después de agosto de 1689, el ejército
británico reanudó su ofensiva contra Londonderry, echando a las fuerzas
Jacobitas del Ulster. En julio del año siguiente, el ejército de Guillermo III
(36.000 hombres) triunfó definitivamente en la batalla del Boyne -1 de Julio
de 1690-, provocando la desbandada de las fuerzas Jacobitas (25.000
soldados) y el regreso del rey Jacobo II a Francia, rodeado de lo que quedaba de
su ejército (posteriormente conocido como "Brigada Irlandesa" e integrado en los
ejércitos del rey de Francia).
Bonnie
Dundee
El 16 de
abril de 1689, un mes poco después de que se celebrase la Convención de
Edimburgo, y cinco días después de que proclamase como nuevos soberanos a
Guillermo III y María II, el Vizconde Dundee, apodado "Bonnie Dundee" por sus
partidarios, levantó ostentosamente el estandarte del rey Jacobo II sobre sus
tierras y al frente de 50 hombres. Inicialmente tuvo dificultades para reclutar
más hombres y conseguir apoyos, pero después contó con una tropa de 200
irlandeses en Kintyre, y el apoyo de los clanes de las Highlands católicos y
episcopalianos que se unieron a la causa.
Sin embargo,
la victoria Jacobita de los Highlanders en la batalla de Killiecrankie (27 de
julio de 1689), se vió mermada por la muerte de "Bonnie Dundee" (que cayó bajo
las balas) y la pérdida de 2.000 hombres. Una serie de expediciones militares
del Gobierno supuso la derrota y el fin de los Jacobitas en mayo de 1690,
agravada con las noticias que llegaron de la derrota de Jacobo II en el Boyne.
Un año más tarde, los Jacobitas se vieron obligados a solicitar a los jefes de
los clanes que pidieran permiso a Jacobo II para someterse a Guillermo III, y en
enero de 1692, los clanes Jacobitas rindieron formalmente las armas ante el
Gobierno de Londres. Obviamente, el rey Guillermo III estaba más interesado en
llevar a cabo de forma exitosa su guerra contra Francia, como miembro firmante
de la Gran Alianza (Liga de Augsburgo), por lo que no prestó gran atención al
asunto escocés, intentando sobornar o coaccionar a los jefes de los clanes para
que dejasen las armas y juraran lealtad. La lentitud con que respondió uno de
los jefes del Clan MacDonald desembocó en la Masacre de Glencoe, el 13 de
febrero de 1692.
En 1701,
Jacobo II y VII falleció, siendo sucedido naturalmente por su hijo el Príncipe
Jacobo Francisco Eduardo Stuart (James Francis Edward), reconocido como
el rey Jacobo III de Inglaterra y VIII de Escocia por las cortes de Francia,
España, Módena y Roma. Para sus detractores u opositores era sencillamente el
"Viejo Pretendiente".
Tras una
breve paz, la Guerra de Sucesión Española hizo que Francia reanudase su apoyo a
la causa Jacobita y, en 1708, el príncipe Jacobo, rodeado de tropas francesas,
intentó desembarcar en Gran-Bretaña para llevar a cabo una invasión. Sin
embargo, la Marina Real Inglesa consiguió hacer retroceder a la flota francesa y
el pretendiente tuvo que batir retirada en el Norte de Escocia para retomar el
camino a Francia.
La Unión y los Hannovers
En marzo de
1702, el rey Guillermo III fallecía a causa de una caída de caballo (reinaba en
solitario desde 1694, fecha en que la reina María II había muerto), por lo que
la sucesión al trono recaía en su cuñada la Princesa Ana Stuart, Duquesa de
Cumberland, pasando a ser la reina Ana I. La economía de Escocia había tocado
fondo y estaba en sus horas más bajas, juntándose el hecho de que el Parlamento
británico usaba y abusaba de sanciones económicas para forzar al Parlamento
escocés a que se aviniera a negociar una unión. Uno de los personajes clave en
esas impopulares negociaciones fue John Erskine, 11º Conde de Mar, quien después
de dar su apoyo a la rebelión escocesa pasó a ser un firmante del Acta de Unión
de 1707, y encargado de llevar a cabo los asuntos escoceses en el nuevo
Parlamento británico. En 1713, fue formalmente nombrado secretario de Estado
para Escocia por la reina.
Mientras
aumentaba el descontento de los Jacobitas, también aumentaban las esperanzas del
pretendiente Jacobo Francisco Eduardo Stuart, que pensaba que cada vez estaba
más cerca de recuperar la corona de su padre al constatar que todos los
numerosos hijos de su hermana Ana I, fallecían en la cuna o antes de llegar a la
edad adulta. Sin embargo, para atajar el problema que se veía venir, el
Parlamento había confeccionado el Act of Settlement (1701), firmado por
Guillermo III y ratificado por el Acta de Unión de 1707, que requería que el
monarca británico fuese protestante mientras que el "Viejo Pretendiente" era un
devoto católico, único "handicap" que le convertía en un candidato descartable a
ojos de los británicos. En consecuencia, la herencia recaía en la descendencia
protestante de una hija del rey Jacobo I, representada por el Elector Jorge-Luis
de Hannover, bisnieto de ese monarca por lado materno, personaje nada
carismático y encima sujeto alemán que desconocía prácticamente la lengua
inglesa. Nada popular entre los ingleses, el que iba a convertirse en el rey
Jorge I contribuyó personalmente (por su conducta sobretodo) en que renaciera la
dormida lealtad hacia los Estuardo.
El fin del movimiento Jacobita
A partir del fracaso de la rebelión Jacobita de 1745, el
movimiento Jacobita entró en una fase inactiva que significó, en cierto modo, su
muerte. Si bien los Franceses consiguieron rescatar al príncipe Carlos de las
garras de sus enemigos a orillas de Escocia, y darle un recibimiento triunfal en
Francia como si de un héroe se tratase, el sueño se esfumó prontamente...
Después de las victorias francesas en los Países-Bajos, dejando a Holanda fuera
de combate en el conflicto, Inglaterra ofreció a Francia una paz en términos
razonables, pero exigió la expulsión inmediata del Joven Pretendiente del país
Galo como principal condición para que se llevasen a cabo las negociaciones de
paz.
Consecuencias
Tras la
derrota de Culloden Moor (1746), la causa Jacobita dejó de interesar a las
potencias europeas enemistadas con Gran-Bretaña. Expulsado de Francia en 1748,
el Joven Pretendiente quiso atraer la atención del rey Federico II de Prusia, y
obtener su apoyo para llevar a cabo su particular "cruzada". Pero el monarca
prusiano le reservó una gélida acogida y mostró su total indiferencia por la
suerte de los Estuardo exiliados.
La sucesión
Estuardiana, al menos en lo que se refiere a las pretensiones esgrimibles,
recayó inicialmente en la Casa de Saboya y, de ésta, a la Casa Real de Baviera
por filiación femenina.
En
Gran-Bretaña, el Gobierno, con tal de prevenir futuros problemas en Escocia,
asestó un golpe mortal contra el sistema de los clanes guerreros de las
Highlands. Mediante la Ley de Proscritos, que incluía una ley de desarme y sobre
el atuendo, se confiscaron todo tipo de armas (blancas y de fuego) y se prohibió
llevar el típico atuendo escocés, tanto tartanes como kilts, e incluso se
intentó prohibir el uso de la lengua gaélica. Cualquier infracción a esas
prohibiciones suponían la cárcel y la acusación de "alta trahición" (por
sedición o simpatía Jacobita).
Habría que
esperar el reinado de Jorge IV de Gran-Bretaña, para que el Jacobitismo,
convertido en reliquia del pasado, recuperase ese prestigio a través de autores
románticos, gracias a las obras de Robert Burns y de Walter Scott. La
contribución de Jorge IV a ese renacer se produjo notablemente en 1822, en el
curso de su primera visita a Escocia y cuando visitó Edimburgo enfundado en un
kilt típicamente escocés. Resucitó así la costumbre de los tartanes y de los
kilts que, volviendo a ser tremendamente populares, regresaron al rango de
atuendo nacional de Escocia.
MASONES JACOBITAS
Partidarios
legitimistas de la dinastía escocesa de los Stewart, destronada en 1714 por la
casa holandesa de los Hannover, los Jacobitas protagonizaron una épica lucha
contra la dinastía usurpadora. Estaban formados, principalmente, por miembros de
los clanes de Highlanders, irlandeses e ingleses del norte.
Desde el
punto de vista religioso, los Jacobitas eran predominantemente católicos aunque
entre sus filas también se contaban anglicanos, presbiterianos y otras
denominaciones protestantes, por lo tanto, la dinastía holandesa era vista, por
la mayoría de los Jacobitas, como usurpadora y además herética.
Se
denominaba Masonería Jacobita al conjunto de las Logias escocesas que
acompañaron los diversos alzamientos legitimistas de la Casa de Estuardo. La
Masonería Jacobita fue diezmada y desapareció de la historia luego de la masacre
y derrota definitiva de la causa Estuardista en la batalla de Culloden-Moor en
1746.
Durante todo
el siglo XVIII, el “tema estuardista” estuvo ligado íntimamente al surgimiento
de los Altos Grados masónicos escoceses y caballerescos. Así, por ejemplo, el
barón alemán Karl von Hund, fundador de la Orden Masónica de la Estricta
Observancia Templaria, se refiere a la existencia de los “Superiores
Incógnitos” (Unbekannte Oberen) y hasta su muerte estuvo
convencido que los mismos eran miembros de la Casa de Estuardo.
En
Inglaterra, las Logias masónicas, quizás en razón del origen de muchos de sus
miembros, se constituyeron en focos de una sorda resistencia anti-hannoveriana;
así, durante el banquete de la Fiesta de San Juan de Verano que ofrecía la Gran
Logia de Londres en 1722, la orquesta comenzó a ejecutar, fuera de programa y en
sordina, el canto estuardista “The King shall enjoy his own again” (El
Rey gozará de su patrimonio nuevamente). Robert Samber, en su
libro Ebrietatis Encomium, reporta que fue necesaria la intervención de
un alto personaje para impedir un escándalo que afectase la continuidad de la
joven Gran Logia cuyos dirigentes eran discretos partidarios de la dinastía
holandesa usurpadora.
El
historiador francés Gustave Bord, en su libro La Franc-Maçonnerie
en France des origines à 1815, afirma la existencia de Logias
militares en el castillo de Saint-Germain-en-Laye donde Luis XIV había instalado
a la familia real escocesa destronada. Según Bord, entre los Franc-Masones
Jacobitas se contaban los siguientes: Lally, Linche, Macdonald, Burcke,
Maccarthy, O’Toole, Dillon, O’Neil, Butler, Fitzgerald, Talbot de Tyrconnel,
Dorrington, Lesley conde de Rooth, Nagle, O’Calaghane, Wyndham, Middleton y
otros muchos pertenecientes también a la más alta nobleza. Las primeras Logias
parisinas (1725) fueron fundadas por Jacobitas exiliados y el propio Gran
Maestre, sir Charles Radcliffe, lord Derwent Water, participó del alzamiento de
1745 y murió decapitado en la Torre de Londres el 8 de Diciembre del año
siguiente como mártir de la causa estuardista.
El
caballero-masón Andrew Michael Ramsay, baronet de Escocia y discípulo del
cardenal Fénelon, redactó su famoso Discurso, dirigido a las Logias
francesas, en el que aludía a las Ordenes de Caballería participantes en las
Cruzadas como antecesoras de la Franc-Masonería y a la conservación de sus
tradiciones en Escocia. Ramsay se proponía lograr el apoyo de la nobleza
francesa para la causa Jacobita incluyendo, de ser posible, al propio Luis XV.
Es interesante señalar que el cardenal Fleury, ministro de Luis XV, prohibió a
Ramsay que pronunciara su Discurso en la Logias para no poner en riesgo
su propia política de apoyar a sir Robert Walpole y a la dinastía protestante de
los Hannover.
También se
registraba actividad masónica Jacobita en Roma, en el mismo centro de los
estados de la Iglesia que aún no había emitido la bula condenatoria “In
Eminenti”. En efecto, existía en Roma una Logia masónica Jacobita cuyo
Venerable Maestro era Lord Winton, un pintoresco personaje, posiblemente un
tanto desequilibrado, permanentemente envuelto en escándalos de todo tipo, desde
ebriedad hasta espionaje, que hacían difícil el exilio romano del Pretendiente
al trono inglés. En el seno de esta pequeña Logia convivían tanto ingleses
Jacobitas como ingleses hannoverianos, algunos de ellos – sin duda – eran espías
dobles. Esta Logia fue cerrada por la policía romana.
La Masonería
Jacobita fue el verdadero origen y la cuna de lo que, posteriormente, sería
universalmente conocida como “Masonería Escocesa” cuyo rasgo distintivo
principal lo constituyen los llamados Altos Grados caballerescos que practica.
Sin embargo, es menester recordar que los llamados Ritos Escoceses Rectificado y
Escocés Antiguo y Aceptado respectivamente, no son sino creaciones históricos
muy posteriores.
Fuente: J. F. Ferro, Argentina