martes, 28 de mayo de 2013

EL MIEDO INNECESARIO A LA MUERTE - MAX HEINDEL







Es en verdad patético contemplar la tristeza de la gente al verse despojada por la muerte de alguno que le sea cercano y querido y ver cómo, en algunos casos extremos, dedican todo el resto de su vida a gemir por el que ha desaparecido. Se visten de luto de pies a cabeza, y juzgan un sacrilegio a la memoria del desaparecido hasta la menor sonrisa, sin considerar que con tal actitud de espíritu prolongan la permanencia de aquella persona querida en las más densas regiones del mundo invisible, donde todo aquello que es malo vive y se muere, y está en contacto constante con la parte egoísta y baja de la humanidad. Esto es un hecho real y positivo, no una mera fantasía, y puede ser demostrado a cualquiera que tenga la más ligera extensión
de vista espiritual.

Una de las mayores bendiciones que descienden sobre los que estudian y creen las enseñanzas Rosacruces es emanciparse gradualmente del miedo a la muerte y del sentimiento de que representa una enorme calamidad cuando algún ser querido de ellos pasa al invisible más allá. Una bendición fluye para ambos, para el supuesto "vivo" y para el supuesto "muerto", al recibir el espíritu que parte, los cuidados y ayuda más apropiados durante la transición. Entonces puede asimilar el panorama de la vida que hará la existencia post mortem completa y provechosa, debido a no haber sido turbado por el pesar, el dolor y el llanto histérico de los que permanecen todavía en sus cuerpos.

Durante los años que siguen puede ser también asistido por las plegarias de ellos. Por otra parte, aquellos de los que llamamos "vivos" que estudian estas enseñanzas, están aprendiendo a practicar esta actitud liberal acerca de la muerte tan necesaria al desarrollo anímico, porque comprenden que es un hecho real el que la muerte del cuerpo, en el momento debido, sea la mayor bendición que puede caer sobre la humanidad. Entre todos nosotros ninguno posee un cuerpo tan perfecto que pueda vivir por siempre. En la mayoría de los casos según pasan los años se nos van revelando los puntos débiles de nuestros vehículos en un grado creciente, cristalizándolos y endureciéndolos, y de este modo se transforman cada día más en una carga que estamos muy satisfechos de abandonar. Además, tenemos la esperanza y el conocimiento de que nos será dado un nuevo cuerpo y un nuevo comienzo en una época futura, y como consecuencia, podremos aprender un número mayor de lecciones en la escuela de la
vida.

Esta es la época del año en que la Muerte Mística que todos celebramos dirige nuestros pensamientos y los de la humanidad en general hacia la cuestión de la muerte y el renacimiento. No hay otra enseñanza que sea de tanta importancia ni de valor tan vital como esta del renacimiento. La humanidad necesita de ella más que nunca en estos tiempos a causa del carnaval de crueldad y de matanza que ha ensangrentado a Europa durante estos dos años y medio últimos. Tan interdependiente está la gran familia humana entre sí que hay comparativamente muy pocas personas en el mundo que no hayan perdido algún pariente en tal titánica lucha.

Es un deber y un privilegio inmediato de todos aquellos que saben la verdad acerca de la muerte, diseminarla cuanto les sea posible entre los que viven todavía en tinieblas respecto a los hechos relacionados con este acontecimiento. Por consiguiente, me atrevo a encarecer a todos los estudiantes de la Fraternidad Rosacruz la necesidad de considerar que no somos más que administradores de todo lo que poseemos, ya sea moral o material, y que es un deber nuestro, siempre que sea posible hacerlo con tacto y diplomacia, inculcar estos grandes hechos de la vida y del ser en la mente de aquellos que todavía los ignoran. Nunca podemos saber el modo cómo volverá a nuestras manos el pan que tiramos a los peces. Pero es lo cierto que más temprano o más tarde estas enseñanzas provisionalmente olvidadas, han de ser de nuevo el conocimiento de toda la humanidad y debemos compartir la perla del saber que hemos encontrado, con los demás, siempre que sea posible. Si descuidamos el hacerlo así, cometemos en realidad un pecado de omisión, del que alguna vez nos pedirán cuentas.

Yo confío que grabaremos esto en nuestro corazón y nos dedicaremos a extender este conocimiento, no como quieran el tiempo y la oportunidad, sino tomando la ocasión por los cabellos y proporcionándonos la oportunidad; pero con la mayor táctica para que el objeto que perseguimos no se frustre utilizando un método inadecuado. Además, no es necesario el calificar este conocimiento, es decir, darle un nombre. La Biblia está llena de ejemplos que demuestran que esta doctrina era creída por los Mayores de Israel, quienes enviaron mensajeros a San Juan Bautista preguntándole si él era Elías, así como todas sus especulaciones acerca de si Cristo era Moisés, Jeremías u otro cualquiera de los profetas evidencian esta creencia.

Cristo creía en el renacimiento, porque afirmó concretamente que Juan el Bautista era Elías. Esta doctrina fue enunciada por Pablo en el capítulo 15 de la 1º a los corintios y también en otros lugares.
Ningún servicio mejor se puede prestar a la humanidad que enseñándola estas verdades.