Nuestra querida cubana Gertrudis de Avellana ha imaginado dos lunas, acaso las mismas que han cubierto sus noches en la isla y en el exilio. El cielo cubano y el español son los suyos; sus lunas íntimas nos pertenecen a todos.
A la luna.
Gertrudis Gómez de Avellaneda
(1814-1873)
Tú, que rigiendo de la noche el carro,
Sus
sombras vistes de cambiantes bellos,
Dando entre nubes -que en silencio
arrollas-
Puros destellos,
Para que mi alma te bendiga y ame,
Cubre
veloz tu lámpara importuna...
Cuando eclipsada mi ventura lloro,
¡Vélate,
luna!
Tú, que mis horas de placer
miraste,
Huye y no alumbres mi profunda pena
No sobre restos de esperanzas
muertas
Brilles serena.
Pero ¡no escuchas! Del dolor al
grito
Sigues tu marcha majestuosa y lenta,
Nunca temiendo la que a mí me
postra,
Ruda tormenta.
Siempre de infausto sentimiento libre,
Nada
perturba tu sublime calma
Mientras que uncida de pasión al yugo,
Rómpese
mi alma.
Si parda nube de tu luz celosa
Breve momento sus destellos
vela,
Para lanzarla de tu excelso trono
Céfiro vuela.
Vuela, y de
nuevo tu apacible frente
Luce, y argenta la extensión del cielo
¡Nadie
¡ay! disipa de mi pobre vida
Sombras de duelo!
Bástete, pues, tan
superior destino;
Con tu belleza al trovador inflama;
Sobre los campos y
las gayas flores
Perlas derrama;
Pero no ofendas insensible a un
pecho
Para quien no hay consolación ninguna
Cuando eclipsada mi ventura
lloro,
¡Vélate, luna!
Gertrudis Gómez de
Avellaneda (1814-1873)